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Fantasías / Parodias, Gays, Incestos en Familia

El Crecimiento Cognitivo de mi Niño

Este relato no es otra cosa que una historia de un papá y su pequeño hijo; para que otros conozcan al tierno nene, a Renancito de 7, que no es otra cosa más que el putito consentido de su macho padre.
Sábado en la mañana. Tomaba tranquilamente mi taza de café, recostado desnudo en uno de los sofás de la sala, con la tablet en mi otra mano leyendo las noticias del día. Bueno, antes de seguir creo que es mejor que me presente. Me llamo Renán y tengo 43 años; mido 1.83m, peso 109kg, soy un hombre bastante corpulento y diría que muy peludo; soy pediatra con maestría en psicología infantil, viudo y padre soltero. En fin, regresando al relato, que no es otra cosa que una historia de un papá y su pequeño hijo; donde quiero que otros machos conozcan a mi tierno nene, a mi Renancito, que no es otra cosa más que mi putito consentido; tan adicto a mi vergota peluda, que con sólo 7 añitos de edad adora ser follado por mí y siempre pide más hasta perder la razón.

Creo que también es necesario hablar un poco de cómo llegamos hasta este punto y para ello debo explicar las Etapas del Desarrollo Cognitivo de mi niño. La primera se conoce como la etapa Sensoriomotora (de meses a los 2 años). De bebé, Renancito comenzó construyendo progresivamente conocimientos y la comprensión de que su mundo giraba alrededor mío, su macho padre, y de todas las experiencias que conmigo tenía diariamente; todo a través de sus sentidos, como la vista, el olfato, el tacto y el gusto. Su temprana interacción física con mi desnudo cuerpo, le permitió apreciar mi supremacía paterna. Por ejemplo, el oler de cerca y constantemente el intenso hedor de la traspiración de mis sobacos y pecho peludos, mi niño lo asocia con una sensación de seguridad y calidez paternal. Además, con sus manitos él exploró desde muy pequeño cada parte de mi viril físico, acariciando todos los negros vellos de mi cuerpo, como también agarrando y tocando mis testículos y miembro masculino; comprendiendo desde bien niño que con su tacto éste cuadruplica su tamaño, así como también se engrosa entre sus deditos, y se torna sólido y muy caliente con su manipulación infantil. Igualmente, Renancito aprendió mucho usando su boquita, probando a los meses de vida la aspereza de mis abundantes pelos púbicos y tupidas axilas; así como lo salado del sabor de mi sudor, en contraste con lo dulce de los jugos seminales que emanan de mi glande en sus labios de botón y lengüita juguetona.

Luego prosiguió la etapa Preoperacional (de los 2 a los 7 años). Aquí, mi niño empezó a aprender a hablar, siendo sus primeras palabras “papi”, “leche” y “verga”. Él, así de pequeño, por supuesto que todavía no tenía una comprensión lógica de lo que hacía conmigo y por ello durante esos años pude manipular mentalmente toda aquella nueva información sexual a la que lo exponía continuamente. En esta etapa, como padre aumenté el juego y la simulación en las actividades con mi niño; quien ya tenía formado conceptos estables como que su papá es también su héroe, su príncipe azul y su macho; así como creencias ilógicas tales como, que el esperma de su padre es la “lechita diaria que le permite crecer sano y fuerte, y poder parecerse a mí”. En esta etapa, él también aumentó su intuición infantil, preguntándome cosas como “¿papi por qué eres tan peludo?”, “por qué se te pone tan grandota y dura la verga?”, o “¿papi por qué siento ardor cuando me hurgas el culito?”. Ahora, por su cuenta mi pequeño puede hacer tareas diarias como masturbarme o practicarme sexo oral a la perfección, como si fuera un juego más; así como ofrecerme todo su cuerpecito para que yo lo posea salvajemente. Es a raíz de todo esto que mi Renancito ahora comprende bien que, “para ser un buen hijo para su papá”, él debe ceder a mi insaciable placer paternal, sin importar su cansancio o dolor corporal, pues en la inocente mente de mi niño él tiene fijado el inmenso amor que me tiene y está dispuesto a todo por mí, su macho padre.

 

Bien, devuelta a la mañana de ese sábado. Yo estaba tranquilo en la sala, cuando de mi habitación salió mi nene sin nada de ropa, tal y como había quedado dormidito en mi cama desde la noche anterior.

