El comienzo con 412 (Parte IV)
Cuando por fin sentí la rugosidad de su entrada y mis labios encontraron los suyos, ambos supimos que no habría vuelta atrás..
Llevé el desayuno a cada celda, de la 1 a la 6, con absoluta normalidad. Era una labor que rotaba de manera semanal, y para esa semana era mi turno, así como el de estar casi al cuidado completo del módulo de los «calabozos».
En verdad no eran calabozos como en las peliculas; solo era un eufemismo para darle miedo a la población del penal. Consistía en un edificio de unos 80 metros cuadrados apartado del resto de módulos, con 10 celdas pequeñas, una al lado de la otra; paredes de concreto muy gruesas y puertas metálicas delgadas; un pequeño rectángulo por dónde entraba algo de luz natural y, al final del pasillo, pasada la celda 10, una oficina que solía estar vacía, cuya estructura constaba de una puerta metálica de seguridad, el triple de gruesa que la de las celdas, totalmente aislada, salvo por una puerta de emergencia que solo se podía abrir desde el interior con una llave y conectaba al exterior.
Cuando llegó el turno de entregar el desayuno en la celda de 412, me detuve unos minutos afuera. Ese ángel bueno en mi hombro me decía que lo que estaba haciendo estaba mal, que me estaba aprovechando de un pobre chico que había caído ahí y por el cual sentía lástima, aún sin saber que habría hecho para terminar en ese agujero. En el otro hombro, en cambio, estaba ese diablillo lujurioso y egoísta que me decía que lo tenía a mi total disposición para hacer lo que quisiera con el.
Estar justo en el medio y buscar el equilibrio me estaba resultando una tarea bastante compleja, y si bien había pasado poco más de un día, comenzaba a sentir un poco más que atracción hacia Maikel; en cierta parte gracias a la empatía y la lástima que me despertaba el muchacho, aunque también había algo en el que me hacía perder la cordura. No lo sé. Me preocupaba ser consciente de que toda esa ola de emociones habían sido producto de apenas 1 día, y no podía imaginar ni dimensionar como sería todo si seguíamos en esa senda. ¿Que tal si luego ya no era solo deseo? Al menos de mi parte… ¿Y si ese «algo más que atracción» se convertía en algo que no pudiera controlar?.
Necesitaba frenar todo antes que se me escapara de las manos.
Entré mientras dormía plácidamente, con una mano sobre su estómago y la otra detrás de su cabeza. Mierda. Toda mi meditación y determinación se fue al carajo. Era bellísimo. Y quizás, si seguíamos, él podría… o yo... y después ambos…
Despertó. Por lo visto no estaba en un sueño muy profundo y el sonido metálico de la bandeja con el desayuno había sido suficiente para sacarlo de su ensoñación.
Se sentó en el borde de la cama y le entregué la bandeja.
– Gracias — dijo. Se incorporó de mejor manera y se fregó los ojos. Me quedé de pie observando como se alimentaba. Él alternaba su mirada entre la bandeja y mis ojos, un poco confundido y un poco divertido.
– Vas a hacer siempre eso ahora? — soltó de pronto.
– Que cosa? — repliqué haciéndome el desentendido.
– Quedarme mirando — tenía una expresión divertida. Solo le devolví una risa que parecía más un suspiro.
– Come — ordené.
Obedeció y continuó en su labor. Cuando terminó, me entregó la bandeja.
– Otro colega traerá la merienda. Nos vemos mañana — intentaba generar la menor interacción posible; no quería que mi determinación acabara de derrumbarse.
– Mañana? – dijo extrañado.
– Claro, para el desayuno —respondí con total naturalidad. O al menos eso intentaba. Por un momento pensé que era capaz de olfatear mis mentiras.
– Ah… Es que… — guardó silencio.
– Pasa algo? – inquirí
– No, no. Está bien — dijo mientras su mirada volvía al piso. Mentía, claramente.
Cuando me retiraba, volvió a hablar.
– Solo que… Pensaba que podrías traer algo rico de comer, como anoche.
