Desvirgué al malandrito heterosexual
Al principio se resistió, pero después de unos minutos, gemía como una perra en celo..
Al principio se resistió, pero después de unos minutos, gemía como una perra en celo.
Estudiábamos juntos en el centro de Valencia. Él era malandroso desde que lo conocí. Dijo que se llamaba E****. Y es estatura normal. Blanco bronceado por el calor de aquí. Bonitos dientes, porque tengo que resaltar que sus dientes y sus ojos achinados fue lo único que llamó mi atención. Del resto nada. Tenía el cabello algo largo, rulitos de afro, y una chiva en la quijada. Carita de malandrito. Porte de malandrito. Pantalones anchos, franelilla blanca siempre. Siempre, siempre. Su cuerpo al principio no me causó bulla porque con la ropa holgada no lo notaba bien, pero tiene un cuerpo conservado, natural, ejercicio de su día a día, nada de gym, pero marcado. Y tiene 25.
Yo soy bajo, blanco, cabello netamente liso negro, y tengo 18. Fin.
*
A mí siempre me han llamado la atención los malandritos. Es decir, cero noviecitos pero sí me gustan para sexo. Díganme si a ustedes les sucede lo mismo que a mí, que ningún gay me genera tanto morbo como un machito hetero. Es que con un machito hetero el morbo es mayor, es algo más carnal, más lujurioso. Bueno.
Yo aparento tener más edad de la que tengo, puesto que tengo buen cuerpito. De hecho, la mayoría de mis amigos son mayores que yo. Todos saben que soy gay pero ninguno se mete en mi vida. Siempre me echan vaina sobre el tema pero hasta ahí porque de verdad no aparento ser gay.
- Echar vaina: bromear.
Voy a llamar al malandrito Luis.
Estudiando juntos, siempre echábamos vaina con cualquier cosa, éramos 5 en total, nuestro grupito. Y siempre nos íbamos a casa de cualquiera de ellos a estudiar y eso. Luis era uno de los más echones de todos. Siempre hablaba de a quién se había cogido y esas cosas. Los demás se reían siempre de sus chistes, aunque fuesen crueles, e incluso, de vez en cuando decía algo dirigido a mí.
— Ahh, cierto que tenemos a una mujer en el grupo.
— Jajaja, deja tu mariquera Luis.
— Pero si es la verdad, menor.
— Te voy a entrar a coñazos jajaja — dije yo.
— Dale pues, dale.
Comenzábamos a forcejar como siempre lo hacen los chamos en la universidad, como si peleáramos pero no. Otros días, Luis siempre me echaba vaina preguntándome que si con ellos no se me paraba el guebo.
— Tú sí eres marico, chamo. —le dije yo.
— Ah, pues, qué sé yo, uno nunca sabe. Háblale —decía él haciéndole señas a otro de nuestro grupo.
Y yo sí tenía morbo por Luis, y bueno, por los otros tres también jajaja. Ya saben ustedes cómo es uno. Muchas pajas me las hice pensando en Luis o pensando en los cuatro cogiéndome. Pero todo había llegado hasta ahí.
— Vamos a ver si se le para —le decía Luis a Raúl. Y mientras hablaba se me sentaba en las piernas y se movía como si estuviera siendo penetrado. Todos estallaban en risas.
— Ah vaina. Deja tu maricura, Luis. Otra vaina más.
Cosas así sucedían siempre. Yo ya estaba acostumbrado y me dejaba hacer. Total, ellos lo tomaban siempre a broma, y en el fondo yo también lo disfrutaba. Yo sabía que lo hacían por joder y no por malintencionados. Pero todo fue a mayor cuando hicieron una fiesta en casa de Alberto, otro del grupo.
La fiesta fue en el patio de delante de la casa, que era de dos pisos. Aunque habían algunas personas dentro. Y detrás también tenía un patio bastante amplio pero ese no lo utilizamos. Nadie iba al patio de atrás ni subía al segundo piso, a menos que fuésemos muy muy cercanos a Alberto. O sea, yo sí podía.
