EL CUNINO GRANDE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Petruspe.
EL CUNINO GRANDE
Hola amigos.
Esta historia que voy a relatar me fue contada por Lucho, un amigo unos años mayor que yo, que ya tengo 39.
Lucho es un hombre simpático, delgado y bajo de estatura. No es un enano, no. Es un petiso como se dice por estos lados de América y de piel oscurita sin llegar a ser negro.
He modificado algunos conceptos en razón de que el lenguaje de Luchito es bastante limitado y lo aclaro en razón de que se tenga en cuenta detalles y matices del relato..
Aquí está:
EL CUNINO GRANDE
“Desde que tengo memoria he sentido una inclinación por las personas de mi sexo aunque nunca me sentí mujer ni nada por el estilo. Siempre tuve conciencia de que me gustaban los hombres pero también de que yo lo era.
Estos sentimientos me provocaban limitaciones en la relación con los demás y nunca tuve muchos amigos. Unos pocos y buenos.
Solíamos juntarnos los chicos, yo tendría 9 o 10 años, para jugar a la pelota en el potrero y formábamos equipos para realizar desafíos a otros grupos. Así es que nació el club del barrio que se llamaba Villa Marchesi que llegó a tener equipo de jóvenes y adultos además de los baby`s.
En el grupo tenía un amigo a cuya familia les decían los CUNINOS . ¿Qué significa? No lo sé. Estaban los cuninos chicos, los cuninos jóvenes y los cuninos grandes.
Uno de los cuninos grandes era un excelente jugador de futbol y conducía las inferiores del club del barrio. Tenía un carácter muy especial. Delgado, más bien desgarbado y de brazos largos, bastante chueco pero muy amable. Siempre estaba sonriente, aunque con los más chicos solo estaba en los entrenamientos de los días domingo por la mañana.
Nos pedía que tanto a los entrenamientos como a los partidos llevásemos la ropa en un bolsito y nos cambiáramos en el lugar del encuentro. Algo que, además, se convirtió en norma para todos los jugadores en todas las categorías. Argumentaba que debíamos siempre mostrar buena imagen.
Esto me permitía a mí mirar a mis compañeros y a los más grandes cuando se desvestían y vestían. Claro que siempre quedaban en calzoncillos y no podía ver más que un poquito de las piernas peludas en los grandes y algún bulto notorio, pero nada más. Eso me bastaba para jugar con mi enloquecida imaginación.
Trataba de quedarme todo el tiempo posible en el lugar que hacía de vestuario para ver qué cosa podía descubrir. Qué misterios escondían los interiores de los adultos, sobre todo.
El cunino grande algo debe haber descubierto o percibido de mi conducta porque trataba de que me fuera con los otros chicos y dejara libre el lugar cuando llegaban los grandes.
Mi curiosidad se vio incentivada el día en que entreví que uno de mis hermanos grandes tenía muchos pelos y algo más. En verano era típico en mi pueblo dormir a la noche en los patios de las casas. Sacaban camas chicas y dormían afuera buscando el fresco de la noche. Hoy ya no lo hacen porque hay ventiladores o aire acondicionado, en aquellos tiempos no.
Mi hermano dormía en el patio del fondo donde estaban las habitaciones de los hombres adultos solteros, bajo una enredadera que hacía que la noche durara un poco más.
En mi casa iban las mujeres y los niños a misa de domingo, a la iglesia que quedaba en la misma cuadra, los hombres al futbol o a encontrarse con amigos.
Comenzaba la misa y me urgió ir al baño por lo que volví a mi casa. Oriné y cuando salí del baño en vez de ir a la puerta de casa fui hacia el fondo donde dormía mi hermano. Estaba despatarrado, con las piernas abiertas, la sábana en el suelo y roncando a más no poder. En la noche había salido con sus amigos y al parecer tuvo muchos brindis.
Di la vuelta alrededor de la cama para levantar la sábana y cuando lo hacia mis ojos se centraron en las perneras del calzoncillo de mi hermano que dejaban al descubierto un mundo nuevo para mí. Usaba unos calzoncillos celestes que traían dos botones en la pretina, la bragueta libre y eran muy amplios.
Un rayo del sol matinal se filtraba por entre las ramas de la enredadera y con suavidad acariciaba esa zona con su luz permitiéndome ver por primera vez lo que los grandes tenían dentro del calzoncillo.
