EL ABRAZO
Historia de un amor pequeño, pero pleno e intenso.
Daba un curso extraescolar vespertino para niños, la paga era muy buena porque muchos de los alumnos eran de la clase alta. La mayoría de los niños estaban allí porque sus padres pensaban que eso era bueno para ellos y no precisamente porque los niños lo hubiesen elegido. Se trataba de niños inteligentes, pero con problemas de comunicación y aislamiento que en sus centros escolares sufrían bullying, sin embargo, en ese lugar se identificaban rápidamente y mejoraban su situación. El curso no prometía nada especial, pero ya había logrado un reconocimiento amplio en la colectividad de la ciudad.
Al final de la sesión, los padres llegaban por sus hijos. En los primeros días, llegó la mamá de René por él cuando estaba jugando en el piso de la tarima con otro compañero. Le avisé sobre la llegada de su madre, la vio y volteó hacia mí, mirándome con sus ojos azules que lanzaban cariño, su pelo rubio, lacio y un poco largo, colgaba hacia un lado. Me extendió sus manos, lo que interpreté como ayuda para levantarse. Se colgó a mi cuello y me besó en la comisura de los labios con mucha ternura para despedirse. Me fui irguiendo y lo besé en la mejilla, quedó colgado de mi cuello y al irlo descolgando poco a poco deslicé su cuerpo, sentí su penecito duro en mi vientre y seguramente él se percató de la protuberancia que me había provocado. Sonrió al sentirme y me dio las gracias para volver a despedirse y me abrazó de la cintura para sentir la dureza de mi erección.
Les dije adiós y me quedé pensando sobre lo que me había hecho sentir con su mirada, su beso y su abrazo. Durante todo el ciclo yo procuraba, cuando René trabajaba, acercarme a su mesa pretextando ver lo que él hacía, y le acariciaba el pelo; también continuaron sus emotivas despedidas con beso y abrazo, incluso en una de ellas se atrevió a besarme el pene sobre la ropa mientras me abrazaba y volteó hacia arriba mostrándome una sonrisa pícara por lo que hizo.
Pasó mucho tiempo para que verificara que René deseaba algo más de mí. Esa vez él fue el último que lo recogieron, su madre me había avisado que llegaría un poco retrasada por algún problema que tuvo. Mientras la esperábamos se sentó en mi regazo y se columpió lanzando pequeñas carcajadas al sentir cómo crecía mi verga. René también traía su pitito crecido y al levantarnos me abrazó y lo talló sobre mis piernas en tanto que con su manita acariciaba con lascivia mi bulto, volteó a verme suplicando algo más. Le cargué y me besó en la boca. Con la mano derecha lo sostenía de sus nalgas y con la izquierda me puse a acariciarte el pene. René entrecerraba los ojos y me volvía a besar. Hubo tiempo suficiente para que, de pie sobre la tarima, metiera su mano bajo mi pantalón y acariciara mi falo y huevos cuanto quisiera.
–Ahora tú a mí –me dijo dirigiendo mi mano hacia la cintura estirando el pants para que la introdujera.
Con suavidad le hice muchas caricias en el penecito y sus bolitas, en su glande circundado distribuí el líquido que le salía, saqué la mano y me chupé los dedos diciendo “sabes rico”. “A ver tú” contestó René sacando la cabeza de mi pene sobre la cintura del pantalón del cual yo había aflojado el cinturón y me la chupó un poco. “También sabe rico” dijo mirándome con una sonrisa.
–Ya vienen por ti, René –le dije cuando advertí por la ventana que se estacionó el auto de tu madre.
–Quiero más –me insistió.
–Otra vez será –le contesté arreglando mi ropa y la suya.
–¡Puedes dar clases particulares? –me preguntó– porque ya vienen los exámenes en mi escuela y mi mamá me dijo que te preguntara.
–No acostumbro, pero a ti sí… –contesté.
–¡Qué bueno! –exclamó justo cuando su mamá apareció en la puerta disculpándose por la tardanza.
René le comentó feliz a su mamá que yo sí podría darle clases. Nos pusimos de acuerdo en el lugar y en el precio: serían en mi casa tres veces a la semana (lunes miércoles y viernes), y su mamá me advirtió que me pagaría por tres horas en cada sesión porque requería de ese tiempo para ella, pero que solamente podría darle hora y media o dos horas para que no fuera cansado para el niño. Acepté mirando la encantadora sonrisa de René, que auguraba momentos gratos.
