De viaje por el mundo II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
y eso que siempre dicen que Chile es el Reino Unido de América Latina, creo que nunca he tenido tantas ganas de tomar (como español diría “coger”, pero para evitar mayores confusiones) un avión como en ese momento.
En realidad nunca me ha dado miedo subirme a un avión, además siempre tienes la estadística de que es “el medio de transporte más seguro”, pero tengo que admitir que no pisar suelo firme me produce, cuando menos, cierta inquietud. De todas maneras no tendría tiempo de pensar en eso en esta ocasión…
Me puse el albornoz puesto que no encontré mi slip por ningún lado y salí de la habitación para ir a cambiarme y a recoger mis cosas y volver de nuevo al aeropuerto. Había un botones en mi puerta (¡Ahora que no había tiempo se presenta el primer tío del servicio decente que había visto hasta entonces en el hotel!) que se quedó medio extrañado al verme llegar tan sólo con la prenda blanca, abierta en uve dejando ver casi toda mi delantera hasta la cintura.
– “¿Señor Iglesias?” –preguntó manteniendo su incertidumbre.
– “Efectivamente, ¿Qué desea?”
– “Informarle de que el avión despegará dentro de aproximadamente tres horas.
Nos han dado orden de avisar a todos los pasajeros que se estaban hospedando en nuestro hotel para que fueran preparándose.” – Me fue informando mientras sus ojos descendían hacia mi entrepierna, que empezaba a recuperarse de la anterior galopada, lo que me puso incluso más cachondo.
– “Gracias, guapo.” –Dije guiñándole un ojo, lo que hizo que su cara fuera cambiando de color hasta alcanzar un rojo bastante intenso. – “¿Querías algo más?” – Añadí.
– “Eh… no, no, señor, eh… eso es todo” – me dijo mientras se retiraba hacia la siguiente puerta.
Fue una pena que no tuviera más tiempo para un rato a solas con aquel culito que se alejaba volviendo la cabeza de vez en cuando, quizá esperando una señal. Entré en mi cuarto, el 309 si no recuerdo mal, y después de ducharme y de colocar la maleta me dirigí al aeropuerto con más ganas que de costumbre. Al pasar por delante de la habitación el piloto y su compañero ya no estaban allí, así que no me entretuve.
En el aeropuerto tuvimos que esperar, de nuevo, más de tres horas en la sala de embarque y ya estaba pensando que nos iban a volver a mandar al hotel –la verdad es que a pesar de haber viajado bastante casi nunca había tenido problemas de este tipo-, cuando llegaron dos azafatas de LAN y después de anunciar el embarque por megafonía empezamos a formar una fila para entrar al avión.
Me extrañó que hubiera bastante menos gente que la vez anterior, se ve que hubo quien tomó otro avión o que prefirió alargar su estancia, dadas las circunstancias. La verdad es que no me incomodaba, puesto que una de las ventajas de viajar a menudo con la misma compañía es que te dan puntos y ofertas especiales de vez en cuando como es ponerte en primera clase, cosa que suelen hacer cuando queda algún asiento libre, como fue en esa ocasión.
Cuando llamaron a los de primera clase tan sólo nos acercamos tres personas, lo cual fue una grata sorpresa, ya que los asientos son lo suficientemente amplios y cómodos como para desaprovechar la ocasión. Delante de mí pasó un señor de debía rondar los 40 años. Era bastante delgado a juzgar por el traje que llevaba puesto y su trasero, que fue lo único que pude observar, no era muy digno de admiración. La otra persona era una mujer llena de joyas y de complementos rosas, más bien obesa y que no paraba de hablar sobre su perro, que debía ir en la bodega del avión. No podía ser más que un caniche a juzgar por sus apariencias.
En la entrada del avión nos estaba esperando mi azafato personal para mostrarnos nuestros asientos.
– “Buenas noches caballero. Buenas noches señora” -recibió a mis otros dos acompañantes señalándoles dónde se encontraba su asiento- “¡Hola!” –dijo con cierto tono de excitación cuando me reconoció, aunque en seguida se dio cuenta de la situación y añadió – “Buenas noches caballero, ¿Me permite su billete?”.
