El Canguro
El chico que se queda a cargo de mí mientras mi madre trabaja me descubre nuevos mundos..
¡Hola! Mi nombre es Ulises y hoy les contaré lo que me pasó con el chaval que tenía que quedarse a mi cargo mientras mi madre no estaba en casa.
Su nombre es Mateo y comenzó a venir hace un poco más de medio año. Desde que mis padres se divorciaron, mi madre dio rienda suelta a su soltería y alguno de los fines de semana en los que yo me quedaba con ella, Mateo empezó a venir a casa para que yo no me tuviese que quedar solo.
Antes de nada, voy a describirme: soy un chico de estatura normal para mi edad. Tengo el pelo castaño y ondulado, peinado con un flequillo que me tapa la frente y cortito por los lados. Mis cejas son finas y mis ojos de lo color avellana, mientras que mi piel es trigueña. Mi pequeña nariz está sobre un bigote incipiente que intento afeitar siempre que se nota demasiado. Mis labios son tiernos y mi rostro es más bien delgado. Físicamente, soy un chaval de complexión atlética debido a los entrenamientos de pádel. No tenía ningún tipo de vello corporal, a excepción de algunos pelillos en las axilas y un pequeño matorral en mis partes íntimas.
Cuando mi madre me dio la noticia de que vendría una persona desconocida a cuidar de mí, me indigné:
- No entiendo por qué tiene que venir nadie a cuidarme, ¡ya soy bastante mayorcito! – le decía a mi madre cuando me dio la noticia.
- Cariño, ya te lo he dicho, es para quedarme tranquila. – me decía, mientras se terminaba de pintar la línea de los ojos.
- Pero… – intenté dar algún argumento, pero mi madre se me adelantó.
- Además, Mateo es un chico genial, ya verás como te cae bien.
Refunfuñé algo antes de darme media vuelta y encerrarme en mi cuarto. El timbre sonó a los pocos minutos y mi madre dijo en voz alta:
- Uli, abre la puerta, haz el favor.
Resoplé y me metí el móvil en el bolsillo. Recorrí los pocos metros que había desde mi cuarto hasta la puerta principal y la abrí. Un chico alto y rubio se situaba en el umbral de la puerta, mirándome con curiosidad.
Tenía el pelo peinado en un tupé y corto por los lados, como todos los chicos que iban a la moda, y su piel era tostada. Sus cejas, que eran del mismo color pajizo que su cabello, se arqueaban animadamente mientras que sus ojos amarillentos se clavaban en mi persona. Su nariz era pequeña y sus labios eran finos y rosados. Llevaba puesta unos vaqueros celestes, unos zapatos deportivos blancos y una sudadera gris lisa, que estaba adornada por las cintas de la mochila azul que llevaba a la espalda.
- ¡Hola! – me dijo alegremente. – Tú debes ser Ulises, ¿no?
- Sí. – le contesté tímidamente.
- Encantado, yo soy Mateo. – me ofreció su mano derecha.
- – le respondí, estrechándosela.
Me aparté para dejarlo pasar y cerré la puerta tras su paso. Mateo estaba mirando todo a su alrededor, cuando mi madre llegó, ya vestida y con el bolso colgado en su hombro derecho.
- ¡Hola, Mateo! – se acercó para darle dos besos. – Qué puntualidad.
- No puedo llegar tarde el primer día, ¡sino mi madre me mata! – dijo, mientras sonreía, dejando ver unos dientes blancos y perfectamente alineados.
- Jajaja, doy fe de ello. – rio mi madre también. – ¿Cómo has venido?
- En coche, vengo casi estrenando el carnet. – contestó Mateo.
- Es verdad, que ya has cumplido los dieciocho… – mi madre se mordió el labio inferior. – Bueno, Ulises no es un niño problemático, espero que no te de mucho ruido.
- Tiene cara de niño bueno. – le dijo mientras me miraba y me sonreía. – Además, mi hermano tiene su edad y siempre me quedo a su cargo.
Hablaban como si fuese un niño pequeño y además no estuviese presente y eso me estaba dando mucho coraje, por lo que fruncí el ceño.
- Yo llegaré por la madrugada. – mi madre se acercaba cada vez más a la puerta. – Solo tienes que encargarte de que todo esté bien y de que no se acueste demasiado tarde. – yo seguía flipando con la situación. – Ya tienes mi número para cualquier cosa que pase y comida en el frigorífico para que cenéis.
- – dijo Mateo, asintiendo con la cabeza.
- Puedes dormir en el sofá. Uli, cariño, ya sabes, ábreselo para que esté cómodo. – me dijo mi madre.
