El amigo de mi hermano I, parte 2º
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por AlfonsoGarcia.
Me metí en el baño y me lavé los dientes. Salí. Comencé a desnudarme, algo nervioso. Miguel estaba sentado en la silla del escritorio. Acabé de desnudarme, pensando que si no estuviera acompañado, saldría al balcón, pero tendría que pasar por esta vez. Me quedé en calzoncillos y me metí en la cama.
Miguel se levantó, se acercó a la puerta, echó el cerrojo y comenzó a desnudarse también. Primero se quitó los deportivos y los calcetines. Después la camiseta blanca que llevaba y finalmente se desabrochó el cinturón de sus vaqueros y fue sacándose uno a uno los botones. Se bajó el pantalón y lo puso todo sobre la silla de mi escritorio. Se quedó en calzoncillos blancos. Yo lo miraba con disimulo. Él realizó todo de una forma pausada y con una sonrisa en los labios bastante bonita. Cuando se hubo quedado solo en calzoncillos, me fijé en que tenía una mancha de humedad en ellos. Supuse que la excitación de las películas lo habían provocado. Se acercó a mi cama.
Es una cama pequeña, de forma que no íbamos a tener mucho sitio para desenvolvernos, pero era lo que había.
Miguel se metió dentro y apagamos la luz. Ya me parecía que iba a ser una noche larga, porque la incomodidad de estar tan pegados iba a hacer que yo no durmiera nada de nada.
Empezamos a hablar. Primero de cosas del equipo y del fútbol y después de lo que hacían en sus fiestas. Yo sentía el calor de Miguel junto a mí y me aceleraba el corazón. Por supuesto yo no pensaba en nada, pero era difícil estar tranquilo con aquel cuerpo junto a mí. Sentía su respiración, pegado a mi cara. Me preguntó:
– ¿Te han gustado las películas?
– Sí, son buenas -dije yo.
– ¿Y no eres un poco joven para ver ese tipo de películas?
Yo no contesté.
– Seguro que no has visto una mujer desnuda nunca.
En ese momento pensé en contarle que veía a las que se follaba mi hermano en su habitación, pero me di cuenta de que sería una imprudencia y me callé.
– Ahora mismo tu hermano se estará beneficiando a una en su habitación. Parece ser que anoche discutieron y ella ha venido para arreglar la cosa. No me extraña, hay que ser muy tonta para rechazar a alguien como tu hermano. Una herramienta como esa no se encuentra todos los días.
Yo estaba alucinando con lo que oía. Por supuesto que sabía a lo que se refería. Todavía no hacía 24 horas que yo mismo había saboreado esa polla a mi antojo.
– No será para tanto -dije yo, como para disimular.
– Bueno, seguro que tú no la tienes como él. ¿No has visto nunca a tu hermano en acción, verdad?
– No.
– Pues te aseguro que es algo digno de ver. De larga es como la mía, pero mucho más gorda.
– ¿Y qué pasa, que tú la tienes enorme o qué?
Yo me estaba picando. Entonces me cogió una mano y me dijo:
– Mira.
Y me la llevó hasta su entrepierna. Toqué una polla larga y delgada por encima de la tela del calzoncillo.
– Ahora está bajada, pero si coge dureza verás que es una buena polla. Sóbala un poco y verás.
Yo no sabía qué hacer, pero me dejé llevar por la situación y comencé a sobar su paquete, que poco a poco se ponía más turgente.
– ¿Ves? Tócala.
Yo le obedecí y la toqué por encima del calzoncillo. Era muy larga.
– Espera -dijo, bajándose la tela y quitándosela.- Toca ahora.
Yo volví a pasar mi mano por toda ella para comprobar su longitud.
– ¿Y tú qué tal estás? ¿A ver?
Y alargando su mano la puso sobre mi paquete, que estaba en plenitud.
– Joder, tío. Estás a tope. Pues sí que te has puesto bueno.
