El colector del autobús
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por alej97.
Soy de Valencia Venezuela.
Aquí, en este lugar, hay tantos hombres héteros a los cuales ver se ha vuelto una cotidianidad que me atormenta, y me atormenta porque muchos de esos héteros los quisiera para mí, y uno de ellos lo fue: el colector del autobús.
Tengo 19 años, a esta edad, cuando eres gay, las hormonas se desesperan por sí solas, en busca de saciar la sed de hombres, de machos, de su semen, de deseo, de sexo.
He tenido novio y he amado, pero ningún gay puede despertar esas hormonas que para mí despierta un hetero macho y viril, aunque el gay esté más bueno que el hetero, aunque ese gay vaya a mil gimnasios y esté buenísimo, el macho hetero flaco, descuidado y despeinado, genera para mí, más ansias de tenerlo, más ganas de tenerlo solo para mí, más deseos de que ese hombre primitivo sea solo para mí, al menos durante el sexo.
Entre tantos hombres héteros de aquí de Valencia que me encantan y veo a diario, hay uno que siempre veía, y era casi imposible no verlo, porque como no tengo carro, uso bus todos los días.
Este hombre es el colector de uno de esos buses, es decir, el que cobra el pasaje, y cuando lo vi por primera vez, me sorprendí de mí mismo que me haya gustado, porque por lo general a mí no me gustan así, pero despertó algo que tenía que saciar: deseo sexual.
Él es moreno, más oscuro que claro, es de mí tamaño, no tan alto, la estatura correspondiente a mi edad, lo normal.
Su cabello es liso, su corte de cabello es de hombrecito, su nariz es hermosa (es lo que más me gusta, junto a sus dientes), sus labios son delgados.
Su cuerpo, ¿cómo decirlo? No es perfecto pero lo es.
Es decir, pensé que él iba al gym pero luego supe que no, y es que no tiene nada que envidiar, sus brazos están bien formados (¡cómo amo los brazos en un hombre!), su torso, pecho y espalda están bien formados, me imagino que es por su rutina diaria, y tiene un culo envidiable, de verdad, aunque supongo que es más porque es negro que por otra cosa.
Yo soy blanco, normal, algo trigueño, tengo 19, estudio en la universidad, mi cabello es ondulado, no tengo cuerpo de gym ni estoy cadavérico, me siento normal para mi edad, estatura y físico, además no soy feo, soy de gustar a la gente, normal.
Ahora sí, comenzaré contándoles cómo comenzó toda esta historia.
Yo, un día como cualquier otro, iba de regreso a mi casa, salí como a las 5pm y a las 5:30 estaba en la Av Branger esperando bus, pero como a esa hora el transporte es caótico, esperé hasta casi las 6pm, cuando llega el bus de mi casa algo vacío (cosa sorprendente aquí), me subo, busco una ventana como siempre, y veo al chofer por el espejo que ellos tienen frente a su asiento, era simpático, también moreno, luego veo que le grita algo al colector y resulta que esperamos como 5 minutos a que se llenara el bus, así sucedió y arrancó, cuando ya íbamos en camino, el colector anunció que tuviéramos el pasaje en mano, yo mientras me puse a leer algo acerca de los poderes de la mente, recuerdo, cuando me tocan el hombro y volteo y lo veo.
Observé todas las características que les dije al principio y él esperando a que le pagara:
—Pasaje por aquí, mi pana.
Ni respondí, estuve ensimismado observándolo, le pagué estudiante y siguió cobrando.
No pude seguir leyendo.
No dejé de pensarlo ni en el transcurso a mi casa ni cuando me bajé del bus, y cuando me bajé lo vi una vez más, estaba de pie en la puerta de adelante del autobús, qué rico se veía, yo solo me resigné a imaginármelo conmigo y ya, era obvio que nunca lo iba a tener, ni porque yo fuese Brat Pitt.
Eso pensé.
Así pasaron los días, ya se me había olvidado que existía tal colector, hasta que casi una semana después lo volví a ver.
Esta vez yo iba de pie en el bus, y él comenzó a acomodarnos dentro del bus, moviéndonos hacia atrás mientras cobraba el pasaje.
Y cuando iba a pasar por donde estaba yo, me convertí en zorrita e intenté apartarme para que él pasara por detrás de mí, y cuando estaba en el proceso, me arrimé hacia atrás, de modo que yo sintiese a ese hombre más cerca de mí, y cuando lo sentí, noté que tenía tremendo paquete.
Del tiro se me paró el guebo.
Y así transcurría todo durante mucho tiempo, casi que meses pasaron así, yo hacía de todo para tocarlo, cuando le pagaba el pasaje, cuando pasaba detrás de mí, cuando yo pasaba a su lado, cuando le pedía la parada, cuando me bajaba del bus, y así.
Hasta que un día estaba el bus casi completamente vacío y el colector se sienta al lado de mí, como a descansar.
El corazón me latió muy rápido y pensé “Ah vaina pues, ¿qué me pasa?”.
