¿Edgar, su hermano o su papá? (parte 2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Primera parte: http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-21513.html
Espero opiniones.
—————————————————————————————————————-
TODO, todo, todo, o quizá nada, aunque sí, de verdad todo lo que sentía o creía yo estar sintiendo,
porque realmente no sabía lo que era la palabra “sentir” ya, se estaba volviendo la situación más
increíble de mi vida -al menos en ese momento-, porque ni yo me lo creía.
Alucinante.
Doloroso.
Extraño.
Todas esas palabras encajaban perfectamente ahora, todo parecía una extraña y dolorosa alucinación.
Y, lo peor de todo, era que, por alguna extraña o quizá conocida razón… me estaba gustando todo, todo
lo que estaba sucediendo. O lo que estaba apunto de suceder. Porque sucedería más, eso me quedó claro
en el instante en que la realidad me golpeó cuando sentí un segundo ardor en mi ahora nalga izquierda.
Dos, tres, cuatro leves golpes en el culo…me ardía…me gustaba.
—AAAYY —aunque me gustara no podía dejar de quejarme.
A ver, todo esto era muy raro, ¿cómo es que el papá de Edgar había llegado ahí así de la nada? ¿Todo
estaba planeado desde un principio? Quizá después del episodio del cuarto con el hermano de Edgar él
haya deducido que yo era una putica sedienta de leche, y también quizá le haya comentado a su papá, el
señor Rómulo y este de seguro supuso que no me negaría a una pequeña invitación al cuarto de
repuestos del patio trasero (lugar en el que estaba ahora mismo, aun en cuatro patas, aun con mis manos
atadas, pero ya con los tobillos sueltos, pero aun así atado) y haya decidido llegar después, porque sabía
que si era él quien me invitaba a salir del cuarto a las dos de la madrugada sabría que me negaría.
Porque de verdad me negaría. ¿O no?
Mi cabeza daba vueltas, sentía que daba vueltas…tenía que estar dando vueltas, probablemente.
—¿Señor Rómulo… qué hace ust…? —me interrumpió.
—Cierra la boquita maricón.
—Pero es que… —me volvió a interrumpir.
—Que te calles —dijo agachándose y poniendo su dedo medio entre mis labios.
Pasó ese mismo dedo medio por el piso, donde aun habían residuos de mi semen y me metió el dedo a
la boca para que lo chupara.
Guau.
Qué hombre.
Y chupé su dedo medio.
Luego paso su pulgar por mi culo, donde había lechita de su hijito mayor, que chorreaba por mi pierna.
Y me dio a probar… y ahora ya había chupado su pulgar también. Reinaldo acostado a tres metros de mi
solo reía al ver el espectáculo.
¿Por qué? ¿por qué yo hacía eso? ¿acaso no era mejor gritar y que alguien viniese a rescatarme de
todo? ¿Vendría Edgar si gritase su nombre? No lo creo. Nadie podía oírme. Igual si gritara alguien
llegaría, quizá.
Pero no iba a gritar.
No quería gritar.
Decidí estar ahí.
Quería estar ahí.
Me sentía tan usado… y deseado al mismo tiempo, aunque fuese sexualmente.
Volvió a despertarme la rara realidad cuando noté que tenía ya tres dedos en mi boca.
—Pero qué mariquita eres, te gusta chuparme los dedos. ¿Y si te los meto por el culo? ¿los quieres?
¿los quieres en el culo también? Dime, no tengas miedo, dime. —decía casi en un susurro en mi oído
izquierdo, sentía que cada palabra me llegaba muy dentro de mi, todo era alucinante. Y cuando hablaba
bajito, era como una pequeña y extraña seducción. Creo, así lo sentía yo. Aunque una persona seduce a
otra cuando aun no la tiene consigo, en cambio este padre y su hijo mayor ya me tenían para ellos. Y
atado de manos, por cierto. Ya me dolían los codos, quería que me soltara. Igual no saldría corriendo,
porque de igual manera ellos me agarrarían. Solo eso era lo que quería, que me soltara. Mi Yo puta
habló por mi.