Y seguía masajeándome poco a poco. Me calculaba la polla por encima de la tela y bajando su mano, llegaba hasta mis testículos, apretándomelos un poco. Yo estaba paralizado, sin saber qué hacer, aunque lo que realmente deseaba era agarrarme como un loco a su herramienta y deleitarme con ella. Pero no sabía hasta dónde llegaba el juego y esperé para ver qué pasaba. Él metió su mano por el elástico de la tela y acarició mi pubis. Yo me dejaba hacer, aunque ya comenzaba a sospechar que aquello no iba a terminar así.
Me cogió una mano y la llevó de nuevo a su polla, diciéndome:
– Sigue.
Lo dijo casi en un susurro. Estábamos los dos mirando al techo.
– ¿Qué te parece? ¿A que es grande?
– Sí -dije yo, entusiasmado con todo aquello.
De la habitación de al lado venían unos ruidos bastante sugerentes, rítmicos.
– ¡Cómo se lo están pasando eh! ¿Y qué hacemos ahora nosotros dos en este estado? Habrá que continuar.
Yo callaba.
Me cogió y me puso encima de él. Pude entonces comprobar el largo de su polla, que me llegaba hasta el ombligo. Nunca había estado así con nadie y la verdad es que me encantaba. Miguel se sentía caliente y el tacto de su piel era muy fuerte. Estaba musculoso. No tenía mucho vello, salvo una mata considerable en su entrepierna, que más tarde comprobaría que era rubio.
Yo me sobaba sobre él y lo abracé sin darme cuenta. Él me correspondió y me acariciaba la espalda, bajando su mano poco a poco hasta mis nalgas. Me las cogió con ambas manos y me las apretó. Después con sus pies hizo que yo me abriera de piernas y aprovechó esa postura para meter una de sus manos entre mis nalgas y acariciarme el esfínter. Lo hizo por fuera, sin intentar nada más, dándome unos masajes que me hicieron gemir de gusto.
Bajó su mano y por detrás me acarició los testículos y los muslos. A mí me encantaba todo lo que me estaba haciendo, porque esas cosas solo habían pertenecido al mundo de mis sueños con mi hermano. La única experiencia que yo había tenido con otra persona había sido la noche anterior y aún esto fue sin que él se enterase. Pero había deseado estar como estaba ahora desde hacía tiempo, de manera que me estaba explayando sin pensar en si lo que estaba ocurriendo estaba bien o mal. Al contrario que la noche pasada, yo estaba totalmente entregado.
Miguel me susurraba cosas al oído que me estaban poniendo a cien. Me lamía la oreja y me hacía cosas con su lengua que me aturullaban. En un momento dado, pasó sus labios por los míos y yo los abrí. Él a su vez, abrió su boca y sacó su lengua para meterla en la mía. Me besó de una forma húmeda y caliente que me supo a gloria, mientras me sujetaba la cabeza con una mano, pues la otra la tenía entretenida en mi trasero.
Retiró la ropa de la cama y me fue bajando hasta que mi cabeza quedó a la altura de su polla. Entendí el mensaje y me gustó la idea. Agarré su herramienta con una mano y abriendo la boca, me la fui metiendo poco a poco. Tenía un sabor más salado que la de mi hermano, pero muy agradable.
Estuve mamándole la polla durante mucho tiempo, hasta que me mandó parar. Se levantó, me tumbó boca abajo en la cama y me abrió las piernas. Yo intuía lo que pretendía y no estaba seguro de querer, pero la excitación hizo que me relajara. Miguel se puso detrás de mí y acercando su lengua a mi esfínter, me dio un lametazo que me hizo estremecer.
– ¡Te gusta eh! Ya verás qué bien te lo pasas.
Comenzó a lamerme de tal forma que creí que me iba a correr de un momento a otro. Era delicioso sentir su lengua entrando en mí, sin provocarme el más mínimo dolor. Muy al contrario, lo que sentía estaba muy cerca del orgasmo. Dios, cómo me gustaba lo que me estaba haciendo.
Después de estar así por espacio de varios minutos y de retorcerme entero, acercó un dedo a mi virgen agujerito y lo fue introduciendo poco a poco. Lo metió y lo sacó varias veces y después eran dos los dedos que se abrían paso en mi interior. Con tres dedos ya me molestaba un poco, pero tras varias estocadas con ellos, era genial.