- – dije, exasperadamente.
- Bueno, espero que os lo paséis bien. Ulises, pórtate bien, no quiero que Mateo me llame diciéndome que no le haces caso, ¿vale? – mi madre me miraba con cara de “más te vale”.
- Que sí, mamá. – no podía creer la vergüenza que me estaba haciendo pasar.
- ¡Pasadlo bien! Besitos. – dijo, cerrando la puerta tras de sí.
- Menos mal… – me dije para mí mismo.
La puerta se abrió tan solo unos centímetros y se escuchó la voz de mi madre decir:
- ¡Mateo, que Ulises no se vaya a la cama sin antes ducharse!
- ¡¡Mama!! – grité yo, colorado como un tomate.
La puerta se cerró de nuevo y, por suerte, no se abrió más. Mateo estaba riéndose a carcajadas mientras que me miraba.
- Tu madre es una crack. – me dijo.
- Eso es porque no tienes que aguantarla todos los días. – le dije.
Me dirigí hacia mi cuarto, mientras que Mateo seguía mis pasos. Mi habitación no era la gran cosa: tenía un escritorio en la parte izquierda, donde había un monitor y la PS4, con su respectivo mando encima. Al fondo había un armario en el que se encontraba toda mi ropa y a la izquierda había una cama de esas que tienen otra debajo, que utilizaba cuando algún amigo o primo se quedaba a dormir en casa. En las celestes paredes había posters de pádel y alguna que otra medalla de campeonatos.
- Qué habitación más chula. – me dijo Mateo.
- No es la gran cosa. – le respondí, mientras me tiraba en la cama. – ¿Sabes? Creo que puedo estar bien yo solo, no tienes por qué estar pendiente de mí todo el rato.
- La verdad es que yo a tu edad ya me quedaba solo en casa. – me respondió, levantando los hombros. – Pero tu madre me paga para que esté echándote un ojo, coleguilla.
- Ya, pero… – intenté decirle.
- Mira, te propongo algo: yo traigo un mando de la Play, si quieres, podemos echarnos alguna partida a algo. – me dijo, quitándose la mochila.
- Bueno, vale. – me pareció una buena idea. – Solo tengo el último FIFA. – le dije, mientras me levantaba para coger el mando del escritorio.
- Prepárate para perder. – me dijo, retándome, mientras se sentaba en el filo de la cama.
- Eso es lo que tu quisieras. – le contesté, sentándome a su lado.
Así, Mateo y yo comenzamos a llevarnos a muy bien. Era un chico divertido y risueño y disfrutaba cuando él venía a casa (que solía ser una vez cada dos semanas). Mateo a veces se traía el ordenador y se quedaba estudiando por la tarde mientras que yo jugaba a la play con mis amigos o salía a la plaza a jugar al fútbol, aunque a las 8 de la tarde tenía que estar de vuelta. A veces veíamos películas mientras comíamos chucherías y palomitas y otras veces nos la pasábamos echando partidos (como el primer día) al FIFA a ver quién ganaba más, ya que la cosa solía estar igualada.
Aunque le decía a mi madre que me acostaba siempre sobre las 12, en realidad, me dejaba quedarme hasta las 2 de la mañana despierto, cosa que le agradecía bastante. Pasó de dormir en el sofá a dormir en mi cuarto en la cama de abajo al poco tiempo de empezar a venir a casa.
Nuestra complicidad era muy grande y entre los dos ya había mucha confianza. Tal es así, que, cuando llegó el verano, ambos andábamos por la casa sin camiseta y alguna que otra vez, después de haberme duchado, Mateo estaba en mi cuarto y me vestía delante de él sin ningún pudor.
Era un chico cariñoso y cercano, siempre me daba abrazos cuando llegaba y me acariciaba la cabeza cuando me quedaba dormido en su regazo en el sofá mientras veíamos cualquier cosa. Alguna que otra vez me había consolado después de que yo presenciase una pelea entre mis padres, que estaban llevando mal su separación. Poco a poco empecé a depositar en él mi confianza y le contaba cómo me sentía. Él siempre sabía hacer que me sintiese mejor y yo se lo agradecía desde el fondo de mi ser.
Su método para que le hiciese caso eran las cosquillas, y sino apretaba mis músculos con sus dedos para hacerme para hacerme entrar en razón, siempre sin llegar a hacerme daño de verdad.
La historia de la cual vengo a hablaros sucedió una de esas noches de verano en la que nos encontrábamos solos. Ese día, mi madre salió por la mañana y Mateo vendría desde las 12 del mediodía o cosa así hasta el día siguiente. Yo aún seguía dormido cuando Mateo me despertó, tirándose encima de mí.
