Dr. PEDIATRA
Historia sobre un médico muy profesional sobre todo con sus pacientes varones.
Dr. PEDIATRA
Por Lobato69
Adán se sintió muy nervioso cuando escucho la orden de la doctora: descubre tu miembro. Sin embargo, obedeció inmediatamente; era un niño dócil. Bajó su pantalón y su calzón lo suficiente para mostrar sus genitales. La doctora inició la revisión y el chico se sintió muy avergonzado sobre todo por la presencia de su madre. El tacto de la doctora era muy profesional, primero exploró cada uno de los testículos y luego jaló el prepucio dejando al descubierto el glande del niño y lo observó con detenimiento. Adán quiso desaparecer cuando de pronto su pene se puso duro por la manipulación que recibía pero trato de permanecer estoico. Ambas mujeres notaron la erección pero no dijeron nada. En ese momento se escuchó tras la puerta cerrada una voz de hombre: Doctora Teresa, aquí tiene sus expedientes.
—Pase Doctor —respondió ella —necesito una segunda opinión.
Al consultorio ingreso un hombre jovial y de aspecto varonil. Él colocó los documentos en el escritorio y camino hacia la mesa de exploración dirigiendo su mirada al niño que estaba sentado. Rápidamente recorrió con sus ojos el rostro del niño luego centro su atención en sus genitales al descubierto.
—Mira colega, Adán López, paciente varón de 11 años —continuo la doctora— la madre indica que durante la noche, antes de dormir, va mucho al baño.
—Así es —intervino la madre— va como cinco o seis veces seguidas y solo orina muy poquito y se nota que le cuesta trabajo.
—Los genitales me parecen normales para su sexo y edad, aunque noto una ligera inflamación —Señaló la doctora.
—Hace unos días, en la escuela le dieron una patada en sus huevitos a mí hijo. ¿No sé si eso tenga que ver? En esa escuela, los chamacos son muy cabrones.
Durante todo ese tiempo, Adán continuaba con su ropa bajada y el pito duro. La incomodidad del chico aumentó porque ahora había una persona más.
Sin perder su sonrisa, el doctor ocupo el lugar de su colega y también palpo los genitales del niño. —También noto algo de inflamación —dijo él— pero sin análisis sería inútil especular. Recomiendo pruebas de sangre y orina y sobre todo ultrasonidos de sus vías urinarias y testículos.
—Las pruebas de sangre pueden hacérselas mañana que es viernes pero el ultrasonido lo podemos programar hasta dentro de dos meses. Lo malo de trabajar en clínica de gobierno.
—No parece una urgencia pero debemos descartar algo grave —Tras pensar un instante el doctor propuso —Puedo hacerle el ultrasonido en mi consultorio este mismo viernes.
—Ay doctor, pero cuánto costaría —Dijo la mamá de Adán.
—Podemos meterlo como un estudio externo de emergencia, el instituto puede absorber el gasto si considera que había motivos para realizarlo por fuera.
—Pero yo trabajo. Hoy pedí permiso de salir temprano para traer a mi hijo a la clínica pero no creo que me den dos permisos seguidos.
—Mañana vengo solo un par de horas para actualizar mis expedientes. Si le parece bien, traiga al paciente a hacer sus estudios bioquímicos y a entregar su orina y a las 10 yo lo puedo llevar a mi consultorio y le doy la dirección para que pase a recogerlo más tarde.
—Ay doctor, que pena, pero yo salgo hasta las 6 de la tarde.
—No hay problema, podría cuidar por la tarde Adán ya que él puede ayudarme en una investigación médica que estoy realizando para mi tesis sobre desarrollo en la pubertad. Claro, si usted lo autoriza.
—Claro que sí, Doctor. No sabe cuánto nos está ayudando.
Y el doctor dirigiéndose a Adán —Amigo, mañana vamos a pasar un buen rato juntos. Ven preparado. Y no te pelees en la escuela. Por cierto, ya puedes vestirte.
Mientras el niño acomodaba su ropa y la doctora Teresita hacia la orden de los análisis, el doctor entrego una tarjeta a la madre del niño con el domicilio y teléfono de su consultorio. El hombre dio a la mujer instrucciones precisas y se despidieron; discreta y fugazmente miro al niño delgado y moreno antes de salir.
