El cuñado de mi primo es mi dueño
—Quiero metértelo. — ¿Ah, sí? —Pregunté riéndome un poco. —Sí, vale. No te rías. —Adelante..
El cuñado de mi primo es mi dueño
Iba llegando a mi casa cuando lo conocí. Estaba él con mi mamá, mi hermana y mi primo, hablando. Juro que cuando lo vi a los ojos algo sucedió enseguida, fue algo que solo un gay puede entender, es ese click que nace con solo una mirada, ¿ustedes me entienden, cierto? Pero alejé todo tipo de pensamientos sexuales porque sencillamente en el lugar donde vivo no existen los maricos. Todos son héteros.
Su nombre es Andrés. Días después supe que tenía 17, aunque si me hubiera dicho que tenía 20 le hubiese creído porque se veía maduro de cuerpo para su edad. Él es delgado, cabello liso, ojos grandes pero no saltones, un poco más bajo de estatura que yo. Lo que más me gustaba de él era su nariz exacta y perfilada, la piel lisa de su cara que parecía de bebé y su sonrisa, ¿saben? Esa sonrisa linda que tienen muchos héteros. Si me siguen en ig @alfrestrada verán mi color de piel, y bueno, él es un poquito más oscuro que yo.
Como ya había aceptado que Andrés me encantaba, me la pasaba en casa de mi primo más de lo normal. Y siempre sentía que él me veía por segundos y luego cuando yo lo veía apartaba la mirada y cosas así, pero no quise suponer nada y dejar mi egocentrismo a un lado. Él se vino a pasar diciembre con nosotros porque en su casa las cosas no estaban tan bien y el 31 mi primo salió con sus amigos de por aquí y lo dejó solo, fue entonces cuando aproveché para acercármele más. Compartimos unos cuantos cigarros y unas cervezas y nos fuimos acercando mucho más. Mientras los días pasaban ya yo lo había visto sin camisa, otros días en paño y así sucesivamente. Ya le tenía la hora marcada en la que se bañaba. Al principio todo era normal, luego notaba que me veía más de lo que debía o incluso dejaba la puerta del cuarto abierta mientras se cambiaba la ropa. Ustedes saben cuán alborotadas son nuestras hormonas y ese idiota provocándome con todo lo que tenía.
Un día estábamos viendo un programa y apareció un transfor, a lo que él se refirió rápidamente:
— Si se quieren meter a marico está bien, pero ¿por qué se tienen que comportar como mujeres?
— Cierto. —Fue lo único que pude decir. Fue la primera vez que hablamos del tema y ahí murió.
Los días pasaban y yo ya me acostumbraba a la rutina: verlo llegar de la calle, verlo comer, verlo ir al baño, verlo salir, verlo siempre, verlo, verlo. Siempre que terminaba el programa a las 11 o 12 de la noche él se iba a dormir, sin decir ni buenas noches. Tuve que aceptar que no solo me atraía sexualmente sino que me estaba gustando de verdad. A veces, incluso me quedaba a dormir en casa de mi tía y duraba horas pensándolo antes de quedarme dormido. Él dormía en la habitación de al lado.
A estas alturas, yo sabía que él sabía que me encantaba y en uno de esos días en los que me quedé a dormir en casa de mi tía, sentí pasos frente a mi puerta y me levanté. Le pregunté por qué no estaba durmiendo y me dijo que no tenía sueño, me ofreció un cigarro y le dije que fumáramos en el cuarto, en el que yo dormía.
Hablábamos de muchas cosas, de que extrañaba a sus amigos del liceo, de su familia, e incluso de sus noviecitas, hasta que me preguntó por novias y me quedé en silencio por unos segundos.
—No. —Fue lo único que respondí.
— ¿No qué?
—No tengo novia.
—Ah, ya. Entiendo. —Respondió mientras le daba un jalón a su cigarro.
— ¿Qué entiendes? —Pregunté
—Nada. —Respondió sonriendo.
A los segundos, le comenté:
—Pensé que durarías menos tiempo aquí en Valencia.
— ¿Quieres que me vaya? —Preguntó sonriendo.
—No, no es eso.
— ¿Entonces no quieres que me vaya? ¿Quieres que me quede, entonces? Preguntó.
—No… sí, o no sé, ay bueno, equis. —Solo rió un poco y no dijo nada por unos segundos que me parecieron eternos e incómodos. Me miró por un momento fijamente y sacudió su cabeza, como para apartar algún pensamiento. Luego se levantó y antes de salir, habló:
—Ya casi cumples año, me dijeron.
—Sí.
