DEBUT DE UN PIBE DE 14 CON LA ENORME PORONGA DE SU PRIMO DE 17
Lo recuerdo como un dedo gordo más grueso de lo normal y muy oscuro, casi negro. Después peló Arnoldo, la magia hecha poronga. Se abrió lentamente la bragueta, con morbo, sabiendo que iba a sacar algo descomunal y que su primo (que no meaba) se iba a sorprender. Bruscamente apareció la chota.
Mi sobrino Arnoldo es argentino, tiene 17 años, el cuerpo muy alto y esbelto, con hombros tipo perchero. Su cara es una mezcla de una madre argentina de origen italiano e irlandés y un padre mexicano de sangre azteca. Es hermoso y una vez lo vi desnudarse delante de mí. Era en el verano pasado y vino a casa a bañarse en nuestra pileta. Yo aproveché para meterme con él y ver si de algún modo podía llegar a verle la pija, que ya estaba cansado de imaginarme. Me metí primero en la pelopincho. Él me dijo que necesitaba ponerse el short, que yo le había traído desde el fondo. Pícaro, le dije que lo hiciera. Se puso un poco nervioso pero se dio cuenta de que no hubiera quedado bien que se escondiera para ponerse el traje de baño ya que, de última, los dos somos hombres… Bueno. Se bajó la bermuda que llevaba puesta y quedó en calzoncillos, bóxers. Haciéndome el boludo, lo miré disimuladamente. Lo primero que me sorprendió era el tamaño de las largas bolas que asomaban por la corta bocamanga del calzoncillo. Eran impresionantes: oscuras y apetecibles, gordas, muy gordas. Inmediatamente después, casi sin dejarme respirar, el pendejo se sacó los calzoncillos. Yo apenas asomaba la cabeza por el borde de la pileta y el pibe estaba parado apenas ahí, adelante mío. Cuando se sacó la última prenda un chorizo enorme apareció, fláccido, bamboleante, fofo y venudo, ¿14 centímetros muerta, quizá 16? Estaba rodeado por un triángulo perfecto de bello negro bajo un vientre plano. Casi no aguanto la tentación de agarrárselo y chuparlo. Intuí que no se podía y me aguanté hasta que se fue de casa, momento en que me hice una paja asombrosa.
Simón tiene 14 años pero parece tener menos. Es hijo de padres anarquistas, ambos profesionales de la salud. Es morocho, como si fuera del norte. Nariz pronunciada y cuerpo muy flaco de baja estatura. Su madre, amiga mía, nos invitó a mí y a mi mujer a una fiesta por su cumpleaños (el de su madre). Yo casi no conocía a Simón hasta esa fiesta. Llegamos y lo descubrimos trabajando en su cuaderno de deberes. Yo le calé la onda de una. El cuaderno estaba todo estampado de flores y la voz del pibe era muy aflautada. Me resultó sorprendente que nadie asumiera que el pibe era bien puto.
A ese cumpleaños vino Arnoldo, acompañado de su madre (también amiga de la madre de Simón) y de su enorme poronga.
Inmediatamente noté la alegría de Simón cuando vino Arnoldo, al que él llama “primito”. Se puso más femenino todavía. Recuerdo que subió a su cuarto y volvió vestido con una remera más corta, que le dejaba el ombligo afuera y un pantaloncito corto que resaltaba mucho la redondez de su culo púber. Arnoldo se sentó en el sofá a ver un video de una banda punk española. Cuando Simón bajó con su ropa a la que le faltaba un estampado con la frase “primito, haceme el culo ya, haceme conocer lo que es un verdadero choto”, se sentó al lado, muy cerca, rozándolo, de Arnoldo. Nadie se dio cuenta de esta situación, salvo yo, que soy, como se ve, muy curioso del comportamiento sexual de los adolescentes. Recuerdo que Simón le mostraba a Arnoldo algo que había hecho en su cuaderno estampado de flores. Arnoldo se hacía el que no le daba bola. El mayor estaba en cueros porque hacía mucho calor y tenía la misma bermuda de cuando esa vez que se desnudó en mi casa. Lo felicitaba por algo del cuaderno y volvía a mirar a su banda española. Sin embargo, con mucha ostentación cuando se daba cuenta de que nadie más que su primo lo veía, Arnoldo se sobaba el bulto del pantalón, que noté se le engomó. Recuerdo claramente la forma de la verga cuando, en un momento, el pendejo se la agarró muy fuerte, con toda la mano venosa agarrando bien esa verga. ¡Qué ancha la tendría! ¡Y qué llena de venas! En esos momentos Simón parecía ponerse nervioso y hasta ví que una vez abrió los ojos descomunalmente grandes, como asombrado de la enorme pija de Arnoldo que, si le llenaba el agujero del culo, lo abastecía de una vez para todo un año. Siguieron un momento más histeriqueándose así hasta que Arnoldo anunció (para que sólo lo escuchara Simón), que se iba a caminar afuera, que era casi todo campo. Arnoldo se levantó y Simón, mirándole de reojo el bulto bamboleante, dijo que si lo podía acompañar. Aún disfrazado de tipo hosco, Arnoldo le dijo sobándose la verga:
—Bueno, pero no jodas.
