El chico malo (parte 2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Cuando vi que Matías se llevaba a Potter, sentí una impotencia enorme. Estaba envuelto en una furia incontrolable y se me nubló la razón. Entré echando fuego por los ojos y pasé frente la atónita mirada de Darío. Rápidamente saqué mi bicicleta y me dispuse a seguir a ese hijo de… Sería un insulto para los perros si completo esa oración.
-Si me quieres acompañar, adentro está la de mi papá.- le dije a Darío, quién velozmente la fue a buscar y se me unió.
-¿Qué pretendes hacer?- me preguntó preocupado.
-En el momento se me ocurrirá.
Los muslos me quemaban pero por nada me detendría. Aun se me partía el corazón cuando vi que Matías tomó a Potter de esa manera tan brusca…. Y a la vez me provocaba una rabia infernal, como la tendría un padre al ver como violentan a su hijo. Darío iba más atrás y realmente se esforzaba por alcanzarme. Yo no soy una persona muy deportista pero en ese momento saqué fuerzas directamente de mis testículos y prácticamente volaba en la bicicleta. Perdí la cuenta de cuantas calles atravesé y no estaba seguro de donde estaba y cómo devolverme.
Pronto a la distancia, vi cuando Matías y sus amigos se metían a una enorme y distinguida casa de grandes ventanales. Y a los segundos estaba frente a ella. Al parecer era la casa de Matías, pues él tenía la llave. Dejé mi bicicleta en el suelo y a los momentos llegó Darío.
-¿Y ahora qué?-preguntó.
Y yo respondí lanzando una piedra a la casa. Me incliné y tomé tres piedras, lo suficientemente grandes como para romper algo.
-¡Devuélveme a mi perro!- grité enfurecido y lancé una piedra, rompiendo una ventana.
-¿Qué estás haciendo?-dijo Matías desde adentro. Darío solo miraba anonadado.
-Si no me entregas a Potter, te echaré abajo toda tu puta casa ¿Me oyes?- y lancé otra piedra que terminó de derrumbar el gran ventanal.
-¡Llamaré a la policía! Mis padres se enterarán de esto.
-No me importa. Si caigo yo, tú caes conmigo. ¿Cómo explicarás el hecho de que te perseguí por toda la ciudad porque robaste mi perro?- realmente estaba encabronado.- ¡Y más te vale que esté bien!
Cuando estaba a punto de lanzar la última piedra, se abrió la puerta. Vi una mano que dejó caer a Potter y luego lo vi venir hacia mí corriendo. Dejé la piedra en el suelo y tomé a mi perro con los ojos envueltos en lágrimas. Sin más me monté en la bicicleta y salí de ahí. Avancé un par de calles y me detuve.
-¿Qué ocurre?-preguntó con cuidado, Darío.
-No… No sé como volver.- el sonrío y yo le respondí con un gesto cansado.
-Creo que es por aquí.- dijo.
Luego de casi una hora, por fin llegamos a mi casa. Llorando y agotado, me caí sobre sus brazos que fuertemente me sostuvieron. Me regaló un tierno beso y me apretó contra su cuerpo. Ahí descansé unos minutos, disfrutando de su melodioso palpitar.
-Nunca te había visto así.- comenzó Darío.- Realmente estabas furioso… me intimidaste y eso no lo hace cualquiera.
-Nunca había tenido una razón para estar así.- dije.- Sentí que me ardía el pecho y tenía unas ganas tremendas de gritar de manera explosiva.
-De verdad… no pensé que harías eso que hiciste.- sonrió recordando ese momento.- Pagaría por ver su cara de susto mientras le rompías sus ventanas.
-Creo que me excedí.-
-Pero solo un poquito.- me dijo bromeando.- Te veías… tan sexy.
-¿De verdad?- pregunté sonrojado.
-Sí. Estabas tan rudo, con una postura tan firme y con tus ojos llameantes… tengo una erección con solo recordarlo.
Y en efecto, sentí como un bulto comenzaba a clavarme la parte baja del abdomen. De forma coqueta le apreté el paquete y gimió en mi nuca.
-Te follaría ahora mismo.- dijo.
-Mis padres están por llegar.- dije desanimado.- Pero podemos hacer algo más exprés.
-¿Como qué?- preguntó mordiéndose el piercing de su labio inferior.