– Ya estás preparado -dijo.
– ¿Qué vas a hacer? -Pregunté, como si no fuera una obviedad.
– Tranquilo, que te va a encantar. Tú relájate y disfruta.
Yo le pedí que fuera con cuidado porque nunca había hecho nada semejante. Me prometió que así sería.
Acercó su glande a la entrada de mi ano y lo apoyó. Yo me relajé, aunque todavía me pregunto cómo lo conseguí, porque aunque estaba claro que no se trataba de la gran polla de mi hermano, ésta tenía la misma longitud. Tenía a mi favor que el glande de Miguel era un poco puntiagudo y en su cabeza era más estrecho.
– ¿Estás listo?
– Sí.
Noté cómo su glande se hizo paso a través de mi esfínter. Me molestaba un poco, pero debo decir que gracias a su punta afilada, entró sin demasiada dificultad. Una vez con el glande dentro, se paró unos momentos, para que yo me relajara. Cuando me notó más distendido, comenzó a presionar. Yo notaba que me ardía el recto. Sentía entrar esa tranca tan larga y estaba algo asustado. Miguel se paró de nuevo y me dijo:
– ¿Qué tal? Relájate, que ya tienes la mitad dentro.
¿Pero cómo la mitad? Pensaba yo. Si estoy ensartado totalmente. Me sentía lleno por completo y no creía que me pudiera entrar nada más. Pero no dije nada. Entonces sentí que Miguel hacía fuerza de nuevo y me dispuse a morir atravesado. Poco a poco la introdujo toda, despacio. Fue muy cuidadoso en todo momento, cosa que le agradecí en el alma. Pude notar su vello púbico haciéndome cosquillas en las nalgas y supe así que la tenía toda dentro. Yo me sentía como si tuviese dentro una barra al rojo vivo, pero por otra parte tenía una sensación de plenitud que hizo que no protestase en ningún momento.
Miguel la fue sacando poco a poco, hasta que no quedó dentro más que el glande y la fue metiendo despacio, hasta que de nuevo pude sentir sus pelos contra mis nalgas. Y la sacó de nuevo. Yo eché hacia atrás una mano y cuando la tenía casi toda fuera, la agarré para comprobar cómo era lo que me estaba encajando. Y me asusté un poco.
Al cabo de unas cuantas metidas y sacadas así despacio, Miguel comenzó a acelerar el ritmo poco a poco, aunque seguía haciéndomelo con delicadeza y con cada golpe suyo de cadera, yo me sentía lleno por completo. Sus testículos tocaban con los míos al empujar para introducírmela entera y era una sensación muy placentera. Estaban muy calientes y era como una caricia sobre los míos.
La sacaba casi entera y volvía a la carga hasta adentro y yo sentía cómo se deslizaba esa barra haciéndose paso a través de mi esfínter. Al principio tenía miedo, pero para ese momento ya podía disfrutar al sentir cómo la polla de Miguel se me estaba clavando sin causarme ningún dolor. Era consciente de cada centímetro de carne dura que me entraba y me salía y la sensación de sentir esa dureza abriéndose paso en mí de una forma tan cuidadosa pero tan persistente a la vez, me encantaba. Miguel me estaba penetrando y me estaba demostrando que a pesar de que nada podría pararlo ya, debía estar totalmente tranquilo y entregarme a él, porque me estaba haciendo disfrutar formidablemente.
Me decía cosas verdes, como: ¡qué culo tienes! ¡Cómo me aprietas! Se nota que es un culo virgen. Ahhhhh, qué bueno.
Eso a mí me estaba excitando mucho.
– ¿Te gusta? -decía.- Siéntela dentro. Es toda tuya. ¿Notas cómo te entra?
Miguel fue acelerando el ritmo, paulatinamente. Cada vez me daba con mayor rapidez y fuerza y con cada embestida suya, yo restregaba mi propia polla contra la sábana, masturbándome así de forma involuntaria.
Me tenía agarrado por la cintura y en cada metida, me acercaba a él con sus brazos. El ritmo era alocado y cada vez lo era más y más obscenidades salían de su boca. Yo estaba disfrutando de lo lindo.