La visión me impactó de tal modo que comencé a sentir ansiedad, mi boca estaba seca y mi respiración se agitaba.
Por una de las perneras se veía un hermoso par de huevos peludos que descansaban con placidez. Por la otra pernera podía verse un tremendo pene dormido que tendía a salirse hacia afuera del calzoncillo. Su cabeza era morena, estaba salida del prepucio y se podía adivinar que despierto el animal se lo podía llamar cabezón.
El diablo parecía brindarme ese domingo todas las posibilidades de aprender y conocer un mundo nuevo y sin pensar ( ¿¡Qué puede pensar un chico de 9 años!?) lo llamé a mi hermano para despertarlo pero ni me escuchó, siguió durmiendo como si nada más existiera.
¿Cómo será tocar la chota de un grande? – Recuerdo pensé
Pensar y actuar es siempre una constante en mi vida porque acepto desafíos que nadie presenta. Tendí mi mano temblorosa y al borde del pánico entré por la pernera hasta el gigante dormido. Con suavidad dejé una caricia y saqué mi mano. Quedé a la espera de alguna reacción pero no pasó nada por lo que envalentonado volví a incursionar en el campo de juego. Esta vez toqué la cabeza durante un rato y sentí que mi hermano dejo escapar un suspiro. Siguió dormido.
Volví a tocar por más tiempo y note la reacción ante el contacto. El pene comenzó a estirarse y a engordar. Se estiró tanto que se salió del calzoncillo como dando saltitos. Sorprendido dejé la sábana sobre mi hermano y me fui a la misa.
Ni qué decir que ni me enteré lo que dijo el cura. Recordé que no me lavé la mano cuando por instinto la llevé a mi nariz y sentí el olor extraño, distinto y particular, del órgano de mi hermano Toni que por entonces estaba soltero todavía y trabajaba en la policía. Si mal no recuerdo tenía más o menos 27 años.
Toda la mañana estuvo en mi mente lo que había hecho y lo que había visto. Durante el almuerzo lo miraba de reojo pero no descubrí nada distinto. Solo que yo lo veía de otra manera.
Ya no era mi hermano Toni el policía.
Era mi hermano Toni, el policía, que tenía un tremendo pedazo peludo y cabezón entre las piernas y a quien desde ese día admiraba.
A la tardecita de aquel domingo de verano de los años sesenta, había un partido de futbol. Jugaban los grandes y yo quería ir. Le pedí al cunino grande que me lleve y este pidió permiso a mi padre que aceptó y subí al camión que nos llevaba a otro barrio. En el camión viajaban los jugadores y la hinchada así es que íbamos bastante apretados.
El equipo de once jugadores llevaba un solo suplente que era el cunino grande. El resto había tenido fiesta la noche anterior y estaban muy averiados.
Llegamos al otro club y descubrimos que estaba la cancha pelada con algunos árboles alrededor y unos bancos de madera clavados al suelo. Los jugadores se cambiaron en el lugar y me dejaron como cuidador de la ropa y objetos personales que amontoné en el camión.
Comenzó el partido, con buen juego, hasta que un delantero nuestro pisó mal y quedó fuera con un tobillo hinchado. Había que reemplazarlo.
El cunino grande pensó que no jugaría y no se había cambiado. Vino corriendo hasta donde estaba yo con la ropa y detrás del camión se sacó el pantalón. Yo tenía en mi mano el pantalón corto por lo tanto estaba cerca de él. La cosa es que debajo no llevaba calzoncillos y ante mis ojos quedó expuesto el más hermoso ejemplar de pichula que hasta entonces había visto (Dos el mismo día) y no me pude contener. La exclamación brotó incontenible de mis labios.
-¡Oh, qué chota grandota!
El cunino grande se sonrió y me guiñó un ojo haciendo un gesto como de sssshhhh (Silencio o no digas nada). Se vistió y entró a la cancha.
Al final el equipo ganó por un gol y comenzaron a celebrar con cervezas en abundancia. Gritos, saltos y cánticos expresaban la alegría.
Hubo muchos brindis con cerveza celebrando el triunfo antes de emprender el regreso. La hinchada alegre, los jugadores transpirados y en pantalón corto. Todos subimos al camión. El cunino grande me dio su ropa para que le tenga a la vez que me ubicó contra la baranda del camión para que no muera aplastado.