- ¡Buenos días, renacuajo! – me dijo, mientras me daba tortitas en la cara con ambas manos.
- Ayyy, déjamee. – le dije, queriéndolo matar, pero riendo. – ¡Quitaa, que estás gordo!
Podía sentir su pesado cuerpo oprimiendo todo mi cuerpo semidesnudo, cubierto tan solo por unos bóxer celestes de licra. Su cara estaba a pocos centímetros de la mía, mirándome con ojos alegres y desprendía un olor muy agradable, como a colonia.
- ¡Oye! ¿Cómo que gordo? – Mateo puso cara de indignado y empezó a hacerme cosquillas apretando debajo de mis costillas.
- ¡Vale, vale! ¡Era broma! – dije, mientras reía sin parar.
- Ah, eso creía. – dijo, mostrando su blanca sonrisa y echándose a un lado de la cama.
Yo me desperecé, abriendo mis brazos y estirando mis piernas.
- Nos hemos levantado contentos ¿eh? – me dijo Mateo, mirando la tienda de campaña que había bajo mi ropa interior.
- – le contesté, meneando la cintura para ver si era capaz de hacer que se acomodase cerca de mi pelvis, mientras que Mateo se reía.
- Venga anda, vístete, que te quiero comentar una cosa. – me dijo, dándome un suave manotazo en la punta de mi aún erecto pene antes de salir de la cama.
- ¡Au! Idiota. – le dije, riéndome por la broma.
Me incorporé y puse mis pies descalzos sobre el suelo, sintiendo el frescor de este. Me dirigí a mi armario y me puse tan solo unas calzonas blancas. Al girarme, me di cuenta de que Mateo iba muy bien vestido para venir a echar el día conmigo: llevaba un polo de color azul marino, unos pantalones de color arena, del mismo color que sus zapatos de tela y además llevaba puesto un reloj con una gran esfera.
- ¿Por qué te arreglas tanto para venir a casa? – le dije, extrañado.
- A eso iba. Veras…, es que me han invitado a una barbacoa, pero ya le había dicho a tu madre que vendría. – me dijo, poniendo sus manos a cada lado de mi cabeza y tirando de mí suavemente hacia arriba mientras sonreía. – Y había pensado que quizás no te importaba que fuese un ratillo y que fuese nuestro secreto. – sus manos dejaron de tirarme hacia arriba.
- Oh, que poca profesionalidad por tu parte. – le dije, haciéndome ahora yo el indignado y cruzando mis brazos sobre mi pecho.
- Venga, Uli, no seas malaje… – puso sus manos esta vez sobre mis hombros y empezó a zarandearme. – ¡Que va a ir Sonia!
Sonia era una chica del instituto al que iba Mateo y de la cual estaba pillada desde hacía algo de tiempo. Siempre me contaba cosas sobre ella y hacía pocas semanas habían empezado a mandarse mensajes y a tontear mucho. Cada vez que hablaba de ella tenía una sonrisilla tonta en la cara, por lo que entendí que era un evento importante para él.
- ¡Que sí, que síí! – le respondí mientras mi cuerpo se movía hacia delante y atrás.
- Sabía que podía confiar en ti. – me dio un pequeño abrazo. – Te invito a cenar por ser tan crack.
- No hace falta, tonto. – le contesté.
- Ya, pero te invito igualmente. – me dio un par de tortitas con la punta de sus dedos. – Volveré sobre las siete u ocho. ¿Serás capaz de no quemar la casa o morirte tú solo?
- Que sí. – dije, con exasperación. – Tú pásatelo bien y descuida. – me senté en la silla y encendí la Play.
- Vale, eso haré. – se dirigió hacia la puerta. – Te he sacado una lasaña del congelador para que te la prepares cuando quieras comer.
- Okey, gracias. – mis ojos ya estaban fijos en el monitor.
- Nos vemos luego, chaval. – me dijo, antes de desaparecer por el pasillo.
A los pocos segundos escuché la puerta de casa cerrarse. Cogí mi teléfono y hablé con mi amigo Miguel para echar unas partidas al Fortnite y, sobre las tres de la tarde, hice una breve pausa para meter la lasaña en el microondas y comérmela. Después de eso, volví a hablarle a Miguel y seguimos jugando hasta cerca de las ocho.
Después de despedirme de mi amigo, apagué la consola y me fui hacia el cuarto de baño para darme una ducha, ya que estaba pegajoso debido al calor. Tras salir de la bañera, me sequé el cuerpo y la cabeza y fui desnudo hasta mi cuarto. Para mi sorpresa, había alguien tumbado sobre mi cama.
