De vacaciones en el pueblo.
Esta es una nueva anécdota, completamente real, de cuando tenía 12 años y me masturbaba todo el tiempo, gracias al entrenamiento que me dio mi hermano dos años mayor. El exquisito morbo de un niño que ya sabe darle placer a su sexo. No conseguí todo lo que quería, pero el recuerdo me excita todavía..
Esto que les cuento, también ocurrió en aquella época de mis venidas en seco, poco antes de mis 12 años.
Fuimos en familia de visita al pueblo de mi mamá en el estado de México, que en ese tiempo aún era detipo rural. Me encantaban esos viajes, con excepción del traslado, porque con frecuencia me mareaba en el camión y vomitaba. Pero fuera de eso, eran viajes divertidísimos porque era un ambiente distinto, andar en el campo y correr y jugar con los primos de allá. Pero ahora, yo tenía además un juego solitario como complemento para entretenerme y pasarla bien: sabía masturbarme.
En la primera oportunidad que tuve de estar solo, con el pretexto de ir al baño, me fui atrás de la casa de mi tía Ana. Entre la casa y las milpas había una roca enorme y ahí me subí. Desde la peña se veía muy lindo el campo en toda su extensión. Hacia arriba había árboles, milpas a los lados y hacia abajo, hasta la carretera, con una que otra casa entre la siembra, pero muy alejadas unas de otras.
Estuve un rato contemplando el paisaje, pero no tardé en tocarme la entrepierna y mi pito en reaccionar. Miré hacia todos lados a ver si no había alguien por ahí y cuando comprobé que estaba solo, me bajé el cierre y me saqué el pito que ya estaba tieso esperando que lo hiciera gozar. Aún usaba trusa, pero prefería sacármelo bajando el resorte por debajo de mis huevos en lugar de usar la ventanita.
Sujeté el pellejo y comencé el masaje, arriba y abajo, frotando la cabeza con él. ¡Qué ricura! El morbo añadido era estar pajeándome al aire libre.
Después de un rato un tanto largo, tuve mi primer orgasmo en seco. Uffff, ¡riquísimo! Como siempre, esperé un momento para reponerme y luego a reanudar el juego, no sin antes volver a mirar a todos lados para asegurarme que seguía solo. Además ahora me animé a quitarme la playera, no me había bastado con subirla en mi abdomen y desabrocharme el pantalón para tener más libertad de movimientos. Quería sentirme más encuerado.
Me entregué a mi vicio tal vez por dos horas o algo así. Debo haberme provocado como seis acabadas. Usé la baba lubricante y también me ensalivé la cabeza durante la sesión. Entre paja y paja volteaba alrededor, pero no me parecía que hubiera nadie cerca.
Sin embargo, me pregunto si, aunque fuera de lejos, alguien me habrá mirado. Qué bello espectáculo debía haber dado. Un pinche niño pre adolescente, casi encuerado, aún lampiño, no feo, delgadito y morboso masturbándose frenéticamente al aire libre.
Me gusta pensar que ojalá alguien haya aprovechado el espectáculo gratuito, preferentemente un chavito o joven y que desde su sitio me haya imitado disfrutando su verga.
Cuando estuve satisfecho me puse la playera, me acomodé la ropa y regresé a casa de mi tía, donde acababan de regresar mi papá y mi hermano de la visita que habían hecho a otro familiar. La tarde fue muy divertida.
Al día siguiente, después de desayunar y platicar, llegaron de visita otros parientes o conocidos de mi tía. Llegó una señora joven con su hijo, algo más chico que yo, pero de inmediato hicimos amistad. No recuerdo su nombre. Luego de jugar un rato, pedimos permiso para ir al caño, que era un canal de riego más arriba de las milpas. Nos dieron permiso con la recomendación de tener cuidado.
Fuimos subiendo, platicando y bromeando. Yo andaba sobre los 12 años y el niño tendría como 10, era delgado, más bajito que yo, medio güero, no muy bonito, pero amistoso y simpático.
Cuando íbamos llegando al caño, dentro de mí empezó a surgir un deseo sexual. Comencé a excitarme con la posibilidad de iniciarlo en el placer. No dejábamos de platicar, pero yo comencé a prestar poca atención a lo que me decía mientras la excitación iba creciendo y trataba de armar un plan.
Al llegar al caño, que estaba completamente rodeado de árboles, contemplamos el agua corriendo con un rumor muy agradable. Nos quedamos un momento en silencio. Le dije que quería hacer del baño. Sí (me dijo), ve atrás de un árbol.
¿Tú no tienes ganas? (le pregunté)
No (me dijo)
Bueno, voy.
Lo hice y oriné en el árbol mirándome el pito. Me lo guardé pero sin subirme el cierre.
Regresé y a como entendí, comencé a hacerle insinuaciones, como: ¿alguna vez se te ha parado?… ¿te lo tocas?… ¿has visto a alguien encuerado?…
Al mismo tiempo dejaba que me viera cómo tenía el cierre abajo donde se apreciaba mi pito parado dentro del calzón.
El miraba disimuladamente hacia mi entrepierna, pero no me daba jalón.