Todos bailaban y disfrutaban de la fiesta. Realmente la música era genial. Ver a mis hombres bailando con sus novias era lo mejor. Yo los apreciaba mucho, obviamente, eran mis amigos desde hace bastante, pero también si fuese por mí me los hubiera cogido a los cuatro desde hace uf. Bueno. Ya eran como las 2:00am cuando noto que Luis y su novia están peleando y salen al patio de atrás. Los seguí.
— Este coño de su madre está chanceándole a Andrea. —me dijo ella cuando le pregunté qué pasaba.
- Chancear: ligar, coquetear, echar los perros.
— Eso no es así. No le creas. —dijo viéndome a mí.
— Yo me voy.
— Pero mi amor…
— ¡No me toques!
Y se fue. Luis y yo quedamos solos y nos sentamos en la orilla de una escalerita pequeña que culmina en el piso del patio. Lo notaba algo ebrio. Sus ojos estaban rojos, era obvio que también había fumando droga.
— Las mujeres son demasiado complicadas—dijo.
— Por eso no me gustan—dije yo y él comenzó a reír.
— Aunque amargadas y todo no las cambio por nada. ¿Tú viste el culo que tiene Andrea? Se ve que lo parte en la patica.
- Partirlo en la patica: menearse bien a la hora del sexo.
— Después te quejas porque tu novia se arrechó.
- Arrecharse: molestarse.
— ¿Menor, tú cómo haces eso?
— ¿Qué?
— Cogerte a los tipos, chamo. ¿Tú eres loco? Nagueboná si tú supieras cómo se mueve la pure en la cama, uff.
- La pure: la mujer, la novia.
—Ay, Luis, eco. —dije, empujándolo un poco.
— No me estés empujando, menorcito.
— Ay, pero qué delicado. ¿Qué me vas a hacer?
— Ah, bueno. No me rete oyó.
— Te reto.
— Deja la vaina —dijo él.
— Te reto —repetí.
— Mejor vamos pa dentro que lo que van a pensar es que me estás metiendo el dedo.
— ¿Y acaso eso es malo? —pregunté.
Me vio a los ojos en una fracción de segundo, tenía los ojos algo rojos y la mirada algo ida, supongo que eran los efectos del alcohol y la droga. Pero lo conocía y sabía cuándo estaba consciente y cuándo no. Y estaba consciente. Decidió no irse. Se quedó sentado a mi lado y se quedó en silencio por unos segundos.
— ¿Qué se siente? —preguntó. Sabía de lo que hablaba pero me hacía el desentendido.
— ¿Qué?
— No me vaciles que tú sabes de qué hablo.
— Se siente rico.
— ¿Sisa?
- Sisa: sí.
— Riquísimo. —dije.
— Tas loco marico, esa vaina debe doler.
— ¿Qué?
— Que te cojan —dijo él.
— No mucho.
— Sí, claro.
— Bueno, a mí no me gusta mucho que me lo hagan. Prefiero hacerlo yo.
— Qué asco guebón jajaja, pero aahhh ¿Viste que sí duele?
— Solo un poquito. Después te acostumbras y pides más y más jajaja
— Si eres mariquito, chamo. —dijo.
— Tú sabes cómo es.
La conversación se había puesto algo tensa y se percibía en el ambiente, en su mirada, en mi respiración, en nuestro silencio. Luego hablé.
— Deberías probarlo algún día.
— Qué es. Tas loco.
— Ah pues, ¿Por qué no?
— Porque yo no soy marico.
— ¿Y eso qué? Eso no tiene nada que ver—dije yo.
— Claro que sí. Yo no cojo tipos.
— Pero puedes dejar que te lo hagan.
— Nojodás, deja la maricura, chamo. Mejor vamos pa dentro. — dijo e hizo además de levantarse, pero lo agarré de la mano. Era mi única oportunidad.
— No entremos todavía.
— ¿Por qué?
No supe que responder. Pero se sentó de nuevo. Mi sexto sentido me decía que algo pasaría pero no sabía cómo abordarlo. Por fortuna, él dio el pie que yo esperaba.
— ¿Es verdad que ustedes lo maman calidá?
- Calidá: bien.
— Eso tienes que comprobarlo tú.
