El Canguro 2
Las cosas prosiguen con mi canguro….
El Canguro 2.
Mis ojos se cerraron instintivamente, sintiendo cómo los labios de Mateo apretaban suavemente a los míos. Noté su mano izquierda sobre mi mejilla, reconfortándome con su calor, mientras que su lengua irrumpía en mi boca tímidamente. Mi lengua salió a su encuentro de forma torpe, sintiendo la rugosidad de la suya. Me sentía extrañamente feliz, con un sentimiento desconocido y potente dentro de mí.
La intensidad de nuestro beso hizo que casi fuese un morreo en toda la regla, haciéndome pensar que iríamos a por el segundo ‘round’, ya que me estaba excitando cada vez más. Pero, de repente, Mateo separó sus labios de los míos. Abrí los ojos y pude ver en los suyos algo extraño, pero no supe descifrar qué era.
- Bueno, vamos a parar ya, que nos estamos emocionando. – me dijo, sonrojándose un poco.
- ¿Por qué? A mí me apetece seguir besándote. – le respondí con total sinceridad.
- Ya, pero… – sonreía mientras se ponía de pie y se limpiaba sus partes con un clínex. – He pensado que, como te has portado muy bien, vamos a ir al cine también.
- ¿En serio? – salté de la cama mientras Mateo asentía con la cabeza. – Pero, las películas empiezan sobre sobre las 10, ¿no? – daba brincos sobre la punta de mis pies.
- Sí, por eso, tenemos que darnos prisa si queremos comprar chuches y palomitas y además tenemos que comprar las entradas. – Mateo se comenzó a vestir, poniéndose los calzoncillos primero. – Venga, ponte guapo, que nos vamos.
Di un grito de alegría y busqué por el suelo mis calzoncillos. Me los puse y cogí del armario unos vaqueros y una camiseta roja. Mateo, por su parte, buscó de su mochila otra cosa que ponerse arriba y sacó una camiseta celeste.
Después de asearnos y recogerlo todo, salimos de casa y nos fuimos en dirección a su coche. Era un Volkswagen Polo de color negro y se podía apreciar que el coche ya tenía algunos años. Pude ver una L blanca sobre un fondo verde en la luna trasera del coche, lo que indicaba que tenía el carnet desde hacía menos de un año. Era la primera vez que me montaría con él, aunque confiaba en que llegaríamos a salvo al centro comercial.
Nos montamos en el coche y emprendimos nuestro rumbo mientras charlábamos animadamente de la película que íbamos a ver.
- ¡Dios, es que ahora todos saben que es Spiderman! – decía yo, ilusionado.
- Sale el Doctor Octupus de la segunda película, creo. – comentaba Mateo.
Así, conjeturando sobre lo que pasaría en la película o no, llegamos al sitio. Después de pasarnos por un quiosco cercano y de comprar una buena bolsa de chucherías, guardamos cola para sacar las entradas de la siguiente sesión, que comenzaba en 10 minutos. Casi no nos dio tiempo a comprar un paquete palomitas y un par de refrescos, pero, cuando al fin nos sentamos en nuestros asientos, el último tráiler seguía en pantalla.
Disfruté mucho de la película, pero sobre todo disfruté de la compañía de Mateo. No sabía por qué, pero tuve la necesidad de meter la mano en la cajita de palomitas cuando veía que él también iba a hacerlo para poder rozar sus dedos. Devoramos con avidez las guarrerías que Mateo compró y, para cuando salimos de la sala de cine, yo iba a explotar.
Caminábamos lentamente y sin prisa de vuelta al coche, cuando Mateo rodeó mis hombros con su brazo y me acercó a él cariñosamente.
- ¿Te ha gustado? – me preguntó.
- Sí, ha estado muy chula. – le contesté. – Aunque creo que voy a reventar.
- Mucha comida en muy poco tiempo, ¿no? – se reía.
- Sí, vamos a casa ya porfa. – le pedí.
- ¿Entonces no quieres que cenemos por ahí? – me dijo.
- No, no. – se me revolvían las tripas solo de pensar en más comida. – A casa.
Así, después de unos cuantos minutos, llegamos a casa. En cuanto Mateo abrió la puerta yo salí disparado hacia el cuarto de baño. Me puse a jugar al móvil mientras estaba en la taza de váter, jugando varias partidas al Clash Royale hasta que las piernas se me comenzaron a dormir. Después de asearme y de tirar de la cadena, me dirigí hacia mi cuarto en busca de Mateo para decirle que:
- Me ha tocado una legend… – no terminé la frase, ya que Mateo se encontraba dormido sobre la cama que había bajo la mía.
Unas calzonas negras eran la única prenda que vestía su cuerpo, mientras que sus manos abrazaban su teléfono móvil sobre su pecho. Tenía una respiración profunda y acompasada y su rostro se veía relajado y tranquilo. Sonreí yo solo como un tonto al ver aquella escena y me acerqué sigilosamente hacia él.
Con sumo cuidado, conseguí arrebatar de sus dedos su teléfono y lo puse sobre la mesita de noche, junto al mío. Me dirigí hacia el armario y saqué una fina sábana de la parte de arriba de este. Conseguí abrirla y la coloqué como pude sobre el cuerpo semidesnudo de Mateo. Me agaché y comencé a ajustar bien la sábana, hasta que terminé por arroparlo hasta la mitad de su pecho marcado.
Me quedé unos segundos mirando su cara, viendo cómo sus labios entreabiertos tomaban aire suavemente. Nunca me había fijado en que Mateo era tan guapo. Sin saber muy bien qué estaba haciendo y con el corazón a mil, me acerqué lentamente hasta su rostro y posé mis labios sobre los suyos, dándole un pequeño beso.