Y me dejó ahí. Pasó como una hora, cuando de repente entró al cuarto y se sentó en la cama y habló casi sudando, medio llorando, entrecortado, sin verme a la cara.
— Yo no sé qué me está pasando chamo. Yo no soy así.
— ¿Qué pasó? ¿Así cómo?
— Marico pues. Yo no soy marico… Pero es que no sé… No sé, no sé. —Dijo poniéndose las manos en la cara, intentando llorar.
— Hey, hey. Cálmate un poco. Hablemos.
— Yo no quiero hablar, pana. Yo no quiero hablar. Yo solo quiero que se me quiten estas ganas que me dan de… No quiero, no quiero sentir más esto… Todas las noches le pido a Dios que me saque estos pensamientos de la cabeza… Pero entonces te veo y… No sé qué me pasa. No sé qué hacer.
¿QUÉ CARAJOS PODIA DECIRLE YO SI LO QUE QUERÍA ERA QUE ME COGIERA COMO A UNA PERRA EN CELO, PERO YAAAA?
Al rato dejó de llorar, y se calmó un poco. Yo solo me paré y apagué la luz, luego me senté a su lado y lo abracé. Al principio no se dejaba pero luego me aceptó el abrazo.
Poco a poco lo halé hacia mí y se acostó en la cama, boca arriba. Comencé a quitarle el short que tenía puesto y sentí que estaba erecto. Punto a mi favor. Luego le quité la franela. Y ninguno de los dos hablaba. Me comencé a desvestir yo también y me detuvo.
—Quiero hacerlo yo. —Dijo. Su tono de voz ya había cambiado, se notaba tranquilo, y además, excitado.
Volvió a su posición y ninguno hablaba. Supe que tenía que hacerlo sentir cómodo y hacer la mayor parte del trabajo, cosa que disfrutaba demasiado. Era como invitar a alguien a que se quemara conmigo, a alguien hombrecito.
Sabía que si lo besaba de una, me rechazaría, así que comencé tocándole las manos, sus brazos marcados, su pecho. Me acosté encima de él y sentir su piel junto a la mía era lo máximo, se creaba un calorcito perfecto. Le di un beso en el cuello y sentí su respiración agitarse. Seguí por un rato más, de un lado y del otro, hasta que le besé y pasé la lengua por la oreja y sentí un leve “Ahh”. Yo iba ganando. Poco a poco iba besándolo hasta que llegué a sus labios. Al principio pensé que no me correspondería, pero cuando le chupé el labio inferior, me besó de verdad. Y besaba bien, gracias a Dios. Me mordía un poco, metía su lengua, y luego me daba piquitos. Seguíamos sin hablar. Lentamente comencé a besarle el pecho y besar sus tetillas una a una, cosa que lo enloquecía y hacia que arqueara su espalda. Después fui bajando muy lentamente besándole y chupando su piel, hasta llegar a donde tenía que llegar. Bajé su bóxer y me encontré con el guebo más rico que ha pasado por mi vida. Y no es que hayan pasado miles, pero este era como que más especial porque no solo estaba incluida la pasión sino que Andrés de verdad me gustaba.
Le quité todo el bóxer y me deshice del mío también. Le agarré el guebo con las manos y le pasé la lengua por el precum, abrí lo más que pude y me tragué lo suficiente ese pedazo de carne morena y dura. No me cupo todo en la boca pero me satisfacía que soltara gemidos más tranquilamente y sin pena. Y se lo mamé por un buen rato. Después me puso sus dos manos en la cabeza y comenzó a marcar el ritmo de la mamada. Eso me encantó.
—Uff. Así. Sí. —Fue lo único que dijo. Y yo quería complacerlo.
De repente me lo saca de la boca y me hala hasta sus labios, me besa dulcemente en la boca hasta llegar a mi oreja, la cual muerde, y besa, antes de decirme:
—Quiero metértelo.
— ¿Ah, sí? —Pregunté riéndome un poco.
—Sí, vale. No te rías.
—Adelante.
No perdió tiempo y me volteó, me escupió el culo y comenzó a metérmelo, no sin antes chuparme la oreja, besarme el cuello, y decirme que si me dolía le dijera.
Fue un poco torpe y me metió la cabeza de una, pero aguanté mi dolor, con tal de complacerlo lo mejor posible. Luego me lo metía lentamente, hasta que entró todo, fue ahí donde se lanzó sobre mí y metió sus manos debajo de mi pecho mientras me besaba el cuello. Yo solo lo escuchaba gemir un poco, mientras yo, con un poquito de dolor al principio, intentaba relajarme lo más que podía.
—Me gusta demasiado. —Susurraba en mi oído. Yo no decía nada.