La doctora emocionada dijo, tienen mucha suerte, señora; el doctor Carlos Apango es un excelente pediatra y urólogo. Su hijo está en las mejores manos.
Al día siguiente el doctor Apango fue muy puntual, justo a las 10. Adán estaba adormilado. Había tenido que madrugar para recolectar su orina y después bañarse para llegar temprano a los laboratorios. La toma de sangre fue rápida. Su mama tuvo que dejarlo a las 7 para ir a su trabajo. El niño espero pacientemente pero el sueño le gano.
— Hola amigo, dijo sonriendo. ¿Ya estás listo?
Adán respondió el saludo con la mano; se levantó y revisó el contenido de su mochila: llevaba una botella de agua, sus chanclas. Apango llevaba su bata y su impoluto uniforme de médico. Adán siguió al doctor hasta donde estaba su carro. El chico nunca se había subido a un auto tan bonito. Una vez sentados, el doctor le pregunto si sabía ponerse el cinturón de seguridad. Él respondió que no y el doctor procedió a colocárselo; al hacerlo el hombre toqueteó el pecho y la cintura del niño como jugando, Adán no le dio importancia. Ya en camino, el conductor le indicó a su pasajero que empezara a beber el litro de agua y que hiciera el esfuerzo de tomársela toda.
Apango intentó platicar con Adán para romper el hielo. Entre otras cosas, le explicó que él era médico especialista y aunque trabajaba como personal de confianza para el instituto de salud solo le asignaban casos peculiares. Su horario era bastante flexible, y por eso podía atender su consultorio en turno vespertino y los sábados todo el día. El niño prestaba atención aunque permanecía en silencio, se notaba su timidez. Tras media hora de viaje por fin llegaron a su destino: una bella y grande casa. Adán ya se había acabado el agua y el doctor le dijo avísame cuando tengas muchas ganas de orinar.
En el garaje, ambos bajaron del vehículo y se dirigieron al consultorio, el cual ocupaba una parte del inmueble. El niño creyó que se iba a parecer al de la clínica pero resultó más amplio y bonito. El doctor tenía muchos libros, buenos muebles y aparatos raros; todo limpio y en orden. Además había adornos para agradar a los niños. Le gustó de inmediato el lugar. Mientras Adán curioseaba, Apango lo observaba; el chico llevaba un pants escolar azul oscuro con beige y adornos rojos. Esa combinación de colores le sentaba muy bien. No se había fijado de que era un tanto alto para su edad y tenía un magnífico culo, aun con ropa resaltaba. Este niño le parecía semejante a un venadito.
—Amigo, puedes dejar tus cosas en esa banca. ¡Qué bueno que traes pants! son más fáciles de bajar y subir —Y añadió— Vamos a realizar tu ultrasonido, por favor quítate tus tenis y ponte tus chanclas.
Mientras cumplía la orden del doctor, el chico de paso aprovechó para quitarse la chamarra, entonces empezó a sentir la sensación de querer orinar. Y se lo dijo al doctor. Apango estaba preparando todo el equipo para el estudio. Incluso coloco sabanas limpias en la cama de exploración
—Esperaremos más tiempo. No importa cuántas ganas tengas, debes aguantar.
Pasaron por lo menos 15 minutos y la presión en la vejiga de Adán se volvió demasiada.
—Ahora sí recuéstate. Debemos apurarnos.
El niño se acostó rápidamente. La necesidad de orinar era cada vez más fuerte y le preocupaba que fuera a ganarle.
—Sube tu camisa y baja un poco tu pantalón. Aparta tus manos. Así no me estorbaran. Aguanta no demorare mucho. Ahora voy a colocar gel sobre tu abdomen; vas a sentir algo de frío pero solo es un líquido especial que ayuda a mejorar la resonancia.
El doctor con destreza recorrió la zona con el sensor, centrándose en los riñones y la vejiga. Atento al monitor, se tomó su tiempo para sondear y grabar cada resultado.
—Ahora date vuelta, quédate boca abajo.
Adán se giró y nuevamente Apango aplicó gel y pasó el sensor sobre los riñones. El chico ya se sentía desesperado, el esfuerzo por no orinar ya era una tortura. Después de lo que pareció una eternidad, el doctor terminó.
—Ya puedes ir al baño, corre —Le dijo mientras señalaba una puerta.