—Ay, primito, si vos sabés que yo no jodo —contestó, muy amanerado, Simón.
Cuando los dos salieron, excusándome ante los mayores con alguna pavada, los seguí sigilosamente. Se me habían adelantado, de modo que cuando salí no los hallé en el frente de la casa, que era como un cubo blanco en el medio del campo. Empecé a rodearla y, atrás de una curva distinguí las dos figuras mirando la pileta. Escuché que Arnoldo alababa las dimensiones de la piscina diciendo cosas como “es re grande” y “está bien llena”. Simón no lo escuchaba mucho, le miraba el torso y el bulto nomás. De repente Simón dijo (no Arnoldo, Simón):
—Che, tengo ganas de mear, ¿vos no?
Arnoldo, que apenas disimuló el asombro por esta extraña invitación de su primo contestó todavía precavido:
—¿En la pileta? ¿Estás loco?
—No, boludo, no soy un sucio, yo soy bien limpito. Voy a mear ahí, contra la pared de la casa. ¿Venís?
Arnoldo lo miró un poco serio por una fracción de segundo. Inesperadamente respondió sobándose la verga:
—Dale, yo también me estoy meando.
Como iban a venir a donde yo estaba escondido, huí lo más rápido que pude de allí y me escondí atrás de la batea de lavar la ropa y una pila de prendas sucias en la que practiqué un agujero desde el que fácilmente pude ver a los dos pibes parados, listos para mear y de paso, listos para que Simón pudiera ver lo que es un buen choto. Arnoldo estaba más cerca de mí, como a cuatro metros, al lado se paró su primo Simón. El primero que peló, ansioso como estaba, fue el más pequeño. Su pito no era desdeñable para su edad, pero la visión pudo ser engañosa porque de tanto ver a su primo lo tenía un poco engomado. Lo recuerdo como un dedo gordo más grueso de lo normal y muy oscuro, casi negro. Después peló Arnoldo, la magia hecha poronga. Se abrió lentamente la bragueta, con morbo, sabiendo que iba a sacar algo descomunal y que su primo (que no meaba) se iba a sorprender. Bruscamente apareció la chota, más larga que la que había visto yo al lado de la pileta de mi casa porque se la había estado sobando. Sin embargo no estaba parada. Era una mole oscura y floja aún, de unos 18 centímetros de largo por unos 5 de diámetro, con una gran vena al costado y con el prepucio todavía cubriendo la cabeza, señal de que, parada, era una bestia mucho mayor. Nadie meaba, el pibe más chico no paraba de mirar, con los ojos enormes y la respiración agitada, la verga de su primo. Arnoldo empezó a retraer y traer su prepucio, dejando de a ratitos al descubierto una cabeza inflada, muy morada, con un poco de quesito en la base y del tamaño de una frutilla grande. Arnoldo habrá hecho fuerza para justificar la situación en la que se encontraba, porque de repente soltó un chorro poderosísimo de pis. Poco después Simón soltó el chorrito suyo, que fue apenas una excusa dorada. Cuando Arnoldo terminó vi que se sacudió la morcilla abundantemente, inclusive oí los chasquidos de la cabeza golpeando contra su pubis. Dijo Simón, tartamudeando:
—¿Cu… cuando tenga tu edad, el pene se me va a poner así?