Enserio me lo estaba poniendo MUY difícil. No sabía si solo quería comida o si había algún mensaje encriptado; quizás me manipulaba para poder hacer nuevamente una llamada u pedirme algún otro favor. Lo que fuera, no estaba dispuesto a ceder.
– No lo creo — sentencié.
Cerré la puerta metálica que ahora sí sonó con fuerza y me retiré de vuelta al módulo.
Soy una mierda. Soy una mierda. Soy una mierda.
Era todo lo que pensaba mientras caminaba y fue lo que pensé durante todo el día. A todas luces me había aprovechado de Maikel y ahora lo que el debía estar pensando era que yo era una mierda de persona. Y con justa razón. Necesitaba frenar todo eso, pero no sabía cómo decírselo así que simplemente hice lo más fácil: mandarlo al carajo. Pobre chico.
Almorcé en un restaurant a unos 15 minutos del penal mientras veía una serie en el celular. Todo con tal de no pensar en él ni en nada. El ambiente navideño me tenía hasta el culo. Era la primera vez que no pasaba las fiestas con mi familia. Si bien ahora vivía solo, tenía pensado ir a casa de mi hermana mayor y estar por allá unos días. Desgraciadamente, hasta pasado año nuevo, estaba a cargo del módulo de aislamiento y sumado al escaso personal en esas fechas, pues a llorar a otro lado.
Termine de comer y apenas el episodio terminó, mí mente me recordó lo mierda que era y el cargo de conciencia volvió. «Pensé que podrías traer comida». Y yo aquí comiendo filete.
Pedí una porción extra para llevar. Se tardaron unos 15 minutos y emprendi rumbo de vuelta al penal. Al entrar, el celador me preguntó qué llevaba en la bolsa, esto por protocolo. Sin problemas le mostré el interior diciéndole que era comida para la noche, que me tocaba turno así que me estaba preparando. El solo se rió.
– Extraño los días en que no debía estar en esta puta torre 10 horas al día — dijo con resignación.
– No creas que tanto — respondí. Ambos reímos y la reja se abrió.
– Adelante Hernández.
Apenas entré guardé la comida en el refrigerador. El comedor estaba casi vacío, la mayoría salía a comer afuera pero sumado a la fecha, parecía un lugar abandonado. Por si se lo preguntan; no, no solían dar permisos para fechas algidas, así que lo que mis colegas hacían era presentar licencias médicas para ausentarse y no tener problemas, cosa que claramente yo no hice.
Ya caída la noche, cada 24 de diciembre se hace una cena con los reos que han tenido buen comportamiento y los que participan en talleres de reinserción laboral.
Lógicamente, quedaba excluida el resto de la población penal y el módulo de los «mal portados». Todo el show terminó cerca de las 22:30 hrs., y yo me retiré hacia los calabozos cerca de las 23:00 hrs.
Di una vuelta por la pared exterior mientras alumbraba con una linterna por los pequeños tragaluz. Todos los reos, de la 1 a la 7, dormían profundamente. Me devolví e ingresé por la puerta principal en dirección al pasillo. Al final, la oficina.
Llevaba la bolsa con la comida que expulsaba vapor, recién calentada. Encendí la luz, se veía con un poco de polvo así que barrí y limpié. Me mantenía ocupado intentando no pensar en nada, aunque en el fondo sabía perfectamente por qué había traído la comida y por qué estaba limpiando.
Cuando el lugar estaba habilitado, dispuse de un par de cubiertos, una lata de bebida y un plato para la comida, todo sobre el escritorio. No era una cosa elegante ni nada, pero sí era práctico, y para Maikel sería mucho más que pasar nochebuena en una celda fría.
Me dirigí hacia su celda, metí la llave y la giré intentando no hacer ruido. Abrí la puerta y ahí estaba él, durmiendo profundamente. Lo alumbré a lo lejos con la linterna esperando a que la luz lo despertara. Pasados unos segundos comenzó a moverse hasta que abrió los ojos. Se cubrió con el antebrazo mientras intentaba ver quien le alumbraba.