Ya en el límite, al chico apenas le dio tiempo sacar su pito y liberar toda la orina acumulada. Fue una sensación de alivio y casi placentera. Él no recordaba haber orinado tanto. A sus espaldas escucho:
—Discúlpame por el mal rato, amigo, pero un ultrasonido requiere condiciones especiales para que sea efectivo. Esfuérzate por sacar toda la orina, tu vejiga debe quedar vacía.
Cuando estuvieron seguros de que ya había salido todo. El doctor volvió a ordenarle a su paciente que se recostara. El proceso se repitió punto por punto. Pero ahora ya no había presión por la orina. Término el sondeo y el niño se sentó pero el doctor no le dio otra instrucción salvo que esperara. Apango reviso los resultados y los grabo en un archivo. Limpió el sensor usado y dirigiéndose a su paciente.
—Ahora sondearemos tus testículos. Vuelve a acostarte y baja tu calzón hasta las rodillas.
A Adán no le hizo ninguna gracia la petición, pero comprendió que no había otra manera de hacer el ultrasonido. Obedeció y sus genitales estaban libres para su estudio. El doctor se acercó y con mucha confianza tomó el pene del niño y lo coloco hacia arriba, lo cual extrañó al paciente.
—Así no estorbara el paso del sensor —dijo con tranquilidad Apango mientras aplicaba gel en el escroto —con tu mano sostén tu pene.
Apango sonrió y continuó con el sondeo.
—Mira el monitor, amigo. Ese es tu testículo izquierdo.
Al niño le maravillo las imágenes y sobre todo que ese huevo fantasmal estuviera dentro de su cuerpo. El doctor quizá tardo más de lo necesario en el ultrasonido de ambos testículos pero por fin concluyo y Adán subió su ropa.
—Amigo, voy a examinar los registros.
El doctor guardo el equipo. Después se sentó en su escritorio y empezó a analizar los resultados del ultrasonido en su computadora.
—Buenas noticias, amigo —Dijo el doctor mientras con la mano llamaba a su paciente.
El niño se acercó y permaneció de pie al lado del hombre. Miró la pantalla, pero no entendía nada.
—Tienes unos riñones bastante sanos y tus testículos son normales. No hay nada malo en ellos. Voy a mandarle ahora mismo por email los resultados a la doctora Teresita y voy a imprimir una copia para ti.
El doctor entregó al chico las hojas dentro de un sobre.
—Guárdalo en tu mochila para que no se te olvide.
Adán regresó a donde dejo sus cosas, abrió su mochila y metió el sobre dentro de su libro. El doctor desde su escritorio lo llamó y le indicó que tomara asiento.
—Bueno, amigo. La jornada aun es larga. Dime ¿Qué desayunaste?
—Nada respondió —Respondió el niño con voz baja.
— ¿Nada? —El doctor estaba sorprendido— Le dije a tu mamá que después de la toma sanguínea te diera un desayuno ligero. Un grave error de mi parte y ya casi son las 12. Te has de estar muriendo de hambre. Voy a pedir comida ¿Qué se te antoja?
—Unos chilaquiles con cecina ¿cree que me alcance? tengo dinero.
—Por favor, eres mi huésped. Yo invito.
El doctor tomó su celular y llamó. Pidió dos órdenes de chilaquiles con cecina, dos jugos de naranja y cocteles de frutas.
—Es un restaurante muy bueno. No tardaran en traer la comida para que almorcemos.
Efectivamente poco tiempo después llego la comida. Ambos fueron al comedor; Adán ayudó a poner la mesa. El doctor al parecer también tenía mucha hambre pues devoro su ración casi tan rápido como su invitado.
Una vez satisfechos y cómodamente sentados en el consultorio, el doctor prosiguió con la consulta pero esta vez más serio. —Tenemos que descubrir que está mal ya que entiendo que orinas mucho.
—Solo me pasa en las noches.
—Cuando vas a dormir, sí eso es interesante. Ya vimos que físicamente no hay nada malo en ti. Entonces es algo de la mente. ¿Eres muy nervioso?
Adán solo asintió.
— ¿Qué te preocupa o más bien que te asusta?
—Muchas cosas: que mi mamá este bien, las broncas de mis hermanos, la escuela, que nunca alcanza el dinero…
— ¿Te molestan en la escuela?
Adán otra vez solo afirmo con la cabeza.