Entre la hinchada y la baranda del camión estaba parado el cunino. Los vaivenes del viaje provocaban que por momentos el cuerpo del hombre se apretara con el mío y podía sentir en mis espaldas la presión de su pelvis. La baranda era muy alta para mí así es que no veía la calle por lo que me volví de frente al cunino grande. Mi frente quedaba a la altura de su ombligo por lo que mi mentón recibía por momentos la presión de su pubis, cuando saltaba festejando el triunfo.
En un momento puse mi mano sobre la pretina del pantaloncito, enganchando mis dedos hacia el interior. Los pelos transpirados del pubis quedaron en contacto conmigo. El cunino grande no me dijo nada pero ya no volvió a saltar más.
En mi inocencia seguro pensé que él no se daría cuenta de lo que hacía y con mi otra mano acaricié por sobre el pantaloncito esa serpiente peluda que había visto. Al momento se puso enorme y dura. Asustado como en la mañana saqué mi mano pero entonces por la pretina entro la mano del cunino grande y la levantó. La dejó sobresaliendo por la pretina o elástico del pantaloncito y siguió sin decir nada. Con mi mano allí la toqué sin discreción, oculto entre los grandes. En un momento el cunino grande levantó el faldón de la camiseta del club cuando se produjo un vaivén y su cuerpo me apretó un poco contra la baranda. La cabeza dura y enorme quedó aplastada contra mis labios abiertos. Mi lengua inquieta y sin permiso paseó por ella un instante sintiendo un sabor salado y mi nariz un olor particular. Durante todo el trayecto el cunino grande sostuvo levantado el borde de la camiseta y yo no retiré mi boca del lugar.
La camiseta del club volvió a bajar por que llegamos a destino y bajamos del camión.
El cunino grande no me dijo nada porque tampoco pudo. Un vecino de casa me acompañó a pedido del cunino y así termino ese domingo pero no la historia.
Unos domingos posteriores se iniciaba un campeonato de baby futbol y yo jugaba. Mis padres no estarían en casa y excepto mi hermano Toni no habría nadie más. Estaba escrito que no podría jugar. Enterado el cunino grande habló con mi papá y él me dejó en casa de los cuninos hasta el día lunes en que volverían.
El día transcurrió sin novedades salvo que empatamos el partido. Llegamos a casa de los cunino donde tampoco había nadie. Entramos a la habitación del cunino grande y me ofreció su baño donde me di una ducha refrescante. Luego lo hizo él.
Cuando volvió de la ducha envuelto en un toallón, yo todavía estaba remoloneando sin vestirme. El cunino grande me preguntó.
-¿Estás cansado Luchín?
-Más o menos ¿Por qué?
-¿Te duelen las piernas?
-Uh, sí. Un montón.
-Vení, papito. Te voy a hacer unos masajes y se te pasa el dolor ¿Querés?
-Oh, sí. ¡Qué bueno!
-Entonces subite a la cama y te ponés boca abajo, dale.
Hice lo que me dijo y me tendí boca abajo y desnudo. Sentí que sus manos me prodigaban un masaje que me relajó pero también sentí que en un momento sus manos llegaron a mis nalgas y sus pulgares las separaron para mirarme el hoyito. No dijo nada. Al terminar el masaje me dio una palmada en la cola y me dijo
-Listo Luchito.
En mi cabeza los pensamientos llegaban como nunca y mi deseo de verlo desnudo otra vez se impuso por sobre todo. Me bajé de la cama y le pedí.
-Ahora póngase usted que yo le hago el masaje.
El no lo necesitaba pero vio mi súplica en los ojos y quitándose el toallón se tendió de espaldas. Estaba desnudo y yo admiré todo lo que me mostraba.
Comencé en los muslos hacia arriba. Yo no sabía nada de masajes. Sólo quería tocar. Para facilitarme todo, cerró los ojos y me dejó hacer. Después de un rato mi mano acarició el miembro, después los testículos y los pelos. Se puso duro y enorme.
-¿Querés jugar con Pascualito, bebé?
-¿Qué Pascualito?- Pregunté
-Ese que tenés en la mano, la pichulita mía
-En el camión lo besé – Dije yo
-Bueno. Ahora podés besarlo más si querés… Dale, bésalo todo.
Así lo hice. Besé todo. La cabezota gorda, el tronco largo y los testículos.
-Ahora pasale la lengüita a la cabecita, como el otro día.
El sabor y el olor eran distintos.