– Soy el fantasma de las navidades pasadas — susurré. No le hizo gracia. O aún estaba un poco dormido. Le hice un gesto con la cabeza para que me acompañara. Duditativo, se paró y me siguió hasta la puerta.
– Que pasa? – dijo en un tono seco. Noté un color rojo y sus ojos un poco hinchados. Había estado llorando.
– Acompáñame – le dije. Preferí no hacer preguntas. Me siguió a través del pasillo, haciendo el menor ruido posible. Se sorprendió cuando entramos en la oficina y vio un plato servido en el escritorio. Aparté la silla — toma asiento — se notaba un poco desorientado aún.
– Es para mí? — soltó al fin.
– Si – respondí. — perdón por lo de hace rato. No debí tratarte así.
No respondió, solo un movimiento de cabeza. Noté que mantenía los brazos a los costados de la silla y no comía.
– Puedes comer — dije señalando el plato. Dudando, subió las manos al escritorio y pude ver por qué las mantenía abajo: los nudillos de su mano derecha estaban ensangrentados; no se veía una herida grave, pero sus dedos tenían algunos moretones que me hacían entender que le dolía bastante.
– Y eso? — inquirí preocupado.
– Nada… — me miró a la cara — la pared que me provocó y le dí un par de goles — dijo forzando una sonrisa. Yo lo seguía mirando sin comprender — es que me enojé… Pero da igual.
Preferí no decir nada aunque mi mente ya estaba volando con 25 preguntas. ¿Y si…?.
Cuando intentó cortar la carne, hizo una mueca de dolor y soltó el cuchillo. Lo volvió a intentar y ocurrió nuevamente.
– Te ayudo — sugerí. Él solo asintió. «Porfavor». Carajo, el hormigueo en los labios…
Tomé los cubiertos y corté unos cuantos trozos de carne. Cierto es, que por su cuenta el los podría haber comido con la mano buena, pero tuve el impulso que no pude reprimir de dárselo en la boca, así que acerqué el tenedor a sus labios. Maikel, obediente, abrió la boca y lo recibió. Parecía el comienzo de una peli porno.
¿Por qué me hormiguea toda la boca?…
Mientras lo veía masticar intentaba reprimir todo pensamiento fuera del normal, aunque la situación por si sola de normal no tenía nada. Él alternaba su mirada entre mi cara, el plato y cualquier parte. Algo recurrente cuando estaba nervioso.
Luego de terminar la carne, me dijo que podía con la guarnición el solo, así que lo dejé. El silencio me estaba matando.
– Estuviste llorando — solté. No era una pregunta, así que estaba obligado a decirme el porqué.
– Si… Estaba enojado y no sé, extraño a mi madre. Es una mierda aquí dentro. — sonó como si dijera algo que llevaba mucho tiempo queriendo vomitar.
– Por qué estás acá? — pregunté. Quizás era mucho. Quizás no quería saber la respuesta. ¿Y si había asesinado a alguien? O algo peor… tal vez e-
– Por robo — asentí con la cabeza, aliviado — quise tener más de lo que podía y terminé aquí — se encogió de hombros y siguió comiendo.
Después de eso la conversación fluyó bastante. Al ser un espacio hermético y alejado de las celdas ocupadas, el volumen no nos preocupaba, y nadie iba a ir al módulo además de mi, así que estábamos a nuestras anchas.
Me preguntó sobre mi y le respondí todo lo que quiso saber. Que por qué era gendarme, que si estaba soltero, que si tenía mascotas, que cómo se llamaban mis perros y por qué le habia puesto esos nombres y que Michi era nombre de gato y no de perro y así por una hora. Preguntas de ida y de vuelta; me contó que los últimos 3 años vivía con su madre y su hermano pequeño, que su padre era un imbécil, muy machista y que a el lo criaron así, pero cuando vio lo que sufría su madre quiso cambiar. Que tenía un gato y que se llamaba Blanco (porque era de color blanco) y que lo que más extrañaba de estar afuera era jugar Playstation.
– Y tú? Tienes alguna novia esperando afuera? — pregunté.
– Nah — dijo soltando el cuerpo en la silla — nunca he tenido una… O no algo serio. No sirvo para eso yo — miraba al plato como si fuera la cosa más interesante.
