El cuñado (Parte 2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Desperté cuando el sol estaba justo en frente de mi ventana y sus rayos quemaban mi rostro.
Mi cuerpo se sentía como su hubiese participado en triatlón, y como si hubiesen usado mi ano como afilador de cuchillos.
Por suerte la crema que me había puesto Robert calmaba el ardor, pero, aun así, sería un desafío para mí aparentar que todo estaba bien con mi cuerpo.
A pesar de lo anterior mencionado, tenía una sonrisa dibujando mi rostro.
Era bastante masoquista después de todo, pero la sonrisa no se iba.
Tuve una erección al recordar cómo la noche anterior mi cuerpo era acariciado por él.
Instintivamente tracé con mi mano el recorrido que él hizo desde mi cadera hasta mi axila, acariciando todo mi costado y deteniéndome en cada costilla, tal cual hizo él.
Pero, lastimosamente, no se sentía igual.
Me giré asustado, recordando que la habitación la compartía con mi hermano.
Él yacía boca arriba, durmiendo profundamente sobre las tapas de la cama, y con la boca ligeramente abierta.
La luz dorada del sol acariciaba la mitad de su cara, haciendo brillar el canela de su piel y sacando destellos amarillentos de su pelo castaño.
Su nariz se erguía recta y bien perfilada, terminando en gruesos labios perfectamente delineados.
La nuez de su garganta se marcaba de forma bastante masculina en su estilizado cuello.
Subió y bajo cuando tragó saliva.
Noté que estaba teniendo un buen sueño cuando descubrí la considerable carpa que se elevaba sobre sus calzoncillos holgados.
Sentí ruidos en la escalera y supe que los demás ya estaban bajando a desayunar.
En ese instante mi estómago crujió como si tuviese encerrado un león hambriento de un circo pobre.
Me estiré e ignoré la fatiga muscular.
Cuando me puse de pie mis piernas temblaron y sentí un pequeño malestar en mi culo.
Respire profundo y comencé a vestirme.
Segundos después me encontraba caminando a duras penas hacia la cocina.
Su sonrisa fue lo primero que me saludó.
De alguna forma lo veía diferente.
Radiante.
Feliz.
Enérgico.
-Buenos días –dijo de forma sonriente-.
¿Qué tal dormiste?
-Excelente –respondí-.
Aunque me duele todo –agregué en susurro.
-Buenos días, hijo –saludó mamá llegando con la tetera-.
¿Te sientes mejor?
-Creo que sí –contesté mientras me sentaba al lado de Robert.
-Genial.
Pero hoy tendrás que protegerte más del sol.
Así que evita exponerte mucho –dijo.
-Toma –me susurró Robert mientras mi mamá se giraba a buscar algo en el mueble-, te hará bien.
-¿Qué es? –pregunté recibiendo lo que me estaba entregando.
-Es un relajante muscular –sonrió-.
Venías caminando como Bambi recién nacido.
Eso podría despertar dudas.
Así que tómate esto para que se te pasen un poco las molestias.
-Está bien –dije.
En ese momento mi hermana venía bajando las escaleras y procedió a sentarse al otro lado de Robert.
Luego se sumó mi papá y, por último, mi hermano.
Todo marchó bien y me di cuenta que el plan de Robert había funcionado a la perfección.
Durante el día lo noté un poco distante.
No lo culpé, ya que estaba toda la familia presente y era necesario disimular.
No le presté mucha atención y acepté la petición de Bernardo para acompañarlo a andar en patines en la ciclo vía que estaba en la costanera.
Luego de colocarme un enorme sombrero y bañarme en protector, además de la promesa que estaría bajo la sombra de los árboles, mamá me permitió ir.
Ambos nos pusimos nuestro equipamiento y nos fuimos a patinar.
Fue un momento agradable, aunque pudo ser mejor si mi cuerpo hubiese estado en mejores condiciones.
De todas formas estuvo muy entretenido y nos reímos bastante.
Al cabo de un rato, Bernardo pidió que nos sentáramos a descansar.
Caminamos hasta un árbol que se erguía entre dos enromes palmeras, y nos refugiamos en su refrescante sombra.
Hice una mueca al sentarme sobre el césped.
-¿Estás bien? .
preguntó mi hermano.
-Sí, todo bien –dije rápidamente.
-Es que hiciste un gesto doloroso cuando te sentaste.
¿Había una piedra o algo?
-Jajaja… No, es sólo que me dejé caer muy brusco –sonreí.
Mi respuesta lo convenció y comenzamos a hablar del colegio y de su universidad.
Le hablé sobre los chicos que me molestaban, y él me habló de que estaba teniendo problemas con sus amigos.
En resumen, repasamos toda nuestra vida, en lo que fue una conversación de hermanos bastante agradable.
-Evita las peleas –me aconsejaba-.
Si alguien llega a los golpes es porque no tiene la inteligencia suficiente para formular un argumento.
Tú eres mejor que eso.
Y, si el enfrentamiento es inevitable, procura que el primer movimiento lo haga él.
-¿Por qué? –pregunté-.
No me hace mucha gracia quedarme quieto y recibir un golpe.
-No tienes que recibirlo –sonrió-.
Lo esquivas.
El punto de que él haga el primer movimiento es que, cualquier cosa que hagas después, será justificada como una defensa.
Es ahí donde, con la parte proximal de la palma de la mano, le pegas en la nariz.
Te prometo que después de eso, no le quedarán ganas de meterse contigo.
Luego me explicó algunas técnicas de defensa y me pidió levantarme.
Nos quitamos los patines y nos quedamos descalzos sobre el césped.