-¿Querés hacer algo por mí? – Preguntó
-Sí – Contesté
-Abrí la boquita y meté la cabecita ¿Podés?
-Si
-¡Huy! Sin los dientitos –Dijo acariciando mi cola – Ahora chupá como si fuera un chupetín… Así bebé ¡Qué bien que lo hacés!
Poco a poco fui aprendiendo y le gustó. Movía la pelvis para ayudarme. Sentí que un dedo travieso, mojado en saliva, urgaba en mi ano.
-Chupá, chupá y no la sueltes. Tragá la lechita que te voy a dar bebito.
Su mano en mi nuca no permitió que soltara la presa a pesar de mis ahogos y tragué todo, a la vez que sentía un dolor agudo en mi culito penetrado por uno de sus dedos gigantes.
Cuando sacó su pene de mi boca comenzaba a ponerse blando. Lo miré y me sonrió
-¿Te gustó, bebé?
-Sí – Afirme convencido
Esa noche dormí con el cunino grande en su casa. Durante la noche me desperté varias veces y le tocaba la cosa enorme mientras él dormía tranquilo.
Desde ese momento mi vida cambió, si bien seguí haciendo las mismas cosas sin modificar mi conducta.
El haber probado lo que probé, el haber tenido en mis manos y mi boca el miembro de un adulto, bebido su semen y sentido su dedo horadando mi ano me generaba cosas que no sabía definir todavía.
Pasaron unos días en que no jugamos y tampoco entrenamos por lo que no lo vi al cunino grande. Ya comenzaba a sentir la abstinencia del sexo recién descubierto y eso me ponía inquieto.
El sábado siguiente de ese mes de enero los mayores de mi casa se fueron a una fiesta familiar y volverían en la noche del domingo. Los más chicos nos quedamos con mi hermano Toni que salía de la guardia cerca de las 21. Mi hermano estuvo un rato en casa y luego salió con unos compañeros de trabajo. Volvió cerca de las 6,30, bastante bebido y se acostó en el patio del fondo.
Yo fui el primero que se levantó, como a las 8 de la mañana y a poco mis pasos me llevaron al patio del fondo donde mi hermano dormía como siempre, todo despatarrado, con las sábanas en el piso y las piernas abiertas.
El rayito de sol iluminaba con precisión su entrepierna. Ahora con más tranquilidad acaricié su sexo metiendo mi mano por la pernera del calzoncillo. Cuando su pene se endureció ya no lo dejé asustado sino que lo mantuve en mi mano.
Levanté la pernera del calzoncillo y libere el pene y los huevos suaves, enormes y deslizantes de mi hermano que seguía durmiendo. Ahora yo sabía como se hacía con aquello y lo hice. Besé, lamí y chupé mucho rato hasta que mi hermano comenzó a menearse al ritmo de mi chupada. Se tensó y su gordo pene comenzó a liberar gruesos chorros de semen que yo bebía como me enseñara el cunino grande. En el último latido del miembro mi hermano se sentó en la cama, se miró el sexo, luego a mí que tenía sobre la barbilla el último gotón de semen que había quedado al sacarme de la boca su verga palpitante. Se acostó otra vez poniendo la almohada sobre su cara. Después volvió a dormirse.
Ese fue el comienzo de una relación especial de la que no hablaba con mi hermano. Todo quedaba como si al ocurrir mientras el dormía nadie sabía nada y no pasaba nada.
Un fin de semana llegaron familiares para quedarse unos días y ocuparon los cuartos de los más pequeños que tuvimos que dormir uno con cada adulto. A mí me tocó con mi hermano Toni que dormía solo en el patio del fondo.
Tan pronto nos acostamos, mi hermano comenzó a roncar, profundamente dormido. A mí se me ocurrió que seguro él no sentiría nada si yo lo tocaba. Estaba muy dormido. Con suavidad me deslicé hacia abajo. Cuando logré estar a la altura de su pubis me quedé quieto para que mi corazón se tranquilizara. Cuando lo logré comencé a tocar con suavidad buscando el tesoro escondido.
Encontré la bragueta del calzoncillo y por allí metí mi mano traviesa. La enorme chota ya estaba dura esperando la caricia. La saqué por la abertura para que, al sentarme, pudiera chuparla. Mi hermano giró su cuerpo hacia mi lado haciendo que con el movimiento, eso pensé yo, los botones se desprendieran y dejaran abierto el calzoncillo. La gruesa verga quedó sobre mi cara y los enormes huevos peludos a la altura de mi mentón.
