El Accidente de Papá
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por DaveGarrido.
Esta historia se centra en los tiempos remotos en que mi papa tuvo el accidente.
No es que tuviera un sexto sentido, ni nada que se le parezca, pero de algún modo extraño percibí que esa llamada no era una buena noticia.
A lo mejor todo se debía al pesado día de trabajo, o a que últimamente no conciliaba bien el sueño.
La cosa es que el repentino repiqueteo del teléfono me hizo saltar de la silla y un nudo de aprensión pareció apretarme la garganta.
-¿Que pasa? – pregunté al escuchar la alterada voz de mi mamá.
– Es tu papá, Tropezó con la escalera y se rompió una pierna.
– dijo ella –
– Pero él .
¿Está bien – pregunté preocupado – digo, además de lo de la pierna?
– ¡Claro que sí, cariño! – me tranquilizó mi madre – ¡Tu padre es fuerte como un toro!
– Pero si ya casi cumple los cincuenta, mamá – le recordé.
– ¡Cuarenta y siete! – me corrigió ella – Y ya quisieras tener su vitalidad a tus veinticinco, muchacho malcriado– dijo con ese tono enojado.
Colgamos después que me indicara la dirección del hospital donde era atendido.
Le avisé a mi jefe que me tomaría la tarde libre y traté de no preocuparme demasiado por el gesto con que me despidió.
Durante el trayecto en coche traté de reunir todos los recuerdos que tenía de mi padre desde la infancia.
No eran muchos.
El viejo, como le llamaba yo para molestarlo cariñosamente, era uno de esos hombres cumplidores con la familia, responsables con el gasto de la casa, pero poco afecto a los cariños y los abrazos.
No señor, el viejo no se andaba con esas mariconerías, y menos con los hijos varones, que debíamos ser la viva imagen de él, fuertes y machos.
¡Si él supiera! Pensé,.
Ya en el hospital, el nudo del estómago apareció de nuevo.
Jamás me han gustado los hospitales.
Muchos encuentran seductores a los médicos, enfundados en sus batas, pero a mí, el inmaculado blanco de las paredes y el fuerte olor a desinfectante acaba con cualquier intento de mi libido por despertar.
Definitivamente aquel no era mi ambiente.
Encontré a mi mamá en la habitación.
El viejo estaba dormido y ambas le cuidaban el sueño.
-¿Cómo está? – pregunté en un susurro.
– No te preocupes – dijo mamá con voz normal – Tuvieron que sedarlo porque el dolor era muy fuerte.
– Entiendo – dije un poco impresionado por la palidez del rostro de mi Padre
– Tuvieron que operarle la rodilla – me informó mi Madre
Después de unos minutos y un reporte detallado, tal vez demasiado detallado, de los pormenores de la operación, convencí a mi madre de que fuera a comer algo prometiendo cuidar de papá hasta su regreso.
Mi mamá me miró severa, advirtiéndome que no fuera a dejar solo al viejo.
La tranquilicé y me acomodé en el sillón junto a la cama.
Viendo dormir a mi padre no pude sino admirarme de lo apuesto que era.
No era del tipo bonito en sí, pero era uno de esos hombres que sin ser guapos son masculinamente atractivos.
Mandíbula cuadrada, espeso bigote y cejas pobladas.
Sus fuertes y velludos antebrazos descansaban a un costado y parte de su pecho cubierto de vellos podía apreciarse bajo la sábana.
Seguramente está desnudo, pensé para mí mismo.
Caí en la cuenta de que nunca lo había visto completamente desnudo.
Jamás nos habíamos bañado juntos, ni habíamos ido de campamento, ni ninguna de esas cosas que hacen algunos padres con sus hijos.
La idea de que bajo esas sábanas estuviera desnudo seguía rondándome la cabeza.
Traté de apartar la imagen de mi mente, sintiendo de pronto una intranquilidad perversa.