Me quedé pasmado con la respuesta. Ya me había dicho que no le gustaban los hombres, pero tampoco había tenido una novia. No quise preguntar más y que pareciera que estaba desviando el tema de conversación, así que lo dejé ahí.
Cuando el silencio se alargó un poco, su tono cambió.
– Toca volver a la celda, verdad? — dijo cabizbajo.
– Espera un poco — contesté. Abrí un botiquín que estaba en la pared y tomé una pequeña botella de alcohol y un poco de algodón — tu mano — hizo una mueca de dolor por adelantado y la extendió sobre el escritorio. Me ubiqué de cuclillas a un costado suyo mientras ponía un poco de alcohol sobre el algodón. Puse la palma de mi mano debajo de la suya. Su piel estaba un poco fría y húmeda. Temblaba un poco y yo también, aunque no sé si por el frío o por otra cosa. Pasé suavemente el algodón por encima de sus heridas. Eran superficiales, pero se quejó en un par de ocasiones. Podía sentir como su mirada alternaba entre mi rostro y nuestras manos. Extendió los dedos por completo, maximizando el contacto palma con palma. Mi corazón comenzó a latir rápido. Su mirada ya no cambió de lugar y yo lo sabía. Podía sentir sus ojos clavados en mi rostro.
El hormigueo en los labios…
Juro que yo no tenía nada planeado.
Apenas me giré a verlo a los ojos, me plantó un beso, un pico, solo un par de segundos, pero fue suficiente para prender la mecha en mi interior; me lancé encima suyo y lo besé de manera frenética. El beso estaba siendo muy correspondido. Podía sentir su respiración y su dulce aliento mezclarse con el mío. Sus labios carnosos abrieron paso a mi lengua, y pronto la suya se unió al baile. Sus manos estaban sobre mis caderas y las mías se deslizaban entre su rostro y cuello. Sin dejar de besarnos, se paró de la silla y yo me erguí; comenzó a quitarme la ropa, que era bastante en mi caso. Cuando solo quedaba mi pantalón, comencé a desnudarlo. Su boxer estaba por reventar. Me alejé unos pasos para contemplar el espectáculo, mientras desabotonada mi pantalón y dejaba al descubierto por primera vez para Maikel mi cuerpo casi desnudo. Cuando bajé mi boxer, mi verga de unos 20 cm, gruesa, hizo que abriera los ojos como plato. No le di tiempo a nada, me puse de rodillas y comencé a devorar su miembro por encima de la ropa interior. El solo se retórica de placer mientras la tela se iba humedeciendo cada vez más.
Mi rostro estaba impregnado del olor a jabón y a sudor de su entrepierna. El mismo se quitó el bóxer, descubriendo ese bello mástil chorreando precum, el cual me apresuré a recoger con la lengua. Sabía a gloria; o es que cada cosa de él me parecía lo más bello que había visto y lo más rico que hubiera probado. Pasé mi lengua por todo su tronco hasta llegar a sus huevos, donde me entretuve un rato largo. El placer en su rostro era una cosa que no tenía precio.
Sin que se lo pidiera, me levantó para posteriormente arrodillarse y comenzar a mamar. No lo ví venir y me estremecí al sentir la calidez de su boca engulliendo lo que podía de mi verga. Carajo. Si había algo más arriba que el cielo, seguramente era este momento. Era algo torpe; sentía sus dientes rozar un poco, pero se esforzaba y solo pensar en la escena me prendía al 1000. Sentía sus manos recorrer mis glúteos, sin entrar más allá, como si estuviera pidiendo permiso. De pronto, una de sus manos se deslizó por debajo de mis huevos buscando mi entrada. Ese primer contacto fue de otro mundo. Su dedo índice estaba masajeando mi ano con intensidad, pedía entrar a gritos. Detuvo la mamada y me miró fijamente a los ojos; entendí a la perfección lo que quería, así que sin mediar, me puse en 4 en el suelo. Se sentía aún más frío por el calor de mi piel. Maikel no perdió tiempo; escupió sobre su mano y me comenzó a dilatar; primero uno de sus dedos, luego dos. Sentía su otra mano acariciar mi cuerpo y su boca recorrer mi espalda. Yo estaba volando, y cuando acomodó su verga en mi entrada y metió la cabeza, un gemido me hizo ver ángeles y estrellas. Veía la adrenalina en su rostro mientras besaba mi espalda, buscando mis labios; estaba desesperado, pero estaba siendo gentil.