Estuvimos mucho rato practicando llaves y formas de esquivar golpes.
Debo confesar que se sintió agradable cuando su cuerpo fibroso envolvió el mío.
Sobre todo cuando se acercó por mi espalda y sus manos cruzaron mi pecho.
Su aliento en mi cuello, sus pectorales en mi espalda, su calor acariciando mi cuerpo, su corazón palpitando… Fue peligrosamente agradable.
-Obviamente la idea es que no llegues a eso –dijo cuando terminaba de explicar-.
Siempre he pensado que las peleas son de la época medieval… ¿Te pasa algo?
Preguntó.
Y sí, sí pasaba.
Estaba sentado, con mis rodillas recogidas y mirando a la nada.
Su cuerpo y el exceso de contacto me habían pasado la cuenta.
Tenía una erección full HD 4K entre mis piernas, imposible de disimular.
¿Qué me estaba pasando?
-Creo que me dio un calambre en la pierna–me quejé.
Ya me estaba acostumbrando a improvisar mentiras.
-Tienes que estirarla –dijo.
Se acercó a mí y con una mano tomó mi tobillo y con la otra, mi rodilla.
-¡Espera! Me duele –fingí.
Estaba comenzando a sudar, y no era por el calor precisamente.
Estuve luchando unos segundos, y gracias a la fe cristiana, cuando mi pierna estuvo completamente estirada, mi erección ya no era visible.
Respiré aliviado y me levanté simulando que me había quedado sensible la pierna.
Bernardo me miró de reojo, sondeando mi rostro, buscando algo invisible dentro de mí.
-Estas un poco raro hoy –dijo simplemente.
No quise decir nada para no alargar la conversación.
Lo que sucedió después no tiene importancia ni relevancia.
Con Robert no sucedió nada y pronto tuvimos que volver a la ciudad.
Ese verano iba a ser un poco distinto, mamá comenzaría a trabajar de nuevo, y como Bernardo estaba de vacaciones, me iba a tener que quedar bajo su cuidado.
Saber eso me preocupó.
Desde mi primera experiencia sexual, estaba muy hipersensible a estímulos.
A partir de ese día mi mente se abrió a un mundo distinto y ya nada lo veía igual que antes.
Pero ese no era un problema por sí sólo, sino el hecho de que comenzaba a mirar distinto a mi propio hermano.
Varias veces intenté insinuarme a Robert para que me apagara el fuego y me hiciera olvidar a Bernardo.
Robert se sentía alagado y contento de que le rogara verga, pero siempre se negaba debido a que el trabajo le estaba exigiendo demasiado y no tenía mucho tiempo libre.
Para empeorar la situación, Bernardo era muy amistoso y simpático conmigo, y siempre le gustó que pasáramos tiempo juntos.
Lo que ahora me incomodaba.
No en el mal sentido, claro, me agradaba estar con él.
Pero, por momentos, imágenes retorcidas se me venían a la cabeza y comenzaba a perder el control.
Se me hacía difícil verlo con su sudadera sin mangas y sus boxers, sin imaginármelo completamente desnudo.
Facilitado por el hecho de que ya anteriormente lo había visto así, por lo que imaginarlo no se me hacía complicado.
Me sentí sucio.
Era mi hermano.
¿Cómo era posible que lo viera así? Era culpa de mi cuerpo.
Había tenido la prueba de algo glorioso y estaba exigiendo a gritos más.
Pero Robert no aparecía, ya que el trabajo lo absorbía.
Era una tortura.
Estaba desesperado y no sabía qué hacer.
Soñaba que mi cuerpo era acariciado, y despertaba con mis calzoncillos húmedos al otro día.
Eso sólo era prueba de que mi cuerpo demandaba atención.
Demandaba sexo.
Lo exigía.
Ese día en particular desperté demasiado excitado.
Decidí tomar una ducha helada para bajarle la temperatura a mi cuerpo.
Pero todo se salió de control cuando mi mano llegó a mi culo y se puso traviesa.
Mi mente viajó a esa noche en la playa y recordó el tacto de sus dedos jugando con mi ano.
Recordó cuando fue abierto e invadido.
Sonreí con nostalgia al notar mi ano cerrado, otra vez.
Era interesante como volvía a su forma normal, ya que creía que iba a quedar así de abierto para siempre.
Mordí mi labio cuando mi índice recorrió los pliegues de mi orificio.
La llamada del otro lado de la puerta me sobresaltó:
-Apúrate, Diego –dijo Bernardo-.
Yo igual me quiero duchar y ya llevas mucho rato.
-Entra, no te preocupes, ya estoy terminando –era oficial, me rendí ante mis bajos instintos.
No sé qué esperaba, en realidad, pero sentía la necesidad de estar así de expuesto frente a él.
De alguna forma pretendía seducirlo, quería lograr lo mismo que logré con Robert.
Quería que me viera con lujuria, que me deseara… Necesitaba ser tocado, y no soportaba esperar más.
Bernardo servía, y en ese momento, no me importaba que fuera mi hermano.
Era un hombre, eso era suficiente.
La puerta se abrió y lo escuché entrar.
Salí de la ducha y lo vi parado frente a mí.
Llevaba un bóxer pequeño de color rojo con negro, el torso desnudo y su toalla azul colgando de su hombro izquierdo.
Se quedó brevemente pasmado al ver mi cuerpo desnudo y con una fina capa de agua que lo hacía relucir.
-¿Me prestas mi toalla? –le pedí, fingiendo que era lo más natural del mundo.
Pero era distinto, y se notaba en el ambiente.
No era como cuando nos vestimos esa vez en la playa.
