El autobús mágico.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por obramaestra.
Siempre hay recuerdos del pasado, que cuando regresan a la mente, nos alegran la vida. Hoy quiero contarles cómo fue mi primera vez. Esa que marcaría para siempre el rumbo de mi vida. Pero antes deben saber el contexto, deben saber qué hacía ahí y para qué.
Cuando yo tenía 11 años, casi por cumplir los 12. Mi mamá trabajaba para una organización del Estado que le daba beneficios. Entre esos beneficios, había uno que era la posibilidad de mandar a sus hijos a un campamento de verano en un pueblo del interior del país. El lugar era genial, tenía ríos, montañas, bosques, y cabañas muy bonitas. El beneficio era para niños y niñas de entre 7 y 13 años.
Éste año, y como lo hacía desde los 8, también iría al campamento. Mi mamá me había alcanzado a la terminal de autobuses, donde nos juntábamos todos los chicos que iríamos a la expedición. Había varias celadoras, la jefa era Adriana, una que me conocía muy bien, pero que se quedó con la imagen mía de años anteriores, ella pensaba que yo seguía siendo el chico travieso e inquieto que fui hasta el año anterior. Pero yo me sentía más serio, ya no era tan inquieto. Mi mente estaba cambiando, estaba ingresando al mundo de la pubertad.
Este año, el número de niños y niñas alcanzaba unos 52. Así que, como en años anteriores, se dividía al grupo en dos autobuses, de esos que tienen dos pisos. A mí me tocó viajar en el mismo donde viajaba Adriana. Ella decidió que viaje en la planta baja del bus, donde viajaban los que, ella entendía, eran los problemáticos. El resto viajaba arriba, incluidas las celadoras.
En la planta baja éramos cinco,todos varones. Me senté en el asiento de la fila derecha, en el fondo, del lado del pasillo. A mi izquierda, estaba Tomás, un nene de 10 años recién cumplidos, al verlo, por mi mente pensaba “él sí merece estar acá, él sí es molesto”. Yo lo conocía de años anteriores, siempre hacía chistes fuera de lugar, hablaba mucho, y era muy inquieto.
En los dos asientos que tenía delante, había dos chicos que no hablaban, parecían hermanos. Desde que subieron no dijeron nada, y dormían. En la fila de al lado estaba sólo Germán, un chico que tenía más o menos mi edad, de pelo castaño, años anteriores sonreía siempre, pero ahora se mostraba serio. Lo saludé con una mano, él me devolvió el saludo y siguió en su mundo, escuchando música con los auriculare de su celular.
Al bus subimos cerca de las 18 hs, era verano así que había mucha luz natural. Quince minutos después, el chofer arrancó el vehículo y comenzamos el viaje de 7hs. Tomás no esperó ni diez minutos para comenzar a hablar de él, su vida, sus padres, su club, etc… Por dentro yo pensaba “ qué cuernos me importa tu vida, escuincle del demonio!”. Pero, para no ser descortés, sólo asentía con la cabeza.
Habían pasado unas tres horas de viaje, fuera del bus ya era de noche, Tomás seguía hablando de todo, pero de pronto hizo un silencio extraño, lo miré, y vi que me miró la entrepierna. Segundo después, me preguntó- Ya te haces la paja?. Me preguntó sin dar vueltas, dejándome sorprendido. Porque nadie espera que un nene de 10 hable de sexo con otra persona más grande, y todos sabemos que, cuando uno es niño, 2 años de diferencia es bastante.
Le respondí que sí, y le pregunté si él también lo hacía. Me contestó con total naturalidad: – Claro que me hago la paja! Quieres pajearte ahora?. Ya me había sorprendido con la pregunta anterior, y yo no estaba acostumbrado a hablar de másturbación con nadie. Hacía pocos mese que había descubierto la masturbación, y encima no quería que nos descubra la celadora, que cada tanto bajaba a la planta baja, donde estábamos nosotros. Así que le contesté que no, que nos podían atrapar. Pero había otra razón por la que me daba pudor, unas pocas semanas atrás me había salido “mágicamente” una pequeña manta de vellos púbicos. Algo que me tenía impactado, yo me sentía niño todavía, pero tenía pelos púbicos. No lo entendía.