– Hazlo — dije de pronto. Él sabía a lo que me refería y yo sabía cuánto lo estaba deseando; me preparé, respiré profundo y aguanté, mientras en una sola estocada, Maikel enterraba su verga en mi interior. Sentí su pubis pegado en mi trasero. Dolía como un demonio, pero ver su cara de satisfacción era impagable. Un gemido sonoro se escapó por su boca. Se quedó quieto solo unos segundos y comenzó a bombear a un ritmo firme. Apretaba mis caderas con fuerza, su rostro alternaba entre la felicidad y la excitación. O ambas; tal vez, ese rostro era la más pura expresión de lujuria.
Yo me sentía en la gloria y Maikel ahora me embestía como un animal mientras decía cosas como «que rico culo tienes», «como aprietas», «vamos a hacer esto todos los días». Yo solo podía gemir mientras sentía que me iba a correr en cualquier momento.
El dolor no importaba; Maikel estaba en un éxtasis profundo y ese era suficiente pago para mí.
Aumentó el ritmo y sin avisar, mientras me abrazaba por la cintura y mordía mi espalda, comenzó a eyacular por montones. Sentí cada chorro caliente en mi interior. Ese pequeño pero fuerte reo de 17 años me estaba preñando y yo lo estaba gozando como un condenado. Descansaba sobre mi espalda sin salir de mi interior. Sentía su respiración entrecortada y profunda; unos ruidos que parecían bufidos, mientras sus manos perdían fuerza en mis caderas. Estaba exausto y aunque un extraño deseo masoquista en mi quería más, ya comenzaba a sentir dolor en las rodillas. A la par que su verga se desinchaba, sentí un escosor terrible en el culo, cosa que quedaba totalmente en segundo plano al sentir sus suaves besos en mi espalda.
Lentamente salió de mi interior y se recostó en el suelo con los brazos extendidos. Su expresión era un poema; ese tono carmesí en sus mejillas, sus labios húmedos, su cuerpo brillando por el sudor… Qué carajos es este hormigueo…
– Nunca pensé que mi primera vez iba a ser así… y aquí — resopló, como si realmente hubiera pensado en voz alta.
Auch, eso dolió.
Mi silencio debió haber dado alguna señal, así que se apresuró en explicar lo que había querido decir:
– Osea, estuvo muy… Ya sabes, me gustó mucho, pero no pensé que mi primera vez sería… Con un chico, entiendes? Y menos aquí… Si me entiendes?
– Creo que sí — aún se veía preocupado — Tranquilo, enserio entiendo — añadí regalándole una sonrisa.
– Está bien — dijo haciendo el mismo gesto — lo disfruté mucho — sus palabras me derritieron por dentro.
La verdad es que en ese momento solo pensaba en que ahora sería mi turno de romperle el culo, pero no lo quería presionar, así que me levanté para buscar unas mantas. Apenas me puse de pie, sentí como caía un liquido tibio por mis piernas. Cuánta leche. Maikel miraba con la cabeza erguida hacia atrás y los brazos cruzados por debajo de la nuca. Su cara decía «te preñé» y «disculpa por eso» al mismo tiempo.
Tomé unas servilletas para limpiarme y unas mantas para poner en el suelo; confieso que si algo tenía planeado, era ofrecerle dormir ahí y no en la celda, nada con fines sexuales. Tal vez. Qué se yo.
Maikel me observaba en completo silencio mientras yo estaba en mi mundo de fantasía preparando el nidito de amor. Aún no le había comentado la idea, y la verdad me daba vergüenza hacerlo, así que esperaba que se diera cuenta… Y no lo hizo.
– Y eso? — dijo pícaro — Acaso quieres más?