Di un par de vueltas por la habitación tratando de alejar los malos pensamientos, hasta que finalmente cedí a la tentación y echando seguro a la puerta me acerqué sigiloso a la cama.
Le llamé por su nombre un par de veces y no contestó.
Estaba profundamente sedado.
Casi contuve la respiración mientras bajaba lentamente la sábana que lo cubría.
Su pecho, poblado de vellos, sus morenas tetillas, apenas visibles en aquel mar de pelos.
Las toqué suavemente, apretando los rugosos botoncillos de carne.
Bajé la sábana hasta su vientre, mas plano que el de muchos hombres de su edad, y por supuesto también enmarcado por el sendero de vellos, que se hacían más abundantes conforme iba descorriendo la sábana.
Llegué hasta su bajo vientre, con la certeza de que estaba haciendo algo indebido, tal vez incluso depravado, pero la culpa no fue suficiente para detenerme.
La mancha oscura de pelos era ahora perfectamente visible, así como el alentador bulto que la sábana aun cubría.
Ahora o nunca pensé, y con un jalón decisivo corrí la sábana hasta sus muslos.
Por fin conocía el sexo desnudo de mi padre, y decididamente no me defraudó.
A mis veinticinco, puedo decir que ya he visto más de una docena de penes en mi vida, de todos tamaños y colores, y con esa experiencia pude notar que la herramienta del viejo no tenía nada que envidiarles,; grueso, a pesar de no estar erecto, descansando pesado sobre un par de gordos huevos cubiertos de oscuros vellos.
No pude evitar acercarme para olerlo.
El aroma íntimo de sus partes fue sólo el preludio para atreverme a tocarlo.
La suavidad de su piel sólo me incitó a plantar un beso en aquel glande color café con leche y de allí a metérmelo en la boca sólo fue cuestión de segundos.
El picaporte y los inmediatos toquidos en la puerta me hicieron pegar un brinco.
Arreglé la sábana y abrí la puerta tratando de disimular la tremenda erección que abultaba mis pantalones.
Nervioso dejé pasar a la enfermera que venía a hacer su habitual chequeo.
-¿Todo bien por aquí? – preguntó de manera muy profesional.
-Si, señorita, todo muy bien – dije sentándome para tratar de cubrir el delatador bulto con una revista.
-Yo creo que el señor será dado de alta mañana – me informó – aunque seguramente deberá seguir tomando sedantes para controlar el dolor.
Asentí como un autómata.
En realidad yo seguía pensando en el sabor y la textura de la verga de mi padre, aún frescos en mi boca y en lo inoportuna que había sido la llegada de la enfermera.
Para empeorar aun más aquella situación, poco después llegó mi madre y tras acompañarla por una hora mas, me despedí y me fui a mi apartamento.
Apenas llegué tuve que tirarme en la cama y masturbarme frenético como cuando era un adolescente.
La única y poderosa imagen que necesité para alcanzar mi orgasmo en tiempo récord, fue la gorda y suave verga de mi papá.
Los días siguientes fueron tal vez los más difíciles.
Por un lado, me comía la culpa por lo que había hecho, por el otro me excitaba el sólo hecho de recordarlo.
Sabía que no estaba bien, pero también sabía lo mucho que me había gustado hacerlo.
Y los días fueron transcurriendo pero mi excitación sobre mi padre no se desvanecía.
Un tiempo después sonó el teléfono y escuché la voz de mamá, el nudo no fue de angustia, sino ese cosquilleo de deseo sexual que tanto se me notaba.
-¿Qué pasa, mamá, como va todo? – pregunté de pronto sin aliento.
-¡Tranquilo, no pasa nada! – me calmó ella – Tu padre va mejorando, aunque todavía tiene que tomar muchas pastillas para soportar el dolor.
Duerme prácticamente todo el día.
– ¡Bueno! – dije acomodándome una inoportuna erección que el sólo hecho de imaginar a mi padre dormido me había provocado.
