El amigo de mi hermano II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por AlfonsoGarcia.
No sé en qué momento de la noche me desperté con una sensación extraña. Por mi cuerpo sentía las manos calientes de Miguel, acariciándome. Poco a poco me desperezaba, sin tener claro si lo que sentía era producto de un sueño, de las sensaciones de hacía unas horas o realmente Miguel me estaba acariciando. Yo no me moví; quería saber qué sucedería a continuación. Mi polla comenzaba a cobrar vida, recordando los sucesos pasados, mientras las manos de Miguel me acariciaban el pecho, recreándose en las tetillas y bajaban poco a poco por mi tripa, despacio, como tomándose su tiempo para disfrutar.
Mi respiración se aceleraba sin siquiera darme cuenta. Me encantaba esa sensación, pues la noche anterior había sucedido todo con un poco de precipitación. Fue sexo por sexo, exclusivamente y bien que lo disfrutamos los dos. Pero ahora Miguel se recreaba, jugaba despacio con sus manos en mi cuerpo y a mí me estaba calentando sobremanera.
Tenía unas manos suaves, con dedos largos juguetones. Yo miraba al techo, mientras que Miguel estaba de lado, junto a mí. En mi pierna sentí que a él también le estaba causando su efecto lo que ocurría. Su polla me rozaba, creándome una sensación extraña y una excitación fuera de lo común. Yo seguía sin moverme, aunque en mi fuero interno deseaba ardientemente abrazar a Miguel como si se fuera a escapar.
Él se acercó más a mí y me besó el cuello. Sentía su respiración calentándomelo, mientras sus rizos me rozaban. Olía a limpio. Subió hasta mi oreja y me la comenzó a lamer, metiéndome la lengua dentro. A mí me dejó helado. Nunca me habían hecho semejante cosa y me encantaba. Estuvo así un buen rato hasta que en un susurro me dijo:
– Venga, que sé que estás despierto desde hace rato. ¿No te gusta lo que te hago?
– Me encanta -respondí yo, volviéndome y abrazándolo fuertemente.
Nos besamos. Nuestros jugos se mezclaban y nos calentaban, mientras con las manos recorríamos el cuerpo del otro y nuestras piernas se entrelazaban. No sabría decir con precisión el tiempo que estuvimos así apretados, juntando nuestras bocas. A mí me parecía estar viviendo un sueño, porque aquello era algo en lo que ni remotamente había pensado. Una cosa era ser ensartado literalmente por uno de los amigos de mi hermano y otra muy distinta semejante demostración de pasión. No me cuadraba demasiado, aunque me entregaba al momento con verdadero deleite. Lo cierto era que Miguel estaba duro como una roca y que yo sentía su larga polla contra mi tripa, mientras sus testículos se restregaban contra los míos.
Ahora los dos estábamos de lado, abrazados. Miguel me rodeaba el cuerpo con un brazo, mientras su otra mano me acariciaba la espalda y bajaba hacia mis nalgas. Mientras, con su lengua hurgaba en mi boca y me hacía ver las estrellas de placer. También él respiraba aceleradamente.
– Dios, cómo me pones -decía en un susurro- Tienes un cuerpo precioso.
Yo no hablaba, sólo sentía, que ya era bastante. Miguel jugó un poco con mis nalgas, para pasar rápidamente su mano entre mis piernas y agarrarme por detrás los testículos. Eso me puso a cien, pues sentía su brazo fuertemente contra mi espalda y me apretaba contra él. Yo notaba toda la longitud de su polla en mi tripa, la cual abarcaba por entero.
Yo le acariciaba la espalda a Miguel y le metía mis dedos entre sus rizos rubios, saboreando sus besos como si fuera lo último que fuera a sentir ya. Me gustaría ser más preciso, pero me resulta imposible, porque incluso ahora mientras lo recuerdo me estremezco. En mis 17 años no había imaginado que se pudieran tener semejantes sensaciones. Ni en mis frecuentes visitas al balcón, donde me recreaba con mi hermano a placer, había supuesto ni por un momento que la cosa podría ser así. Yo estaba totalmente entregado y desde luego hubiera hecho cualquier cosa que Miguel me hubiera pedido. Lo que fuera. Deseaba que la noche no se acababa nunca, aunque también sabía que la experiencia en cuestión me iba a dejar el cuerpo dolorido por varios días, pero no me importaba. El precio bien valía lo que estaba viviendo.