Se secó el sudor con su franela y me fue inevitable verle el pecho, qué delicia de hombrecito.
Él, obviamente, lo notó.
— ¿Qué hora tienes ahí, compa? —preguntó
— Las 6:48pm—alcancé a decir.
—Es que se me dañó el teléfono y la pantalla la tengo jodía.
— Ahh—fue lo único que dije.
¿Cómo pude haber dicho solo un “Ahh”? Gafo.
— ¿Tú no sabes dónde lo puedo mandar a arreglar y que no me estafen ni me roben piezas o algo?
Dudé.
¿De verdad me estaba preguntando eso? Me aproveché y se me encendió el foco.
— Yo tengo un convive que arregla teléfonos.
—Yo, dándomelas de malandro y hablando de “convive” y todo.
— ¿Sisa? —Aquí es Venezuela es como preguntar “¿Sí?”
— Sisa—respondí
— ¿Y dónde es?
— Cerca de mi casa
— ¿Y dónde vives tú?.
Ah, ya sé dónde es que dices tú, sí ya sé, si siempre te veo, jaja.
— ¿Siempre me ves? jaja—intenté reír.
— Sí y tú también me ves.
— ¿Qué yo también te veo?
— Sí, ahora te vas a hacer el loco.
— ¿El loco por qué? Normal, eres el colector.
—le respondí viéndolo a los ojos.
Él apartó la vista de mí, y viéndose las manos, aun estando sentado, solo me respondió:
— El colector.
Ah, cierto, yo soy… el colector.
— Bueno sí, ¿tú no eres el que cobra pues? —cuando pregunté esto, él rió como incrédulo, y yo no entendí, pensé que de seguro lo ofendí pero no podía disculparme, ahí sí que demostraría lo marico y no pues, no podía.
Aunque seguro se me nota de aquí al cielo.
Él solo me preguntó dónde es exactamente lo del teléfono, le respondí y del resto me evadió la mirada, no entendí.
Normal.
Pasó la noche y no dejaba de pensarlo.
Cuando volví a verlo, iba a pagarle el pasaje y me dijo que lo dejara así, así que no le pagué.
Otros días seguido fue lo mismo; no me cobraba el pasaje, solo me veía y me saludaba con la mirada y ya.
Yo me sentía realizado.
Al menos ya había esa proximidad entre nosotros.
(Aunque es estúpido pensar así, pero eso pensaba yo en ese momento).
Otro día se sentó junto a mí, recuerdo que era un domingo, no había casi gente en el bus.
— Háblame, ¿todo bien?
— Sisa, ¿tú, qué más? —respondí yo.
— Fino mi pana.
— ¿Sí pudiste mandar a arreglar el teléfono por fin?
— Sisa mano.
Yo fui a donde me dijiste, gracias por esa.
— No, de nada.
— ¿Tú tienes teléfono? —Cuando me preguntó esto, yo me sentí paralizado.
— Sí —fue lo único que logré decir.
— Si quieres me lo das y yo cuando esté en el centro te escribo para avisarte por si estás cerca y así aprovechas de venirte.
—quedé estupefacto cuando dijo eso.
Lo dijo viendo a su teléfono, ni siquiera me vio la cara.
— Si va.
Anota.
Se lo di y él enseguida me llamó y su número quedó en mi teléfono.
— Daniel —me dijo.
Y se levantó y caminó hacia adelante.
Se puso a hablar con el chofer y por un momento pensé que me estaban mamando gallo y se estaban burlando de mí, pero alejé la paranoia de mi mente y no hice caso.
Cuando llegué a mi casa, era eso de las 7:20pm, me bañé, comí y me acosté a hablar por teléfono.
Pensé en escribirle, pero esperé a que diera el primer paso él.
Pero parecía que nunca lo iba a dar porque no llegaba ningún mensaje.
A eso de las 10:30pm me llegó por fin uno.
• Que haces? (esto fue textual, sin acento en la e de qué y con ese signo de interrogación y todo)
¿En serio me iba a preguntar solo eso? Ni siquiera un hola.
• Aquí viendo televisión, ¿y tú?
• Que ves? Yo viendo una peli!!
Cuando me dijo “peli” ya todo estaba dicho.
Este no era marico, era mariquísimo.
Mejor para mí.
• Veo la novela ¿y tú qué peli ves?
• Narnia!!
• ¿En serio? Es una de mis favoritas.
• A mi me gusta mucho —respondió él.
• A mí también.
• Un dia deberiamos de ver una película juntos no crees???
• ¿Juntos? —inquirí
• Si juntos claro.
Por que? No te gustaría???
• Bueno, tengo que admitir que sí me gustaría.
• Bueno ya lo dijo.
Cuando podemos ver una???
• ¿Te quieres comer el pastel antes de cantar cumpleaños? —dije yo, ya no aguantaba, tenía que decirlo, soy zorra.
• Si es por mi yo me como ese pastel ya!!!