***
El primer día que lo trajo a mi casa, me pidió su mamá que siempre empezáramos con la tarea. Me dio dos jugos y su lonchera. En ese momento, René ya se había sentado y sacaba sus cuadernos y libros sobre la mesa. Nos despedimos de ella con una recomendación expresa: “Pórtate bien y haz todo lo que el profe diga”. “Es buen chico, no creo que haya problemas”, contesté.
–¿Por dónde empezamos? –le pregunté a René apenas cerré la puerta.
–Con la tarea –contestó haciendo un gesto que dejaba clara la obviedad de seguir las órdenes maternas.
Se puso a trabajar solo y fui a la cocina a prepararme un café y dejar los jugos en la nevera. Al regresar me pidió que revisara lo que él había hecho. Todo estaba muy bien, buena letra y ortografía.
–Ahora sí voy a necesitarte si me atoro con la aritmética –dijo guardando el cuaderno que revisé y sacó otro.
–¿Qué te dejaron? –pregunté viendo el cuaderno y acercando mi cuerpo al suyo, por su lado derecho ya que René es zurdo.
–Diez operaciones y dos problemas –contestó acercando su cara a mi bulto en el que la recargó abarcando mis nalgas con su mano derecha– Las operaciones yo las hago solo y tú ves cómo voy –me indicó y se puso a trabajar mientras yo acariciaba su pelo y supervisaba su trabajo.
–¡Todo estuvo bien! dije cuando terminó y lo besé en el cachete. René me correspondió con su boca en la mía.
–Siéntate –me dijo–, porque ahora viene lo difícil… –me advirtió.
Me senté al lado suyo y él se paró para sentarte en mi regazo. Leyó el primer problema en voz alta y me dijo cómo lo pensabas resolver, mirando mis ojos y frotando su nariz con la mía. Me excito su aliento y asentí de la misma forma dándole el beso que me pedía con la mirada. Se puso a escribir después de tomar mi mano derecha y ponerla sobre su pecho.
–¿Cómo quedó? –preguntó meciéndose en mi erección.
–¡Muy bien! – contesté abrazándolo y moviendo mi pubis para que siguiera sintiendo cómo me tenía.
Pasamos al siguiente problema, donde sólo corregí el orden de una secuencia la cual manifestó que seguiría. Terminó bien, se lo dije bajando mis manos para apretarle el pene al ritmo de mis palabras y cerró el cuaderno para guardarlo. Esperaba que sacara otro, pero cerró su mochila.
¡Ya acabamos la tarea!
–¿Qué sigue?
–El descanso –contestó estirando las manos y deslizándose al piso. Ya de pie, se volteó para abrazarme y darme un beso metiendo su lengua en mi boca, obligándome a corresponderle a su ternura.
–Pues ven a descansar bien –le dije cargándolo para llevarlo a mi recámara.
Lo deposité en la cama y comencé a desvestirlo, cubriéndole de besos cada parte que quedaba descubierta. René sonreía y temblaba de deseo. Cuando estuvo sin ropa, paseé mis labios y mi lengua por toda su desnudez, lo volteaba como si fuese un muñeco; así fuera para lamerle el ombligo, o para pasar mi lengua por sus nalguitas e introducirla en su ano, luego lo volvía a regresar bocarriba y le lamía sus pezones. Metí su miembro en mi boca y creció soltando un líquido salado. Lamí sus huevos y luego, metiéndome pene y bolas, se los succioné; sus jadeos y quejidos iban en aumento y acompañaban las caricias de sus manos en mi cabello al movimiento coital de su cadera. “¡Qué bonito se siente, más, más!”, gritaba René y en mi boca se intensificaba el sabor salado del líquido que soltaba su penecito. “¡Ya para, que me voy a hacer pipí!” gritó, queriendo zafarse de mí, pero no se lo permití y soltó un pequeño chorro que no me supo a orines. ¡Había tenido su primer orgasmo! Continué un poco más “¡Qué bonito!” balbuceaba René entre jadeos, poniendo sus brazos en cruz. Lo dejé descansar mientras yo me quitaba la ropa y él seguía con los ojos cerrados.
–¿Ya descansaste? –le pregunté y sus ojos se abrieron un poco, pero al verme desnudo se abrieron completamente, sin decir palabras porque su asombro le mantuvo la boca abierta al ver mi miembro muy crecido.