– Buen día, papi. (Dijo sonriéndome, a la vez que se restregaba los ojitos con sus puños para despertarse del todo)

– Buen día, bebé. (Le respondí mientras lo vi acercarse más, subirse al sofá y sentarse de caballito en mi regazo, para luego abrazarme y quedar recostado contra mi torso, con su carita sobre mi pelo en pecho)

Mi niño se quedó un rato así, sintiendo mi calor corporal y el aroma masculino de mi cuerpo sin ducharse desde la mañana del viernes. Yo miraba como el menudo y pálido cuerpecito de mi Renancito se movía levemente por el subir y bajar de mi torso al respirar. Entonces, él giró su cabecita para verme directo a los ojos y de súbito se incorporó un poco para alcanzar mi boca y darme un apasionado beso en los labios, como si él fuera una mujer adulta y no mi pequeño hijo de siete añitos.

Sin darme cuenta yo ya tenía mi lengua dentro, recorriendo su paladar, disfrutando cada centímetro de su boquita; en lo que mi niño empezó a chupar mi carnosa lengua, succionando y tragando mi saliva.

– ¿Cómo amaneció mi bebé consentido? (Le pregunté cuando nuestros rostros finalmente se separaron, mientras con mis ásperas manos acariciaba su suave y blanca piel de la espalda, bajando por su angosta cinturita infantil, hasta acabar en sus caderas, bastante anchas para ser sólo un nenito)

– Bien, papi. Algo llenito…ji, ji, ji… (Y señaló su pancita)

El habitual vientre plano de mi hijo ahora estaba algo abultado, pues la noche anterior y esa misma madrugada yo había follado a mi pequeño sin descanso, hasta vaciar mis cargados y oscuros huevotes dentro de él. Ahora pasaba mis manotas por sus redonditas y tersas nalgas, contemplando la diferencia de tamaño y aspecto de nuestros cuerpos; el mío el de un macho peludo adulto y el de él de un pequeño lampiño niño.

– ¿Estás feliz de que papá te haya llenado todo el culito? (Y le separé un poco las nalguitas para que uno de mis dedos alcanzara su precioso anito)

Renancito se estremeció ligeramente con mi tacto, algo que él no puede controlar, y en el instante que la yema de mi dedo hurgó su esfínter rosado, un chorro espeso de mi leche paterna empezó a brotar.

– ¡Ah…sí, papi! ¡Mucho…Oh! (Me contestó entre gemiditos, ya que mi nene sentía como mi esperma caliente comenzaba a salir por su anito; como si mi dedo hubiera roto un sello que lo mantenía todo dentro)

Aquello me volvió loco, que de una volví a besar desenfrenadamente a mi hijo pequeño. A este punto mi verga había despertado, haciéndose enorme y cada vez más gorda y más dura entre mis muslos, debajo del culito de mi nene, irguiéndosele entre las hermosas nalguitas. Nuevamente sentí su lengua unirse a la mía, en lo que él seguía estremeciéndose involuntariamente con los roces de mis caricias en su culito, haciéndolo mojarse más sobre mí. Renancito soltaba gemidos entre nuestros besos e instintivamente movía sus caderitas circularmente al sentir mi viril carne en su rajita. Con la mano derecha le empecé a estrujar las nalgas, dejándole las marcas coloradas, mientras con la izquierda le apreté su pancita. Inmediatamente ambos pudimos sentir como más de mi leche de macho salió por su abierto anito, embarrándome la vergota, escurriendo tanta de mi viscosa esperma que hasta mis huevos peludos y muslos quedaron pegajosos, mojando incluso el sofá.

– ¡Ay papi estoy muy lleno! (Y vi su carita ruborizada, entre sus jadeos leves, y el hilillo de saliva que unía nuestras bocas; separadas momentáneamente por el descanso que tomamos de los besos)

Las palabras de mi hijo me sacaron una sonrisa morbosa e hicieron que mi miembro se endureciera al tope; que mis venas brotadas palpitaban y mi glande descubierto ya del todo de mi oscuro prepucio pedía placer, soltando hilos transparentes de jugo seminal. Tomé a mi nene por la espalda, arqueándosela hacia atrás, lo suficiente para poder besar sus tetillas rosáceas, ya bien paraditas, y luego se las chupé salvajemente, hasta dejarles las marcas de mis mordidas.