• ¿Sí?
• Obvio!!! Pero tu no eres capaz…!
• ¿Capaz? ¿Que no soy capaz de qué? —pregunté yo.
• De mamarmelo!!
• ¿Cómo sabes que no soy capaz?
• Eres capaz???
• No he dicho que no ni que sí.
• No vale asi me la cortas!
Hablamos un rato más pero nada del otro mundo.
Lo que yo más temía era verlo ahora en persona, ¿QUÉ CARA DEBÍA YO PONER? ¿Tenía que hacerme la loca y aplaudir? Bueno, si yo pensé que todo sería normal, que la vida era bonita, ¡Pues no!, lo que pasó cuando lo vi fue torturante.
Subo al bus haciéndome el loco, como eso de las 6:30pm.
El chofer ve que no tengo asiento disponible y quita un bolso que estaba detrás del asiendo de él.
Desocupa el puesto y me lo ofrece.
Me extrañó eso.
Acepté el puesto.
Pero cuando ya habíamos arrancado me veía mucho por el espejo retrovisor y sonreía.
El colector, Daniel, cobró el pasaje y llegó hasta la puerta del bus, me esquivó la mirada, estaba como lejano.
El chofer se reía.
Después de un rato, el chofer habla con Daniel y obvio se oye lo que hablan, no en todo el bus (porque la habladera de la gente no deja) pero sí se oye en la parte de adelante, donde estaba yo.
—Mosca y te me pierdes en Narnia, Daniel, que no me quiero quedar sin colector.
No se imaginan lo acelerado que estaba mi corazón.
¿Narnia? ¿NARNIA?
—Y tienes que cantar primero el cumpleaños para poder comerte el pastel, no seas rata.
—habló de nuevo el chofer.
Con esto último que dijo, Daniel sonrió, y yo quedé petrificado sin poder pensar.
— Deja tu maricura, chamo —fue lo único que dijo Daniel medio riéndose.
¡Qué vergüenza me dio! ¡Estaba hablando era de mí! Me sentí tan mal, tan estúpido, de seguro se estaban burlando juntos cuando me escribió y yo como imbécil respondiéndole.
¡Qué pena! Quería que la tierra me tragara y no me escupiera nunca.
Ya casi no había pasajeros montados en el bus cuando llegamos a la parada de mi casa, al bajarme el chofer casi me susurró:
— ¡Adioooosss!
Me temblaban las manos de la rabia que tenía.
¡Hay que ver que yo sí era guebón! ¡Gafo! ¡Pajúo!
Cuando llego a mi casa me dieron ganas de escribirle pero no, mejor no, lo dejé así.
Como a las 10pm me llamó por teléfono.
— ¿Qué pasó? ¿Qué quieres? —pregunté de una vez
— Pero qué amargado vale.
¿Cómo estás?
— Bien.
— Discúlpame.
— ¿Disculparte?
— Sí, discúlpame.
— ¿Por qué tendría que disculparte?
— Por lo de hoy, Javier andaba con un chalequeo ahí, (chalequeo en Venezuela es “bromista” o sus derivados) se portó como un imbécil.
— Si no me lo dices no me doy cuenta—dije.
Rió.
Estaba algo tomado, por lo que noté.
— Si tanto quieres las disculpas, pues estás disculpado.
—qué fácil era yo.
— No, no, no, no, yo te quiero pedir disculpas en persona.
— ¿En persona? Bueno será mañana si te veo.
— No, mañana no: hoy.
Yo quiero hoy.
— Pero mira la hora que es.
Son más de las diez.
— Bueno no importa, yo te paso buscando por la parada.
No hay casi gente en la calle.
Anda.
— No vale, no te vuelvas loco.
— No seas así vale, anda, que si no, me voy a sentir mal.
— ¿Estás bebiendo?
— Estaba.
Algo.
— Se nota.
— ¿Te molesta que lo haga?
— ¿Qué? ¿Beber? No vale, ese es tu peo.
¿Por qué tendría que molestarme?
— Solo pregunto pues.
Pa saber.
¿Si te paso buscando entonces?
— Ay bueno está bien.
¿Cómo a qué hora llegas aquí a la parada?
— Como en 20 minutos.
Yo te espero, pilas de que nadie te vea.
— Dale si va.
Nos vemos ahí.
—colgué.
Corrí a ponerme algo que me favoreciera, agarré mi cartera, y dije que iba donde mi amiga la vecina.
Llegué a la parada y el bus iba llegando.
Se me aceleró el corazón.
Él me hizo señas para que subiera rápido.
Yo ni vi para los lados, subí y ya.
— Hola—logré decir.
Casi no se veía (como es negro, jajaja, bueno no negro por completo jajaja), todo estaba oscuro, las luces del bus estaban apagadas.
— Hola muñeco.
Que me dijera muñeco fue algo gracioso, un macho hetero no dice eso.
— ¿Cómo estás? —preguntó.
— Acabamos de hablar hace veinte minutos, creo que no me ha pasado nada en ese tiempo.