Mateo movió un poco los labios y frunció el ceño sin llegar a despertar. Aquello me asustó un poco, por lo que me retiré y me senté sobre la silla. Aquel simple gesto me había puesto algo caliente y una erección comenzó a crecer dentro de mis pantalones. Decidí desvestirme e ir de nuevo al cuarto de baño para desahogarme, recordando ese beso y todo lo que había pasado esa tarde.
Me quité los pantalones y los calcetines, quedándome en camiseta y calzoncillos. Cuando iba a tomar mi móvil de la mesita de noche, el de Mateo vibró y su pantalla se iluminó. La curiosidad me pudo y miré a ver quién le había escrito. Sonia, tres mensajes. De nuevo, al procesar el nombre ‘Sonia’ algo en mí me pinchó y me puse algo molesto.
Sin pensar en lo que hacía, cogí el teléfono de Mateo y me tumbé en la cama. Sabía su contraseña porque siempre desbloqueaba su teléfono delante de mí y me había acabado aprendiendo los cuatro dígitos que formaban la clave. 1387. Al introducir el último número, la pantalla se desbloqueó y aparecí directamente en el chat de WhatsApp de Sonia. Me puse muy nervioso, ya que Mateo descubriría que había leído sus conversaciones y, como si eso fuese a solucionar algo, bloqueé de nuevo el móvil.
Pensé que, al menos, ya que la había cagado, podría enterarme de qué le escribía Sonia a Mateo a esas horas de la noche. Desbloqueé el móvil y me fijé en que Mateo tenía desactivado el tick azul para que la gente no supiese si leía sus mensajes, por lo que respiré aliviado. También parecía que tenía desactivada la última conexión, por lo que podría tomarme mi tiempo. Sabía que aquello no estaba bien, que estaba violando su intimidad, pero aun así decidí leer los mensajes.
Bajé la conversación hasta los mensajes más recientes, que coincidían con la hora en la que llegamos a casa después del cine.
- Me he quedado con ganas de estar un ratito más a solas. – decía Sonia.
- Yo también, la verdad. – contestaba Mateo, añadiendo un emoji con cara triste.
- No entiendo por qué tienes que cuidar de un niño tan mayor. – seguía Sonia.
- Ya, por mí no lo haría, pero su madre me paga bien y me hace falta el dinero. – respondía Mateo.
Las palabras de Mateo se clavaron en mi interior como si de puñales se tratasen. Sentí cómo mis ojos se empañaban mientras me sentía como un idiota profundo. No quería leer nada más, así que bloqueé el teléfono de Mateo y lo dejé encima de la mesita de noche de nuevo. Toda la excitación que sentía hacía unos instantes se había transformado en tristeza y dolor.
Entiendo que gastar tus sábados sin poder estar con tus amigos puede ser un fastidio, pero… Ese mensaje lo había escrito después de lo de esta tarde, después de besarme… Si no quería pasar tiempo conmigo, ¿por qué me besó? ¿Por qué después me llevó al cine? No entendía nada y me sentía muy confuso. Comencé a sollozar sobre mi almohada, sintiendo cómo mis lágrimas la mojaban y, sin darme cuenta, caí dormido.
Un ruido insoportable me despertó de mal humor. Abrí los ojos y pude ver por la puerta abierta a mi madre en mitad del pasillo pasando la aspiradora.
- ¡Mamá! – grité, malhumorado. – ¿Tienes que pasar la aspiradora mientras estoy durmiendo?
- Buenos días, cariño. – me contestó, sonriendo mientras apagaba la aspiradora para poder hablar conmigo. – Es que, sino por la tarde me da pereza y al final se queda la casa hecha un asco, lo siento. – juntó la palma de sus manos en forma de ‘perdón’ y continuó su faena.
Pensé que Mateo se habría despertado con tanto ruido, pero al mirar hacia abajo vi que la cama ya no estaba. Y Mateo tampoco. Recordé todo lo que había pasado ayer y me puse de más mal humor aún. Me levanté y me puse las primeras calzonas que vi.
- ¿Dónde está Mateo? – le pregunté a mi madre, intentado que me oyese por encima del ruido de la aspiradora.
- ¡Se fue cuando yo llegue! – me contestó, gritando.
Mejor, no tenía ninguna gana de hablar con él. De hecho, ojalá no tuviese que volver a verlo. Cogí mi móvil y vi que mi amigo Felipe me había invitado a su casa a comer para después estar en la piscina. Le pregunté a mi madre si podía ir y, como me dijo que sí, preparé una mochila, metí una toalla y un bañador y me fui andando a casa de mi amigo.
Pasé un día muy agradable, ya que al final vinieron un par de amigos más y cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos que regresar a casa. Esa noche caí rendido en cuanto terminé de cenar y me dormí temprano. Al día siguiente ya era lunes y tendría que irme un par de semanas con mi padre. Le di un par de besos a mi madre antes de salir de casa mientras arrastraba la maleta.
- ¡Pásatelo bien! – me decía.
- Tú también, y ten cuidadito, eh. – le decía yo a mi madre, que iba a aprovechar para irse con unas amigas durante un par de semanas a la playa.
Mi padre esperaba apoyado sobre el capó del coche. Al verme, su cara se iluminó de felicidad y empezó a caminar hacia mí.
- ¡Hola, campeón! – me decía, dándome un fuerte abrazo.
Yo intentaba responderle, pero su abrazo casi me dejaba sin abrazo y antes de soltarme ya me estaba dando besos en la cara, raspándome con su barba de pocos días.
- Ay, ay. ¡Para, papá! – le dije, riéndome.
Este se separó un poco de mí y pude darle por fin un beso en la mejilla. Olía a una colonia fuerte e iba vestido con unos vaqueros y una camisa blanca. Mi padre y yo éramos casi dos gotas de agua (según la gente), salvo que él tenía las facciones más marcadas y yo tenía la nariz y las cejas de mi madre. Llevaba su pelo castaño peinado con una raya hacia un lado y unas gafas de sol ocultaban sus ojos alegres.