—¿Así cómo? —preguntó Arnoldo guardando lentamente, para dolor de su primito, la enorme verga suya en la bermuda.
—Así de… de… grande.
—Yo tengo una verga normal, creo —contestó Arnoldo haciéndose el humilde y ajustándose el cinturón. —Lo que no sé es si parada es grande de verdad. Me han dicho que sí.
Los dos se apoyaron, de espaldas y de pie, en la pared, silenciosos, mirando una planta de marihuana de los padres de Simón. Arnoldo rompió el hielo comentando:
—Qué bien se ve la planta, la deben tratar…
—Podemos ir al cobertizo, así me la podés mostrar parada y yo te digo si es grande —interrumpió, re caliente, Simón.
Arnoldo no se hizo esperar (y sospecho que ya estaba en su cabeza romperle el culo al pibe, que seguramente se lo entregaría). Contestó:
—Dale, vamos.
Se fueron casi corriendo y yo salí de mi escondite.
El cobertizo del que Simón hablaba es el lugar perfecto para que un primo pijudo te haga el culo si sos un púber puto. Es una casa prefabricada en la que los padres de Simón vivieron mientras construían la casa de material, que está un poco más lejos. Ahora se usa para depositar cosas. Alcancé a ver que entraron en el cobertizo a toda velocidad y yo corrí hacia las retamas que crecían abundantes al costado. Las corrí y me hice un escondite entre ellas y la pared de derruidas maderas, llenas de hendijas desde las que se veía el interior y, en consecuencia, a los dos pibes. Arnoldo, ajeno a la casa, se quedó en la puerta sobándose el bulto sobre la bermuda; en tanto, Simón encendió una serie de velas que había sobre una mesa de carpintero. Dijo:
—Acá vengo a dibujar, a la luz de las velas —dijo sonriendo. Luego sugirió: —Dale, entrá, si no van a sospechar.
—¿Estás seguro de que me querés ver la verga parada? —comentó, goloso, Arnoldo, entrando al cobertizo, acercándose a la luz de las velas.
—Si. ¿Pero se te parará o tendremos que hacer algo para que se pare? —respondió, casi entregándose, el putito de Simón, sentándose en la mesa de carpinteros.
Arnoldo respondió, un poco inhibido todavía, que no era necesaria otra cosa que sobarla un poco. “Vos mirá y listo”, determinó. Hubo un importante silencio que quebró Simón pidiendo a su primo vergudo, que se acercara a la luz de las velas, para poder verlo bien. Arnoldo se acercó y se quedó parado, manoteando la forma larga y gorda de su chota bajo las bermudas.
—P… p… pelá —pidió, Simón, exitadísimo de antemano.
Entonces peló, él, Arnoldo, 17 años, padre de las pijas adolescentes. Pude verla perfectamente: “apenas” un poco más crecida que la que vi meando hacía poco.
Unos 20 cm todavía flojos, pero ya bastante perpendiculares al torso pero aún corvos. Seguía teniendo la enorme vena del costado, más inflamada aún, alimentando al monstruo. Era muy gorda y ramificada esa vena. En la punta, cubierta por su prepucio aún, pude ver asomando la punta de la cabeza. Simón se debió haber meado encima. Exclamó, muy amanerado:
—Ay, ¡es enorme!
Inmediatamente Arnoldo contestó, sonriendo, que no estaba parada, que parada era un poco más grande y mucho más dura. Simón insistió, entonces, casi desesperado:
—Dale, entonces, agrandala. No puedo creer que sea más grande que eso…
—Ah, ¿no? Ya vas a ver lo que es una poronga —desafió Arnoldo empezando a masturbarse con más agitación mientras Simón miraba atento, los ojos bien abiertos y, seguro, con el corazón y el culito palpitándole de admiración y ganas de ser penetrado por esa masa de carne. Arnoldo se masturbó unos dos minutos permaneciendo los dos chicos en perfecto silencio, apenas interrumpido por unos jadeos y el chasquido de la perfecta paja que se estaba haciendo el mayor. Si embargo, la magnífica barra de venas, piel y carne, no se endurecía del todo. Simón insistió:
—Ay, no se te endurece del todo. ¿Querés que haga algo para que se pare? —propuso para de inmediato bajar la cabeza, un poco avergonzado aún. Arnoldo contestó, ni lerdo ni perezoso:
—Si. Bajate de la mesa y date vuelta. Mostrame el culo.
