El capataz y el señorito 3
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La lluvia en el campo parece más fuerte, los truenos asustan más y los ríos se revuelven por el agua que desciende desde el cielo.
Bruno, el capataz de la hacienda galopaba bajo la lluvia buscando algo que se le había perdido y era de su propiedad, algo que tomó por la fuerza y que no dejaría se lo arrebataran, ese algo era Ricardo, el señorito de la hacienda y su patrón.
Bajo la lluvia, el capataz llegó hasta el río cercano y no encontró a nadie, sólo se escuchaba el chocar de las gotas de lluvia contra el agua del río.
Con voz gruesa y varonil, Bruno gritó: ¡Ricardoooooooo!.
Sólo el eco respondió a sus llamados.
la tormenta era más fuerte y el capataz decidió volver a la hacienda.
En una cueva cercana al río, protegiéndose de la tormenta se encontraban Ricardo y Juancho.
el señorito temblaba de frío pues su ropa estaba mojada.
el joven peón al ver el temblor del rubio se acercó a él e intentó tocar su frente para ver si no tenía temperatura, pero Ricardo al sentir el contacto con Juancho no pudo evitar recordar las manos bruscas del capataz acariciando su cuerpo por lo que dando un manotazo dijo: ¡No me toques!
Juancho: disculpe señorito yo solo quería ver si no tenía calentura porque tiembla mucho.
Ricardo: es porque tengo frío, pero ya se me va pasar.
Juancho: cómo se le va pasar, si su ropa está toda mojada.
yo me la quité antes de echarme al río pero usté se aventó con todo y ropa.
Ricardo temblando: por favor Juancho no hablemos de eso.
Juancho: no señorito, no hablamos si usté no quiere pero mínimo debe quitarse esa ropa para que no se vaya enfermar.
Ricardo: no tengo nada que ponerme Juancho y no pretenderás que quede desnudo.
Juancho: bueno, pos si quiere póngase mi camisa en lo que su ropa se seca.
Y el peón se quitó su camisa de cuadros y se la entregó al señorito, que por primera vez observó el fornido cuerpo del joven, un pecho amplio con algunos vellos, abdominales marcados y brazos musculosos formados por el duro trabajo.
su pecho mostraba algunas cicatrices hechas por una vida dura.
al verlo vinieron a la mente de Ricardo las imágenes del pecho lleno de pelos de Bruno, pecho que el señorito conocía muy de cerca al ser violado en varias ocasiones por el salvaje capataz.
Juancho: ¿qué le pasa señorito? no tenga pena y póngase mi camisa.
Ricardo: ah sí.
gracias Juancho.
Y Ricardo empezó a desabrocharse su camisa, pero se detuvo al ver que Juancho lo miraba fijamente.
el peón al darse cuenta de ello dijo: eh creo que debo buscar algo, ahora vuelvo.
El señorito se quitó su camisa y se puso la de Juancho, era una camisa más grande que la suya, porque el tamaño del peón lo superaba, aunque le quedaba floja sintió en esa prenda el olor del joven, aroma de un muchacho trabajador, que distinto, pensó, al olor de Bruno, aroma que él también tenía impregnada en su piel después de lo que el capataz le había hecho.
Momentos después regresó Juancho con un poco de leña y le dijo al señorito que haría una fogata.
La lluvia cesó y la noche llenaba de oscuridad a todo, pero en esa cueva la fogata iluminaba a los dos jóvenes que no hablaban, solo se miraban.
Juancho rompió el silencio: señorito, de verdá no quiere volver a la hacienda, mire que ya es tarde.
Ricardo: no, hoy no voy a volver.
pero si tú quieres vete.
Juancho: no, yo me quedo con usté.
Ricardo: ¿por qué Juancho? ¿por qué me ayudas?
Juancho: pos porque usté es el patrón y de niños éramos amigos y.
Ricardo: ¿y?
Juancho: y pos.
pos usté es muy importante para mí.
