"Descubrí mi lado femenino"
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Llevaba ya unos años teniendo ensoñaciones homosexuales, que no sé de dónde ni por qué habían ido llegando a mi vida a retales, de a pocos, sorprendiendo mi heterosexualidad, asaltándome periódicamente; hasta que los deseos fueron tomando forma y con el tiempo llegué a fantasear con mi boca saboreando un pene y con que me penetrasen analmente. Yo estaba algo sorprendido al encontrarme con estos deseos, pero me propuse ante todo mirar de frente mi realidad fuese cual fuese; bien porque siempre hubiera estado ahí y yo no lo sabía, bien porque por razones de evolución, de cambio, mi homosexualidad se estaba presentado a una edad madura. Lo mejor y más inteligente era aceptar mi verdadera condición, a pesar del miedo a la persistente homofobia social, etc.; lo más importante era no mentirme a mí mismo. Pero no estaba seguro realmente; en definitiva la cosa no pasaba de ser una fantasía con la que me masturbaba, introduciendo mis dedos en mi esfínter para excitarme y eyacular en mi intimidad; me preguntaba si era una verdadera inclinación o una obsesión de algún tipo. Con 41 años aún yo no sabía con seguridad si tenía realmente una faceta gay; en mi caso y en función del rol que busco al tener sexo yo llamo a esta faceta "mi lado femenino". Empecé a plantearme que debía buscar sexo real para resolver mis dudas, pero no me decidía en ningún sentido. Me topé con ello de forma totalmente gratuita e inesperada. Y fue absolutamente maravilloso: la penetración fue una liturgia impactante… reveladora; y aceptar la nueva experiencia que el azar me brindó fue mi mejor intuición y mi mayor acierto. También ayudo la suerte de toparme con un compañero de cama excepcional, de gran sensualidad y con mucha energía sexual.
Era verano. Calor y agobio a la vuelta del trabajo. El metro estaba abarrotado en hora punta de salida y por una duradera avería esperaba en el andén todo un enorme grupo de personas del anterior tren. Ya estábamos apretados y tuvimos que apretarnos aún más, como sardinas en lata, completamente pegados unos a otros. De cara al cristal de la puerta del fondo cada vez me empujaban más contra ella. Empecé a tener algo de claustrofobia e intenté relajarme un poco dejando la mente en blanco. Así fue como sentí un empuje fuerte e insistente en mi trasero, algo que era añadido a la presión de unas personas contra otras. Lo sentía claramente a través de mis muy finos pantalones. No me podía girar pues estaba casi totalmente inmovilizado pero por el cristal pude ver a un hombre de parecida edad a la mía con la mirada en el vacío, inexpresivo, en claro disimulo de lo que estaba haciendo. Era algo más alto que yo, su rostro era agradable, no había malicia en su rostro sino tan sólo un ligero tono de atrevimiento o travesura. Aprovechando la situación en la nos encontrábamos estaba clara e intencionadamente apretando su paquete contra mi trasero con descaro y continuada insistencia, pero salvo gritar era difícil evitarlo con una mochila en un lado y otra persona absolutamente encorsetada en el otro. Me sentía violentado y estaba a punto de girarme a pesar de los obstáculos cuando una chispa en mi mente se encendió, una idea vino de lo más profundo de mi cerebro, instintiva; una imagen fantaseada mil veces se materializaba en mi piel, en mis nalgas; y sentí una especie de vértigo ante lo desconocido que me atraía irresistiblemente como la gravedad. Sentía un fuerte calor en mi culo y me sentía muy raro, pero lo crucial era que no me estaba resultando desagradable; muy al contrario me parecía encontrar algo nuevo y distinto en mi vida que me llamaba la atención y merecía la pena ser explorado. Todas mis fantasías me vinieron a la mente y se actualizaron en ese contacto de su entrepierna con el canalillo que marcaba mi figura. Y me vino a la cabeza como si de una inspiración divina se tratase: ¿por qué no esperar a ver qué siento? Miré de nuevo a mi acosador y ahora me miraba a los ojos reflejados, mientras apretaba con cierta cadencia su polla contra mis pantalones. Se había propasado muy claramente y su apuesta podía salirle mal; su atrevimiento me pareció arriesgado, pero siempre me ha llamado la atención quien se plantea hacer cosas distintas a los demás. Tras un minuto de larga indecisión mi cuerpo, -que no mi mente-, decidió por mí: mi trasero se apretó instintivamente contra el paquete de mi amigo, mi columna se curvó para imprimir un movimiento receptivo a mis nalgas que se abrían un poco ante el empuje de su bulto, y mantuve mi propio empuje sobre el suyo en clara aceptación de su invitación. Ante mi respuesta mi amigo se motivó aún más y me sonrío levemente mientras buscaba ahora con el extremo de su abultada entrepierna ahondar todo lo posible en un culo que se abría y redondeaba receptivo. Nadie más advirtió nada en el vagón. Ahora las miradas se mantenían fijas y el juego se mantenía en un tira y afloja de presiones con una cadencia muy clara, un ritmo inequívoco. Poco a poco se fue por fin vaciando en tren y ahora me di la vuelta para encarame con el desconocido que me miraba serio pero con gesto sincero y abierto. Creo que nuestras miradas lo dijeron todo.