– ¡Ay papi! ¡Agh…qué rico! (Renancito gimoteaba sin control, sintiendo cómo le comía los pechitos)

– ¿Te gusta ser el bebé consentido de papá? (Le dije manoseando toscamente su culito, metiendo dos dedos por su roto anito, tratando de que más de mi semen paterno brotara de su repleto recto) ¿Quieres qué papá te llene de lechita otra vez? ¿Quieres estar otra vez llenito de leche de papá, bebé?

Los ojitos color miel de mi Renancito brillaron en ese instante; tanto porque estaban vidriosos por las lágrimas producto de mis rudas hurgadas a su esfínter infantil, como por la ilusión de que yo, su macho, volviera a cogerlo brutalmente como sé que a él tanto le gusta desde bien pequeño.

– ¡Sí, papi! ¡Agh…sí quiero! (Y en eso un espeso borbotón de mi esperma brotó como una burbuja blanquecina, explotando contra mi vergota y salpicándole aún más sus tiernas nalgas) ¡Ay…quiero más lechita en mi culo, papi!

Yo volví a besarle los labios mojados a mi hijito, pues no hay cosa que me enloquezca más que verlo tan adicto a mí y a nuestro sexo “padre e hijo”; cosa que él pide diariamente con apenas siete añitos de edad.

– Está bien bebé, pero antes tienes que mamar la verga de papá.

Mi nene al escuchar eso sonrió de oreja a oreja, ya que eso es algo que a él le fascina; es casi una obsesión patológica, claramente una adicción con la que hemos aprendido a vivir ambos. Para mí es tan habitual despertarme casi todas las mañanas con la verga dura dentro de la boquita de mi niño; quien se escabulle desde temprano debajo de mis sábanas y aprovecha mi erección matutina para ordeñarme y tomar su primera ración de leche paterna del día, antes de que él vaya a la escuela y yo al trabajo. O pasa que estoy viendo tranquilamente la televisión y él deja de jugar o hacer las tareas y corre a pedirme permiso para poder mamármela, diciéndome que hace mucho no me la chupa; aunque no sea cierto y apenas hayan pasado un par de horas desde su mamada anterior. Incluso he tenido que lidiar con las difíciles situaciones cuando mi hijo no puede esperarse a estar solos y seguros en casa, y me pide verga en el carro o me la ruega, casi en berrinche, cuando estamos en lugares públicos y aun así él quiere comérmela. Me ha tocado muchas veces tener que entrar con él en un cubículo de algún sucio baño público y sacármela de pie, mientras Renancito me la engulle a gusto sentado sobre el inodoro, al mismo tiempo que los dos oímos los ruidos de los demás hombres, jóvenes y machos adultos, usando el baño al otro lado de la puerta del cubículo; sin siquiera imaginar que mi hijo pequeño de siete años me la está mamando, hasta que le acabo dentro de la boquita y él puede tragarse toda mi corrida paternal fresca y calentita.

Entonces mi dulce niño se bajó de mi regazo para hincarse en medio de mis peludas piernas abiertas. Yo le coloqué en las rodillitas un cojín del sofá para que estuviera más cómodo y observé como él de una ya se había engullido mi gran glande amoratado y lo succionaba con gusto, comiéndose los dulces jugos seminales que me escurrían. Mi hijo usaba sus dos manos pequeñas para ayudar sus mamadas con movimientos de abajo arriba en mi venosa base fálica, pajeándome la vergota, a la vez que chupaba la punta y poco más de lo que le entraba en la boquita. A mí me encanta ver la diferencia de su blanca y suave piel contra la de mi miembro masculino, color canela oscuro, rugoso y tan velludo. Renancito ahora con gran experticia hacía entrar y salir de su boca mi verga, con sonidos de chupón; mientras yo veía como sus mejillas se ruborizaban más y sus ojitos parecían reflejar como él comenzaba a entrar en trance, como si el intenso hedor viril de mis pelos púbicos y huevos lo drogaran.