El señorito vio como Juancho se sonrojó al decir esas últimas palabras y el rubio entendió lo que el peón sentía por él.
Ricardo: gracias Juancho.
En la hacienda, Bruno estaba rabioso por no haber encontrado a Ricardo.
Sirvienta: la señora está pregunte y pregunte por su hijo, pero ya le dije que seguramente anda con el Juancho, porque ese tampoco aparece.
Bruno: ya cállate, deja de decir pendejadas.
Sirvienta: uy que carácter Bruno.
pos a ti que mosca te picó.
Y el capataz salió de la cocina furioso sin decir más.
En la cueva, Ricardo no podía dormir y veía como Juancho había logrado conciliar el sueño.
apenas iluminados por el fuego, el señorito observó detenidamente los rasgos del peón, era un chico con rasgos muy varoniles y aunque su cuerpo estaba curtido por el duro trabajo, sin duda era un hombre muy apuesto.
Ricardo pensó: Juancho cómo no me di cuenta de lo que sentías por mí.
pero ya es muy tarde.
yo no puedo corresponderte después de lo que Bruno me hizo, él me marcó y tú sufrirías por mí.
yo no soy libre, mientras él exista me tiene en sus manos.
lo siento Juancho.
Y lágrimas amargas cayeron por las mejillas del rubio.
En su cuarto, Bruno tampoco conciliaba el sueño, fumaba un cigarro y su sangre ardía al pensar que Ricardo estaba con Juancho en algún lugar, se irritaba solo de pensar que ese peón tocara a su señorito.
Bruno: él es solo mío, me pertenece y así seguirá siendo.
Y el capataz empezó a recordar la noche en que robó la virginidad del señorito en la caballeriza.
las memorias guiaron a su mano hasta su verga que ya estaba erecta y comenzó a masajearla.
Bruno se masturbaba mientras pensaba en cada una de las estocadas que le daba a Ricardo, recordaba el culo apretado del señorito, los gemidos emitidos por esos labios rosas, esos ojos azules desorbitándose ante cada penetración, sus manos rasguñando su espalda por el dolor de las violaciones y sus piernas rodeando su cintura.
El capataz se jalaba su miembro pensando en el placer que le provocaba el cuerpo de Ricardo y cuando recordó el momento en que orinó al señorito, el macho eyaculó en sus manos pensando: Ricardo, te marqué como mío y vas a volver para pedirme que te llene de verga ese culito, así será.
Al día siguiente, Bruno se despertó tarde por no poder dormir bien y se encontró con la noticia que Ricardo ya había vuelto a la hacienda, tal como lo sospechaban estaba con Juancho quien también había regresado y se encontraba haciendo sus labores.
Furioso, el capataz se dirigió a las caballerizas y al encontrar a Juancho trabajando le aventó y dijo: indio desgraciado, ahora mismo me vas a decir dónde estabas.
Juancho: ¿qué le pasa Bruno? pos qué traes.
Bruno: contesta perro, dime si pasaste la noche con el señorito Ricardo, contesta.
Juancho: pos pa que te lo voy a negar.
la verdá es que sí.
Bruno le dio un golpe en el rostro a Juancho y le dijo: dime ¿qué hicieron? contesta o aquí mismo te muelo a golpes.
Juancho: lo siento Bruno, pero no puedo decirle, le prometí al señorito que no diría nada.
El capataz comenzó a patear a Juancho y le dijo: así que le eres muy fiel al patrón, pues ya no tendrás que serlo maldito, porque desde hoy dejas de trabajar aquí.
te largas ahora mismo.
Juancho defendiéndose de los golpes dijo: pero usté no puede correrme, el patrón es el señorito Ricardo.
Bruno: el que manda aquí soy yo.
Ricardo es nadie ante mí y yo puedo hacer lo que quiera me entiendes.
lárgate si no quieres que te mate maldito.
