Eduardo llegó a mi vida cuando yo tenía siete años. Tercera parte. Interludio.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por sweet.ciro.
Me gustaba seguirte en la oscuridad.
La primera vez que me llevaste pasaban una película de la cual no supe la historia, pues ya iba avanzada.
Me sentaste junto a la cabina de proyección, cerca de la puerta pero lejos de la ventanilla por donde tu tío de vez en vez asomaba la cara para revisar la sala.
Tocaste y él te abrió la puerta.
Me dejaste viendo la película en un cine casi vacío.
Solo unas cuantas parejas dispersas en en mar de asientos.
Los minutos que tardaste dentro de la cabina se me hicieron largos.
En la pantalla el actor llevaba a la chica a la cama y, entre besos y caricias, la desnudaba.
Se metían bajo la sábana y él se adentraba en ella.
Me parecía que sufrían, se retorcían, se evitaban y se buscaban a la vez.
Ella gemía y susurraba el nombre del chico.
Él solo la sujetaba por las manos, crucificándola y como buscando hundirse en ella.
Yo no sabía qué pensar, nunca había visto a un hombre y a una mujer así, en esa guerra.
“Están haciendo el amor” me dijiste al oído.
Estabas parado detrás de mí, te agachabas para susurrarme palabras en la oreja mientras las imágenes del cine penetraban mi cabeza infantil.
“Cómo es eso” te pregunté.
Él se acuesta sobre ella y le abre las piernas.
A ella le gusta.
Le gusta que él la penetre con su verga, por enfrente, por la vagina.
La película no era pornográfica, era solo una película clasificada para adultos por su contenido dramático, pero para mí, a los siete años, era impresionante la sumisión de ella, la bravura del macho que parecía hacerle daño una y otra vez.
Él me recordaba a ti, hacía gestos como tu, era fuerte como tu.
Giré la cabeza para verte a los ojos.
Estabas parado y mirabas fijamente la pantalla.
La luz del filme hacía que tu rostro cambiara entre claros y sombras.
Vi tus ojos brillar en la penumbra.
Bajé la vista y me aferré a tus caderas.
Rocé mis mejillas en tu entrepierna, que me quedaba exacta.
Pasé mi boquita por el relieve que se elevaba en tu pantalón.
Te mordí suavemente la verga, la sentí crecer, moverse bajo la ropa.
Me dí cuenta que te pusiste nervioso porque los disparos repentinos de luz nos descubrían en el amplio salón, tú de pie y yo acariciándote, mordiéndote la carne bajo los jeans, tu grande y erecto, yo niño putito agasajándome.
Las pocas parejas que había en el cine parecían ocupados en actividades similares.
Pero nadie como tú y yo.
Desabotonaste tu pantalón, me dejaste lamer y besar, chuparte la verga y los huevos.
Gocé con la suavidad de tu glande en mi boca, recorrí de la punta a la base todo tu miembro duro, tal como me habías enseñado.
Estaba hincado en la butaca comiéndome tu sexo, deseando que la chica de la pantalla fuera yo y tú aquel penetrador.
Estabas inquieto, excitado, nervioso por la peligrosidad del momento.
Alguien podría vernos y armar un lío.
Estabas tan duro en mi boca, tu respiración se elevó como nunca, me comenzaste a meter y sacar con fuerza el enorme y endurecido pene.
Yo me dejaba hacer, como siempre.
Agarrado con las dos manos de tu falo enorme.
Te masturbaba con fuerza, succionaba para devorarte completo.
Me habías acostumbrado a beber de ti, a alimentarme de ti.
Eras mi dulce y mi sal.
De pronto, como nunca antes, estallaste en mi boca con tremenda potencia.
Me inundaste tan de pronto y con tal abundancia, que no pude prepararme para tragarme tu semen, me tomaste desprevenido.
Sentí cómo tu verga bombeaba poderosamente entre mis manitas.
Un chorro largo y espeso se abrió paso por mi garganta y me inundó sin remedio.
Nunca te sentí tan caliente, tan pródigo de esperma.
Comencé a ahogarme en el mar de tu eyaculación, tosí con violencia una y otra vez.
Habías llegado hasta mis bronquios y no podía respirar.
La mitad de mi carita y mi cuello estaban mojados de ti.
Compusiste tu ropa con rapidez.
Las parejas volteaban a ver de dónde venía ese ahogo, esa tos infantil.
Nos protegieron las sombras, era de noche en la película.
Tu tío se asomó por la ventanilla y con oído experimentado, nos localizó, pero no sospechó.
Le dijiste hábilmente que me había sofocado comiendo pop corn.
Te sentaste a mi lado, limpiaste mi carita.
Esa cogida de garganta no estaba planeada, me dijiste.
Pero a mi me gustó que me dieras de mamar en ese cine.
Me gustó que me llenaras de tu esperma entre las luces cambiantes de la película.
Me dolió la garganta por la tos, pero estaba ahí, contigo, y eso era lo importante.
“Si yo tuviera vagina ¿te meterías dentro de mí como lo hacen en la pelicula? te pregunté.
Nunca he olvidado tu respuesta.
Y menos aun, como me demostraste, que no necesitaba ser niña para tenerte dentro de mí.
Después de tanto tiempo, tu fantasma está en mis fantasias.
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