No era algo fraternal.
Mi cuerpo expedía sensualidad y erotismo, disfrazado de inocencia e indiferencia.
El aire se volvió pesado.
Quizás era mi imaginación, pero sentía el ambiente diferente.
Para mí no era suficiente que él me mirara, ya que quería sentir su piel desnuda junto a la mía.
Fue así que, cuando salí de la ducha, me resbalé.
No fue la mejor actuación, pero sirvió para que Bernardo diera un par de zancadas y cruzara su brazo por mi cintura.
Su brazo… tan fuerte y a la vez tan gentil.
Me atrajo hacia él y mi pecho se pegó al suyo, dejando una película de humedad allí.
-Pies de mantequilla –sonrió.
Su voz sonó diferente, casi como intentando controlarla para que saliera natural.
-Perdón –dije.
Aún me tenía agarrado.
Cuando se dio cuenta de que ya no era necesario sostenerme, me soltó y acomodó rápidamente su toalla.
Me hice a un lado y tomé mi toalla para comenzar a secarme.
Bernardo se quedó al lado mío y comenzó a desvestirse para entrar a la ducha.
Noté que de reojo observaba cada movimiento que yo hacía.
Por esa razón, decidí que tenía que tardarme un poco en el proceso de secado, moviéndome lentamente y con inocente sensualidad.
¡Bum! Culpa.
Horrible, amarga y dolorosa culpa.
Es mi hermano, y estaba en proceso de seducirlo.
Era tan impensable que yo hiciera algo así, pero después de esa noche había salido un ser distinto, un nuevo yo.
Pero es mi hermano… En mi mente el tiempo se detuvo y me di un breve lapso para arrepentirme.
Esto podía salir mal de muchas formas.
Vi el espejo y lo descubrí mirando disimuladamente mi trasero.
Su pene comenzaba a tomar dureza.
Adiós culpa.
La toalla se me cayó.
Que torpe.
Descendí con delicadeza.
Sus ojos eran llamados por mi trasero y me siguieron durante el trayecto.
Él no sabía que su reflejo en el espejo lo estaba delatando, aunque ya no estaba seguro de si eso le importaba.
Jamás, en toda mi vida, había tardado tanto en recoger una toalla.
Una vez me incorporé, Bernardo habló:
-Haz cambiado mucho desde la última vez que te vi así –dijo con tono fraternal-.
Serás un chico bastante guapo, las chicas te lloverán.
Era el momento de decir algo.
Una parte de mí supo que dijo eso último con una doble intención, ya sea de forma consciente o no.
Supongo que, en otro momento, lo hubiese ignorado por completo.
Pero sentía que era necesario decir algo, porque la respuesta podía gatillar a lo que yo estaba aspirando.
Sentí que fue un pase de su parte, casi como para asegurarse de que iba en buen camino.
-No sé si me importen mucho las chicas –dije finalmente.
Sus ojos sonrieron, mas no llegó a su boca.
Su lengua recorrió sus labios y miró a mis ojos a través del reflejo del espejo.
La comisura de mi labio se curvo en una tímida sonrisa.
Sentía como que estábamos teniendo una conversación telepática.
Ambos sabíamos lo que estaba sucediendo y para donde iba todo eso.
Pero ninguno se atrevía a comunicarlo verbalmente.
De alguna forma, el hablarlo lo convertiría en algo muy malo.
Su pene estaba ligeramente más morcillón cuando se metió a la ducha.
Me envolví en la toalla y me dirigí hasta mi habitación.
Hacía mucho calor, y decidí tumbarme desnudo sobre la cama, con la puerta ligeramente abierta.
Eso sería suficiente para continuar con mi objetivo.
El truco era ese: no decir nada, pero propiciar todo.
El punto era autoengañarse para hacer creer que todo sucedía por una estúpida coincidencia.
Tirado ahí, esperando la salida de mi hermano, tuve tiempo para pensar.
Me sorprendí que todo se diera así de fácil, y me llevó a creer que, posiblemente, Bernardo supiera algo que yo pasaba por alto.
“Quizás se había dado cuenta de lo que había sucedido con Robert” pensé.
“Pero es imposible, nunca nos vio” me dije.
“Aunque estuvo cerca…” susurró mi conciencia.
“No creo, si hubiese sabido algo, dudo que se hubiese callado.
Es decir, soy su hermano menor, y Robert su cuñado.
Se hubiese molestado ¿O no?”.
Dejé de pensar.
No me estaba ayudando en nada.
Decidí que, simplemente, dejaría que las cosas pasaran.
Estaba dispuesto a correr todo tipo de riesgo porque mis hormonas habían tomado el control de mi cuerpo.
No sé cuánto tiempo pasó durante esa mini batalla mental, pero pronto sentí la puerta del baño abrirse.
Automáticamente mi cuerpo se activó, y sentí como si miles de hormigas caminaran bajo mi piel, cosquilleando por toda mi anatomía.
Mi pene comenzó a despertar, y supe que no sería demasiado prudente que me viera así a primera vista, por lo que decidí girarme y quedar boca abajo.
Lo poco ventajoso es que no vería cuando pasara por fuera de mi habitación.
Pero no lo necesité.
-Hace calor ¿verdad? –preguntó.
Me giré y lo vi con la toalla en la cintura y apoyado en el marco de la puerta.
-Es un horno –me quejé.
No me atreví a girar, pues mi erección había aumentado luego de ver el bultazo que se dibuja detrás de la toalla-.
No quise ponerme ropa para disfrutar el aire fresco.
-Creo que haré lo mismo –sonrió-.
Y vemos alguna película o algo.