Mientras le ronroneaba como un gatito, comencé a desabrocharle el pantalón. No podía perder mucho tiempo, así que fui directamente al grano y bajé su bóxer, dejando libre ese gordo mástil de carne. Miré sus ojos verdes y ellos me observaban atentos a mis movimientos. Sin perder la conexión, fui bajando hasta que la punta de su verga chocó en mis labios. La descapullé y sentí en la punta de mis labios el calor que de ahí emanaba. Abrí la boca y me engullí ese trozo, escuchando de fondo como gemía.
Luego me levanté y me arrodillé entre sus piernas, quedando de frente a esa gorda verga. Con mi mano la masturbaba y con mi boca succionaba con pasión y fervor, ese rosado glande. Después alterné a esos movimientos, un delicado masaje a sus suaves huevos, que se contrajeron con el primer tacto. Darío jadeaba y gemía, me acariciaba la cabeza pero no me la presionaba, pues sabía que mi trabajo oral era bueno. Mi lengua estaba llena de su líquido pre-seminal y me embriagaba su sabor ligeramente salado.
Pronto aumenté la fuerza de la succión y la presión que ejercía con mi paladar, y aceleré la paja que le realizaba. Sus piernas se tensaron y comenzó a gemir de forma ronca e intensa. El sube y baja de su abdomen, me dijo que ya estaba al borde del orgasmo y a los segundos siguientes se vino en mi boca. Cuatro espesos y contundentes chorros de leche cayeron en mi boca, inundándome de su peculiar sabor, el cual tragué agradecido. Chupé y extraje hasta la última gota contenida en ese pene y lo dejé relucientemente limpio. Ahora su glande rosado estaba ligeramente más rojizo.
Darío me levantó y buscó mis labios, compartiendo los últimos restos de su semen en mi boca. Aun se estaba recuperando de su orgasmo y una gota de sudor brillaba en su frente. Me senté a su lado y descansé. Segundos después, sentí que se removía y me levanté pensando que ya se iba. Pero me empujó hacia atrás y me miró como un león mira a su presa.
-Ahora es mi turno, bebé.- dijo.
-No es necesario, ya es tarde.-dije.
-No me iré sin probar tu leche.- esas palabras fueron suficiente para dejarme completamente excitado.
Se arrodilló entre mis piernas y me bajó el pantalón. Mi erección había armado una carpa con mi bóxer y rápidamente me lo quitó. Posó su lengua en mis testículos y lentamente subió hasta la punta de mi verga, arrancándome un débil gemido. El arete de su ceja se levantó cuando me escuchó gemir, luego me sonrío y mirándome, se fue tragando mi pene. Cuando se lo retiraba hacía un sonoro ruido de succión que me calentaba un montón. Con pocos estímulos yo ya estaba lubricando de manera industrial y Darío lo bebía como su fuera coca-cola. Darío sacó mi pene de su boca y tomó mis piernas, las subió sobre el sillón y me dejó de piernas abiertas, exponiendo mis testículos y mi ano. Yo solo lo dejaba hacer, estaba entregado a él. Con su mano izquierda me masturbaba y con la derecha comenzó a masajear mi ano. Humedeció un dedo y lo enterró lentamente. Luego utilizó su lengua y mojó un poco más mi orificio, para continuar con un segundo dedo. Yo estaba casi babeando de placer y cuando volvió a tragarse mi verga, sentí que colapsaba.
La mamada acompañada de su paja y de la exploración anal, eran una combinación explosiva. Sus dedos masajeaban mi próstata y me punzaban desde adentro, causándome una corriente intensa en la punta de mi polla. Involuntariamente apretaba sus dedos con mi culo y gemía desesperadamente, mientras que me torturaba aumentando la velocidad de las estimulaciones que me daba. Sus dedos casi vibraban en mí culito volviéndome loco y la presión de su boca en el frenillo de mi glande me tenía contra las cuerdas. Ya no pude aguantar más las cosquillas deliciosas que me provocaba en mi ano y mi verga comenzó a escupir leche como un aspersor. Mi recto apretaba con fuerza sus dedos a la vez que los últimos disparos de semen salían de mí y caían en su boca.
-Delicioso.- dijo Darío mientras se saboreaba.
Lo tomé de su suéter y lo besé con hambre de probar mi propia leche. Ahí terminé de agotar mis energías y me desplomé exhausto. Mi culo lo sentía un poco abierto, quizás no tanto, pero todavía podía notar la fricción de sus dedos dentro de mí.