— Mámamelo ahí, pues. —dijo, algo dudoso. Pero obedecí.
Lo tenía grande, como me lo supuse. No se bajó el pantalón por completo. Solo se lo desabotonó. Y ahí comencé. Él no me veía, prefería tener los ojos cerrados. Por mí mejor. Después de un rato me agarró por el pelo. Ya estaba más dado. Me tomaba del cabello con las dos manos e iban a la par sus movimientos de cadera y mis movimientos. Después de un rato, me puse de pie, decidí que tenía que cogérmelo como fuera.
— ¿Te gustó? — le pregunté.
— Sí. Sigue.
— Te toca.
— ¿Qué? —preguntó él.
— Mamármelo.
Se rió en voz baja.
— Tas loco, menor.
— Ah, bueno, bien. Vamos a entrar. — dije yéndome a la puerta para entrar a la casa.
— Hey, hey, ya va, vale. ¿Me vas a dejar así? —preguntó señalándose el guebo, que lo tenía parado completamente.
— Bueno.
— Ven acá vale.
Me acerqué. Estaba reacio a hacer algo pero se le fue quitando la pena o el miedo y me haló de las caderas y me puso frente a él. Me desabotonó el pantalón y me bajó el bóxer. Yo tenía el guebo parado desde hace siglos. Lo tomó con su mano izquierda y comenzó a masturbarme. Se sentía rica la sensación. Así estuvo por unos segundos.
— Solo un ratico nada más. —Dijo— Y si le dices a alguien vamos a tener peo.
— Dale. ¿A quién le voy a estar diciendo, tú eres gafo?
Dudó al metérselo en la boca, pero lo tomé del cabello y se lo acerqué a los labios. Vi que cerró los ojos y me dio algo de risa, la cual desapareció cuando se lo metió en la boca. En seguida la sensación era genial, pero no duró ni diez segundo, puesto que se lo sacó y tosió un poco. Yo no decía nada. Me vio y se lo volvió a meter a la boca. Me alegré de no haber tenido la necesidad de decirle que cuidara sus dientes porque no me lastimó ni un poquito. Abría la boca lo más que podía y segregaba mucha saliva, mucha, que lo hacía toser bastante. Puse mis dos manos en su cabeza y comencé a guiar los movimientos de su cabeza a la par de los movimientos de mi cadera. Eso lo dejaba más indefenso a él, porque de momentos se lo sacaba de la boca para toser y tomar aire, y ya no me veía a la cara sino que se lo metía de una en la boca, sin necesidad de que yo dijera algo.
Flexioné un poco mis piernas para llegar mejor a la altura de su boca y lo agarré de las orejas duro, y comencé a cogérmelo por la boca, obvio, no se lo tragaba todo, no le cabía, pero al menos lo intentaba. Cuando se lo dejaba metido unos cinco segundos se zafaba y tosía, así, poco a poco, su respiración fue en aumento, y la mía, por supuesto, también.
Le ordenaba que abriera la boca y me obedecía y cuando la abría, se lo metía de un solo golpe y se lo sacaba en seguida. Aunque seguía cogiéndomelo por la boca, ahora mis manos cambiaban de lugar, con una le tenía la quijada y con la otra le tenía la parte de arriba de la cabeza. Así me lo mamó unos minutos. No era un experto pero no lo hacía tan mal, al menos, se dejaba hacer.
Y aunque al principio estaba reacio a mamármelo, ahora era todo lo contrario. Lo sentía más entregado, más relajado, más dado. Por un momento pensé que eran ideas mías pero no. Se lo sacó de la boca y comenzó a estrujarlo en toda su cara. Eso me sorprendió pero no le quité las ganas, al contrario, era más cómplice a lo que él hiciera. Luego, comenzó a darse cachetadas con el guebo mío, y eso me excitó mucho más. Se lo quité de las manos y comencé a cachetearlo varias veces. Luego le dije que sacara la lengua y así lo hizo, después abrió la boca lo más que pudo y se lo metí por completo. A los minutos me lo agarró con las dos manos y me lo mamaba mientras al mismo tiempo me masturbaba. La sensación era lo mejor. Pero sentía que iba a acabar y no quería.