- ¡Hostia! – me llevé una mano al pecho y otra a mis partes. – Que susto. – dije, después de recuperar el aliento al darme cuenta de que era Mateo.
Este desvió su mirada del teléfono y se empezó a reír.
- ¿Cómo ha ido la cosa? – dije, esquivando su mochila y dirigiéndome hacia la mesita de noche, donde tenía la ropa interior.
- Bueno, no ha ido tan mal. – me contestó con voz anecdótica, sentándose sobre el filo de la cama.
- Jo, pues vaya rollo. – introduje la segunda pierna dentro de unos calzoncillos negros.
- ¡Nos hemos besado! – exclamó, feliz.
- ¡Uee! – respondí, contento por él, tirándome encima suyo.
Mateo me abrazó mientras los dos gritábamos “Ueee”. Tan cerca de él como estaba, podía notar su calor y su respiración, que olía a alcohol. Después de festejar por unos segundos, me incorporé de nuevo y me quedé entre sus piernas, mientras que él seguía bocarriba, con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Has bebido? – le pregunté, curioso, aunque ya sabía la respuesta.
- Lo suficiente como para poder echarle huevos y besarla. – me dijo, haciendo una mueca con la boca.
- ¿Sin alcohol no eres capaz? – le pregunté, levantando las cejas.
- Eres demasiado pequeño para entenderlo, ya me comprenderás. – me contestó, incorporándose y despeinando mi cabello húmedo.
Puse los ojos en blanco, ya que estaba harto de escuchar esa frase de los mayores y me fui hacia el armario para coger un pantaloncillo de tela fina gris.
- Dios, si hubiese tenido un lugar donde haber podido ir con Sonia… – dijo Mateo. – Seguro que podríamos haber hecho algo.
- ¿Algo como qué? – le pregunté, haciéndome el que no entendía.
- Ya sabes, Ulises… – me miró, levantó una ceja y puso una sonrisa pillina.
- No te sigo. – yo seguía haciéndome el tonto, mirándolo con cara de confusión.
- Pues… Podríamos haber follado, alguna mamada o cosas así. – Mateo me miraba perplejo. – Tu ya sabes de esas cosas, ¿no?
Lo cierto es que sí. Había descubierto qué eran las pajas y el porno gracias a mis amigos, que no paraban de hablar del tema en el instituto. Hacía no mucho que yo había empezado a masturbarme, pero decidí hacerme el inocente un poco más de la cuenta.
- Sí… – le respondí.
- ¿Tú ya te haces pajas? – me volvió a preguntar.
- Eso es de guarros. – le contesté, sentándome en la silla, delante de él.
- No me lo puedo creer. – Mateo tenía cara de sorprendido. – ¡Pero si a tu edad yo ya me la pelaba como un mono! ¡Incluso he pillado a Izan haciéndose pajas y tenéis la misma edad!
- Porque sois una familia de guarros. – le contesté, levantando los hombros.
Mateo se puso en pie y me dijo con cara de interesante:
- Te propongo un reto.
- El qué. – contesté yo.
- Vamos a jugar un partido al FIFA y nos apostamos algo. – puso su mano derecha delante de mí.
- No es justo, tú eres mejor que yo. – le dije, refunfuñando.
- Yo me cojo al Betis y tú al Barcelona. – contestó, moviendo su mano delante de mí.
- – agarré su mano derecha con la mía y le dije. – Si gano yo, además de invitarme a cenar, me tienes que llevar al cine para ver una película.
- – apretó mi mano. – Y si gano yo, tienes que hacerte tu primera paja.
Aquello me parecía razonable, ya que, como ya sabéis, yo ya me masturbaba. Para mí era ganar o ganar, así que le dije:
- – apreté su mano, moviéndola de arriba a abajo.
Dicho esto, cogí el mando de la Play y Mateo sacó el suyo de su mochila. Encendimos la consola y en pocos minutos, después de elegir los equipos pactados y haber cambiado las alineaciones, el balón echó a rodar. El primer gol lo marqué yo antes de acabar la primera parte, aprovechando una jugada a la contra. El segundo gol lo marcó él, después del saque de centro que había al comenzar la segunda parte, aprovechando que esa jugada estaba chetada.
- ¡Eso es trampa! – me quejé. – ¡Puto bug de mierda! – Mateo no paraba de reírse mientras se veía la repetición del gol.
- Habla bien, anda. – me cortó después. – Y no te quejes que mis jugadores casi no pasan los 80 de media. – ahora había sacado yo de centro, intentando imitar su jugada, pero él me hizo falta.
