Desde los nueve años, fui iniciado… por un cura Parte 2 y final
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maurohotxxx.
Mi propia iniciación anal
Hice mi primera comunión a los nueve años y también mi primera rasurada. Mis bigotes me quitaban el verdadero aspecto de niño que debía tener, así que mi padre me enseñó a usar la hoja de afeitar. Sentí esa sensación de ser adulto…
Éramos varios los que debíamos cumplir con el ritual de iniciación en la fe… Sin saberlo también lo sería para mí, pero en un sentido distinto…Y jamás imaginado.
Nos reuníamos en un lugar de la casa donde vivían los sacerdotes. Pertenecían a la orden de los franciscanos y venían de Bélgica. Eran tres, uno ya muy viejo, y dos de sesenta y cincuenta. Este último era quien nos adoctrinaría en la fe y nos daría las indicaciones pertinentes para la ceremonia. Había otro, que sólo era hermano y quien se ocupaba de las labores domésticas. De él se contaban muchas historias de viudas, solteras o casadas infieles que eran atendidas en sus necesidades ‘espirituales’ por el atractivo y varonil hermano.
El padre S, era alto, de pies grandes, calzados con sandalias de cuero y suela de goma, en invierno y verano y una gruesa sotana que vestía sin ropa interior –como pude constatar después-. Usaba lentes para corregir su miopía y sus manos, grandes, de campesino, lucía dedos amarillos de nicotina. Fumaba tabaco rubio proveniente de su Bélgica que poseía un aroma especial, muy distinto del tabaco negro que se fumaba en aquellos tiempos de olor pesado y desagradable. Los cigarrillos y la pipa del cura nos hacían sentir en un mundo distinto, acogedor, exótico…
Rápidamente, y después de hacernos leer los textos, separó a tres de nosotros, Pascual, Alberto y yo, quienes podíamos leer con fluidez y además con capacidad para aprender los textos en latín que eran obligatorios en la misa.
Empezó una rutina que llevaría a despertar con fuerza una inclinación que me acompañaría toda la vida… Bueno pero vamos a los hechos…
Durante la semana, la catequesis era compartida por la docena de chicos que haríamos la primera comunión ese año. Pero, los fines de semana el cura nos pedía que le ayudáramos en la misa. Pascual y yo, lo hacíamos los domingos en la mañana y Alberto lo hacía en la misa vespertina.
Un domingo debí hacerlo solo porque Pascual estaba enfermo, un resfriado que le había atacado con extrema virulencia y que le hizo faltar un par de semanas a la escuela.
Después de la misa matutina y como era habitual, nos sacamos los hábitos y nos dirigimos a la recámara del cura. Siempre nos servía un frugal desayuno que consistía en café, frutas y nueces e higos secos.
Pero esta vez fue distinto. En vez de sentarme en una de las sillas, me pidió que me sentara en sus rodillas. Yo no capté de momento las verdaderas intenciones del cura. Lo hice gustoso, feliz de esa muestra de afecto y familiaridad. Le contaría a Pascual para ver la cara que ponía.
Lo que siguió no era como para compartirlo. Mientras comía nueces e higos, el cura me acariciaba la cabeza y me revolvía el pelo. Me acercaba a su pecho y me alejaba, sonriendo…
Estaba muy feliz. Pronto sentí que su mano bajaba, me acariciaba el estómago, luego, bajó a mis muslos y, sorpresa, se introdujo por un lado de mi pantalón corto. Sentí el calor de su mano en mis nalgas…Luego avanzaba y retrocedía hacia las cercanías de mi pene y de mi…culo.
Mi corazón estaba encabritado. Cerré los ojos. Empecé a sentir cosas. Cosquillas en mi piel. Y una corriente de calor que me subía desde el lugar en que era accedido por las manos ávidas de mi carne del cura… No cabía duda. El juego ya se había iniciado y no pararía. Mi consentimiento era tácito. Me había abandonado a sus manos. Esas caricias que sabía muy bien cuál era su objetivo, eran aceptadas y hasta gozadas por mí.
