El amigo de mi hijo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por SantiagoRodriguez.
Vivo solo desde que me divorcié.
Un viernes, como a la 1am, sonó el teléfono de mi casa.
Era Dante, un compañero de mi hijo y, tengo entendido, su mejor amigo.
Estudiaban juntos psicología en la universidad e incluso eran parte de la selección de remo.
Como paraban juntos de arriba para abajo, cuando mi hijo venía a visitarme solía traerlo y la verdad es que el muchacho me caía muy bien: era educado, bastante culto para su edad, tenía sentido del humor y un porte muy varonil pero con cierto refinamiento.
Nunca se me ocurrió que pudiese ser gay… entonces no lo veía con esos ojos.
Esa madrugada, Dante preguntó por mi hijo.
Le dije que no estaba porque no vivía conmigo y le pregunté si sucedía algo.
Me dijo que no, que nada grave; solo que él había estado tomando con unos amigos y que ya estaba muy mareado y le daba miedo tomar un taxi hasta su casa, porque vivía lejos, y estaba buscando a mi hijo para quedarse en su casa a dormir.
Que lo disculpe por haber confundido los números telefónicos.
La situación hizo que me preocupara.
Le dije que si recordaba mi dirección, que venga a mi casa y se quede a dormir, sin ningún problema.
“No, qué ocurrencia, señor”, me dijo.
“Dale, no seas tonto ni irresponsable, ven a mi casa y duermes aquí”.
Él aceptó y colgó.
No pasaron ni 15 minutos y Dante llegó, completamente borracho.
Pidió “disculpas por la conchudez” y se sentó en la sala.
Le dije que podía dormir en el mueble, y que si quería le prestaba un pijama.
“Me quedará grande”, me dijo.
Él medía como 1.
75 metros y fácil que pesaba 70 kilos de puro músculo; durito pero delgado, con unas nalgas perfectas, eso sí.
Yo soy bastante más alto y más ancho, y a mis 45 años aún evidencio mi pasado de joven deportista.
Pero hasta ese momento no se me había ocurrido que podría pasar algo con otro hombre… es más, si bien algunas veces había admirado el cuerpo de los muchachos, nunca había siquiera imaginado tener una experiencia homosexual.
Dante empezó a desvestirse lentamente, mostrando primero su torso juvenil y ligeramente cubierto de vellos.
Evidenciaba ser un deportista de 19 años recién cumplidos.
Tenía la piel blanca pero estaba bronceadito (a pesar de ser invierno); llevaba los brazos y la espalda tatuados.
Luego se quitó el pantalón y se quedó en calzoncillos… esas nalgas prominentes volvieron a anunciarse.
El calzoncillo era bastante ajustado y se amoldaba perfectamente a sus redondeces.
No le vi el paquete porque eso no era precisamente lo que me llamaba la atención.
Entonces él se dio cuenta de que le estaba mirando el poto y se lo cubrió con la ropa, de forma instintiva.
Sonreí por la ocurrencia y le dije que la casa era suya, y que podía hacer lo que quisiera menos vomitar en el mueble de la sala.
Lo dejé y me fui al cuarto a dormir.
La escena me había dejado excitado pero mi conciencia no me dejaba admitirlo.
Estaba empalmado y empecé a meneármela, pero dejé de hacerlo en cuanto me descubrí a mí mismo pensando en el culo de Dante.
Pasó media hora y en eso Dante tocó la puerta del cuarto.
Me dijo que tenía frío y se metió en la habitación.
“Si quieres te doy un pijama y una frazad…” no terminé de hablar y el muchacho ya se había metido en mi cama.
Yo no supe qué hacer.
“Disculpe la conchudez”, me dijo.
Le dije que no se preocupara… en el fondo la situación me parecía tierna, aunque yo ya estaba empezando a pensar en qué otra cosa podría suceder.
Además, el chibolo estaba atravesado en mi cama bocabajo y me dio la impresión de que se quebraba para sacar culo.
“Gracias por recibirme, señor.
La verdad es que me daba mucho miedo que algún taxista inescrupuloso tratase de violarme, y pensé que si iban a abusar de mí sexualmente, mejor que lo haga alguien que conozco y que me gusta”, me dijo, y se le atropellaban las palabras de lo borracho que estaba.
y sin embargo, se acariciaba las nalgas.
“¿Y por eso llamaste a mi hijo? ¿Ibas a hacerlo con él? ¿Son pareja o algo?”, le pregunté.
“¡Noooo!”, me respondió.
“Su hijo sabe que soy gay pero él no lo es… además es mi pata; ni hablar podría tener algo con él, es como mi hermano.
Pero usted es un hombre muy guapo, y sé que le gusto y sabe que me gusta… y yo estoy muy borracho y usted no… y yo estoy en su cama bocabajo, a su disposición… indefenso, expuesto y hambriento…”
Dante me estaba calentando con sus palabras.
