Desvirgué al malandrito heterosexual – parte 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por alej97.
NOTA: No es tan necesario leer la historia anterior para que puedan entender esta a plenitud.
Son hechos distintos que en cierto punto coinciden, pero por si después de leer este relato, deseas ver el anterior, está aquí:
http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-42861.html
Alberto, Raúl, y Manuel estaban en el cuarto, prácticamente en la puerta, sin moverse por lo que acababan de ver: yo desnudo en la cama de Alberto, y Luis saliendo del baño desnudo.
Manuel, que era el más acuerpado de todos, solo negó con la cabeza, se dio media vuelta y se fue.
—Maricos, ¿qué coño e la madre están haciendo aquí en mi cuarto pues? ¿Ustedes creen que esta mierda es hotel? —dijo Alberto.
Yo tenía algo de pena pero ellos sabían que a mí ni me molestaba que me vieran desnudo ni tirando con un hombre.
Lo que no cuadraba aquí es que era precisamente Luis, el malandrito heterosexual, al que me había acabado de coger.
En conclusión, al final del día, Luis había intentado negar todo (y yo le seguí el juego), pero eso no bastó porque fue una molestia todos contra todos y terminamos sin hablarnos los unos con los otros.
Incluso Luis se había molestado conmigo.
¡Como si yo tuviera la culpa de que él fuese zorrita!
*
A veces intentaba saludarlo, a Luis, pero me evadía.
Obvio, al principio me daba algo de risa, pero después hasta me sentí algo mal porque tampoco era justo que nos dejásemos de hablar.
A Manuel tenía días sin verlo.
Y Alberto no me hablaba.
Al menos, Raúl me saludaba con la cabeza.
Después de casi tres semanas, Raúl me escribió.
• Háblame mano.
• Hola Rauli, ¿cómo estás?
• Todo fino bro.
—respondió
• Qué bueno! Me alegra, en serio.
• Sabes que tengo una duda mano.
• Sisa? En cuanto a qué? —pregunté
• Tu de pana no te cogiste a Luis?
• Por qué el interés después de estas semanas? —inquirí.
• No por nada pues, era solo curiosidad.
• La curiosidad mato al gato —dije
• Sisa jajaja, pero sí o no?
• Pregúntaselo a él a ver qué te dice.
• Ese no quiere ni que se lo mencione.
—dijo
• Ahh, bueno : (
• Mmm
• Por qué tanto interés? —pregunté.
• Por nada es que yo sabía que ese bicho era marico porque a mí una vez se me insinuó.
• Ah, sí? —hasta risa me dio (la conversa se estaba poniendo buena)
• Sisa pero obvio yo le di su parao pues, aunque tú sí no te resististe jajaja
• Obvio no, si ese hombre lo que está es rico jajaja —le respondí sin tapujos.
• Eco chamo jajaja
• Por qué “eco” si no lo has probado? Jajaja —si era inteligente, captó esto.
• Ni quiero, gracias jajaja.
• Si tú lo dices… —respondí y no me respondió más.
Esa conversación con Raúl me había dejado pensativo, porque yo lo veía como un pana y ya, aunque me haya hecho muchas pajas en su nombre (como buen marico jajaja) jamás lo vi de otro modo, pero si él cedía…
Como a las dos horas me escribió de nuevo Raúl.
• Mano estás en la uni? —me preguntó (me pregunto qué macho hetero dice “uni”)
• Sisa mano, ya casi salgo, por?
• Pa esperarte e irnos juntos.
• Pa donde? —pregunté con curiosidad.
• Ah bueno pues, te voy a dar la cola y te arrechas?
• No vale si tú me das la cola te juro que no me arrecho jajaja me harías feliz y no te arrepentirías.
• Qué es jajaja tú sí eres marico chamo.
• Bastante.
• A qué hora sales? Salte de esa clase y vámonos de una vez gafo.
• Vale, espérame abajo que te llego a allá en unos 15 minutos.
• Ta hablao.
No sabía por qué pero me estaban entrando ganas de cogerme a Raúl.
Y cuando se me mete algo en la cabeza no se me sale hasta que lo haga realidad.
Lo vi, me saludó de abrazo y todo y me sentí mejor porque ya no estaríamos peleados más tiempo.
En su carro hablábamos de cualquier cosa y era como si fuésemos los amigos de hace un mes y como si la conversación de hace unas horas no hubiera existido nunca.
Intenté quitarme de la cabeza el cogerme a Raúl porque yo notaba que solo era pana y que estaba bien claro de lo que él quería en la vida.