Al llegar a Antón Martín me hizo un levísimo gesto con la cabeza para salir y, aunque todavía no sabía hasta donde iba a llegar con todo esto, mi cuerpo quiso seguirle; era mi cuerpo quien decidía y parecía querer aventuras. Salimos y ya en la calle sólo me dijo que vivía cerca, nada más. Le seguí. Franqueamos un portal y al hacerlo comencé a tener dudas sobre lo que estaba haciendo. Pero reconocía que había sentido placer al empujar mi espalda contra su sexo y me daba cuenta perfectamente de que quería pasar por esa experiencia, a pesar de que una parte de mí estaba extrañado y asombrado. "Por qué no", ese pensamiento dominaba mi mente. Si hasta ese momento no había tenido experiencias gais era porque no me había sentido gay conscientemente, pero quizás era el momento de abrirme a cosas nuevas. Tenía dudas, pero era más fuerte la curiosidad y un sentimiento muy fuerte y primitivo de deseo de unión sexual y encuentro carnal. Entré más tranquilo en su pequeña y recogida casa pero cuando cerró la puerta comencé a temblar sin poder evitarlo. Mi amigo abrió el ventanal y una bocanada de aire tibio inundó la habitación; la temperatura era agradable, el vientecillo suave y cálido parecía una invitación al disfrute, estimulaba mi hedonismo. Sin decir nada él se me acercó y cómo si adivinase mi pensamiento me dijo: tranquilo, sólo se trata de disfrutar, nada más… Se quedó quieto, y yo no sabía qué hacer.
Tomó la iniciativa pues estaba bastante claro que yo no sabía, y me acarició la cara y me cogió la mano. Su calidez me resultó reconfortante y ya entonces yo estaba decidiéndome que al margen de su sexo dos personas pueden encontrarse en la cama y saborear un cuerpo a cuerpo a salvo de maldiciones, tabúes, prejuicios… Balbuceé algo así como que yo no sabía nada… y él se debió enternecer ante mi inexperiencia y con un chssss me hizo callar y me besó en la boca: primero superficialmente, y tras un instante de incertidumbre yo le respondí porque me estaba gustando. Poco a poco el beso se fue acalorando y se hizo más profundo, hasta que él se decidió a introducir su lengua en mi boca y aquello fue toda una declaración de intenciones y un preludio de nuestros respectivos comportamientos: yo al sentir su lengua fui a buscar la suya con la mía y la rodeaba suavemente como si de un caramelo se tratase y le daba pequeños mordisquitos en sus labios. Mientras eso pasaba nuestras manos -y yo no había sido consciente de ello, fue inercia- iban recorriendo la espalda y la cintura del otro. Yo, instintivamente terminé abrazándole a la altura del cuello, como hace una mujer normalmente: estaba totalmente claro que mi rol era el de hembra, en el sentido de que quería sentirme en ese otro lado, saber cómo vive una mujer la penetración y el sabor del cuerpo de un hombre, me sentía receptivo 100 por 100, deseaba ser su hembra, que me tratase como tal, dar placer a su cuerpo y a su sexo. Se quitó la camisa que vestía y con un ademán me animó y ayudó a sacarme mi polo. Acarició mi pecho y bajó las manos hasta el elástico de mi pantalón y me lo bajó, agachándose para sacar cada pernera. Quedé en calzoncillos con mi paquete abultadísimo a la vista, dejando muy claro que estaba especialmente excitado. Me acarició el bulto, que estaba duro, y con ello sentí un primer enorme placer; después pasó sus manos por mis nalgas, palpando con gusto unas carnes que deseaba con la mirada.