Me metí en el coche y fuimos de camino hasta su nuevo piso, que estaba a unos veinte minutos de mi casa. Allí la semana pasó rápidamente. Disfrutaba de la compañía de mi padre, que de vez en cuando me acercaba a casa de alguno de mis amigos para pasar la tarde y que yo no me aburriese y además teníamos una piscina dentro del bloque de pisos. Fuimos a la bolera, quedamos con su mejor amigo (que tenía un hijo de mi edad con el que me llevaba bastante bien), pasamos un día suelto en la playa… Cuando quise darme cuenta, ya había pasado media semana más.
Durante aquellos días pensé varias veces en Mateo, pero inmediatamente me ponía de mal humor y un pellizco se me cogía en la barriga, por lo que intentaba no hacerlo.
Aquel día transcurría con normalidad. Fuimos a la piscina comunitaria, comimos en el chiringuito que había allí mismo y un poco más tarde nos quedamos fritos en el sofá mientras veíamos una película en la televisión.
- Nene, nene… – oía a mi padre decirme mientras me zarandeaba ligeramente.
- – le respondí, abriendo los ojos.
- Tenemos un problema. – me dijo mi padre, que estaba pálido.
- ¿Qué pasa? – dije, preocupado.
- Se ha muerto el padre de un amigo mío. – me dijo con tristeza.
No supe qué decir, así que no dije nada y me limite a poner cara de circunstancias.
- Voy a ir al velatorio para estar con él y creo que pasaré la noche en el tanatorio. – dijo mi padre.
- Bueno, puedo quedarme aquí, ¿no? – le dije yo, pensando que se enrollaría mucho más que mi madre.
- No, cariño, no sé a qué hora volveré mañana. – me puso una mano en el hombro. – ¿Tienes el número de Mateo, o se lo pido a mamá?
Al escuchar el nombre de Mateo sentí como si me faltase el aire. No quería ver a Mateo.
- Sí, pero no creo que avisándolo con tan poco tiempo pueda venir, tendrá sus planes. – le respondí.
- Bueno, vamos a intentarlo, sino ya vemos qué hacemos. – insistió mi padre.
A regañadientes, busqué en mi móvil el número de Mateo y se lo dicté a mi padre. Este marcó los números y puso el móvil sobre la mesa en altavoz.
- ¿Sí? – se escuchó la voz de Mateo después de un par de tonos.
- Hola, buenas tardes, soy Germán, el padre de Ulises. – dijo mi padre.
- ¡Ah! Hola, ¿pasa algo? – dijo con voz preocupada.
En el fondo me hizo un poco de gracia que quizá Mateo se pensase que yo podría haberle dicho algo a mi padre sobre lo que pasó el otro día.
- No, no, descuida. – lo tranquilizó mi padre. – Mira, es que voy a tener que salir hasta mañana y me preguntaba si podrías quedarte con Ulises esta noche. Te pagaría algo más de lo que te paga Paula por avisar con tan poco tiempo. – añadió mi padre.
Crucé los dedos para que Mateo dijese que no.
- Oh, lo siento. Verá es que estoy solo en casa y tengo que quedarme cuidando de mi hermano pequeño y no voy a poder. – dijo con voz apenada mientras yo celebraba en mi interior.
- Ah, bueno, no pasa nada, no te preocupes. – respondió mi padre con voz de despedida, llevando ya un dedo hasta el móvil.
- ¡Espere! – dijo Mateo de repente. – Si quiere, puede traerlo a mi casa y que se quede con nosotros.
Mi padre agarró el teléfono y se puso de pie.
- ¡Perfecto! Me salvas la vida, Mateo. – le dijo, aliviado.
- No se preocupe, disfruto mucho con su hijo. – dijo amablemente. – Además, no se preocupe por el dinero, si de todos modos tengo que quedarme pringando con mi hermano.
- No, no. Por eso no te preocupes, hijo. Te pagaré como si vinieses a casa a cuidarlo. – contestó mi padre. – Pásame la ubicación de tu casa y en una media hora estaremos por allí.
- Muchas gracias. Sí, se la paso enseguida, hasta ahora. – se despidió Mateo antes de colgar.
Mi padre se giró y vio mi cara de disconformidad.
- ¿Qué pasa? Creía que te gustaba estar con Mateo. – dijo mi padre.
- Estoy harto de que me tratéis como a un niño pequeño. ¿Por qué tiene que cuidar nadie de mí? – estaba bastante enfadado, aunque no sabía si era por ese tema o por tener que ver a Mateo.
- Nene, es para que pueda estar tranquilo. Imagínate que te caes saliendo de la ducha y te pasa algo. Se me caería el pelo, hijo. – puso mano sobre mi hombro y añadió. – Además, cualquiera aguantaría a tu madre.
Aquello me hizo algo de gracia, pero intenté no reírme para hacer notable mi enfado. Me puse unos pantaloncillos cortos grises, un polo negro y unos zapatos deportivos blancos y, tal y como me mandó mi padre, metí en una mochila algo de ropa y en diez minutos ya estábamos montados en el coche. La casa de Mateo estaba en el mismo pueblo que la mía, por lo que, tal y como dijo mi padre, pasada una media hora ya estábamos en su puerta.
- ¿Sí? – dijo Mateo por el telefonillo después de que mi padre llamase al timbre.
- Hola, traigo a Ulises. – contestó mi padre.
La puerta se abrió y Mateo apareció por esta. Llevaba una pantaloneta celeste y una camiseta de tirantes de color blanca que resaltaban sus hombros anchos. Mi enfado con Mateo no pudo hacer que el corazón me diese un vuelco al ver lo guapo que estaba.
- ¡Hola! – saludó Mateo a mi padre, estrechándole la mano.
- Encantado de conocerte al fin, Mateo. Ulises me ha hablado mucho de ti. – dijo mi padre amablemente.
- ¿Qué pasa, coleguilla? – se dirigió ahora a mí, dedicándome una agradable sonrisa.