–¡Está grandísimo! dijo por fin, extendiendo su mano hacia mi falo para agarrar el tronco y moverlo haciendo que mi presemen empezara a salir. Acerqué su cara hacia mi verga y él abrió la boca, con la lengua probó lo que ya empezaba a fluir en mayor cantidad por sus mimos.
–Sabe igual que la otra vez… –dijo antes de engullir mi glande después de descubrirlo cuando jaló el prepucio hacia abajo. Mamó un poco y, aunque no había nada espectacular por su inexperiencia, sentí riquísimo el calor de su boca–. Lo tienes muy grande, no me cabe todo –dijo al sacarlo.
–¿Cuántos has tenido en la boca?
–Dos: uno de mi primo Luis y otro de mi primo Pedro.
–¿Cuántos años tienen?
–Luis 10, es de mi edad, y Pedro tiene 13. Pero tienen el pene chico –me contestaba sin soltar el mío que jalaba rítmicamente sin dejar de admirarlo –bueno, Luis lo tiene como el mío y el de Pedro es más grande.
–¿Cuándo chupaste el primero?
–Hace como tres años, una de las veces que durmió Luis en mi casa. Jugamos a las luchitas al bañarnos y nos agarramos la cola y el pene. Nos lo enjabonábamos para ver a quién le crecía más y jugamos a los espadazos con ellos.
–¿Y quién ganó?
–Ninguno, nos los medimos frente a frente poniendo uno junto al otro, pero estaban iguales… Bueno, no, porque el de él tiene pellejo en la cabecita, como el tuyo –dijo jalándome el prepucio–. Cuando nos fuimos a dormir, después de los videojuegos, seguimos agarrándonos y acariciándonos, me dieron ganas de chupárselo y lo hice. Después el me lo chupó a mí. Otra vez que también se quedó a dormir en la casa me dijo que se lo metiera en la cola. Sólo le entró la puntita, que salió manchada de caca y me lo chupó para limpiarlo. Después él me lo metió a mí casi todo y se lo chupé. Desde entonces lo hacemos y nos besamos, lo quiero mucho…
–¿Has visto el de tu papá?
–No, mi papá murió cuando yo estaba chiquito. Pero el de mi primo Pedro está más grande, ¡ya hasta tiene algunos pelos…!
¿Y cómo viste el de Pedro la primera vez?
–Una vez que Pedro se quedó a cuidarme en la noche ya que él se queda cuando mi mamá se va con sus amigas y a veces regresa hasta el otro día, me dieron ganas de hacer lo mismo que con Luis y le acaricié el pene cuando nos bañamos, ¡se le puso bien grandota! Me dijo “Chúpala” y lo hice. Luego él también me la chupó y en la regadera me la empezó a meter. Me dolía, pero él se puso jabón y ya no me dolió, al contrario, se sentía muy bonito, no tanto como cuando tú me la chupaste, pero sí me crecía mucho ya que mientras él me la metía y sacaba me agarraba de aquí y me jalaba bonito –me dijo tomando entre sus manos todo su aparato, desde los huevos. Él fue quien le enseñó a su hermano Luis cómo hacerle, me lo dijeron una vez que se quedaron los dos conmigo.
–¿Qué hicieron esa vez?
–Lo mismo que hacemos siempre… –contestó abrazándome, y sentí la tibieza de su cuerpo sobre mi piel.
Le correspondí al abrazo y volvimos a besarnos como dos enamorados. Después lo volteé y puse mi verga entre sus nalgas. “¡Ponte jabón para que no me duela!”, suplicó resignado.
–Otro día lo intentamos –le contesté moviéndome en su raja hasta que me vine y le dejé las nalguitas llenas de semen.
Al sentir mi eyaculación, René volteó para ver mi pene flácido y me lo chupó. “Está más rico que lo que le sale a Pedro”, decía René, y chupaba más, y me la estiraba sin dejar de succionar, hasta que volvió a crecer en su boca y tuve una eyaculación más que se tragó después de paladearla.
–Me gusta más en mi boca, aunque en el ano también se siente bonito y calientito… –me dijo dándome un beso para compartirme su felicidad.
Mientras nos vestimos, le indiqué que, para seguir disfrutando nuestras caricias, no le debería contar a nadie, ni a sus primos, lo que nosotros hacíamos. El asintió acariciándome la cara y me dio otro beso entornando los ojos azules que cerró cuando nuestros labios hicieron contacto. “A nadie profesor…” dijo después del beso, sin dejar de acariciarme el rostro.
Después de estudiar algo de Geografía, y tomar su lonche, llegó su madre por él.