Y Juancho salió corriendo de la caballeriza, pero no obedeció las órdenes de Bruno sino que fue a hablar con Ricardo.
Ricardo: ¿Qué? ¿Dices que Bruno te corrió de la hacienda? Pero él no tiene ningún derecho.
Juancho: eso ya lo sé señorito, por eso vine a verlo a usté.
Ricardo vio la cara golpeada de Juancho y tocó su mejilla: mira cómo te dejó.
Juancho se sonrojó al sentir la mano de su patrón en su rostro y sintió un calor en su pecho.
Ricardo: no te preocupes Juancho, tú no te vas a ir de esta hacienda.
yo hablaré con Bruno.
Juancho: muchas gracias señorito que Diosito me lo bendiga.
Y el peón besó la mano de Ricardo que sorprendido por la acción se sonrojó.
En una caballeriza, se encontraba Bruno bebiendo una cerveza cuando Ricardo apareció.
Ricardo: Bruno, tú y yo tenemos que hablar.
El capataz con sonrisa burlona dijo: pero mira quien aparece, mi puta rebelde.
Bruno jaló a Ricardo a su cuerpo y le dijo: dónde te metiste toda la noche, tuve que masturbarme porque no tenía tu culo para deslecharme.
Ricardo forcejeando: eres un maldito, no te permito que me hables así.
Bruno: yo te hablo como quiera porque tú eres mi mujer y puedo hacer contigo lo que me plazca.
Ricardo: yo no soy tu mujer.
Bruno: sí lo eres o quieres que vuelva a orinarte para que te recuerde que me perteneces.
Ricardo: eres un desgraciado, pero no voy a permitir que hagas lo que quieras por eso no voy a dejar que eches a Juancho de la hacienda.
Los ojos del capataz brillaron llenos de rabia y dijo: así que ya salió el peine.
estás muy gallito por ese perro verdad.
¿qué ya te entregaste a él? ¿ya te dio por el culo?
Ricardo no aguantó más y le dio una bofetada a Bruno: no te permito más ofensas.
y Juancho no se va ir de esta hacienda.
Bruno arrojó a Ricardo contra la pared y lo puso de espaldas a él: si Juancho no se va, lo mato y no porque me estorbe sino porque tomó algo que es mío, tu culo.
Ricardo: Juancho y yo no hicimos nada.
Bruno: eso lo vamos a comprobar.
Y sin que Ricardo pudiera hacer nada, el capataz le bajó el pantalón y su ropa interior dejando expuesto su trasero.
sin esperar más, Bruno metió su dedo medio en el culo del señorito que lanzó un gemido al sentir al invasor en su intimidad.
Ricardo: ahhhhh.
¿qué haces?
Bruno dedeaba al señorito: vamos a ver qué tan abierto tienes el culo.
si anoche recibiste verga lo voy a saber.
Ricardo: ahhh ahhh suéltame, por favor.
Bruno hundía su dedo sádicamente queriendo provocar dolor a Ricardo que no podía evitar gemir por la acción.
Bruno sacó su dedo: entonces no hicieron nada.
tu culo sigue teniendo mi horma.
que pendejo es Juancho, pasar contigo la noche y no violarte.
es un estúpido.
Ricardo: eres un cerdo.
Bruno: soy un macho, tu macho.
Y Bruno besó a Ricardo fogosamente enterrando su lengua en lo más profundo de la cavidad bucal del señorito que se negaba a ese beso faltándole el aire.
Bruno: pues aunque Juancho no te haya hecho nada, quiero que se largue.
Con lágrimas en los ojos, Ricardo dijo determinadamente: él no se va a ir.
Bruno: por qué lo defiendes tanto.
¿acaso te gusta?
Ricardo agachó la mirada y dijo: es mi amigo.
Bruno: no quiero que tengas amigos.
Ricardo: tú no puedes pedirme eso.
y Juancho se va a quedar.
Bruno sonrío maliciosamente y dijo: está bien, Juancho se queda pero con una condición.