-Me dejaste agotado.- dije.
-Tú me enciendes completamente. El solo mirarte me causa un desfile de animales en el estómago.-sonreí coquetamente.
Luego de ese candente momento, Darío se tenía que marchar por lo que dándome el último beso, se retiró.
A la mañana siguiente nos encontramos en la entrada del colegio. Matías me miraba con cara asesina y sentía que en cualquier momento se me tiraba encima. Sabía que estaba seguro junto a Darío y sus amigos, así que intentaba no alejarme. Durante las clases Darío me miraba de esa manera cómplice y traviesa, me sonreía coquetamente y entrelazaba sus pierna con la mía por debajo de la mesa. De vez en cuando posaba su mano en mi muslo y subía tentadoramente hasta llegar a mi paquete. Yo me retorcía intentando no emitir ningún sonido a la vez que me sonrojaba de manera acusadora. Darío solo sonreía por sus fechorías, y yo lo regañaba severamente con la mirada aunque por dentro me agradaba la sensación.
Cuando estábamos en la hora de colación, me retiré unos instantes para ir al baño. Una vez allí me encerré en un cubículo y me dispuse a hacer mis necesidades biológicas. Escuché que alguien entró y a los segundos después salí para lavarme las manos. Mi corazón se paralizó cuando vi que se trataba de Matías y uno de sus amigos.
-Al fin te encuentro a solas, Fernandito.- dijo acercándose peligrosamente a mí.- Ya no tienes a tu guardaespaldas.
-Es mi amigo.- dije.
-Uy. Que se tatúe tu nombre en la verga.- dijo sarcásticamente.- Si son tan amigos.
-En su verga caería mi nombre y mi apellido completo.- dije provocándolo.- No como en el tuyo que solo alcanzaría “Fern”.
-¿Cómo te atreves?- al parecer había entendido lo que yo había querido decir con eso.- Mi verga es mucho más grande que la de él, porque yo soy un verdadero macho.
-Tan macho que tuviste que venir acompañado de una de tus mascotas.- le dije. Si me iba a masacrar pues aprovecharía de decirle todo esto para que valga la pena.
-Yo solo puedo contigo.- alardeó haciéndole una señal a su lacayo para que saliera. Y cuando iba pasando por al lado mío, me empujó haciéndome caer.
Obviamente Matías aprovechó eso para sacar ventaja de la situación. Se montó sobre mí e intentó golpearme, pero alcancé a tomarle sus manos. Estuvimos forcejeando hasta que logró zafarse y me dio un golpe en la mandíbula. El fuego de la furia estaba comenzando a brotar en mí y levanté mis piernas envolviéndolas alrededor de su cuello, empujándolo para que cayera de espaldas. Me paré y me dispuse a correr pero me agarró el pie y caí otra vez, de cara al suelo. El golpe me dejó un poco atontado y Matías aprovechó para pararse y patearme. En ese momento escuché ruido detrás de la puerta y al instante apareció Darío embriagado en enojo.
Como un animal se lanzó contra Matías y tomándolo desprevenido le estampó un puñetazo en la mejilla. Matías le dio un golpe en el estómago y siguieron así. En un movimiento Darío acertó un golpe que dejó a Matías un poco mareado y aprovechó eso para seguir propinándole golpe tras golpe.
-Darío… ¡Darío!- grité.- Basta…ya es suficiente.
Intenté alejarlo pero estaba demasiado ensimismado golpeando a Matías, quién ya tenía su blanca y linda cara, completamente enrojecida. De pronto entró un inspector que escuchó mis gritos e intervino por fin la pelea. Tomó a un furioso Darío y un casi desmayado Matías y se los llevó a donde el director. Intenté seguirlo pero el inspector me obligó volver a clases y cuando terminaron me di cuenta que ya ninguno de los dos estaba. Necesitaba hablar con Darío, me sentía muy culpable por que se haya metido en problemas por mi culpa. Si bien, él por si solo ya se metía en problemas, este no le ayudaba en nada. En ese instante me di cuenta que no tenía idea donde vivía como para ir a visitarlo y mi celular no tenía saldo como para llamarlo.
Al otro día ninguno de los dos apareció por el colegio y Darío no daba señales de vida. Por un momento temí que lo hubieran echado o que ya no quisiera volver. Le pregunté a los demás del grupo pero al parecer ninguno sabía donde vivía.