Yo estaba completamente erecto en un extremo de la cama mientras él se acercaba a mí, gateando; alcanzó mi verga y trató de sacarla para chuparla.
Yo me acosté bocarriba.
La liberó del calzoncillo y grande fue su sorpresa al encontrarse con un gran pene de 25 centímetros de ancho y 15 de diámetro.
“¡Se me fue la borrachera de golpe!”, me dijo.
“¡Esta huevada es gigaaaaante!”, gritó con los ojos desorbitados.
Y empezó a agarrármela y a besármela mientras nos hablaba a mí y a mi pinga: “¡qué grande la tiene!”, “¡eres enorme!”, “¡me vas a hacer doler!”, “¿quieres entrar en mi culito apretado y partirme en dos?”.
Acto seguido, empezó con los lengüetazos y luego me la mamó como un experto.
¡El muchacho era un tragasables!
“Nunca lo he hecho con un hombre”, le dije.
“La verdad es que yo tampoco”, me dijo; “nunca me han dado por detrás, solo he chupado y me han lamido el culo”.
Dicho esto, giró el cuerpo de tal manera que, sin dejar de chupármela como los dioses hizo que su culito quede a la altura de mi cara.
Como acto reflejo, saqué mi lengua y la puse en la entrada de su culito.
Le arranqué un alarido de placer, lo cual me incentivó a lamer su anillo, rosadito y adornado por vellos castaños, sumamente apretado, coronando dos nalgas completamente redondas y duritas, no como piedras sino como acogedoras almohaditas.
Agarré con fuerza esas nalgas regalonas.
Le lamí la raja como si fuera una conchita, jugando con mis dedos; fui introduciéndolos un poco, de a uno, de a dos, de a tres… vaya que sí era cierto que ese culito estaba cerradito.
Dante se excitaba con eso y se metía toda mi pichula erecta hasta el fondo de la garganta y más allá, lo cual me excitaba más y me hacía gritar y meterle la lengua más al fondo, él se excitaba más y engullía mi verga a lo que yo respondía con otro lenguazo… estábamos inmersos en un círculo de placer.
Perdimos la noción del tiempo, solo sé que mi verga violó su tráquea a voluntad y que mi lengua hizo que ese anito virgen se dilate lo suficiente como para recibir la rataza que le iba a zampar esa madrugada.
Dante tomó la iniciativa.
Giró sobre mí y, mirándome, se puso en cuclillas apuntando mi pinga hacia la entrada de su virginal túnel.
Se sentó lentamente y con dificultad se introdujo el glande.
El chico gemía como si lo estuviesen torturando los verdugos de la base de Guantánamo.
Sus esfuerzos por comerse mi verga, su culito estrecho y caliente, así como su cara de desesperación por ser penetrado me pusieron a mil.
No pude más y se la empujé de golpe, hasta más de la mitad.
Dante pegó un grito que debió escucharse en cinco distritos a la redonda.
Se paró de golpe y, gritando, se puso a caminar en círculos en la habitación, diciéndome que yo era un bruto.
Resopló, suspiró, insultó y caminó en círculos como cinco minutos.
Yo solo atiné a pedirle perdón y dejarlo hacer.
Luego regresó a la cama, gateando.
“No se le ha bajado en todo este rato; es una buena señal”, dijo y se la metió a la boca.
Luego volvió a sentarse en mi verga.
“¿Seguro?”, le pregunté.
“Yo me la meto, ¡usted no se mueva!”, y dicho esto, mi pinga desapareció poco a poco dentro de su esfínter.
Cada centímetro entraba y él ajustaba, estrangulándomela, y luego soltaba y se la metía un poquito más, haciéndome entrar muy lentamente en su interior hirviente como un caldero.
Mi pelvis tocó sus nalgas.
Ya estaba ensartado por completo.
Dante empezó a subir y bajar y a moverse en círculos, su esfínter hacía lo que quería con mi verga mientras sus manos acariciaban mis huevos.
Yo estaba en el cielo y solo atinaba a retorcerme de placer y a tratar de abrirle más las nalgas con las manos.
Él gemía y hasta gritaba cada vez que se la comía por completo mientras yo gruñía.
¡Qué rico era tirarse el culo de este chibolo virgen!
Decidí cambiar de posición.
Lo hice girar y, sin sacarle la verga del hueco, puse su espalda sobre la cama.
Con sus piernas en mis hombros, apoyé todo el peso de mi cuerpo sobre el suyo, de tal manera que nuestros cuerpos estuvieron en contacto: pecho con pecho y barriga con barriga.
El muchacho era perfectamente elástico, como buen deportista.
Con mis manos busqué sus nalgas y las abrí cada vez más: le clavaba el pájaro hasta el fondo y aprovechaba para tratar de meter mis pulgares, de tal manera que el huequito se le dilatase cada vez más y pudiese alojar toda mi verga.
Cuando se la empujaba lo hacía despacio, tratando de hacer que el chico sienta cada uno de mis 25 centímetros de largo y más de 15 centímetros de grosor.