— Sí, sí, lo quiero, quiero eso, pero suélteme señor Rómulo, por favor. —logré decir, sin siquiera
verlo, pero me levanto a la cabeza para que lo viera.
— No… o bueno, si te portas bien, tal vez. —decía, al instante en que sonreía también. Sádico.
— Por fav…
— Si juras no salir corriendo.
— No tengo porqué jurar nada porque no voy a salir corriendo… quiero estar aquí.—Rió fuerte
cuando escuchó eso.
— Ahh, pero viste que te encanta ser una mariquita gozona. Está bien.
Me desataba las manos, pero sin apartar la mirada de mi, sin sonreír, sólo me veía…. y… era esa
mirada… esa mirada que ya conocía… la misma mirada que había utilizado Edgar aquella vez … la
misma mirada que había utilizado su hermano Reinaldo… y ahora su papá, el señor Rómulo.
Me pregunto si todos los que me vean así en la vida me van a coger, porque entonces andaré con una
venda por siempre en los ojos. Quizá sus miradas eran hereditaria. Sí, eso es.
Reinaldo se levantó de donde estaba para también ayudar a desatarme, mientras ayudaba a su papá me
daba uno, dos, tres besitos en la mejilla.
Ya estaba sin ataduras, ni en las manos ni en los tobillo, estaba libre, aja, sobre todo eso, libre.
Solo me moví un poco y me acosté en el piso, boca abajo, quería estar en ese instante en la cama, con
Edgar, pero ese instante duró quizá tres segundos. Luego me di la vuelta y ahí estaban su padre y su
hermano Reinaldo. Rómulo a mi derecha y Reinaldo a mi izquierda, me veían, solo eso, me veían,
luego noté que el señor Rómulo se quitaba el pantalón que era lo único que traía puesto. Y, sin darme
cuenta, me apuntó con vergota, era grande, muy grande en comparación con la de Reinaldo -que
también era grande-. No caí en cuenta de para qué me apuntaba con el guevo hasta que sentí un liquido
en mi pecho, en mi cuello, en mi cara, me estaba…orinando. Eso era mucho ¿o no?. No abrí la boca
para nada hasta que los dos -porque Reinaldo también lo estaba haciendo- dejaron de orinar…me.
—Ahh —dijo Reinaldo. En tono de suspiro.
—Párate — dijo el señor Rómulo.
Así lo hice, me tomó de las manos y me condujo a una especie de pasillo de cuatro metros para así
llegar a una especie de colchón que había en el piso. Y me lanzó ahí, sin articular palabra. Estaba boca
abajo, la cama me era cómoda. Hasta que tres dedos entraron en mi culo y ya no me era cómodo nada.
Rómulo me tenía con tres dedos en el culo y con su mano izquierda en la espalda para que no me
moviera, tal vez. Luego me enseñó los dedos… con algo de sangre, supuse que era por la cogida de
Reinaldo, porque si hubiese sido por los dedos de Rómulo hubiera pegado el grito en el cielo, aunque
igual me dolía tener su gordos dedos en el culo. Luego los volvió a meter y le daba vuelta… me
gustaba. Él sonreía al ver mi cara. Me gusta su cara, se parecía Edgar, indudablemente, pero con barba,
era esa barba no muy poblada, sino de tal vez tres, cuatro días. La pasó por mi espalda, me retorcía
sentir su barba, hasta que llegó a mi culo, e introdujo su lengua, y juro que sentí que me desmayaba de
placer.
— Ahh… si. — dije, sin aliento. Era como si su lengua anestesiara a mi ya roto, abierto, desvirgado
y adolorido culito. Sentía que se relajaban los músculos de todo el cuerpo, pasaba su lengua por
todo mi orificio y me gustaba increíblemente.
— ¿te gusta?
¿Realmente debía responder a todo lo que preguntaba? Porque… ¿a caso no se daba cuenta de todo lo
que mi cara decía sin decir nada?. Me gustaba, sí, me gustaba… me gusta. Me limité a no responder
nada.