Ricardo: ¿cuál?
Bruno: que vayas esta noche a mi cuarto.
a las diez de la noche solo eso.
Ricardo: ¿para qué quieres que vaya a tu cuarto?
Bruno: lo sabrás cuando llegues.
si no lo haces a Juancho podría pasarle un accidente.
Ricardo: No, Bruno tú no puedes.
Bruno: ya dije, tú sabrás si llegas o no.
Y Bruno le dio una nalgada a Ricardo saliendo de la caballeriza y dejando hundido en sus pensamientos al señorito.
En su habitación, Ricardo no sabía qué hacer, aunque Juancho no se fuera de la hacienda, Bruno podría hacer otra cosa.
y Juancho era su amigo, él se había portado muy bien y lo salvó de morir, Ricardo no podía permitir más injusticias.
La hora llegó y el señorito tocó la puerta del cuarto de Bruno que dormía cerca de las caballerizas.
El capataz abrió y le dijo irónicamente a Ricardo: bienvenido a su humilde casa señorito.
Ricardo observó el lugar sucio con un catre desvencijado, una mesa apolillada y una silla, además de un ropero viejo, eso era todo lo que había en el lugar donde el capataz dormía.
Bruno: cómo verá señorito, yo no vivo en un palacio como usted, pero en este lugar he pasado muy buenas noches acompañado de putas y putos.
aunque ninguna se compara con las que he pasado contigo.
Ricardo sintió la respiración de Bruno muy cerca de él y su aliento tenía mezcla de tabaco y alcohol.
Ricardo: dime ¿qué es lo que quieres?
Bruno: ¿cómo qué? pues a ti.
si quieres que a Juancho no le pase nada vas a tener que pagarme con tu cuerpo y hacer lo que yo diga.
Ricardo: eres un maldito.
Bruno: no te hagas el santito que ya no te queda, ya te he violado varias veces que más da que me entregues el culo otra vez.
Y el capataz arrancó la camisa de Ricardo y le dijo: esta noche va ser diferente.
quiero que te vistas para mí.
Los ojos azules de Ricardo se abrieron más al escuchar esas palabras: ¿Qué dices?
Bruno sonriendo sacó del ropero una blusa, falda, medias y zapatillas de mujer y las puso en el catre diciendo: hoy te vas a vestir como lo que eres, una mujercita.
Ricardo: estás loco.
yo no voy hacer eso.
Y al intentar salir, Bruno le tapó el paso a Ricardo y le dijo: ya estás aquí así que tienes que hacer lo que te digo por la buena o por la mala, tú decides.
Ricardo tragó saliva y vio los ojos de Bruno llenos de maldad y dijo: voy a darte 10 minutos para que te arregles como nena para mí.
voy a estar afuera.
si regreso y no está lista, yo mismo te visto pero a mi modo y ya me conoces.
El capataz salió y Ricardo comenzó a llorar, pues al hacer lo que le pedía perdería lo último de su dignidad, eso era lo único que le faltaba, pero qué podía hacer.
ya no tenía otra opción.
debía ceder al capricho de Bruno.
El señorito tomó la ropa de mujer y se despojó de su propia ropa, se quitó la camisa, el pantalón, los calcetines, los zapatos y hasta su ropa interior para sustituirlos por una pantaleta, blusa, minifalda, medias y zapatillas.
lo que más le costó ponerse fueron las medias, la minifalda era muy ajustada y las zapatillas le quedaban un poco chicas.
tardó menos de 10 minutos en cambiarse y cuando terminó vio su reflejo en el espejo del viejo ropero y se dio cuenta que parecía una mujer con cabello corto, por sus facciones finas y su cuerpo delgado parecía una chica.
Bruno entró al cuarto diciendo: ¿ya está lista mi nena?
Y cuando Ricardo volteó hacia él, el capataz sintió como su verga reaccionaba al ver al señorito feminizado, vestido como una mujer con minifalda.