No hubo palabras, sólo ese espurio y excitante manoseo que no quería que se detuviera. En mi interior, me decía que siguiera, que no parara, que quería saber hasta dónde llegaría la lujuria del sacerdote… Mientras en mí se desataba un verdadero volcán en que las imágenes eróticas se sucedían unas a otras. Chino penetrando a Lalo. Lalo mamando mi verga. Chino chupando el ano de Lalo…Lalo recibiendo mi verga con agrado y movimientos de perrita sumisa…
Ahora, cuando me contemplo desnudo en el espejo y éste me devuelve la forma perfecta de un culo apetecible rematando en dos piernas gruesas y bien formadas, pienso en lo que despertó en ese pobre cura: llego a la conclusión de que fue seducido por mí. Porque no me cabe duda que mi vestimenta, un pantalón corto que dejaba ver el inicio de mis nalgas al final de mis piernas bien formadas habían ejercido un poderoso embrujo sobre él.
Este juego se prolongó varias semanas, sin que pasara más allá de esos escarceos que disfrutaba con mucha ansiedad. Mis sueños de esa época eran relativos a la penetración ansiada y esperada que llegaría en cualquier momento… Me despertaba y me masturbaba con el riesgo de que mi hermano me sorprendiera…
Los juegos eróticos anales arreciaron…
Fue el tiempo en que descubrí lo mucho que me gustaba introducirme variadas especies en mi culito mientras me masturbaba. Mi madre me ponía enemas frecuentemente cuando era pequeño y no podía defecar con regularidad. Al principio me rebelaba, pero después empecé a echar de menos esos lavados anales… Lo hacía desde hace bastante tiempo. Gotarios que llenaba con agua y me los introducía me daban una rica sensación de placer hasta el día de hoy. Descubrí los cirios. Primero muy delgados y no más gruesos que uno de mis dedos. Pero luego vi uno en la iglesia que se me antojó que era la réplica del pene del cura que me manoseaba…
Lo llevé a mi casa y lo escondí. Cuando iba al baño, lo llevaba y me complacía en lamerlo como había visto a mis compañeros en los paseos al río en que jugábamos sexualmente. Chino intentó una vez que le mamara su pene, pero yo me rehusé. No insistió porque le tenía amarrado con su secreta violación a Lalo. Aunque siempre me calentaba haber tomado el lugar del seducido y violado… Pero, la vida me reservaba algo mejor, más fuerte y que no podría compartir con nadie.
Una tarde, el cura después de una salida dominical al campo, me llevó a su habitación. Me dijo que nos cambiáramos los hábitos allí. No me pareció raro. Subimos. La casa estaba sola. Ningún sacerdote deambulaba por esa ala de la mansión. Al llegar, abrió el gran candado y entramos. Cerró con una gruesa tranca. Me hizo dar un vuelco en el corazón…
Se sacó los hábitos. Me dijo que hiciera lo mismo que él. Me desprendí de mis hábitos. Me miró y me dijo que me sacara también los pantaloncitos. Quedé en calzoncillos. Cuando me di vuelta a mirar, él estaba de espaldas. Su trasero velludo estaba al aire. Se dio vuelta hacia mí y me cogió de la mano. Esta vez nos sentamos en la amplia cama. Me sentó en sus rodillas. Empezó el juego conocido, pero ahora desnudos. Cerré los ojos. Sentía sus manos recorrerme el cuerpo. Su boca, sus labios, degustaban mi carne… La excitación hizo que mi pequeño pene se pusiera duro. No quería mirar. De pronto sentí cerca de mis muslos, la gruesa y enhiesta verga del cura que me rozaba. Un estremecimiento de calentura me recorrió. Sin mirar, cogí esa herramienta descomunal y la acaricié, masturbándola. El cura me introdujo la mano en medio de mis nalgas. Empecé a revolverme en ella. Se llevó la mano a la boca y ensalivó sus dedos. Uno de ellos empezó a pasar suavemente por la entrada de mi culo… No pude más y me dirigí a su verga. Como no me cabía en la boca, hice lo que hacía con la paleta de helado: lo lamía desde el tronco a la punta, recogiendo las gotas preseminales… El cura empezó a retorcerse entre suspiros y gemidos…Su dedo que estaba acariciando la entrada de mi cuevita, empezó a pugnar por entrar… Es cierto yo ayudaba abriendo y cerrando mi culito… Hasta que de pronto su dedo entro entero en mí. Di un respingo. Un estremecimiento de placer me recorrió. El cura lanzo sobre mí su leche espesa, resbalosa, gelatina acumulada por tiempo de abstinencia…
Llegaba la hora de la verdad. Esta dispuesto a todo. Sabía que me dolería, pero ¿qué era el dolor comparado con el placer? Un precio que se paga…pensé… Y estaba dispuesto a pagarlo por saber qué haría ahora el cura.