Esta era la situación actual: El señor Rómulo estaba ahí, en un pequeño colchón junto a mi, mejor
dicho, encima de mi, porque ya no tenía dedos ni su lengua en el culo. Solo estaba encima de mi,
pesaba, sí, pasaba, pero me sentía bien, me mordía la oreja derecha, sentía que eso era inaudito, se
sentía…bien. Su verga estaba entre mis dos nalgas y hacía un ademán de estar cogiéndome, y aunque no
me estaba cogiendo….aun, se sentía extremadamente increíble, esa sensación de tener su verga entre
mis nalgas nunca la voy a olvidar. Nunca.
Y diagonal a una de las esquinas del colchón estaba Reinaldo, parado, sin camisa, sin pantalones, sin
zapatos, desnudo, total y completamente desnudo. Estaba recostado a la pared. Aunque no había
mucha luz en ese pequeño lugar de igual manera podía visualizarlo. Era grande. Muy grande, pero no
más grande su papá, que estaba encima de mi aun.
El señor Rómulo pasó sus dos manos por debajo de mis brazos y las puso en mi nuca, como
aprisionándome. Y entonces sí perdí la noción del tiempo, lugar y espacio.
ME HABÍA METIDO SU TREMENDO GUEVO SIN AVISAR.
Dolía. Dolía mucho, no sé si grite, aunque si grité muy seguramente me habrían tapado la boca o algo,
pero no. Me limité a aguantar y relajarme, porque era para rato.
— Pero qué calladita estás mariquita. ¿no te dolió?
Me di cuenta de que aunque el papá de Edgar tenía la verga más grande que Reinaldo, no había pegado
tremendos gritos como cuando Reinaldo me desvirgó.
¿Diez…quince…dos minutos habrían pasado ya? Nunca lo supe. Todo estaba fuera de lugar.
El señor Rómulo me daba como a perra, me cogía fuerte, duro, como un perro, como un toro, aun me
tenía prisionero, mientras me seguía cogiendo. Sentía su vello en mi espalda. Su barba en mi cuello. Su
sudor.
— Qué culito más rico tienes mariquita. Yo no sabía que tenía un yerno así de rico. Uff.
¿yerno? Eso me causó risa. Recordé cuánto había pasado para que Edgar me hablara, me
escribiera, me dejara de ignorar, me invitara a su casa y sin saber que quienes me cogerían
como yo quería que él lo hiciera han sido su hermano mayor y su papá. Guau. Eso era
inesperado. Inesperado de verdad.
La cachetada que me dio el señor Rómulo me trajo de vuelta a la cogida que me estaba dando.
Dos, tres, cuatro cachetadas mientras me penetraba todo lo que podía. Estaba apunto de acabar, creí.
Reinaldo ya se había empezado a masturbar mientras fumaba un cigarro. Luego se agachó hacia donde
yo estaba y me puso su verga a dos centímetros de la boca. Sentí ganas de chuparlo y así lo hice.
Lo saboreaba lo más que podía, me cabía solo la mitad, pero seguía intentando.
Luego le pasó una
botella a su papá que no sé de dónde la había sacado, era de cerveza, ya el papá de Edgar me había
soltado, pero aun seguía dentro de mi, luego sentí un liquido… que me corría por las nalgas… era
cerveza que el señor Rómulo escupía en mi espalda, mis nalgas, luego sentí que su verga se puso un
poco fría, sentía frío por el culo.
Reinaldo solo reía. El señor Rómulo solo reía. Yo gozaba.
Y ahí estaba yo, en cuatro patas, con el culo bastante levantado y con la boca bien abierta. Por un lado
me estaba cogiendo de la manera más rica imposible el señor Rómulo. Y con una cerveza en la mano.
Por la otra parte Reinaldo me ponía a mamarle el guevo, me atragantaba, me lo llevaba hasta la
garganta. Y tenía menos de la mitad del cigarrillo en mano.
Sentía unos espasmos de Reinaldo, iba a dejar de chuparle el guevo cuando me ordenó que no.
— Sigue, sigue chupando perra…ufff…siiiiiii…ahhhh que rico…ya voy a acabar, sí, sí, sácame toda
la leche, tragatela…ahhh.