-Nunca hemos ido a su casa.- me explicaba José.- Al padre de Darío no le agradan las visitas.
Cuando llegué a mi casa, me encontré a Darío en la entrada. Vestía un jeans negro con unos rudos bototos, una camiseta gris con unas letras chinas de color blanco y su chaqueta de cuero negra favorita. Todos esos colores oscuros resaltaban el verde brillante de sus ojos y el blanco color de su piel, que ahora tenía unas marcas de color violeta. Corrí a sus brazos contento de volver a verlo.
-¿Cómo estás?- pregunté al fin.
-Un poco morado.- dijo señalando el circulo violeta sobre su pómulo.- Pero no fue nada a comparación de como quedó Matías.
-Perdón.- dije.- No quería meterte en problemas.
-No tienes que disculparte. Lo volvería a hacer mil veces más.- dijo mirándome con ternura y de manera protectora.- Lamento no haber llegado antes. No volveré a permitir que te ponga un dedo encima.
-No pasará.- lo abracé.- Porque tu estarás ahí para cuidarme. Ahora ven, entremos.
Me contó que lo habían suspendido un par de días y que por eso no había ido a clases.
-Eso no me molestó, pero…-dijo bajando la vista.-… pero para mi padre fue la escusa perfecta para…
-¿Te hizo daño?- le pregunté sumamente preocupado.
-No…. No tanto.- contestó.- Pero eso no es el problema.
-¿Entonces?
-Mientras me regañaba dijo que estaba teniendo problemas económicos y que estaba pensando en irse de aquí, pues le costaba mucho pagar la casa.
-¿Qué?- pregunté con temor.
-Pero tranquilo. Aun no es nada seguro, además estaba borracho y hablaba muchas incoherencias.
-Si te vas…- comencé.-No te vayas… no me dejes.
-No me iré.- dijo abrazándome.- No está en mis planes dejarte.
-¿Lo prometes?
-Lo prometo.- y la promesa se selló con jugoso beso.
El resto de la tarde estuvimos viendo películas y jugando con Potter, que cada vez le estaba tomando más confianza a Darío. Ese día se quedó a cenar con nosotros pero luego me dijo que ya se tenía que ir.
-Lo siento.- dijo.- Pero no quiero darle más motivos a mi padre.
-No te preocupes. Te entiendo.- le dije mientras le daba un abrazo.- Cuídate.
Cuando Matías y Darío volvieron a clases, todo volvió a la normalidad. Matías todavía tenía las secuelas de la pelea, mientras que Darío ya no tenía ninguna marca. Después de su encuentro, Matías ya no se metía conmigo, aunque de todas formas me miraba con desprecio. Con Darío estábamos súper, durante la tarde íbamos a tomarnos unos helados o íbamos a mi casa a ver alguna película. Por el horario de mis padres no podíamos follar, pero en los cortos momentos a solas aprovechábamos para darnos placer oral. Aun así, nuestros cuerpos nos pedían a gritos que cogiéramos salvajemente.
Teníamos deporte y estuvimos jugando voleibol, de manera que le di al equipo contrario una paliza aplastante.
-No sabía que eras bueno jugando Voleibol.- dijo Darío.
-No es que lo practique, pero por alguna razón se me da muy bien.- dije.- Además estos chicos solo saben correr detrás de una pelota y nada más.
-Espera.- me detuvo cuando íbamos camino a las duchas.- Quédate un poco y ayúdame a practicar.
Estuvimos unos minutos jugando y luego nos sentamos a un costado de la cancha a descansar.
-Adoro como se te ve el trasero con ese short.-dijo en mi oído.- Me dan ganas de mordértelo y nalguearte.
-A mí me gusta cómo se te ve la parte delantera.- pues usaba uno de esos calzoncillos que quedan muy sueltos.- Con cada movimiento se te mueve la verga de un lado a otro… Me hipnotiza.
-¿Cómo?- preguntó colocándose de pie.- ¿Así?- y comenzó a mover las caderas de un lado a otro, haciendo que su pene se tambaleara.
-Te gustará esto.- dije incorporándome y dándole la espalda. Me subí el short de manera que la tela se me introdujo en el surco de mis nalgas e inclinándome de manera morbosa le sacudí mi culo, entregándole una magnifica visión de mis turgentes posaderas.
-Ohh por Dios.- dijo nadando en su baba.- ¡Rayos! Me ganaste.
