Diego: historia del dotado y ardiente bombero, especialista en apagar incendios orales con mucha leche (capitulo 2).
Un hetero flexible y dominante macho, dueño de una tremenda pija, con la que preña hembritas y revienta gargantas de putitos, con el deseo intacto de cumplir la gran fantasía de su vida: ejecutar una larga lista de perversiones orales..
Diego: historia del dotado y ardiente bombero, especialista en apagar incendios orales con mucha leche (capitulo 2)
Como una pelota de básquet, subía y bajaba; rebotaba intensamente… pero con dos grandes diferencias; la primera, esta pelota era un esbelto cuerpo femenino aún en formación, de tetas prominentes con tan solo 16 años; la segunda, ésta «pelota» emitía agudos e intensos gemidos de hembrita penetrada, que excitaban a su suertudo y virtuoso follador, que así le daba un furioso y potente bombeo a su rosadita y apretadita conchita. Ahí, en la cama del regalo varón, que se encontraba con frenéticos movimientos abajo de la adolescente; con total flexión de sus perfectas piernas y la espalda apoyada en el reposero, disfrutando del sexo desde hacía media hora, el otro protagonista de esta saga; Diego el bombero: mimado primogénito de la familia, dueño de un imponente físico de 1.74 metros, de cabello negro, piel trigueña, y recién cumplidos 28 años, número apenas 7 más que el largor total de, como decía don Pedro, su padre, la herencia más importante que le dio: colgado entre sus piernas, presume de una imponente, hermosa, recta y muy lechera poronga, de 21 centímetros de largo y 12 de grosor. Vergota que era motivo de pleno sufrimiento de mujeres sin aguante, de total felicidad en minitas bien golosas, de fantasías hechas realidad en gargantas de homosexuales y de disimulada envidia masculina, en cualquier vestuario. En síntesis, Diego sabía bien de que estaba hecho, y que era lo que inclinaba a su favor, cuando se trataba de jugar en la «cancha chica».
Las buenas tetas de la chica rebotaban al compás de una nueva cogida habilitada como regalo a Diego por su cumpleaños, de parte de María, la flamante empleada de la casa de Diego, adolescente que recibía, no por primera vez, una buena dosis de intenso sexo; doña Olga, la señora de la casa, desde hace varios meses y confiada en las buenas referencias que le dió una amiga, empleó a la aún menor de edad, sim imaginar jamás que la encargada de mantener en condiciones el hogar, tendría como tarea adicional ser el depósito oficial del esperma de su heredero, la cual regularmente era llenada de abundante lechita en su poco experimentada vagina, que estaba siempre a disposición de los variados deseos sexuales de Diego. Esta cojida empezó con la lengua del macho chupando con dedicación la conchita, lo hacía porque a él no le gustaba dejarse chupar por el sexo opuesto, aunque ello no le impedía ser todo un adicto y experto violador de gargantas (explicaremos luego), el garche continuó con una intensa penetración en posición misionero y derivó en una cabalgada, ella encima dando saltos al principio, para luego gemir y gritar sin parar, ya que su estrecha y deliciosa conchita recibía y aguantaba todita los 21 centímetros, con un brutal bombeo por parte de nuestro candente activo que, con una fuerza y vigor propio de los más respetados machos como él, impulsaba sin parar su pelvis y por ende su feroz barra de carne, de abajo hacia arriba, sin pausas…pero lo que realmente le fascinaba era comprobar una vez más, que una conchita en desarrollo, de apenas 16 añitos, soportaba, sin una sola queja, que sí padecía con otras mujeres mayores a ella, su gigantesca pija a máxima potencia, siendo así un privilegiado testigo del incomparable aguante de María, una hermosa pendejita, aún menor de edad, que vino del interior para limpiar su casa y mojar su poronga, hace ya seis meses, dueña de una hermosa, apretadita, mojadita y resistente vagina que, una vez más, demostraba no solo aguantar, sino gozar con la única forma en que este bombero dar sexo, con duras penetraciones, ya sea de cuatro, parado, boca abajo, patitas al hombro o como la brutal cabalgada que ahora mismo resiste quieta y con agudos e intensos gemidos, y como cualquier hombre que está dando pija a una rica conchita, lucha con sus dos cabezas, con el fin de atajar tanto tiempo como sea posible su venida, pero los deliciosos gemidos y gritos que emite la hembrita, empleada de su mamá y depósito de esperma del hijo juegan en su contra, Diego sabe que está miel que endulza sus oídos no es más que la pura confirmación de su orgullosa hombría, con un talento tanto para convertir a santas en putitas, como perforar tráqueas de putitos, entiende que su vida se trata de proveer tanta leche humana como le sea posible. El bombero, sin saber que está a pocos días de apagar el incendio más importante de su vida, disfruta de esta magistral clase de auténtica dominación masculina, desde la primera lengua en la concha hasta la última gota de esperma en la trabajada cavidad vaginal. María, incapaz de hacer otra cosa que no sea gemir y gozar, por una parte siente la fuerza que las manos de su ultrajador ejercen en su cinturita que la inmoviliza para asegurarse de que reciba toda la intensidad del bombeo sin pausas, y reventando sus paredes vaginales, continuar hasta acabar regando, con una inmensa cantidad de leche de macho, todo su sistema reproductor. Sin dudas, jamás imaginó al ser contratada en la casa, que parte de su rutina sería someterse a los insaciables deseos del único macho que la llena de pija, cuando quiere y dónde quiere. Mientras tanto Diego termina de perder la última batalla interna, contra sus dos huevos que aprovechan una insoportable apriete vaginal en el inflamado glande, dando así inicio al copioso y anunciado final. Poco tiempo después, preso de la estimulación en el glande, de sus ojos contemplando a una mujer desnuda, siendo sometida a sus deseos y con sus oídos deleitados por los gemidos, anunciando con fuertes jadeos y un contundente aviso de «ya voy a largar, me vengo, me vengo»… desde su par de grandes y depilados testículos como salida y en el fondo del bien penetrado orificio vaginal como destino, inicia su placentera travesía, una copiosa y bien caliente cantidad de esperma; la chica, rebotando encima de (posiblemente) la pija más grande que comerá en su vida, se queda quieta y va sintiendo, uno tras otro, las descargas de lechazos en su interior y, como las anteriores veces (excepto aquella primera vez) lo va disfrutando con la tranquilidad que brinda los anticonceptivos inyectables pagados por nuestro semental; porque entendió que su semental no desperdiciaría jamás una gota de leche fuera su conchita y menos en un frío latex, condición que le dejó bien en claro en aquella primera vez que, sometida a su nuevo macho, con intensas sacudidas puesta de cuatro, inundó de leche su deliciosa cavidad vaginal, no solo ignorando, con su ímpetu de hombre fornicador, las constantes súplicas de su víctima para que largara afuera sino que, para dejarle bien en claro quien manda; con sus gruesos dedos, introdujo en su concha una parte de la lechita que rebosó de la vagina y, para que tomara buena nota, la sometió nuevamente boca abajo hasta dejarle muy, muy en el fondo ya no una, sino dos raciones de su nuevo y delicioso alimento.
