El cuñado (Final)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Cuando desperté, aún estaba sobre el pecho de mi hermano.
Me sentía muy cómodo allí, simplemente estaba hecho para que pudiera reposar en ese lugar.
Al cabo de un rato tuvimos que volver a bañarnos y alistar todo para cuando llegaran mis padres.
Yo preferí volver a la cama, pues mi cuerpo estaba muy destrozado y no tenía fuerzas para nada más.
Mi relación con mi hermano se estrechó todavía más.
Si bien no podíamos follar debido a que mis primos venían de visita y no siempre teníamos tiempo a solas, hablábamos mucho más en profundidad y le aprovechaba de preguntar todo lo que se me viniera a la mente.
Robert, por otra parte, estaba que moría por otra noche conmigo.
Lo notaba ansioso y muy pervertido conmigo.
Más de lo acostumbrado.
Ahora comenzaba a sentirme incómodo, pues tenía miedo de que Bernardo comenzara a sospechar algo, ya que estaba mucho más pendiente de mí que antes.
Al parecer, Robert se dio cuenta de que mi hermano no despegaba el ojo de mí, y comenzaba a sentir la aversión que tenía Bernardo hacia él.
Pero su mente lujuriosa estaba conectado con su glande, y pronto ideó un plan para tenerme a solas para él.
Yo no estaba muy convencido de hacerlo.
Si bien lo había pasado genial con él y era bastante guapo, prefería a mi hermano.
Me sentía mucho más cómodo y libre, pues con él habíamos pasado muchos límites, y eso nos unía de una manera distinta.
Con Robert me sentía un poco incómodo, casi ajeno a él, además de que la culpa me comía al ser él mi cuñado.
Y eso me importaba mucho más que el hecho de que Bernardo fuera mi hermano.
-¿Cómo está ese culito? –preguntó Robert, un día cuando estábamos solos en el living-.
¿Todavía pide más? Ya sabía yo que tenías carita de vicioso.
Pero no te preocupes, pronto volveré a estar dentro de ti.
¿Lo quieres?
-Bueno… yo… – no estaba seguro qué responder.
-Por supuesto que sí –completó él-.
Te apuesto que hasta haz soñado conmigo.
¿Verdad? Sueñas que te meto la verga y despiertas húmedo y con ganas de que te follen.
Que no se te olvide, eres sólo mío, me perteneces.
Este fin de semana me tendrás para ti solito.
Prepárate.
-Diego, ¿me acompañas a comprar? Por favor –dijo Bernardo entrando y lanzándole una mirada de odio disimulado a Robert.
-Deberías disimular tus celos –dije sonriendo cuando íbamos por la calle.
-¿Por qué? Si me cae mal, pues que se note.
Me chupa un huevo –dijo.
Y tuve un destello de la imagen de sus huevos en mi mente.
Genial.
Esa imagen me acompañó toda la tarde, sumado a las miradas sugerentes que Robert y Bernardo me lanzaban por separado, y los “accidentales” agarrones.
Cuando llegó la noche estaba demasiado caliente como para lograr conciliar el sueño.
Me levanté cuando el reloj marcaba las 12:30 de la noche y me dirigí a la habitación de mi hermano.
Necesitaba estar con él.
Entré a su habitación y lo encontré durmiendo.
La sábana blanca cubría hasta su ombligo, dejando a la vista el resto de su torso y sus perfectas tetillas.
La nuez de su garganta se movía dándole un toque muy sexi a su estilizado cuello.
Caminé hasta él y lamí su oreja.
Despertó sobresaltado y me miró con una sonrisa traviesa.
-¿Qué haces aquí, pequeño? –preguntó.
-Estoy un poco… -miré mi entrepierna-… inquieto.
-Uff… eso hay que arreglarlo –dijo.
Corrió la sabana y dejó descubierta el resto de su desnuda figura.
Su pene se irguió como si lo hubiese estado esperando todo el día.
-Hay que ser rápidos y silenciosos –susurró mientras me subía a la cama.
Maniobró mi cuerpo y me dejó sobre él, justo en frente de su pene.
Al instante su boca rodeó mi pene y comenzó a chupar.
No esperé instrucciones y lo imité.
Amé el olor de sus testículos y el de su pene.
Olía a macho, a hombre.
Odiaba que oliera a jabón, era muy artificial.
Me gustaba su olor a pene, su olor natural.
Su miembro estaba caliente y palpitante, ligeramente sudado y con un rico sabor salado.
