El as de espadas
Séptimo episodio. Es notable lo que un anciano puede hacer con dos niños y una buena dosis de viagra..
Episodios anteriores de esta serie: (1) La suerte de una buena carta – (2) Los juegos que la gente juega – (3) Todo tiene su precio – (4) La dorada obsesión – (5) Ojos de serpiente – (6) Ya no quiero volver a casa.
En el Ford de Marcos viajamos hasta un edificio en la zona más cara de la ciudad. Entramos por la cochera. Nos esperaba un hombre de traje oscuro, con aspecto de gorila. Me revisó la mochila. Yo llevaba gel lubricante, preservativos, un par de toallas y dos slips de repuesto. Sin hacer comentarios, le hizo señas a Marcos de que estaba todo en orden. Mi socio se quedó allí y el gorila nos condujo a un ascensor.
Por el celular, avisó: “Ya llegaron los bombones”.
Cuando el ascensor se detuvo, el gorila nos condujo por un amplio pasillo alfombrado. Golpeó suavemente una puerta, que se abrió enseguida. Un hombre ya mayor hablaba enérgicamente por su celular. Nos hizo señas para que pasáramos.
Mientras seguía hablando acerca de licitaciones, caminos y dólares, aproveché para comprobar cómo estaba el ánimo de mi compañero.
-Un poco asustado –me dijo- ¿y vos?
No pude contestar porque el hombre ya se nos acercaba muy sonriente.
-¡Qué bueno que hayan venido, chicos! La vamos a pasar muy bien, ya van a ver… ¿Vos, rubiecito, cómo te llamás?
Se lo dije y también que tenía 13 años.
-¿Sabés quién soy yo?
Hice un gesto negativo. Su cara me era vagamente familiar, pero yo no sabía nada de política.
-Mejor, mucho mejor. ¿Y vos peladito? (Mi amigo estaba rapado a cero).
-Me llamo Brian y tengo 11.
-Bueno, preciosos, ¿por qué no se ponen cómodos?
Me desvestí y Brian me imitó. Quedamos solo con nuestros diminutos slip. El viejo político miró nuestros cuerpos con deleite.
-¡Qué maravilla!
Se quitó la ropa y quedó en calzoncillos. Tenía un cuerpo rechoncho y un descolorido tatuaje en el brazo.
-Para ustedes seré hoy el Tío Luis. ¿Me dan un beso?
Me abalancé sobre él y le di unos piquitos en la boca. Él me tomó por las axilas y besó apasionadamente mi cuello. Sentí su lengua bajar desde allí hacia mis pezones para después volver a subir hasta mi boca. Nos entregamos a un largo beso de lengua. Yo sabía que Brian me estaba observando con atención para hacer lo mismo. Era un niño listo.
El Tío Luis se separó de mí y se sentó en una de las butacas. En una mesa había una botella de whisky, varios vasos y un blíster con pastillas azules en forma de rombo. Se sirvió y tragó una tableta. Lo pensó mejor y tomó otra más.
-Con esto, en media hora estaré hecho un toro, dijo. Y ahora vení conmigo, peladito.
Sentó a mi amigo sobre sus rodillas. El Tío Luis tenía un fetiche con los cuellos de los niños. Comenzó a lamer el de mi amigo. Mientras veía gozar a Brian, me dije que íbamos a estar bien.
-Bueno, chicos. Ahora quiero verlos jugar a ustedes. ¡Vamos al dormitorio!
Con Brian ya nos teníamos afecto, así que lo que siguió fue placentero para los dos. Apoyando las rodillas sobre la cama pero con el torso erguido, nos abrazamos y besamos.
Mientras nuestras lenguas se enroscaban pacientemente, el Tío Luis empezó a acariciarme las caderas. Metió una mano dentro de mi slip. Sentí sus dedos acariciando mis testículos y tuve una erección. Yo seguía besándome con mi amigo, asegurándome de que él disfrutara mucho y de que pudiese respirar bien.
-Hagan un 69, preciosos- nos ordenó el Tío.
Nos desnudamos y me deslicé debajo de mi amigo, porque Brian era el más pequeño de los dos.
Los conocimientos de anatomía que había recibido del masajista chino (episodio 5 – Ojos de serpiente) me ayudaron a hacer gozar al máximo a mi compañero. Empecé a lamerle el pene desde la base y cuando su cuerito se retrajo, dejando ver la cabeza de su pene, comencé a dar intensas lamidas al frenillo.
-¡Ah… qué rico!- suspiró Brian. Era tanto el placer que estaba recibiendo de mí, que abandonó su tarea de chupármela. Recostó su suave carita sobre mi pubis y se limitó a gozar.
Yo no tenía apuro y cada tanto me detenía, pero mi amigo me rogaba: “No, no pares… por favor, sigue…”
-Sí- dijo el tío Luis, que buscaba en mi mochila- No te detengas. Quiero ver deleitarse al peladito. Vamos a echarle un poco de este lubricante…
-Está frío- susurró Brian, como en sueños.
-Ahora va a estar más calentito…
Mi amigo gimió desmayadamente. Observé que Tío Luis se había inclinado sobre el cuerpo de mi amigo, introduciéndole un dedo aceitoso en el ano. Yo seguía dándole todo el placer posible, alternando lamidas a su pene con recorridas por sus suaves testículos.
-Suficiente- ordenó Tío Luis.
-¡No, por favor… !- rogó Brian, pero obedeció y se retiró a un costado de la cama. El Tío Luis besó con pasión su cuello.
-¿Querés que hagamos gozar al rubiecito?- le dijo sonriendo con malicia.
Mi amigo asintió.