Y eso hice. Su chorros muy fácilmente me traspasaban la garganta así que no se me hizo difícil. Sentía
que me atragantaba de tanta leche… me corrían las gotas por las comisuras de los labios. Reinaldo me
estrujaba la mano por la cara para que me tragara toda la leche que había fuera de mi. Me la tragué
toda. Su sabor era…extraño. Era desconocido ese sabor para mi. Y me gustaba. Luego se sentó,
exhausto de la acabada en mi boca, a unos escasos dos metros de mi, y se terminó de fumar el
cigarrillo. Estaba cansado.
Pero quedaba el papá. El señor Rómulo.
Encontró una posición más humillante. Aun estaba yo en cuatro cuando su pie derecho vino a para a mi
cara, y así….seguía cogiéndome. Era humillante, sí, pero rico y excitante también.
Luego ya quitó su pierna, y seguía en cuatro, me puso a que lo cabalgara un rato, una hora, no lo sé,
solo sé que lo hice. No sé qué me pasaba. Muy perfectamente me podrían haber dicho que me lanzara
de un puente y probablemente lo habría hecho. Así, cabalgándolo, me cogió tan fuerte que hacía que
me levantara levemente. Y acabó, acabó de una manera inigualable. Seguía cogiéndome aun cuando ya
había acabado, Dios, este hombre no se cansaba, no se saciaba. Era un hombre. Luego se cansó, me
supuse.
Se levantaron padre e hijo y me echaban cerveza por la espalda, por el pecho, en la cara, ya no tenía yo
uso de razón.
— ¿te gustó perra gozona?
Habló mi Yo más puta:
— Sí.
Salieron del pequeño cuartico no sin antes decirme que me fuera al cuarto de Edgar y Reinaldo rápido,
que antes me bañara y que luego solo me durmiera, que ahí no había pasado nada, y que ni una palabra
a Edgar de todo eso.
Así lo hice.
Cuando me bañaba sentía cada gota de la regadera en mi espalda, me sentía…distinto. De otra manera sí
era distinto. Ya no era virgen. Lo había hecho antes de los dieciocho, no con mi primo, mi vecino, ni
con Edgar, pero lo había hecho, y yo quería eso, hacerlo, era lo único que quería, porque eso era solo lo
que necesitaba… ¿verdad?
Abrí la puerta del cuarto, vi que eran las 4:49am. Me aproximé a la cama donde estaba Edgar… y ahí
estaba él. Tan dormido. Tan angelical. Tan puro. Tan resplandeciente. Sus labios entre abiertos eran un
placer verlos. Su respiración lenta. Bello. 4:59am. Tardé unos diez minutos viendo cada detalle de su
cara. Su cabello, rizado, castaño. Su frente, tocaba su frente. Su nariz, sus labios, con mi mano derecha
acaricié sus labios por unos segundos, luego su mejilla. Dormido parecía un bebé. Lo era. Realmente lo
era. Un hermoso bebé de diecinueve años. Entonces, despertó.
Abrió sus ojos por unos segundos, luego los volvía a cerrar, supe que estaba entre dormido y despierto.
— Edgar… ¿estás…desp?
— Shhh — dijo poniendo sus dedos en mis labios. Oh, qué cosas habían pasado treinta minutos
antes en mi boca. Sentí ganas de llorar.
— Edgar…era solo que…
Era esa mirada…, esa mirada que solo él tenía, mirada que no tenía ni su padre ni su hermano,
mirada que estaba segura de decir que nadie en el mundo poseía. Sus ojos eran en la oscuridad
de un verde cristalino, lo que me resultaba increíblemente impresionante. Demasiado tarde me
di cuenta de que sus ojos me atraparían en una jaula de emociones inexplicables, como el amor.
Cosa que experimenté después.
Entonces… lo hizo… por primera vez…por primera vez me había pasado. Fue tan lento con un suspiro, y
tan apasionado como una noche entera de sexo sin dolor.
Me besó.
— Duérmete, príncipe — dijo.
———————————————————————————————-
¿Sigo? Solo si comentan.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!