– Pero necesito pedirte un favor – dijo mi madre
– Dime – contesté algo apenado por mi comportamiento.
– Necesito ir a ver tu tía Hellen, ella quiere hablar conmigo sobre unos asuntos, crees que podrías cuidar de tu padre el sábado? – preguntó como dudando de que yo realmente pudiera hacer eso por ella -Prometo no llegar tarde – terminó.
– ¡Claro, mamá, cuenta con ello! – dije para su total sorpresa.
– ¡Gracias, cariño, ya verás que no será tan malo como parece! – dijo con total inocencia.
– Apuesto a que no lo será – me atreví todavía a contestar.
Así que el sábado a primera hora de la mañana, despedí a mamá después de haber recibido toda una lección de las comidas permitidas, los horarios de medicinas, y, sobre todo, de la dosis de sedantes que el doctor había autorizado.
La despedí desde la puerta, con la culpa en el rostro y una persistente erección que desde mi llegada a la casa parecía no abandonarme.
Apenas se marchó corrí a la recámara de mi padre.
Contrariamente a lo que esperaba, no dormía, y un poco desconcertado lo saludé;
-¿Cómo te sientes, viejo? – le pregunté alisando la colcha con que se cubría.
– ¡Viejo tu culo! – contestó malhumorado – Acércame el control de la tele que no quiero ver ese pinche noticiero.
-¡Amanecimos de buen humor, por lo visto! – dije pasándole el control remoto.
Me lo arrebató con mirada asesina, que pronto se convirtió en una clara mueca de dolor, por el brusco movimiento que había hecho.
-¿Te duele? – pregunté de pronto preocupado.
-¡Como la chingada – dijo apretando los dientes.
-¿Quieres que te dé algo? – pregunté buscando ya los sedantes entre los numerosos frascos junto a su buró – Aunque aun no es la hora – le aclaré.
– ¡Me vale madres si no es la hora! – dijo aun con una mueca de dolor en el rostro.
– ¡Está bien, tampoco hagas un berrinche– dije acercándole un vaso de agua y un par de pastillas.
Las bebió y se recostó de nuevo.
Le hice silenciosa compañía hasta que el dolor remitió.
-Me gustaría darme un baño, antes de quedarme dormido de nuevo – dijo de pronto.
– ¡Claro, viejo! – dije ayudándolo a incorporarse y a caminar lentamente hasta el baño.
– ¡Voy a necesitar que me eches una mano! – dijo desabrochándose la pijama.
– ¡Seguro, soy tu enfermera particular! – dije en son de burla agachándome para ayudarle a desabotonar los pantalones.
Mi padre aprovechó mi posición y me agarró el trasero.
-¡Epale, señor! ¿Qué mañas son esas? – me quejé al instante.
– Pues yo así agradezco a las enfermeras su ayuda – dijo riendo juguetonamente.
Me alegró que el efecto de las pastillas le hubiera cambiado el humor y terminé de bajarle los pantalones.
Sus fuertes muslos velludos comenzaron a alterarme casi inmediatamente.
– ¿Algo más.
, señor? – pregunté poniéndome de pie.
-¡Cúbreme la herida de la rodilla con una venda, y luego con plástico! – me indicó.
De nuevo de rodillas, y esta vez tan cerca de su verga, no pude sino observar sus blancos calzoncillos y el gordo bulto que ocultaban.
Adelantó la pierna mala para que yo pudiera cubrir su rodilla, y el movimiento hizo mover sus partes frente a mi acalorado rostro.
Una mirada a su entrepierna, al dibujo marcado que sus grandes bolas hacían en el algodón de la prenda, una rápida mirada a los negros pelos que escapaban por la abertura.
Quería gritar de excitación y me contuve a duras penas.
-Todo listo – dije poniéndome de pie dispuesto a salir del baño.
-Un último favor – pidió.
-Dime – dije deteniéndome en la puerta.
-Sostenme para echar una meada – suplicó- porque si ensucio el baño tu madre me mata.