- – contesté yo con desgana.
- Bueno, intentaré pasarme mañana por la tarde lo antes posible, ¿está bien? – dijo mi padre, poniéndome una mano en el hombro.
- Sí, cuando quiera, yo tengo que estar toda la semana a cargo de mi hermano, así que no se preocupe por la hora. – contestó Mateo.
- Bueno, nene, pórtate bien, ¿vale? – me dio un beso en la mejilla. – Mañana nos vemos.
- Hasta mañana. – me despedí.
Mi padre dio la vuelta y se dirigió hasta su coche. Mateo se quedó mirándome mientras que yo tiraba nervioso de las asas de mi mochila.
- Os parecéis un montón. – me dijo, echándose a un lado para que pudiese pasar.
- – le contesté secamente mientras pasaba por su lado.
Mateo cerró la puerta y tiró de mi mochila fuertemente, haciéndome retroceder unos pasos para no caerme. Me miró con cara de extrañado y me preguntó:
- ¿Qué te pasa?
- – no era capaz de mirarle a los ojos.
- Venga ya, sé que te pasa algo. – me volvió a insistir.
- Que no me pasa nada. – contesté, esta vez de mala manera.
- ¿Es por lo del otro día? – su voz sonaba algo nerviosa.
Iba a responderle que sí, bueno, que no, que era porque no entendía a qué jugaba conmigo, cuando un chico un poco más alto que yo apareció por una de las puertas que daban al recibidor.
- Mateo, ¿vienes ya o sigo yo solo?
Tenía el pelo pajizo como Mateo, pero sus ojos eran azules como el cielo en verano. Tenía muchas de las facciones de su hermano mayor, pero su nariz era algo más achatada y llevaba el pelo cortito por arriba y mucho más corto aún por los lados. Vestía tan solo un bañador corto, que dejaba a la vista el resto de su cuerpo.
Tenía la piel un tonito más oscura que Mateo y no podía ver ni un solo vello ni en su torso ni en sus piernas, que eran largas y poderosas. En su abdomen podían intuirse una serie de cuadraditos y, un poco más arriba, se apreciaba la línea de sus pectorales. A simple vista, parecía un muchacho despierto y emanaba confianza en sí mismo.
Sus ojos se fijaron en mí de forma curiosa y esbozó una pequeña sonrisa.
- Ulises, este es mi hermano Izan. – me presentó Mateo mientras que Izan levantaba la cabeza en forma de saludo.
- – le dije, tímidamente.
- Vamos a dejar las cosas de Mateo en tu cuarto y ahora vamos. – le dijo Mateo a su hermano.
- No tardes, que me quiero pasar esto ya. – contestó Izan.
Mateo puso una mano sobre mi espalda y me empujó suavemente para que echase a andar a su lado. Subimos unas escaleras y entramos en la primera habitación que había. La estancia era bastante grande y luminosa. Las paredes blancas estaban llenas de pósteres de fútbol y de bufandas del Sevilla. Había un escritorio muy largo bajo una ventana que dejaba entrar los rayos del sol. A mi izquierda pude ver una cama de matrimonio llena de cojines y con un hipopótamo de peluche.
- ¿Yo voy a dormir aquí? – le pregunté a Mateo.
- Sí. – contestó. – Izan dormirá en el sofá.
Me dio un poco de pena haber echado al muchacho de su propia cama.
- ¿Por qué no duermo mejor yo en el sofá e Izan en su cama?
- No te preocupes, ha sido él quien lo ha propuesto.
Me sentí un poco más aliviado, dejé mis cosas sobre la cama y bajamos de nuevo hasta el salón. Allí, sobre un sofá bastante largo, Izan miraba su móvil mientras un mando de la Play estaba apoyado en su regazo.
- Hazle sitio a Ulises, Izan. – dijo Mateo.
El chico se movió un poco hacia su derecha y me senté a su lado. A decir, verdad, estar cerca de Izan me ponía un poco nervioso, aunque no llegaba a comprender el por qué. Mateo se sentó a mi lado, dejándome en medio, y cogió el otro mando de la consola, que estaba encima de la mesa. Miré entonces a la televisión y pude ver que jugaban a un juego peleas. Uno de los hermanos reanudó la partida y siguieron jugando.
- ¿Sabes qué juego es? – me preguntó Izan.
- – respondí, algo cortado.
- Está muy guapo. Ahora cuando terminemos te enseño a jugar. – dijo Mateo.
Levanté mis hombros con indiferencia y me quedé viendo cómo jugaban mientras chillaban y decían cosas alegremente. El ambiente era distendido y la verdad es que se lo estaban pasando bien. Miré de reojo a Izan y vi cómo se mordía la lengua a la vez que miraba fijamente la televisión, apretando sus dedos sobre el mando. Decidí que él no tenía culpa de mi enfado con Mateo (hasta me había dejado su cama), así que intentaría ser más simpático con él.
Un tono de llamada comenzó a sonar a mi izquierda y el juego se pausó. Mateo sacó su teléfono del bolsillo de su pantalón y puso una sonrisa tonta en su cara cuando miró la pantalla.
- Seguid jugando vosotros. – dijo, mientras se levantaba y echaba su mando sobre mis piernas.
Salió del salón antes de descolgar el móvil y se escuchó cómo subía hasta su cuarto. Aquella sonrisa era la que ponía cada vez que hablaba de Sonia, por lo que imaginé que sería ella. “Por mí no lo haría”. De repente mis orejas estaban al rojo vivo.
- ¿Hay alguien ahí? – dijo Izan, divertido, mientras pasaba una mano delante de mis ojos.
- ¿Eh? – volví al mundo real.
- Que si quieres que te enseñe a jugar. – me decía, enseñándome el mando.
- Sí, claro. – cogí el mando.