***
La siguiente clase, mientras él hacía su tarea y sin levantar la vista de su cuaderno, se fue desnudando poco a poco, sólo dejaba el lápiz para hacer las prendas a un lado. Yo lo veía calentándome con su estriptis y acariciaba y besaba cada parte que él se descubría, hasta que, bien calculadamente, se quitó la trusa gritando “¡Taraaan, ya acabé!”. Aún tenía los calzones en la mano y levantaba una pierna como señal de triunfo cuando me fui de boca sobre su pene que estaba muy erecto. Se reía fuertemente y me puso su trusa como gorro, mientras le chupaba el pene y le acariciaba las nalgas. “Vamos al descanso”, exigió sin siquiera guardar sus cuadernos. Así que lo cargué sin quitarme el gorro que me puso y lo llevé a mi cama chupándole pene y huevos en el camino.
–Hazme como el otro día, dijo abriendo manos y piernas cuando ya estaba acostado.
–¿Sabes que te ves muy apetecible para comerte a besos todo completito? –le dije comenzándome a quitar la ropa sin dejar de verlo – Tu mamá y tus primos te han de llenar de besos por todo el cuerpo.
–Mi mamá sí, menos donde tú me chupas y Luis sólo donde tú me chupas, además en la cara y la boca. Siento muy bonito cuando me besa, igual siento contigo. Pedro sólo me chupa el pene o también las nalgas y el ano cuando me va a meter su verga. ‘En resumen’ – dice levantando el dedo índice, imitando a alguno de sus maestros–: Contigo tengo todos los besos como los de mi mamá y los de Luis juntos y yo te doy los que les doy a ellos –dijo terminando gloriosamente su perorata en el momento en el que yo ya estaba encuerado.
Hincado sobre la cama, abrió sus brazos y restregó su cara en mi vello púbico al tiempo que me abrazó apretando mis nalgas. Después, al bajar mi prepucio, me dio unos besos en el glande deteniendo el tronco con una mano y jugando con mis testículos con la otra, en tanto yo le acariciaba la cabellera disfrutando sus caricias y la vista del espejo que nos reflejaba.
Después de darme unos jalones en el escroto se volvió a acostar abriendo las cuatro extremidades, reclamando la tarea pendiente que me había pedido. Me puse inclinado sobre él y comencé a golpear mi pene contra el suyo. Luego los junté y los moví al unísono con la misma mano. A ambos nos salieron gotas de líquido preseminal y, juntando nuestros glandes, mezclé ambos líquidos de tal manera que al separarlos un poco, la viscosidad los mantenía unidos por un hilo. Me jale el tronco y salió una gota mayúscula que él quiso tomar; “Dámela” exigió. Me coloqué en un 69 y comenzamos a chuparnos. Al sentir su boca muy abierta y mamando para extraer todos los jugos que seguían saliendo, y sus manos recorrer mi tronco y huevos, me metí a la boca su verguita y sus huevitos juntos, sorbiéndolos con delicia y cada vez con más intensidad logrando venirnos juntos. Yo obtuve un chisguetito de algo con sabor a incipiente semen y él llenó su boca y garganta con el torrente que me extrajo. Tuvo que separarse para evitar las arcadas o la asfixia, pero dio un gran trago y siguió exprimiéndome al sentir que mi boca seguía haciéndole ver el cielo con muchas estrellas juntas. Nos separamos y lo primero que hizo fue acomodar su cara junto a la mía para besarnos. Con su lengua limpiaba los residuos de semen que tenía alrededor de los labios y de los míos, pues ya me había embarrado en la cara, y volvía a meter su lengua para trenzarla con la mía. No cabía duda que aprendía todo con rapidez y creatividad… Durmió casi una hora, la cual me pasé besándolo por todas partes, incluso se volteó de espaldas para que besara sus nalgas; se las lamí, principalmente entre ellas y puse mi pene en la entrada. Le di varios puntazos, pero yo sabía que aún no era tiempo de disfrutarlo por allí.
Llené la bañera con agua tibia y cuando despertó le puse una gorra de hule en la cabeza para bañarlo rápidamente, sin que se le mojara el cabello. Al terminar lo cargué envuelto en la toalla y lo sequé en la cama. Fui por su ropa y lo vestí. Yo también hice lo propio para quedar presentable cuando llegara su mamá. Nos fuimos a la mesa para explicarle algunas reglas ortográficas que aún le fallaban. Llegó su madre y nos despedimos.