Miguel me agarró y me puso encima de él, sin hablar, despacio, con una ternura que me parecía estar viviendo mi mejor sueño. Me agarró la cara con ambas manos y me dijo:
– Ven aquí pequeño, que esta noche no la vas a olvidar en tu vida -y se sonreía.
La luna se metía entre las lamas de la persiana y tamizaba la habitación con su luz. Era lo suficiente para que pudiéramos mirarnos a la cara y ver nuestras propias expresiones de placer y en mi caso de una absoluta felicidad. Miguel tenía una forma de besar arrolladora que me envolvía. El calor de su boca me transportaba.
Yo no hablaba. Me limitaba a mirarlo y a disfrutarlo. Notaba la humedad de nuestros líquidos preseminales juntándose en nuestras tripas, mientras nos restregábamos. Miguel me abrió las piernas con las suyas y accedió a mi trasero con sus manos. Me acariciaba las nalgas, apretándomelas un poco y sus dedos se abrían paso por mis muslos, acercándose a mis testículos y poco a poco a mi esfínter.
Con su dedo corazón comenzó a mesajearme el esfínter, sin introducirlo. Mi respiración se aceleró más si cabe.
– ¿Te gusta? -me dijo Miguel, ejerciendo más presión en el dedo, sin forzar la entrada.
– Ummmmm -suspiraba yo. No podía decir nada.
Mientras con una mano siguió con su masaje, con la otra me recorrió la espalda hasta llegar a mi cabeza, para apretarme contra él en un nuevo beso húmedo.
Yo no acababa de creérmelo. La sensación era tan alucinante para mí que no acertaba a creer que Miguel fuera tan tierno en todo momento. Siempre lo había visto como el gran deportista que era, tan varonil, tan macho en las conversaciones con los demás que me lo había imaginado como un gran machito que se follaría a sus chicas en un abrir y cerrar de ojos. En realidad todo el grupo de amigos de mi hermano daba esa imagen. Eran muy simpáticos, aunque casi nunca hablaban conmigo, debido a que yo era un jovencito de tan solo 17 años y ellos tenían veinte y pico cada uno. Y ahora lo tenía debajo de mí de una forma tan cuidadosa, tan sensual, tan pasional, que creía que no era posible. Pero estaba ocurriendo.
Como gran deportista que era, tenía un cuerpo muy bien formado, todo músculo. Era delgado y bastante guapo, con la piel suave, aunque la dureza de parte de su cuerpo prometían ser capaces de muchas cosas.
Dejó de besarme y acercó su boca a mi oído, susurrándome:
– Hace tiempo que te deseo. Llevo meses soñando con este momento, pequeño. Te he visto crecer desde que tenías 5 años y cada vez me parecías más hermoso.
Yo no sabía qué decir. Estaba totalmente anonadado. Sólo podía abrazarlo y disfrutar del momento.
Él me abrió un poco más las piernas y en la misma posición en que nos encontrábamos, yo sobre él, cogió su polla y obligándome a levantarme un poco la sacó para atrás. La posó sobre mis nalgas y ahí la dejó, mientras me besaba de nuevo. Mientras su lengua se abría paso en mi boca, con una mano me agarró la polla y me la apretó un poco. Estaba que explotaba. Me cogió los testículos y jugó un poco con ellos. Después me cogió el glande y recogió con sus dedos el líquido preseminal que salía. Llevó esos dedos a mi esfínter y me lo humedeció con ello, para volver a nuestras tripas y recoger lo que había allí de los dos. Una vez que me hubo dejado todo el esfínter por fuera lleno de ese líquido, metió su mano derecha entre su polla y mis nalgas hasta llegar a mi agujerito y con el mismo dedo corazón que había usado antes, comenzó a masajearme el esfínter. Yo deliraba con semejante preparación.