Después de nuestra sesión de sexo, ya había conseguido hallar la técnica para tragar un poco más de su verga.
Si bien hubiese resultado mejor si él me empotrara la boca, creo que no lo hice tan mal.
Por momentos, sólo me centraba en su glande.
Lo introducía a mi boca y succionaba, aplicando fuerza con mi lengua y aplastándolo contra mi paladar.
Fricción al 100 por ciento.
Los dedos de Bernardo se incrustaban en mis nalgas debido al gusto.
A veces me sacaba su miembro de mi boca y bajaba a lamer sus testículos.
La piel de ese lugar era exquisita, elástica y se retraía cuando soplaba sobre ella.
También lamía su base e iba subiendo por el tronco hasta tragarme su glande.
Él, por su parte, conseguía meterse todo dentro de su boca.
Le encantaba dejar toda mi entrepierna húmeda.
Lamía desde mi coxis hasta mi pubis, depositando una gran cantidad de saliva en cada centímetro.
Succionaba mis testículos, mordía mi prepucio y jugaba con sus dedos en mi ano.
-Quiero que me la metas –le pedí.
-En otro momento, hermanito –dijo cuando se despegó de mi culo-.
Los papás pueden oírnos.
Es mejor no tentar a la suerte.
Suspiré desilusionado, pero se me olvidó cuando dos de sus dedos entraron en mi culo con fuerza.
Justo su cadera se elevó haciéndome atorar con su verga, silenciando el gemido que estuve a punto de liberar.
-Todavía tienes los moratones –me dijo mientras pasaba sus dedos por la parte interna de mis muslos y por algunos lugares de mis nalgas-.
Esa noche fue intensa.
Asentí mientras aún me recuperaba.
Esa noche había sido genial, pero gran parte de mi cuerpo conservaba las marcas de sus chupones y de la fuerzas de sus embestidas.
Mientras tanto, su tetilla comenzaba a ser reemplazada por un tejido de regeneración.
Me avisó que volvería a meter sus dedos y atiné a cubrirme la boca para suprimir el gemido.
Su boca encerró mi pene, su mano izquierda afirmó mi culo, procurando que no se moviera de su lugar, y su mano derecha comenzó a penetrarme con sus dedos.
Una combinación explosiva, pues en segundos me encontraba salpicando su boca de mi traslucida leche.
Bernardo la saboreó a la vez que movía su cadera y comenzaba a inundarme la boca de su semen espeso, de macho.
Besó por última vez mi culo, y luego me palmeó la nalga para, posteriormente, mandarme a dormir.
Besé su verga y la cubrí con la sabana.
Caminé sintiendo mis piernas ligeramente cansadas, y luego me tiré en la cama.
Si bien mis ganas de ser follado no se apagaron, la atención que me había realizado mi hermano había sido suficiente para calmarme y hacerme dormir con un dulce bebé.
El sábado llegó y, con él, llegó Robert.
Cuando entró a la casa tenía esa sonrisa de emoticón, sugerentemente lujuriosa.
Bernardo había salido con uno de sus amigos a jugar futbol y yo me encontraba con mis padres y hermana.
Hacía un calor infernal, y Robert lo utilizó a su favor.
-Diego, si quieres puedes ir a mi casa –dijo-.
Están mis primos, que tienen tu edad, y pueden jugar en la piscina.
El calor es terrible y es aburrido que tengas que estar encerrado en casa.
-¿No se supone que saldríamos juntos? –preguntó mi hermana, advirtiendo peligro en sus ojos.
-Pero no será hasta las 6 –dijo mi cuñado si perder la compostura-.
Además yo tenía que pasar a una reunión a la oficina ¿recuerdas? Estaré aquí a tiempo.
-¿Puedo ir, mamá? –pregunté, sintiéndome presionado por la mirada insistente de Robert.
Y no me quedaba de otra, yo decidí entrar en su juego.
Ya no podía salirme de ahí.
-¿Estás seguro que no hay problema? –le preguntó a Robert.
-No, ninguno.
Al contrario, de hecho.
Los chicos se aburren solos allá, por lo que les encantará tener a alguien distinto con quien jugar –sonrió de esa forma encantadora y que a mamá le gustaba.
-Bueno, está bien –aceptó.
-Genial –dijo Robert-.
Lo traeré de vuelta cuando me venga de la reunión.
Me levanté a buscar un traje de baño y una toalla.
En 5 minutos me encontraba en el auto de Robert.
No paraba de sonreír de esa manera pervertida, y ya me estaba resultando escalofriante.