Bruno: pero mira nomás lo que me encuentro.
a una verdadera hembra.
Ricardo se sonrojó y vio como Bruno se acercaba a él y tomándolo por la cintura le dijo: te falta algo.
El capataz sacó del ropero un lápiz labial color rojo y él mismo se encargó de pintar los labios de Ricardo, cuando lo vio pintado dijo: ahora sí luces como una auténtica puta.
mi puta.
Bruno besó apasionadamente a Ricardo mientras con sus manos recorría las piernas con medias del rubio y levantaba su minifalda para masajearle las nalgas.
El señorito comenzó a llorar al sentir que perdía lo último de su dignidad y sentir como la verga del capataz despertaba.
Bruno: no llores que las putas no lloran solo dan placer a sus machos.
ahora quiero que bailes para mí.
El capataz se sentó en la única silla y dijo: vamos baila para seducirme, baila y siéntate en mis piernas como una puta de verdad.
Ricardo: por favor Bruno, no más.
Bruno con voz fuerte: qué bailes te digo.
Ricardo no tuvo otra opción que intentar bailar torpemente porque no sabía como moverse, provocando la risa del capataz: eres la puta que peor baila jajajajaja.
Bruno: ven y siéntate en mis piernas.
El señorito obedeció y se dirigió hacia Bruno lentamente para que al fin éste lo jalará y lo sentará en sus piernas: ya me tienes a reventar, siente mi verga, pero me quiero divertir un poco más.
toma, bebe de mi cerveza.
Ricardo: no.
yo no tomo.
Bruno: este es mi putero y aquí se hace lo que yo digo.
bebe ya.
Y Ricardo tuvo que beber de la cerveza sintiendo el agrio líquido en su boca.
Bruno: ya no aguanto más, necesito desfogarme.
levántate y mámame la verga.
Ricardo: ¿qué?
Bruno: lo que oíste chiquita.
me vas a chupar la verga.
Ricardo se negó e intentó huir pero Bruno lo tomó por el brazo y lo hincó ante él: aquí se hace lo que yo digo y me chupas los huevos o te lo meto a la fuerza.
Ricardo vio como el capataz se desabrochó su camisa mostrando su pecho peludo y se abrió el pantalón liberando a su verga que ya estaba bien parada.
Bruno: ahora nena, atáscate que es toda pa ti.
Ricardo dudó pero Bruno lo jaló poniendo su rostro frente a su miembro: apúrate que estoy ardiendo.
abre la boca ya.
Y el señorito cerrando los ojos, abrió su boca y comenzó a engullir el falo del capataz que olía a orines.
poco a poco fue introduciendo ese miembro en su boquita y tomando solo la mitad del palo ya sentía su boca llena.
Bruno: no mames, que boca tienes, me la chupas bien rico.
cuidado y me vayas a morder.
El capataz vio que Ricardo ya tenía los cachetes inflados y hacia esfuerzo por meter más de su verga pero no le cabía: tienes el culo apretado y la boca muy chica.
sigue chupando, oh si, síguele.
La imagen era única, un señorito vestido como puta chupaba la verga de un capataz cuarentón sentado en su silla.
era Bruno quien ahora gemía como macho mientras decía: también chúpame los huevos, vamos así, oh, así.
Y ante la poca experiencia de Ricardo, Bruno se levantó de su silla y con el pantalón hasta los tobillos comenzó la felación, enterrando su gruesa verga en la boca de Ricardo que tenía arcadas por la falta de aire.
Bruno: te voy a volver una puta profesional.
tú naciste para darle placer a los machos.
que suerte tuve de encontrarte y ser tu primer marido.
Ricardo sentía la verga del macho en su garganta enterrándose sin ningún cuidado.
Bruno: aunque tengas otros hombres nunca podrás olvidarme putita, nunca.
Las palabras del capataz se enterraban en el corazón de Ricardo con la misma fuerza que la verga se enterraba en su boca.