Por supuesto que sabía lo que iba a ocurrir seguidamente y la verdad es que lo deseaba ardientemente. Poco a poco fue forzando con su dedo mi entrada y fue deslizando la yema hacia el interior, para volver a sacarla. Sólo lo hacía con la yema, sin llegar a meter el dedo entero, con lo cual el deseo se acrecentaba más. Con movimientos circulares fue dilatándome poco a poco.
Yo para ese momento estaba que ardía en deseos de que ocurriera lo que fuera a pasar, pero inteligentemente Miguel me mantenía deseoso hasta extremos insospechados. Nuestras bocas seguían unidas dándonos calor mutuo. Miguel, mientras me besaba, me miraba a los ojos y en su expresión veía una gran ternura. Yo no recordaba haber sentido que nadie me mirase de esa forma. En mis pocos momentos de lucidez, trataba de encontrarle un sentido a todo aquello, y no porque estuviera mal, todo lo contrario, porque me parecía tan sorprendente lo que estaba pasando, era tan diferente a tan solo unas horas de diferencia, que me parecía que algo había cambiado, a mejor, a mucho mejor.
Miguel me dijo:
– ¿Estás bien?
Yo solo asentí, pero con una cara de felicidad que Miguel tuvo claro que estaba de maravilla.
Miguel sacó su dedo de mi esfínter y me cogió con sus dos manos por la cintura. Yo notaba su polla sobre mis nalgas y mientras Miguel se estiraba, sentía cómo se movía hacia abajo, hasta que su glande estuvo cerca de mi esfínter. Yo no me movía. Estaba tan expectante con la preparación que solo podía sentir el momento.
Poco a poco, Miguel fue moviendo su polla hasta que su glande, totalmente húmedo de líquido preseminal acertó con mi esfínter. Mirándome directamente a los ojos, empezó a empujar. Yo me mordía los labios de puro placer. Sentía cómo hacía presión poco a poco y cómo mi esfínter se iba abriendo a su paso.
Su glande entró en mí. Miguel paró y me besó. Mientras nos mirábamos de nuevo, siguió haciendo fuerza con su polla hasta que ésta estuvo entera dentro de mí. Con cada centímetro de su largo pene que entraba en mí, yo me sentía más lleno cada vez. Sentí cómo mi interior se llenaba, cómo su estaca se abría paso dentro de mí sin tener más resistencia que la normal de un culo virgen hasta unas horas antes.
Una vez dentro de mí, Miguel fue sacando su carne poco a poco hasta que no quedaba dentro más que el glande y de nuevo hizo fuerza dentro de mí, para tenerla toda dentro. Lo hizo así muchas veces, despacio, siempre mirándome y sonriéndome. En ningún momento aceleró el ritmo; siempre lo hizo despacio, tomándose su tiempo para disfrutar de las penetraciones y haciéndome a mí darme cuenta de todo lo que me metía.
Yo le acariciaba la cara y bajé mi mano hasta mi trasero para comprobar cómo me estaba ensartando. Fue un descubrimiento estupendo comprobar con mi mano que tenía toda su polla dentro de mí. La rodeé con mis dedos y le cogí los testículos un momento, para seguir acariciándolo después.
– ¿Te gusta? -me dijo- ¡Cómo me aprietas la polla! Estás tan estrecho que siento cómo me rodeas con tu carne. ¿Sientes cómo te entra?- Y con cada frase hacía fuerza para metérmela hasta el fondo, despacio. En la siguiente frase me la sacaba y me la volvía a meter entera, hasta que sentía su pubis rozarme las nalgas y chocar contra mis testículos.
– Sí, claro que la siento. Ummm, sigue, me estás rompiendo entero, pero me encanta.
A mí me calentaba más oírle decir esas cosas. Su voz en esos momentos me parecía preciosa y esa forma de hablar entrecortada por la excitación me ponía a mil por hora. Disfruté mucho oyéndole al tiempo que me follaba. Hablaba con la misma suavidad con que me penetraba. Yo sobre él disfrutaba del momento, mientras él hacía fuerza desde abajo para clavarme su estaca hasta las entrañas. Nuestras piernas rozaban y yo sentía su vello contra mi carne. Yo cada vez que él me metía su barra empujaba hacia abajo para sentirla toda dentro y así, los dos despacio acompasamos nuestros movimientos para hacer las penetraciones más profundas.