Así pasaron cinco clases de aprendizaje integral, lo de la escuela no lo necesitaba, pues de inmediato lo hacía y entendía con rapidez, lo del amor, menos, eso lo disfrutaba… Un par de veces insistió en que lo penetrara para sentir mi chorro de semen en sus entrañas, pero le dije que sería cuando tuviésemos tiempo suficiente, en tanto nos acariciábamos como lo hacen los amantes donde cada poro de la piel está dispuesto para hacer de él una fiesta. Le lamí los pies y cada uno de sus dedos regalándome carcajadas por las cosquillas que sentía, lo mismo pasó con sus axilas. También él gateó como perrito persiguiendo mi pene para lamerme los huevos, logrando meter uno en la boca que saboreó como si fuera dulce, después de un rato le tocó al otro. Me contó más detalles de las sesiones con sus primos y lamentaba que no fuera yo quien se quedara con él a dormir.
Otra de las veces, se quitó la ropa en cuanto escuchó que su mamá echó a andar el auto. Me dijo que quería hacer la tarea sentado sobre mí, pidiéndome que yo también me quitara la ropa. Sus nalgas tallaron mi verga haciendo que mi presemen las mojara generosamente y él se resbalaba sin dejar de trabajar. Al terminar, simplemente se volteó hacia mí, sentado, “Para que nuestros penes se besen, porque ellos también se aman como nosotros, ¿verdad?”, dijo. “Sí, nosotros nos amamos por completo”, contesté antes de iniciar los besos y, con lenguas y penes, nos agasajamos.
–¿Sabes que también amo a Luis? Ya le enseñé a besarnos mejor y nos recorremos todo el cuerpo con los labios. Dormimos abrazados con la nariz y boca respirándonos el mismo aire, Hacemos el 69 que me enseñaste. ¡Claro que no le digo dónde he aprendido a amar así!
–Así debe ser, recuerda que a los dos nos puede ir mal si alguien lo llega a saber –contesté con severidad y le di un beso.
–Me gustaría dormir así contigo…
–Sí, sería bueno tenerte abrazado toda la noche y despertarte a chupetones en huevos y verga – contesté acercando mi cara para acariciar su nariz con la mía.
***
Al tercer miércoles, cuando lo recogió su mamá, me dijo que la siguiente clase no traería a René ya que ella tenía un compromiso y no lo podría recoger. “Lo llevaré a casa de mi hermana”, explicó.
–¡No, mamá, el lunes es el examen de matemáticas y no quiero reprobarlo! –exclamó René poniendo cara de susto y disgusto.
–¿Podrá mañana darle clase usted, profesor? –me preguntó la madre ante la insistencia tajante de René y vi una oportunidad.
–Lo siento mucho, señora, ya tengo un compromiso fuera de la ciudad –respondí poniendo cara de consternación –, pero no es mucho lo que le falta por aprender en matemáticas, seguro que sí pasa el examen –concluí, mirando a René.
–¡No puede ser! Mira mamá, en lugar de dejarme con mi tía, déjame con el profesor y vienes por mí el sábado, ¿verdad profe…? –dijo lanzándome una mirada lastimera, la que su mamá entendió como una súplica que ella tendría que hacerme.
–¿No será mucha molestia para usted, maestro? Le prometo que regreso muy temprano por él –me dijo solícitamente.
–Bueno, a decir verdad, no es molestia que se quede, pero ¿podría venir por él hasta después del desayuno para que ninguno de los tres tengamos que madrugar en sábado? –contesté socarronamente, sabiendo que habíamos ganado.
–A la hora que usted me diga, profe –contestó alegre por el pacto logrado.
–A las doce lo recoge bañado y desayunado –contesté.
Todos quedamos satisfechos con el arreglo. así que el viernes, cuando llegó, René me dijo frente a su mamá “Hoy me dejaron de tarea que repase todo lo que pueda de matemáticas.”
–Aquí en la maleta le dejo una muda de ropa, una toalla, el cepillo dental, las pantuflas y la piyama; además tenga este dinero para los gastos de ustedes en la cena y en el desayuno –me dijo la mamá.
–No es necesario, señora –contesté, pero ante su insistencia, tuve que aceptar el dinero.
–Lo primero que vamos a hacer es verificar que sabes todo lo de matemáticas –le dije a René en cuanto su madre cerró la puerta.
–¿De verdad crees que algo del curso no sé?
–Yo también creo que sabes todo, pero vamos a comprobarlo –dije, y René comenzó a sacar el libro y el cuaderno de la materia.