Me puse a sus espaldas y lo tomé por la cintura, mientras él desenfundaba el arma y orinaba.
No me atreví a mirar, ni podía hacerlo desde esa posición, pero el sólo hecho de estar tan cerca de él, de sentir la ligera caricia de su trasero apenas cubierto por los calzones fue demasiado.
Finalmente salí del baño y mientras él tomaba su baño me masturbé como un loco.
Para cuando salió del baño yo ya estaba de nuevo en control de la situación.
Le ayudé a terminar de secarse y traté de no mirar cuando desnudo se metió bajo las sábanas.
Dijo que prefería no lastimarse la pierna tratando de vestirse, que mejor se quedaría desnudo bajo las sabanas, que únicamente estábamos él y yo en la casa, que no habría problema porque somos hombres y que tampoco planeaba recibir visitas en todo el día.
Aquello en vez de tranquilizarme, comenzó a excitarme nuevamente.
Un par de pastillas más, esta vez para la infección y el viejo comenzó a tranquilizarse.
-¡Pon algo bueno en la tele! – pidió ya algo somnoliento.
Unos minutos después dormía plácidamente.
La agonía comenzó entonces para mí.
Deseaba repetir lo del hospital.
Deseaba tener esa Verga otra vez en mis manos y en mi boca.
Sabía que era incorrecto, que estaba mal y todo eso, pero lo deseaba de todas formas.
Esperé a que el efecto de los sedantes fuera definitivo y me acerqué a su cama.
No habría enfermeras inoportunas esta vez, recordé, y quité la sábana que cubría su total desnudez.
No hay prisa esta vez, pensé al tocar sus pezones velludos.
No la hay, me recordé al lamerlos, uno primero, otro después.
No la hay, bajando por el sendero de vellos hasta el ombligo, pozo oscuro donde perder unos besos, y no la hay, confirmé al demorarme enterrando la nariz en la embriagadora selva de su pubis.
Bajo la barbilla, sentía la calidez y la forma de su pene dormido, y entonces si tuve prisa, por tenerlo ya dentro de mi boca.
Comencé a lamerlo desde la gorda base, recorriendo el camino de venas azules hasta la punta marrón y suave donde terminaba.
Corto trayecto, pero demorado milímetro a milímetro por mi pasión prohibida y desbocada.
Para mi sorpresa, el profundo sueño de pastillas no alcanzaba a dormir aquellas partes, pues el chupeteo de mis labios comenzó a despertar poco a poco a la fiera.
El pito del viejo comenzó a levantarse.
Lejos de detenerme, comencé a desplegar todas las mañas.
Recorrí con la punta de la lengua los delicados bordes del glande, sintiendo en el acto la respuesta inmediata.
Acogí la voluminosa cabeza en la boca, sorbiendo suavemente, como si fuera un enorme y gordo popote.
Jugueteaba mientras tanto con las cálidas y suaves bolas de sus huevos, haciéndolas ir y venir entre mis dedos ansiosos.
Un suave quejido escapó de los labios de mi padre, pero en vez de despertarse, como temí en un principio, abrió las piernas y continuó su sueño.
Sus huevos cayeron entre los muslos abiertos.
Los tomé con una mano y comencé a besarlos suavemente.
Casi parecían latir bajo mis labios.
Para entonces, la espléndida verga había ya alcanzado su total longitud, y era un cacharro digno de total admiración.
No pude contenerme más y me lancé de lleno a mamarlo con renovado vigor.
En ese momento no me importaba que mi padre se despertara, que me moliera a golpes o me ignorara.
Yo sólo quería seguir mamando la descomunal verga, comérmela completa, sacarle la leche y bebérmela hasta la última gota.
Apreté sus huevos con frenética pasión, mordisqueando el grueso tronco, lamiendo el frenillo, chupando goloso la erecta herramienta de mi padre, que para mi sorpresa, comenzó a latir e hincharse en el inequívoco camino hacia el orgasmo.