Mi nene ni hablaba, estaba tan concentradito mamando la enorme y maciza verga que le había dado la vida, y ahora parecía que se la extendía cada vez que yo lo dejaba practicarme esos increíbles orales. No me mal entiendan, yo soy heterosexual y he tenido sexo con muchas mujeres, incluso tengo un par de mujeres con las que follo regularmente; pero ninguna supera, ni se compara, con las hábiles e innatas mamadas de mi hijito.

– ¡Eso es, enfócate en mi vergota dentro de tu boca…Aaahhh…! (Le decía entre suspiros de placer, sintiendo el roce de aquellos carnositos labios y paladar infantil con cada chupada hambrienta) Olvídate de todo, bebé…sólo la verga de papá existe…Ooohhh… ¡Eso es, que buen niño eres…! ¡Bebé, chupas la verga de papá tan bien…!

Renancito en ocasiones se sacaba mi virilidad para contemplarla maravillado, con sus ojitos claros brillando de admiración por la hombría de su macho padre. Yo lo miraba darle tiernos besitos por toda la base velluda, chupando parte de mis ásperos pelos púbicos, subiendo con su lengüita por el tronco oscuro y surcado por venas, lamiendo los restos de mi semen que le habían salido del culito y saboreando toda mi esencia masculina directo de mi verga; hasta volver al hinchado glande y besarlo justo en el ojete, queriendo meter la puntita de su pequeña lengua dentro, desesperado para que mi falo le diera más de mi dulce jugo seminal; todo sin dejar de masturbarme con ambas manitos ni por un instante.

– ¡Qué buen niño, como se nota que disfrutas mucho del vergón peludo de papá! (Pero no tuve respuesta de mi nenito, pues él ahora tenía dentro de su boquita uno de mis oscuros y peludos huevotes)

Mi pequeño sabe muy bien que no es correcto hablar con la boca llena, por lo que sólo seguía ido succionando mi enorme testículo izquierdo, para luego pasar al derecho. Él siempre trataba de engullir mi escroto completo, pero tengo tan macizas y cargadas las bolas que no le caben con apenas siete años; así que él se tiene que conformar con comérmelos uno por uno; hasta que ya no puede más y debe volver a mamármela con adicción.

– ¡Ooohhh…! ¡Eso es, bebé…sólo puedes pensar en esa verga…Aaahhh…! (Y en eso noté como sus ojos estaban casi en blanco, completamente inmerso y ausente, mamándomela casi mecánicamente, de manera natural e instintiva; mientras su mente infantil únicamente podía sentir placer al mamar el miembro masculino de su padre, el vergón musculoso de su héroe, su príncipe azul y macho semental)

Mi niñito succionaba y chupaba sin descanso, más intensa y desesperadamente cada vez; queriéndome demostrar lo buen hijo que es, haciendo a su padre feliz al mismo tiempo que él también lo es. Yo a este punto resoplaba como bestia, jadeando al borde del límite. Y cuando la presión de las mamadas de mi pequeño aumentó a un nivel increíble, inconcebible para su corta edad, el dique de mi glande finalmente cedió. Mi nene continuaba con su boquita ahí, succionando con sus labios rosados aún más rápido, para acomodar el aumento del flujo de mis jugos seminales a lo que ahora sería una explosión de esperma paterna. Eyaculé mucho, incluso después de haberme corrido en él ya muchísimas veces la noche anterior y esa madrugada. Fácilmente le solté más de diez espesos disparos de semen caliente y mi hijo por supuesto no me defraudó y se los comió todos. Al inicio se atragantó un poco, pero mi nene nunca soltó mi verga, de hecho, con sus dos manitos me pajeaba más la base para aumentar el flujo de leche viril y se metió bien mi glande hasta la campanilla, chupando tan hábilmente que pondría en vergüenza a cualquier actriz porno. Mi maravilloso niño de siete añitos se comió gustosamente mi abundante descarga seminal sin botar nada.

– ¡Mmmm…gracias papi! Todavía tienes mucha lechita rica…ji, ji, ji… (Me dijo Renancito al momento que se sacó mi hombría de la boca y se relamía los labios abotonados con su lengüita, saboreando los que podrían ser sus hermanitos de leche, con una sonrisa de absoluta felicidad)

– Y papá aún tiene más lechita para su bebé. (Respondí recobrando el aliento luego de ese intenso orgasmo oral, mirando como mi niño jugaba con mi macizo miembro con ambas manitos, meneándolo por la base y dándose golpecitos con él en la preciosa cartita inocente que tiene) ¿Quieres que papá te dé más leche, bebé?