Un momento después yo estaba en cuatro patas, chupando el pene de Tío Luis mientras Brian me ponía lubricante en el ano y se disponía a penetrarme.
El miembro del tipo, ayudado por el Viagra, era como un pepino de los grandes. Yo había hecho sexo oral varias veces, pero nunca con algo tan enorme. Aunque tenía la mandíbula cansada, me esforcé por hacerle todo lo que sabía.
-Lo hacés muy bien, perrito… ¿Cómo está todo por allí atrás, compañero?
-¡Increíble!- dijo Brian, que me la metía con entusiasmo.
-Esa colita es nuestra: primero vos, después yo, ¿estás de acuerdo?
-¡Claro!
Penetrado por Brian y chupando ese pene tan enorme, me sentía desfallecer.
El Tío me tomó por la nuca para obligarme a un esfuerzo mayor. No pude impedir que mis ojos se llenaran de lágrimas. Eso, lejos de conmover al Tío, lo incitó a volverse más brutal.
Por fin, Brian gimió y sentí calidez en mi interior. Muy asombrado, mi amigo exclamó: -¡Me salió leche!
Era su primera eyaculación.
-¡Hay que celebrar!- dijo el Tío. Sacó su pene de mi boca y me ordenó que, como buen perrito, los siguiera andando en cuatro patas. Fueron hasta las butacas y el Tío sirvió whisky en dos vasos.
-Un primer semen se festeja. Y más cuando la leche se queda adentro de un culito tan rosado y tan suave como el de tu amigo.
Brian se rio. El Tío se había sentado y observó como mi amigo bebía su vaso. Después, se dirigió a mí, molesto: ¿Quién te dijo que dejaras de chupar?
Me disculpé y volví a empezar.
-Ahora está mejor… Eso, así, así…¡Bien…! ¿Vos te llamás Brian? ¿Es tu nombre real?
-Sí.
-Contame sobre tu vida.
Mientras me amigo le contaba su historia, yo me esmeraba para mantener satisfecho al hombre poderoso, al as de espadas. Su pene se mantenía excitado, pero él hablaba con mi amigo como si yo no existiera.
Finalmente le dijo: -Puedo ayudarte. Me caes bien. Me voy a encargar de ubicar a tu familia en algún barrio.
-¡Muchas gracias, señor!
-Tu amigo lo hace bien… ¿Qué te gusta de él?
Brian se sorprendió: -¿Cómo qué me gusta de él?
-¿Te gusta su culito?
-Me gusta todo. ¡Es muy guapo!
-Es lindo, sí. Ojos claros, piel suave… y ese pelito largo le queda bien… ¿No te parece que tiene cara de nena?
Brian se rio: -Cara de nena linda, sí. ¿A vos qué te gusta de él?
-A mí lo que más me gusta son los cuellos.
-¿El mío te gusta?-lo provocó Brian.
El Tío no podía resistir esa tentación. Me apartó, y sentó a Brian en sus rodillas. Mientras veía la lengua del hombre subir y bajar por el cuello de mi amigo, pude tomarme un respiro.
Volvimos al dormitorio.
Mientras se ponía un preservativo, preguntó: -¿Saben que es el espejo del placer?
Dijimos que no.
-Rubio, ponete esto porque va a ser inolvidable.
Dócilmente me puse abundante gel íntimo. Me acomodó boca arriba y levantó mis piernas, apoyándolas en sus hombros. Sentí como su miembro me penetraba como si yo fuese de manteca.
Brian se echó a mi lado y me susurró al oído: -¿Estás bien?
Le dije que sí con la mirada. Pero apenas podía hablar.
El Tío ahora arremetía profundamente dentro de mí, como un jabalí en celo. Eché la cabeza atrás para que él pudiera ver mi cuello extendido y así, excitarlo más.
-¡Pero qué pendejo hijo de puta…!-dijo sonriendo, y embistió con mayor fuerza.
Brian, recostado a mi lado, me acariciaba las tetillas. Estiré mi brazo y tomé su pene. Empecé a pajearlo. Tal vez este gesto hizo que el Tío se decidiera también a masturbarme. La combinación de caricias, penetración y paja me electrizaron. El placer se volvió intolerable. Fui el primero en eyacular.
El Tío celebró empalándome con mayor firmeza. Después, nos ordenó que nos arrodilláramos junto a la cama.
-¡Es hora de tomar la leche, niños!
Con nuestras rosadas lenguas anhelantes, esperamos su eyaculación. Los chorros de semen nos salpicaron la cara.
Nos ordenó que nos besáramos. Lo hicimos y así mezclamos nuestra saliva de niños con el esperma del viejo.
Los golpes en la puerta le avisaron que ya tenía otro compromiso. Mientras nos vestíamos, llamó por su celular a un secretario. Le habló de Brian y su familia. Dio órdenes terminantes.
Cuando bajábamos en el ascensor, nos miramos en el espejo. Todavía teníamos gotas de semen en la cara. Nos limpiamos el uno al otro.
-Espero que hayan aprendido la lección- dijo el gorila.
Lo miramos sin entender.
-En este país, si querés progresar, tenés que dejar que te rompan el culo.
Lo dijo muy serio, así que no nos reímos. Ya en el auto, de vuelta a casa, comenté que algo de razón tenía el gorila. Ahora la familia de Brian tenía una casa.
-¡Pero al que le rompimos el culo fue a vos!- dijo Brian, riéndose y empezó a cantar- Esa colita es nuestra: primero vos, después yo… Esa colita es nuestra…
-Sos una mala persona…
-¡A mí nadie me cogió!
-¿Nadie? ¡Esperá que lleguemos a casa!- le dije.
Y es que, realmente, le tenía muchas ganas.
(Continuará)
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