El culo del cumpleañero
Salí con mi novio sin rumbo y me escape con otro, el entrenador moreno, «macho», de mirada tímida y cuerpo firme, que solo quería un abrazo… pero acabó gimiendo con mi verga adentro, con mis dedos abriéndolo lento, mientras su boca me mamaba como si fuera su primera vez..
Era un domingo cualquiera, uno sin planes, hasta que mi novio y yo decidimos tomar la carretera sin rumbo, con el pretexto de «despejarnos». El viaje nos llevó a un pueblo mágico cercano, lleno de colores, música de banda en vivo, caballos trotones, sombreros, polvo y alegría. Justo estaban en plena fiesta patronal.
Con mi facilidad para hacer amigos, pronto estábamos bebiendo con los organizadores: hombres de campo con sonrisas francas y miradas intensas. Bailamos, reímos, brindamos como si nos conociéramos de toda la vida. Pero hubo uno que destacó: un entrenador de caballos joven, piel morena, brazos fuertes, mirada tímida. Me enteré que cumplía años ese mismo día. Nos cruzamos varias veces entre la gente, nos miramos largo, y cuando nos despedimos, intercambiamos teléfonos como quien deja una promesa en pausa.
Ya de vuelta en casa, mi novio totalmente perdido de borracho se tiró en la cama sin decir palabra, rendido, aún con la ropa puesta. Yo me quedé viendo el techo, cuando llegó su mensaje:
“Me quedé con las ganas de que me diera mi abrazo de cumpleaños…”
La conversación fue breve, respetuosa pero cargada de intención. Él usaba ese “usted” tan de pueblo, pero lo cargaba de deseo sutil. Me hablaba con calma, como quien tantea sin empujar, como quien quiere sin pedir. No me dijo que fuera. Pero lo dejó caer tan suave, que fue imposible resistir.
A los 25 minutos ya estaba en el camino, con la respiración agitada, el estómago apretado y el deseo caliente, vibrando bajo la piel.
Me esperaba afuera, recargado en la cerca, con una camiseta sin mangas que le marcaba el pecho y los jeans gastados a la cadera. Me ofreció una cerveza, me llevó a ver los caballos bajo la luz tenue del corral. Caminábamos lento, y su voz era cada vez más baja, más cercana.
—¿Me va a dar mi abrazo o no?
Lo abracé. Al principio en broma, pero no me soltó. Pegó su cuerpo al mío. Sentí su aliento junto a mi oído. Y entonces me miró, con una mezcla de duda, deseo y nervios. Yo no esperé. Le di el primer beso. Él se quedó quieto un segundo, luego respondió con hambre.
En su cuarto, entre olores de cuero, madera y campo, la tensión se desató. Me empujó sobre la cama y, con manos temblorosas, me desabrochó el pantalón. Su respiración temblaba. Bajó lento, casi con timidez, y empezó a darme una soberana mamada. Lo hacía como si nunca lo hubiera hecho, o como si cada movimiento fuera un descubrimiento. Me miraba mientras lo hacía, tragando saliva, temblando entre el deseo y la conciencia.
Después de un rato me levanté, lo besé, lo desnudé con calma. Su cuerpo era firme, cálido, fuerte. Lo empujé suavemente sobre la cama y me arrodillé frente a él. Le devolví el favor con mi lengua, se la mame hasta hacerlo gemir bajo mis labios.
Él se abría, entregado, sus piernas temblaban. Lo preparé con cuidado, fui metiendo uno a uno mis dedos en su culo que hervía de calor, explorando, susurrándole que solo se dejara llevar. Su cuerpo me pedía más, y se la metí despacio, mientras el se mordía los labios de placer, sintiendo cómo se aferraba a mis hombros, cómo me pedía que se la metiera más con su respiración entrecortada.
Fue una noche larga, en total me vine 2 veces en su culo y una vez en su boca húmeda de deseo, en la que compartimos gemidos bajos, caricias y silencios que decían más que cualquier palabra. Nos quedamos desnudos, jadeando, empapados de todo lo que se había contenido durante horas.
—No sé por qué hice esto —susurró al final—. Pero no me pesa.
Yo tampoco lo lamentaba. Al volver a casa, lo único que sentía era el cuerpo vibrando, el deseo aún encendido y un recuerdo reciente que me recorría entero.
Hace unos días volvió a escribirme.
“Usted y yo… tenemos algo pendiente.”
Y sé que la próxima vez, no habrá espacio para dudas.
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