Izan me enseñó lo básico sobre el juego y estuvimos casi toda la tarde jugando a ver quién ganaba más peleas. Lo cierto es que me lo pasé muy bien, y es que Izan era un chico divertido y risueño. Mateo no apareció casi hasta la hora de cenar.
- ¿Alguien quiere pizza? – preguntó.
- ¡Yo! – dijimos los dos al unísono alegremente.
Mateo soltó una carcajada.
- Veo que os habéis hecho amigos.
- Es buena gente. – dijo Izan. – Aunque es malísimo jugando.
- ¿Qué dices? Si he aprendido hace un rato y ya te he ganado unas pocas de veces. – le dije yo mientras le daba un puñetazo flojito en el hombro.
Izan miró su hombro y luego me miró a mí con el semblante serio. Mierda, me había pasado de confianzas. Izan soltó el mando en la mesa y se abalanzó sobre mí. Me derribó encima del sofá, haciendo que mi rostro quedase de cara al sofá y sentí su cuerpo sobre el mío, inmovilizándome. Como hacía su hermano, comenzó a hincar su dedo índice debajo de mis costillas para hacerme cosquillas.
- ¡Pídeme perdón! – gritó.
- ¡Ah! ¡Para! – le dije, riéndome a carcajadas.
Pude sentir el calor de su cuerpo a través de mi polo mientras mi cuerpo se movía agitadamente.
- ¡Pídeme perdón! – repitió, divertido.
- ¡Me niego! – dije yo, intentando quitármelo de encima.
De repente, sentí desaparecer el peso de su cuerpo sobre el mío. Me giré y pude ver cómo las tornas se cambiaron. Mateo había agarrado a Izan y ahora era él quien recibía las cosquillas. Su risa llenaba todo el salón mientras su hermano apretaba su vientre.
- ¡Pídeme perdón! – decía Mateo.
- ¿Por qué? – decía mientras reía como un loco.
- No lo sé, pero ¡pídeme perdón! – contestó riendo también Mateo.
- ¡Perdón, perdón! – se rindió Izan.
No pude evitar reírme yo también ante aquella situación. Mateo se levantó sobre su hermano, que jadeaba intentando recuperar el aliento.
- Izan, vete a la ducha, anda, que empiezas a oler a sudor. – dijo el mayor de los hermanos.
- – Izan puso los ojos en blanco.
- Tú también tendrás que ducharte, ¿no? – me preguntó Mateo.
- – le contesté yo, sin muchas ganas tampoco.
- Dale una toalla y ducharos mientras yo voy calentando el horno.
- – dijo Izan.
Mateo se fue a la cocina y yo seguí a Izan escaleras arriba. Entramos en su cuarto y me preguntó:
- ¿Te duchas tú primeo y luego me ducho yo?
- – respondí.
Nos dimos media vuelta y nos dirigimos al cuarto de baño. Izan se agachó y sacó de un armarito una toalla de color coral.
- Aquí hay gel y champú. – me dijo, señalando un cajoncito dentro del plato de ducha.
- Vale, gracias. – respondí.
Izan salió del baño y cerró la puerta tras de sí. Abrí el grifo y comencé a desvestirme. Cuando ya estaba desnudo, toqué el agua a ver si ya estaba caliente, pero para mi sorpresa, salía helada. Decidí esperar un par de minutos para ver si cogía, pero nada. Me amarré sobre la cintura la toalla que me había dado Izan y, sin cerrar el grifo, salí en su busca a su habitación.
La puerta estaba entreabierta, pero, aun así, llamé antes de decir:
- ¿Izan?
No hubo respuesta, así que la abrí y vi que no había nadie. Bajé las escaleras y me asomé a la cocina, donde los dos hermanos hablaban tranquilamente al lado del horno.
- ¿Qué pasa? – me preguntó Mateo, extrañado.
- Es que no sale el agua caliente. – dije, algo cortado mientras agarraba la toalla.
- ¡Hostia! No he encendido el termo. – dijo Izan.
Mateo le dio una colleja e Izan salió por la otra puerta que había en la cocina.
- ¿De qué vas a querer la pizza? – me dijo Mateo, enseñándome la cubierta de tres envases redondos.
- Me da igual. – le respondí, secamente.
Mateo caminó hacia mí mientras me miraba algo extrañado.
- ¿Vas a decirme ya qué te pasa conmigo? – me dijo, mientras se plantaba delante de mí.
- Ya te lo he dicho, no me pasa nada. – no me atrevía a decírselo.
- Y, ¿por qué estás normal con Izan, que lo acabas de conocer, y conmigo te comportas como un capullo? – en su voz se notaba que estaba molesto.
Porque no te entiendo, Mateo. Porque primero me haces una mamada, luego me besas, pero después resulta que si fuese por ti no vendrías a verme. ¿Qué significa eso?
No le respondí y me dediqué a mirar al suelo, mascullando mis palabras.
- ¡Ya está el termo encendido! – gritó Izan.
- Ulises… – puso una mano en mi hombro. – si es por lo del otro día…
Retiré su mano de mi hombro y me di media vuelta, saliendo de la cocina y yendo a las escaleras. Las subí todo lo rápido que me permitió la toalla y me encerré en el baño. Pero, ¿por qué me sentía así? Mateo es un idiota, simplemente se desfogó conmigo y punto. ¿Por qué no era capaz de aceptarlo?
Aquellos pensamientos rondaron mi cabeza todo el tiempo que duró la ducha. Cuando terminé, cogí de nuevo la toalla y me sequé lo mejor que pude. Mierda, encima me había dejado la ropa en el cuarto de Izan. Me até de nuevo la toalla a la cintura y salí por la puerta, notando el contraste de temperatura y haciendo que se me erizara la piel. La puerta estaba abierta e Izan estaba tumbado sobre su cama.
- ¡Menos mal! – me dijo al verme, con una sonrisa. – Está feo pajearse en casas ajenas, eh. – se levantó y se acercó a mí.