-¿Quieres oír un secreto? –me preguntó mientras llegábamos a la autopista.
-Bueno –respondí.
-No tengo primos chicos en la casa –sonrió de forma traviesa-.
Y no hay ninguna reunión.
En otro momento hubiese estado sorprendido, pero una parte de mí se esperaba algo como eso.
Tomó velocidad, y una vez que se estabilizó, comenzó a desabrochar su pantalón.
Con ayuda de su mano dejó salir su trozo de verga, y la balanceó frente a mí.
Luego, posó su mano en mi nuca y me hizo descender.
La adrenalina recorrió mi cuerpo al sentirme en esa posición tan morbosa.
Los autos zumbaban al pasar, pero no eran tantos, por suerte.
Cuando su glande golpeó mi nariz y olí su verga, abrí mi boca y la dejé entrar.
-Oh… -gimió.
El auto dio una pequeña sacudida.
Su mano derecha en mi nuca marcó el ritmo junto con el movimiento de su cadera.
Por momentos tenía que enderezarme y tomar grandes volúmenes de aire pues, por la posición en que me encontraba, me resultaba muy difícil respirar.
Sumado a que tanto su cadera, como su mano en mi cabeza, me hacían tragar más verga de lo que yo tenía planeado.
Pronto el momento morboso comenzó a tener efecto en mí.
Le comencé a colocar un poco más de intención a la mamada, y en segundos ya me encontraba lamiendo y chupando cada centímetro.
En un arriesgado movimiento, bajó sus pantalones hasta sus rodillas y empujó mi cabeza entre sus piernas para que jugara con sus testículos.
El calor había hecho lo suyo, y se encontraba completamente distendidos y ligeramente mojados, dándole un delicioso sabor a macho.
-Eso es, cuñadito, sigue así –me decía cuando llevaba sus testículos a mi boca para saborearlos con más intensidad-.
¡Ah! Necesitaba esto.
Y tú también ¿no? ¿Estás ansioso por la follada que te espera?
-Ajá –dije con uno de sus huevos en mi boca.
-Ya quiero llenarte de leche –se relamía-.
Quiero estar dentro de ti.
Quiero llevar ese culito hasta el límite.
Te reventaré.
Oh… Sí…
Electricidad corrió por mi cuerpo.
Sus palabras estaban causando un grandioso efecto en mí.
Su mano bajó por mi espalda y palmeó mi trasero.
-¡Ay, que rico! –decía mientras tocaba mis nalgas-.
Ese culo debería ser ilegal.
¿Cómo es posible que un niño tenga un trasero así?
Acertó otra nalgada, y luego procedió a introducir su mano por debajo de la tela.
Pasó su palma justo en medio de mis dos montañas de carne.
Su dedo medio se introdujo entre la división, y avanzó hasta que rosó mi ano.
Succioné su glande con mayor intensidad cuando comenzó a trazar círculos alrededor de él.
Luego sacó su mano y olió su dedo.
-Tienes un olor hermoso –dijo.
Lo llevó hasta su boca y lo llenó de saliva.
Luego bajó y lo introdujo entre mi ropa.
La yema de su dedo hizo contacto con mi ano y comenzó a frotarlo, hasta que hizo un poco de fuerzo y lo enterró hasta la mitad.
-Amo como me aprietas, ya no aguato –se quejaba.
Su verga chorreaba pre-semen, consiguiendo que toda mi boca tuviera su sabor.
El auto comenzó a detenerse.
Vi que presionó un botón desde su auto y escuché un portón abrirse.
Ya habíamos llegado-.
Desabotona tu ropa –ordenó.
Levanté mi culito -consiguiendo que su dedo se deslizara un poco más- y solté el amarre, para luego bajarlo y dejar mis nalgas al descubierto.
Ahora su mano tenía más libertad de movimiento.
Mordió sus labios cuando observó mi culo y luego su cara se transformó.
-¿Qué tienes ahí? –preguntó con la furia en sus ojos.
-¿Qué? ¿Dónde? –pregunté mientras sacaba su pene de mis labios.
En mi reflejo se veía mis mejillas sonrosadas y mis labios hinchados y rojos.
En respuesta, me tomó de los hombros y me sacudió para enderezarme y apuntó a mi culo.
Me giré y vi 2 marcas de un suave color violeta, y 1 de un pálido color rosa.
-¿Quién fue? –preguntó.
No dije nada-.
¡Dime quién fue!
Gritó.
Salté.
Se bajó del auto y lo rodeó hasta llegar a mi puerta.
