Eduardo 01 El chico del Bazar Chino
…no aguanto más me voy, me corro, apretando su polla para que no se me salga..
La tormenta se desata repentinamente, con enorme virulencia. Donde hace unos minutos brillaba un sol espléndido, ahora dominan nubarrones negros y amenazantes. Dispongo del tiempo justo para abandonar el cauce del río y cobijarme debajo de los soportales del edificio de enfrente.
El soportal no tiene mucha profundidad y el viento mete el agua hasta golpear en la pared de la fachada. Me estoy calando entero, los zapatos los tengo ya empapados. Unos metros más adelante veo una tienda de chinos, paso muchas veces delante de ella pero nunca entro. Ahora recuerdo que alguna vez me han comentado que venden paraguas baratos, para la ocasión, no sirven para mucho, para un apuro vienen muy bien, a huevo.
Encamino mis pasos hacia el dichoso Bazar, por lo menos, hasta que pase la tormenta, estaré cobijado. Entro, hay pocos clientes, en el mostrador que se sitúa en la entrada, está un chico moreno, delgado, con el pelo un poco largo, hasta los hombros y me mira sonriente. Me acerco a él, no borra la sonrisa de su cara.
-Hola, mira, buscaba un paraguas. – Le señalo la puerta donde golpea el agua con fuerza –
El chaval parece forzar la sonrisa de lo ancha que la tiene.
-Están ahí a la derecha, con estas tormentas se venden mucho, puedes coger el que quieras, tienen todos el mismo precio.
Voy hacia el recipiente donde hay un manojo de paraguas, escojo uno que me agrada, sin mirar mucho, no hay una extensa gama, son todos iguales y varía el colorido. Vuelvo al mostrador y se lo entrego al chaval.
-Son siete euros pero yo creo que, por lo menos, hasta que no amaine el viento, es mejor que no salgas. El viento te va a romper el paraguas en un momento.
Parece atento el chaval y majo, ahora que me fijo un poco, lo veo hasta guapo, resultón en algún aspecto, un poco raro eso sí, embutido en ese pantalón tan estrecho parece que tiene piernas de cigüeña pero el culo, joder, el culo es precioso redondo y muy alto. El chico nota que lo estoy analizando y se pone rojo, rojo morado. Aparto la vista, tampoco quiero ofender ni ser un impertinente.
-Sí, tienes razón, voy a quedarme un rato, hasta que pase lo peor y pueda llegar a casa con el chisme éste sin romper. – Señalo el paraguas –
-Echaré un vistazo, por curiosidad y así veo lo que tenéis, igual alguna vez necesito algo.
-Haces bien, por mirar no se cobra, resulta barato, no te mojas y se te van secando los zapatos.
Leches con el chaval, vaya respuestas que tiene más acertadas. Llega un cliente al mostrador y lo tiene que atender, me encamino por un pasillo, mirando los artículos que tienen expuestos. Hay de todo, bueno es un Bazar. Sigo mirando y voy a llegar al final del local. El chico viene detrás con una caja llena de objetos que va colocando en las baldas, me acerco hacía donde está, le miro más, mis ojos lo detallan, es muy joven, dieciséis años le calculo, aparenta menos por la cara y el cuerpo de niño que tiene, su media melena, algo enmarañada le confiere un toque de cínico atrevimiento que se ve que es una pose.
-Vaya días que tenemos, he salido de casa pensando dar un paseo y en lugar de paseo me he duchado.
El chico se ríe por los bajines y sigue con su trabajo, me mira y se sonríe, no sé lo que se estará pensando, me cuesta apartarme de él, se mueve ágil entre baldas y anaqueles, cogiendo cosas de aquí y poniéndolas allá. Es un gozo ver como se mueve sobre sus zancudas piernas que le confieren la gracia de un bailarín de ballet.
-Paso todos los días por aquí para dar mi paseo, a la mañana o a la tarde, dependiendo del día y nunca te he visto en la tienda.
-Porque nunca has entrado. – Me sorprende su respuesta –
-¿Qué nunca he entrado, y como lo sabes tú?
