EL COLEGIO BRITÁNICO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Realicé mi último curso de bachillerato interno en el T. C. Una Hill School situada al norte de Londres, en plena campiña británica. Fui muy bien recibido tanto en el pabellón donde me hospedaba, como entre mis compañeros de clase, en especial por Richard, Alan, Charles, Sean, Andrew (mi compañero de cuarto) y el bello Shacha, todos algo mayor que yo. No tardé en sentirme atraído por el alto, rubio y bien formado Shacha, pero el bueno de Andrew me advirtió que tuviera paciencia que nuestro común amigo ya había perdido la virginidad con alguna de las dependientas de la localidad cercana.
Pasados unos meses, note un extraño ritual, el profesor de música, el señor Cameron, al terminar las clases siempre se ofrecía para llevar a alguno de los chicos, en su biplaza, a su pabellón correspondiente, aunque para eso había que abandonar el recinto del colegio y atravesar algunas de las calles de la pequeña ciudad.
Como nunca fui invitado no sabía a que venían esos paseos. La curiosidad me llevó a preguntar, Shacha y Andrew me explicaron que el señor Cameron aprovechaba ese corto trayecto para meter mano a los alumnos. Normalmente el profesor se limitaba a poner su mano y acariciar el muslo de su joven acompañante, durante la parada obligada en el único semáforo del recorrido. Solo alguna vez se atrevía a acariciar los genitales del muchacho de turno. Pero todo terminaba cuando el semáforo cambiaba de color.
De ahí que los chicos se fuesen turnando en el asiento del copiloto. “Tú eres muy joven aún, pero ya te invitará” sentenció Shacha, indicándome que si llegado el momento me sentía incomodo simplemente apartara su mano con delicadeza. A partir de ese día me fije en el profesor de música. Debía tener entre 45 y 50 años, alto, delgado, rubio, y con ojos azules claros, elegantemente británico.
El momento llegó el tercer trimestre. Shacha seguía sin hacerme caso, aunque siempre me guiñaba un ojo cuando me descubría mirándolo en las duchas, o no dudaba en recibirme completamente desnudo en su habitación. Sonriendo ante mi azoramiento y consiguiente erección. Pero volvamos al ese día del tercer trimestre, cuando abandonaba las aulas mochila al hombro y el señor Cameron se dirigió a mi ofreciéndose a llevarme a la residencia. Sonreí aceptando, y los chicos me devolvieron una mirada cómplice.
El ritual transcurrió tal como me habían contado. Nada más detenernos en el semáforo la mano del señor Cameron acarició mi muslo y siguió en dirección a mis genitales. Solo que yo no la detuve sino que instintivamente abrí mi entrepierna para facilitarle el acceso.
Tres días después la situación se repitió, con la diferencia que fue directo a mis testículos y yo retuve su mano mientras me los manoseaba. Pasado un minuto tuve que advertirle que la luz estaba en verde.
Dos semanas más tarde me invitó a tomar el té en su apartamento. Decidí ir al encuentro en tejanos, camisa blanca, corbata y chaqueta de colegial. El atuendo lo completé con un slip blanco de Kalvin que aún no había estrenado (como dice mi madre, uno nunca sabe).
Me recibió amablemente en mangas de camisa, y pidió que me pusiera cómodo y me despojara de la chaqueta. El té estaba listo y pasamos al pequeño salón, conversamos de forma intranscendente sobre los estudios, España e Inglaterra (no sobre Gran Bretaña). Pero en un momento dado, al ir a servir más te, parte de éste se derramo sobre mis tejanos. No se si accidental o intencionadamente. Se disculpó, y dijo que no me preocupara, que me los quitara, que tenía un spray de lavado en seco, que estarían listos en poco tiempo.
Me despoje de ellos y seguí tomando su té con pastas y sándwiches en camisa, corbata y slip. Evidentemente le costaba apartar su mirada del bulto de mis calzoncillos. Hasta que se decidió a actuar. Sus manos buscaron mi entrepierna y sus labios mi boca. Extrajo mi corbata y me desabotonó la camisa. Sus labios recorrieron mi torso y vientre hasta detenerse bajo el ombligo, entonces me deslizó los Kalvin hasta los tobillos y su boca busco la dureza de mi polla erecta. Mamó con fruición, sin detenerse, ensalivando, lamiendo, recorriendo con su lengua desde la base de mis huevos hasta el glande enrojecido. Cuando me vine procuró tragárselo todo, al apartarse aún conservaba gotas de mi semen en la comisura de su boca y un pequeño charquito del suyo en el suelo, entre sus rodillas.
Me ofreció asearnos juntos, y compartimos el agua tibia de su bañera. Cuando terminamos mis pantalones estaban ya secos. Nos despedimos con un beso en las mejillas y me encaminé a mi Residencia, donde Andrew, Shacha y Richard esperaban noticias.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!