La abrió y me tiró abajo.
Me sostuvo del brazo y me llevó hasta la casa.
Me dejó en el living y comenzó a sobarse la cabeza.
Acomodó su pantalón, aunque aún se veía su bulto morcillón.
-Habla –me dijo intentando controlar su enojo.
-Yo… -no sabía qué decir.
-Te dejé claro que tú eras mío.
Sólo mío.
¡¿Quién mierda puso las manos sobre ti?! –gritó.
Respiró profundo y continuó-: Quítate la ropa.
-Me quiero ir –dije con miedo.
-Y yo quiero que te quites la ropa –me miró furioso-.
Quiero ver que más tienes que ocultar.
-Llévame a casa –pedí.
-¡Que te quites la puta ropa! –rugió.
Me estremecí.
No me quedó otra opción que sólo obedecer.
Temblando, fui sacándome las prendas de ropa que llevaba encima.
Él me inspeccionó con suma atención, y mientras más veía, más enfurecido se notaba.
Tenía pequeñas marcas en mis hombros, espalda y en mi culo.
La mayoría eran casi invisibles, pero su ojo no consiguió ignorarlas.
Casi salía humo de sus orejas cuando me habló:
-¿Quién? –preguntó demandante.
-Me quiero vestir… -susurré.
-Respóndeme, Diego –dijo intentando controlarse.
-Por favor –rogué-.
Me quiero ir.
-No hasta que me digas todo –se sentó sin despegar sus ojos de mi cuerpo temeroso e intimidado.
No sé en qué estaba cuando decidí ir con él.
Ahí se notaba lo inmaduro y tonto que era, al no pensar en las marcas que tenía mi cuerpo-.
Habla.
Quiero saber quién, dónde, cuándo.
Todo.
Necesito saber quién fue el que profanó lo que era mío.
Porque eres mío.
Y manchó tu cuerpo… ¿Quién fue?
-Nadie –dije.
Daría mi brazo derecho si era necesario por resguardar a mi hermano.
-No ganarás nada mintiéndome, Diego –dijo con una sonrisa seca-.
¿O pretenderás que ese chupón en tu culo te lo hiciste tú mismo?
-Llévame a casa –volví a pedir.
-Diego, no te irás hasta que me digas todo –sus ojos brillaban amenazantes-.
Y, si no hablas, esto se pondrá peor.
-¿Por qué quieres saber? ¿Qué harás? –pregunté.
-Eso no te incumbe –respondió.
-Sí, sí lo hace –contradije.
-No te subleves, muchachito –advirtió-.
Quiero saber para intercambiar unas palabritas con él.
Y dejarle claro que, si vuelve a tocarte, se las verá conmigo.
-No puedes hacer nada –temía que mi hermano pudiera correr peligro.
-Pequeño, tengo dinero, puedo hacer todo –una sonrisa maliciosa me hizo temblar-.
Ahora dime.
No sé por qué lo defiendes.
Mira cómo te dejó… ¿Te amenaza?
-No –me apresuré a decir.
-¿Entonces? –preguntó-.
¿Acaso te gustó?
-… -nada salió de mi boca.
Mi mirada cayó.
-No lo puedo creer –sus ojos se abrieron y una carcajada burlona salió de sus labios-.
Eres un puto guarro.
¿Eh? Te lo tenías escondido.
Quién diría que alguien con semejante carita de angelito le gustara que lo trataran como una prostituta barata.
Y yo que te traté con cariño.
-No soy una prostituta barata –dije.
-No, claro que no.
Porque tú lo hiciste gratis.
Eres incluso peor –en su pantalón algo comenzaba a crecer-.
Será mejor que hables.
O comenzaré a buscar tus límites.
Y no creo que te guste.
Di un paso hacia atrás y guardé silencio.
Robert avanzó y me tomó del pelo, tirando de él hasta dejarme de rodillas.
-¡Suéltame! –grité.
-No –respondió.
-Te acusaré –amenacé.
-¿Y qué les dirás? ¿Que eres un puto vicioso? ¿Qué amas la verga y que te gusta rudo? Porque esas marcas serán difícil de explicar –dijo-.
No puedes decir nada.
No tienes pruebas.
Nos hemos visto muy poco, y las vecen que han sido, ha estado toda tu familia.
Y esas marcas no son recientes, por lo que es imposible que crean que las hice yo ahora.
Investigarán, y encontrarán más cosas.
No quieres que eso pase ¿verdad? Estas perdido, Diego.
