El amigo tenía hambre
Mi compañero me invitó a cenar, pero el que me devoró fue su amigo. Me miró como si ya supiera a qué sabía mi verga. Me tocó bajo la mesa, me pasó su número como quien ofrece sexo en vez de cortesía. Esa noche, me la mamó como si no comiera desde hace días. Y se vino con mi leche adentro..
Mi trabajo me llevó a otra ciudad una tarde cualquiera. De esas que parecen normales, pero terminan clavándose en la piel como una mordida. Al llegar, mi compañero de trabajo me recibió con una sonrisa que esta vez tenía algo distinto. Más cálida. Más abierta. Me ofreció llevarme a cenar y acepté sin pensarlo.
“Un amigo mío se nos va a unir”, me dijo con una naturalidad tan casual como peligrosa.
Y llegó. Más joven, relajado, con una mirada que no disimulaba ni por un segundo lo que quería. Me escaneó con los ojos apenas se sentó. Tenía esa forma de sonreír sin abrir la boca, como si ya me hubiera cogido con la mirada. La cena fue una coreografía de insinuaciones, roces sutiles, risas con doble filo. No hubo un solo momento en que no sintiera su atención recorrerme por debajo de la mesa.
Después el amigo de mi compañero nos propuso ir al teatro a ver una obra que ese día casualmente estaba en la ciudad y a la cual tenía cortesías. No por la película, claro. Era sólo una excusa. Y funcionó. En la oscuridad, sentados lado a lado, el ambiente se volvió más denso, más cargado. Su mano, al principio, fue un roce en mi pierna. Como por accidente. Pero no lo fue. Repitió el gesto, esta vez más firme, más cerca. Su palma quemaba.
Yo no me hice el difícil. Bajé la mía, dejándola caer sobre su muslo. La presión de su mano fue bajando, hasta quedar peligrosamente cerca de mi verga. La sintió. Ya estaba dura. Ninguno dijo nada. No hacía falta.
A mitad de la obra, me pasó su número en el reverso de un ticket. Me lo entregó con una sonrisa mínima, como quien pasa un condón bajo la mesa. Yo lo guardé sin decir palabra. Mi verga no iba a quedarse con ganas.
Al terminar, mi compañero me dejó en el hotel sin sospechar nada. Pero apenas cerré la puerta de la habitación, el teléfono ya estaba en mi mano.
—¿Estás solo?
—Sí. ¿Vienes?
Su respuesta fue rápida. Casi desesperada.
Veinte minutos después estaba en la puerta de mi cuarto. Nos miramos apenas un segundo y ya estábamos encima. Subimos sin hablar. En el ascensor, la tensión era tan espesa que apenas si podíamos respirar.
Al entrar a la habitación, lo primero que hizo fue besarme con rabia contenida. Se notaba que llevaba todo el puto día queriendo hacer esto. Me apretó contra la pared, me besó con lengua, con dientes, con hambre. Se arrodilló sin pedirme permiso y me desabrochó el pantalón. Sacó mi verga y la miró como si fuera un dulce. Y sin aviso, se la metió toda a la boca.
No fue una mamada tímida. Me la chupó como si le pagaran por hacerlo bien. La lengua me recorría con ritmo, con técnica, con entrega. Se la tragaba entera, mientras se tocaba el propio bulto por encima del pantalón. Gemía con la boca llena de verga. Me tenía temblando.
—Chúpala así, así me gusta —le dije. Y obedeció.
No esperé más. Lo levanté, lo besé con mi sabor aún en su lengua. Le bajé los pantalones y lo hice darse vuelta. Tenía un culo que pedía ser abierto con las manos y cogido sin piedad. Lo lamí, le metí los dedos, lo preparé con saliva y ganas. Él se arqueaba y me pedía más.
—Dámela… métemela ya —susurró.
Y se la metí. Toda. A pelo. Su culo me apretó como si no quisiera soltarme. Lo cogí con fuerza, con rabia, con deseo contenido. Lo agarré de las caderas y le metí verga con cada embestida, haciéndolo gemir contra las sábanas.
—Te gusta que te cojan así, ¿verdad?
—Sí… así, con tu verga adentro… cógeme más.
Le di lo que pidió. Lo cogí con todo. Hasta que no pude más y me vine adentro, con un gruñido en su cuello. Él acabó sin tocarse, mojando la cama, el vientre, todo.
Nos quedamos ahí, sudados, respirando fuerte, con los cuerpos marcados por lo que acababa de pasar.
Al día siguiente, era sólo una habitación más. Pero su olor, sus gemidos, su culo caliente, quedaron clavados en mí.
Mi compañero nunca supo nada.
Pero yo no lo olvidé.
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