Inmediatamente, Simón se bajó de la mesa, quizá más rápido de lo que su dignidad hubiera querido y se dio vuelta, aunque con la cabeza aún girada para poder ver bien el trabajo de su primo. Arnoldo siguió dando indicaciones:
—Así no, boludo, sacá un poco de culo, como una mujer. Levantalo bien. Ah, sabés bien cómo es, guacho… Pero bajate los pantalones, si no, no puedo. Bien, hasta las rodillas dejalos. Qué culo redondito tenés, parece el de una mina. Ahora necesito que te abras los cachetes, quiero verte bien el agujerito. Con las dos manos. Uy, qué lindo que es, hasta se abre y cierra. Dale, date vuelta ahora. Acá la tenés bien gorda. Mirala, mirala bien. Esto es una verga.
Obedeció Simón, exitadísimo. Se oyó un “ay” de asombro del pobre putito. Lo que tenía Arnoldo en la mano era único: ¡no menos de 26 cm de pija para un chico de 17 años! Sé que es una deformidad pero, ¡qué deformidad! La chota de Arnoldo quedó enorme, enhiesta, superando la altura de su ombligo. Su ancho no era menor de 7 u 8 centímetros en la base. Las bolas estaban también increíbles: colgaban a no menos de 15 cm de la entrepierna. Estas cifras son reales: yo mismo las estaba viendo, escondido tras las maderas del cobertizo y empezando a masturbarme desaforadamente. Luego de su “ay” de asombro, Simón admitió, ya temblando:
—Me… me da un poco de vergüenza decirte esto…
—¿Qué, que te gusta? —dijo Arnoldo zarandeando vistosamente su aparato y luego señaló —Ya me di cuenta que sos bien putito, mirá, si se te paró el pito de verme nomás. Si querés te cojo ahora mismo. ¿Querés?
Ahora que ya se habían caído el velo no quedaba otra que ponerse. Simón, más tranquilo, sonrió y dijo:
—Me vas a romper el culo con eso. Primero te la chupo y después vemos.
-Dale, chupámela. ¿Tragás la leche?
-Si. La tuya si. –dijo el putito, feliz, y se arrodilló delante de su primo, con el pantalón suyo en las rodillas y dejándome ver su culo redondo, ese culo que se iría a comer la pija más grande que se pueda imaginar en un pendejo.
Simón se quedó un rato mirando la pija, esa vena enorme, las venas que salían de ella, la cabeza cubierta hasta la mitad (era una de esas pijas con prepucio y más anchas en la base que en la punta), los bellos púbicos sólo en la ingle y esas bolas enormes y largas. Lo primero que tocó fueron esos testículos, como si los sopesara con las manos. Yo, que a esta altura ya me estaba pajeando, imaginé que eran pesados. El chico acariciaba esas pelotas y Arnoldo le decía:
-¿Viste qué huevos grandes y pesados tengo? Dan cualquier cantidad de leche. Perdoná si tienen olor. No me bañé hoy. Acaricialos. El otro día me los chupó una veterana. Me paga. Dice que tengo la mejor pija de la ciudad.
-¡ES la mejor verga de la ciudad! –confirmó el chico.
-Es toda tuya, putito; chupá –ordenó el mayor.