Yo, bien.
— Ay, no seas amargadito conmigo si yo lo que te quiero dar es cariño.
—cuando dijo esto me tocó por la espalda.
Él estaba manejando el bus y yo de pie casi a su lado.
Me dio un sustico.
— Lo siento—dije
— No lo sientas todavía.
Lo vas a sentir pronto.
— ¿Ah, sí? ¿Qué voy a sentir? —puso cara de deseo cuando dije esto.
— Esto—dijo mientras de una estocada me agarró por la espalda y me sentó en sus piernas haciéndome sentirle el guebo parado.
Tenía franelilla blanca y short playero, supuse que estaba bebiendo era en su casa.
Me gustó la sensación.
Él rió, y yo igual.
— Mira la carretera es lo que tienes que hacer—dije yo.
— Vamos a comprarnos unas cervecitas, ¿sí va?
— ¿Vas a seguir bebiendo? —pregunté
— Si quieres que no beba no bebo, usted manda, jefe.
—cuando dijo eso hizo una señal de militar cuando recibe órdenes.
Se sintió bonito verlo ahí, así, y además, para mí por completo, ¡y sonriendo!
— Bueno, cómpralas, pero no muchas.
Se estacionó y cuando se iba a bajar, alzó la voz:
— Javi, ¿tú quieres una?
¡¡¡QUÉEEEEEEEE!!! JAVIER ESTABA AHÍ.
LA VERGÜENZA TOTAL.
— ¿Javier está aquí en el autobús? Todo está oscuro, no veo.
¡Qué pena, Daniel! ¿Cómo tú me haces esto, vale?
— Quédate quieto que ese está claro.
— ¿Claro de qué?
— De que vas pa esa.
—Este ya me cogió y yo no me di cuenta.
Lo único que pude hacer fue reírme.
Él buscó el dinero, y antes de bajar, me explicó lo que había pasado en el bus, me dijo que fue que Javier le había quitado el teléfono y que había leído los mensajes, luego me pidió disculpas y como no respondía se paró frente a mí y me puso sus manos en mi cintura.
Seguido de eso, me besó.
Fue extraño.
Todo era increíblemente bizarro (si a mí me hubieran contado algo como lo que yo estoy contando capaz no lo creería) pero era verdad lo que me estaba sucediendo.
Y sus labios eran suaves, sabía besar muy bien.
Lo hacía con delicadeza.
Luego puso su mano derecha en mi nuca y me sentí en la gloria.
Hasta que Javier hizo un sonido con su garganta y nos separamos.
Reímos a la vez.
— Voy por las cervezas.
Te traeré una, Javi.
— Dale —contestó Javier.
Sentí miedo, y pena al mismo tiempo.
Yo me quedé ahí de pie y de los asientos de atrás venía Javier caminando hacia mí, me pasó por un lado y se sentó donde se maneja el bus.
Me saludó con la cabeza, yo igual.
Llegó Daniel con tres cervezas y unas cuantas en una bolsita.
Le dio una a Javier, dejó la bolsita ahí al lado de Javier, y me agarró por un brazo y me llevó hasta al final del bus, donde estaba la puerta de atrás.
Javier solo miraba por el espejo que tenía enfrente.
Daniel y yo nos sentamos en las escaleritas del autobús, las de atrás y comenzamos a hablar y a tomar, y cuando me di cuenta me tomé como cinco cervezas que Daniel había ido a buscar donde Javier, adelante, y me sentía algo mareado.
Él estaba más tomado que yo, tenía los ojos chinitos ya, pero luego se acercó y me besó y no aguanté.
La cerveza que tenía en la mano rodó por el piso del autobús, y quedé tendido en el suelo y Daniel encima de mí, luego me acomodó y mi cabeza quedó apuntando hacia el principio del pasillo, donde estaba Javier, y mis pies hacia las últimas butacas del bus.
Daniel estaba encima de mí y sujetaba mis manos con las suyas.
De manera súbita tomó mis manos y las puso encima de mi cabeza, y me sentí algo domado, mientras, él seguía besándome, cosa que me encantaba porque me besaba con pasión, con lujuria, como si se le fuese la vida en ello, y luego solo dejaba sus labios muy cerca de los míos, rozándose entre sí, y ambos con respiración agitada.
Me quitó la franela que yo tenía de un segundo a otro.
Y continuó besándome.
Luego sus labios quedaron tan cercanos a los míos que sentía cuando respiraba por la boca, de momentos me daba besitos y de momentos se separaba: era genial.
Sonreí.
— ¿Qué? —preguntó él.
Sonrió.
— Que me gusta—admití.
— Yo sé, por eso ni te lo pregunto.
— Pero qué modesto.
¿Cómo sabes que me gusta?
— Por tus ojos.
— ¿Por mis ojos?
— Sí—dijo esto y me mordió el labio inferior.
— Está bien.
— ¿Te sientes cómodo? —inquirió
— Sí, sí.