Sólo hazme caso y dime todo.
Estoy dispuesto a olvidarlo todo.
Te cuidaré y te mimaré.
Simplemente dime quién fue el bastardo que se atrevió a meter las manos en mi comida.
-No –dije llorando.
En respuesta, sacó su verga por el pantalón y apuntó a mis labios.
Tiró de mi cabello y me obligó a que abriera la boca.
Su verga se perdió en mi garganta antes de que consiguiera respirar.
Con sus dedos enterrados en mi pelo, comenzó a marcar un torturador ritmo.
Sentí que me iba a desmayar, pues el aire no entraba a mis pulmones y la saliva me ahogaría.
-¡Dime! –gruñó.
-No… -respondí mareado.
Me sentí desvanecer.
No le importó y volvió a meter su pene en mi boca.
Ignoró mi llanto y mis suplicas.
Incluso ignoró que estaba cianótico y que perdía la fuerza.
Y me desmayé.
Desperté a los segundos después.
Sus manos me sacudían.
El pánico estaba en sus ojos mientras me hablaba.
-Es tu culpa por no decir nada –dijo-.
Sólo tenías que responder.
Mi garganta dolía, al igual que mi cabeza y pecho.
No lograba enfocar bien, pero se sentía delicioso volver a respirar.
Robert se levantó y volvió a los segundos.
Se había ido a refrescar porque tenía el cabello húmedo, al igual que su rostro.
Su pantalón aún tenía mi saliva fresca.
El estómago me dolió.
Me tomó del brazo y me llevó a la ducha.
Me lavó minuciosamente, y luego me vistió.
Cuando terminó yo ya me sentía mejor.
-No le digas esto a nadie –suplicó.
El miedo estaba en sus ojos.
Me llevó hasta el auto y en tiempo record llegó a mi casa.
Apenas llegué me fui a mi habitación, disimulando mi rostro de trauma.
Escuché que inventó una excusa respecto al trabajo y que lo iba a ocupar por más de lo que había pensado y luego se fue.
Estuve tenso por varios días, hasta que el recuerdo de ese episodio se borró por arte de magia.
Bernardo intentó persuadirme para preguntarme lo que sucedía, pero no me atreví a contarle nada.
El viernes, cuando ya me sentí mucho mejor y las hormonas volvían a manipular mi cuerpo, me colé a su habitación.
Llevaba días sin descargar y ya me había hecho saber que estaba que estallaba.
Y yo me sentía igual, por lo que no quise esperar más.
Lo necesitaba más que nunca.
Quería sentir que él me poseía.
Quería que me hiciera olvidar y no pensar.
Quería sentirme protegido.
Cuando entré, el olor de su habitación me inundó.
Amaba el olor que había allí.
Era su esencia.
Olor a hombre.
Delicioso.
Di dos pasos y ya me encontraba embriagado por su aroma.
Lo contemplé dormir por un minuto exacto.
Estaba boca abajo, sus brazos estaban abrazando la almohada, marcando perfectamente sus bíceps.
Su espalda estaba descubierta, dejándome ver sus músculos dibujados y el surco de su columna.
Me tenté a besarlo, desde comienzo a fin.
Admiré la forma en que sus nalgas abultaban bajo la tela de la sabana.
Era perfecto desde cualquier ángulo que se le mirara.
Caminé lentamente y me subí a su cama, en el diminuto espacio que quedaba justo al lado de él.
Su ojo se abrió con pereza y se asombró al verme.
Luego lo volvió a cerrar, y su mano salió desde debajo de la almohada para abrazarme y apegarme a él.
Su calor delicioso me envolvió, al igual que su aroma.
Es inexplicable lo que puede transmitir un abrazo.
Rápidamente me sumí en la paz y tranquilidad.
Sus músculos eran las almohadas más cómodas de la tierra.
Pero mi intención no era dormir… por lo menos no todavía.
-¿Estás bien? –preguntó susurrando muy cerca de mi oreja.
-Perfectamente –respondí.
Me giró para quedar de frente a su cara.
Lo besé.
Él lo respondió.
-¿Hay algo que me quieras decir? –preguntó.
Él sabía algo, me conocía muy bien.
Pero no podía contarle nada, arriesgaba mucho haciéndolo.
-Hay algo que quiero hacer –le dije.
-Pero los papás…-.
-No me importa –le corté-.
Quiero hacerlo.
Necesito que me lo hagas.
Es tarde, no escucharán.
-Pero… -.
-Por favor –supliqué.