—Por eso te patearon, ¿verdad?
—Sí, siempre me están chingando y aunque me defiendo nunca ganó.
—Tus compañeros pueden ser muy malos pero en lo posible evita pelear; intenta hablar con tus maestros o con el director.
—No me hacen caso.
—Eso te está afectando ya físicamente. No soy partidario de darle tranquilizantes a los niños, buscaremos una manera de que te relajes por la noche. Ahora amigo, procedamos con mi estudio. Recuerdas que tú mamá autorizo que me ayudaras con mi investigación.
—Sí.
Primero el doctor le hizo una serie de preguntas y pidió que sus respuestas fueran sinceras y veraces. Las primeras fueron sencillas: cuándo y dónde nació, desempeño escolar, si trabajaba, qué acostumbraba comer, hábitos personales, deportes y pasatiempos, etc. Apango iba registrando puntualmente las respuestas. El interrogatorio continúo con cuestiones más personales:
— ¿Y tu papá?
—Ni idea, nos dejó hace mucho. Ni me acuerdo de él
— ¿Tienes hermanos?
—Sí, tengo dos más grandes que yo. Mi hermana la mayor que ya se casó, hasta ya tiene un bebé. Mi otro hermano me lleva cuatro años y ya dejó la escuela y trabaja. Lo quiero, pero me chinga mucho y casi siempre anda en la calle. Solo llega a comer y a dormir, pero sí le da dinero a mi mamá.
— ¿Tienes amigos?
—No
— ¿Ninguno en la escuela o entre tus vecinos?
—No le caigo bien a nadie.
Poco a poco las preguntas se volvieron más íntimas:
— ¿Has visto a tu hermano desnudo?
—Mucho, vamos juntos a los baños de vapor.
— ¿Y él que te parece?
—No entiendo.
— ¿Te parece guapo?
Adán, al momento recordó a su hermano, chaparro pero con músculos marcados por el trabajo; su verga prieta, con una mata de pelo arriba; a veces cuando se le paraba sentía deseos de tocársela
—Ya parece un hombre.
— ¿Ya eyaculas?
Adán más o menos entendía a lo que se refería el doctor; en la escuela había habido lecciones sobre el sexo y la adolescencia, al menos ya tenía lo teórico. Por otro lado, entre sus compañeros no faltaban conversaciones sobre esos temas y además en secreto, cuando iba al internet había visto algunos videos porno.
— Aún no —respondió algo apenado.
— ¿Te masturbas?
El niño se cohibió ante esa pregunta.
— No te preocupes, amigo. Toda esta información es confidencial y jamás le diré a nadie lo que me digas.
— A veces me acarició aquí —respondió Adán, avergonzado y señalado su bulto.
—No te sientas mal, es algo muy natural en todos los hombres. Yo mismo lo he hecho, es más aún lo hago. ¿Tú cómo lo haces?
— Pongo mi pito entre mis manos y lo froto y otras veces pongo mi almohada entre mis piernas. Se siente rico.
— ¿Lo haces muy seguido?
—No, trato de no hacerlo; es que me han dicho que eso es malo.
—Todo lo contrario; es muy sano para un chico de tu edad. Solo es malo si quisieras masturbarte todo el tiempo y por ello descuidaras otros aspectos de tu vida como tu familia o el estudio. Quizás necesite que me muestres cómo juegas con tu pene ¿Has tenido sexo con alguna chica?
— No. —contestó el niño nerviosamente. —Él no esperaba esa pregunta y menos la que siguió.
— ¿Y con un chico?
—No, para nada —dijo Adán ya con cara de espanto.
—Amigo, esto es normal, parte del desarrollo de todos. Pero créeme, hablar de estos temas nos ayuda muchísimo.
Extrañamente las palabras y actitud del hombre le inspiraban confianza al niño. Adán no estaba acostumbrado a ser el centro de atención y esa sensación le empezó a agradar; consideraba que estaba en medio de algo importante, incluso hasta le parecía divertido. Por otro lado el tacto de las suaves manos del doctor casi era una caricia, algo que él ya había olvidado.