-A veces estoy en el mostrador que está al lado de la puerta, si te fijas, es de cristal y da al paseo y se ve la orilla del río y, si no me equivoco, es tu camino diario para dar tu caminata, que luego te veo volver sudado.
Me sigue asombrando el chaval, sabe de mis movimientos, de mis idas y venidas por el paseo que está del otro lado. Me pica la curiosidad de saber, el por qué de su interés, como es que sabe tanto de mí.
-Se ve que te has fijado mucho en mi, en mis paseos quiero decir y, ¿a qué se debe eso? – Le miro, se pone rojo, de un colorado, tan intenso en sus mejillas, que sus labios se vuelven blancos –
-No sé, miro por la puerta y te veo, nada más. – Se le ve avergonzado –
-Oye, no te preocupes, no me importa que me mires y no te pongas nervioso que esto es una tontería. A propósito, después de la extensa charla, me podías decir tu nombre.
Levanta la vista y me mira, sigue rojo pero menos.
-Me llamo Eduardo, si quieres Edu, es como me llaman mis amigos.
-Pero yo no soy tu amigo aún, me gustaría pero, ahora es mejor que te llame Eduardo, si te parece bien, ya llegará el Edu, si se tercia.
-Como tu digas, a mi me parece bien como me llames y tú, ¿cómo te llamas tú?
-¿Cómo te gustaría que me llamara?, ¿qué nombre te gustaría que tuviera?
-El que tengas, ¿cuál va a ser?, el nombre que tienes en el D.N.I.
-Creía que te habías hecho ya una idea. – Le miro socarronamente –
El chaval vuelve a ponerse rojo, no tanto como la otra vez, va tomando confianza.
-Pues no, no me hago idea pero seguro que es un nombre bonito.
No sé si me quiere decir lo que yo pienso que me está diciendo o insinuando.
-Alberto. – Se queda mirándome –
-¿Qué? – No me ha entendido o quiere que le regale el oído –
-Mi nombre, Alberto, ese es mi nombre, el que pone en el D.N.I.
-Ya, ya te he entendido es que me has dejado sorprendido porque, realmente, tienes un nombre que me gusta.
Eduardo miró nervioso a su alrededor, tal vez preocupado por la cercana presencia de su jefe.
-Oye mira, tengo que seguir reponiendo, no puedo seguir hablando aunque me gustaría, mi jefe nos está mirando.
-¿A qué hora sales del trabajo?
-A las siete y media o igual antes, si no hay gente no quiere pagar las horas en que no se produce.
-Pues a las siete estaré paseando, ya sabes dónde, me gustaría continuar nuestra conversación, me agrada hablar contigo, Eduardo. Remarco su nombre entero, para que note que no soy su amigo aún.
-A mí también me gustaría conversar contigo y otras cosas que no te voy a decir.
-A ver dime algo, me dejas intrigado y lleno de curiosidad.
-En otro momento, ahora vete por favor, voy a buscarme un problema.
-Vale, hasta luego, espero verte.
-Seguro que sí. – Se queda mirándome fijo –
Enfilo por el pasillo, al pasar a su lado no puedo resistir la tentación y rozo su culo con mi mano. En voz muy baja, para que la escuche aproximando su cara.
-También a mí me gustan otras muchas cosas de ti.
Recojo el paraguas que he comprado y salgo a la calle, ha parado de llover, luce el sol de nuevo y calienta y yo con el paraguas en la mano, bueno, lo utilizaré de sombrilla.
¿Qué hago ahora? Ya no me apetece estar en la calle y me voy a casa.
Me quito los zapatos que aún están mojados y, descalzo, voy al salón, conecto música en la torre, música que tengo grabada de distintos CDs en una memoria, la pongo y me olvido de ella, enciendo el ordenador, coloco el móvil a mi lado. ¡Joder!, cuanto aparato tengo que atender, si lo que quiero es pensar, recrearme en ese muchachito, el del Bazar, que no lo puedo apartar de la cabeza. No es nada del otro mundo, un crío, si a su lado parezco Matusalén a mis veinte años y él, ¿qué edad le calculé, da igual, al final un chaval.