La espada de carne de Bruno comenzó a latir y hacerse más grande, por lo que estaba por correrse y dijo: ahora sí puta, te voy a dar de comer.
te tomarás mi leche.
Y dando unas estocadas más, Bruno eyaculó dentro de la boca de Ricardo que sintió ese sabor agrio.
el capataz descargó todo su semen en la boca del señorito que tragó la mayoría y el resto se escurrió por las comisuras de sus labios.
Bruno sacó su verga y como todavía tenía restos de semen, talló su miembro en el rostro del rubio mezclando su semen con las lágrimas de la víctima.
Bruno: estas pinches corridas solo las tengo contigo, no mames tú me deslechas cabrón.
Y el capataz tomó la cerveza a pecho y luego de resoplar un minuto, levantó a Ricardo del suelo y lo arrojó a su catre.
Bruno: ahora sí chiquita, viene lo que tú más disfrutas.
Ricardo vio como el capataz se desnudaba en su totalidad mostrándose como siempre imponente.
el catre rechinó cuando Bruno se subió a él.
Bruno: este catre te da la bienvenida, aquí es donde me cojo a las putas como tú.
ábrete de piernas para mí.
Ricardo: Bruno, yo.
Bruno: ¿qué quieres nena? Dile a tu macho lo que necesitas.
Ricardo: déjame ir.
Bruno: te vas a ir nena, pero bien abierta, más de lo que ya estás, jajaja.
Y el capataz se metió entre las piernas del señorito, pero como la minifalda era muy ajustada no permitía que se abriera mucho, entonces Bruno le rompió la minifalda y también la blusa dejándolo solo con las medias y zapatillas.
El capataz comenzó a acariciar cada rincón del señorito, rincones que ya había explorado pero que no se cansaba de tocar, mordió los pezones rosas del rubio que inició con sus gemidos.
Bruno susurró a su oído: me encanta como gimes putita.
Y sin esperar, Bruno rompió las medias, pero solo del trasero para que el culo de Ricardo quedara a su disposición.
El capataz olió el trasero del señorito y le dijo: tu culo huele a mí, todo tú tienes impregnado mi esencia.
Bruno empezó a lamer el culo del rubio que gemía como perra en celo ante el placer que le provocaba el beso negro.
Bruno: disfruta y deja salir a la puta que vive en ti.
Ricardo: ahhhhhh.
oh Dios mío.
para por favor.
La lengua de Bruno en el culo de Ricardo provocó que el miembro del rubio despertara y mientras el beso negro continuaba, Ricardo sintió que de su pene salía un líquido blanquecino, se estaba corriendo por el placer otorgado por su macho.
Ricardo pensaba si realmente estaba disfrutando y volviéndose una puta verdadera.
Bruno: los putitos como tú al principio niegan lo que son, pero todos son una putas hechas para el goce de nosotros los verdaderos machos.
Ricardo no podía responder, estaba extasiado.
Bruno: ábrete bien para recibir a tu dueño.
conviértete en una verdadera yegua.
aquí va tu semental.
Y Ricardo no pudo evitar abrir más sus piernas y el capataz enterró su verga en el culo del señorito.
esta vez entró todo el palo de una sola estocada.
y Ricardo gritó pero no de dolor sino de placer.
Ricardo: aahhhhhhhhhhh
Bruno: eres mía.
solo mía.
Y Ricardo arañó un brazo del capataz mientras que con su otra mano se aferraba a la vieja colcha que cubría el catre donde era violado salvajemente.
Con cada penetración, sentía que su alma se iba de su cuerpo y que todo él le pertenecía al capataz, estaban unidos, eran solo uno en ese momento y nada más importaba.
Bruno: júrame que nunca le vas entregar este culo a nadie más y mucho menos al imbécil de Juancho.
Ricardo: ah ah ah ah ah
Bruno se enterraba más: júralo.