Continuó un examen físico; Apango reviso el cabello de Adán y con diferentes instrumentos examino sus ojos, oídos, nariz, boca, dientes y garganta. Entonces, el doctor le pidió se quitara su camisa y playera. El chico obedeció rápidamente y el doctor tomó la presión sanguínea con un tensiómetro y posteriormente con un estetoscopio escucho su respiración y ritmo cardiaco, tanto por el pecho como por la espalda. Siguieron con una serie de mediciones; Apango registro la altura y el peso del niño y luego midió el largo de los brazos y los dedos, hombros, cuello y cintura. Luego examinó sus axilas incluso se acercó a oler; tocó sus pezones, después se concentró en la espalda. Pidió a Adán que se inclinara y recorrió la columna hasta el coxis. El doctor encontró las vértebras normales. A continuación el doctor pidió al niño que se quitara su pantalón y calcetines. Esta vez, Adán no sintió tanta pena por quedarse solo en trusa. Apango volvió con las mediciones: piernas, pies, rodillas. Luego examinó los pies. El hombre sonrió al no encontrar ni hongos ni mal olor. Luego se dedicó a examinar los reflejos del chico usando un martillo médico. Toda respuesta fue normal. Pero entonces llegó la orden que Adán temía. Quítate el calzón dijo Apango. El hombre no repitió la instrucción pero con un movimiento de su mano indicó al chico que debía bajar su ropa interior. Incapaz de negarse, Adán lo hizo quedando completamente desnudo ante el doctor. Inmediatamente el doctor revisó los genitales del chico. Jalando el prepucio liberó el glande. Nuevamente ante el tacto de un extraño, el pito de Adán se puso duro; otra vez el niño sintió mucha vergüenza, pero el doctor siguió con su examen de manera muy técnica. Midió el largo y el grosor del pene; luego examino los testículos y pasó el índice por el pubis del pequeño. El médico sonrió ante la total ausencia de vello; entonces le ordenó que se apoyara en la mesa de exploración y luego separó las nalgas de Adán. Reviso detenidamente el ano incluso paso un dedo por la zona. Además, aprovecho el momento para apretar cada glúteo.
—Tu piel es bellísima, tu color café con leche es parejito de pies a cabeza.
Adán no supo qué responder al elogio.
—Ahora, voy a tomar tu temperatura.
Apango sacó un termómetro y Adán levantó el brazo, pero el hombre le indico que era un termómetro rectal. Nuevamente le ordenó que se apoyara en la cama y el doctor insertó el instrumento por el ano del chico. Un par de minutos estuvo en esa ridícula posición. Apango sacó el termómetro y registró el dato, tras lo cual lo limpió. Entonces el doctor salió del consultorio para regresar rápidamente con una cámara digital.
—Necesito tomarte algunas fotos para los expedientes de mi investigación.
Después de decir eso, Apango llevó a Adán hasta una zona del consultorio libre de mobiliario pero con alfombra y le indicó que se quitara sus chanclas. Entonces le pidió que permaneciera en posición de firmes y tomó varias fotos de cuerpo entero por adelante y por detrás; luego sacó close up de la cara, pezones, nalgas y genitales; posteriormente le indicó al niño diversas posiciones: acostado de espaldas, levantando las piernas, boca abajo, hincado, haciendo lagartijas, en cuatro patas, con las manos en la pared y separando las piernas, en cuclillas, como si fuera a hacer del baño, abriendo piernas y brazos, inclinado separando las nalgas. Adán obedecía; aunque las fotos le parecían raras no podía negarse a las peticiones del doctor, el cual se mostraba muy complacido con tan bello modelo. Llegó un momento en que la sesión fotográfica le pareció un divertido juego. Y no solo eso, con orgullo mostraba su pito, el cual recobró su firmeza y permanecía duro como roca. También se dio cuenta que el hombre sacaba tomas mayormente de sus partes íntimas. No fueron pocas las fotos que tomó el doctor. Disimulado por la bata, Apango tenía una enorme erección y ya le escurría liquido preseminal; decidió que era tiempo de pasar al siguiente nivel.
—Eres un gran modelo —le dijo al niño al tiempo que lo tomaba de la mano rumbo a la mesa de exploración. Dejándose llevar, Adán ni se inmutó del frío del suelo, aunque se percató que había olvidado ponerse sus chanclas. Nuevamente se recostó. El doctor aún llevaba su cámara.
—Mi estudio abarca medir tu testosterona y la intensidad de tu libido. Necesito que me muestres cómo te masturbas.