Sin embargo yo ya estaba excitado y de plano le dije: tengo ganas de hacerme una chaqueta.
Me miró y me dijo con simpleza: pues no te tardes.
Me llamó la atención que supiera a qué me refería, pero sólo le dije: espérame.
Crucé el caño y me coloqué detrás de un árbol en el que en realidad, sí podría verme si lo deseara. Me saqué el pito ya parado y comencé a moverme el cuero, incluso me lo baje y le dejé caer saliva a la cabeza para hacérmela más rápido así lubricada. Pero al poco tiempo, cuando ya se oía el chaqueteo, el niño me llamó: ya vámonos… ven, ya vámonos…
Le contesté sin dejar de menear el pellejo: espérame…, me falta…
Pero respondió: ya vámonos…
De malas me guardé el pito, me subí el cierre y regresé. Estuvimos un rato en silencio y luego él reanudó la charla y seguimos caminando a un lado del canal. Le dije: ¿no que ya nos íbamos?
Vamos más para allá, dijo señalando hacia la ruta del caño.
Me quiero hacer una chaqueta…, (volví a decirle) no me tardo….
No, vamos para allá…, ya vámonos (respondió)
Ya no insistí. Me dí cuenta que no iba a ser posible abusar de él. Me hubiera conformado con que nos la enseñáramos, y tal vez mostrarle cómo me la pelaba, pero ni modo, no se pudo.
Regresamos a casa de mi tía sin comentar nada más. Al rato comenzaron a llegar los demás parientes. Cuando íbamos de visita se hacía fiesta y ahora no era la excepción.
Cuando ya habíamos comido, le dije a mi nuevo amigo: vamos al caño.
No (me contestó), porque empiezas con tus cosas.
Vamos (repetí), nomás a caminar.
La verdad que dentro de mí, pensaba ser más firme en mi ataque a ver si lograba al menos que nos enseñáramos el pito, pero no aceptó.
No (dijo de nuevo), vas a empezar con tus cosas.
Ni hablar (pensé)
Llegaron mis primos. Todo era risa, alegría y bromas. Así la pasamos esa tarde. En el último tramo, anduvimos juntos uno de los hijos de mi tío Carmelo y yo. Ese primo también tendría como 10 años, bajito, delgado, morenito, de ojos grandes y linda sonrisa, muy simpático, incluso guapito.
Ya había oscurecido y mi primo Juan, hijo de mi tía Ana, se había ido a dormir. En esa época era como de la edad de mi hermano Daniel, si acaso unos meses mayor, o sea que andaba en los 14 o 15 años. En algún momento, con mi primito salí al patio de mi tía y nos dimos cuenta que la luz de una recámara estaba encendida y por la cortina entreabierta se podía ver, así que nos acercamos a espiar, sonriendo con nuestra travesura.
Vimos a Juan acostado, tapado por las cobijas, con la cabeza hacia la ventana, o sea que no podía darse cuenta que lo mirábamos. Estaba leyendo una revista. Con el brazo de fuera, la sostenía en la mano, pero tenía el otro bazo bajo las cobijas y entonces vimos que su mano se movía.
Era evidente que se estaba manoseando la verga. Seguramente con las caricias la tenía parada y se la estaba pelando.
Mira (murmuré a mi primito), se está haciendo una chaqueta. Me miró sonriendo y asintió con la cabeza. Luego pareció ponerse serio y dijo: puerco ¿verdad?…
Yo asentí, aunque en mi interior no estaba de acuerdo con eso y no dije nada. Luego me dijo que nos metiéramos. Entramos a la casa, estuvimos un rato y salimos otra vez.
Nuevamente nos acercamos a espiar por la ventana. Juan seguía en lo mismo. Continuaba con su lectura y al mismo tiempo se podía ver como subía y bajaba la mano debajo de las cobijas. Pero los movimientos eran lentos, así que pienso que solamente se la pelaba, sin hacerse la paja en firme.
Nos reímos los dos por lo bajo y sin decir nada, regresamos a la casa.
No hubo más espectáculo, pero me imagino que ya con la luz apagada, Juan se ha de haber hecho una chaqueta bien rica, porque no creo que se haya conformado con dejarse la verga excitada. Una verga parada, y más de esa edad, debe satisfacerse, y no dudo que se vació los huevos en su cama, tal vez dentro del calzón.
Después esa imagen regresaba a mi mente excitándome. Me imaginaba que Juan debía tener la verga muy parecida a la de Daniel, aunque no sé qué tan curva, pero indudablemente muy bonita, gruesa, peluda, de cabeza amoratada, con largo cuero color café y huevos bien lechudos. Cuántas chaquetas se ha de haber hecho entre las milpas mientras pensaba en alguna vieja que le gustaba o, quién sabe, quizá hasta en alguna prima.
Como sigue?
Excelente relato.. como sigue?
ufff rico mano ehhh
Gracias por sus comentarios. Pues como ya era completamente chaquetero, no dejaba de masturbarme en todos lados y a todas horas. Cuando íbamos de visita al pueblo me pajeaba entre las milpas múltiples veces, pero lógicamente el número de orgasmos siempre fue mucho más elevado en mi casa. Lean mi narración que se llama números, donde doy más detalles.