— Ya—dije
— ¿Qué pasó?
— Nada—contesté.
— Bueno, ven—dijo y se me lanzó a mamármelo otra vez. Eso me dio más morbo. Lo veía y su cara había cambiado por completo, ahora se le notaba la cara de zorrita que yo quería ver desde hace mucho. Después de unos dos minutos no aguanté más.
—Voy a acabar.
— Bueno acaba —dijo y yo me disponía a acabar en la tierra del patio. Comencé a masturbarme para acabar.
— ¿Qué haces? —preguntó él.
— Voy a acabar te dije.
— ¿Y por qué vas a acabar pa allá?
— ¿Dónde más voy a acabar? —pregunté.
Sacó su lengua y abrió la boca a modo de respuesta.
— ¿Estás seguro?
— Dale antes de que me arrepienta, menor.
Le hice caso y dejé que me lo siguiera mamando. Comencé a masturbarme mientras me chupaba las bolas. Ufff, qué rico se sentía cuando me chupaba una bola, después la otra. Y luego ambas.
— Ahí voy —dije cuando me comenzaron a dar espasmos en el cuerpo que anunciaba iba yo a acabar. Él, y su boca, desesperados, buscaron la punta de mi glande y solo tenía eso metido en su boca: la cabeza. Me chupaba la cabeza del guebo como pidiendo leche. Y cuando comencé a acabar sentí la necesidad de metérselo todo en la boca, pero no se dejó, quitó mis manos de su cabeza. Solo me chupaba la cabeza y succionaba lo más que podía. Pensé que escupiría cuando yo terminase de acabar, pero no lo hizo, muy por el contrario, noté que se había tragado toda la leche.
Me senté a su lado por un segundo.
— ¿Quieres que te ayude con eso? —le dije, viendo que aun tenía el guebo parado.
— No vale. Vamos a entrar es lo que es.
— Si va.
— Ya sabes que si dices algo vamos a tener peo.
— Quédate tranquilo vale. Mira que se tiene que repetir, lo hiciste muy bien—dije alborotándole el pelo.
— Deja la mariquera.
Cuando entramos, al parecer nadie había notado nuestra ausencia porque nadie nos dijo nada. Nos separamos y al ratico se me acercó Raúl.
— ¿Estabas con Luis?
— Sisa.
— Te lo estabas cogiendo, seguro, jajajaja.
— Jajaja, qué es. Quisiera él.
— Te lo creo.
— ¿Por qué lo dices?
— Porque pa mí que ese bicho es de esas Jajaja.
— No vale ¿Tú crees?
— Sisa, yo que te lo digo.
— Ayy vale, ¿pero yo como que me perdí de algo fue?
— Qué es. ¿Tú eres marico?
— Sí jajaja.
— Si eres cagón, chamo.
— Era un chiste cruel —le grité mientras se iba.
Había pasado como una hora y Luis ni me cruzaba la mirada. Lo veía bailando con Andrea.
Lo que notaba era que se estaba divirtiendo. En una mano tenía un vaso con licor y en la otra un cigarro. Y bebía y fumaba mientras bailaba. Una media hora después me hacía señas como si brindáramos e hice lo mismo mientras me sonreía a manera de complicidad. No pasaron 15 minutos cuando lo vi que estaba subiendo las escaleras hacia el segundo piso no sin antes verme y sonreírme. Lo seguí con disimulo.
Arriba habían cuatro cuartos. El de los papás, el de sus hermanos, uno de huéspedes aunque lo que había eran peroles y el de Alberto. Luis había entrado al de Alberto y lo supe porque había dejado la puerta algo abierta. La cerré al entrar y vi que Luis estaba boca bajo en la cama y se había quitado los zapatos. Hice lo mismo después de haber cerrado la puerta.
— ¿Estás cansado? —pregunté estando aun de pie frente a la puerta.
Negó con la cabeza.
Me le fui acercando y me le encimé hasta quedar completamente encima de él y en esa posición le hablé al oído.
— ¿Te gustó lo de hace rato?
Asintió con la cabeza.