Mordí mis labios.
Sus ojos se encendieron.
Se incorporó y quitó la sabana que débilmente cubría su cuerpo.
Su pene estaba morcillón.
Él también quería hacerlo.
Apoyado en sus rodillas estiró sus manos y comenzó a desvestirme.
Mordió mis tetillas cuando desnudó mi torso.
Me hizo recostar, e introdujo sus dedos dentro de mi slip.
Me besó mientras deslizaba mi ropa interior.
Su brazo rosó mi pene y suspiré.
Se separó de mí y se movió para quedar frente a mi rostro.
Su pene ya estaba duro y apuntando al techo.
Lo rodeó con sus dedos desde la base y lo bajó para que su glande apuntara a mis labios.
Levantó su ceja derecha como diciendo: “Ya sabes lo que tienes que hacer”.
Obviamente sí sabía, por lo que me acerqué y abrí mi boca, dejándolo entrar lento pero decididamente.
Su sabor me hizo babear.
Era una verga de macho, con sabor macho.
Estaba caliente y palpitante, con un muy ligero sabor salado, casi imperceptible.
Suave y esponjosa al tacto, pero definitivamente dura y firme.
Cerró sus ojos y apretó sus labios cuando succioné.
Era genial volver a tener su pene en mi boca, pero necesitaba lo de antes… Tomé sus manos y las coloqué en mi nuca.
Automáticamente sus ojos buscaron los míos.
Entendí la pregunta sin que tuviera que decirla.
Le guiñé un ojo y le dediqué una media sonrisa aún con su pene en mi boca.
Comprendió que le daba la autorización y procedió a follarme la boca.
Partió lento.
Su verga llegaba hasta la mitad y luego se retiraba.
Poco a poco aumentó la velocidad y le fue agregando profundidad.
Cerré con fuerza los ojos cuando su glande se enterraba en mi garganta, intentando reprimir las arcadas y nauseas.
Pero ya no me afectaban como antes, había aprendido a relajar mi garganta y el paladar, de manera que ahora entraba más profundo y sin demasiadas molestias.
Aunque las lágrimas escapaban igual.
Cada cierto tiempo la retiraba para dejarme respirar, mientras azotaba mis mejillas con su verga cubierta de mi saliva.
Esto lo repitió hasta que consiguió que toda su extensión fuera devorada por mi boca.
Su pubis chocó con mis labios por 5 eternos y deliciosos segundos.
Me sentí fatigado pero victorioso.
Bernardo no cabía dentro de su impresión.
Me miró con orgullo y excitación.
Besó mi frente, y me sentí bendecido.
Busqué sus labios y nos fundimos en un beso.
Su lengua acarició mi boca y mitigó el dolor.
La movía muy bien y a la velocidad precisa.
Mordió mis labios y chupó el lóbulo de mi oreja.
Su beso me hizo mojar.
Sonrió cuando vio que mi glande estaba cubierto de pre-semen.
-Ahora me toca a mí –dijo en susurro.
Descendió lentamente y se colocó frente a mi verga.
Sopló, y el aire fresco chocó contra mi pene haciéndome gemir.
Lamió mis testículos y besó cada centímetro entre mis piernas.
Tomó mi polla desde la base y exprimió para extraer todo ese maravilloso líquido.
Lo juntó en la punta de su lengua y la introdujo en mi boca.
Chupé su lengua y saboreé su contenido.
Me miró y gruñó.
-Eres fabuloso ¿sabes? –dijo con voz lujuriosa.
Volvió a descender y continuó con la mamada.
Tuve que ponerme la almohada en la cara para evitar gemir cada vez que succionaba mi glande.
Y eso no se detenía, porque a los minutos decidió jugar con mi agujero.
Temí que la almohada no fuera suficiente para silenciar lo que vendría.
Mientras chupaba mi pene, introducía su dedo y lo frotaba en mi interior.
Por momentos su boca saltaba de mi verga a mi ano, para chuparlo y humedecerlo.
A veces daba unas mordidas en mis nalgas, lo cual no hacía más fácil el hecho de que tuviera que reprimir mis gemidos.
Al cabo de un rato abandonó mi verga y se centró en mi ano.
Con su enorme mano juntó mis piernas por mis tobillos y las llevó hacia mí.
Flexioné las rodillas y estas chocaron en mi pecho.
Mi culo quedó a su completa disposición y me preparé para lo que continuaría haciendo.
Mordí mis labios cuando entraron dos de sus dedos.