No tiene nada que lo haga interesante, si le quitas su precioso culito, su sonrisa, esa sí que es encantadora, su carita de dulce niño, su pelo que parece enmarañado y descuidado y sin embargo le brilla y se le nota sedoso sin tocarlo, y sus risueños ojos marrón claro.
Mauricio sí que está bueno, cañón más bien, tengo que llamarle, hace días que no le veo, no nos hablamos desde que le vi, en la cafetería, con aquel tío, Marcos, hablando, si hubiera sido solo hablando. Eso decía él que solo hablaban y la mano que le pasaba por su pierna, imaginaciones mías. Decidido, no le llamo. Ya tuvimos la consecuente bronca y lo malo es que me quiere hacer pasar por idiota, que lo que vi son imaginaciones mías, le daba un guantazo. Lo sigo echando de menos, me hacía disfrutar tanto, sueño con él, con su cuerpo tan bien formado, más alto que yo y más fuerte, por su costumbre de ir al gimnasio.
Ya haríamos las paces, primero tendría que disculparse y pedirme perdón, igual esto es demasiado pedir, no sé. Le extraño, sobre todo las noches en que se quedaba a dormir aquí, en mi casa. Me vienen recuerdos de la última, después de ver la peli, de guerra, le gustan las de guerra, de Rambos que a mí me tocan los huevos.
Me estaba ya durmiendo apoyada mi cabeza en sus rodillas, oliendo el tenue olor de su rabo que me excitaba tremendo y tenía que aguantarme, no quiere hacer nada mientras ve la peli.
-¡Eh!, Alberto, vamos a la cama que esto ha acabado.
Me mueve enérgico agarrándome del hombro y me levanto sonámbulo.
-¿Qué pasa, qué sucede?
-Que nos vamos a la cama, ¿tú no querías hacer algo?, pero venga que ya estoy caliente.
Que cabrón, ahora que estoy dormido y ni me tengo de pie, quiere follarme, descargar su depósito y echarse a dormir, pues se va a joder, que no, que está noche no me la mete, por mi madre.
-Estoy muy cansado, mejor que durmamos y descansemos.
Me dirijo al dormitorio y, sin quitar siquiera la colcha de la cama, me dejo caer rendido, casi dormido.
-¡Dios!, no aguantas nada, no te gustan las películas, te aburres de todas, todas.
Noto como me quita la ropa hasta dejarme en pelota y me mete entre las sábanas, le noto a mi lado, muy cálido y agradable, pegando su velludo pecho a mi espalda y hurga con su mano en mi raja, llevo mi mano hacía atrás, a mi culo, y retiro la suya para que me deje en paz. Vuele a la carga , ahora con su polla, más dura que un garrote que intenta entrar y no puede, la mete entre mis piernas pero…, no, que no me folla esta noche…, se acabó eso de que, cuando él quiera si, y cuando yo quiero no.
-Testarudo, cabezota, terco, tú te lo pierdes, hoy la tengo de capricho y te vas a joder, que a mí no me importa, niño caprichoso, siempre quieres follar cuando estoy viendo algo interesante en la tele. ¡Hala! A la mierda, una follada que te pierdes.
Se cabrea, me gusta cuando se enfada. Lo lógico es que se hubiera vuelto de espaldas y se olvidara de mí, pero no, sigue con la polla dura, durísima, metida entre mis piernas y me abraza muy fuerte pero no hace otro movimiento, me besa en la espalda y me duermo.
Despierto a la mañana, hay mucha claridad, debe ser tarde, Mauricio sigue abrazado a mí, sudoroso pegado en mi espalda y con su barrena a tope. ¿Habrá pasado toda la noche con la verga tiesa? ¡Imposible! La tiene inmensa, su cabeza aparece debajo de mis huevos, llevo mi mano hacia ella, acaricio su capullo, gordo, calentito, apetecible.