O eso pensé yo…
— Luis te echó tu buena cogida, rata jajaja —dijo él.
— Él no fue el que me cogió —dije riendo
— ¿Entonces fuist…? —mi carcajada no dejó que terminara la pregunta.
— Ay chamo jajaja.
—dijo
— Al que me pida yo le doy jajaja.
— Nagueboná, ¿guebito de oro te dicen ahora? —preguntó riendo.
— De oro no lo tengo pero sí bastante complaciente.
— Pero más grande que el mío no lo creo —me dijo riéndose.
— Tengo que ver primero.
— ¿Quieres? —preguntó viéndome a los ojos.
Ya su mirada había cambiado.
— Solo si tú quieres —respondí sin dejar de verlo fijamente y en voz baja (como si alguien más estuviera en el carro)
Se limitó a verme como si quiera leerme los pensamientos y se sonrió, su sonrisa la traduje a un “tú no tienes limites jajaja”
Lo que hizo después me sorprendió: se metió por unas calles que yo no conocía y llegamos hasta una orilla donde habían puros árboles.
Yo no decía ni una palabra mientras se bajaba del carro, luego llegó hasta mi puerta la abrió y me dijo que me bajara, yo quedé de pie en la puerta.
— Sácate esa vaina pa ve qué es lo qué.
Yo sin aguantar dos pedidas, me desabotoné el pantalón, y me lo bajé por completo y dejé a la vista el guebo para que hiciera con él lo que quisiera.
Abrió un poco los ojos al ver que sí lo tenía grande, luego con su mano izquierda lo toco como para sentir su peso, lo veía de un lado a otro y luego me veía a mí.
Ya su mirada era otra, no sé cómo explicarlo pero ya no me veía ni como pana, amigo, o compañero sino como hombre lujurioso con ganas de saciarse, y yo a él.
Sin yo decirle algo, se arrodilló y acercó sus labios a mi glande y sentí su aliento en él.
Suspiré.
Como buen morboso, ya se me había parado el guebo, y sentí su saliva de un lado del guebo y del otro justo cuando comenzó a pasarme la lengua.
La brisa del lugar hacía que sintiera algo de frío cuando dejaba de lengüeteármelo.
Luego, sin pedir aprobación, puso sus labios en mi glande y abrió la boca sin miramientos y me lo metió hasta donde le cabía.
Sus labios eran suaves, casi que yo solo sentía una leve sensación en todo el guebo.
Pero se sentía rico.
Algo me decía que Raúl tenía experiencia porque no me molestó con los dientes ni un segundo y hacia movimientos que solo las mujeres (o su defecto, los maricos) sabían hacer.
Así estuvo un rato, y su cara era de lujuria, de deseo, hasta que en un momento se lo metió tanto que casi se lo tragaba por completo.
Yo feliz.
Le sostenía la mandíbula mientras le ordenaba que abriera la boca, luego se lo metía rápidamente lo más que podía, hasta que le daban arcadas y lo volvía a sacar, para luego agárralo de los cabellos y darle cachetadas con el guebo, cosa que lo ponía más perrita y a mí, más sádico.
Cuando se lo volví a meter en la boca, le puse una mano en la parte posterior de la cabeza y con la otra le tapaba la nariz, porque quería que de una u otra forma se ahogara, y cuando lo solté, soltó más saliva de lo normal.
Luego de unos minutos, se comenzó a bajar el pantalón y ya yo daba por sentado que ese culo sería mío.
Abrió la puerta del carro y se puso en cuatro en el asiento, dejando su culo de par en par, mostrándoselo a su nuevo dueño: yo.
— Así es que me gustan a mí, zorritas-zorritas.
—él solo sonrió.
Raúl era trigueño, de piel blanca pero quemada por el sol.
Así que sus partes intimas conservaban su blancura aun, cosa que me encantaba.
Le di una nalgada doble y soltó un leve “Aj”, lo que me volvía loco.
Después, mientras él seguía abriéndose el culo de par en par con sus dos manos, acerqué mi boca a la entrada de su culito y dejaba que sintiera un rato mi aliento, cosa que lo hacía medio retorcerse, porque notaba como un cosquilleo cuando lo hacía.
Saqué mi lengua y aun sin tocarlo, se la pasé alrededor del orificio, haciéndolo soltar un mitad suspiro mitad gemido.
Procedí a manosearle las dos nalgas mientras continuaba pasando mi lengua alrededor de su culito y sorpresivamente le di un mordisco fuerte en la nalga izquierda.
