Después de la Boda
Después de una boda llena de risas y excesos, Sebastián y Santiago se quedan a solas en el hotel. Entre el calor de la noche, el alcohol y años de tensión acumulada, lo que comenzó como un juego de miradas se convierte en un encuentro íntimo que cambiará su relación para siempre..
La boda fue un éxito. Música alta, brindis eternos, abrazos, y esa mezcla de euforia y cansancio que solo una fiesta familiar puede dejar en el cuerpo. Sebastián, con la camisa abierta y el nudo de la corbata colgando suelto, no dejaba de mirar a Santiago entre risas, vasos de tequila y miradas cómplices. Desde que llegaron al hotel, algo había cambiado entre ellos. El calor de la noche, el alcohol, la cercanía. Todo era excusa para rozarse, para provocarse.
Ángel, el novio de Sebastián, se retiró temprano, derrotado por el vino. Le dio un beso a su pareja y desapareció en la habitación, sin sospechar nada. Sebastián se quedó unos minutos más, con Santiago, que ya se había quitado el saco y desabotonado hasta el abdomen.
—¿Vienes a dormir conmigo o te vas con él? —preguntó Santiago, apoyado en el marco de la puerta, los ojos cargados de intención.
—Está muerto. Ni me va a sentir si me meto a su cama o a la tuya —respondió Sebastián, con una sonrisa ladeada.
Ya en la habitación, Santiago se recostó en la cama matrimonial, dejó caer la camisa abierta y bajó el pantalón solo hasta la mitad. Sus piernas separadas, el bulto claramente visible bajo el bóxer, marcaban el camino. Sebastián cerró la puerta con seguro.
—¿Estás seguro? —preguntó él, desde el umbral.
—Hace años que quiero esto —dijo Santiago, bajo, con la voz ronca.
Sebastián se quitó la camisa, se acercó, se arrodilló entre sus piernas y lo miró. Sin decir nada, bajó el bóxer con la boca. La verga de Santiago estaba ya dura, tibia, palpitante. Sebastián la tomó con la mano, la lamió desde la base hasta la punta, saboreando cada centímetro. Luego la envolvió con los labios y la chupó lenta, profunda, sintiendo cómo el cuerpo de su amigo temblaba bajo él.
—Mierda, Sebas… —gimió Santiago, arqueando la espalda.
Sebastián lo sostuvo por las caderas y no se detuvo hasta sentir los dedos de Santiago apretándole el pelo, empujando, suplicando por más.
Entonces se incorporó, se bajó el pantalón y su propia erección quedó expuesta, rígida, lista. Santiago lo miró con deseo puro y se giró en la cama, levantando las caderas, ofreciéndose sin una palabra más.
Sebastián escupió sobre su mano, lubricó su verga y, con cuidado al principio, se hundió en él. Despacio, sintiendo cómo lo envolvía por completo. El cuerpo de Santiago lo aceptó con un gemido ronco.
El ritmo fue creciendo. Sebastián lo sujetaba de la cintura, lo embestía fuerte, con los huevos chocando contra sus nalgas. Bajó la espalda, lo mordió en el hombro, le lamió la nuca mientras bombeaba sin detenerse.
Santiago solo decía su nombre, una y otra vez, entre jadeos.
—Más… así… no pares… —susurraba.
Sebastián giró el cuerpo de su amigo, lo tomó de las piernas y se las levantó, dejándolo completamente abierto frente a él. Lo penetró de frente, mirándolo a los ojos. Mientras lo hacía, le escupió en el pecho, bajó la cabeza y lo chupó, recorriendo sus pezones con la lengua, mordiendo, devorándolo.
Santiago le devolvió el favor. Lo empujó, se puso de rodillas entre sus piernas, y tomó su verga mojada con los labios. La lamía como si fuera su única fuente de vida, con las mejillas hundidas y la garganta abierta.
Sebastián le tomó la cabeza y se lo cogió por la boca con fuerza, haciéndolo tragar cada centímetro hasta sentir las arcadas dulces del placer. Lo sacó en el último momento y acabó sobre su cara, caliente, espeso, en un gemido animal.
Santiago sonrió, con el semen escurriendo por la comisura de los labios.
—Esto tenía que pasar —dijo.
—Y va a volver a pasar —respondió Sebastián, acercándose para besarlo con deseo renovado.
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