Nuevamente Adán se sacó de honda pero era incapaz de desobedecer al doctor. El chico sentía miedo pero la curiosidad era irresistible. Estaba en el umbral de nuevas experiencias. Acostado cómodamente, Adán coloco sus manos a los lados de su pito duro y empezó a hacer fricción. Apango grababa las acciones del chico, alternando tomas de cuerpo entero y acercamientos. Fue rápido que el niño llegara a sentir rico y se detuvo.
—No está mal amigo, pero vas muy rápido. Es como si en un banquete comieras primero el plato principal. Hay muchas cosas que puedes hacer antes de jugar con tu pene. Puedes hacerte el amor a ti mismo.
El doctor tomó una de las manos del chico para que él mismo se acariciara. Guiado por el hombre, Adán recorrió su cuerpo: primero brazos y piernas, la cara, el pecho y el vientre; entonces con su otra mano, también comenzó a acariciarse. Apango impedía que se tocara sus genitales, en cambio le indicó que recorriera su cuerpo, incluso los pies. Adán sentía agradable al tocar las diversas partes de su anatomía. Y no solo eso también se le indicó que intentara besarse y probar con su lengua las partes que pudiera alcanzar. El niño logró alcanzar sus axilas y pezones y además de sus piernas y pies; lejos de sentir asco sintió interés por probar los distintos sabores de su cuerpo.
—Amigo, vas a descubrir que hay partes más sensibles que otras.
Bajo la guía del hombre, Adán exploró sus pezones con ambas manos y ombligo y finalmente llegó a sus nalgas. El hombre le ordenó que no solo frotara sino que pellizcara y que agarrara con firmeza. Realmente era muy rico; por iniciativa propia, él continúo masajeando su generoso y firme trasero mientras que con su mano derecha volvía a atender sus pezones.
—Con este dedito vas a recorrer tu culito —. Dijo el doctor al momento de apoderarse de una de las manos del chico —Separa bien tus piernas.
Adán recorrió la raja entre sus nalgas, era un sitio caliente y húmedo e inevitablemente llegó a su ano, al que reconoció por lo arrugado.
—Métete un dedo, hazte gozar
El niño metió su índice pero la sensación no era nada especial, más bien le pareció algo sosa.
—Hasta el fondo, mueve tu dedo como si buscaras algo.
El chico obedeció y sí la sensación empezaba a ser agradable. Ahora el hombre le ordenó que con su mano libre sujetara firmemente su pene y empezara un movimiento de arriba abajo. También le indico que sus testículos necesitaban atención. Adán se las ingenió con sus dos manos para atender todas sus zonas erógenas. La calentura llegó a tal grado que el chico olvido todo concentrado en su propio placer. Hacerse el amor era algo muy sabroso. Hasta ese momento Apango no había dejado de grabar todo lo que Adán hacía; pero entonces colocó su cámara en un sitio estratégico y programo en automático. Rápidamente se despojó de sus ropas de médico. Adán lo miró sorprendido; no era la primera vez que veía un hombre desnudo pero sí la primera que miraba un pene, tan grande y peludo, totalmente erecto. El doctor se colocó entre las piernas del niño y se apoderó de su pito. El hombre sonriendo le dijo:
—Amigo, tienes verga de niño pero te aseguro, en unos años vas a tener un bate entre las piernas. Hoy te voy a enseñar a mamar.
Apango inició por besar tanto el pito, que no había perdido su dureza, como los huevos de Adán. Y después de recorrerlo con su lengua, inicio a chupar el falo con deleite para luego regresar a los testículos y de vuelta al pito. Adán intentaba ver todo lo que le hacía el doctor, pero éste le ordenó que se recostara. El chico solo se dejó hacer. Las tiernas caricias habían quedado atrás ahora parecía que el hombre quería devorar sus genitales, ahora el placer era más intenso. Entonces el doctor elevo las piernas del niño y empezó a mamarle el culo, introduciendo con fuerza su lengua por el ano.
— ¿Qué hace? —. Preguntó asustado el inocente
—Tranquilo, amigo. Dentro de poco vas a sentir delicioso.
Apango demostraba su pericia en el sexo oral pues alternadamente atendía tanto los genitales como el culo del chico. Cumpliendo su palabra, el doctor logró que su joven experimentara su primer orgasmo real.
Adán entonces comenzó a llorar
— ¿Qué pasa, amigo?