Y tomando el trozo de papel que quedaba de mi tarjeta de embarque me dijo:
– “Por aquí, por favor”.
El simple hecho de que se dirigiera a mí de esa forma había hecho que mi cuerpo empezara a responder. Le seguí hasta la otra esquina del espacio reservado para Primera Clase y una vez que me había sentado se inclinó hacia mí.
– “No olvide abrocharse el cinturón de seguridad” – me dijo mientras se cogía las dos partes que cuelgan del mismo a cada lado del asiento y las aseguraba como pretendiendo no dejarme escapar a ningún sitio y aprovechando para meterme mano en la entrepierna y susurrándome al oído –“espero que esto sea un anticipo de lo que nos espera más adelante”.
– “Gracias, Javier” – le dije guiñando un ojo, puesto que ese era el nombre que figuraba en su solapa. -“Eso espero yo también”.
Cada una de sus palabras hizo que mi falo creciera por momentos, teniendo que colocarme el paquete al mismo tiempo que veía a aquel culito juguetón alejarse para dar la bienvenida al resto de pasajeros.
Al poco rato vino una azafata para servirnos una copa de cava que fui saboreando mientras daba rienda suelta a mi imaginación, aunque sería difícil hacer cualquier cosa con aquellos otros dos sentados a pocos metros de distancia. No todo podía ser perfecto.
Sin embargo, haciendo memoria, me acordé de que en la parte de atrás del avión había un sitio donde se quedaba el personal de vuelo cuando no tenían nada que hacer. Poco después nos anunciaron que estábamos listos para salir y que atendiéramos a las indicaciones del personal. La azafata pasó después revisando los cinturones y repartiendo una manta antes de prepararse para despegar.
Una vez en el aire y pasadas las turbulencias de rutina la azafata se fue a la parte trasera y en su lugar apareció Javier con su cuerpo de aproximadamente metro noventa y de perfectas curvas que se dejaban ver debajo de su traje, aunque no necesitaba imaginar mucho, puesto que ya las había recorrido poco a poco con mi lengua hacía apenas unas horas.
Se dirigió hacia la parte posterior contoneándose de una manera bastante exagerada y que sirvió para mantener mi estado de ánimo exaltado. Cogió una bandeja de comida y se la llevó al otro señor, que se había sentado en la primera fila, pero sin dejar de mirarme de reojo, lo que me dio pie para empezar a realizar una serie de posturas y expresiones que no pasaron desapercibidas. Hizo lo mismo con la señora gorda que no dejaba de hablar de su perro, de lo mal que debería estar pasándolo y de lo cansada que estaba. Finalmente se acercó hacia a mí y con una pícara sonrisa me dijo:
– “Aquí tiene su comida, buen provecho. Si precisa de algo más no dude en avisarme. Espero que le guste…” – y sin darme tiempo a responder añadió – “…y que guarde energías para el postre”, aprovechando de nuevo para con su mano acariciar lentamente ni poya, a lo que no pude evitar responder con un gemido de auténtico placer.
Se me había pasado el hambre por completo, y eso que no había comido desde la comida del día anterior, bueno, algo sí, pero no era precisamente “comida”.
Hice un esfuerzo por acabarme la ensalada tratando de pensar en algo que me relajara y debí conseguirlo puesto que apartando la bandeja al asiento de al lado me recosté y me quedé dormido totalmente. Ni si quiera me percaté de cuando pasaron a quitar la bandeja.
Como no podía ser de otra manera, estaba soñando que Javier y el piloto, que según dijeron al entrar en el avión por megafonía, era el Comandante Velásquez, me hacían una mamada doble mientras yo me retorcía de placer. En ese momento me desperté y la situación en la que estaba no difería mucho de mi sueño. Allí tenía a Javier, sentado en el asiento de al lado, inclinado sobre mí y haciéndome una espectacular chupada de huevos y de poya. Me moví ligeramente y se dio cuenta que ya no dormía. Con una sonrisa que me dejó ver de cerca su perfecta dentadura me dijo:
– “Lamento despertarle, pero se ha quedado dormido sin haber disfrutado del postre especial de Primera Clase”.