Bueno, me da pena con Javier que nos escuche besándonos.
— Y lo que le falta por escuchar.
Relajao, has como si no está ahí.
Ese ya debe estar dormido, él sabía, él estaba claro.
— Oook.
—Fue lo único que logré decir— ¿Y cómo que “y lo que le falta por escuchar”?
— ¿Y es que usted cree que ya todo se acabó aquí?
— No, pero… —no me dejó terminar cuando respondió:
— Yo a usted hoy le doy la pela, ¿oyó? —dijo esto con lujuria, acercándose más a mí y besándome fuerte fortísimo.
No me pude resistir.
No dije más nada.
Siguió besándome y por primera vez dejó de besarme los labios para comenzar a besarme por debajo del mentón, hasta llegar a mi cuello, lamiendo poco a poco hasta llegar a mi oreja y pasar su lengua por toda la orilla, yo solo suspiré, no podía ni hablar.
— Me encantas, carajito —me dijo al oído y me erizó la piel.
— Tú…
— Shhh… No digas nada, te prefiero calladito por ahora.
Eso… Así me gusta.
Terminó de hablar y me dio un besito en la oreja.
Luego me la chupó lentamente y eso me hizo derretir en un segundo.
Me soltó las manos y las puse en su espalda, intenté quitarle la franela pero él se la quitó rápido.
Me siguió besando y esta vez fue mucho mejor; podía sentir su pecho, lo tocaba y estaba algo sudado, mejor aún, lo sentía tan rico, tocaba sus tetillas mientras él me besaba y las apretaba con mi mano completa, le tocaba el pecho y sentía piel tan tersa y suave que no pude resistir y le pasé las manos por la espalda, como rasguñándolo, y él no dijo nada, solo suspiró, y a mí me derritió así que lo apreté fuerte y su pecho y el mío quedaron pegados uno con el otro.
Se sentía genial.
Así me besaba el cuello, luego comenzó a bajar un poco hasta llegar a mis tetillas, primero con una, le pasaba la nariz alrededor, luego su aliento (como dándole calor) y luego su lengua lentamente por un buen rato hasta que terminaba mordiéndolas un poco cada una.
Con la segunda hizo lo mismo, mientras yo solo me torcía de placer, con la respiración entrecortada, y por momentos él se detenía a verme y sonreír (a mí lo que más me gustaba era sus dientes y su nariz, cuando sonreía era lo mejor).
Luego siguió con besos y lamidas hasta llegar a mi ombligo, ahí se detuvo y comenzó a morderme suavemente mi cintura, primero de un lado y luego del otro y sus manos comenzaron a rozar mis piernas, hasta que llegaron a la goma del mono que tenía yo puesto y me lo bajó de un solo golpe hasta mis rodillas.
Hizo lo mismo con mi bóxer.
Me detuve a quitarme la ropa por completo y él solo asintió mientras sonreía.
Listo, ya estaba completamente desnudo a su merced.
Comenzó a darme besos desde los pies hasta mi abdomen, y en cada beso succionaba un poco, cosa que me encantaba.
De un solo segundo a otro me dio la vuelta y quedé de espaldas a él.
Ya me había dado cuenta que este hombre era de cambios bruscos.
Y a mí me encantaba.
Comenzó a besarme la espalda y yo no hacía más que levantar el culo y suspirar, y eso a él le encantaba o al menos se divertía con eso porque sonreía cuando yo respiraba de esa manera y cuando suspiraba.
Llegó a mis nalgas.
Las olía, las acariciaba con su nariz y de momentos le daba leves mordiscos.
Yo, por instinto, llevé mis dos manos hasta dicho lugar y me las abrí para que tuviera mejor vista.
— Eso.
Qué rico se ve ese culito, mi amor.
— ¿Te gusta? —pregunté en un tono de zorrita nada normal.
De repente metió su cara entre mis nalgas y me pasó la lengua por el culo.
Yo solté un “Ahhh” que de seguro Javier podía escuchar.
Dani solo me dijo:
— ¿Eso responde tu pregunta?
— Sí —dije sonriéndole— sigue, ¡por favor!
— Como usted mande, señor.
—respondió.
Y siguió lamiéndome el culo.
Lo hacía increíble.
Sentía cómo mordía alrededor de mi culo para luego pasar su lengua e introducirla hasta donde más podía.
Eso me llevaba al cielo.
Levantaba mis caderas y lo tomaba del pelo para hacerlo introducirse más y más, aunque fuera imposible.
Así se mantuvo por un buen rato, me mordía una nalga, luego la otra, de pronto me dio una nalgada doble, una mano en cada nalga, yo gemí un poco, siguió mamándome el culo hasta que empezó a darme besos, pasando su lengua por toda mi espalda, recorrió mi columna vertebral, cosa que me hacía retorcer, hasta llegar a mi cuello y chupármelo con fuerza, luego me tomó del pelo de un jalón y me mordió la oreja con delicadeza.