Eso lo hizo retorcerse un poco.
Seguidamente le quité las manos de sus nalgas, y lo apreté con las mías al tiempo que le daba un besito suave y con saliva en la entrada de ese culito lampiño.
Soltó un gemido más fuerte.
Yo no aguanté más y le comencé a chupar la entrada al cielo como si no hubiera mañana, haciendo así que hasta se encorvara, cosa que yo aplacaba dándole un leve golpe en la espalda, continuando con mi excavación profunda, llegando hasta donde podía.
Después de unos minutos, ya no tenía pena de nada, porque gemía como si se le fuese la vida en ello.
Antes de preguntarle si le gustaba, él, leyéndome el pensamiento, me respondió.
— Me encanta, por favor no pares, en serio.
— Ya no voy a parar —sentencié.
Y cuando me disponía a seguir chupándole el culito, me soltó, casi desesperado, lo siguiente:
— Ya no aguanto, de pana, métemelo —Me dio algo de risa, y aunque había escuchado, le pregunté, por morbo.
— ¿Qué dijiste?
— Que me lo metas, anda.
— ¿Seguro? —inquirí.
— Sí, sí, dale antes de que me arrepienta.
— Después que te lo meta no te vas a arrepentir.
— ¡Pero métemelo!
Y cumpliendo sus órdenes, me ensalivé el guebo, regué mi saliva por todo mi miembro y le puse la punta en la entrada del culo.
Volví un poco y comencé a metérselo, cuando me detuvo con una de sus manos.
— ¡Ay! Pero poco a poco, vale, que yo nunca he hecho esto, marico.
— ¿Eres virgen?
— ¡Ah, no! ¡Claro, guebón!
— Si tú quieres paramos —dije, a sabiendas de lo que me diría.
— No, no, no.
Dale, yo aguanto.
— Si va.
Me escupí en el glande y seguí metiendo.
Estaba súper apretadito, como supuse.
Lo que me ladilla de quitarle el virgo a alguien es la paciencia que tengo que tener, ¡porque yo no tengo paciencia para cogerme a alguien con calma! Yo me armé de valor (y de ganas de coger jajaja) y seguí con lo mío.
Mientras se lo iba metiendo poco a poco, le acariciaba las piernas, le apretaba las nalgas y le daba chupetones en la espalda, cosa que hacía se retorciera más, se excitara más y abriera el culo más.
Me detuve por un momento.
—No te pares, sigue.
—Eso, así es que es.
Te quiero ver perrita perrita.
No respondió y me agarró con una mano la pierna para que se lo metiera más, y yo pensé: “Ahh, este quiere guebo, pues guebo le voy a dar”.
Le quité la mano de mi pierna de un coñazo y lo tomé de la cintura con mis dos manos y se lo metí todo de un solo coñazo.
Él, soltando un grito ahogado, intentó zafarse.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡Aaay! Ya, va, marico, sácalo.
Sácalo.
¡Sácalo! —suplicaba con cara de susto.
—No —me limité a responderle.
—Anda, sácalo un momento.
—Si lo saco te va a doler más cuando lo meta de nuevo.
No respondió, pero su espalda aun seguí encorvada.
Se le bajé de un golpe con la mano y se dejó hacer.
Veía cómo aguantaba su dolor y después de unos segundos así, se lo saqué.
Suspiró.
Yo sonreí cuando me vio.
—Marico, nagueboná, lo tienes demasiado grande —dijo, algo jadeando pero entre risas.
—Ni tanto, deja tu show.
—contesté.
Lo agarré para ponerlo de nuevo en cuatro y no se dejó.
—Dale pues.
—Ya va, vale.
—Dale, dale, dale.
—dije, algo serio.
Me vio y cuando se iba a poner en cuatro, lo acosté boca arriba en el asiento—.
Así —ordené.
Me encantaba esta posición porque podía tener sus piernas en mis hombros, y además, podía verle la cara de placer, o de dolor…
Fue obediente y levantó las piernas lo más que pudo mientras yo le ensalivaba el guebo lo mas que podía, hasta que posó sus piernas en mis antebrazos y yo comencé a metérselo, y por fortuna, esta vez entró con mayor facilidad, él suspiró un poco y luego puso cara de dolor, de la cual hice caso omiso, mientras se lo seguía metiendo.
A veces intentaba moverse hacia adelante, es decir, él se echaba un poco para atrás, pero yo lo agarraba de la cintura y lo traía de nuevo mí, para metérselo más.