Él gemía de placer mientras yo entraba y cuando terminaba de clavarlo, gruñía y emitía un quejido.
Luego yo se la sacaba despacio, centímetro a centímetro, y él suspiraba aliviado; cuando la base de mi glande estaba cerca del anillo de su esfínter, él lo apretaba con fuerza y me la ahorcaba, entonces yo volvía a metérsela despacio, muy despacio, y repetíamos todo el ciclo… a veces, cuando él apretaba el esfínter yo le pedía que se relaje y le metía toda la verga de golpe con violencia, a lo que él respondía con un grito de dolor y con insultos: “¡bruto! ¡animal! ¡desconsiderado!”.
Eso me ponía.
Luego continuábamos con el mete y saca despacito, hasta que el me pedía que lo vuelva a embestir y yo le obedecía.
Él volvía a insultarme y así, en esa situación, pasamos como dos horas.
Yo sentía ese culito estrecho y caliente a lo largo de mi verga.
¡Sí que estaba caliente, y cada vez se calentaba más! Mis manos abrían sus nalgas y el hueco se le dilató tanto que en un momento entraron también mis testículos en su culo: la sensación de calor y humedad en mis huevos fue enloquecedora y yo lancé un gruñido de placer… ese culito me estaba llevando al cielo.
Me descontrolé y empecé a meter y sacarla con más fuerza y velocidad; le apretaba el pecho mientras le lamía las tetillas, o le mordía el cuello y le metía la lengua en la boca hasta la garganta mientras mis huevos volvían a sentirse acogidos por ese anito caliente.
La excitación iba aumentando y yo sentía que la leche se me iba acumulando en las bolas, las cuales estaban a punto de estallar como coche-bombas.
Apreté al muchacho contra mi cuerpo y ya no pude más: anuncié mi orgasmo con un grito que me salió de las entrañas, le empujé hasta las bolas y descargué como 20 disparos de semen espeso, después de los cuales el placer no abandonó mi cuerpo y solo atiné a continuar metiendo y sacando mi verga mientras una cosquilla riquísima me invadía el cuerpo desde la punta del glande, subía por mis huevos hasta mi espalda, llegaba a la coronilla de mi cabeza y luego bajaba hasta mis nalgas y de ahí seguía hasta las plantas de mis pies, para volver a concentrase en mi glande e iniciar nuevamente el circuito.
Me dejé llevar por el placer y apreté más fuerte sus pectorales, mordí su cuello con fuerza, jalé sus cabellos… el muchacho gritaba de dolor y me pedía que me detenga pero no le hice caso: ese culito era mío y yo estaba haciendo lo que me daba la gana con él.
Perdí la noción del tiempo.
Ese orgasmo continuo duró más de hora y media, creo, tiempo en que taladré sin misericordia el esfínter del chibolo y castigué el resto de su cuerpo como me dio la gana.
Cuando estuve bajando un poco las revoluciones lo sentí contraerse bajo mi cuerpo, me abrazó y clavó sus uñas en mi espalda para luego eyacular una gran cantidad de semen en medio de gritos de placer.
Luego se rindió y se abandonó a mí, situación que aproveché para seguir morboseándome y dándole a su anillo el uso que se merecía.
Asumo que pasaron 45 minutos más hasta que me desplomé sobre él; bajé sus piernas sin sacarle mi verga (como es larga, no tuve problemas con eso).
Quedamos en la posición de misionero y nos dormimos así.
Solo me desperté en un momento cuando mi pene salió expulsado de su culito: entonces le di la vuelta y lo puse boca abajo y volví a clavársela pues yo aún la tenía medio armada.
El chibolo entonces se despertó y me dijo que por favor ya no siguiera, pedido que ignoré y más bien continué con un mete y saca muy suave hasta que volvimos a quedarnos dormidos.
Entonces, ya de mañana, desperté a un lado de la cama, bocarriba, sintiendo en mi verga los lengüetazos de Dante.
Me la puso dura en cuestión de segundos.
“¿Quieres tu mañanero?”, le pregunté.
Sin mediar palabra, se sentó en mi pinga y se la comió todita, esta vez sin mucho esfuerzo.
Cabalgó durante varios minutos hasta que se vino sin tocarse; yo también me vine dentro de la profundidad de su culo.
Se acostó a mi lado, puso su cabeza sobre mi pecho y me dijo que ese fin de semana no tenía nada que hacer.
Me agarró los huevos y levantó el rostro.
Se quedó mirándome a los ojos.
Por primera vez, yo me fijé en su rostro con detenimiento: era un muchacho endemoniadamente bonito y me perdí en sus ojos color caramelo.
Me lo chapé en esa posición por varios minutos.
Luego volvió a poner su cabeza sobre mi pecho y se quedó dormido.
Yo tampoco tenía compromisos para el fin de semana, así que lo pasamos sin salir de la cama, literalmente hablando.
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