Después de la boda: La madrugada
A las 4:47 a.m., Sebastián no piensa, solo desea. Con la verga dura y el recuerdo del sexo aún en la piel, se mete en la cama de Santiago. Lo despierta con caricias, se lo mete en la boca sin pedir permiso y se corre en su lengua. El novio duerme. El pecado arde en silencio..
Después de la boda: La madrugada
Esta es la tercera entrega de la serie “Después de la boda”. La noche aún no termina, y el amanecer sigue lejos. Mientras el novio duerme ajeno, el deseo vuelve a encenderse entre Sebastián y Santiago. El pecado se repite, más sucio, más urgente. Y ya no hay marcha atrás.
La habitación estaba en silencio. El ventilador de techo zumbaba suave y el aire acondicionado apenas murmuraba. Afuera, el mar se oía de fondo. La luz del baño, apenas encendida, dejaba ver siluetas tenues.
Después de haber cogido y del baño, Sebastián volvió a su cama como si nada. Se acostó en calzoncillos, mirando al techo. Santiago, en la cama del medio, respiraba despacio, con el cuerpo aún caliente. Su novio, a unos pasos, no se había movido ni una vez. Dormía como un muerto.
Eran las 4:47 de la madrugada cuando Sebastián abrió los ojos otra vez. Su verga estaba dura. Hinchada. Otra vez. No podía dejar de pensar en Santiago. En cómo se había abierto. En su boca caliente. En su culo apretado. Se sentó en la cama. Miró a los lados. Nada. Solo el zumbido del aire.
Se levantó sin hacer ruido. Caminó en silencio hacia la cama del medio. Santiago dormía boca arriba, completamente desnudo. Tenía una pierna medio abierta, la sábana apenas le cubría la cadera. Era una provocación dormida.
Sebastián se metió bajo la sábana sin decir palabra. Se pegó a él, rozándole la pierna, el pecho. Santiago abrió los ojos medio dormido, con una sonrisa cansada.
—¿Otra vez? —susurró.
—No podía dormirme… —contestó Sebastián, con la voz ronca, ya acariciándole el abdomen.
Pasó la mano por su pecho, le apretó los pezones con calma, saboreando cada gesto. Bajó por el estómago hasta su verga, que empezaba a endurecerse otra vez. Santiago se dejó hacer, rendido. Sebastián lamió su cuello, bajó con besos húmedos por su torso, hasta que le mordió el pezón, suave.
Santiago gimió bajo.
—Silencio —ordenó Sebastián, cubriéndole la boca con una mano mientras lo acariciaba con la otra.
Le abrió las piernas con una rodilla y metió los dedos de nuevo en su culo, despacio, sintiéndolo ya blando, acostumbrado. Jugó ahí un rato, suave, como si explorara un lugar sagrado. Santiago se retorcía con los ojos cerrados.
Sebastián se acomodó sobre él, le puso la verga en la boca sin decir nada. Santiago la chupó como si fuera su droga. La lamía lento, saboreándola, tragándosela entera, con los ojos llenos de ganas.
Sebastián le sujetaba la cabeza con firmeza, marcando un ritmo constante, profundo, en silencio.
—Así… así mismo… tragatela toda —susurró apretando los dientes.
Estaba a punto. El placer le subía por la espalda como un calor imposible. Sujetó a Santiago con fuerza por la nuca, lo miró directo a los ojos y se corrió en su boca, jadeando en seco, descargando todo. Sebastián no dejó que se derramara ni una gota.
Cuando terminó, le acarició el pelo, todavía con la respiración agitada.
—Eres un vicio, Santiago.
Santiago lo miró, limpiándose con el dorso de la mano, y dijo en un susurro:
—Y tu eres mi perdición.
Sebastián salió de la cama sin más, caminó de regreso a la suya y se acostó. El zumbido del aire volvió a ocupar el cuarto. El novio seguía dormido. La noche también.
Pero entre ellos, algo ya no tenía vuelta atrás.
Excelente relato. como sigue?