No me detuve a pensar en nada, y continué con entusiasmado vigor hasta sentir la violenta erupción de su semen, que inmediatamente bebí como un poseso.
No me desprendí de su verga hasta que terminó de arrojar aquellos gruesos borbotones de leche, leche paterna, y comenzó a desinflarse como un caliente globo.
Corrí al baño, y tras un par de jalones, exploté también con incontenible e indescriptible placer.
Me recargué en la puerta, todavía excitado pero cayendo ya en el morboso placer de la culpa y el arrepentimiento.
Salí con una toalla húmeda y limpié lo mejor posible toda huella de mi delito.
Cubrí a mi padre con la sábana nuevamente y lo dejé dormir plácidamente.
Traté de reprimir mi culpa convenciéndome de que había ayudado de algún modo a que su sueño fuera más placentero, pero en el fondo seguía sintiéndome mal por lo que había hecho.
Tal vez para compensar, me pasé el resto de la mañana tratando de cocinarle algo apetitoso y de su agrado.
Lo cual por supuesto no conseguí, como muy bien se encargó mi padre de hacerme saber después de que despertó.
-¿Qué te pasa, porque tan de mal humor? – le pregunté retirándole la bandeja de la cama.
No sé – contestó alisando las sábanas, pasando las manos sobre su Verga, marcando el gordo bulto de su verga en la tenue tela – porqué lo preguntas?
Creí descubrir una extraña mirada bajo sus gruesas cejas, pero preferí convencerme que todo se debía a mi sentimiento de culpa.
No podía haberse dado cuenta de nada.
Estaba sedado, dije para mis adentros, y me pasé el resto de la tarde tratando de creerlo, hasta que mi madre llegó y me despedí de mi padre sin atreverme a mirarlo a la cara.
Pasaron varios meses.
Con uno u otro pretexto, consciente o inconscientemente, me mantuve alejado de la familia.
Que si el trabajo, que si los amigos, el hecho es que no volví a poner un pie en casa de mis padres.
Mi contacto, aunque fuera telefónico era únicamente con mamá, y a través de ella supe que mi padre estaba ya totalmente recuperado, y aunque con una leve cojera, volvía ya a caminar.
Con la llegada del verano, y los cambios de clima, caí víctima de la gripe.
Nada serio, nada importante, pero quién vive solo sabe que es en esos momentos cuando más se extraña a la familia.
Mi madre prometió pasar por mi casa y hacerme un suculento caldo de pollo.
En vez de ella, se apareció mi padre con la sopa y el mensaje materno de que me arropara bien y tomara muchos líquidos.
-Pasa, viejo – dije franqueándole la entrada, con los ojos bajos y rehuyendo inexplicablemente su negra mirada.
-Si que estás jodido – dijo viéndome con la pijama puesta y el pelo revuelto.
-En cambio tu te ves muy bien – dije admirando su erguido porte – Se ve que la operación fue todo un éxito – dije cerrando la puerta tras de él.
-No me quejo – dijo él poniendo las cosas en la cocina – Tuve buenos médicos y buenas enfermeras.
Su sonrisa, el tono en que lo dijo y el leve gesto con que se acomodó el paquete me hicieron volverme rápidamente hacia mi recámara.
-Voy a darme un baño – dije ya alejándome – No tardo.
Al salir del baño, envuelto en la toalla, me sorprendí de encontrar a mi padre en mi habitación y sobre mi cama, en vez de en la sala, donde lo había dejado.
-Te hice la cama y te cambié las sábanas – dijo con una media sonrisa – sé perfectamente lo que es tener sábanas limpias cuando llevas mucho tiempo en cama.
-¡Gracias! – contesté aferrando la toalla como si la desnudez del cuerpo le permitiera ver la desnudez de mi alma.
-¡Pero tápate, muchacho! – exclamó mi padre – O se te agravará la gripe si continuas desnudo en medio de la habitación.
Como no me moví, me tomó de la mano y me llevó hasta la cama.