Antes de que pudiera asentir, se giró y vi soltar su toalla.
Su culo, duro como una roca, me saludó alegremente.
Quedé brevemente idiotizado mirando los hoyuelos de sus nalgas mientras iba a dejar su toalla de vuelta al baño.
Respiré hondo y me mentalicé en bajar mi erección.
Recordé algunas clases de bilogía, y comencé a contraer los músculos de mi pierna y muslos, con la intención de que aumentara la irrigación sanguínea en esos lugares y mi pene pudiera desinflarse.
Cuando estuvo de vuelta, mi erección ya no existía y me levanté con naturalidad, aunque estaba seguro que mis mejillas estaban ardiendo de una forma poco sutil.
Bernardo no mencionó nada, y sólo me siguió hasta el living.
A pesar de todo, era deliciosa la sensación de libertad y de confianza que se estaba generando con mi hermano.
Y el hecho de que tenía un cuerpo espectacular, le agregaba un plus bastante considerable, sumado el broche de oro que era su espectacular pene.
-¿Te has masturbado? –preguntó de golpe.
Quedé en shock-.
¿Sabes de lo que te hablo?
-Sí –asentí avergonzado.
-¿Lo has hecho? –preguntó-.
No te avergüences.
Es normal.
-No lo he hecho –y era verdad-.
¿Tú sí?
-Sí, a diario –respondió-.
No puede pasar un día sin que lo haga.
-¿Por qué lo preguntas? –inquirí.
-Porque estás creciendo.
Yo sé lo que es estar en esa edad.
Te sientes confuso, descubres sensaciones nuevas, ves las cosas de otra manera –dijo-.
Pero estas perdido.
Y nadie parece querer ayudarte o guiarte.
Buscas cosas por ti mismo o con tus amigos, y llegan a respuestas infundadas y distorsionadas.
Porque, seamos sinceros, nadie quiere hablar de sexo con los padres.
Y no es que los padres propicien un ambiente óptimo para hacerlo, así que están descartados.
Me hubiese gustado tener a alguien mayor que me explicara lo que no entendía.
Que me explicara lo que estaba pasando y lo que estaba sintiendo.
Y quiero que sepas que yo estoy aquí, para ti.
Puedes preguntarme lo que quieras.
Quiero que confíes en mí.
¿Qué dices?
Quedé en blanco.
Admito que eso no me lo esperaba.
Me sentí completamente identificado.
-Me agrada –dije al fin-.
Es cierto todo lo que dijiste.
De verdad me gustaría poder hablar contigo de… eso.
-¿Sexo?
-Sí –me sonrojé.
-Pues, primero que todo, quítale el miedo a esa palabra –dijo con una sonrisa-.
Por lo menos mientras estés conmigo.
Entre nosotros habrá plena confianza, y no habrán tabúes.
-Está bien-.
-A mí me alegra saber que confías en mí –dijo de pronto.
-¿Por qué no lo iba a ser? Eres mi hermano –le dije.
-No sé… Es que tú y Robert –comenzó.
Me tensé completamente.
Sentí algo frío recorriendo mi nuca y bajando por mi espalda- han estado muy unidos, y… no sé.
Creo que me sentí celoso de que quisieras pasar más tiempo con él.
Pero es un tipo muy simpático y entiendo que te caiga bien…
-Pero tú eres mi hermano –dije.
Me sentí tremendamente aliviado de que no se hubiese dado cuenta de nada.
Y me causó una ternura impresionante que se sintiera amenazado por él-.
Y también eres muy buena onda conmigo.
Me siento mucho más cómodo y en confianza contigo.
-Si es así, entonces ahora va la segunda lección –comenzó luego de dedicarme una sonrisa.
Había recuperado su ánimo e irradiaba alegría-.
Hoy nos masturbaremos.
-¿Qué? –no me esperé que dijera eso.
-Por algo hay que empezar –me guiñó el ojo-.
Bueno, sólo si quieres, claro.
Será genial.
Aún recuerdo mi primera paja.
Fue con unos compañeros del colegio.
No lo sabía hacer bien, y me lastimé el frenillo.
En fin.
¿Quieres?
-Eh… bueno –dudé, aunque en realidad, fingí la duda.
Estaba mil porciento seguro de que quería.
Cuando miré hacia abajo, su pene ya estaba gordo y erguido.
Era ligeramente más grande que el de Robert, de color canela y un glande rosa.
Tenía testículos gordos y lampiños, y sólo una pequeña mata de vellos castaños en su pubis.
Su glande era perfecto, e iba a la perfección junto con el grosor de su pene y su largo.
Era una verga cuidadosamente planificada, ningún centímetro estaba de más, todo era lo justo y necesario de forma casi matemática.
-¿Te parece grande? –me preguntó.
Su pecho se infló de orgullo.
Envolvió sus dos manos alrededor de su mástil, y aun así sobraba espacio-.
Tú la tendrás igual, o quizás más.
En poco tiempo verás como va cambiando.
Miré instintivamente entre mis piernas, y desee que algún día se viera como la de él.
Pues, en ese momento, era realmente penosa al lado del trozo de carne de mi hermano.
Me miró y me animó a que lo imitara.
Por el nerviosismo mi verga había entrado en pánico y no se había despertado.
Mi hermano lo tomó como que necesitaba “inspiración”.
Se levantó y recolectó algunas cosas e instaló el DVD.
En ningún momento me perdía la forma en que su erección se mecía con cada movimiento.
Se veía gracioso, incluso, pues él era delgado y su miembro sobresalía casi ajeno a su cuerpo.
Era compensado con las dos bolas de carne que decoraban su culo, y que le daban un sexy equilibrio.