Ahora al entrar no me dolía como antes, aunque seguía costándole un poco de trabajo vencer la resistencia.
Hizo vibrar sus dedos en mi recto y tuve que asfixiarme con la almohada para que no se oyeran tan fuerte mis gemidos.
Por momentos sacaba sus dedos y los reemplazaba con su lengua.
Lo oía gruñir cuando lo hacía.
No podía verlo debido a que la almohada estaba sobre mis ojos, por lo que cuando sus dedos se metían en mí me pillaba por sorpresa.
-Me encanta tu culo –dijo.
Sus dedos vibraban en mi interior y él se había acercado para decírmelo cerca de mi oreja.
Su voz era grave y ruda.
Empapada de lujuria-.
¿Sientes mis dedos? ¿Te gusta?
-Ahh… -dije como respuesta.
-Eso… Aprieta… Mm… ¿Así apretaras mi verga? –su voz me excitaba.
Su respiración era rápida y torpe.
Estaba muy caliente, era evidente-.
Eres perfecto.
Me encantas.
Amo como me aprietas.
Amo lo caliente y húmedo que estás.
Amo como gimes y gritas para mí.
Amo que disfrutes que te someta.
Eres mío.
Naciste para mí.
No podía responder.
Si hablaba saldría un grito gutural, pues estaba usando todas mis fuerzas en no gritar y despertar a toda la casa.
Pero el momento me superaba.
Lo que decía, su voz, la forma en que sus dedos hurgaban dentro de mí, la adrenalina de saber que mis padres dormían al otro lado de la pared… Y exploté sin emitir ningún ruido.
De mis ojos brotaron lágrimas al mismo tiempo que de mi pene salía ese semen inmaduro.
-Oh… -sorpresa había en su voz-.
Dios… como aprietas…
Sentí que moriría si no gritaba, pero mordí mis labios y no dejé de hacerlo aunque el sabor metálico tocó mi lengua.
Mi corazón dolió de tan agitado que estaba, pero luego de unos segundos tomó un ritmo normal, a la vez que mi respiración se controlaba.
Alucinante.
Lo necesitaba, y me hizo bien.
No pensaba en nada, simplemente disfrutaba y me dejaba llevar.
Era genial poder tener la libertad de entregarte en bandeja a alguien y tener plena certeza de que todo estaría bien.
Con Bernardo todo esta espectacular, casi bordeando los limites, pero genial al fin y al cabo.
Y no creo encontrar a nadie en quien confiar mi cuerpo así.
Descubrió mi cara para asegurarse que estaba bien al notar que no había gemido.
Se preocupó al ver sangre en mi labio, pero le hice una señal de que todo iba genial.
Una vez comprobado, sacó sus dedos y los llevó a su boca.
Recién ahí me di cuenta que tenía tres de sus dedos en mi interior y no había notado la más mínima pizca de incomodidad.
-Tienes un sabor exquisito –dijo cuándo saboreó los dedos que antes habían estado dentro de mí-.
¿Crees aguantar esto? –apuntó a su verga dura y babosa- ¿O te dejó cansado la corrida?
-Aguanto todo lo que me quieras dar –dije con la voz más lujuriosa y perversa.
Estaba muy agotado, pero no me retiraría hasta quedar inconsciente de placer y cansancio.
Él lo merecía, y yo lo necesitaba.
-Eso quería oír –sus mejillas ardían.
Sus rizos castaños estaban cubiertos de sudor al igual que su frente.
Me tomó de la cintura y me giró con brusquedad.
No le importó hacer ruido y a mí tampoco.
Con rudeza separó mis piernas, y levantó mi cadera para dejarme en pompa.
Apretó mis nalgas y se hundió entre ellas con un gruñido que me erizó la piel.
Me dio dos nalgadas: una a cada lado.
Se colocó en posición, y recogió de mi abdomen algunos restos de mi corrida para embarrarla en mi entrada.
Su glande besó mi ano palpitante y viscoso por mi seme.
Me hizo levantar la cabeza y cubrió mi boca.
Dos segundos después su verga estaba completamente dentro de mí.
Mi cuerpo completo tembló y el dolor se expandió en todas direcciones.
Entró deslizándose sin parar y con una gracia impresionante.
Me había dejado completamente lubricado y dilatado.
Mordió su brazo para reprimir su grito.
Mientras que su mano ahogó el mío.
Me embistió con fuerza y rapidez, lanzando olas de un agudo dolor por todo mi cuerpo.
Aún no me explicaba por qué el dolor me excitaba aún más.