Bajó la colcha y arrancándome la toalla me metió bajo las sábanas, completamente desnudo.
No dije nada, y me cubrí hasta la barbilla temblando mas de nervios que de frío.
El se quedó de pie, con esa oscura mirada suya, enmarcada por sus pobladas cejas.
El silencio pesó de pronto en la habitación.
Mi padre hablo con un tono de voz muy profunda un par de veces sin dejar de mirarme a los ojos…
-Ni creas que te voy a hacer una mamada – dijo simplemente.
No dije nada.
Cerré los ojos porque me sentí incapaz de mirarlo.
-No soy como tú – continuó implacable – que se aprovecha de un enfermo convaleciente.
Lo miré de nuevo.
El secreto y la culpa de tanto tiempo acariciados ahora estaban tan desnudos como yo bajo la sábana.
Mi padre inmóvil me miraba, dejando que el efecto de sus palabras terminara de cubrirme con vergüenza.
Sus fuertes y velludas manos comenzaron a moverse.
No hacia mí, no para lastimarme como temí en un principio.
Se movieron hacia su bragueta.
Bajaron el cierre de sus viejos pantalones color azul marino y como si tuvieran voluntad propia entraron en la cueva de su entrepierna y trajeron a la luz el monstruo de un solo ojo.
-Aquí lo tienes – dijo con la misma voz de reproche.
Miré el falo que colgaba indolente entre sus dedos.
La cabeza sedosa miraba al piso, como si ella en realidad no me culpara de nada.
-¡Vamos – dijo mi padre – que esta vez quiero estar completamente consciente mientras me la chupas!
Sus duras y crudas palabras en vez de alentarme me detuvieron.
Con algo de fuerza, mi padre tomó mi cabeza y la apretó contra su Verga.
Sentí en las mejillas la suave presión de su miembro.
Sentí el suave arañazo de los negros vellos que lo rodeaban.
-¡Mámalo ahora – negoció papá sin soltarme – y prometo no molerte a golpes como mereces!
No sé porqué pero abrí la boca.
Porque lo deseaba, no había ninguna duda.
Porque me lo estaba pidiendo, porque quería complacerlo, porque anhelaba su rechazo o su odio, pero no su indiferencia, o porque simplemente tenía una verga hermosa que me encantaba chupar.
El hecho es que obedecí, y comencé a chupar con suavidad la punta roma y tersa de su verga, sintiéndola vibrar y crecer en el ominoso silencio de mi recámara.
Mi padre terminó de aflojarse el cinturón y sin sacar su pene de mi boca dejó resbalar el pantalón por sus vellosas piernas.
Me di cuenta que no llevaba ropa interior.
Me pregunté porqué habría venido a mi casa sin ella.
Me pregunté si todo esto que estaba sucediendo había sido planeado por él.
Me pregunté porqué su pito sabía tan bien y porqué encontraba aquel malsano placer de mamarlo tan irresistible.
-¡Se ve que te encanta mamar vergas! – comentó más para sí mismo que para mí.
Ni siquiera le contesté.
Me afané en tragarme el sable completo, desde la hinchada punta hasta la pilosa empuñadura.
-¡Y seguramente no es la primera que chupas! – continuó mientras arrancaba la sábana que me cubría y me dejaba completamente desnudo.
Me miró con cierto desenfado y curiosidad.
Tal vez porque estaba viendo por primera vez el cuerpo desnudo de su hijo.
No el cuerpo del niño que seguramente recordaba, sino el cuerpo desnudo de un hombre.
-¡Y apuesto que también te gustará que te la metan en el culo! – comentó con la voz gruesa y correosa del deseo.
Por supuesto no contesté.
No quise explicarle que en realidad no me gustaba.
Que no necesariamente el ser gay implicaba que a uno le gustara ser penetrado.
Pero qué iba a saber mi padre de esas cosas.
Con los fuertes brazos me dio la media vuelta, poniéndome boca abajo.