Con el movimiento de sus penetraciones mi propia polla se sobaba contra su tripa y me pregunto cómo fui capaz de no correrme en todo ese tiempo, pues el placer era máximo. De mi glande salía abundante líquido preseminal, que me lubricaba la zona y hacía que el roce de mi carne contra la tripa de Miguel fuera húmedo y placentero.
Yo quise acelerar el ritmo, pero Miguel me dijo:
– Despacio, disfruta, que tenemos todo el tiempo que queramos.
Y seguía follándome al mismo ritmo, permitiendo que yo me enterase de su carne y la disfrutase. Y vaya si la estaba disfrutando.
Miguel se paró y sin sacarme la polla de dentro, me giró. Me colocó tumbado en la cama con las piernas abiertas y flexionadas, como una parturienta. Presionó, comenzando de nuevo a penetrarme. Acercó su boca a la mía y me besó. Sentí su lengua ardorosa perforándome la boca, mientras su pene se abría paso en mi interior al mismo ritmo de antes.
Yo lo sentía sobre mí. Sentía todo su cuerpo sobre mí y me encantaba. En esta postura me besaba constantemente mientras me seguía follando. Notaba al mismo tiempo su boca y su polla introduciéndose en mí al mismo ritmo. Me sentía invadido por completo y era feliz. Yo acariciaba su espalda y su pelo y de nuevo bajé una de mis manos para comprobar con ella cómo era follado por una barra de carne durísima. La sensación de sentir en mis dedos su carne justo antes de ser enterrada en mi interior me gustó y me hizo ser más consciente si cabe de lo que me estaba taladrando exactamente.
Miguel jadeaba. Juntaba su cara a la mía y me decía todo lo bien que se lo estaba pasando y que nunca había follado tan bien como conmigo. Yo por supuesto me sentía halagado, aunque tenía bien claro que el artista era él, que llevaba más de media hora dentro de mí y me estaba haciendo ver el cielo del placer.
No sé qué química o lo que sea era la que había, pero puedo decir que todo el tiempo hubo una atmósfera tan agradable que los dos estábamos en la gloria. Yo, que al verle desnudarse por la noche lo había admirado como el chico mayor que era para mí, no me podía creer que fuese capaz de tanta ternura. Y de tanta fuerza a la vez, porque también era consciente en todo momento de que lo que me estaba metiendo dentro no era una polla normal, sino una herramienta fuera de lo común. Delgada, lo que facilitaba bastante las penetraciones, pero inmensamente larga, lo que me hacía disfrutar de cada momento y a la vez la notaba muy dentro de mí.
Estuvimos así mucho tiempo más, hasta que Miguel me dijo:
– Me voy a correr, pequeño, siéntelo todo dentro.
Fue acelerando poco a poco el titmo de las penetraciones al tiempo que las hacía más profundas. Yo sentía que cada vez me daba con más fuerza. Noté el primer trallazo de semen en mi interior, muy caliente. Y con él una penetración más profunda que las anteriores. Miguel dejó su polla dentro de mí y apretó sus testículos contra mis nalgas, mientras se corría. Me inundó con su semen y me dejó lleno de él. Yo sin siquiera tocarme comencé a descargar chorros de semen que se quedaron entre nuestras dos tripas.
Miguel me besó apasionadamente y me dijo cosas que tardaré mucho en olvidar. Después se quedó encima de mí, abrazado a mí, sin sacar su polla de dentro de mí hasta que mucho tiempo después nos dormimos, ya separados, pero abrazados.
Yo caí en un sueño profundo, hasta que la claridad del día se coló por la persiana. Miguel dormía todavía, profundamente. Yo lo miraba, con su expresión plácida. Era tan bonito verlo así, tranquilamente, durmiendo plácidamente, que me recreé en él.
Seguirá.
alfonsogarciasanche@gmail.com
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