- ¿Qué dices? – no estaba de humor, pero aquello me hizo sentir mejor. – No soy un pajillero como tú. – esbocé media sonrisa.
- Ya, ya. Cuéntaselo a otro. – me contestó.
Acto seguido, mientras que yo buscaba en mi mochila qué ropa ponerme, Izan pegó un tirón hacia abajo de la toalla y me la quitó, dejándome desnudo.
- ¡Tío! – le dije, mientras me cubría mis partes.
- Jajaja, la tienes como un cacahuete. – se rio, mientras se alejaba de mí para que no pudiese coger la toalla.
- Eres gilipollas. – no me hacía ninguna gracia.
Viendo que no estaba jugando y que se había pasado, Izan me tiró la toalla de vuelta. Su cara había cambiado y ahora mostraba arrepentimiento.
- Lo siento, era broma. – me dijo.
- Pues no tiene gracia. – le contesté, malhumorado.
Un silencio incómodo reinó la habitación. No sabía muy bien qué hacer, por lo que me puse la toalla de nuevo y seguí buscando en mi mochila. Pude sentir cómo Izan se movía a mi lado antes de decirme:
- Ulises…
Giré la cabeza y lo miré. Para mi sorpresa, Izan estaba completamente desnudo y con las manos sobre su cintura, en forma de jarra.
- ¿Qué haces? – le pregunté, extrañado, mientras mis ojos iban directamente hacia sus genitales.
Su pene, aunque estaba flácido, era de un tamaño considerable. La piel que lo recubría desde la base hasta la punta era un poco más oscura que el resto de su cuerpo y sus huevos se apreciaban algo más rosados. Una pequeña mata de vello rubio oscuro cubría la parte superior de su ingle y sus testículos.
- Así los dos estamos iguales. – me dijo, algo avergonzado.
Me di cuenta de que era su forma de pedirme perdón e igualar la balanza, así que se me pasó el cabreo.
- Tu sí la tienes como un cacahuete. – le dije, sonriendo al fin.
- ¿No estás enfadado conmigo? – se tapó con las manos sus partes.
- No. – respondí.
- Uf. – suspiró, aliviado. – Me caes muy bien, no quiero que pienses que soy gilipollas.
- Tú a mí también. – me sonrojé al sentirme halagado. – Perdona por haberte insultado.
- No te preocupes, me lo merezco. – me sonrió. – Bueno, me voy a duchar.
Y, desnudo como estaba, tapándose sus partes con una mano, pasó por detrás de mí y salió del cuarto. No pude evitar mirar disimuladamente la parte de atrás de su cuerpo mientras se alejaba. Un par de nalgas blancas muy redondas se movían y botaban con cada paso de Izan. Este desapareció tras la puerta del cuarto de baño y yo proseguí con la tarea de vestirme. Una erección de buen tamaño creció en mí mientras me vestía, recordando lo que acababa de pasar. No le di mucha importancia y, tras vestirme, cogí mi móvil y bajé.
Un rico olor impregnó mis sentidos y sentí mis tripas rugir. Entré en la cocina y pude ver a Mateo con su móvil sentado en la encimera. Al escuchar mis pasos, levantó la mirada de este y lo dejó a un lado.
- ¿Qué tal la ducha? – intentaba ser agradable conmigo.
- – respondí yo en tono neutro mientras me sentaba en una de las sillas que había.
- Ulises, ya está bien. – Mateo saltó de la encimera y se acercó a mí. – ¿Qué coño te pasa? ¿Es por lo del otro día?
No respondí y me dediqué a mirar al suelo de nuevo.
- Ulises, deja de comportarte como un niño pequeño. – me dijo, perdiendo la paciencia. – ¿Es por lo del otro día?
Mi corazón iba a mil. Estaba enfadado, nervioso, confuso y no sabía cómo empezar.
- Bueno, sí pero no. – respondí, bajito.
- ¿Cómo que sí pero no? ¿No te gustó? – su tono de voz volvía a ser más suave.
- Sí.
- ¿Entonces? – su mano se apoyó de nuevo sobre mi hombro.
- No entiendo qué pasó. – podía notar mis ganas de llorar en aumento.
Mateo se quedó en silencio un par de segundos, flexionó las rodillas y se agachó para quedar a mi altura.
- Bueno, tuvimos un buen rato. – me dijo, tranquilamente.
- ¿Y por qué me besaste? – pude decir al fin, aunque mi voz sonaba algo rota.
- Pues…, porque me salió en ese momento, Uli. – su mano pasó a mi cabeza y pude notar sus dedos acariciando mi pelo. – Eres una persona muy especial para mí.
Mis sentimientos estaban revolviéndose unos encima de otros. “Por mí no lo haría”. De nuevo, aquellas palabras aparecieron en mi mente. Necesitaba saber por qué se contradecía.
- ¿Y por qué le dijiste a Sonia que si fuese por ti no vendrías a cuidarme los fines de semana? Que solo lo haces por dinero.
- ¿Cómo sabes eso? – retiró su mano de mi cabeza y me miró extrañado.
- Lo leí en tu móvil. – le contesté, avergonzado.
Mateo se puse de pie y me miró con decepción.
- Ulises, sabes que lo que has hecho está muy mal, ¿no? – me dijo, seriamente
- Ya, pero… – me quise defender, pero no había por donde cogerlo.
- ¿Por qué lo hiciste? – me preguntó.
Sentía una presión muy fuerte en el pecho y pensé que me iba a explotar, así que decidí vaciarme y decirle todo lo que pensaba a Mateo.
- ¡Porque creo que me gustas! ¡Y no entiendo nada! – exclamé con impotencia a la vez que sentía cómo una lágrima se escapaba de mis ojos y se resbalaba por mi mejilla.
Mateo se quedó perplejo mientras me miraba fijamente.
- ¡De repente me besas después de lo que pasó, luego me llevas al cine y luego descubro que solo vienes a casa por el dinero! – proseguí. – ¿Qué signif…?