Empieza a soltar el caldillo que tanto me place lamer, por no moverlo dejo que caiga en mi mano y me la llevo a la boca, sabe sabroso, delicioso, vuelvo con mi mano a su capullo y lo acaricio, noto como se va poniendo más duro y abro más el grifo de su manantial, vuelvo a llevar su sabrosa humedad a mi boca, no me cansaría.
La verga se mueve, inicia un movimiento como si me estuviera follando las piernas, giro mi cabeza, Mauricio, con los ojos totalmente abiertos, me mira burlón.
-Estabas despierto y no dices nada. – Le hablo conteniendo mi cólera –
-Es para no enfadarte y espero a que tú quieras.
-Eso no se hace, estoy con todo el cuidado del mundo, para no despertarte, y tú te estás riendo de mí.
-No te enfades, con lo bueno que estaba sintiendo como acariciabas con tus deditos mi capullo. – Como no lo ha retirado aún de entre mis piernas lo sujeto entre mis dedos y se lo aprieto con furia –
-Para, para Alberto, que eso no tiene la culpa, pégale a su dueño pero no a él que ya sabes que te quiere y te da placer.
Lo dice con un tono de broma y me hace gracia, me giro hacia él. Está para comérselo, como sea, frito o en ensalada y caigo en la tentación, lo abrazo y me abraza y envuelvo sus labios con los míos en un apasionado beso que parece no tener fin. Me hace ver que hay otras cosas que atender, pica con su verga en mi pierna y deja un rastro de sus jugos, bajo la mano para apartarla. No, para sujetarla y sentir como late, como se hincha como un globo. Su barba me araña cuando beso su barbilla y la muerdo metiendo mi lengua en la hendidura que la divide y luego su garganta que beso dejándole marcas. Paso de largo por sus pectorales y duro abdomen para centrarme en los pelos que rodean, ensombreciendo, su ombligo.
Me vuelve loco el rubio vello que lo cubre, sobre el tostado de su piel parecen hilos de oro. Levanta su pelvis queriendo llamar mi atención hacía el mástil que, tentador se levanta derramando la cristalina esencia. No me importa, ya llegaré a él y recogeré lo que haya esparcido en el musgo de la base. Ahora que sufra un poco, vuelvo a meter mi lengua y revolver los vellos que le salen, siente cosquillas y sus abdominales se mueven por la risa contenida.
Voy a darle placer, a engullirme su falo como desea él y lo pide sin palabras. Es un placer inmenso estar lleno de él, sentir que no cabe más en mi boca, que te llega a la garganta y que te ahoga y luego te abandona para que respires y no sé que es peor, que te quiten el caramelo o morir atragantado.
Retuerzo con mis labios su capullo, absorbo fuerte de la punta y deslizo mi lengua por toda la cabeza en círculos mientras acaricio con mi mano sus huevos.
-Vale, vale ansioso, déjame a mi o me corro, no querrás eso y acabar tan pronto.
Rápido me coloco apoyado en mis manos y rodillas, ofreciéndole mi culo para que haga lo que le plazca con él, me suelta unos cachetes que no me hacen daño, me calientan, tira de mi polla y de mis huevos hasta que emito un quejido de dolor y sin dejar de estirarlos acerca su cara y me deposita un beso en mi entrada, luego su lengua trabaja, de arriba para abajo hasta los huevos que tirantes tiene en su mano izquierda, hurga con su lengua en el ojete y de vez en cuando tira con fuerza de mis huevos dándome dolor y placer.
Mauricio es un genio, sabe cómo llevarme al éxtasis, sabe que dentro de unos momentos voy a pedirle a gritos que me la meta, que me folle hasta el fondo, lo conoce de otros veces y cuando ve que su lengua entra y sale, sin que mi entrada se oponga a que entre, pero si, a que salga, abandona mi estiramiento de huevos para colocarse entre mis piernas, me abre empujando con sus rodillas para que le deje más espacio y golpea con fuerza en la entrada de mi culo con su verga.