En esa posición cómoda podía acariciar, lamer, besar y chupar lo que mi hermano ofrecía. Vaya si lo hice. Por momentos su meneo provocaba una intrusión de la verga mayor a la capacidad de mi boca y me daban arcadas, Era más fácil lamer todo, besar todo.
Cuando volví a meterla en mi boca mi hermano inició su meneo y continuó hasta que eyaculó en mi boca. Esta vez no se despertó y yo pude chupar hasta que se achicó de manera considerable.
El día siguiente transcurrió de manera normal pero a la noche todo volvió a repetirse de manera similar. Lamentablemente los familiares se marcharon y yo volví a mi cama a dormir solito.
En la semana apareció por casa el cunino grande a pedirle a mi papá que lo dejara llevarme a jugar un partido a un lugar distante 25 kilómetros de casa. Mi papá autorizó incluso que me quedara de campamento esa noche.
Al terminar el partido, que perdimos 2 a 1, todos los chicos se fueron al campamento y yo me quedé con el cunino grande para luego ir caminando. Estaba a cinco cuadras de la cancha en pleno campo.
Cuando volvíamos con el cunino grande por el camino oscuro, me preguntó
-¿Tenés ganas de chuparme la chota, Luchín?
-Si usted quiere – Dije yo. De verdad me moría por hacerlo
-Sí quiero, claro. Y si vos querés también te la puedo meter por el culo. En la mochila tengo una cremita especial ¿Qué te parece?
-Bueno.
-Vení. Acá hay buen pasto y no pasa nadie. Vení
Pasamos una alambrada y nos adentramos un poco en un campo. Junto a un árbol nos sacamos los pantalones y allí comencé a chuparle.
-Si querés lechita chupá la mamadera, Luchin.
Después de un rato de chupar me untó una crema en el upite que mi hizo picar primero y después se puso caliente. Metió un dedo y no sentí nada de dolor. Después metió dos y al sentir que estaba relajado me hizo acostar boca abajo y se montó sobre mí. Con la cabeza de la chota ubicó mi agujerito y allí la apoyó. Comenzó a presionar hasta que de pronto mi esfínter cedió, Me pareció sentir que mis carnes crujían pero no dolor. La intrusión me daba sensación de que me inflaba la panza. Sí sentía los pelos en mis nalgas y los huevos entre mis piernas.
Cuando empezó el culeo me hacia quejar por los empujones que me daba en el potito
-Tocate el culito para que sientas hasta donde te la he metido, Luchito
Metí mi mano entre los dos y sentí los pelos y sus huevos pegados a mi upite que estaba abierto como una flor
-¡Oh, me la metió toda!- No lo podía creer.
Cuando entró a menearse sentía como que me sacaba las tripas para afuera y las volvía a meter. Siguió culeando hasta que eyaculó en mi interior. Cuando sacó la chota de mi agujerito sonó como una botella de sidra al destaparla.
El cunino grande me rompió el culito y no me hizo doler porque me puso una crema anestésica que se usaba para los masajes cuando los jugadores recibían golpes.
Al otro día estuve incómodo porque el efecto había desaparecido y el upite me ardía y cuando lo fruncía me dolía. No podía siquiera tirarme un pedito. Esas fueron las secuelas porque a pesar de lo grueso y largo de la pichula del cunino grande no me había lastimado más de lo necesario como ocurre cuando se desvirga una colita con suavidad y cuidado. Supongo porque no hubo violencia y por la crema del utilero y masajista.
Con el cunino grande no lo volví a hacer más porque no se presentaba la oportunidad, él no me buscó para hacer eso y sí para jugar al futbol.
Cuando pasaron unos días comencé otra vez a extrañar el sexo y sentía necesidad de hacerlo. Como siempre las cosas ocurren sin que uno lo espere. Mi hermano una noche vino borracho y yo me metí en su cama. Lo chupé un rato y después de costado como él se ponía, acomode mi cola ante su verga dura y yo solito me la fui metiendo. Al principio me costó porque resbalaba ya que la cabeza de su pichula es bien ancha y gorda y no podía hacer que entrara. Por la cabezota le salía mucho líquido que ponía resbalosa toda la rayita. En un momento logré ubicarla bien en la puertita y comencé a empujar con mi cola hacia atrás y me pareció sentir que mi hermano a su vez empujaba hacia adelante tratando de meterla en mí agujerito.