Ella, que contra su voluntad recibió semen por primera vez a los 12 añitos, tras ser violada por su vecino, se llenó de miedo al existir la chance de quedar preñada y más aún considerando la gran cantidad de esperma que Diego liberó en cada una de ambas descargas. Varios días después, y con la dicha de un test de embarazo que marcaba negativo, el bombero le expresó: «María, cada vez que me abras las piernas te voy a largar adentro, no en tu cara, no en tu boca ni en tus pechos, porque las hembritas como vos tiene que recibir siempre leche de hombres como yo» le expresó aunque, para darle la oportunidad de ser cogida sin miedos, se encargó de pagar las inyecciones anticonceptivas. Así fue que durante toda la noche de un viernes, casa sola mediante, la estrenada conchita recibió, entre gritos sin pausas y espasmos de placer, unos 4 tiros muy bien trabajados con abundante leche, que fue directo, sin escalas, a lo más profundo del hueco de la ya insaciable y bien cogida empleada, así como todas las que voluntariamente (y las que no también) fueron empaladas por el. Y volviendo a la cogida…el empotrador agradeció su delicioso regalo, con un apasionado beso y una fuerte nalgada, momento en el cual, fascinado y lleno de orgullo contempló su leche escurrirse por los labios vaginales y muslos de una María que, contenta y lecherada, se retiraba de su habitación. Diego, agarrando su paquete, comprendió que su delicioso deber como hombre era taladrar las conchitas e impregnarlas con su viscosa y blanquecina marca, aunque también era consiente de que su verdadera y placentera pasión sexual, el impulso que motivaba su líbido en la vida, era someter oralmente a putitos adictos a las pijas dotadas y lecheras como la suya, que estaba siempre lista para las profundas batallas en cada nueva garganta dispuesta a soportar sus brutales y despiadadas embestidas, pero ninguna como la que portaba el joven Elías, la que muy pronto cambiaría su vida para siempre…
Y así vivía este bombero; ante la sociedad, todo un ejemplar servidor a disposición de la comunidad y en la intimidad, un dotado, insaciable y pervertido empotrador, que mandaba bola a la empleada, a la vecina, a cuánta hembra deseara; quizá de ahí surgió su pasión por ser bombero: con una manguera ir salvando vidas y con la suya ir cumpliendo en la cama con las y los que tienen fetiches con los bomberos; ese loable rol lo combinaba con sus tareas en el taller mecánico de su padrino, quien desde chico le da laburo en el patriarcal mundo de la mecánica automotriz, con toda una vida siendo rodeado de rasos varones, primitivos y sementales como el, educados desde sus primeras pajas, a solas y en grupo, en un espacio inundado en testosterona, a puro fútbol, trabajo pesado, que era compensado con un variado culto a la masculinidad: enormes pósters de las más voluptuosas mujeres, incontables anécdotas sexuales; algunas, como el pacto sagrado de macho llamado «La lista» eran absolutamente censurables: consistía en compartir todos los detalles de cogidas a niñas o niños (solo amanerados), de entre 7 a 15 años de edad; cada relato oral y evidencia digital eran estudiados por el conjunto del taller y si calificaban, entraban a un selecto y ultra secreto archivo del honor (o del terror) para ello, en el caso de las niñas, debían darles pija y leche por la vagina, el ano o la boca(con las evidencias, que eran festejadas por todos), con un pajacuarto equipado con un sofá, una vieja tele con DVD, abundantes rollos de papel higiénico y un intenso aroma a hombría, a incontables eyaculaciones producto de la estimulación de los materiales porno, desde lo último de la industria, hasta los caseros más pervertidos, y eran estos últimos videos, de escenas de sexo absolutamente inmorales y prohibidos, los que durante años cultivaron en el bombero un profundo deseo, llenas de fantasías no cumplidas, todas sobre el mundo del sexo oral en general, y el coito profundo por la garganta en particular, pero en esa categoría solo lo calentaba ver a un puto petero en acción o ser el mismo, en vivo, protagonista con su mazorca de feroces penetraciones bucales… Ya en su historial, se encontraban unos 10 chicos, con probada adicción a su poronga en la garganta, desde menores hasta los de su edad, pero ninguno siquiera se acercaban a la eterna gloria que, sin saberlo ambos, estaba por brindarle el petero más famoso de la villa más caliente de todas…cuyos detalles continuarán en la siguiente entrega…
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