-Puedo ser muy provocador cuando quiero.-
-Hmm.- dijo poniéndose serio.- Espero que solo me provoques a mí.
-Eso hago ahora ¿O no?- sonreí.
-Más te vale señorito.- dijo apuntándome con su dedo.- O te castigaré.
-Castígame cuándo quieras.- dije provocativamente. Y él sonrió complacido.
– Ya es hora… vamos a las duchas.-
Se fue corriendo y yo lo seguí. Una vez dentro de los baños, me percaté de que estábamos solos. Lo seguí hasta el final del camarín y se detuvo frente a una ducha. Me miró con lujuria y con la ceja en la que tenía el arete, apuntó sugerentemente a la ducha vacía que estaba frente a nosotros.
-¿Una ducha para dos?- preguntó.
-Okay.- dije besándolo.
Fuimos a buscar nuestros bolsos con nuestras cosas y los dejamos sobre la banca que estaba frente a la ducha. Sacamos nuestras toallas y las dejamos tendidas ahí, para luego comenzar a desnudarnos. Ambos estábamos muy excitados por la situación pues nuestras erecciones rápidamente tomaron protagonismo. Mientras nos quitábamos la ropa, nos tocábamos y apretábamos nuestras vergas, hasta que por fin estuvieron libres y se encontraron cuando nos comenzamos a besar.
Ya desnudos, nos metimos a la ducha y dimos el agua. Al comienzo salió fría pero el fuego de nosotros atenuaba la sensación. Me arrinconó en la helada pared y comenzó a besarme desesperadamente a la vez que acariciaba todo mi cuerpo con fervor. Su cuerpo mojado y el cabello empapado sobre su frente, me calentaba maliciosamente. Mi pene apuntaba al cielo igual que el de él y chocaban como mini espadas causándome débiles gemidos. En un movimiento me giró y quedé con mi pecho pegado a la pared, separé mis piernas y le dejé el camino libre.
Con un gruñido animal, Darío enterró su cabeza entre mis turgentes nalgas y comenzó a lamer y chupar mi agujerito. El frio metal de su piercing acariciaba la piel de mi culo y fue subiendo hasta llegar a mi cuello, mordiendo suavemente ese lugar. Darío estaba como una bestia, me azotó mis nalgas desnudas y mojadas, las cuales emitieron un ruido estruendoso que solo encendieron más mi libido. Repitió esos azotes y los acompañó de lamidas en mi ano y estimulaciones en mis testículos. Miré mi culo y estaba ligeramente sonrojado por las nalgadas, lo sentía arder pero el frio del agua lo contrastaba y me encantaba. Pronto escuché que escupía en mi ano y sentí que su dedo comenzaba a entrar. Mi culo ya estaba acostumbrado a sus dedos por lo que no tardó mucho en entrar con dos.
-¿Te he dicho que me encanta tu culo?-preguntó.
-Siempre que juegas con él me lo dices.
-Pues te lo vuelvo a decir. Me encanta tu culo, me calienta jugar con él y amo como aprieta y succiona mi dedo y, bueno, todo lo que te introduzco.
-Ohh…- solté cuando comenzó a meter el tercer dedo.- Pues… es tuyo.
Luego sentí que su cálida lengua empezó a entrar en mi hoyito que ya estaba ligeramente más abierto. Una corriente eléctrica se concentró en mi ano y comenzó a subir por mi espalda hasta salir en forma de gemido por mi boca. Es impagable la sensación de tener una lengua caliente y traviesa, jugueteando por tu recto. En el momento que la sacó, la reemplazó por sus tres dedos nuevamente y pronto ya estaba listo para su pene. Se levantó y nalgueándome, me comunicó que me girara. Me besó con hambre y colocó sus manos en mis nalgas, luego hizo fuerza y quedé a horcajadas en él. Su duro miembro punteaba mi orificio, con muchas ganas de entrar y perforarlo. Lo tomé de la base y dirigí su baboso glande a mi entrada, y con un poco de fuerza comenzó a entrar.