Yo tenía la mente en blanco, yo ya no era yo, no había un hilo de pensamiento en mi cabeza, todo yo era el momento que estaba viviendo, al que me estaba dando incondicionalmente y por completo; me entregaba a su entera disposición, a su deseos y a sus actos. Mi rol era el de tierra a conquistar, no en vano era literalmente virgen. La acción era suya, yo receptivo, estaba claro en la mente de los dos. Entendiendo que debía dirigirme, cogió mi mano y la llevó a su paquete; me apretó la mano para que a su vez yo apretase su polla y sentí también un enorme placer al palpar por primera vez la suave dureza de un pene erecto distinto al mío propio; estaba durísimo y caliente; era agradable acariciar sus formas y sentir que mi roce producía reacciones placenteras, y era prometedor que estuviese tan duro, tan tieso. Tras un tiempo que no sabría calcular llevó sus manos a mis hombros y me empujó levemente abajo mientras con la barbilla me indicaba la dirección. Yo le sonreí entendiendo lo que quería y aceptándolo con mi mirada descendí lentamente y pasé a concentrar mi atención en su sexo. De rodillas mi cabeza estaba a la altura adecuada y me hipnotizaba el escenario de mi próxima actuación.
Desde abajo desabroché su cinturón y los botones de su bragueta, abrí y bajé como pude el cuerpo del pantalón y quedé enfrente de un calzoncillo que contenía mi juguete. Llevé mis manos a los laterales y le bajé la tela hasta destapar una enhiesta verga que se balanceó al salir de su encierro: tenía una polla algo más grande que la mía -y la mía no está nada mal-, y también algo más gruesa. Sobresalía el glande y la piel se me antojaba satinada, color caramelo. Me pareció muy apetecible: le miré a los ojos desde abajo para que se percatase de que asumía su voluntad… …y abrí todo lo que pude mi boca y con mis labios rodeé su glande y su tallo, lentamente, saboreando lo que hacía, retrocediendo para volver a avanzar con sólo pequeños giros de mi cabeza para mejorar la sensación de llenarme por completo de su volumen, sintiendo un deleite absoluto al recibir el olor de su sexo, indescriptible, medio agrio medio ácido, muy adictivo. Me tomé mi tiempo mamándole la polla, y creo que le di bastante gusto por los gemidos que emitía. Movía sus caderas al ritmo de mi mamada mientras decía: así, así… Y apoyaba sus manos en mi cabeza. Llevé mis dos manos a su escroto, y lo manoseé con avidez, lo que le dio mucho placer y le hacía mover la cabeza hacia atrás.
Después saqué la lengua y empecé a lamerle la polla, que ahora brillaba con mi saliva, la besé y llevé mis manos a sus carrillos para atraerle hacia mí, y comencé ahora a mamarle la polla con rapidez, como si mi vida me fuese en ello: era una sensación rara y nueva, un cilindro voluminoso en mi boca, con sabor a piel y a sudor -me encantaba ese sabor-, que me llenaba la boca y me la vaciaba y que por contagio producía espasmos en mi ano, que parecían indicarme a mí mismo donde quería que terminará metiéndose aquella verga dura como una piedra. Me dijo que parara, pues estaba a punto de correrse. Me miró con satisfacción, contento con su aprendiz, y me mandó tumbarme en la cama. Se arrodilló delante mía y me quitó los calzoncillos que aún llevaba puestos. Pareció contento con lo que se encontró. Me dijo que elevase las rodillas y las sujeté con mis manos, dobladas. Se tumbó de lado entre mis dos piernas y sin mediar palabra comenzó a lamerme el ano. Yo sentí un espasmo, di un pequeño respingo; pero me pareció súper excitante y sentía que se me dilataba todo mi ser. Abría con sus dedos mi culo e introducía su lengua por mi esfínter y lo lamía en círculos de fuera a dentro, como si de acertar en una diana se tratase. Después se alzó un poco y empezó a comer mi polla, y os confieso que nunca había sentido tanto placer con ninguna mujer: era una situación trasgresora, un escenario nuevo que amplificaba mi excitación y mi disfrute.