Tomás me quitó la vista de encima, y me dijo- Bueno, yo sí quiero hacerme una paja. Acto seguido, se bajó hasta sus rodillas el pantalón, y luego se bajó el slip celeste que traía.
Tomás era un chico de cabello negro, de piel trigueña clara. Con ojos negros, y una sonrisa de labios anchos. Su cuerpo era normal, bien alimentado, como alguien de 10, con nalgas redondas y firmes, también tenía unas piernas “carnosas”.
Cuando se bajó su ropa, comenzó a masturbarse sentado al lado mío, primero me miraba a ver qué hacía yo, y como no hice nada, cerró los ojos y se recostó en su asiento. Me quedé mirándolo un minuto, suficiente para quedar caliente y a punto de venirme dentro de mi calzoncillo.
Tomás tenía un pene como de unos 10cm, con una cabecita pequeña y rosadita. Sus huevitos eran pálidos, como toda su ingle, la frase “donde no le da el sol” concordaba con la palidez de su entrepierna.
La situación me excitaba, estaba tentado a extender mi mano y tocarle el pene y ese pubis sin vellos. Una manera de recordarme a mi unas semanas antes de amanecer con un “monte” al rededor de mi pene.
Pero no quise hacer nada, decidí dejar de mirarlo y hacerme el dormido. Me recosté en mi butaca, y cerré los ojos, escuchaba a Tomás cómo golpeaba su “puñeta” en sus pequeños huevos. Era excitante. De pronto, Tomás dejó de hacer ruido, me preguntaba por qué… Cuando sentí su mano que me palpaba el pene por arriba de mi bermuda, era obvio que había notado que la tenía parada, y que mi bermuda no ayudaba a disimular.
Tomás- Je je, parece una banana, que duran está!. Dijo con una voz que instaba a la perversión.
Yo seguía haciéndome el dormido, aunque estoy seguro que no engañé en absoluto a ese niño precoz. Siguió tocándome por encima de la bermuda un rato, hasta que sentí que estaba retirando su mano. Pero yo, en ese momento me decidí, atrapé su mano en retirada, y la volví a colocar sobre mi pene. Lo miré sonriendo, el se puso serio porque pensó que lo iba a retar o algo. Sin decir nada, me bajé de un jalón la bermuda y el bóxer, todo junto.
A esa edad yo tenía un pelo castaño claro, era de piel blanca pero bronceada por el sol. Me daba un toque dorado, mis ojos marrones, y siempre fui un poco llenito. No tenía panza, solo que era “rechoncho” xD. Era bastante culón, y tenía unas piernas bastante gruesas.
En esa época, mi pene medía 12 cm. Era blanco, y al jalar el prepucio, dejaba a la vista una cabecilla rosada. Tenía linda forma, mis huevos todavía eran blancos, y estaban comenzando a descender. Una pequeña manta de vellos púbicos, enrulados, y de color castaño claro, rodeaban mi verguita de casi doce años.
Al bajarme los pantalones, la mano de Tomás quedó sobre mi pene, él abrió los ojos grandes y dijo – Wooaaw! Tienes pelos, genial!. Y me acariciaba el pubis, dejando escurrir mis flamantes vellos púbicos entre sus dedos.
Mi pene ya estaba con la punta húmeda, debido a la excitación por la que estaba pasando. Tomás me la comenzó a jalar, parecía que sabía bien cómo hacerlo, era como si ya hubiese pasado por un entrenamiento previo tocando la verga de alguien más.
Yo me quedé sentado en mi butaca, relajado, sin pantalones con el pito parado, viendo como mi compañerito de viaje me la jalaba con su mano derecha, y con la izquierda se tocaba él. De pronto, veo que acerca su nariz a mi verga, la huele y me mira. Con una cara de perversión me dijo: -Mmm, que rico olor tiene, puedo chuparla?. No le contesté, le hice un movimiento de hombros, dando a entender que no tenía problemas en que lo haga.