En un momento dado se paró y me la sacó. Se puso de pié y me cogió de la mano para que me levantara. Entonces me cogió en brazos y me subió a él. Yo me quedé con las piernas abiertas a cada lado. Me sujetaba de las nalgas y me mantenía así. Yo veía su polla apuntarme directamente, dura como un hierro. Me abracé a él y lo besé. Él me correspondió de muy buen grado y me besó largamente. Me dejó ir bajando y apoyó su polla en mi esfínter. Yo notaba cómo se abría paso dentro de mí. Él me dijo:
– Cariño, tienes un culo delicioso. Vamos a pasarlo muy bien juntos esta noche.
Y me iba dejando caer sobre su polla. A mí me gustaba cómo me entraba y en esa posición la sentía a tope.
– ¿Te gusta? Tómala, es toda tuya. Disfrútala.
Y me dejó caer de golpe sobre ella. Me tenía ensartado por completo. Me subió y me dejó caer de nuevo, de golpe. Yo la sentía entrar en mí a pura fuerza. Miguel seguía diciéndome obscenidades que me encantaban, y besándome el cuello, mientras con su herramienta estaba haciendo un trabajo en mí memorable. Cada vez me daba con más fuerza y lo sentía gemir aceleradamente, mientras me decía:
– Ummmm. Toma, toma polla.
Yo sentía cómo me entraba con fuerza. Cada vez que me dejaba caer sobre su polla la sentía hacerse paso dentro de mí. Sentía cómo me escarbaba dentro, cómo me agujereaba las entrañas. Podía notar cada centímetro de los muchos que me taladraban y la sensación era un poco rara. Por una parte me sentía partido, roto, y cada vez me estaba rompiendo con más fuerza. Para mí era todo demasiado precipitado, pues aunque he soñado durante mucho tiempo con estar así con mi propio hermano, lo cierto era que yo tenía 18 años y que me quedaba todo demasiado grande. Pero por otra parte estaba tan entregado, estaba disfrutando tanto que no quería más que sentir esa polla entrarme dentro. Lo único que deseaba era sentir los pelos del pubis de Miguel cosquillearme porque eso suponía que me tenía ensartado al máximo.
Por dentro me sentía invadido, abrasado, pero era el adolescente más entregado y más feliz del mundo.
Yo estaba tan caliente que comencé a decirle cosas a Miguel, entre jadeos:
– Dale, Miguel, fóllame, así, sigue, síiiiiii.
Estuvimos así un buen rato, yo sintiéndome taladrado por completo y Miguel jadeando cada vez que sentía su polla entrar en mi cuerpo mientras me decía que la disfrutara, que me sentara sobre ella, que era un regalo para mí.
Miguel estaba cansado de la posición y se fue acercando a la cama. Sin sacarme la polla me dejó caer sobre la cama, de espaldas. En esta postura, agarrándome de las caderas empezó a bombearme más salvajemente si cabe que antes. Sentía cómo chocaban sus testículos contra mis nalgas cada vez que me penetraba y me hipnotizaba.
Yo agarré mi polla y comencé a masturbarme, mientras miraba a Miguel cómo hacía esfuerzos para bombearme con fuerza. Sudaba. Cada vez aceleraba más sus embestidas y sabía que estaba a punto de acabar, así que aceleré yo también los movimientos de mi mano en mi polla. Quería acabar con él.
– Me voy a correr -dijo Miguel.
Y cerrando los ojos puso una expresión como si sintiera un dolor terrible. En ese momento dio un último empujón y sentí cómo se derramaba en mi interior.
– Ahhhhhh. Síiiiiiiiii. Uffffff.
Y con cada expresión suya yo notaba un chorro de semen inundarme las entrañas. En ese momento me corrí en la tripa y pecho, en una acabada que no había tenido nunca.
Miguel se dejó caer sobre mí sin sacarme la polla y me besó en la boca. Me abrazó y me besó con una pasión que demostraba bien a las claras que el polvo le había gustado.