Me tiene loco y frenético, mi culo boquea buscando lo que pueda llenarle y Mauricio lo tiene en sus manos, coloca la punta de su virilidad a la entrada y suavemente, sin parar un momento me penetra hasta que sus huevos hacen tope. Me deja sin respiración, tan profunda es la metida que me causa daño en el fondo, en lo profundo de mi recto. Se queda quieto un momento, apoyado su pecho en mi espalda, le cuesta respirar y lo hace ruidosamente silbando su aliento en mi oreja.
-Prepárate que voy.
Sujeta con fuerza mis caderas y, primero suavemente, con metidas profundas va acostumbrando mi culo a su verga, luego, con toda ella dentro de mi culo la saca unos centímetros para meterla con fuerza, golpeando con energía en la entrada de mi culo.
Estoy viendo las estrellas, y grititos de placer y con algo de dolor se escapan de mi boca que babea.
-Más, más fuerte Mauricio, más.
Arrecia en sus embestidas, sus huevos golpean con violencia los míos, acaricia mis costados y proyecta su cuerpo hacia atrás y hacia adelante sin sujetarme, al aire. Se abraza a mi cintura, me enfila como si fuera un perro, con movimientos muy rápidos, toma mi verga en su mano y me pajea, no aguanto más me voy, me corro, apretando su polla para que no se me salga.
-Mauricio, me corro, me voy. ¡Ahhhh!…
Es escalofriante, los espasmos hacen que tiemble mi cuerpo y que mi culo se cierre y se abra apretando y aflojando su polla, noto como se corre, como me llena de su espesa y caliente leche. Luego me abraza, sin sacarla y besa mi espalda, acaricia mis caderas, mis costados, mi vientre y caigo arrastrándolo en mi caída.
Ese es Mauricio, así era hasta que lo pillé con Marcos en la cafetería al lado de su casa.
Se me hace tarde, mis ensoñaciones y recuerdos me han llevado más tiempo del que, en principio, disponía. No he salido de casa y ya estoy arrepentido de haber quedado con el crío ese, Eduardo ha dicho que se llama. ¿Qué pinto yo en este entierro? Podía quedarme en casa, aparentar que me he olvidado. Vuelvo a tumbarme en el sofá
El recuerdo de su cara vuelve a mi mente, la ilusión que parece que sintió cuando le dije que le esperaba al otro lado del río. Fui yo el que lo propuso y ahora voy a ser el que incumple su palabra. Reniego de mi pero me levanto, voy al baño a orinar y me calzo otros zapatos para salir, para acudir a mi cita con un chaval de dieciséis años. Tiene guasa la cosa. Un hombre de veinte, citado con un niño que, seguramente, no sabe hacerse una paja.
Llego al río, mantengo la esperanza de no encontrarle, de que haya tenido más cabeza que yo y no haya acudido. No, no voy a tener esa suerte, allí se encuentra, apoyando su cuerpo en un árbol, mirando al suelo, aburrido parece, ¿de esperar?
Me ve y viene sonriente hacía mi, tiene una zancada atlética y rápida y con esas piernas tan largas, no tardamos en estar a medio metro el uno del otro.
-Hola Eduardo, has salido del trabajo muy pronto.
-Ya te dije que mi jefe no quiere pagar horas que no se trabajan.
Sonríe, se queda quieto como esperando mis órdenes.
-Bueno vamos a sentarnos en ese asiento un rato y me cuentas algo.
Nos sentamos en un banco de piedra, sin respaldo, coloca sus codos en sus piernas y clava su mirada en el suelo.
-Venga cuéntame algo, dime lo que quieras.
-¿Y qué quieres que te cuente?, no tengo que contar nada…
-¿Cómo empezaste a fijarte en mi, por qué me conoces tanto?, algo de eso, por ejemplo.
Sonríe divertido, como si recordara algo gracioso.
-El primer día que me fijé en ti, que tuve consciencia de que existías fue cuando te ataste el cordón de tu zapato. Ibas a andar porque no llevabas ropa de deporte y de repente, pisaste el cordón de tu zapato que se te había soltado, diste un traspié y por poco besas el suelo, juraste. – Le miro sorprendido –
-¿Juré, yo jurando, seguro?