Sentí las manos de Mateo sobre mis mejillas y mis palabras fueron silenciadas por los labios de este. Aquel beso tan solo duró un par de segundos, pero me tranquilizó mucho. Mateo soltó mi cara y se separó unos centímetros de mi cara, aunque sus ojos seguían al nivel de los míos.
- Eres un niño muy especial, Ulises, y te quiero mucho. – sus palabras chocaban contra mi rostro. – Me gustaría no tener que verte los fines de semana, que es cuando puedo disfrutar un poco más con mis amigos, simplemente lo dije por eso. Aunque es un gustazo que me paguen por pasar tiempo contigo, no te lo voy a negar. – me sonrió dulcemente y me dio un abrazo.
El calor de su abrazo sobre mi cuerpo me reconfortó sobremanera, haciendo que me derrumbase y que mi cabeza cayese sobre su hombro mientras seguía llorando sin saber muy bien por qué.
- ¿Están ya las pizzas? – se escuchó la voz de Izan mientras entraba a la cocina. Mateo y yo nos separamos lentamente y me pasé una mano sobre la cara para enjugarme las lágrimas. – ¿Qué pasa? – dijo el muchacho, extrañado.
- Nada, es que Ulises está algo triste porque se ha muerto un amigo de su padre y le tenía mucho cariño. – dijo Mateo.
- Oh, lo siento mucho. – Izan se acercó a mí y me dio un par de palmaditas en la espalda. Llevaba solo unas calzonas y una camiseta ancha.
- No pasa nada, ya estoy bien, pero gracias. – Me recompuse. – ¿No se van a quemar las pizzas?
Mateo se dirigió rápidamente al horno y lo apagó. Las pizzas no se habían quemado, aunque estaba algo tostadas. Pusimos la mesa entre los tres y nos sentamos en el sofá para comer. Mateo buscó una peli en Netflix y estuvimos viéndola mientras cenábamos. Izan, que estaba en medio, echó la cabeza sobre el hombro de su hermano y poco a poco se fue quedando dormido. Antes de dormirse del todo, Izan apoyó su cabeza sobre el regazo de Mateo a modo de almohada y puso sus piernas sobre mis muslos, estirándose a lo largo del sofá.
Miré sorprendido a Mateo, que se rio en silencio. Apoyé una de mis manos en la pierna de Izan y pude sentir la calidez y suavidad de su piel. Instintivamente, mi mano comenzó a acariciar y a hacer cosquillitas sobre Izan, mientras que una inesperada erección creció en mis pantaloncillos.
Apoyé el otro brazo sobre el brazo del sofá y mi cabeza sobre mi mano y así fue como yo también me quedé dormido al cabo de pocos minutos.
- Ulises… – alguien susurraba mi nombre mientras me zarandeaba lentamente. – Uli, vamos a la cama a dormir.
Mateo estaba de pie enfrente de mí. Todo estaba borroso y yo estaba muy somnoliento. Izan estaba tumbado a mi lado, tapado con una manta finita. Mateo tiró de mi brazo y me ayudó a levantarme del sofá. De repente, ya estaba en el cuarto de Izan. Mateo cogió mi mochila y la apoyó sobre la silla. Destapó la cama y yo me metí en ella sin dudarlo un segundo. Cerré los ojos para dormirme otra vez, pero sentí los labios de Mateo sobre los míos de nuevo.
El calor de su rostro frente al mío era una sensación agradable. Este comenzó a apretar más sus labios contra los míos y pronto nuestras lenguas estaban enroscándose la una sobre la otra. Mateo se tumbó a mi lado y la cama crujió un poco. Su mano comenzó a deslizarse por mi torso mientras nos besábamos, cada vez con más pasión, hasta que fue a parar a mi entrepierna. Comenzó a apretar su mano sobre mi pene, que ya estaba enorme.
Seguía teniendo los ojos cerrados, por lo que sentía intensamente sus caricias. Mateo dejó de besarme y sus labios se dirigieron ferozmente hasta mi cuello. Un gemido escapó de mis labios y se me erizó la piel al sentir aquel estímulo mientras que las manos de Mateo pasaron de mi paquete a tirar de mi camiseta hacia arriba. Me incorporé un poco y abrí los ojos. Mateo me miraba con deseo mientras se mordía el labio inferior. Me quitó la camiseta con premura y se colocó encima de mí. Yo intenté quitarle la camiseta también, pero al ver que movía las manos, este las agarró y las puso encima de mí, aprisionándolas con una de las suyas. Sus labios pasaron ahora a pasearse por todo mi torso, haciéndome retorcer, hasta que llegó a la parte más baja de mi vientre.
Con su mano libre (y un poco de mi ayuda) Mateo bajó mi pantaloncillo y mis calzoncillos hasta la mitad de mis rodillas. Mi pene ya estaba que iba a reventar y tenía toda la parte superior llena de líquido pre seminal. Mateo lo agarró con su mano libre y me comenzó a masturbar mientras besaba mi ingle. Aquello me hacía cosquillas, pero también me daba mucho placer. Mi respiración era agitada y jadeaba suavemente. Mateo al fin soltó mis manos y acabó por desnudarme al completo. Sus ojos estaban fijos en mi pene y con ayuda de una de sus manos, abrió la mandíbula y se lo metió entero en la boca, haciéndome sentir cómo la punta de este atravesaba su campanilla y se estrellaba contra su garganta.
- Ohh. – gemí yo, llevando mis manos hacia su cabeza.
Mateo dio una pequeña arcada, pero no se la sacó. De hecho, comenzó a sacarse y a meterse mi pene de la boca casi por completo a la vez que succionaba, haciéndome pensar que me iba a morir de placer. Mis manos comenzaron a empujar su cabeza para que acelerase aún más mientras que gemía como un loco.