Era una muy buena idea, no lo niego. Pero no era el plan.
– Es… para dormir — hizo una mueca extraña — so-solo si quieres, yo dormiré acá, tampoco estás obligado.
Sentí que era un buen momento para cavar un agujero en la tierra y meterme dentro. Sin embargo, su rostro se iluminó apenas procesó la idea, imagino que por no tener que dormir en esa celda; lo que le ofrecía yo no era más que una cama bastante improvisada, pero era una alternativa bastante mejor.
– No te asusta que venga alguien? — preguntó.
– No vendrá nadie, hoy hay poco personal — y era cierto, para esas fechas nadie se paseaba por módulos que no le correspondía vigilar.
En silencio, se puso de pie, aún desnudo. Su cuerpo era una cosa hermosa que podía contemplar por horas. Se puso el buzo gris y una camiseta de color blanco y se quedó de pie, como un niño esperando una instrucción.
Yo me puse bóxer y una camiseta. Me acosté al lado derecho y Maikel al lado izquierdo. Tenía sus brazos cruzados detrás de la cabeza y miraba al techo, concentrado.
– En qué piensas — solté.
Giró la cabeza hacia mi. Sonrió. Sus labios...
– En nada — respondió con tono gentil.
Estábamos cubiertos por una manta delgada y una luz tenue. El olor a sexo inundaba todo el espacio.
Maikel se giró dándome la espalda, en posición fetal, disponiéndose a dormir.
– Descansa — dijo.
Pensé que buscaría conversar o algo. Tal vez insistir en una segunda ronda, pero no.
Hice lo propio girándome en sentido contrario. «Igual», fue todo lo que contesté.
Intentaba dormir, pero no podía. Después de un rato, Maikel comenzó a respirar profundo. Vi la hora en mi celular; 1:14 AM. Sentía que había pasado una eternidad, pero apenas habían transcurrido unos minutos.
Una corriente fría me recorrió la espalda; estábamos distanciados por unos 20 o 30 centímetros y la manta se levantaba un poco. Me giré hacia arriba y finalmente hacia la derecha. Estaba justo detrás de Maikel. Acerqué una de mis manos con timidez. Cosa extraña; como si no hubiéramos estado teniendo sexo hace apenas unos minutos. Invadido por esa misma contradicción, me acerqué lo suficiente para que casi todo nuestro cuerpo hiciera contacto; podía sentir el calor de su espalda en mi abdomen, sus pies tibios y, al pasar mi mano por sobre su cintura, su abdomen. Sentí como su cuerpo se estremeció cuando me acerqué.
– Estás despierto? — susurré.
– Si — dijo pasado unos segundos.
Decidido, me acerqué un poco más; ahora lo abrazaba por la cintura, mi cabeza se hundía cerca de su cuello y mi paquete hacia contacto con su culo. Trague saliva. Sentí como mi pulso se aceleraba y mis labios, ojos; todo mi rostro hormigueaba. Maikel comenzó a respirar un poco más rápido mientras mi bulto crecía, presionando sus mejillas. Al no haber oposición de su parte, comencé a besar su cuello, disfrutando del dulce aroma que impregbaba todo su cuerpo. Acariciaba su abdomen por debajo de la camiseta, cuidando no bajar más de la cuenta; no todavía. Podía sentir sus abdominales marcados, tensos. Era una sensación increíble, y Maikel solo se dejaba.
Mi mano comenzó a bajar lentamente por su estómago hasta llegar a la tela de su buzo. Sin embargo, cuando sentí los vellos de su pubis, mi mano se deslizó por debajo de la tela en busca de su culo; nuevamente un espasmo en su cuerpo. Quizás entendió en ese momento lo que quería lograr.
Mi dedo medio se posó sobre la raya de su retaguardia, recorriendo de arriba a abajo. La calidez y humedad aumentaba a medida que lo iba introduciendo, cada vez un poco más. Seguí besando su cuello, acercándome a su rostro. Cuando por fin sentí la rugosidad de su entrada y mis labios encontraron los suyos, ambos supimos que no habría vuelta atrás.
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