- ¡Que guarro! – me volví a quejar, dándole un puñetazo flojito en el hombro mientras que Mateo seguía riéndose de mi enfado.
El partido prosiguió y el árbitro añadió tres minutos de descuento. Mateo estaba corriendo con su extremo por la banda mientras que el reloj pasaba el 93.
- ¡Eh, eh! ¡Arbi, la hora! – gritaba yo.
El extremo centró y el delantero remató de cabeza, empujando el balón al fondo de la red de mi portería. Mateo se puso de pie y gritó alegremente.
- ¡Vamos! – alzaba su puño, triunfante.
Yo, por el contrario, me desplomé sobre la cama, levándome las manos a la cara.
- Que asco de juego, tío. – me había frustrado mucho perder de esa forma. – Tiro mil veces más que tú y vas y ganas en el minuto noventa y pico, después de que haya pasado media hora del tiempo que añaden.
Mateo soltó el mando en la mesa y se tiró encima de mí. Apartó mis manos de mi cara y con una de las suyas apretó mis mofletes mientras me decía.
- El fútbol es injusto a veces, pero es lo que hay. – me soltó la cara y se tumbó a mi lado. – Bueno, te toca pagar la apuesta.
- ¿Cómo? – le dije, intentando buscarle las vueltas.
- Que tienes que hacerte una paja. – me contestó.
- Pero, ¿tiene que ser ahora? – le pregunté.
- Sí. – Mateo asentía con la cabeza.
- – me puse de pie. – Pues voy al baño.
- ¿Qué? No, no. Tiene que ser delante de mí. – me dijo, reteniéndome por el elástico de los pantaloncillos.
- ¿Por qué? – dije yo, confuso, dándome la vuelta.
- Para asegurarme de que no te escaqueas. – me respondió, como si fuese lo más obvio del mundo.
- Es que me da vergüenza. – le dije, sonrojándome y mirando al suelo.
Creía que tendría que masturbarme, pero no delante de Mateo. Aquello ya me daba más corte.
- ¿Vergüenza por qué? Si estoy harto de verte desnudo.
- Ya, pero no sé. – le dije yo, con un hilo de voz.
- Bueno, ¿y si me la hago contigo? – dijo Mateo de repente. – Así yo te veo desnudo y tu a mí también.
- No sé… – no estaba muy seguro, aunque dentro de mí me moría de curiosidad por ver a Mateo desnudo al completo.
- Venga, anda. – me agarró de la cintura y tiró de mí hacia la cama, haciéndome caer de bruces en ella de nuevo. – Que, si no, no te invito a cenar, eh.
- Eso es trampa. – le dije, poniendo morritos.
Mateo me sonrió y ambos nos colocamos boca arriba y a la misma altura, con la diferencia de que a mi me colgaban los pies por el filo de la cama mientras que él los tenía apoyados en el suelo. Mateo llevó sus manos al bajo de su camiseta y, después de incorporarse un poco, se lo quitó, tirándolo a la silla y volviendo a tumbarse a mi lado.
Aunque estaba harto de ver a Mateo sin camiseta, aquel gesto hizo que mi corazón se pusiese a mil. Podía apreciar cómo su cuerpo desprendía mucho calor y yo estaba cada vez más nervioso. Miré de reojo su torso, en el que se apreciaba perfectamente sus marcados pectorales, unos definidos abdominales y el cambio de color de piel de las mangas y el cuello.
- Bueno, a la de tres nos bajamos los pantalones y todo, ¿vale? – me dijo, alegremente.
No dije nada, pero Mateo se lo tomó como un sí, ya que llevó sus manos hacia la bragueta de sus pantalones, desabrochando el botón y bajando la cremallera, para después colocarlas sobre el borde de estos. Yo imité este último gesto y puse mis manos sobre el elástico de los pantaloncillos y de mi ropa interior y apoyé los pies sobre la cama.
- Una, dos… y ¡tres! – dijo Mateo, bajando hasta la mitad de su muslo sus pantalones, levantando el culo de la cama.
Yo hice lo propio, muerto de vergüenza, mientras miraba descaradamente hacia las partes de Mateo. De debajo de sus calzoncillos salió un pene en estado semi erecto que para mí era gigantesco. La piel de este era del mismo tono que el resto de su cuerpo y la cubría casi entera, dejando una rosada parte del glande sin descubrir. No había ningún tipo de vello en sus zonas íntimas, lo que me llamó poderosamente la atención.