Durante hora y media de operaciones y problemas que le puse, los fue resolviendo todos con rapidez y mucha sistematización, por más complicados que estuvieran. Al concluir le dije que se había ganado un premio, que pidiera lo que quisiera.
–Quiero sentirte adentro de mí y que me llenes de tu calor –respondió de inmediato, dándome un beso para luego tomarme la mano y, después de besarla, recargar su cara en ella, para continuar–. Cómo quisiera ser mujer para poder tener un hijo de ti –me dijo con dulzura antes de abrazarme y besarme tiernamente.
Me quedé sorprendido de que alguien de su edad fuese capaz de expresarse así, dando mimos y miradas de amor y deseo.
–Bien, a la noche, después de cenar, te doy tu premio –le dije, acariciando su cara por toda respuesta.
–Ya no quiero salir, quiero que aprovechemos todo este tiempo que tenemos para amarnos. Pide una piza de pepperoni o de lo que se te antoje. Las traen pronto, así no tendremos que perder tiempo.
Tomé el teléfono y pedí dos pizzas medianas, una de pepperoni y otra de ostión ahumado.
–Oye, ¿es cierto que los mariscos, y particularmente los ostiones, hacen que salga más semen? –preguntó con genuina curiosidad.
–No creo –contesté– al menos en un tiempo tan corto. El semen que te daré ya lo traigo en los testículos. ¿De qué refresco quieres? –pregunté para cambiar el tema porque ese me estaba excitando tanto como René.
–Del que tu tomes yo tomaré y en el mismo vaso o de tu boca –dijo volviendo a entonar los ojos al contestar.
–No se puede.
–¿Por qué no?, ¿no te gustaría así?
–Porque yo voy a tomar vino y ese está prohibido dárselo a los niños –dije enfático.
–¿Y el semen sí está permitido? –contestó retadoramente.
Discutimos bastante en que el vino podría emborracharlo y causarle varias molestias que nos impedirían amarnos esa noche, lo cual le hizo pensar más profundamente sobre su capricho. “Toma refresco” me ofreció como alternativa. Seguimos discutiendo una pelea que él ya sabía perdida y en eso llegó la pizza. Le di una y yo tomé la otra. “No, yo quiero de las dos”, dijo y se las acerqué. Fui a la cocina donde abrí una botella de vino y un jugo de los muchos que trajo su madre y habían sobrado.
Cuando regresé, él ya estaba desnudo. Le di el jugo y se resignó, pero me pidió que también me quitara la ropa porque quería comer sentado sobre mí. Accedí de inmediato. Entre besos y restregones de piel platicamos mientras comíamos. Se colocó un pedazo chico en la boca y lo acercó a la mía, la comimos hasta que nuestras bocas se juntaron. Más adelante, en un beso, me dio pizza de la que traía dentro de su boca. Al reírse de sus diabluras, se mecía en mi pene, y el suyo, erguido, se movía como un pequeño badajo, oscilando al ritmo de su risa. En una de esas, tomó mi copa y tragó algo de vino. “¡Sabe muy rico!”, exclamó, no sé por qué no deba tomarlo yo. El siguiente trago se lo di desde mi boca. Luego lo paré sobre la mesa y le vacié un poco de vino en el pene, el cual escurrió y lamí sus huevos para que no siguiera hasta sus piernas. “Toma más así”, me dijo, “pero yo también quiero probarlo de la misma forma”. Se bajó para hincarse en el piso y vertí un poco en la punta de mi pene para que escurriera por el tronco, pero su reacción no fue tan rápida y un pequeño chorro siguió por mis piernas. Él lamió mis piernas y mis huevos, pidiendo más vino. Al terminar de comer ya estaba eufórico y me jalaba torpemente la verga de un lado para otro. “Vamos a la cama”, exigió entre borracho y arrecho. Me tomé la copa de vino y después lo cargué.
–¿Estás borracho? –le pregunté después de meterlo bajo las cobijas. Sí, borracho de amor por ti. Hoy seré tu mujer y navegarás dentro de mí. Me darás mi premio y dormiremos abrazados –¿“navegar”? ¿dónde lo habrá aprendido para esto? quizá en las canciones, películas o qué sé yo, reflexionaba mientras me metía bajo las cobijas.
René se subió en mí y me besó de muchas maneras, remolineando su pene sobre el mío. Al poco tiempo de mimos, botó las cobijas a un lado y se puso a mamarme la verga, ofreciéndome la suya para que yo hiciera lo mismo, pero cuidando de no hacerlo con tanto esmero: el semen lo quería por otro lado.