– ¡Sí…! ¡Sí, porfa papi dame más! ¡Quiero más! (Me contestó sin verme, ya que su mirada estaba fija en mi virilidad paterna; tan grande y gruesa como uno de sus bracitos, del codo a la muñeca, y durísimo sin perder la erección)

 

Deben de saber que cuando yo me corro a la primera, me pongo aún mucho más guarro y caliente; incluso mi erección no baja y de hecho se pone más firme, casi al punto de doler, que las venas fálicas se brotan aún más por todo el tronco de mi verga. Entonces necesito seguir teniendo sexo sin parar, hasta poder explotar una segunda vez seguida, sino mi miembro viril no se calma y así yo puedo sentir algo de alivio en mis cargados huevos llenos de abundante leche de macho. Por lo tanto, me levanté y a él lo suspendí del suelo, para dejarlo de rodillas sobre el sofá, dándome la espalda y apoyando sus brazos en el respaldar, de manera que su traserito respingado quedó a la altura justa de mi peluda y recia entrepierna. Mi firme verga escurría y palpitaba de ganas, pues para mi miembro masculino no hay cosa más deliciosa que el culito de mi niño, no hay coño o culo de mujer que se le compare siquiera. Luego le separé las nalgas y eché un vistazo a su anito roto, el cual estaba muy colorado y algo inflamadito por las clavadas de esa madrugada.

– ¿Te duele mucho el culito, bebé? (Le pregunté al mismo tiempo que le metía dos de mis gruesos dedos, los cuales entraron fácil hasta los nudillos; pudiendo sentir lo húmedo y caliente del interior de mi hijito)

– Sí papi me duele un poco…pero me gusta mucho cuando me llenas de lechita… ¡Agh! (Soltó un quejidito cuando comencé a hurgarle más fuerte su estrecho recto infantil) ¡Quiero más, papi! ¡Ay! ¡Dame más porfa…! ¡Porfa papi! ¡Más…papi, más…por favor! ¡Agh!

Renancito se estaba desesperando porque lo follara, sus suplicas ya empezaban a parecer llantos de un niño consentido, acostumbrado a armar berrinche cada vez que quiere que su padre le de leche en su boca y culito. Yo no dije más nada y simplemente coloqué mi inflado glande contra el magullado esfínter de mi nene e inicié mi penetración paterna. Poco a poco fui empujando mi pelvis junto con mi verga dentro del culo de mi pequeño; que sin mucho esfuerzo ya le había ensartado la mitad de mi enorme verga. Ya hacía años que el coger a mi nene era tarea fácil, puesto que su cuerpecito ya estaba tan acostumbrado a esa actividad diaria; además, parecía que el interior del culito de mi hijo estuviera hecho a la medida de mi vergota, lográndosela meter entera, hasta lo tupido de mis pelos púbicos negros contra sus nalguitas blancas. Como pediatra que soy, es realmente sorprendente como el ano y recto de ese nenito de siete años pueden con toda mi descomunal hombría. Modestia aparte, pero pocas mujeres pueden con todo mi falo sin protestar y quejarse; en cambio mi hijo me la aguanta a gusto, gimiendo de placer y meneando su colita con cada embestida que yo ya le daba, pidiendo incluso que le diera más fuerte y más rápido, suplicando que lo llenara de leche y sólo llora si se la saco.

Así que sin sacársela lo cambié de posición, recostándolo boca arriba en el sofá, para así poder vernos cara a cara mientras lo cogía. Renancito me miraba a mí y a mi recio y velludo cuerpo, me contemplaba de una forma que me dejaba en claro lo enamorado que está de su macho padre, es decir de mí. Con sus manos se aferraba de los cojines, arqueando la espaldita en lo que yo lo penetraba bien abiertito de piernas. Una de sus piernitas lampiñas colgaba fuera del sofá y la otra descansaba sobre mis caderas masculinas. Cuando comencé a metérsela y sacársela con más rudeza, haciendo que el mismísimo sofá se moviera bajo nosotros, mi nene estrujaba un poco su carita colorada y se mordía los rosados labios para no gritar. Renancito es tan buen niño que por más que sienta dolor al inicio, él nunca se queja para que yo no me detenga y pueda saciarme de él como quiero.