Listo, estaba todo dicho. Pero sentía que estaba desganado y que si yo intentaba hacer algo y él cedía sería por la droga y el alcohol que llevaba encima. Cuando decidí levantarme me tomó del brazo.
— ¿Pa dónde vas? ¿Yo te dije que te movieras?
No respondí. Le hice caso y me quedé un rato más encima de él. Después comencé a hacer un movimiento de caderas como si lo estuviera cogiendo, pero era lento, muy lento el movimiento. Dejé de hacerlo a ver si me decía algo, pero en su lugar, lo que hizo fue comenzar a mover sus caderas como si lo estuviera cogiendo. Capté que me lo iba a coger fuese como fuere.
— ¿Me quito el pantalón? —pregunté.
Él asintió.
Luego comencé a quitarle el pantalón a él y se dejó. Le quite el bóxer y me quité el mío también. Entonces él se incorporó en sus rodillas y se quitó la franela que cargaba, yo hice lo mismo. En seguida me le encimé y le puse el guebo en la raja pegando totalmente mi pecho a su espalda. Soy lampiño y la sensación de sentir la textura de su piel junto a la mía no tenía precio. Así estuvimos unos segundos pero no aguanté y comencé a moverme poco a poco. Hacia delante, hacia atrás. Hacia delante, hacia atrás. De esa manera comencé a pasarle mi lengua por su oreja, lentamente, por toda la oreja, hasta que llegaba al lóbulo y se lo chupaba un poco, después intentaba meterle la lengua en el oído y al hacerlo él se estremecía y lo disfrutaba más porque arqueaba sus caderas. Fui bajando un poco hasta llegar a su cuello. Para lamérselo bien, lo tomé fuerte del cabello.
— ¿Te gusta?
Asintió.
Comencé a succionarlo un poco con cuidado de no dejarle chupones, se lo mordía, de un lado, del otro, lo besaba, le mordía ambas orejas, hasta que fui bajando poco a poco y mientras besaba su espalda se excitaba más porque se movía de un lado a otro, como si no aguantase la excitación, como perra en celo. Me separé un poco y llegué a donde quería: su culo. Lo tenía redondito el coño e su madre ese. Obvio, si jugaba futbol a menudo. Al estar allí, le respiré por encima de un lado a otro, luego se las abrí por completo y soltó un leve gemido, casi inaudible. Él era blanco, quemado por el solo, pero en sus partes intimas blanco. Y tenía las nalguitas casi lampiñas, solo las cubrían una ligera capa de vellos súper delgados, cosa que a mi parecer, lo hacía más excitante. Empecé a abrírselas y cerrárselas mientras las seguía respirando, olía a macho, a sexo puesto que hace dos horas le estaba mamando el guebo. Decidí lamérselas poco a poco y así lo hice. Primero le mordí una, luego la otra, y después se las abrí lo más que pude y le pasé la lengua alrededor del culo lentamente, pero con bastante saliva. Él solo suspiraba, aunque ahora más alto que antes. No me aguanté y comencé a chupárselo, succionaba como si la vida se me fuese en ello. Mordía, metía mi lengua y escupía de vez en cuando. Evité preguntarle si le estaba gustando porque me respondió en el segundo en que puso sus dos manos en mi cabeza.
— Ahhh. Ayy, uff, ahhh.
Solo emitía sonidos, no decía palabras concretas, pero para mí eso era perfecto.
Me separé y me le acerqué un poco al oído.
— ¿Qué tal? —pregunté.
— Demasiado bueno chamo. ¿Dale otro ratico si va?
— Ahh, pero cómo te gusta…
— Cállate, bruja.
Por unos minutos lo complací. Le empecé a dar nalgadas y eso como que lo excitó más porque ahora sus gemidos eran más fuertes. Y yo feliz. Me sorprendió cuando habló.
— No aguanto, menor, métemelo. —dijo con una carita de desesperado, que si lo hubieran visto se morirían de risas.
Sonreí un poco. Se puso serio.
— ¿Te estás burlando, verdad?
— No, obvio que no, sino que…
— No, chamo, esto no puede estar pasando, yo mejor me voy de aquí, porque si… —dijo, como recapitulando lo que había pasado.