–¡Hazme el amor o cógeme, como quieras decirlo, pero hazlo ya, cumple mi sueño! Dame esto para que me llenes del premio y te prometo puros dieces en los exámenes… dijo poniéndose mi verga entre las nalgas.
Lo puse en cuatro y tomé un tubo de lubricante, el cual eché después de besarle el culo. “¿Qué es?”, me preguntó. “Lubricante para que no te duela tanto” expliqué. “Te prometo que me aguanto el dolor”, suplicó, tratando de acercar sus nalgas a mi verga.
–Sí, pero vamos despacio porque no quiero lastimarte –le dije, comenzando a meter un dedo, luego dos y él bramaba de gusto.
Me embadurné bien la verga y se la acerqué al orificio. “Métela toda”, suplico. Fue entrando poco a poco, René fruncía la boca y cerraba los ojos tratando de aliviar el dolor. Una vez que entró el glande, todo lo demás fue fácil y con poco dolor, las cogidas que Pedro le había dado, ayudaron mucho, aunque fueran de menor calibre. “Mételo todo, mi amor”, dijo, pues con su mano, se dio cuenta que faltaba otro poco. “Hoy soy tu hembra y tú mi hombre” me decía con dulzura aproximando más su grupa hacia mi cuerpo, hasta que verificó que lo tenía todo en el interior. Nos quedamos quietos, René abrió los ojos y sonrió comenzando a moverse poco a poco. En poco tiempo adquirimos un acoplamiento frenético en nuestros movimientos. Su pene salpicó varias gotas y supe que él estaba teniendo un orgasmo tras otro mientras me gritaba “Vente, mi amor, dame mi premio”, lo cual me excitó sobremanera y descargué dos chorros de semen en su interior. “¡Qué bonito, que bonito siento tu amor!” gritaba René y yo me seguía excitando y me vacié por última vez, antes de que él se desplomara y yo sobre él. “No me lo saques, quiero dormirme así, me dijo antes de cerrar los ojos. Quedé suspendido sobre mis muñecas para no presionarlo con mi tórax y su culo era el otro punto de apoyo para mi cuerpo. Por fin pude sacar mi pene al quedar sin fuerza y con muy poca resistencia para salir. Se escuchó un “plop” cuando logré sacarlo y vi que sonrió, a pesar de que él ya dormía. Besé sus nalguitas viendo la profundidad de sus entrañas. Yo esperaba que cerrara pronto su ano, lo cual estaba ocurriendo con lentitud. Le limpié el semen y los restos de excremento que habían escurrido cuando le saqué la verga. Seguí besándole las nalgas, luego las piernas, regresé mis labios a su trasero y los subí por la espalda. René estaba completamente dormido, así que lo puse de lado y después de cobijarnos, me dormí nariz con nariz como él quería.
A las dos horas, despertó, aún se escuchaba mucho movimiento en la calle, no serían más de las 10 de la noche. Abrí los ojos y él, sonriente, estaba disfrutando mi mirada. “¿Te gustó tu mujer, mi macho?” preguntó antes de lamerme los labios. “Sí, mucho”, le contesté y saqué mi lengua para acariciar la suya. Volvió a cerrar los ojos y quedarse quieto. Al poco rato se levantó para ir al baño. Cuando regresó me dijo “¡Qué hermoso premio!, todavía me salió mucho porque sin estar malo del estómago salió aguado revuelto con bolitas, como las de un borrego”, dijo dándome un beso y volvió a cerrar los ojos. Dormí y cerca de las dos de la mañana, sentí que René me estaba agitando el pene con lubricante, me lo paró pronto y se sentó sobre él metiéndosela de un sentón. Descansó un poco y empezó a moverse en círculos sobre mi verga. “¿Te lo enseñó Pedro?”, pregunté al verlo tan diestro en eso. “No, lo soñé hace rato y quise probarlo de inmediato”, contestó sin abrir los ojos acariciando los vellos de mi pecho y jalándome los pezones. Me pregunté cómo le hacía René para ser tan creativo y amoroso. Mis manos fueron hacia sus nalgas y me extasié mirando cómo le escurría líquido por su penecito. Su orgasmo lo cansó y cayó sobre mí para quedar ensartado en mi falo sin que yo pudiera hacer más que esperar a que me bajara la erección, pero no podía porque su esfínter se contraía como ráfagas fugaces y descansaba poco tiempo antes de seguir otra andanada igual. ¿Qué estaría soñando ahora? me puse a besar su rostro y su boca buscó la mía “Ama a tu