La hembrita del cura
El cura empezó a retorcerse entre suspiros y gemidos…Su dedo que estaba acariciando la entrada de mi cuevita, empezó a pugnar por entrar… Es cierto yo ayudaba abriendo y cerrando mi culito… Hasta que de pronto su dedo entró entero en mí. Di un respingo. Un estremecimiento de placer me recorrió. El cura lanzo sobre mí su leche espesa, resbalosa, gelatina acumulada por tiempo de abstinencia…
Llegaba la hora de la verdad. Esta dispuesto a todo. Sabía que me dolería, pero ¿qué era el dolor comparado con el placer? Un precio que se paga…pensé… Y estaba dispuesto a pagarlo por saber qué haría ahora el cura…
Esa escena aún la recuerdo y me produce escalofríos y descargas eléctricas en todo el cuerpo. Creo que sólo quienes experimentaron el sexo a temprana edad y más aún con un adulto que te provoca y al cual deseas y…temes, podrán entender qué es lo que ocurrió y aun ocurre en mí…
La semana recién pasada estuve con mi amigo chef en su casa en la playa. Me recibió en el living de su casa. Cuando ingresé, estaba programando la música que tendería una cortina de sonidos para que yo pudiera expresar con plena libertad los intensos sentimientos que me produce la introducción de un pene erecto, grueso y largo con la energía de un hombre viril y rudo…
No bien entré, me dio vuelta y me allegó su pene por detrás para que sintiera como estaba de rígido. Me arrancó los pantalones y me dejó el culo al aire. Puso su cabeza, en la entrada, y antes de que me penetrara, interrumpí la inminente acción y le recordé el condón.
Me dirigí a su verga. Mientras me empapaba de los olores que provenían de su sexo, entre sudor y aromas culinarios, el mar y su presencia de sales y algas, me llevaron a tragarme su verga hasta las amígdalas. Me cogió de la cabeza y me folló con fuerza, casi con desesperación…
La primera vez que el cura intentó que le hiciera sexo oral, no pude tragarme su pene y me limité a saborearlo como si fuera un cono de helado. Aún así, lengüetearlo me daba una sensación de gran excitación. Sabía que después vendría la esperada, deseada, anhelada penetración…
El chef se puso el condón y me dobló la cintura. Quedé ofreciéndole el culo siempre sediento de verga… La introdujo sin ninguna clase de miramientos. Atravesó el primer anillo y llegó al segundo en que mi cuerpo reacciona involuntariamente cerrándose y entonces el dolor de la penetración se siente… Ya estoy acostumbrado. Deseo sentir ese dolor, preludio del placer, del intenso placer de las hembras calientes como yo. Iniciado muy tempranamente, como una hembrita…
Esa primera vez… Como no recordarla…
El cura desnudo encima de mí, aplastándome con su tremenda humanidad, cubierto de pelos desde el cuello a los dedos de los pies, rezumando olores de macho, sudor y tabaco… Puso su verga entre mis piernas por encima de mi penecito y me hizo juntarlas aprisionando su sexo. Empezó a follarme como un toro se coge a la hembra. Su aliento lo sentía en mi oreja y era un vendaval que me recorría el cuerpo entero. Mientras más pujaba y empujaba el pene, más le apretaba entre mis muslos. De pronto, empieza a resoplar… Un estertor y otro y un torrente de semen me inunda las piernas y corre hacia la cama. El cura sale de encima de mí y se tiende de espaldas en la cama.
Veo mi oportunidad y escurro con la mano el semen hacia mi culito y me monto encima de él.
-¿Qué haces, chiquillo loco?
No lo escucho. Pongo su verga mojada en la entrada de mi cuevita y empiezo a cabalgarla. Sólo la punta de la cabeza está en el borde externo.
Pero mi ímpetu puede más que la imposibilidad de ser penetrado. Mi deseo se acrecienta y poco a poco se van distendiendo los anillos de mi culo. El semen ha funcionado como lubricante. Siento la cabeza abriéndose paso en mi estrecha cueva. Mi deseo va creciendo y el dolor se hace soportable a ratos, insoportable otras.
Ahora el cura me ayuda a empujar y está rígida de nuevo su tremenda herramienta… Me abraza y de los hombros me atrae hacia él. Cierro los ojos. Pienso en lo mucho que he deseado estar así. Empalado, clavado a esa magnífica pichula. Mi obsesión de noches de masturbaciones y sueños húmedos, ahora iba camino a cumplirse totalmente; mi deseo se hace realidad, brutalmente.