Daba movimientos lentos mientras con sus manos apretaba cada pedacito de piel que se encontraba en el camino.
— ¿A ti gusta?
— Obvio, por favor no pares. —Logré decir.
Luego comenzó a agarrarme del cabello y lo halaba suavemente hacia atrás, cosa que me prendía mucho más. Levanté más el culo hasta quedar en cuatro patas, lo cual lo hizo enloquecer porque soltaba leves gemidos. Así estuvimos un rato, y me encantaba porque emanaba esa hombría de heterosexual adolescente, ¿saben? Bueno, me mordía la espalda fuerte fortísimo, me chupaba el cuello, me apretaba las nalgas duro, como si quisiera arrancármelas, aunque creo que era más por no hacer ruido que por otra cosa.
Después me pidió que me acostara boca arriba y levantara las piernas.
— Como usted ordene, jovencito. —Rió un poco.
Esa posición me encantaba porque podía ver su cara, no toda, pero que la habitación estuviera a oscuras tampoco me impedía verlo.
Me lo metía lento mientras me veía a los ojos. Ya no había mirada de miedo alguna, en cambio, me miraba con deseo, como si de verdad le encantaba tenerme así, como una perrita. Y si él disfrutaba, ¡imagínense yo! Al cabo de unos minutos, le pedí cabalgarlo, cosa que le gustaba por lo que pude ver en sus ojos.
Tomé su miembro, y lo apunté a la entrada de mi culo, mientras nos veíamos el uno al otro a los ojos fijamente, casi sin expresión, hasta que terminó de entrar todo y solté un leve gemido. Entonces él comenzaba a acariciarme el pecho y luego las nalgas. Comencé a subir y bajar lentamente mientras él me acariciaba las piernas lentamente también. Era extraño todo porque en otras circunstancias hubiera muerto porque me tratara con rudeza de verdad, pero que todo fuese con suma delicadeza, con presión, me enloquecía más. Es decir, es como si él supiese dónde tenía que tocar, qué tenía que besar, con qué intensidad tenía que hacerlo y así. Yo lo disfrutaba muchísimo porque sus movimientos eran la mayoría suaves pero precisos. Era, por mucho, la persona con la que había sentido que de verdad me deseaba. No sé, era algo en su mirada, es extraño de explicar, pero eso era.
Empecé a subir el ritmo de los movimientos y él llevó sus manos a mi cara y me trajo hacia sí, y me besó. Era la primera vez que sentía ese impulso nacerle, y eso me enloqueció. Me besaba con delicadeza pero en esa delicadeza la lujuria estaba presente, ¿no les ha pasado?
A los minutos, él fue quien subía el ritmo. Yo levantaba un poco la cintura y él me daba más fuerte. Después me haló hacía su pecho y me abraza duro mientras pasaba sus manos por mi espalda y mis nalgas, sin dejar de besarme el cuello con toda esa lujuria y deseo que él tenía.
— Quiero acabar así, ¿me dejas? —Me susurró al oído.
— Sí, sí, sí quiero.
Entonces, sus embestidas comenzaron a acelerarse mucho más, y me abrazada fuertemente, hasta que el sudor de ambos se mezcló y nuestros pechos estaban totalmente mojados. Fue entonces cuando me comenzó a besar y al empezar a eyacular, me mordía los labios fuertemente, tanto, que pensé que me hacía daño. Sin tocarme, acabé yo también.
—Ahhh. Sí. —Escuché que decía él casi en un susurro.
Nos separamos y enseguida hablé:
— Puede que en este justo momento te arrepientas de todo. Es normal.
— Bueno, solo me siento algo extraño, pero nada más. ¡Qué locura!
No hablamos más, sino que volvimos al silencio que nos envolvía, mientras, yo lo vestía sutilmente y luego él a mí. Definitivamente me gustaba Andrés.
Aún no se ha devuelto a su tierra, sigue aquí en Valencia. Me dijo que no se había ido porque esperaba a mi cumpleaños. Ya pasó mi cumpleaños y todavía no se va. Por mí, que viva para siempre aquí.
En el fondo ambos sabemos que lo que nos envuelve no pasará de una noche en una cama, porque sé que él jamás aceptará que le gustan los hombres. Trato de no darle mucha importancia sino de disfrutar de su compañía, porque de verdad me encanta. Me trata como a un príncipe. Siento un calor fraternal cuando estoy con él que nunca sentí con nadie más. A veces me quedo a dormir donde mi tía y él entra a mi habitación, otras veces solo hacemos la cena juntos si mi familia no está, y otras veces solo comparte la mitad de su cigarro conmigo.
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