Me mamaba de arriba abajo con conocimiento y causa, y me masajeaba los huevos al unísono. No sé de dónde cogió un sobre de lubricante y lo vertió entero en mi ano. Pasó sus dedos por el gel y sin dejar de chupar me empezó a masajear con ellos el esfínter en círculos concéntricos cada vez más pequeños, hasta que introdujo un dedo en mi culo. Ahora yo flotaba en la vivencia como drogado, yo sólo era disfrute y sólo quería continuar así, quería más. Con su dedo dentro de mí siguió haciendo movimientos circulares, presionando las paredes de mi recto hacia afuera para que se abriese y dilatase. Este chico sabía lo que hacía. Introdujo un segundo dedo y continuó con el mismo trabajo. Me seguía mamando la polla, y yo sólo me preguntaba dónde había estado escondido tanto placer durante toda mi vida… Metió un tercer dedo pero pronto decidió que ya estaba preparado y se puso de rodillas delate mío. Instintivamente me abrí el culo con mis manos: más abierto y receptivo no podía estar. Se meneó un poco la cola para recuperar la erección total y me colocó la punta del glande en la boca de mi grutita. Me dijo que hiciese un poco de fuerza hacia fuera, y al hacerlo presionó su polla contra mi esfínter y venció muy fácilmente la leve resistencia que encontró y entró en mi interior con todo su volumen y dureza, lo que os digo que me ha cambiado la vida; me supuso una experiencia mística, me sobrepasaba lo que estaba sintiendo. Su polla se introducía en mi cuerpo atravesándolo en toda mis dimensiones. Lo que sentía en mi recto se transmitía como ondas en todo mi abdomen, en todo mi ser.
Su pene se abría paso rítmicamente entre mi carne avanzando lenta e inexorablemente hasta el fondo; continuó así hasta el final, hasta que introdujo toda la longitud de su virilidad en mi culo y ahí permaneció quieto unos segundos para hacerme sentir lleno de él, poseído por él, adoctrinado en la única religión verdadera…Me alzó un poco con sus manos y se dispuso a follarme y cabalgarme durante una larga sesión. Yo no paraba de gemir. Me folló lentamente y frenéticamente, tanto me cogía el culo y me levantaba hacia él como apoyaba su cuerpo en mis piernas y gemelos y meneaba entonces la cadera con mucha fuerza. Me folló del todo, y como os digo la sensación de tener toda su polla dentro era absolutamente arrolladora para mí. Me miraba comiéndome con la vista mientras me comía con el cuerpo. Con todo su sexo dentro de mí, me sentía lleno; hasta la boca sentía que estaba repleta y yo la abría como si reviviese la mamada que le había hecho y el sabor de su polla. Sentirse penetrado es maravilloso. Que una polla entre en tu cuerpo y que esa polla se excite y disfrute con tu cuerpo es un placer auténtico. Su cilindro seguía entrando y saliendo con completa facilidad y produciéndome millones de vibraciones en cada milímetro de mí organismo. Me dijo: date la vuelta y ponte a cuatro patas, abre las piernas. De nuevo colocó su verga en mi ya abierto agujero y la metió sin ninguna dificultad, agarrándome la cadera con las manos para sujetarme y atraerme hacia él. Me Cabalgó así durante otra larga sesión, y sin pajearme ni tocarme el pene lo más mínimo mi excitación era absoluta y yo ya no supe ni pude ni quise contenerme, y me corrí abundantemente mientras todo mi yo era mi recto recibiendo sus embestidas y sus bombeos. Qué enorme placer sentí con ese orgasmo total. Daros cuenta de que me corrí sin rozar mi polla, sólo a base de la lascivia que me producía que me follasen, sólo a base de la excitación de encontrarme en esa situación que quizás me había prohibido durante demasiado tiempo…
Él, que tenía un control envidiable, al sentir mi éxtasis me sujetó con más fuerza y aumentó su frecuencia para correrse muy poco después que yo: con su polla completamente metida en mi cuerpo, me retuvo con las manos y empujó varias veces mi culo sin despegar los huevos de los míos, sin retroceder, emitiendo finalmente un alto suspiro de placer: yo supe que se estaba corriendo, y que estaba disfrutando de lo lindo.