-Sí, sí, juraste y además muy alto, la gente se volvió a mirarte. Bueno pues para atarte el cordón subiste tu pie en un banco, te agachaste y…. – Suspende la narración y se pone ligeramente rojo –
-Venga hombre continúa que no pasa nada.
-Y sacaste el culo. Es que me da un poco de vergüenza. Se te veía tan bonito, el pantalón se te metía por la raja, no podía dejar de mirarte. Así fue la primera vez que te vi, que llamaste mi atención, desde entonces procuraba mirar, cuando no había trabajo, a través del cristal, como una vieja curiosa.
-Tardaste unos días en aparecer de nuevo y, ese día, ibas con ropa deportiva, eran más o menos las siete de la tarde, así te pillé, adiviné que era tu costumbre andar o correr a esas horas y así fue. No te veía todos los días pero, si podía, no perdía oportunidad de estar pendiente. Así han pasado meses, hasta hoy en que has entrado en la tienda y me has dado una sorpresa mayúscula, esa no era tu hora acostumbrada de andar por aquí. No tengo más que decir, a no ser que quieras que te detalle tu ropa, como peinas tu pelo o como te mueves al andar. No hay más.
Me mira como atontado, con devoción, mira que le ha dado fuerte a este niño, ¿o soy yo el culpable? Levantando pasiones adolescentes y sin saberlo. De repente tengo una idea.
-¿Quieres que corramos?, ¿te apetece correr un poco? – Se levanta resuelto y se pone delante de mí –
-Vamos, sí, sí, venga vamos.
-Primero tendremos que cambiarnos de ropa, no vamos a ir a correr vestidos de esta forma.
-Yo no tengo ropa de correr, pero no importa, por mi no importa, yo puedo correr así, mejor dicho, siempre corro así.
-Vamos para mi casa y me cambio, en el camino hay una tienda de deporte, compramos ropa de correr para ti, calzado y nos cambiamos en un momento, ¿te parece?
El niño me mira asombrado, yo también lo estoy de mi proceder, hace media hora no quería acudir a la cita y, ahora, le estoy brindando compartir mi deporte preferido, mi momento de retiro, con él. Además en el asombro del chaval hay algo más.
-Pero yo no tengo dinero, no puedo comprarme ropa, puedo ir así, no hay problema alguno.
-Venga vamos, ya te lo pago yo, no puede costar mucho ese equipo, si no es nada.
Comienzo a andar, el niño me sigue y se pone a la par.
-No creo que sea lo mejor pero, podemos hacer una cosa, tú me pagas la ropa y yo te devuelvo el importe a fin de mes, cuando el chino me pague, ¿te parece bien así?
Le miro y no me lo puedo creer, es modesto y honrado a carta cabal el crío.
-Como tú quieras hacerlo pero vamos ya que luego se nos hace tarde.
Camino con rapidez y el crío me sigue, a veces da un brinquito, como jugando con sus pies, llegamos a la tienda de deportes, solo hay que coger un pantalón, una camisa, dos pares de calcetines y el calzado. Al chaval todo le parece caro y va buscando lo más barato, fijándose más en los precios que en lo que le pueda gustar.
-Eduardo, escoge lo que te guste, no mires el precio, eso no importa. – Me mira apenado –
-Ya, pero es que con estos precios no te voy a poder pagar en un mes, me vas a tener que dar un par de meses de plazo.
-Pues vale, un par de meses o los que quieras, venga escoge y vámonos.
Pago la cuenta, el crío no cabe en sí de gozo y aprieta la bolsa contra su pecho. Llegamos a mi casa, le pido que me siga hasta la habitación principal, me comienzo a desnudar y él se queda parado.
-Venga cámbiate, ¿o vas a pasar ahí la tarde? – Entonces me doy cuenta de que igual siente apuro de quedar en slip delante de mí –
-Si tienes vergüenza, enfrente de esta puerta hay otra habitación y aquella es la del baño, puedes usar cualquiera de ellas.