Sus dedos torpes y rudos acariciaron mis nalgas.
No tuve el valor de detenerlo.
Mi energía parecía haber desaparecido.
Me descubrí gimiendo al sentir sus manos separando mis nalgas.
Soporté sin gritar el toqueteo casi furioso de sus dedos en mi ano.
No dije nada al sentirlo treparse en la cama sobre mi espalda, y permanecí mudo cuando escupió un poco de saliva en mi agujero.
Cuando me metió la punta de su verga no pude mantener mi callada vergüenza.
Grité de dolor, grité de placer, de rabia y coraje por haber llegado hasta aquellos extremos.
Grité para callar el zumbido de placer de sentir sus brazos cubriéndome y su bigote rozando mi nuca, aullé para ocultar el descubrimiento de estar en mi cama cogiendo con mi propio padre.
Y él gritó también, no cabe duda, gozando al someterme y montarme como a una perra en celo, jadeando su deseo, jalándome del pelo al tiempo que me metía su verga una y mil veces.
El sonido de la carne chocando contra la carne era todo lo que se escuchaba en la habitación.
Eso y los quejidos de ambos.
Ninguno dijo una sola palabra.
Ninguno se atrevió a romper el frágil equilibrio de los cuerpos.
Comencé a sentir que su verga se hinchaba entre mis nalgas, que sus jadeos se volvían apremiantes y concluyentes, que sus piernas se tensaban rígidas entre las mías.
Su orgasmo estalló de pronto y al sentirlo convulsionarse sobre mi cuerpo llegó el mío.
Sentí su líquido, viscoso y caliente semen mojando mi cama, pero no me moví por miedo a tener que decir algo.
A explicar lo inexplicable.
No fue necesario.
Mi padre se incorporó y se abrochó los pantalones.
No dijo nada.
Me echó la sábana sobre el cuerpo y sin despedirse salió de la habitación.
Evité verlo durante varias semanas.
Finalmente, en el cumpleaños de mi Madre visité la casa de mis padres, porque no me quedaba más remedio.
Llegué tenso y nervioso, sin tener la menor idea de cómo mi padre podría recibirme.
Para mi total desconcierto, me recibió cariñoso y afable, como si nada hubiera sucedido entre nosotros.
Me abrazó y me reclamó que estuviera tan alejado de la familia, y antes de que pudiera responder me ofreció una copa y continuó platicando con los demás familiares que estaban en la casa festejando el cumpleaños.
Durante la fiesta nuestras miradas se cruzaron un par de veces.
Lo descubrí toqueteándose la entrepierna cuando sabía que lo miraba, y tuve una erección casi al instante, sin poderme contener.
El juego se mantuvo durante toda la velada.
Mientras me preparaba una copa en la cocina pasó detrás de mí y tratando de alcanzar los hielos me arrimo completamente su verga en mis nalgas.
Lo sentí nítidamente a través de la tela.
El contacto fue mínimo, pero suficiente para hacerme una idea de sus intenciones conmigo.
-¡Se acabaron las cervezas! – anunció mi madre entrando a la cocina.
– Yo voy a comprarlas – anuncié nervioso alejándome de mi padre.
– ¡Yo te acompaño! – dijo éste sin el menor asomo de turbación.
-No, no es necesario – dije con un tono de voz titubeante
-Oh anda hijo, no seas así, tu padre quiere compartir un poco de tiempo contigo – dijo el sin ningún descaro
Montamos en mi coche rumbo a la vinatería.
Apenas encendí el auto, mi padre se abrió la bragueta y se sacó la verga.
-¡No sabes cuántas ganas tenía de que vinieras! – dijo tomándome del cuello y empujándome sobre su entrepierna.
Apagué el motor del auto.
Afuera estaba oscuro.
Tan oscuro como el deseo prohibido que aquel hombre, tan querido y cercano parecía provocar en mí.
Me metí su verga en la boca una vez más.
FIN.
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