Yo ya estaba súper excitado y él mucho más, su mirada había cambiado, ya no lo veía tan jovial, ahora sus ojos demostraban lujuria, demostraban ganas de saciarse, ganas de sexo, ganas de querer cogerme hasta más no poder.
Y yo feliz de que me viera así y que se sintiera de esa manera.
Estando en la posición que estábamos, él se quitó el short y el bóxer, y quedó completamente desnudo y lentamente se pegó a mi cuerpo.
Fue ahí donde pude sentir su guebo pegado a mis nalgas y su pecho tocando por completo a mi espalda y sentí la gloria, se sentía muy rico de verdad, tener a ese hombre ahí, para mí solo era lo mejor.
No, no era lo mejor, lo mejor llegó cuando comenzó a rozarme su guebo lentamente por el culo, por toda la línea que separa mis glúteos, ahí sí que sentí la gloria, y fue tanto lo excitado que estaba que con mis manos lo agarré por el pelo y sus labios quedaron a la altura de mi cachete izquierdo, y le supliqué, jadiando:
—Métemelo
—Ten calma bebé, ¿tan desesperadito estás? —esto lo dijo sonriendo, casi que aprovechándose de mis ganas de tenerlo dentro.
—Métemelo, métemelo anda.
Pero hizo caso omiso de mis suplicas y siguió es su subida y bajada con el guebo a mis nalgas.
Mientras, yo suspiraba.
Luego habló.
— ¿Lo quieres adentro? —preguntó en la puntica de mi oreja.
Yo solo asentí.
—Mámamelo primero, lubrícamelo.
No respondí y me incorporé hasta estar de rodillas y él se puso de pie.
Al fin pude verle el guebo como era, y era bello.
Tenía el guebo bello realmente.
Era grande, carnoso, como hecho de acuerdo a su contextura, era largo, lo suficiente como para satisfacerme por un buen rato.
No se direccionaba hacia ningún lado, ni hacia la izquierda ni hacia la derecha, estaba directo a mi cara, apuntaba mi boca, lo toqué con ambas manos y comencé a masturbarlo, cosa que a él le gustó porque suspiró.
Me detuve y le pasé la lengua desde abajo hacia el glande muy lentamente y cuando llegué a la cabeza me la metí en la boca cuidando que mis dientes no los lastimaran, y succioné su glande, hasta soltarlo por un segundo.
Lo vi a la cara buscando su aprobación y él asintió.
Eso fue más que suficiente para mí para seguir.
Volví a bajar pasando la lengua de un lado y del otro hasta llegar al glande, se lo succioné un poco y comencé a tragarme todo guebo suyo, hasta más de la mitad me lo pude meter en la boca, el resto no cupo, pero me lo metí lentamente, cuestión de no dar arcadas y teniéndolo todo dentro, lo chupé poco una chupeta, como si fuese un caramelo, luego, con una mano, comencé a masturbarlo y aun seguía mamándoselo, le gustó mucho que hiciera eso, tanto, que me quitó la mano de su guebo y con sus dos manos me tomó del pelo y trató de atragantarme metiéndome el guebo hasta la garganta, haciendo que segregara más saliva de lo habitual.
Instintivamente lo saqué de mi boca.
Luego me lo volví a meter en la boca y sentí que me cabía un poco más.
Él desde arriba, solo gemía y suspiraba.
—Uff, siii, así, así, uff, qué rico lo mamas bebé.
Luego se sentó en una butaca, un asiento de atrás, de modo que quedé de rodillas y mi culo apuntando hacia el otro lado del pasillo.
Por un segundo temí que Javier nos estuviera viendo pero como todo estaba oscuro.
De repente, se encendieron luces pero no en todo el bus sino lucecitas como de navidad, cuando prendió la música, comenzó a sonar un trap, supe que Javier estaba despierto.
Ni siquiera volteé a ver, solo seguí mamándoselo a Daniel ahí donde estaba.
Esta vez succioné sus bolas una por una, y eso le dio retorcijones de placer, luego me las metí las dos en la boca con algo de dificultad y se las chupé por un buen rato.
Luego me detuvo y me tiró al piso, de modo que volví a quedar dándole la espalda, y el culo.
Se echó saliva en el guebo y me echó saliva en el culo, supe que ya vendría lo mejor.
—Voltéate mejor.
Quiero verte la cara cuando te reviente ese culo.
No dije nada y obedecí.
Ahora lo tenía viéndome a la cara.
Tomó mis pies y los puso cada uno a un lado, de modo que cada pie quedó encima de un asiento, izquierdo y derecho.
Se echó nuevamente saliva y lo puso en la entrada de mi culo.
Comenzó a introducírmelo lentamente y se acercó a mí, me besó el cuello y me chupaba la oreja izquierda.
Era como si sabía que si hacía eso mi culo se abriría de par en par.