Al rato, y sin perder su dureza, le puso Play a una película.
La adelantó, y fui descubriendo que era una película para adultos.
Se detuvo en una escena en específico donde dos hombres se follaban a una pelirroja.
Eran dos hombres bastante guapos, aunque no tanto como mi hermano.
Y la pelirroja… pues ni en cuenta.
Mi pene comenzó a despertar, y no fue precisamente por la película, sino con el hecho de ver a mi hermano masturbándose.
Su verga palpitante siendo abrazado por su poderosa mano.
Su abdomen contraído y su respiración agitada.
La forma en que se saboreaba los labios, y la manera escultural en que sus bíceps y abdominales se lucían.
Era un espectáculo de infarto.
Un ojo lo tenía en la reveladora escena de la penetración doble a la pelirroja, y el otro estaba sobre la verga de mi hermano.
Aún no decidía qué era mejor.
-¿Te está gustando? –Preguntó mi hermano sacándome de mi ensimismamiento-.
La película.
-Sí –respondí.
Se me hizo gracioso e incómodo que hiciera la aclaración de que se refería a la película.
Y continué de forma audaz-.
Eso también…
Sus ojos sonrieron orgullosos.
Lo sentí.
Sabía que le gustaba el ritmo que estaba tomando esto.
Entendí que le gustaba que yo le siguiera el juego.
-oh, mira, estoy todo mojado –se quejó.
De su glande chorreaba un líquido viscoso.
Lo miré con interés, reconociéndolo de la noche con Robert-.
Esto es pre-semen.
Es una especie de lubricante ¿Entiendes? Eh… Es como el aceite que se le pone a las bisagras para que no rechinen y se deslicen mejor.
-Ah, comprendo –respondí.
Realmente su pene producía mucho de eso.
Me saboreé.
Y, al momento que lo hice, sentí mis mejillas arder porque me di cuenta que Bernardo me vio haciéndolo.
-Tiene un sabor suavemente salado –dijo sin realizar otro tipo de comentario.
-¿Sí? –Pregunté, haciéndome el inocente-.
¿Cómo lo sabes?
-Soy un chico curioso –respondió.
Me miró con duda…-: ¿Te gustaría…?
-Sí –respondí antes de que acabara de preguntar.
La temperatura de la habitación subió, y no tenía nada que ver con el sol de afuera.
Tomó su verga de forma firme, y exprimió su glande liberando ese líquido sobre su dedo índice.
Estiró su mano y apuntó su dedo a mi boca.
Me acerqué sin perder contacto visual.
Sus ojos centelleaban y, al igual que yo, una rubor se extendía por sobre sus estilizados pómulos.
Abrí mi boca y metió su dedo.
Acarició mi lengua deslizándose más allá de lo que era estrictamente necesario.
Succioné mientras su dedo se iba retirando, haciendo un pequeño ruido de succión cuando estuvo afuera.
Mordió su labio de forma brusca y de un suspiro.
Su pene dio un pequeño brinco dejando caer otro poco de lubricante.
Mientras eso sucedía, yo saboreaba.
Viscoso, ligeramente salado, suave y… sí, delicioso.
De alguna manera, si eso era posible, tenía un sabor mucho más agradable que el de Robert.
Le sonreí dándole a entender que lo había percibido agradable.
-¿Te gustó? –preguntó.
Su voz sonaba gruesa y grave.
Había lujuria intentando ser controlada.
-Sí, sabe rico –respondí mientras me saboreaba el labio inferior.
Miré hacia le película y ahora la pelirroja estaba recibiendo feroz miembro hasta el fondo de su garganta.
-Me aterra cuando hacen esas mamadas tan violentas –dijo mi hermano-.
Si no se tiene cuidado, los dientes pueden causar mucho daño en la verga.
-Imagino que debe doler -.
-Y mucho… -arrugó su frente como recordando el dolor-.
Es toda una técnica, no cualquiera le sale bien.
Hay que cubrir los dientes con el labio, primero que todo.
Además, hay que succionar.
Y, por muy estúpido que sea eso, es increíble que hay gente que no lo hace.
Creen que es suficiente con que el pene esté dentro de la boca, pero no realizan la succión.
Lo demás se consigue con práctica, la profundidad, la respiración, el movimiento de la lengua.
Cosas así ¿Entiendes?
-Creo que sí –asentí.
Tomé nota mental.
Luego de unos 10 segundos, Bernardo intervino.
Su prepucio chorreaba pre-semen a niveles industriales.
-¿Quieres.
quieres probar… otra vez? –preguntó dubitativo… nervioso… ansioso… no lo sé.
Quizás todo eso junto.
Pero noté una gota de miedo a que yo rechazara o me espantara por esa petición.
-¿Puedo? –pregunté con inocencia.
-Todo tuyo –dijo.
Llevó su dedo hacia abajo para extraer otro poco, pero yo ya me estaba abalanzando con mis labios preparados para abrazar ese trozo de carne.
Escuché que ahogaba un gemido justo cuando mis labios se cerraron alrededor de su pija.
Su mano se fue a mi cuello con la intención de tirarme hacia atrás, pero cuando hice la primera succión, su agarre perdió fuerza y se convirtió en una caricia.
Se quedó quieto un breve momento, en donde su respiración se ausentó.
Pero cuando se recuperó del impacto, se incorporó:
-Hey.
–me elevó la cara.
Dejé que su pene saliera de mi boca y le coloqué atención-.
¿Qué haces?
-Perdón –dije.
Obviamente mentí; no lo sentía.