— Como tú quieras. —dije, sin molestia ni nada.
Comenzó a agarrar sus cosas y fue a buscar la puerta, pero aun estaba desnudo.
— ¿Y vas a salir así? —pregunté viéndolo de arriba abajo.
Se vio a sí mismo. Estaba como nervioso, como alterado, exaltado. Su respiración aun era rápida. Casi que hiperventilaba.
— No pana, me vas a volver loco, esto no puede pasar.
— Bueno, está bien, pero vístete. —dije pero se quedó paralizado, inmóvil, viéndome y viéndome el guebo. Luego soltó la ropa en el piso y se apresuró a saltar en la cama y ponerse en cuatro. Comprimí mis ganas de reír.
—Métemelo pues.
— ¿Tú de verdad…?
— ¡Que sí, vale! Dale de una vez.
— Ya sabes que…
— Coño callao menor y métemelo de una vez que ya no aguanto. Pero rápido. —dijo y vio que no lo entendí, ¿rápido? —Bueno, o sea, rápido pero lento. Ay tú no eres bruto chamo.
Me levanté de la cama y me coloqué detrás de él, me agaché y le escupí el culo mientras le acariciaba las nalgas.
— Tienes que lubricármelo. —no había terminado de decir la frase cuando ya me estaba mamando el guebo. Creo que estaba más apurado era por si venía alguien.
No duró mucho mamándomelo. Lo ensalivó bastante.
— Ponte en cuatro pues.
Obedeció y se puso en cuatro. Luego, flexionó sus brazos y su cara quedó pegada a la cama, y con sus dos manos comenzó a abrirse las nalgas.
— Eso, así.
— Dale, dale.
Le puse la cabeza en la entrada del culo y escupí para lubricar más. Comenzó a respirar hondo cuando se lo empecé a meter. Obviamente era virgen porque estaba demasiado cerrado. Cuando le metí la cabeza por completo casi chilla.
— Ay, ay, ay, no, no esto duele demasiado menor. —dijo acostándose en la cama.
— Te dije que te dolería un poquito al principio pero después no.
Se volvió a poner en cuatro pero esta vez abrió un poco más sus piernas.
Volví a escupirme en la cabeza y comencé a metérselo. Esta vez aguantó más y entró toda la cabeza. Estaba apretadito, se sentía riquísimo. Escupí en mi tronco mientras se lo iba metiendo. Su cara era un poema, porque obvio que no estaba disfrutando. No dije nada, yo solo seguía haciendo lo que me correspondía. Luego se lo saqué todo de una.
— ¿Qué hiciste? ¿Por qué lo sacaste? —cuando dijo esto me reí.
Le abrí las nalgas lo más que pude y le escupí en la entrada. Volví a metérselo y ahora entraba con más facilidad.
Después de lo que me pareció una eternidad para que se acostumbrara, empezó la acción. Le comencé a dar un poco más rápido y de vez en cuando escupía en su culo para que lubricara un poco más. El placer comenzó a aparecer en su cara y por fin habló.
— Ay, ay, sí. Uff.
Por unos minutos lo tuve agarrado de las caderas y él solo movía la cabeza de un lado a otro (lo que yo traducía a que estaba muerto de placer). Luego se dejó caer en la cama y su cara estaba tendida en el colchón, aun con el culo parado, le tomé las manos y se las puse detrás de la espalda. Así me lo cogí otro rato. Al rato se incorporó y apoyaba los puños de sus manos en la cama. Yo tenía una pierna en el piso y otra en el colchón. Y cuando lo agarré del cabello se le salió lo zorra, cosa que a mí me mató de excitación.
— Asíiii, ufff, sí, sí, sí. Dame, dame, dame. Ahh, ahh.
— ¿Así? —preguntaba yo mientras le daba una estocada hasta el fondo.
— Sí. Ay, ay, me duele, pero dale. Dame más. Uff.
Cada palabra que decía estaba acompañada de una cara de placer inimaginable. Era genial, porque no había perdido su hombría ni su virilidad, seguía siendo machito aun cuando me lo estaba cogiendo como a una perra. Y eso me excitaba como no tienen idea alguna.