No había dejado de hablar cuando me incliné hacia delante cogiendo su cabeza entre mis manos y dándole un morreo en el que nuestras lenguas se enzarzaron con avidez tratando de aprovechar aquel momento al máximo, a la vez que nuestras manos empezaron a perderse por entre nuestras ropas, explorando al máximo nuestros cuerpos o por lo menos todo lo que los asientos nos dejaban.
En ese momento una pequeña turbulencia me hizo recordar que nos encontrábamos en el avión, por lo que miré hacia la señora gorda de rosa que roncaba sin dejar lugar a dudas de su estado, lo cual me tranquilizó. Al señor de adelante no podía verlo, así que tampoco me preocupó puesto que supuse que también estaba durmiendo, con lo que me dediqué en cuerpo y alma a saborear una de mis fantasías sexuales. Había follado en muchos lugares, algunos de ellos bastante extraños, pero nunca lo había hecho en un avión.
Después de aquel apasionante beso que me había dejando el labio medio dormido, Javier volvió a donde se encontraba cuando me desperté volviendo a apoderarse de mi verga y empezando a lamer desde la base hasta el glande, lentamente, y deteniéndose en cada uno de sus rugosidades, mientras que con su mano me desabrochaba la camisa y empezó a acariciarme los pezones.
Yo, tratando de evitar mis gemidos para no llamar la atención del resto de pasajeros, me dediqué a quitarle el cinturón y masajearle aquel culo perfecto y sus dos nalgas casi sin pelos, ya que era lo único que podía hacer en mi situación. Poco a poco, y chupándome los dedos con abundante saliva, fui haciendo círculos alrededor de su esfínter, lo que al parecer le produjo bastante satisfacción puesto que me empezó a comerme la poya con una pasión que pocas veces había visto antes. Primero introduje mi dedo índice a lo que él contestó con un ligero gemido que me dio a entender que quería más y lubricando el corazón seguí con el procedimiento haciendo que empezara a moverse y me dedicara una mirada de placer que casi me hace correr, lo que me dio pie para cambiar de posición.
La distancia entre mi asiento y la fila posterior nos permitía un poco de espacio para dar rienda suelta a nuestra imaginación. Javier se puso de pie, lo que aproveché para agarrarle por la cintura, acabar de quitarle los pantalones, y darle la vuelta de tal manera que quedara mirando hacia el frente, permitiendo verle ese pedazo de culo, tieso y firme, que acababa de tener en mi mano. Entendió a la perfección mis intenciones y se fue sentando poco a poco sobre mi verga, dispuesta a taladrarlo hasta lo más íntimo de su cuerpo.
La lentitud con que se iba acercando me produjo tal agonía que embestí hacia delante clavándole mi palo de una sólo vez. Javier, en lugar de alejarse, aprovechó para sentarse sobre mí y empezar una cabalgada que ya quisieran muchos cowboy. Con mis manos lo agarré de los hombros y lo iba presionando para introducirme en él lo máximo posible. Dejé una mano libre y cogí su poya y la empecé a sacudir delicadamente y aumentando la presión y la velocidad al mismo tiempo que él aumentaba sus vaivenes.
Sentí que su falo empezaba a latir con mayor fuerza y poco después comenzó a escupir salpicaduras de leche que se esparcieron por todo el suelo. No había acabado cuando ya no pude más y me vine dentro de él.
Se levantó y empezó a lamer todo rastro de esperma que quedaba en mi poya, todavía dura, y a pasársela por su perfecto pectoral. Levantó su mira y cuando encontró mis ojos me dijo:
– “Descanse un rato, caballero. Todavía tengo una sorpresa para usted”.
Se levantó, se vistió y sin decir nada más se retiró a la parte trasera del avión, donde seguramente alguien tenía que habernos oído. Sin embargo, corrí un poco la cortina y nadie estaba mirando. Me levanté y fui al baño a descargar la vejiga. Me di cuenta de que el hombre que se había sentado delante del todo se estaba subiendo la bragueta y en su mano se veían los restos de una buena paja, pero no me detuve. Cuando salí regresé a mi asiento y volví a quedarme dormido hasta que un par de horas después, cuando comenzaban a dejarse ver por las ventanas los primeros rayos del día siguiente Javier vino hasta mi asiento y mordiéndome la oreja me susurró.