Di el paso, porque de lo contrario, mi hermano no se atrevería a dar el paso decisivo.
Simplemente apuré el asunto-.
¿No te gustó? Hice lo que tú dijiste que había que hacer.
-No… O sea, sí –recompuso rápidamente-.
Es que no me lo esperaba.
Yo no estoy seguro de que esto sea una buena idea.
-¿Por qué? –comencé a preocuparme.
Bernardo se estaba arrepintiendo.
-Porque somos hermanos y… -no tenía más argumentos.
Pude ver en sus ojos que se libraba una batalla.
-Es mejor que sea mi hermano, que un desconocido –dije.
Creo que me estaba convirtiendo en un mal chico.
Quería manipularlo-.
Es decir, sólo si tú lo permites.
Contigo me siento seguro.
-Yo… -sus ojos me decían que él también quería.
Podía sentir que lo deseaba con el alma, pero su parte responsable se negaba.
Apuré la decisión y me fui acercando a su miembro.
Mi ojos brillaron en deseo, y no pudo resistirse.
Se quedó en silencio dejándome avanzar hasta que mis labios se posaron en su glande.
-Esto nadie lo puede saber –dijo.
-Nadie lo sabrá –reafirmé, y su glande desapareció en mi boca.
Tomó aire y se quedó en silencio perdido en el placer.
Cuando lo miré hacia arriba sus ojos emitían llamas.
Respiraba agitado, lo que me daba a entender que la estaba pasando muy bien.
Me hizo una seña y volví a despegarme de su pene.
Todo su miembro palpitaba y relucía por mi saliva.
-Si haremos esto, necesito saber que realmente quieres que pase –dijo.
-Sí, lo quiero –iba a volver a mi trabajo, pero descubrí que eso no era todo lo que me quería decir.
-También quiero saber hasta dónde quieres llegar -.
-Hasta donde tú quieras –respondí-.
Confío en ti.
Me dejo en tus manos.
Haz lo que quieras conmigo.
-Pero… -estaba excitado y sorprendido por mi respuesta-.
Eh.
Tengo miedo de pasarme.
Te juro que, en este momento, estoy sintiendo un montón de cosas locas.
Hace bastante rato que perdí el control.
No quiero dañarte.
-No lo harás –le dije-.
Si hay algo que no quiera hacer, te lo diré.
Mientras no suceda, tienes terreno libre para hacer lo que quieras.
-Me gusta rudo –dijo de pronto.
Estaba ventilando más de lo necesario.
Parecía un toro a punto de envestir-.
Pero tú eres muy…
-Me gusta lo que a ti te guste –dije antes de que completara la frase-.
Eres mi hermano.
Sé que si te gusta, a mí también me gustará.
-Pero… -ya me estaba desesperando su indecisión.
Todo su cuerpo gritaba que quería continuar.
-Bernardo, créeme, quiero hacerlo.
No tengo miedo, sé que estoy en buenas manos.
Por favor, déjame experimentar contigo.
Quiero que me enseñes complacer.
Quiero complacerte.
Entonces se transformó.
Tomó su conciencia y la encerró en un baúl en un rincón de su mente.
Me tomó de la nuca y me enterró su tronco sin ninguna piedad.
Una arcada y la sensación de ahogo acompañaron la penetración de su pene hasta mi úvula.
Al principio me asusté por la sorpresa, pero un calosfrío recorrió mi cuerpo acompañado de una ola de excitación.
Esto me estaba gustando más de lo que debería.
Era genial sentir su verga en lo profundo de mi boca.
Pero era más genial sentir que era Bernardo el que me forzaba a más.
Sentía su fuerza aplicada en mi nuca, sentía su pene intentando entrar más.
Sentí mis pulmones gritando por aire, y las lágrimas agolpándose en mis ojos.
Y me encantaba.
¿Era normal eso? No lo sabía, ni ahora lo sé.
Pero no me lo cuestioné.
En el sexo todo se vale cuando están todos de acuerdo.
Y yo lo estaba.
Definitivamente mi hermano igual.
Bernardo cada vez iba aumentando su dosis.
Le calentaba que no opusiera resistencia y lo impulsaba a continuar.
Creo que quería probar mis límites, pero todavía no los encontraba.
Tiró de mi cabello para alejarme de su pene cuando el aire comenzaba a acabarse en mis pulmones.
Me llevó hasta arriba y me besó.
Mi garganta estaba fatigada, pero sentir su lengua jugando dentro de mi boca provocó un subidón de adrenalina.
Mi mentón y cuello estaban llenas de saliva debido a la feroz mamada que le estaba haciendo.
Él me secó y me acarició la mejilla, secando también la humedad de mis ojos.
-Descansa un rato –dijo mientras mordía mi labio, aplicando más fuerza de la necesaria.
Gemí de dolor-placer-.
Déjame preocuparme de ti ahora.
Me recostó en el sofá y se metió entre mis piernas.
Descubrió mi pene, completamente duro y palpitante.
Lo tomó con sus dedos y retrajo el prepucio, dejando a la vista el color rosa intenso de mi glande.
Estando en esa posición pude recuperarme de la fatiga que me había causado la mamada que le estaba haciendo a mi hermano, pero lejos de que mi respiración se controlara, volvió a agitarse cuando su lengua comenzó a jugar en mi zona intima.
Comenzó lamiendo justo entre mis piernas, en el ángulo que está en la articulación.
Era una sensación bastante interesante.
Un poco de cosquillas, un poco de humedad, calor, placer.
Como resultado salía una risa nerviosa, mezclada con una pizca de jadeos y numerosas sensaciones ricas.