Y así fue, me sentí más entregado, más dado, más relajado y sentí que entró lentamente, me comencé a sentir lleno, y de ratitos abría mi boca emitiendo un leve “ah” hasta que sentí sus bolas pegadas a mis nalgas, cosa que me indicaba que ya tenía todo el guebo de este hombre dentro de mí, ya era mío, ya podía decir que me había cogido.
Lo dejó un rato dentro de mí sin moverse, y yo no aguantaba el desespero, quería que me cogiera duro ya.
Pero él solo me besaba el cuello, de un lado y del otro, luego quedó frente a frente junto a mí y me dio un piquito, solo rosaba sus labios con los míos, y eso me encantaba.
Luego se alejó un poco de mí y se incorporó en sus piernas, tomándome por las caderas y halándome más hacia él, después puso los puños de sus manos cada uno a los lados de mi cabeza, sacó el guebo casi por completo y me lo volvió a meter.
Tenía la cara seria.
Yo solo gemí un poco.
Volvió a hacer lo mismo.
Volví a gemir.
Acercó más sus labios a los míos y me besó suavemente moviendo sus caderas al compás de sus besos, lentamente.
Al cabo de unos minutos, sus besos fueron más fuertes y se empezó a mover más rápido.
Yo dejé de besarlo y volví mi cabeza a un lado.
—Ah, ah, ah, así, así, me gusta, sigue, sigue.
Dale, no pares.
Así, uff, aff, siii, así.
— ¿Te gusta? —preguntaba él chupándome el cachete.
—Sí, me encanta.
Dame más—respondía yo de manera entrecortada.
— ¿Así? —decía él aumentando el ritmo de sus embestidas.
Yo, por mi parte, respiraba más aceleradamente.
—SÍ, SÍ, SÍ, ASÍ.
UFFF, QUÉ RICO, ME ENCANTA, UFF.
ASÍ, SÍ.
—Y no te ha entrado todo.
— ¿Y qué esperas para metérmelo todo? Dale, así, anda, todo, todo, uff.
Me agarró las dos piernas y las puso en sus hombros, así, me sentí indefenso, desprotegido, a su merced, así sí sentí cómo me entró todo.
—Esoo, ahora sí lo tienes todo adentro.
Qué golosa putica eres bebé.
—Ay, ay, ay, me duele, me duele, duele, duele.
Sácalo un poquito.
— ¿Usted no quería guebo pues? Tú querías que te lo metiera hasta la patica, bueno ahí tienes pues, putica.
—Ay, ay, ay, ay—respondía yo a cada una de sus embestidas.
—Agarra ahí pa que seas serio y sepas lo que es llevar guebo de verdad.
—Ay, sí, así, así, así, anda, dame, dame.
Me gusta, sí, así.
—Ahhh, ¿viste que sí te gusta? Llevarás bastante guebo pa que vayas bien.
Y así continuó dándome guebo a morir por un rato.
A mí me encantaba, la sensación era inigualable.
Después de un buen rato, me cambió de posición y me puso en cuatro patas.
Así sentía la gloria, ese hombre era una bestia cogiendo, me daba nalgadas, me mordía la espalda, el cuello y las orejas mientras me lo metía una y otra vez.
Aún había música de fondo, era reggaetón, y todo se prestaba.
Después puso sus manos en mi espalda y me tumbó hasta el piso del bus, yo quedé con las piernas abiertas, y él con sus piernas encima de las mías hizo un movimiento para cerrarme las piernas, me sacó el guebo y me lo metió todo de coñazo.
¡Ufff! ¡Qué rico se sentía! Así continuó dándome por un rato, luego quería como metérmelo más adentro y me tapaba la boca con sus manos mientras yo gemía como perra en celo.
Gemía fuerte.
Y a él parecía no incomodarle para nada, de hecho, le gustaba.
—Eso, así, chilla como una perra.
¿No querías guebo pues?
—Así, me encanta, uff, dame más, más, más, anda.
— ¿Así? —dicho esto comenzó a darme tan duro que me ardió.
—Ya va, para, para, ¡para que me duele!
—Nadaaa, cállate.
—y me dio un coñazo por la cabeza (como un lepe)
—En serio, me duele, ay, ay, ay, aayyy Dani.
—Que te calle vale, que Javier nos va a escuchar.
—Como si no estuviera escuchándonos.
Para vale.
—Que no, te dije que no.
UFF, tú sí tienes un culito rico.
El Negro tenía razón.
— ¿El Negro?
—Sí, El Negro.
— ¿Cuál Negro?
—El profesor vale, pero cállate y disfruta es lo que tienes que hacer que este regalito no te lo comerás siempre.
No podía pensar.
¿El Negro le había dicho que me había cogido? Nagueboná.
Por un segundo dejé de disfrutar, mis pensamientos se distorsionaron.
Yo había tirado con El Negro varias veces, y enterarme de que este colector sabía de eso me dio algo de susto.
Una de sus embestidas me trajo de vuelta a la realidad.
— ¡AY! Me dolió bebé.
—Lo siento mi amorcito—dijo esto con una trompita de pato acercándose a mi espalda y dándome un beso suave.