– ¡Ooohhh…bebé! ¡Papá ama poder coger tu culo! ¡Ooohhh…!

Pronto empecé a transpirar a chorros sobre mi pequeño, que las gotas de mi sudor caían sobre él, incluso en su carita, y yo observaba como abría la boquita para poder tragárselas; al mismo tiempo que yo sentía como el interior del culo de mi hijo daba punzadas y tenía contracciones fuertes, poniéndose cada vez más caliente por la fricción de mis contantes y salvajes arremetidas pélvicas. Recuerdo claramente como mi hijito con dos añitos apenas podía tener mi glande metido y ahora en cambio con siete él la aguanta completa, hasta el tope, sobrepasando por mucho su recto y llenándole los intestinos con mi carne viril paterna. En eso bajé la mirada y pude ver como debajo de la pálida piel del vientre de mi nene, se dibujaba perfectamente mi gran y gruesa verga, y como mi glande subía y bajaba dentro del interior de mi adorable y pequeño hijo al follármelo.

– ¿Te gusta como papá te la mete duro por el culito, bebé? (Le pregunté mientras con el dorso de una de mis manos me limpié el sudor de la frente y con la otra lo sujetaba del pechito plano, pues mi nenito se sacudía mucho con cada una de mis incesantes embestidas)

– ¡¡AGH!! ¡Sí, papi! ¡¡AY!! ¡Sí, me gusta… ¡¡AH!! ¡Mucho! ¡Ay…papi! ¡¡AGH!!

Mi enorme verga se ponía más firme e hinchada con cada gemidito y queja de dolor de mi niño. Lo miré directo a los ojitos claros y brillantes, y vi cuanto él disfruta del sexo con su semental padre a tan corta edad. En ese momento mi pecho peludo se infló de orgullo paternal y mi mente se nubló con ese fantástico morbo; ya que no hay cosa más perversa que poder corromper a un menor, y más si éste es tu primogénito, el producto de tu virilidad y semen. Entonces empujé mi hombría todavía más profundo en su interior, cogiéndolo cada vez más violento, disfrutando el calor húmedo y el vapor que emanaba de nuestros cuerpos compenetrados; al mismo tiempo que gozaba con la insuperable sensación de sus cálidas y suaves entrañas, envolviendo mi miembro con cada estocada fálica que le propinaba a mi pequeño. No hay un vínculo “padre e hijo” más fuerte que éste.

– ¡¡AH!! ¡Siento rico… ¡Ay…papi! ¡¡AGH!! ¡Más duro, papi! ¡¡AGH!! ¡Ay…más por favor…!

Renancito se retorcía en aquel sofá, calado en su sudor y el mío, con sus piernas y culito complemente abiertos, suplicándome para que lo cogiera con más agarre; por lo que le di lo que me pedía entre gemidos, viendo su carita tan excitada, con los ojos llorosos y las mejillas coloradas. Sin contemplaciones aumenté la potencia y velocidad de los choques de mi pelvis contra su aporreado traserito; lo que lo hizo comenzar a gemir tan alto, que ya gritaba a todo pulmón y creo que hasta el vecino de junto podía escucharlo pedirme verga en su culito.

Para verlo retorcerse más de placer, empecé a intercalar esa rudeza con lapsos en donde me movía más lento; sacándosela casi completa, menos el glande que estaba trabado en su esfínter, que era como un candadito que él usaba para evitarme salirme del todo de él; para luego de una estocada clavársela hasta lo más profundo. Eso hacía que del tieso penecito de mi niño empezaran a salir chorritos intermitentes de orina. Mi nene estaba teniendo intensos orgasmos prostáticos y como obviamente no podía eyacular al ser sólo un pequeño de siete años, las intensas sensaciones de placer en su culito infantil hacían que él perdiera el control de su vejiga.