Él iba jugando con eso, mezclando sensaciones y tocando puntos estratégicos con su lengua.
Acariciaba mi bolsita escrotal, lamía la base de mi pene y besaba mi pubis.
Llegaba hasta el comienzo de mi ano, y subía dando pequeños lametones hasta llegar a mi verga.
Estaba ansioso por que metiera mi pene en su boca, pero me estaba haciendo esperar.
Sopló suavemente por todo el contorno humedecido.
Sonrió al verme gemir.
Con su lengua tocó la punta de mi pene, de forma coqueta y traviesa.
Sopló nuevamente y luego dio otro lametón.
Finalmente, sin avisarme y más rápido que un rayo, su boca hizo desaparecer mi miembro.
Un calor húmedo envolvió mi pene y jadeé por la sorpresa.
Su lengua y boca eran maravillosas, succionaba y lamía todo a su paso.
Jugaba con mi frenillo, chupaba mis testículos y comenzaba a trazar círculos alrededor de mi ano.
Mi corazón estaba acelerado por tanto placer, y mis piernas estaban tomando vida propia, pues se retorcían de forma desesperada cada vez que me succionaba el glande.
Se alejó por un momento y oí que escupía en mi ano.
Volvió con la mamada y luego sentí que su dedo comenzaba a hacer presión en mi centro.
Era suave pero firme, con la fuerza necesaria para que mi ano boqueara y se contrajera con desesperación.
Bernardo tenía dedos gruesos y largos, pero el primero pasó sin causarme la menor molestia, sólo placer.
Era genial, su dedo era perfecto.
Me llenaba deliciosamente tanto en longitud como en grosor.
Y tenía un movimiento alucinante, tocando mis paredes y haciendo presión en los puntos precisos para hacerme retorcer y gemir.
-¿Te gusta? –Preguntó cuando se despegó de mi pene-.
Es rico ¿verdad? Siento que te encanta, tu culo me aprieta el dedo y pide más.
-Se siente rico –dije.
Tenía mis ojos cerrados y mi frente arrugada, retorciéndome con cada movimiento de su dedo.
-¿No te duele? –preguntó-.
Estas muy cerrado y me da miedo dañarte.
-Todo está bien –me tenté a decirle que ya antes había tenido una polla completa adentro y que su dedo no me causaba menor inconveniente.
Pero iba a ser muy difícil de explicar.
Sobre todo cuando tuve que tragarme mis palabras porque la intensidad subió…
Su boca rodeó mi ano y comenzó a chupar, morder y lamer.
En segundos mi culo chorreaba saliva, su lengua hacía esfuerzos por entrar y salir, y lo iba alternando con su dedo explorador que ya comenzaba a volverse bruto dentro de mí.
Mis gemidos fueron aumentando de intensidad, llegando a un punto preocupante cuando empezó a meter su segundo dedo.
Esta vez encontró más resistencia, y yo comencé a sentir más molestia.
Mi anillo anal se negaba a abrirse y, en vez de ceder, se contraía alrededor de su dedo.
Sentí su frustración al intentar entrar y sentir tanta resistencia.
Separaba mis nalgas violentamente, y con sus pulgares, intentaba abrir más mi ano.
Gemí cuando consiguió deslizar su grueso dedo dentro de mí.
Sentí el familiar escozor y el punzante dolor.
Pero no pude preocuparme de él por mucho rato, porque pronto comenzó a escarbar dentro de mí, llenándome de esas sensaciones que nublan el juicio.
Sus dedos aumentaron velocidad y fuerza en mi recto.
Mis gemidos se transformaron en gritos, y comencé a retorcerme como un gusano cuando le echan sal.
Sentía que sus dedos iban a atravesar mi piel y saldrían por mi pubis de tan fuerte que presionaban dentro de mí.
Grité y gemí a viva voz.
Bernardo me miraba full excitado y con la cara sudada.
De pronto sus ojos mostraban preocupación, pero luego, cuando veía que yo disfrutaba como perra en celo, volvían a tomar esa luz infernal.
Yo ya tenía perfectamente claro que, después de eso que él me hacía, se me iba a hacer difícil volver a caminar.
Y sólo iba en el segundo dedo…
Cuando los retiró sentí un alivio indescriptible, pero mi parte sadomasoquista estaba ansiosa por más.
Ahora su lengua sí podía entrar con libertad y saborearme por dentro.
Gruñía.
Lo oí gruñir mientras me comía el culo.
Lo hacía con ímpetu, con hambre, con excitante violencia.
Sentía que quería meter toda su cara dentro de mi ano, y yo ya no tenía voz para seguir gimiendo.
El tercero fue una tortura.
Excitante.
Delicioso.
Doloroso.
-¡Ay! –me quejaba.
-Aguanta -me decía.
Estaba excitado.
Le encantaba tenerme así de sometido.
Era desesperante la forma en que el dolor encendía mi cuerpo.
Mi mente me decía que eso no estaba bien, pero mis hormonas la hicieron callar y tomaron el control.
Sentí mi ano al borde la fisura, pues sus dedos eran demasiado gruesos para un canal tan estrecho.
Pero, al cabo de un rato, mucha saliva y lágrimas, volvía a disfrutar.
Jugó unos segundos más y ya no aguantó más, quería penetrarme.
Al fin tendría esa herramienta dentro de mí.
Me preocupé.
Miedo cruzó mi mente.
¿Sería capaz de aguantar lo que vendría? Las lágrimas en mis mejillas no eran una buena señal.
Extrañé tener el lubricante que usaba Robert.
Mi único consuelo era que mi culo no era virgen (aunque Bernardo no lo supiera), y que ya tenía una idea de lo que se venía.