Tras la fusión y su clímax, retiró su verga de mí y se tumbó jadeante a mi lado, pegadas las pieles. Le miré de soslayo, deslumbrado aún por su mezcla de sereno erotismo y concupiscencia. Yo tenía una sonrisa en la boca, una sonrisa de felicidad pues me parecía tremendo el placer vivido y sentía una inmensa satisfacción con tanto y tan buen sexo. También disfrutaba de una revelación cristalina y rotunda: me encantaba ser follado en la realidad, no sólo en la fantasía; y a partir de ese momento tenía un mundo entero por descubrir y practicar. Cuando recuperó el aliento me habló: nunca había follado un culo que se moviese tan bien… Y yo me quedé perplejo, pues no había sido consciente de mis propios movimientos, que habían sido reacciones automáticas ante su entrada y su salida constante en mí. Estaba claro que las sensaciones vividas habían estimulado mi propia carnalidad y ésta se había manifestado espontáneamente: como respuesta a cada uno de sus actos había imprimido mi propia secuencia de serpenteos lujuriosos, captadores de sus movimientos, receptores de sus acometidas… Era lógico, me había gustado mucho y se me había notado también mucho. Resultaba halagador saberse sabroso en la cama. Como medio tonto contesté preguntando a mi vez: ¿de verdad?… Y él se ladeó y me besó en el hombro mientras añadía: hacía mucho que no me lo pasaba tan bien…
Luego el silencio inundó la habitación, una ligera y cálida brisa hacía vibrar un visillo. Quedamos momentáneamente adormilados, en claro abandono a la relajación posterior a un coito. Pero la situación, al menos para mí, era absolutamente excepcional, y resultaba tan excitante que muy pronto vinieron a mi cabeza las sensaciones placenteras, y mi libido y mi deseo se recuperaron con una velocidad pasmosa. Me ladeé y mi mano se adentró en su entrepierna, ahora relajada y jugosa, y mis dedos retozaron con su flacidez y se deslizaron suavemente ayudados de los restos de lubricante. Apachurraba el conjunto, y me detenía en sopesar sus testículos, como valorando su tesoro, mientras le miraba con evidente calentura. Me escurrí hacia abajo, me coloqué a la altura de su pubis y sin ocuparme de pedir permiso comencé a mamarle de nuevo la polla con deleite. Me regodee en ello, sin tiempo ni plazos, dándome por entero al placer que regalaba y sentía. Lentamente aquella masa maleable fue tomando cuerpo, cada vez era menos blanda y estaba más estirada; me encantó sentirla crecer rodeada de mis labios, me entusiasmó ver cómo a cada latido de su corazón mi boca tenía que abrirse más y más. Me asombró la notable erección que obtuve con mis caricias y pude constatar que desde el reposo se había recuperado completamente. Él me miró con complacencia. Me dijo: gírate. Obedecí y me tumbé de espaldas a su cuerpo. Besándome en la nuca me palpó con deseo una vez más el trasero y yo respondí arqueando mi espalda para ofrecerle mi ano. Siguió chupándome la oreja, lo que me resultó muy excitante, metió su mano por mi acanaladura para abrirme y levantarme una pierna, que apoyó en su rodilla manteniendo abierta la entrada de mi grutita, y supe que su aparato estaba tan dispuesto como antes al notar la solidez de su pene en mi entrada, que yo ya ofrecía con la espalda arqueada, completamente abierto para recibirle. Ensalivó su mano y con ella dirigió la punta de su glande hacia mi ano y con un movimiento circular sondeó el punto exacto de penetración. Yo me preparé sin necesidad de indicación alguna y me dispuse a recibirle una vez más en mi seno: presioné instintivamente mi esfínter hacia fuera y él entró despacito en mi recto, provocándome el delirio en una postura que nos permitía el contacto total de nuestros cuerpos, que ahora comenzaban a sudar suavemente llegando hasta mi olfato el olor de su piel mezclado con el agrio y dulce de su sexo. Con su mano comenzó a manosear mi pene, sin parar de meter y sacar su polla de mi agradecida trasera.