Varios chorritos amarillos bañaron el delgado y marcado cuerpecito de mi niño, mojando también el sofá y el piso; pero eso no era nada nuevo, toda la casa tenía rastros y evidencias de que yo me cogía a mi nene en cualquier lugar, en cada cuarto, de la forma o posición que fuera; así como indistintamente del día o la hora, pues sólo somos él y yo, macho y putito. Yo ya no extrañaba a su madre, ya que mi Renancito además de ser mi hijito, era mi hembra desde pequeño. Le inculqué que para demostrarme su amor él debía amar también a mi vergota peluda, aprendiendo desde bien temprano que su papá semental tiene que inyectarle leche paterna en su culito siempre, como un acto natural y normal entre un padre y su tierno hijo. Le enseñé a Renancito que todo esto que hacemos es secreto, que nadie más lo puede saber, y que él debe soportar el dolor de cada una de nuestras folladas, para que ambos podamos alcanzar el inmenso placer que sólo se puede entre un hombre y su niño.

– Bebé, como se nota que disfrutas que papá te la meta toda por el culito. (Le dije sin dejar de cogérmelo como lo estaba haciendo, observando como él continuaba torciéndose y meándose con múltiples orgasmos infantiles)

– Ahh…papi… (Mi nenito casi que no pudo contestarme. Estaba perdiendo la razón sin aún tener las herramientas mentales para poder procesar ese placer sexual con apenas siete años)

– ¿Amas a papá? (Pregunté solo para disfrutar de verlo batallar con la respuesta y la excitación que lo abrumaba)

– Mmph…sí… Mucho, papi…Ahh…

Entonces me decidí a sacársela del todo, que Renancito protestó; pero le dije que ahora él tendría que cabalgar a papá y mostrarme como se coge él solito con mi paternal y macizo miembro masculino. Me volví a sentar en medio del sofá y mi nene, algo turulato, logró levantarse y apoyar sus piecitos a cada lado de mis muslos, para poco a poco descender y sentarse en toda mi venosa y carnosa verga. Él con una manito se sujetaba de mis hombros velludos y sudados, y con la otra se ayudaba y agarraba mi falo para apuntárselo directo en el dilatado esfínter; tan rojo y abierto que mi niño se dejó ir casi de una sentada, soltando un grito que no me hubiera extrañado que el vecino tocara a la puesta para ver que estaba pasando.

Renancito ya la tenía ensartada entera, mis pelos púbicos negros rozaban sus huevitos y perineo, y mi glande estaba metido casi hasta su duodeno. El nene gemía y jadeaba con los movimientos de sus caderitas, él solito subía y bajaba por mi hombría, y se acompañaba de movimientos circulares con su habilidoso culito. Sus ojos miel me veía, casi como en trance, drogado por el hedor a testosterona que emanaba de mi fornido y velludo cuerpo, axilas y pecho. Yo lo dejaba moverse a él solo, para que jugara con mi herramienta viril y sus entrañas; que me hiciera sentir orgulloso y me demostrara como ya es un experto monta-vergas.

– Ohh…bebé… ¡Así, sí! ¡Qué rico! ¡Ooohhh! (Le dije con los brazos tras la nuca, relajado y extasiado de ver el cuerpecito de mi niño subir y bajar por toda mi vergota; mientras él se aferraba de mi cuello, brincando cada vez más rápido y fuerte, empalándose de una manera extraordinaria para su edad)

– ¡Mmphh! ¡Aaghh! ¡Ay…papi! ¡Mmphh! ¡Yo también siento rico! ¡Aaghh! (A Renancito parecía faltarle el aliento; que lo tomé por la espaldita y acerqué su jadeante rostro al mío, para darle un beso; aunque fue más una respiración boca a boca para inyectarle mi aliento de macho en los pulmones y que él recobrara energías)

– ¡Aaghh…papi…te amo! (Dijo cuándo nuestros labios se separaron)

Yo no pude más y de una me levanté, cargándolo fácilmente en brazos y con mi hijito todavía ensartado en mi palpitante verga, cogiéndomelo de pie en medio de la acalorada sala. Podía sentir su penecito duro contra mí, rozándose con los vellos de mi torso y como me los mojaba; ya que de tanto en tanto mi nene dejaba escapar chorritos de orina tibia con cada orgasmo anal que tenía. Ahora Renancito era como un muñequito de plástico, un juguete sexual y no mi propio hijo de siete años. Agarrándolo por las caderitas lo hacía subir y bajar por mi vergota, suspendido en el aire, sintiendo como de su culito escurrían fluidos por todo el tronco de mi falo, hasta mis peludos huevos y gotear al suelo. Mi nenito se aferraba a mí como podía, mientras yo ya volvía a follarlo tan brusco como antes; oyéndolo gimotear y viendo como en el piso de la sala había juguetes de él regados, así como dibujos coloreados en la mesa ratona, recordándome que todavía es un pequeño e inocente niño.