Era la primera vez que veía el pene de un adulto, al menos desde que dejé de ducharme con mi padre cuando era pequeño. Al verlo, sentí cómo una onda de excitación se extendía desde mis adentros, haciendo que mi flácido pene comenzara a hincharse.
- Creía que los adultos teníais mucho más pelos en los huevos. – le dije, mirando a la cara a Mateo.
- Y los tenemos, pero yo, por ejemplo, me los he afeitado por si caía la breva con Sonia. – me respondió, sonriendo. – Tu ya tienes unos cuantos, eh. – miraba mi pene sin ningún pudor.
- En los huevos no tengo muchos. – le contesté, encogiéndome de hombros.
- Ya te crecerán, no te preocupes. – después de decir esto, llevó su mano derecha hasta su pene y comenzó a sobarlo. – ¿Sabes cómo se hacen las pajas?
- Creo que sí. – le respondí, imitando el gesto de su mano y comenzando a apretar la punta del mío.
- Lo primero es que esté bien empinada, como la mía ahora. – dijo.
Con el dedo pulgar de su mano izquierda empujó por la base del tronco de su pene, dejándolo totalmente vertical. Me quedé asombrado, ya que era aún más grande ahora, además de ser más ancho aún. Aquella imagen me excitó mucho y mi pene, al igual que el de Mateo, ya estaba completamente erecto.
- Luego, lo agarras con la mano por aquí. – llevó su mano derecha hasta un poco más abajo del comienzo de su glande. – Y empiezas a bajar y subir la piel. – Su mano empezó a moverse lentamente de arriba abajo, ocultando y enseñando su glande rosado.
Mi corazón iba a mil y no podía quitar la vista del pene de Mateo mientras se pajeaba. Mi pequeña mano derecha agarró el mío y comencé a imitar los movimientos de Mateo.
- Lo estás haciendo muy bien. – me dijo Mateo, mientras me miraba y seguía machacándosela. – ¿Te está dando gustito?
- – le sonreí. Estaba más excitado que nunca me sentía derretir.
Continuamos durante un poco de tiempo, en los que aumentamos la velocidad progresivamente. Sin previo aviso, Mateo apartó su mano de su pene, que se estrelló sobre su abdomen, y la llevó hacia el mío, quitando mi mano de mi propio rabo.
- ¿Qué haces? – le dije, mientras sentía el calor de su mano mientras que apretaba sus dedos a lo largo de mi pene.
- Quiero que tu primera paja sea memorable, y si te la hacen se siente mejor. – me contestó, mientras comenzaba a mover su mano ya a un buen ritmo.
Aunque no era mi primera paja, era cierto que se sentía mucho mejor. Mis piernas comenzaban a dar pequeños espasmos debido a las corrientes eléctricas que emergían del placer que me estaba dando Mateo. De la punta de mi pene comenzaron a salir unas gotas transparentes que comenzaron a expandirse por la zona, manchando la mano de Mateo.
- Uff… – suspiré, cerrando los ojos fuertemente, concentrándome en disfrutar.
- Si te está gustando esto, ahora vas a alucinar. – dijo súbitamente Mateo con voz confiada, soltándome.
Escuché cómo sus zapatos caían al suelo y abrí los ojos de nuevo. Mateo estaba de pie, quitándose los pantalones y la ropa interior primero y los calcetines tipo pinkies después, quedándose completamente desnudo.
- ¿Qué vas a hacer? – le pregunté yo, entre excitado y nervioso.
- Tú déjamelo a mí, ya verás. – contestó, agarrando mis pantalones y quitándomelos de un tirón, dejándome desnudo a mi también.
No sabía qué iba a pasar en aquel momento, pero sí sabía que necesitaba correrme en cuanto antes, así que, observando la desnudez de Mateo (en concreto su pene, que seguía duro como una piedra), comencé a masturbarme de nuevo.
Mateo, al ver lo que hacía, movió ficha y con ambas manos abrió mis muslos, introduciéndose entre mis piernas y clavando sus rodillas en el suelo. De nuevo, quitó mi mano de mi pene mientras que yo veía cómo agachaba su cabeza y abría la boca. Sentí el calor de su respiración estrellarse sobre mi tersa piel justo instantes antes de sentir la humedad de la boca de Mateo, que engullía mi pene hasta la mitad.
- Ohh… – gemí cuando sentí su lengua enroscarse sobre mi glande, bajándome la piel con los labios.
Mateo no paraba de subir y bajar su cabeza, frunciendo sus labios y succionando, haciéndome morir de placer. No tardé mucho en sentir que iba a correrme, pero sabía que, en cuanto terminase, se acabaría la fiesta.
