Después de la boda: al fin solos
Sudor, lengua y gemidos: Ángel se va y Sebastián reclama lo suyo. Santiago se abre para él, lo monta en el jacuzzi, lo grita en la terraza, lo suplica en la cama. Tres polvos salvajes, uno más sucio que el otro. Culo abierto, verga adentro, sin pausa, sin perdón. Solo placer brutal y adicción mutua..
La mañana llegó con la brutalidad de un martillazo en la sien. Entre el desorden de vasos vacíos, ropa tirada y cortinas mal cerradas, los tres dormían como podían en la cama y el sofá del cuarto del hotel. Los rayos del sol se colaban sin permiso, pero fue el teléfono lo que terminó por despertarlos. Un timbre agudo, insistente, y el gruñido de Ángel al contestar.
—¿Sí?… Sí, jefe… ¿Qué? No, pensé que era el lunes… Ok, ok, salgo en un par de horas.
Sebastián apenas levantó la cabeza. Santiago, en calzones y con los ojos hinchados, sólo murmuró un «¿todo bien?». Ángel colgó con un suspiro frustrado y se sentó al borde de la cama, ya empezando a vestirse.
—Me tengo que ir. Cambiaron los planes. Me necesitan hoy allá.
Sebastián se enderezó. —¿Qué? Pero si aún nos quedan dos días más aqui…
—Lo sé. No quiero echar a perder el plan. Ya está todo pagado, quédense y disfruta a tu familia y amigos, Santiago te lo encargo mucho, que se porte bien.
Apenas vieron partir el autobús del novio de Sebastián, se miraron con una mezcla de complicidad y deseo sin disimulo. Ya no había excusas. Nadie que vigilara. Nadie a quien esconderse.
Volvieron caminando al hotel con paso lento. El sol bajaba, dorado, acariciándoles la piel. El calor seguía pegajoso, húmedo. Ideal para lo que venía.
La habitación era perfecta: cama king, terraza privada, un jacuzzi humeante que parecía llamarlos, y una alberca pequeña, oculta tras un muro de piedra y plantas altas. Un nido de lujuria para dos.
Sebastián cerró la puerta con seguro. Se quitó la camiseta mientras caminaba hacia Santiago.
—Ahora sí, Santi… eres solo mío.
Santiago estaba descalzo, con la camisa abierta, mostrando el pecho dorado por el sol, las tetillas marcadas, los abdominales tensos. Se acercó a Sebastián, lo besó fuerte, con lengua. Sebastián lo agarró del culo con fuerza, apretándolo contra él. Sus vergas duras se rozaban a través de los pantalones.
—No vamos a salir de esta habitación hasta que no me venga dentro de ti al menos tres veces —le susurró Sebastián al oído.
—Entonces cogeme ya —respondió Santiago, mordiéndole el labio inferior.
Sin perder tiempo, Sebastián lo empujó contra la pared y le arrancó la ropa. Le chupó los pezones como si estuviera hambriento, se los mordía hasta que Santiago jadeaba. Bajó con besos por todo el torso, hasta arrodillarse.
Le abrió las piernas y le lamió el culo parado, mientras lo sujetaba del muslo. Lo escupía, le metía la lengua profundo, sin apuro. Santiago se agarraba de la pared, temblando, con la verga dura goteándole.
—Vamos al jacuzzi —dijo Sebastián con voz ronca.
Caminaron desnudos hasta el borde del agua burbujeante. Santiago se metió primero, apoyándose en el borde. Sebastián lo siguió y se le acomodó detrás, abrazándolo. Le mordió el cuello mientras le acariciaba los pezones por debajo del agua.
Luego lo hizo girar, lo sentó sobre su verga, y lo hizo hundirse lentamente. El agua salpicó, y los dos gimieron al unísono.
—Así… montame —ordenó.
Santiago empezó a moverse sobre él, con las manos en el pecho de Sebastián, cabalgándolo dentro del agua caliente, el sonido sordo del agua mezclado con jadeos. Roberto le mordía el cuello, le jalaba los pezones, le chupaba el sudor mezclado con cloro.
—Dios, cómo me aprieta tu culo… eres una droga, Santiago…
—Cogeme más fuerte… no pares —suplicaba él, con los ojos cerrados, entregado.
Acabaron juntos, Sebastián sobre él, dentro del agua, sin dejar de moverse, besándose como locos.
Pero no había terminado.
Ya en la terraza, se tumbaron en un camastro. Sebastián lo lamió completo, de nuevo. Le mordió las nalgas, le chupó los huevos, le metió los dedos y lo fue preparando otra vez. Lo cogió ahí, bajo el cielo estrellado, al ritmo de las olas a lo lejos. Le agarraba la cintura y se lo metía con fuerza, mojado en sudor, respirando agitado.
—¿Quieres más? —le preguntó al oído, mientras Santiago se mordía la mano para no gritar.
—Quiero que no pares nunca —jadeó él.
Después, ya en la cama, fue la tercera: lo puso boca abajo, le abrió bien las piernas, y lo cogió con ritmo lento, intenso, como si estuviera reclamando lo que ya era suyo. Santiago se venía solo con la verga rozando la sábana. No necesitaba más.
Cuando terminaron, Sebastián le besó la espalda entera, hasta llegar al cuello.
—Te aviso… cuando volvamos a la ciudad, voy a seguir cogiéndote así.
Santiago, todavía sin
aliento, le contestó sin dudar:
—No pienso dejar que pares.
Como sigue?
Excelente relato. Como sigue?
Buah, tengo la polla durísima de la excitacion… Menudo morbo me ha dado.
Muy buen relato, como sigue?