Pero ya no me importaba la razón, sólo me importaba disfrutarlo.
Sacaba completamente su pene y luego lo introducía abruptamente, teniendo la consideración de evitar que nuestras carnes chocaran y no emitir el típico “plaf plaf” de una penetración.
Cuando dejó de doler, su mano dejó de cubrir mi boca, aunque sus dedos comenzaron a jugar dentro de ella.
Todo su cuerpo se posó sobre el mío, su cabeza quedó sobre mi hombro y lamió mi cuello, a la vez que yo chupaba sus dedos con el morbo a tope.
Después de unos minutos salió de mí, y me giró.
Colocó mis pies en sus hombros y volvió a entrar.
Ésta vez fue más lento, más tierno.
Su cadera se movía con suavidad y con gloriosos movimientos pélvicos.
Tuvo que verse fantástico el movimiento de su cadera desde atrás.
Mientras me penetraba me besaba.
Acariciaba mi cuerpo y mi pene.
Me susurraba cosas hermosas, y me hacía sentir bien.
Me encantaba sentir su cuerpo contra el mío.
Estábamos una fusión, éramos uno sólo.
Continuó unos minutos así, y luego me dijo que era hora de correrse.
Salió de mi otra vez, y lamió mi cansado agujero.
Su pene estaba de un rojo imposible, casi doloroso.
Pero sexy, fuerte y masculino.
Estiró su mano y la tomé.
Me ayudó a levantarme y caminamos a través de la habitación.
Luego, sin aviso previo, me arrojó contra su escritorio vacío.
Tomó mi cabeza y la enterró en la madera.
Mi abdomen quedó doblado sobre el frío escritorio, mientras su mano impedía que me pudiera incorporar.
Con sus pies separó mis piernas, y se hizo espacio entre mis nalgas.
Su pene entró en mi ano y su mano libre cubrió mi boca.
Una penetración infernal llovió sobre mi culo.
El escritorio se movía como su hubiese un terremoto grado 8 Richter.
Pero a él no le interesaba, pues el ruido era menos del que hubiese sido si me hubiera penetrado de esa manera sobre la cama.
Gritaba con todas mis fuerzas al notar esas duras embestidas, pero el ruido era ahogado sobre su mano.
Mis rodillas chocaban con la madera y su mano apretaba mi cuello con rudeza.
La mitad de mi cuerpo luchaba por escapar y se resistía, la otra mitad insistía en quedarse y cruzar el límite.
Bernardo gemía y gruñía y disfrutaba…
-Lucha… Resístete –animaba-.
Me encanta como tu interior aprieta cuando lo haces.
Y me volví a correr.
No lo soporté.
Toda esa situación me empujó al orgasmo.
Los chorros de semen impactaron contra la madera del escritorio.
Y, cuando su boca se enterró en mi hombro supe que él también iba a llegar al orgasmo.
Sus dientes se enterraron en mi carne y supe que estaba reprimiendo el feroz grito que pujaba por salir.
El dolor hizo que mis ojos se humedecieran, pero me reprimí el chillido de dolor.
Estaba hecho.
Ambos nos habíamos corrido gloriosamente.
Nuestros cuerpos estaban como si hubiésemos salido recién de la ducha.
Yo estaba, paradójicamente al borde del llanto.
Al parecer el cúmulo de sensaciones había hecho estragos en mi mente y mi cerebro no sabía cómo reaccionar.
¿Susto? ¿Satisfacción? ¿Miedo? ¿Alegría? Estaba confundido.
Pero, cuando mi hermano me abrazó, todo se esfumó y me sentí pleno.
Me llevó a la cama y tomó unos clínex de su mueble para limpiarme.
Luego me acurrucó entre sus brazos y nos dormimos al instante.
Robert no apareció más.
Tiempo después supimos que terminó con mi hermana, por razones que sólo ella conoce.
Tres meses después mi hermana conoció un tal Daniel Montt, gerente comercial de la empresa.
Bastante amigable y, por fortuna, no intentó follarme como su anterior novio.
Un aplauso para él.
De todas formas el fantasma de la repentina desaparición de Robert se mantuvo unos meses.
Mi teoría es que entró en pánico cuando me desmayé y entendió que se estaba metiendo en un problema que no estaba dispuesto a manejar.
Y prefirió huir antes de que la situación se le fuera de las manos.
O quizás la razón fue otra, no lo sé, ni me interesa.
Solo sé que, desde que se fue, Bernardo estuvo más alegre que de costumbre.
Fin.
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