- Mateo, para, me voy a correr. – le dije, suspirando con la voz cortada.
- Vale, no quiero que lo hagas en mi boca. – continuó pajeándome velozmente mientras que ahora se escuchaba un ruido muy curioso debido a toda la saliva que había en mi pene.
- No, para. – le quité la mano de encima de mis partes e incorporándome un poco.
- ¿Qué pasa? – me miraba extrañado. – ¿No te está gustando?
- Sí, pero… – no sabía muy bien cómo decir aquello.
- ¿Pero qué? – me preguntó, cariñosamente.
- Yo también quiero… – empecé a decir. – chupártela. – terminé, en un susurro inaudible.
- ¿Qué quieres qué? No me he enterado. – Mateo se puso de pie y se tumbó a mi lado.
- Mmm… – me moría de corte. – Que yo también quiero probar a hacer lo que tú me has hecho. – dije, armándome de valor.
Mateo arqueó las cejas, sorprendido. Llevó una de sus manos sobre mi cabeza, despeinándome.
- ¿Seguro?
- Sí. – le respondí, rojo como un tomate.
- Vale, tengo una idea. – su cara se iluminó. – Así podemos disfrutar los dos.
Apoyando las manos y las rodillas sobre la cama, Mateo se dio la vuelta, quedando su cabeza a la altura de mi pene (que estaba un poco más flácido debido a la falta de acción) y ahora yo tenía casi a en frente todo el miembro de Mateo, que estaba algo morcillona, pero para nada como hacía unos minutos.
Sin decir nada, Mateo se puso de lado y, con ayuda de su mano, se metió de nuevo mi pene en la boca. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al sentir aquel placer otra vez, a la vez que cerraba los ojos y un gemido se escapaba de mis labios. Al abrir los ojos de nuevo, pude ver el pene de Mateo justo en frente de mí. Me coloqué de lado, al igual que Mateo y apoyé la planta de la pierna que me quedaba más arriba para ponerme cómodo.
Algo dubitativo, llevé mi mano hasta este y sentí el calor que desprendía. Mi mano se veía minúscula en comparación a aquel trozo de carne y no era capaz de cerrar la mano alrededor de aquel pene que comenzaba a ponerse cada vez más duro. Comencé a subir y a bajar su tersa piel por encima de aquel rosado glande, que cada vez estaba más y más mojado. Cuando ya estaba duro como si de una barra de metal se tratase, decidí que era el momento de probar a devolverle el favor a Mateo, que me tenía a escasos lengüetazos de hacer que me corriese.
Le bajé la piel un poco, dejando al descubierto aquel capullo lleno de un líquido transparente y viscoso. Cerré los ojos y, con ayuda de mi mano, me llevé aquel pedazo a la boca. Lo primero que tocó su miembro fue una lengua que recogió parte de aquella esencia, haciendo que aquel sabor agridulce inundase mis sentidos. No me disgustó, por lo que continué introduciendo todo lo que pude su pene en mi boca.
Sentí cómo Mateo había dejado de engullir el mío y escuché cómo gemía mientras yo imitaba sus movimientos, lamiendo con mi legua aquel glande que se encontraba en mi boca. Comencé a sacar y a meter lo poco que me cabía, apretando mis labios y succionando, mientras cerraba los ojos para concentrarme en aquella experiencia.
Mateo, por su parte, comenzó a pajearme mientras que, para mi sorpresa, se llevaba uno de mis huevos a la boca. Aquella era otra nueva sensación increíble que descubrí que me encantaba. Mientras gemía ahogadamente por el vaivén de la polla de Mateo en mi boca, este aprovechó que es más largo que yo para escurrirse y pasar a lamer mis huevos a lamer mi perineo. Pasó poco tiempo allí, ya que, aprovechando que tenía las piernas abiertas, con ayuda de una de sus manos, abrió uno de mis cachetes y comenzó a lamer alrededor de aquel inexplorado agujero.
Aquella sensación era completamente distinta a todas las anteriores, por lo que, sacando su pene de mi boca, dije:
- Uff…
- ¿Te gusta? – me preguntó Mateo.
- Sí… – le contesté, antes de llevarme su pene a la boca, deseando que él también continuase.
Deseo concedido, Mateo llevó de nuevo su lengua a mi ano, lamiéndolo esta vez por encima, mientras que sentía su respiración estrellarse sobre mi culo. Aquel placer era distinto, pero muy potente igualmente. Aumentó cuando Mateo pasó a introducir directamente la punta de su lengua dentro de mi hoyito, moviéndola dentro de mí, haciéndome gemir ahogadamente.