—Déjeme, siento que hicimos algo muy malo
Apango cargo al niño y lo sentó sobre sus piernas y encima de su gran verga, abrazándolo y cubriéndolo de dulces caricias y besitos, logró consolarlo.
—No has hecho nada malo, esto es solo amor. Yo nunca te lastimaría y solo quiero que tú te sientas bien. La gente hipócrita condena el placer, pero tú debes buscar tu felicidad. Te he demostrado que el sexo es algo maravilloso. Hasta ahora has tenido miedo de la noche, pero a partir de hoy la buscaras, será tu protectora cada que quieras hacer el amor.
Aun con lágrimas en los ojos, Adán sonrió.
—Quiero enseñarte algo
Apango cargo al niño como si fuera más pequeño y lo llevó hasta su computadora. Sentados en la misma silla, Adán sobre el doctor; vieron el monitor. Empezaron a abrirse numerosos carpetas llenas de fotos.
—A estos chicos también les enseñe las maravillas del sexo
Adán asombrado, veía chicos de todas edades y de todos colores, pero todos varones. Había pequeñines como de kínder, también muchos chicos de su edad e incluso muchachos más grandes ya con pelos y unos huevotes. Güeros, prietos, delgados, gordos; todos se veían tan guapos; mucho llamó su atención la gran variedad de formas de sus vergas. Adán nuevamente tuvo una erección. Apango agarro el pito del niño y empezó a estimularlo, a su vez llevó una de las manos del chico a su propia verga. Entonces, Adán se dio cuenta que apenas podía abarcar el grosor del ese tremendo pito pero él también inicio el movimiento que momentos antes le habían enseñado. Ambos continuaron viendo las fotos al tiempo que se masturbaban mutuamente. Apango aprovecho el momento para dedear a Adán; luego de un poco de dolor inicial, el chico se adaptó y empezó a disfrutar como el doctor exploraba su ano, pero sin descuidar la verga de su joven amante. El chico no se quedaba atrás y jalaba con empeño el falo de su mentor; tras varios minutos experimentó su segundo orgasmo real. En ese momento la verga de Apango explotó y el semen manchó el joven cuerpo, pero lejos de sentir asco, el niño quedó fascinado de aquel liquido blanco, viscoso y oloroso. El doctor permitió que Adán continuara viendo las fotos hasta las 6 de la tarde, hora que la madre indicó era su salida del trabajo. Entonces ayudó a su chico a asearse y luego a ponerse su ropa.
—Amigo, si quieres puedo enseñarte muchas cosas más la próxima vez que nos veamos
Eran casi las 7 de la noche cuando llegó la mamá de Adán. La mujer pidió muchas disculpas por llegar tan tarde, pero Apango respondió que para nada había sido una molestia.
—Adán fue muy obediente y servicial, ayudó mucho a mi investigación. Los resultados ya se los envié a la doctora Teresita, en su próxima cita los usarán; su hijo salió muy bien. Y no se preocupe el instituto de salud va a absorber los gastos.
El niño llegó con su uniforme completo y su mochila, saludo a su mamá y se despidió del doctor con cariño y respeto. Ya en la calle y rumbo a la parada del autobús, la mujer le preguntó a su hijo qué habían hecho él y el doctor.
—Después de los ultrasonidos me hizo varios exámenes y luego lo ayude toda la tarde con unas fotos y a ordenar unos archivos.
—Que bien que le hayas ayudado al doctor.
— ¡Ah! Y me dio una copia de los resultados de mis ultrasonidos. Dice que estoy muy sano
— ¿Entonces por qué vas tanto al baño?
—Dice que soy muy nervioso, ya me enseñó unos ejercicios para relajarme.
—Que bueno, mijo.
— ¿Sabes, má? El doctor Apango me cae muy bien.
Como sigue?
Yo hubiera querido tener un doctor como ese.
Estupendo (y caliente) relato…, espero (y deseo) que tenga continuación. Un saludo.
Como sigue? me he quedado con ganas de mas.
A mí igual me cae bien, es chévere con los varones. Yo kielo ser revisado.
Como sigue la historia?
Todos los varones necesitamos un pediatra como ese. Buena historia, saludos
Excelente historia, ojalá que tenga continuación…
Excelente! Tantos detalles, exquisito, real y anecdótico.
Me hizo lubricar mi verga desde la primera lectura.