En un momento comencé a bombearlo rápido rápido, duro duro duro. Como si quisiera partirlo en dos. Bueno, en parte, eso era lo que quería y lo que estaba haciendo. Y fue tanto lo duro que le di que en una embestida se lanzó directo a la cama, quedando tendido, con las manos y piernas abiertas.
— Nagueboná, marico. Tas loco, esto es demasiado rico. Dale. —dijo esto y se abrió las dos nalgas, cosa que me encendió más y me le lancé encima. Lubriqué un poco y se lo metí completo, sin avisar.
— AAYYYY.
— Shhh, que nos pueden oír.
— No importa, no importa, dame duro, dame, anda dame. —hablaba respirando entrecortadamente.
De esa manera era como si le entrara más. Me lo cogía duro, ya no importaba nada más. Le mordía las orejas, se las chupaba, y mientras lo arremetía él golpeaba el colchón, como desahogando el dolor mediante golpes. Yo feliz.
Lo volteé y quedó de frente a mí. Le levanté las dos piernas y las puse en mis brazos. Y de esta forma estaba más indefenso aun. Se retorcía cada vez que se lo metía. En un momento me agarró duro del cabello y me aceró hasta que quedamos a centímetros de distancia. Yo no decía nada, solo se lo metía mientras lo veía a los ojos. Él solo gemía y jadeaba como perra en celo.
— Aj, aj, aj. Así. Dame duro, rápido, más duro.
— ¿Te gusta?
— Ay, ay, sí, dame más papi, dame. Soy tu perra, dame, así, uff, uff.
Y sus palabras eran órdenes. Le daba como a una perra. Me le acerqué como para darle un beso, pero no lo hice, en lugar de eso, abrió la boca y le escupí en ella. El morbo era tal que hasta le daba cachetadas y él me pedía más. Claramente, de momentos descansaba unos segundos porque si no desde hace uf que hubiese acabado.
— Te quiero cabalgar —dijo.
— Sus deseos son órdenes.
Me empujó a la cama y me chupó las bolas por unos segundos. Yo estaba ya en el quinto cielo. Seguidamente se me sentó encima, clavándose todo mi guebo en su culo, culo que estaba súper hambriento, porque se lo tragaba todo ya.
En esa posición no se movía muy bien. Tampoco esperaba que fuese un experto, de igual manera le hice saber que lo estaba disfrutando, me incorporé y me senté y lo besaba mientras lo abrazaba. Él, por su parte, me rasguñaba la espalda levemente, eso me encendía más. Él era mi perra en celo y yo su macho. Y estaba disfrutando del culito virguito de uno de mis amigos, que era más malandrito que nadie pero que en el fondo era zenda perra. ¿Qué más le podía pedir a la vida?
Pasados unos minutos, sentí que iba a acabar y se lo hice saber.
— ¿Dónde quieres acabar?
— ¿Dónde quieres que te acabe?
— Adentro.
— Como usted mande —dije.
Él se levantó un poco y yo comencé a bombearlo sin compasión.
— Ahhh, ahhh, así, dame más duro papi, dame, dame. Sí, ufff. Que rico. Dame.
Yo no decía nada, mi respiración había aumentado y comencé a sudar más de lo normal. Él me dijo que también iba a acabar y le ordené que no se tocara, quería hacerlo acabar sin que se tocara siquiera, y así lo hice, porque cuando exploté pasaron unos diez segundos y él acabó también. Mientras acababa le mordía el cuello y lo apretaba lo más que podía. Quería que sintiera toda mi leche adentro y eso hice.
— Párate —le dije.
Obedeció y fue al baño. Yo duré unos minutos acostado en la cama viendo al techo. No creía en ese momento que eso había pasado. Me parecía imposible. Pero sí había pasado.
Y si casi no podía creer lo que pasó con Luis, menos que menos lo que pasó unos minutos después: Alberto entró al cuarto con Raúl y Manuel (el otro de nuestro grupo) y me vieron desnudo. Se quedaron tiesos cuando Luis salió del baño.
CONTINUARÁ…
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Buen relato, bien contado