Lentamente sentí como me iba abriendo por dentro, hasta que su pubis chocó con mis testículos. Los músculos de sus brazos estaban tensos, pues estaba sosteniendo todo mi peso y su cara estaba contraída en un gesto de placer. En su cuello resaltaba una enorme vena que estaba a punto de estallar y que yo me dirigí a besar y lamer. Segundos después comenzamos el rico mete y saca, en el cual su glande impactaba violentamente contra mi punto G. El agua de la ducha caía justo en medio de nosotros, mojando nuestros labios cuando nos besábamos. Mi culito estaba agradecido de poder albergar nuevamente ese tremendo pollón y, al parecer, su verga estaba igual de contenta de volver a hundirse en mi cuerpo.
Nuestros gemidos se ahogaban con nuestros besos y nuestras manos se perdían alrededor de nuestros cuerpos. Éramos uno, estábamos acoplados perfectamente. Succionaba sus labios y lamía su piercing. Sabía que le encantaba que mordiera sus labios, así como sabía que le gustaba que le gimiera suavemente en su oído, diciendo su nombre. Su gordo miembro me taladraba haciéndome ver estrellas de todos los colores, y algunas veces su glande chocaba en un lugar que me provocaba un pequeño pero placentero dolor.
-¿Te gusta bebé?- me preguntó Darío cuando me mordía el lóbulo de la oreja.
-Me… me encanta.- no podía hablar de corrido.
En unos rápidos movimientos, me bajó y me volteó, dejándome con el pecho en la pared. Sentí el calor de su abdomen en mi espalda y como comenzaba a besarme el cuello y el oído. Me sentía derretir cada vez que hacía eso. Mi ano estaba abierto y anhelante de más verga, y quería que lo volvieran a rellenar. Darío escupió en sus dedos y los introdujo nuevamente para lubricar un poco más. Involuntariamente, mi culo boqueaba y apretaba sus dedos, y podía oír como gemía Darío con cada contracción.
-Uy… Es que me matas- susurró.- ¿Te gusta lo que hago?
-Hmm.- gemí con los labios apretados.- Si… Oh.
-¿Y si hago esto?- y comenzó a frotarme sus dedos en mi próstata.-
Ahh… Harás que me corra.-
-Tú solo te correrás cuándo tengas mi verga dentro.-sentenció. Y casi eyaculo en ese instante.
Sacó sus dedos y los reemplazó con su pene. Masajeó con su glande todo mi orificio, como una forma de tortura y lentamente me lo enterró. Una vez su glande dentro, empujó con fuerza y me hundió todo lo demás. Un gemido estomacal escapó de mi garganta y su mano se posó en mi boca para silenciarlo. Su lengua jugaba en mi oído causándome la sensación de que tuviera las piernas de gelatina. Por suerte, una mano suya estaba en mi vientre y me sostenía de no caer. Con la mano que tenía en mi boca, comenzó a jugar con mis labios y suavemente fue introduciendo dos de sus dedos. Sin decirme nada, comencé a chupárselos y me di cuenta de que aún tenía el sabor me mi interior mezclado con el de sus jugos.
El aplauso de nuestras carnes era ensordecedor. Mi pene estaba completamente cubierto de pre-semen y a punto de estallar. Con el rato que llevábamos sentía que mi ano nunca más volvería a cerrarse, pero las sensaciones que me causaba me hacían pensar que valdría la pena. Pronto Darío comenzó a elevar la velocidad de las embestidas y entendí que el orgasmo ya se aproximaba. Tomó mis manos y me hizo afirmarlas en la pared, al igual que mi cara que estaba descansado en ella. Su mano derecha bajó y comenzó a masturbarme, mientras que a su mano izquierda la llenó de jabón y empezó a frotarla contra mi glande. La estimulación anal, la masturbación y la fricción de su palma contra mi sensible glande, me superaron y me llevaron a las puertas del orgasmo.
Contraje tan fuerte mi culo, que pensé que le rompería el pene. Mis piernas perdieron fuerza y si no fuera por Darío, me hubiese caído. Chorros de mi semen, se estrellaron en la pared de la ducha, a la vez que gemía casi sin aire. Segundos después de que comenzara a correrme, Darío comenzó a convulsionar. Me enterraba su pene hasta el infinito con una fuerza animal y gruñía en mi cuello con cada disparo de leche. Cuándo acabó, cayó sobre mí y quedamos afirmados en la pared exhaustos. Cansados y todavía con su pene dentro de mí escupiendo las últimas gotas de semen, escuchamos una voz.
-… por supuesto. No te preocupes, se me quedó en el casillero.- era Matías que entraba al baño en nuestra dirección.
Nos miramos con pánico y esperamos lo peor.
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