Nuevamente busqué sus rosados labios y los besé, metiendo mi lengua depravada en su boquita en un beso lujurioso con el que quería devorar a mi hijito; todo sin dejar de propiciarles unas inyecciones pélvicas con mi gigante herramienta de macho, que muchas mujeres se quejarían; pero no mi dulce putito.

– Papá también te ama mucho, bebé. Tú eres lo más importante para mí. (Finalmente le respondí, en un instante que me detuve y nos dejamos de besar; pero mientras le confesaba mi amor a mi hijo, le metía tres dedos, aún con mi vergota metida, y así me puse a hurgarle el roto anito infantil a gusto)

– ¡Papi…más! ¡¡AGH!! ¡Quiero más! ¡¡AH!! (Me suplicó mi putito insaciable al sentir como estiraba más su esfínter)

Es perfectamente normal que un pequeño de su edad se abrume con tantos estímulos sexuales, no importa que yo lo haya expuesto a estos desde bebé, las conexiones neurológicas todavía se están desarrollando junto con su crecimiento cognitivo. Así que lo regresé al sofá y lo puse de perrito, y sin rodeos continué con las bruscas y brutales cogidas a su culito infantil. Mi dura verga, grande, gruesa y venosa no encontró obstáculo para atravesarlo hasta el colon, y sin miramientos retomé el bombeo de macho semental al anito y recto de mi pequeño hijo. Renancito gemía sin parar, babeando como un bebé y meándose encima, sin poder controlarse; en lo que su penecito paradito se sacudía con cada embestida que yo le daba.

En un punto lo tomé de las piernas y se la empecé a ensartar más salvajemente, suspendiéndolo un poco como si él fuera una carretilla. Mi vergota y semen habían creado a ese precioso y perfecto niño, quien ahora suplicaba para que su padre lo abusara y follara hasta el borde del desmayo. De hecho, creo que por unos segundos mi nene perdió el conocimiento, pues sus gemidos cesaron; pero pudo ser que mis jadeos y resoplidos de macho fueron más fuertes y no lo pude oír. Yo no pude más y me corrí otra vez ese sábado, la cuarta o quinta, ya no lo recuerdo bien. Mi morcillozo miembro se sacudía con cada disparo eyaculatorio que le daba a mi pequeño, sintiendo como las entrañas de mi niño se contraía y me lo estrujaba, como si su culo fisiológicamente estuviera diseñado para ordeñarme a la perfección. Los chorros de semen no paraban de salirme, mis huevos se pegaban a mí para arrojar hasta la última gota de su contenido viril. El esperma que le inyecté fue tanto, que por las comisuras del roto esfínter borbotones blancos y espesos empezaron a desbordarse, embarrándome los pelos púbicos y huevos, así como escurriendo por los pálidos y lampiños muslitos de mi cansado putito.

Cuando finalmente terminé de eyacular, se la saqué y con mi mano me pajeé un par de veces, para así poder arrojarle en la espaldita lo último de mi dotación de leche paterna. Renancito, mi nenito consentido, ahora estaba bañado en sudor y mi semen, y tan apaleado por mis cogidas paternales que con dificultad se giró sobre el sofá; quedando acostadito boca arriba, viéndome sonriente y con ambas manitos apoyadas sobre su vientre inflado, sintiendo como su macho y semental padre lo había llenado una vez más ese día.

– Gracias papi…ya estoy llenito otra vez…ji, ji, ji… (Me dijo con dulzura y auténtica inocencia infantil; pero claramente agotado y muy adolorido por la viciosa follada que habíamos tenido recién)

– Te amo bebé. (Y me agaché a su lado y lo volví a besar en la boquita, sólo que ahora de una manera tierna y cariñosa; mientras le acariciaba el cabello y la mejilla sonrosada) Ahora papá te va a ayudar a bañarte y luego te haré un rico desayuno, ¿quieres bebé?

– ¡Sí, papi…♥

 

 ―Fin

Nauj69

76 Lecturas/16 julio, 2025/0 Comentarios/por Nauj69
Etiquetas: anal, baño, heterosexual, hijo, madre, padre, sexo, vecino
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