Un último intento mío seguido de otro del cura que ya está enceguecido de deseo y lujuria. Un brillo extraño veo en sus ojos. Estoy como hipnotizado. No siento dolor, sino un deseo enorme, gigantesco, horroroso de ser estacado allí… Y lo estoy consiguiendo. Un poco más y esa verga estará entera en mí. Se producen estertores de placer mezclados al intenso dolor de la dilatación forzada. Soporto. Inspiro aire y mi culo parece recibir la orden y se distiende un poco más. El pene crece dentro, pero el culo es más elástico y resistente… El deseo redobla mi resistencia. He deseado tanto ser la hembrita del cura, su perrita…
Arggggg- gime el sacerdote- .
La lujuria puede más que la cordura. Me atraviesa de un envión. Siento que me desmayo. Ahogo un alarido en mi garganta. Sale un ronco gemido. Luego, suspiros. Se ha completado la titánica tarea. La verga del cura ha tocado fondo. Siento sus pelos casi rozar mi piel. Eso me pone a mil. Me revuelco. Inicio un baile frenético encima del cura. Lo veo revolverse. Sus ojos se han puesto blancos… Recordaré esta visión cuando mi mujer haga lo mismo en un orgasmo tan intenso que llega al estado de hipnosis total. Ahora tengo el control del acto y está en mis manos. El seducido es él. El seductor soy yo.
Alguien podría decir que estoy poseído. Sí, poseído por el deseo…
Los días siguientes no hablamos de nada de lo que hicimos. La cosa era como si se hubiera olvidado y no hubiera pasado nunca.
Llegó el fin de semana y volvíamos del periplo rural en que se llevaba la misa a las localidades apartadas. Habíamos salido casi de madrugada. Volvimos cuando el sol se ponía. Ya nunca más el cura permitió que nos acompañara nadie. Sólo él y yo. Su hembrita iba siempre callada y provocativa. El pantalón corto dejaba mis nalgas casi descubiertas. Cada vez que podía me agachaba delante de él a recoger lo que fuera. Lo importante era pone ante sus ojos la tentación que lo había llevado a cogerme…
Llegamos a su dormitorio. Entramos. Cerré la puerta con la gruesa tranca. El cura trató de decir algo, pero no lo hizo. Se despojó de sus hábitos y quedó desnudo ante mí. Yo hice lo mismo. Pero esta vez fui yo quien lo llevó hasta la cama, Lo hice tenderse y me subí a horcajadas a darle una mamada, mientras le dejaba el culo a su disposición.
Frenético 69. Me daba lengua como si fuera su pene el que me penetraba. Mi boca subía y bajaba por su verga, mientras mi lengua se posicionaba como una serpiente alrededor del pene.
Cuando sentí el culo suficientemente ensalivado, me di vuelta y me senté encima apuntando mi hoyito a su miembro. Esta vez, el cura dio el primer empujón y mi culo se abrió para recibir la mitad dentro de él.
Me levanté y lo expulsé hasta la entrada. Tomé aire y ¡Zas! Con un impulso certero me senté con fuerzas hasta llegar al final de mi esfínter. Un dolor intenso. Retuve el aliento. Me quedé un momento quieto, intentado acomodar al gigante en su estrecha madriguera… El cura reaccionó. Lo retiró un poco, pero yo volví a ensartármelo con fuerza. Esta vez iniciamos un baile de mete y saca que era acompañado de suspiros y gemidos…
Media hora había pasado. Las campanas llevaban el ritmo que nos hacía galeotes en la galera del pecado de lujuria. Terminaron de señalar la hora, entonces redoblamos el fragor del combate y de pronto siento que mi culo se hace estrecho ante el grosos repentino del pene. Una descarga y otra y otra, me llenan de semen y de morbo intenso.
El cura saca su verga aún erecta y siento un ruido seguido de una avalancha de semen que corre por mis piernas, moja al cura y encharca la cama. Me dirijo al miembro y le limpio con mi lengua.
Un reposo se impone. Me recuesto en el hombro del cura. Su mano me agarra el poto, me siento su hembra. Eso será lo que de hoy en adelante con unirá. Él es mi macho, yo su hembra.
La hembrita del cura.
Los comentarios corren entre los monaguillos. Envidia, pienso yo. Soy feliz, extremadamente feliz. Gozo de su verga cada vez que lo quiero. Mi culo ha crecido y se adapta a su vigor extremo y estamos unidos a través de esa cópula… Sellada con sangre y semen. Unas gotas que salieron el día que me rompió el culo. Mi macho…
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