Estábamos de nuevo follando como locos, la corrida anterior no había sido el final sino sólo un capítulo. Y yo efectivamente me estaba volviendo loco sintiendo cómo en mi profundidad mi próstata era tonificada y aguijoneada, y cómo mi esfínter era dilatado y mi almorrana era remachada por su miembro con su ingreso y reingreso constante. Me tenía completamente empalado y sus huevos se juntaban casi con los míos aunque caían de lado. Un nuevo éxtasis se anunció en mi interior; vino de muy profundo y de muy lejos, aumentando su intensidad con una maravillosa lentitud que me produjo el orgasmo más largo y plácido de mi vida. Él me follaba y me pajeaba y empecé a jadear como manifestación exterior de lo que pasaba dentro de mí; ahora mi polla empezó a tener pequeñas convulsiones y no pude ni quise evitar que brotase mi semen a pequeños impulsos, en plácidas bocanadas que parecían no tener fin pues tras unos instantes de aparente parada sobrevenía un nuevo chorro. Tal era mi estado de excitación, tal mi imponente ardor. ¡Qué gusto sentí! ¡Qué agotadas tenía las fuerzas a base de derrochar estímulos! Había vaciado todo mi ser, todo mi deseo, todas mis fantasías. Me había vuelto del revés, había salido fuera de mí, había colmado toda la satisfacción del mundo. Él recogió parte de mi semen en su mano y me lo extendió por el pene y el escroto como si de una crema se tratase, y me llamó la atención la naturalidad con que lo hizo.
Luego dejó mi entrepierna, me agarró por la cintura y siguió bombeando para alimentar su propio placer. Al rato me dijo que me colocase sobre él. Se tumbó y yo le miré interrogante porque no sabía qué quería exactamente. Me dirigió con sus manos, me atrajo hacia sí invitándome a pasar una pierna por encima de él y quedé abierto de patas a su disposición. Su polla larga y húmeda estaba debajo de la mía. Tenía claro lo que restaba por hacer, pero quería alargar al máximo el placer y me escurrí hacía abajo para agacharme y chuparle una vez más su pene, que introduje hasta el fondo de mi garganta para después levantar la cabeza mientras le apretaba con fuerza con los labios para provocarle la máxima erección posible; pero él tenía ganas de terminar y me dijo: métetela ya que estoy a punto… Me coloqué con mis rodillas a ambos lados de su abdomen. Me alcanzó un sobrecillo de lubricante y lo abrí sin dejar de mirarle a los ojos, y lo repartí entre su pene y mi orificio. Con mi mano recorrí toda la longitud de su verga de arriba abajo y sin remilgos me incorporé y coloqué mi abertura a la altura de su extremo: era mi turno, ahora era yo el que tenía que actuar clavándome aquella espada en mis entrañas. Lo hice ya con plena conciencia de lo que iba a sentir, y fui descendiendo muy despacito sobre su proyectil para sentir todos los milímetros de carne entrando en mi recto. Comencé a cabalgar subiendo y bajando, remontando sobre el palo que me empalaba y apuñalando mi ser constantemente con su arma. Llenándome y volviendo a llenarme. Curvó su espalda y se corrió en mi interior en un empuje sostenido. Me encantaba verle tan descargado, tan aliviado.
Quedamos quietos, con su polla aún clavada en mi culo, saboreando el instante. Al rato me recosté y descansamos un tiempo mirándonos de vez en cuando a los ojos, pues los dos creíamos haber tenido suerte con nuestro encuentro. Me ofreció una bebida y después me alcanzó una toalla y me indicó dónde estaba la ducha. Después de aquello pasaron más cosas entre nosotros, pero eso es para otra ocasión.
Si alguno de vosotros queréis tener un encuentro sexual conmigo parecido a este, escribidme a lorx69@yahoo.es y quizás podamos vernos…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!