Ricardo: ah ah ah .
yo.
Bruno penetrando más rápido: dilo.
Ricardo: ah, yo ah lo juro.
Y Bruno sonrió mientras taladraba más duro: así me gusta, que me obedezcas.
solo mi muerte te va liberar de mí porque tú eres mía, mi hembra, mi yegua mi todo.
Sintiendo, la verga de Bruno en lo más profundo de su ser, Ricardo dijo: sííííííííí.
Y el capataz aceleró sus embestidas a un ritmo desenfrenado haciendo llorar de placer al señorito.
Desde la ventana de ese cuarto, Juancho observaba la escena más terrible para él, su señorito, el chico al que amaba desde niño era violado por un salvaje capataz peludo y de 40 años.
el hombre más abominable del lugar robaba la inocencia de la persona más noble de la hacienda, de su Ricardo.
Mientras Ricardo se vestía de mujer, Bruno le fue a pedir a Juancho que llegara a su cuarto en media hora, el capataz lo tenía todo planeado, quería que el joven peón viera lo que le hacia al señorito de la hacienda.
y ahí estaba Juancho viendo a Ricardo con las piernas abiertas en el hombro de Bruno, con medias rotas y zapatillas rojas, gimiendo y llorando ante cada penetración del capataz.
Ricardo se entregaba como hembra a Bruno.
Juancho apretó sus puños lleno de rabia, un coraje que no había sentido nunca y vio que a su lado había una horca, herramienta semejante a un tenedor filoso para levantar paja.
Ricardo gritaba como poseído mientras Bruno gruñía por la pasión y por el morbo de saber que afuera los observaba Juancho, con esto le demostraba que Ricardo era suyo y él era el que mandaba.
El señorito sintió que la verga de Juancho comenzó a latir en su interior y supo que estaba por correrse.
Ricardo se agarró del catre y Bruno dio cinco fuertes estocadas más.
Bruno: aggggg me corro.
ahí te va mi leche puta.
ahora si quedarás bien preñada.
Y los ojos de Ricardo se desorbitaron al sentir en su interior los lefazos del capataz, nuevamente sus intestinos eran bañados por la simiente de su macho que con rostro desfigurado se corría dentro de su hembra.
Ricardo sintió como Bruno se desplomó sobre él exhausto por la faena y sintió el velludo cuerpo del capataz sobre él que aún tenía las piernas abiertas y la verga dentro disminuyendo de tamaño.
el aliento de Bruno estaba muy cerca de él.
Bruno: puta madre, después de esta follada ya me puedo morir tranquilo, tienes culo de campeonato y sabes deslechar a un buen macho como yo.
Y el capataz besó al señorito lleno de fogosidad sintiendo que Ricardo por primera vez no opuso resistencia.
por fin había domado a esa yegua que entendía que su semental era él.
Bruno salió del interior de Ricardo, quien empezó a sacar leche por el culo y le dijo: esta noche te luciste como hembra y me da gusto porque hoy tuvimos público.
Los ojos del señorito se abrieron cuando Bruno dijo eso y más al oír lo siguiente: Juanchoooo pásale de una vez.
Ricardo sintió morir al ver que Juancho entraba por la puerta y lo veía así desnudo, feminizado, con las piernas abiertas y con restos de semen en su cara y culo, además de estar en el catre de su capataz.
Bruno: te dije pinche Juancho.
ahora sí me crees que yo mandó.
el señorito es mi mujer.
Juancho: eres un desgraciado Bruno, un maldito.
Y Bruno volteó a ver a Juancho cuando este con la horca en la mano se la enterró en el pecho al capataz, ante el grito de Ricardo que vio salir sangre del pecho de Bruno que cayó fulminado al suelo desnudo como estaba y con los ojos abiertos.
Juancho volteó a ver a Ricardo, que desnudo en el catre continuaba impactado llorando por lo que veía y el peón le dijo: señorito, ya eres libre.
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