dama”, “Dale todo el amor, por favor” “Llénala de lindos amores blancos para que camine en zancos”, decía rimas entre sueños y su esfínter seguía trabajando. A mí ya no me saldría algo más en una cogida normal, pero con René era diferente, me urgía cargarlo en los brazos para sacudirlo sobre mi cuerpo para que sacara el exceso de libido que me provocaba. cerré los ojos y soñé con el azul de su mirada, su sonrisa pícara que pedía verga y empecé a tener un orgasmo. “Así, mi amor, cógete a tu mujer así”, escuché al despertarme teniendo a René entre mis brazos doblado juntándole las piernas con sus hombros, con mi verga adentro de él y eyaculé otra vez. “Caliente es tu amor para tu mujer, ¡gracias!” dijo, cuando me vine. Y vi que él ¡estaba con el ombligo salpicado de su propio semen! No podía ser que a los diez años ya sacara semen blanco, pero sí, ahí estaba. Lo solté acostándolo, le lamí la panza y le mamé su verguita que seguía escurriendo semen. “¿Te gusta? han de ser los ostiones, mi amor”, me dijo mesándome el cabello mientras le mamaba la verga emocionado. Después se puso en 69 conmigo y nos dormimos así, deleitándonos con el sabor del amor consumado.
A las seis de la mañana desperté escuchando cantos de aves y sintiendo que me mamaban los pezones. Me bañó con el azul de sus ojos. “¿Quién no quería madrugar?”, pregunto regalándome una sonrisa y después un beso donde su lengua acarició a la mía. Prendió la música de su celular y empezó a cantar “Dame, amor, todo tu amor sin que te guardes nada” jalándome del tronco hasta que se me paró. Lo acosté y le puse una almohada bajo sus nalgas, levanté sus piernas sobre mis hombros, me puse lubricante en el pene y se lo introduje poco a poco. Su mirada atenta y su sonrisa de felicidad me urgían a darle más. Después de un rato, eyaculé lo que pude, que no fue mucho y él lo sintió, “¿Se te acabó la carga? No importa, me siento satisfecho con lo que me diste”. Dormitamos un par de horas más, abrazados, y acariciándonos de vez en cuando.
Me levanté para bañarnos en la ducha. Ahí nos enjabonamos mutuamente y hubo besos, en uno de ellos, cargué a René sosteniéndolo de las nalgas, él quedó colgado de mi cuello y trenzó sus piernas en mi cintura, le abrí las nalgas y, sin separar nuestros labios seguimos besándonos. Así hicimos el amor, en su orgasmo me gritó ¡“Te amo!” y aflojó las piernas y los brazos para que lo depositara en el suelo. Al terminar de bañarnos, le mame la verguita mientras lo secaba. Me sequé también y me puse a vestir a mi niño-mujer quien seguía besándome todo lo que quedara al alcance de sus labios.
Salimos rumbo a un restaurante cercano donde desayunamos y platicamos de su escuela. “Te prometo que responderé a los exámenes lo mejor que pueda”. Hicimos algo de tiempo caminando por un jardín cercano y no paraba de agradecerme la noche que le había dado. Me fijé que ya caminaba bien y no levantaría sospechas de lo que muchas veces tuvo dentro. Regresamos a casa, sacó la pijama de la maleta y la arrugó para volverla a meter, guardó el resto de sus cosas y besándonos esperamos a su madre, quien llegó puntual.
El curso ya había concluido y las clases particulares también. Ya no lo volví a ver. El único recuerdo que tengo es una carta que me envió junto con una copia de su boleta en la cual constaban las excelentes calificaciones que sacó en los exámenes para los que lo preparé, en ella manifestaba su agradecimiento y el de su madre. ¡Pensar que me pagaron muy bien por tener ese amor chiquito en mi cama!
wow deberias aser una continuacion me gusto tu relato muy bien redactado amigo…. );) 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉
Gracias, alexpinwi12. Qué bien que te haya gustado. No puedo hacer continuación porque René y yo ya no nos vemos. Una vez se me ocurrió buscarlos, a él y a su mamá, pero ya no vivían en la dirección que yo tenía registrada. Además, en ese momento, René había pasado al ciclo de secundaria y no supe en qué escuela. Me quedé con las ganas. Seguramente sus primos y él han de seguir cogiendo… ¡Qué dicha!.