Después de la Boda – Parte 2
Tras una boda que cambió sus vidas, Sebastián y Santiago se entregan al deseo con una pasión que desafía el tiempo y la razón. En la intimidad de una ducha de hotel, sus cuerpos se buscan de nuevo, envueltos en vapor, gemidos y confesiones que dejan claro que esto apenas comienza..
El cuarto estaba impregnado de sudor, semen y aliento agitado. Los cuerpos aún temblaban. Pero la lujuria no se había calmado. No del todo. Sebastián seguía encima de Santiago, los labios pegados a su cuello, el aliento caliente contra su piel.
—Estás empapado… —murmuró Sebastián, con voz ronca.
—Tú me pusiste así —rió Santiago, acariciando su espalda.
Se quedaron en silencio unos segundos, sintiendo cómo los latidos se iban sincronizando. Luego Sebastián se incorporó, le dio una nalgada y dijo:
—Vamos a la regadera. Te quiero limpio… para ensuciarte otra vez.
Entraron al baño entre risas apagadas. La ducha era amplia, de hotel. Sebastián abrió el agua caliente y, cuando el vapor empezó a llenar el ambiente, lo jaló hacia adentro. El agua resbalaba por sus cuerpos, borrando rastros del sexo anterior, pero encendiendo otra vez la necesidad en sus miradas.
Santiago se arrodilló sin decir una palabra. Tomó el pene de Sebastián con ambas manos y lo lamió lentamente, como si lo preparara. La humedad de la regadera y la lengua tibia bastaron para que Sebastián volviera a ponerse duro como piedra.
—No puedo contigo —gruñó, inclinándose para levantarlo por los brazos y estamparlo contra la pared.
Lo besó con fuerza, sin control, y luego giró a Santiago, empujándolo contra los azulejos. Le separó las piernas con la rodilla, escupió en su mano y volvió a lubricar su verga. Entró de una sola embestida, haciéndolo gritar de placer.
El sonido del agua cayendo no alcanzaba a cubrir los gemidos, los jadeos, el golpeteo húmedo de los cuerpos chocando con fuerza.
—Me vas a hacer acabar otra vez —dijo Santiago, temblando.
—No lo hagas aún —dijo Sebastián mientras le sujetaba el cuello con una mano y le mordía la espalda.
Los movimientos eran salvajes, crudos. Sebastián lo penetraba con toda la intensidad del deseo contenido por años, empujando hasta lo más profundo. Lo tomaba por las caderas, luego por el pecho, y terminó alzándolo en brazos, haciéndolo sentarse sobre él, la espalda contra la pared, montado.
Santiago se agarró del cuello de Sebastián mientras rebotaba sobre su erección, gimiendo sin pudor. El agua les caía encima como un aplauso constante.
—Dámelo, Sebas. Dentro… por favor…
Sebastián no resistió más. Le sujetó con fuerza las caderas y embistió con todo hasta derramarse dentro de él, gruñendo contra su cuello, sintiendo cómo Santiago también acababa, salpicando su abdomen entre los espasmos de un orgasmo compartido.
Se quedaron abrazados, temblando, con el agua cayendo sobre ellos, como si pudiera borrar lo que acababa de pasar. Pero no querían que se borrara.
—Esto no fue una vez y ya —dijo Sebastián, al oído.
—Lo sé —respondió Santiago,
cerrando los ojos, aún dentro de él.
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