Simón se metió la punta de la verga en la boca. Era increíble ver lo mucho que tenía que abrir la mandíbula para que entrara. La cara de Arnoldo se transfiguró. Parecía un potro en celo. Ya no era un pibe: era el dueño de los deseos de su primito. Simón no podía pasar de la cabeza del choto, pero cada tanto se sacaba la verga de la boca y, agarrándola con sus dos manitos, la lamía a lo largo del tronco. El mayor no se movía todavía y dejaba al pibe hacer. Simplemente se limitaba a decir, “es toda tuya” mientras dejaba caer sus bermudas a sus pies. El más chico ya estaba entregado, chupando como estaba, con los ojos bien abiertos mirando la verga que hacía entrar y salir en su boca mientras la sobaba con ambas manos, que no alcanzaban a cerrarse. La base era increíblemente ancha. Obviamente no le entraba toda, por lo que le chupaba la cabeza, metiendo y sacando, sacando y metiendo y, cada tanto, siempre con los ojos enormemente abiertos, se la sacaba de la boca y la lamía, sobre todo a lo largo de la vena ancha que la inflaba y de otras más que le descubrí después, porque era de esas pijas que se llenan de venas. No era para menos: Arnoldo tenía solamente 17 años y era flaco, ¡había que llenar esa verga de 26 centímetros por 8 de ancho en la base! Y con las pelotas, terrible mole que se bamboleaba, pesada, debajo de la chota, Simón se limitaba a sopesarlas con alguna mano cada tanto. Como no las chupaba, Arnoldo dio la orden:
–Lamé las bolas, dale, putito. Son todas tuyas. Están llenas de leche para vos. Te la voy a dar en el culito de nena ese que tenés.
Inmediatamente Simón obedeció y empezó a chuparle los huevos y de tanto en tanto, decía cosas “son enormes”, “quiero toda la leche” y “soy tu nena puta, haceme lo que quieras con esta bestia de pija que tenés”.
–Uy, pero que puto sos. Cómo me gusta… Así te quiero, bien maricona –respondió Arnoldo a la última observación de su primo chupapija y empezó a agarrarlo de los pelos y direccionar sus movimientos en la chupada de verga. Continuó: –¿pero te la vas a bancar toda? Mirá que es muy larga y muy ancha para tu culito…
Sorprendentemente, Simón replicó, sacándose la chota de la boca y levantando la cabeza hacia la mirada lujuriosa de su primo:
–No lo sé, pero siento que me late la colita. Cómo si se abriera y cerrara. Si me la lamés por ahí entra…
–¿Posta querés que te haga el culo?
–No sé. Te quiero adentro mío –dijo el chiquito e, inmediatamente, se dio vuelta, apoyó una mano en el escritorio que tenía detrás, le levantó el culo a Arnoldo y con la mano que le quedaba libre se abrió una nalga. Pidió: –dale, lameme la cola.
–Bueno, ponete y abrite bien –ordenó Arnoldo y, con la pijota en la mano, haciéndose la paja, empezó a lengüetear al agujero que se iba a cojer. Simón lloriqueaba de emoción. Cerraba los ojos y emitía gemidos calmos. Arnoldo empezó a meterle dedo. Comentaba mientras lo hacía “qué rico culo” o “qué bien se abre”. Al final, preguntó después de uno o dos minutos de lamida:
–Te voy a dar unos pijazos en el orto.
–Ay, si. Cojeme ya. ¡Soy tu nena! –se entregó el otro, que se volvió a abrir con una mano el ojete.
Yo no podía creer lo que estaba viendo. Me estaba pajeando con la imagen más impresionante: mi sobrino Arnoldo, el de la verga adolescente más grande que yo haya visto, se estaba por cojer a su primito de 14 años. Se paro atrás del pendejo, se manoteó la verga, que estaba estallando de dura y venosa, enorme. Apuntó y apoyó. Empezó a empujar. De a poco fue metiendo. Me di cuenta porque Simón abrió enorme la boca y ahogó un grito. Pero se la bancó como un buen putito y se dejó penetrar mansamente por ese vergón. Gemía un poco nomás, con algunos gestos de dolor, pero como Arnoldo iba suave (tenía experiencia…), empezó a cambiar la cara por un gesto de placer.
Y entonces, con un golpeteo rítmico que no me voy a olvidar nunca, empezó a bombear el culito de su primo.
El pibe recibía la verga por el culo y yo lo veía abrir la boca, enorme. No emitía gestos de dolor. Sólo abría la boca, como sorprendido del tamaño de la poronga que le estaba recorriendo el interior del culo, abriéndole cada uno de los anillos de su esfinter. Muy cada tanto soltaba un quejido, que parecía para tomar aire. El muchacho que le estaba metiendo sus 26 centímetros de pija, en tanto, le decía cosas increíbles. “Esta es la verga que te querías comer”. “Sentila toda, putito”. “Mirá cómo se te abrió el orto”. Las pocas veces que lo escuché decir algo a Simón fue, después de tomar aire, fue “cojeme, cojeme”, “que pedazo de vergota”, “te siento todas las venas de la pija” y, la que más me gustó a mí, “ay, las bolas, te siento las bolas golpearme el culo”. De hecho, a la altura de esta frase yo escuchaba el chasquido de esos bolones que colgaban a 15 centímetros de la poronga golpeteando las nalgas de Simón.