Luego me lo sacó de un solo golpe y sentí el culo frío.
No me toqué porque supuse que el hueco era gigante.
Me puse de pie y me recostó del tubo de donde uno se agarra para no caerse.
El tubo largo que está de manera vertical casi en la entrada trasera del bus, en el principio de las escaleras.
Ahí, de pie, me siguió cogiendo.
Me ardía un poco pero el placer lo curaba todo.
Me sentía en la gloria.
Con cada metida de guebo que él me hacía yo ponía los ojos en blanco.
Después sentí que puso su mano derecha en mi cintura pero del lado izquierdo.
Y su mano izquierda la tenía en su cadera.
Era lo mejor verlo así.
Yo, mientras, me aferraba al tuvo lo más que podía.
Así estuvimos por unos minutos cuando me dice que quiere que lo cabalgue y se sienta en uno de los asientos, el que queda al final del bus, en una butaca.
Yo me pongo de espaldas a él y lo complazco.
Introduzco lentamente el guebo hasta que ya no siento más sino sus bolas tocándome las nalgas.
Así, quedé casi de pie, pero sentado en él, y subía y bajaba lentamente disfrutando de cada centímetro que ese hombre me ofrecía.
Él también estaba disfrutando, se notaba, me tocaba el cabello, pasaba sus dos manos por mi pecho, hasta llegar a masturbarme un rato, y eso sí que fue lo mejor de todo, cuando sentía que me metía el guebo y a la vez me masturbaba.
Después me pidió que me diera la vuelta de modo que quedé sentado cabalgándolo, pero viéndolo de frente, así me besaba el cuello mientras yo subía y bajaba, me chupaba las tetillas y me apretaba fuerte las nalgas, abriéndolas lo más que podía.
De repente se levanta y me coge un rato así, de pie.
Tenía más fuerza de lo que pensé.
Luego se agachó y se sentó en el piso del bus, quedando yo de igual manera cabalgándolo, así me sentía mejor.
—Aayyy, así, me gusta.
Dame duro así, anda, ufff.
Sí, así.
UFFF qué rico guebo tienes.
— ¿Así? —decía mientras me daba movidas lentas— ¿O así? —preguntó dándome tan duro que hacía que yo me levantara un poco porque me lo metía todo hasta el fondo.
—Dame así, sí, duro.
Ah, ah, ah, ufff, uyyy que rico mi amor, así, dame así, no pares.
No, no pares, dame más, así, más, más.
Ya no podía más, el placer me ganaba.
—Me vas hacer acabar sin que me toque—le advertí.
—Pues no te toques, porque yo también voy a acabar ya.
Pero acaba tú primero, para que me aprietes más el guebo.
—Ay, ay, dame más duro, dame, así.
Ufff, uff, ahí voy, ahí voooyyy, ah, ah.
Uff
Salieron chorros que le cayeron en el pecho y me haló hasta besarme fuerte, me mordía los labios, me los chupaba, y me daba duro por el culo a la vez.
Pensé que ya no disfrutaría más porque como el placer se desaparece un segundo después de acabar, pero con este hombre era todo lo contrario.
Tenía su mano derecha en mi nuca y la izquierda agarrándome duro del cabello, y seguía cogiéndome duro.
Sus embestidas aumentaron y supe que acabaría.
Quería toda su leche adentro.
—Ay, así, me gusta, me gusta, dame leche, quiero leche.
—Ah, ahhh, ah, ¿La quieres? ¡Toma! ¡Tómala! Ayy, que rico, uff, ah, ah.
Síiii.
En cada embestida que me dio sentí más abierto el culo.
Yo estuve en el cielo estando en la tierra, con este hombre.
Se relajó un poco y estiró los brazos mientras yo me levante porque no cabíamos los dos en el estrecho pasillo.
Me lance en dos asientos que tenia a un lado.
Luego sentí como me tocaron los pies, como si intentaran despertarme (pero yo no estaba dormido).
Era Javier.
— ¿Satisfecho? —me preguntó sonriendo.
Yo me sentí apenado.
Me daba como vergüenza que me viera ahí.
Solo asentí.
—Déjalo quieto.
—le dijo Daniel.
—Tranquilo—dijo Javier y se fue hacia el volante.
Comenzó a rodar el bus.
Me vestí y me dejaron de nuevo en la parada de mi casa.
Pensé que Daniel se despediría con un beso o algo, pero él no pensaba esas maricuras.
Javier me despidió con su típico “Adioooss” en casi un susurro.
CONTINUARÁ…
Con Javier pasó algo después, y con Daniel siguieron pasando cosas, además volví a ver a El Negro y pasó también algo más.
Y si te gustó el relato, visita mi blog donde hay más historias mías.
https://alfrestrada.blogspot.com/
Y para que puedas entender quién es El Negro, lee mi anterior relato: “El Negro, mi nuevo vecino” http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-40675.html
¡HASTA LA PROXIMA!
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