La situación era una completa incógnita para mí, me preguntaba a mi mismo cómo éste chico era tan cachondo y cómo puede ser que le encante la verga. Hoy estoy seguro de que alguien en su casa, o muy cercano, le debe haber dado verga bastante antes que yo. Realmente, con 10 años él, y yo casi 12. Sentía que él iba varios pasos adelante mío.
Entonces, ahí estaba Tomás, con 10 años, estaba muy cachondo. Se encontraba vestido sólo con una camiseta, posicionándose en su asiento, para poder colocar su boca a la altura de mi pene. Yo le acariciaba la espalda, y cada tanto me animaba a bajar hasta sus nalgas. Se metió todo mi pene en su boca, sentía como su lengua recorría todo mi pene. Cómo, su lengua, le daba especial interés a la cabeza de mi pene. Tomás hacía sonido similar al “mmmm, que rico”. Lo que me ponía más a mil, con sus manos jugaba con mis huevos y mis vellos púbicos. Realmente era algo mágico, ese chico sabía lo que hacía…
Yo, con mi mano derecha le acariciaba suavemente la nuca, y con la izquierda, trataba de tocar lo más que podía sus nalgas. A veces le tocaba el pene, y sus huevos. Pero una estúpida voz interior me decía que “no sea gay”. Son esas cosas de las que me arrepiento, tendría que haberle chupado esa hermosa verguita, esos huevos hermosos y lampiños. Me cuestiono no haberle comido la boca a besos, ese chico me inició sexualmente mejor de lo que podría haberlo hecho un maestro.
Su boca seguía con su trabajo de “succionar” mi pene, como si fuera una aspiradora. Su boca húmeda, con labios carnosos, era el paraíso. Sentí que mi cuerpo se contraía todo, Tomás intensificó su trabajo, como sabiendo lo que venía. Yo comencé a jadear, mientras miraba a mi alrededor verificando que nadie haya despertado.
Terminé eyaculando en la boca de Tomás, él seguía, tragaba todo, no me soltaba el pito. Con su mano lo exprimía todo, como queriendo que hasta la última gota de mi semen termine en su boca. Cuando vio que no me salía más semen, me lamió los huevos, y me daba besos en los vellos púbicos.
Yo trataba de disfrutar el tacto de mis dedos de la mano izquierda que recorrían su trasero. Me gustaba cuando le recorría la raja y sentía que le pasaba el dedo por el ano. Todo su cuerpo era suave como el de un bebé.
Después de unos minutos de tenerlo besando y lamiendo mi pene. Le dije que tenía ganas de ir al baño, lo cual era cierto. Así que me paré, y me subí el bóxer y el pantalón. Caminé por el pasillo, unos cuatro metros hasta llegar a las escaleras, dejo de las mismas estaba el baño químico del autobús. Me bajé el pantalón y me miré en el espejo, mi hice una paja pensando en el culo de Tomás. Fue rápido, no tardé nada porque ya había gastado todo en la boca de él. Oriné en el inodoro, y regresé a mi asiento. Estaba Tomás durmiendo, ya se había subido el pantalón. No quise despertarlo. Durante todo el viaje no volvimos a hablar de eso.
Las dos semanas de campamento fueron entretenidas, las celadoras pedían que nos bañemos de a dos. Tomás y yo lo hacíamos juntos. Nos gustaba tocarnos, él quería chuparme el pene todo el tiempo. Yo quería hacer lo mismo con él, pero tenía un orgullo bobo que me lo impedía… No quería parecer gay…
Cuando terminó el campamento, volvimos en autobuses separados porque dividieron de forma diferente a los grupos,. Nunca más escuché de él.
Eso fue todo, si les gustó el relato, por favor comenten. Y cuenten, les pasó alguna vez que por orgullo o vergüenza se privaron de disfrutar a alguien que se nos entregaba por completo?
Gracias!
Genial relato