Así estuvimos mucho tiempo, unidos por nuestras bocas y nuestra saliva, hasta que su polla se fue bajando y me la sacó. Y nos volvimos a abrazar, mientras me decía al oído que tenía un culo glorioso y que le había encantado. Yo callaba. Me regodeaban tanto sus palabras que no quería estropearlo con ningún comentario mío. Lo cierto es que además de regalarme el cuerpo a base de bien, me estaba regalando los oídos igual de bien y me hechizaba oír como uno de los amigos de mi hermano me alababa de esa manera.
Estuvimos tumbados en la cama un buen rato, sin hablar, solo acariciándonos. Al cabo de media hora más o menos, Miguel me dijo que había que ducharse. Así que me levanté y me dirigí al baño. Abrí el agua y me metí en la bañera. No había hecho más que meterme debajo del agua cuando Miguel entró en el cuarto de baño y se metió también bajo el agua. Yo lo miré sorprendido, pues no esperaba que él entrase al mismo tiempo que yo. Me sonrió. Nos mojamos enteros y nos enjabonamos. Después nos aclaramos. Y mientras nos aclarábamos yo lo miraba. Me fijaba en su entrepierna y recordaba lo que tan solo media hora antes había sucedido. Tenía el miembro fláccido y le colgaba. Hasta en reposo era largo. Los testículos le colgaban bastante, dándole un aspecto gracioso. Tenía el pubis con unos pelos rubios rizosos cortos, formando una mata espesa.
Me preguntó: ¿Te gustó? ¿Te gustó? Ven aquí, que te la doy otra vez.
Y me abrazó, dándome un beso. El agua resbalaba por nuestros cuerpos abrazados, mientras los dos nos dedicábamos a recorrer nuestros cuerpos con las manos.
Miguel me dio la vuelta y me agachó un poco contra la pared. Yo me abrí de piernas para permitirle un mejor acceso a mi trasero. Me masajeó el culo, poniéndome otra vez erecto y deseoso. Miré para atrás y vi su polla de nuevo dura, apuntando para arriba. Miguel sonrió, acercó su glande a mi esfínter y jugueteó allí unos momentos. Yo me relajé, sabiendo qué era lo que vendría a continuación.
Sentí la presión de Miguel y noté cómo su glande se abrió paso. Me agarró de la cintura y fue presionando, metiéndome su polla despacio, pero sin parar hasta que estuvo toda dentro. Yo empujé hacia atrás para sentir cómo chocaban sus testículos contra mis nalgas.
Me la sacó entera y la volvió a meter. Y comenzó a metérmela y sacármela despacio. Yo me movía también, deseoso de que me ensartara con su herramienta. Y los dos de forma acompasada comenzamos a movernos, debajo del agua. Estuvimos así como un cuarto de hora. Yo sentía la carne dura de Miguel dentro de mí, moviéndose y abriéndose paso, cada vez más deprisa.
Acelerábamos el ritmo por momentos. Yo me masturbaba de forma violenta con cada embestida de Miguel. No hablábamos, solo nos movíamos y disfrutábamos.
Entonces Miguel comenzó a hacerme unas metidas más profundas y yo sabía que en pocos momentos se correría de muevo dentro de mí. Finalmente dio un último empujón y se agachó junto a mí, rodeándome con sus brazos. Yo sentí sus chorros de semen dentro de mi tripa. Miguel me cogió la polla con su mano y dio unas últimas sacudidas que me hicieron descargar sobre el suelo de la bañera. La sensación de sentir mi propia polla rodeada de los dedos de Miguel me encantó, igual que me embrujó sentir su lengua en mi cuello, mientras seguía moviendo su mano en mi carne, que descargaba chorros de semen.
Cuando hube acabado, Miguel me sacó su polla de mi culo y me volvió para abrazarme de nuevo y besarme. Su cara demostraba una felicidad que sabía que la mía manifestaba también. Y me gustaba.
Para mí esas evidencias de cariño eran muy importantes, pues me hacía ver todo lo que me estaba pasando con una naturalidad que me hacía falta. Tanto mi hermano como sus amigos eran para mí la virilidad personificada.
Salimos de la bañera y nos secamos. Nos acostamos sin hablar y nos dormimos, abrazados.
Seguirá.
alfonsogarciasanche@gmail.com
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