-No, no, no tengo vergüenza es que estoy… – Se calla y comienza a quitarse su ropa -¿Cómo decías que estabas?… – Le pregunto sin perder un momento y ya estoy casi listo –
-Nada, bueno que estoy asombrado de tu casa, no creía que había casas así solo en el cine y en la tele. No he estado nunca en un lugar como este.
-Venga hombre, que esto es solo un piso, esto no es nada.
-¿Nada?
Al fin se ha cambiado de ropa, la que se ha quitado la coloca cuidadosamente doblada en una silla, lo miro hacer, está muy guapo con la ropa de deporte, le queda algo grande, está tan delgado.
-Venga vamos, a correr, a ver qué tal eres que pareces un poco enclenque.
Trotamos a lo largo del río, es una zona residencial y, además de la vegetación natural del río, de vez en cuando hay pequeños jardines de uso público, unos mayores que otros, muy bien cuidados y los patos, que abundan en el río, salen para disfrutar de las zonas ajardinadas. Es una belleza en sí misma.
Hemos recorrido unos cuatro kilómetros y yo preciso descansar, la verdad, siempre me detengo en este lugar. ¡Joder, con Eduardo!, está acostumbrado a correr, como él decía, con ropa de correr o cualquier otra ropa, tiene que llevar mi paso para no dejarme atrás, lo hace con disimulo, como si no pudiera más, para que no me sienta molesto y herido en mi dignidad.
Hay una pérgola en forma circular, una media luna, con bancos de madera y me siento en uno de ellos desfallecido. Eduardo se queda de pie, tan tranquilo y le digo en plan de broma.
-Siéntate, ¿quieres humillarme o qué?
Miro al otro lado del río, allí se encuentra la casa, de ladrillo rojo y piedra, con las ventanas y puertas de un blanco inmaculado, a su derecha el invernadero, inmenso, de cristal, con el tejado a dos aguas y penetro en su interior. El se afana en quitar tierra a unas plantas, en recortar unas flores, ella le lleva los tiestos pequeños en un trajín sin parar, limpiando la tierra que ha caído, regando algunas partes alejadas, luego le toma de la mano y se acercan a los muebles de jardín, también blancos, ha mullido los cojines donde él toma asiento y ella enfrente de él, escuchan música clásica y la prensa del día descansa en la mesa de cristal, se miran, se aman con la mirada, ella le sonríe triste, con una tristeza terrible en su alma. Los recuerdos me hieren el corazón.
Eduardo toma asiento a mi lado, está como si no hubiera corrido cuatro kilómetros, ya sé que no es mucho pero yo estoy cansado. Cuando recobro la respiración me relajo y dejo de pensar en lo que debo olvidar, se está allí muy bien, muy frescos a la sombra de los árboles y con la humedad del río.
-¿Te sucede algo?, te has quedado ensimismado. – No respondo a su pregunta y cambio de conversación –
-Oye Eduardo, para dejar las cosas claras, ¿qué quisiste decir en el bazar cuando me dijiste que te gusta conversar contigo y otras cosas que no me ibas a decir?
-Pues esto mismo, lo que ahora está sucediendo, conversar contigo ya lo estaba haciendo y las otras cosas, lo demás: Correr como ahora, pasear, igual comer un día una hamburguesa o ir al cine, estas dos últimas dos cosas no pueden ser muy a menudo, yo no tengo mucho dinero, alguna vez tal vez. Eso es lo que quería decir.
-Tu también dijiste que te gustaban otras cosas de mi además de la charla, dímelas, ¿qué cosas son las que, además, te gustan de mi?
-Nada, déjalo, tonterías mías que no tienen importancia.
Me siento nervioso e inquieto, lo que yo imaginaba, es un chaval más limpio que el agua de un manantial y yo imaginando lo que no tiene sentido. Para disimular le urjo.
-Ahora, a la vuelta, te voy a ganar. Venga corre.
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