– “Es hora de acabar lo que empezamos ayer. El Comandante se está tomando un descanso y le está esperando”.
No sé que tenía este tipo que en cuanto me decía algo al oído mi entrepierna se ponía a mil no pudiendo volver a concentrarme. Sobándome los ojos me levanté y lo seguí hacia el frente. La mujer de rosa se estaba dando la vuelta en su asiento y el hombre permanecía dormido, parece que la paja que se había marcado antes había hecho su efecto.
Creía que me estaba llevando hasta la cabina, pero hubiera sido demasiado perfecto. Se metió en un espacio intermedio entre ésta y la Primera Clase y yo entré tras él. Allí estaba aquel hombre perfecto con su sonrisa de oreja a oreja, sus marcadas facciones, su uniforme impoluto y su cuerpazo de gladiador.
Sacando la cucharilla de plástico de una taza de café sacó la lengua y la pasó lentamente por toda ella como si de un magnífico helado se tratase.
– “¿No tuviste suficiente ayer?”
– “Soy difícil de satisfacer, Comandante Velásquez. Creía que los pilotos no podían salir de cabina.”
– “He dejado a mi compañero al cargo” –me dijo como tratando de tranquilizarme.
– “¿Puedo ofrecerle algo, señor Comandante?” – me excitaba dirigirme a él de esa manera.
– “Pues la verdad es que necesitaría un buen masaje…” –me dijo y viendo que yo me estaba posicionando para darle un masaje en su entrepierna se dio la vuelta. “… en la espalda” –concluyó.
El comandante Velásquez, todavía de espaldas, se quitó la chaqueta y estaba desabrochándose la corbata cuando aproveché para abrazarlo por detrás y empezar a abrir su camisa a la vez que me permitía masajear aquellos pectorales propios de las esculturas griegas. Se notaba que se había depilado y empezaban a salirle de nuevo los pelos, duros y negros. Baje mis manos hasta encontrarme con su abdomen liso, terso y definido. El comandante cogió lentamente mi mano izquierda y la puso un momento sobre su entrepierna permitiéndome palpar aquel pedazo de carne que peleaba por salir. Yo aproveché para rozar mi pantalón con su trasero, pero me retiró hacia atrás y se tumbó boca abajo en el suelo.
– “Vigila que no se acerque alguien” –le dijo a Javier. “Eh… un masaje, decíamos, ¿Verdad?” – me miró.
No podía creerlo. Allí debajo mío tenía a un cuerpo perfecto y boca abajo, pero la esperanza de lo que podía llegar me hizo acomodarme sobre sus perfectas nalgas y frotándome las manos comencé a pasarlas por aquella espalda escultórica. Podía tocar cada uno de sus músculos como si de una clase de anatomía se tratase. El Comandante Velásquez comenzó a emitir una serie de gemidos y sonidos que me hicieron enloquecer e inicié un masaje digno de un fisioterapeuta. A los pocos minutos me quité, por segunda vez en el viaje, mi camisa y me dejé caer sobre él, levantando mis piernas y haciendo coincidir mi entrepierna con su trasero.
– “Te has ganado una buena recompensa” – me dijo tras un ligero gemido que acabó por ponerme a cien.
Me levanté y antes de que me diera tiempo a ponerme de pie el Comandante Velásquez se había puesto justo delante de mí con su cintura a la altura de mi boca y empezó a rozar todo su paquete con mi cara. Yo intenté sacarle el cinto, pero no me dejó así que me dejé hacer. Tras unos instantes se bajó la bragueta y me dijo:
– “Ahora sí, toda tuya”.