Así y todo, este impresionante espectáculo de la cogida, que yo disfruté pajeándome, no duró más de 5 minutos. Calientes como estaban los dos pendejos, el pijón morocho de Arnoldo y el pasivo goloso de Simón se apuraron para volver a la casa sin que sus mayores sospecharan nada. Fue por eso que a los 5 minutos de bombeo, Arnoldo se llevó la mano a la entrepierna, con ella se agarró sus 26 centímetros de verga, apretando todos los 8 centímetros de ancho, la sacó de culo de Simón y ordenó tras un breve quejido:
-Voy a acabar. ¡Tragame toda la leche, putito!
Entonces, cuando se apartó un poco de su primito para facilitarle la tarea de darse vuelta y arrodillarse para mamarle el guascazo, pude verle de nuevo la increíble herramienta. Estallaba de grande, llena de venas. Enorme y marrón, Arnoldo la agitaba con violencia. Simón se arrodilló, abrió la boca, esperó la leche. Pero como su primo, pajeándose, todavía no la entregaba, lo ayudó agarrando la terrible poronga con su manito. No la podía cerrar del todo, tan grueso era el pijón que le terminaba de desmantelar el culo, pero si embargo se esmeró para, ayudado por su otra mano (aunque con ambas no sostenía la mitad de la poronga), hacerse llenar la cara de leche. Fueron seis o siete lechazos terribles, todos en plena cara, algunos a la boca. Hasta oí el sonido de Simón al tragar el semen.
Pasó un rato hasta que Simón se la tragara toda, por eso Arnoldo se la dejó adentro de la boca, abierta enormemente para que le entrara, aunque sea, la cabeza y un poco más. Pasado ese rato, despacito, el primo mayor fue retirando su verga de la jeta de su primito. ¡Qué impresionante! Estaba ya un poco más blanda, pero todavía enorme. Era como si no le hubiera disminuido el tamaño sino que, más bien, se hubiera ablandado un poco, de modo que cuando la sacó toda, bamboleó pesadamente, como un péndulo de carne, un vergón ya relajado pero todavía de 26 cm por 8. Inmenso y venoso, a su vista en ese instante acabé bestialmente contra las retamas.
Arnoldo se subió las bermudas lentamente. Lo último que guardó fue su verga fofa y oscura, bestial. El chiquito se levantó, se acomodó las ropas y mientras su amante se ajustaba el cinto, le dijo contento:
-Pensé que me iba a doler pero no me dolió tanto. Quiero que me cojas siempre. ¿Me la vas a volver a dar?
Cuando hizo esta pregunta, Arnoldo ya estaba vestido y enmarcado por la puerta de salida. Asintió con un gesto y, agarrándose la tripa sobre la ropa, que todavía se le marcaba gruesa y larga, respondió:
-Cuando quieras, putito. Hoy le digo a la tía que me deje quedarme a dormir y a la noche te cojo de vuelta. ¿Dale?
El chico aplaudió, dijo que si y se fue tras su primo pijudo.
Cuando salí de atrás de las retamas de la casilla en que había visto la mejor cogida que vi en la vida, Arnoldo ya estaba por entrar a la casa con su primito puto y recién cogido. Se dio vuelta. Me vio. Sonrió. Se llevó, sonriendo, la mano al bulto, se lo apretó y me guiñó un ojo. ¿Me habrá visto espiándolos coger? Ya no importaba: me pareció que Arnoldo me había dado, con un gesto, su consentimiento para ello.
Fue cuando determiné que yo también iría a disfrutar de esa vergota, costara lo que costase. Y lo logré.
gran relato como sigue
esta muy bueno
lastima que esta repetido
Muy buen relato. Espero que lo continues y nos cuentes como lograste probar esa poronga.