Me encantaba tenerlo así, porque no se podía zafar para ningún lado, ni a la izquierda ni a la derecha.
Estaba indefenso.
Uff.
Al cabo de unos minuticos, el dolor se le calmó, o eso me decía su cara que reflejaba como suspiro y alivio.
Entonces comencé a bombearlo un poco más rápido y abrió los ojos.
Lo vi fijamente.
—Así, así.
Uff.
Sí.
— ¿Te gusta, ah?
—Sí, sí, me encanta.
Me estás tocando algo ahí dentro y me encanta.
—evité reírme y no respondí.
—Qué zorrita me saliste, Raúl.
—Ah, ah, sigue, dale, dame más, anda, más.
Me detuve un segundo y luego se lo metí en seco.
— ¿Así? —Se lo volví a meter de golpe.
—Aj, sí.
— ¿Así? ¿Así? ¡Dime! ¿Así? —Preguntaba yo, metiéndoselo duro, una, dos, cinco veces.
Luego me enfurecí y comencé a darle cachetadas, sin lastimarlo, por supuesto.
Una, dos, cuatro cachetadas.
Él las disfrutaba porque no me decía nada al respecto.
Después me agarró una de las manos y mientras me lo cogía duro se chupaba mis dedos como loco.
Eso me enloqueció más y me le acerqué más, poniendo mi brazo por detrás de su cuello, acercándolo más a mí y así metérselo mejor mientras le chupaba la oreja y se volvía perra en celo porque me pedía más.
Y yo de buena gente, le daba más.
—Ay, ay, que rico.
Uff.
Sí bebé, así, me encanta.
Ay, ah, ah.
—Así te quería tener, putica.
—Ya me tienes.
—Este culito ahora será mío cuando yo quiera, ¿entendiste? —le decía mientras se lo metía una y otra vez.
—Tuyo, sí, tuyo, tuyo —respondía él, gimiendo, con la boca entre abierta.
Lo agarré del cuello con las dos manos y seguí cogiéndomelo.
Tenía tanto morbo que como tenía la boca abierta, le escupí en ella.
En eso me agarró y me besó.
Comencé a darle lo más rápido que podía y mientras me rasguñaba la espalda me dijo que quería acabar y comenzó a masturbarse.
—No te toques.
—Voy a acabar sin tocarme.
—Eso es lo que quiero.
Sin hablar más comenzó a acabar sobre su franela chorros de leche, y al minuto, le acabé yo adentro, como él mismo quería.
— Adentro, dame lechita adentro —decía.
Y obedecí.
Luego de recuperarnos un poco de todo, nos pusimos a reír.
Yo me levanté, me saqué el resto de leche, y cuando intentaba subirme los pantalones, él se agachó a mamármelo.
Yo quedé mudo.
¿No se sació, fue? De igual modo me dejé hacer y como se me había dormido un poco ya se lo podía meter todo en la boca.
Rico riquísimo.
Se levantó, se acomodó sus pantalones, y se metió en el carro.
Yo hice lo mismo.
Ya adentro, se quitó la franela, mientras bromeaba acerca de lo sucedido, se la cambió por otra que tenía en el asiento de atrás del carro y seguimos nuestro camino por alrededor de 45 minutos.
Se suponía que me llevaría a mi casa pero me invitó a comer a su casa.
Cuando entramos, ¿a qué no adivinan? Estaban Manuel y Luis en la sala hablando con el papá de Raúl (Papá, que cabe destacar, estaba buenísimo).
Nos vieron y noté la cara de sorpresa de Luis, pero me hice el loco.
Raúl me dijo que subiera a su cuarto y así lo hice, después de un rato entró Luis.
Hizo como si estuviera buscando algo (cosa que era mentira, se notaba) y yo nada más me sonreía.
Y así, de espaldas a mí, me preguntó:
— ¿Te lo cogiste también?
— ¿Celosito? —pregunté entre risas.
CONTINUARÁ…
Instagram: @alfrestrada ¡SÍGUEME!
Y si te gustó el relato, visita mi blog donde hay más historias mías.
https://www.alfrestrada.blogspot.com
PD: HE TOMADO SUS CONSEJOS DE QUE RESULTA MEJOR OBVIAR CIERTOS DETALLES QUE NO SON NECESARIOS EN LOS RELATOS, ES POR ESO QUE ES IMPORTANTE QUE COMENTEN QUÉ LES PARECIÓ EL RELATO PARA VER QUÉ TAN BIEN O MAL ESCRIBO.
Quiero la parte tres