Pero todo lo demás estaba en mi contra, y me decía a gritos que, después de esa sesión de sexo, iba a quedar reventado.
Su pene estaba completamente turgente y a punto de estallar.
Las venas eran intensas sobre su piel, y su glande palpitaba con furia.
Lo exprimió y sacó lubricante para colocar en mi ano.
Metió dos dedos y desparramó en mi interior un poco más de su néctar.
Limpió sus dedos en mi boca y succioné con gula.
Me palmeó la mejilla con orgullo:
-Este es mi chico –dijo.
Pensó unos segundos y decidió llevarme hasta la habitación.
Allí me tiró boca abajo, levantó mi cadera y separó mis rodillas.
Abrió mis nalgas y escupió justo en el centro.
-Here we go –susurró.
Sentí su glande expidiendo calor junto a mi ano.
Luego comenzó la tortura.
Comenzó a meter su glande y no se detuvo jamás.
No esperó a que me acostumbrara, simplemente siguió metiendo su pene, de forma lenta pero decidida.
Gemí, chillé, lloré.
Dolor y más dolor.
Y luego placer.
Y luego dolor.
Lágrimas.
-¿Me detengo? –preguntó saliéndose brevemente del personaje.
-No –respondí.
No sé si hay explicación lógica, pero, a pesar del dolor, no quería que se detuviera.
Estoy enfermo, lo sé.
No me importa.
El punto es que cuando su pubis estuvo en mis suaves nalgas, me desplomé y quedé tendido en la cama, completamente extendido.
Bernardo tuvo que maniobrar su cuerpo para que su pene no se saliera de mi culo.
Yo estaba seguro que había escuchado crujir mi interior.
Temía que, cuando su pene saliera, encontrarme una escena de un crimen; lleno de sangre y esas cosas.
Y empezó a embestirme.
Ardor y dolor en todo mi recto.
Placer.
A la segunda embestida me corrí.
Grité y lloriqueé.
Me desinflé y quedé como un muñeco de trapo.
Bernardo gruñó en mi oreja cuando contraje mi ano por el orgasmo.
Su brazo derecho envolvió mi cuello y me levantó para quedar pegado a su rostro.
Y me penetró repetitivamente.
Lamiendo mi mejilla y cuello.
Gruñendo y gimiendo.
Era simplemente genial.
Mi cerebro se apagó y sólo existía las sensaciones.
Toda mi mente estaba centrada en sentir cada centímetro de su verga y cada lamida que me daba.
La cama golpeaba la pared de forma sonora y agradecí que no hubiera nadie en casa.
Todo su cuerpo estaba en mi espalda, cubriendo completamente el mío.
Ambos sudábamos y las cubiertas de la cama estaban mojadas.
Me sentía tan pequeño debajo de él, y tan protegido a la vez.
Aunque era irónico considerando que me estaba destruyendo por dentro.
Delicioso.
Mordió mi hombro, justo sobre el deltoides.
Grité.
Lo volvió a hacer.
Eso dejaría marca, lo sabía.
Cruzó uno de sus brazos por debajo de mi abdomen y me levantó.
Nos maniobró de forma circense, y terminó él boca arriba y yo montándolo dándole la espalda.
Sin sacarme su pene, me giró.
Sentí mis tripas revolver.
Sus caderas empujaban hacia arriba haciéndome saltar.
Sus abdominales estaban mojados y contraídos, mostrando un torso perfecto.
Tomó mi cabeza y la llevó a uno de sus pezones.
Chupé y besé, yendo a uno y luego al otro.
Mi pene se rozaba en su piel y supe que pronto me correría otra vez.
Sus manos palmeaban mis nalgas, y las abrían para asegurarse de que todo su pene entraba en mí.
Su ritmo aumentó y entendí que él estaba cerca del orgasmo también.
Y lo mordí.
Mordí su pezón con fuerza y pasión.
Gritó, gimió y se contorción, a la vez que yo hacía lo mismo.
Sentí electricidad en mi ano, que se deslizó hasta la base de mi pene, para luego subir por mi tronco y explotar en mi glande.
Y casi me desmayé.
Perdí brevemente la noción de todo lo que estaba sucediendo.
En mi labio había sangre, mi ano dolía y ardía.
Mi corazón zumbaba y podía escuchar que el de mi hermano igual.
-¿Estás bien? –preguntó preocupado.
-Creo que sí –respondí.
La sangre venía de su tetilla.
Creo que mordí más fuerte de lo que creí.
-Que subidón –dijo.
Lucía nervioso.
Creo que se había asustado por mi episodio orgásmico intenso.
-Fue… -comencé intentando respirar bien y formular las palabras-… loco.
-Alucinante –sonrió.
-Me duele todo –dije.
No me podía mi propio cuerpo.
Estaba full fatigado.
-Es mejor que duermas –me dijo preocupado.
Después de ese feroz orgasmo la luz de la culpa brillaba en sus ojos húmedos-.
Perdón por todo.
Yo…creo que me pasé un poco.
Lo siento.
-Está bien, no te preocupes –dije con voz apagada.
Mis parpados pesaban y la fatiga no me dejaba hablar más.
Acarició mi nuca y acomodé mi cara entre su pecho.
Sentí mojado bajo mi vientre.
Mi primera corrida.
La observé y me sentí feliz, casi como sintiéndome un hombre y ya no un niño.
Bernardo besó mi frente como felicitándome por el logro y me acarició la espalda.
Lo último que sentí fue su pene desinflarse y salirse de mi sobreexigido agujero.
Alivio recorrió mi cuerpo y caí dormido.
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