Pasaron un par de minutos y yo ya pensaba que iba a correrme. Mateo pareció leerme el pensamiento, porque se la sacó de su boca, recuperó un poco el aliento y me dedicó una sonrisa.
- ¿Te está gustando? – me preguntó.
- Me está encantando. – le devolví la sonrisa. – Sigue, por favor. – le supliqué.
Mateo no respondió nada, simplemente agachó de nuevo la cabeza y, sin dejar de masturbarme suavemente, empezó a lamer mis huevos. Madre del amor hermoso, cómo una lengua podía darme tanto placer. Su boca se separó unos instantes de mi cuerpo y sentí cómo Mateo se movía un poco. A los pocos segundos, mientras Mateo comenzaba de nuevo a chupármela, sentí algo mojado que acarició mi agujerito. Me asusté un poco y apreté mi esfínter, pero rápidamente me relajé al recordar el placer que me dio la lengua de Mateo en ese mismo sitio el otro día.
El dedo de Mateo comenzó a hacer presión suavemente en mi ano y se introdujo lentamente. Aquello me dolió un poco, pero era un dolor que me gustaba, un dolor excitante que se sumaba al placer que me daba la boca de Mateo. Poco a poco, su dedo comenzó a perforar cada vez más dentro de mí. Aquello ya escocía un poco más, por lo que un pequeño lamento se escapó de mis labios mientras que agarraba las sábanas.
- ¿Te duele? – me preguntó Mateo, sacándosela de la boca.
- No, pero es raro. – le contesté.
- Intenta relajarte. – me dijo, antes de comenzar a devorar mi pene.
Respiré profundamente e intenté relajarme todo lo que pude. Su dedo comenzó a salir y entrar dentro de mi culo lentamente y al cabo de unos segundos, todo era placer. Cada vez que Mateo metía su dedo hasta el fondo, yo gemía ahogadamente y este cada vez lo hacía más deprisa. Sacó de su boca mi pene y comenzó a masturbarme rápidamente a la vez que metía y sacaba su dedo velozmente.
No pasó mucho tiempo hasta que ya no aguanté más, aquello era demasiado para mí. Sentí cómo mi cuerpo se contraía, apresando el dedo de Mateo en mi interior, y de la punta de mi pene comenzaron a salir gotas y gotas de un líquido espeso y semi transparente. Era la corrida más grande que había tenido nunca y fue a parar en gran parte a la mano de Mateo y a mi vientre. Cerré los ojos, intentando recuperarme del trote y pude sentir cómo Mateo se levantaba de encima de mí. Se dirigió hacia el escritorio de su hermano, abrió un cajón y sacó un rollo de papel higiénico.
- ¿No quieres que te devuelva el favor? – le dije.
- No, no te preocupes. – me sonrió, dándome un trozo de papel.
- ¿Por qué? – pregunté extrañado mientras me limpiaba. – Yo sí quiero.
- Es tarde, renacuajo, acuéstate.
Me dio un beso en la frente y recogió el papel de mis manos. Con una de sus manos cogió la sábana y la puso por encima de mi cuerpo desnudo. Me dedicó una sonrisa antes de apagar la luz de la habitación y cerrar la puerta después de que saliese por ella. No entendía nada, pero el sueño típico de después de un orgasmo y la negra oscuridad hizo que me quedase dormido de nuevo.
Una ruido en lejanía me despertó. Se escuchaban unas voces sordamente a través de la pared.
- Shhh, no hagas tanto ruido. – escuché decir a alguien.
Abrí los ojos y presté atención a los sonidos para intentar descifrarlos, pero estos dejaron de sonar. Me quité las sábanas de encima y me senté sobre el filo de la cama. Busqué entre la oscuridad mis pantalones para poder vestirme, pero solo encontré mis calzoncillos. Me los puse y me dirigí a la puerta, abriéndola sigilosamente. Un ruido difuso se escuchaba por el pasillo y, sobre la punta de mis pies descalzos, intenté seguirlo para ver de dónde provenía. Avancé unos pasos y pude escucharlo más nítidamente detrás de una de las puertas, de la que salía algo de luz por debajo.
Pegué el oído a la puerta y pude escuchar el sonido que hace un cuerpo desnudo al chocar con otro y un juego de gimoteos en voz baja. Reconocí la voz de Mateo, además, supuse que ese era su cuarto, por lo que deduje que estaba follando con alguien.
Sentí mis orejas encenderse de rabia de nuevo y me entraron ganas de echar la puerta abajo para cortarle el rollo. Seguro que la pesadilla de Sonia estaba disfrutando como nunca de las embestidas del buen miembro de Mateo. Cerré los puños y me di la vuelta, volviendo sobre mis pasos. Tenía la boca seca y necesitaba agua, por lo que bajé sigilosamente hasta la planta de abajo. Vi la puerta del salón abierta y me entró curiosidad por ver cómo dormiría Izan. Me asomé por la puerta para echarle un vistazo, pero encima del sofá no había nadie.
Si Izan no estaba en el salón… ¿Dónde estaba…?
Hasta aquí este segundo capítulo de la historia. Sé que es un poco larga, pero espero que les haya gustado igualmente. No duden en hacerme saber qué opinan sobre la historia, qué creen que pasará o qué les gustaría que pasase. Tienen la cajita de comentarios y mi correo ( [email protected] ) para hacérmelo saber, cosa que me anima y me motiva a seguir escribiendo. Un saludo enorme.
Está bien la historia, colega, pero…demasiada «paja» y poco «grano», a mi modo de ver. Aunque si optas al premio Nobel de literatura…, continúa con tu vaina.
Me encantó dede la primera parte, tienes talento broo por favor muero de ganas por leer la tercera parte.
Me calienta, sigue contando
Me está gustando mucho esta historia. Espero con ansias la tercera parte.
Muy buena historia, no dejes de hacerla, es genial encontrar este tipo de relatos
granhistoria crack quiero la 3 parte por favor