Mateo vio que me gustaba y con una de sus manos comenzó a masturbarme mientras que introducía cada vez más su lengua dentro de mí. Yo sentía que me iba a morir de placer y que no sería capaz de aguantar mucho más. Notaba cada vez más y más líquido salir de la punta de mi Mateo, que cada vez estaba más vigorosa. Seguía con la mamada a Mateo por pura inercia, respirando fuertemente, ya que mi cabeza estaba concentrada en cómo su lengua jugueteaba con mi ano.
De repente, la lengua de Mateo desapareció del lugar, volviendo a aparecer al momento e introduciéndose todo lo que podía, para volver a salir de nuevo y así repetidamente. Aquello, junto a la paja que la mano experta de Mateo me hacía, fue el culmen para mí.
Sentí cómo se me erizaba la piel y todo mi cuerpo se contraía, apretando mi ano sobre la lengua de Mateo. Me saqué de la boca el miembro de este y comencé a gemir ahogadamente, mientras que una ola de placer inundó todos mis sentidos, haciendo que mi pene comenzase a palpitar y a soltar algunas gotas de líquido blanquecino sobre el brazo y el pecho de Mateo.
Cerré los ojos un momento, intentando controlar mi respiración y relajando todos mis músculos. Sentí cómo algo se movía en frente de mí y, al abrir los ojos, pude ver cómo la mano de Mateo sacudía violentamente su pene lleno de mi saliva delante de mí. Un instante después, Mateo comenzó a jadear y a estirar las piernas a la vez que bajaba la intensidad de la paja.
Fue entonces cuando de la punta de su pene comenzaron a salir rayos de semen blanco y espesos que iban a acabar sobre mi cara. Puse la mano para intentar cubrirme, pero uno de los trallazos acabó sobre mi mejilla, mientras que el resto fueron a parar a la palma de mi mano y a las sábanas.
- Uff, Dios… – Mateo respiraba como podía.
- Tío, que has llenado entero. – le dije, disgustado, sintiendo el calor de aquel líquido en mi mejilla mientras me sentaba en la cama.
Mateo se sentó en la cama también y los dos nos quedamos de frente.
- Lo siento mucho, renacuajo. – ponía cara de arrepentimiento. A ver, déjame limpiarte.
Desnudo como estaba, se levantó y fue a recoger sus pantalones. Por primera vez, podía ver la anatomía al completo de la parte trasera de Mateo. Un par de esponjosas nalgas de un blanco crema centraba mi atención, cuando este se dio la vuelta, portando un paquete de clínex. Se apoyó en la orilla de la cama mientras que yo le tendía mi mano derecha, llena de sus restos.
- Joder, estabas cargadito, eh. – le dije sonriendo.
- Sí, es que me estaba reservando para hoy por si Sonia caía… – me dijo, sonriendo, mientras refregaba el papel sobre mi mano, dejándolo empapado.
No sé por qué, aquellas palabras ahora me habían caído mal. De repente, cuando escuché el nombre de Sonia sentí un pinchazo en mi interior. Bajé mi mirada, sintiéndome un idiota. Con su otra mano, Mateo agarró la mía y le dio la vuelta para limpiar por el dorso de esta. Pude sentir el calor de su piel sobre la mía, haciendo que el corazón me fuese a mil.
No sabía qué estaba pasando dentro de mí, pero quería que parase. Mateo colocó mi mano sobre mi rodilla y posó una de las suyas sobre mi barbilla, levantándome la cabeza. Mis ojos se encontraron con los suyos, que me miraban con ternura. Con su otra mano, tomó otro pañuelito y lo pasó sobre mi mejilla, limpiando sus restos de mi piel. Después, con el dorso de esa misma mano, acarició aquella zona.
- Mateo… – quise decir.
Pero no pude, porque los labios de Mateo silenciaron cualquier palabra que pudiese salir de mi boca.
Espero que hayan disfrutado del relato. Me encantaría que me dejasen saber su opinión, tanto en los comentarios o por e-mail, ([email protected] ). Suelo responderlos todos y me ayudan mucho a seguir escribiendo.
PD: Perdonad cualquier falta de ortografía, pero odio releer los relatos después de escribirlos xD.
Muy chulo el relato y con ganas si quieres de una segunda parte.
Todo transcurre sin prisas cosa que lo hace muy realista. Algo que no abunda.
Asi que esperando esa segunda parte
Escribes muy bien, así que da gusto leer este relato. Me pareció tierno y realista. Buscaré qué más has publicado.
Seduro hay continuacion, Me gusto tu relato y sigue contando mas amigo…. 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉 _)
gran relato como sigue