Introduje mi mano en aquella cavidad tan deseada por mí. No tuve que hacer un gran trabajo para, tras bajar su slip blanco, liberar a aquella preciosidad que se me presentaba. No era la primera vez que la veía, pero aquel glande tan carnoso e irresistible no podría dejar de sorprenderme. Lo olí profundamente y poco a poco me fui acercando. Situé la punta de mi lengua sobre el agujero y empecé a salivarlo detenidamente. Miré hacia arriba y la cara de satisfacción del Comandante Velásquez hizo que empezara a metérmela en la boca, lo que hice con facilidad, a pesar de su gran tamaño y comencé a chupar y lamer como si no pudiera hacer otra cosa, al mismo tiempo que introducía mi mano derecha en su bragueta y empecé a masajear aquellos huevos tan perfectos, cubiertos ligeramente de pelo. Ahora sí me dejó desabrochar su cinturón.
Quedó completamente en pelotas, a excepción de una cadena de plata que ya llevaba el día anterior. Me quedé un rato disfrutando de aquella figura hasta que agarrándome del brazo me hizo levantar y empezó a quitarme el pantalón.
Sin agacharse comenzó a magrear mi slip y yo no pude evitar una serie de gemidos que hicieron que Javier se asomase y se empezara a pajear desde la puerta. El Comandante se acercó lentamente y con su lengua empezó a lamerme los labios. Acabamos en un intenso beso en el que nuestras lenguas se entrelazaron mientras yo seguía masturbándole. Empezó a descender mi slip y se puso de rodillas haciéndome levantar una pierna y apoyarla sobre uno de los laterales para dejar mi culito un poco más abierto de lo que ya estaba.
Fue dándome besos en cada uno de mis abdominales, deteniéndose un rato en mi ombligo antes de seguir hacia abajo y comerse todo mi rabo de una sólo vez haciéndome sentir el fondo de su garganta, mientras que con su mano derecha fue acercándose hacia mi agujero, lo cual no hacía si no aumentar mi mete y saca de su deliciosa boca. Tras un rato de mamada descomunal comenzó a pasar por debajo de mis piernas y con su lengua me chupó mis huevos y sin levantarla de mi piel llegó hasta mi culo que deseaba ser penetrado rápidamente. Comenzó un juego con su lengua, ayudándose de sus dedos que casi me hizo correrme. Mi culo no tardó en acomodarse a aquella sensación y poco a poco se fue abriendo para dar cabida a aquel pedazo de rabo.
Javier, que seguía pajeándose, se acercó y dejando de vigilar se puso de rodillas frente a mí para intentar acabar lo que había comenzado el Comandante, que se levantó en ese momento y sin mediar ningún tipo de preámbulo intentó meterme todo aquel pedazo de carne de una sola vez. Sólo entró la mitad, pero el chillido sordo que pegué se debe haber oído en todo el avión, por lo menos en nuestra sala.
Un par de intentos más hicieron que me la clavara por completo y empezara un lento vaivén que me estaba volviendo loco. Fue aumentando la velocidad, lo cual hacía que mi poya entrara y saliera de la boca de Javier con mayor determinación. No quería que aquello acabara, era una de mis mayores fantasías y estaba disfrutándola como nunca en mi vida, pero no pude más y mi falo comenzó a expulsar chorros de semen a borbotones que Javier se encargó de limpiar detenidamente con su boca.
A continuación se levantó para compartir conmigo parte de aquel delicioso manjar.
El Comandante comenzó en ese momento a ponerse rígido y salió de mi culo dejando un inmenso vacío que casi me hacer perder el equilibrio. Se quitó el plastiquito y me hizo arrodillar frente a él. Javier aprovechó el momento para acercarse también hacia mi boca con su poya en pleno apogeo y comencé a propiciarles una mamada doble haciendo uso de todas mis habilidades, que no tardaron en dar resultado puesto que en pocos momentos ambos estaban descargando sus huevos sobre mi cara y mi pecho con grandes sacudidas.
Me levanté para ponerme a su misma altura y ellos mismos se encargaron de limpiarme toda su leche con sus bocas y terminamos con un dulce beso que puso fin a aquella experiencia casi sobrenatural y de la que guardo muy buenos momentos de los que mi imaginación se aprovecha en mis momentos de soledad.
El resto del viaje fue tranquilo. Cuando salimos del avión Javier ya no estaba a la entrada, así que no pude despedirme de él y el Comandante había vuelto a la cabina, por lo que se convirtió en una llegada habitual.
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Excelente. Que suerte