Cuando ya desesperaba de lograrlo siento que comienza a entrar abriendo mi entrada. Sentí dolor cuando la gorda punta entró y era tan fuerte que intenté sacármela del culito pero en ese momento mi hermano se movió subiendo su pierna sobre mí y poniendo su brazo sobre mi cuerpo. Parte de su pecho peludo se pegó a mi espalda. Como el calzoncillo estaba desprendido pude sentir sobre mis nalgas los pelos de su pubis y también sus huevos peludos y tibios. Me quedé quieto y a poco el dolor desapareció. Poco a poco fue entrando el pene de mi hermano en su totalidad en mi ano, lo comprobé cuando metí mi mano entre los dos y toque como estábamos pegados.
Con mi mano comencé a acariciar su pierna peluda y llegué a palpar una de sus nalgas recubierta de pelos. En silencio y con suavidad comenzó a menearse haciéndome sentir la enormidad de su sexo.
Cuando eyaculó en mi interior yo podía sentir su agitada respiración pues tenía su panza sobre mi espalda pero no me dijo nada. Luego el pene se puso blando y lo fue sacando con suavidad hasta que hizo ¡plop! Me levanté y me fui a mi cama.
Desde entonces y hasta más o menos los 16 o 17 años pasaron por mi cuerpo (ano, boca y manos) los genitales más diversos en tamaños, colores, olores y sabores. Algunos lampiños pero la mayoría muy peludos. Muchos inexpertos en el sexo anal otros muy experimentados. La diferencia mayor la marcaba el sabor del semen ya que no hubo uno similar al otro. Dulzones, ácidos, insípidos pero todos especiales.
Para mí no hubo nada más especial que el sexo oral hecho a un adulto mientras era chico. Llegar al interior de cada calzoncillo nunca me resultó difícil a pesar de que a veces se asustaban un poco hasta que convencidos de mi objetivo se dejaban mamar tranquilamente. Sólo pedían
-No le digas a nadie, Luchito y cuando quieras te doy ¿De acuerdo?..
No existe emoción más grande para mí que la vivida en aquella época, sobre todo cuando iba a descubrir qué tenía de misterio lo guardado en el calzoncillo del hombre que me tocaba en suerte. Alguno me decepcionó porque encontré poco. Otros en cambio tenían demasiado.
De a poco fui aprendiendo con cada uno lo que debía hacer.
Una vez, en la siesta, estaba jugando en casa de un vecino, oficial de la policía como mi hermano, mientras le cuidaba un nenito de dos añitos. El papá dormía, la mamá era maestra y trabajaba, volvía a las seis y media. El nene se durmió y yo me quedé sentado en el comedor esperando que el hombre se despierte. Cuando lo hizo se levantó con una carpa que no podía disimular.
Estaba en calzoncillos y se destacaba su cuerpo de piel blanca y pelos rubios. Bien robusto y formado por la actividad deportiva y la preparación fisica a que se sometía. Levanto los brazos mientras bostezaba y al impulsar la pelvis hacia adelante movido por la acción, por la bragueta salió fuera una enorme chota blanca con la cabeza cubierta por el prepucio. El hombre se rió y dijo.
-¡Mirá que atrevida! Parece que tiene hambre – Mientras la guardaba por donde había salido
-¡Oh! ¡Qué bonita que es! –Dije yo
-¿Te gusta? – Preguntó él
-Sí –afirmé
El hombre se quitó el calzoncillo y me dijo
-Aquí la tenés
Seguro pensó que yo no haría nada pero yo me acerqué y la acaricie logrando que se endurezca de inmediato. Le corrí la piel liberando la cabeza y la besé para luego chuparla. El hombre se sentó en un sillón y me pedía que le chupara aquí, allá y acullá. Hasta me pidió que le besara la cola. Ese fue mi primer beso negro. Tenía la cola muy peluda entre las nalgas y un agujerito muy prieto como bolsita de papel comprimida en la boca. Después me penetró con mucha suavidad. Durante un tiempo fue mi amigo.
Desde entonces mi costumbre del beso negro dado a hombres que nunca entregaron el tuje. Ese es el sabor especial que te da el hacerlo con hombres heterosexuales que te permiten besar ese culito virgen. Es hermoso. A muchos no les gusta ni hablar de dejarse besar el culito. Otros lo gozan plenamente.
Por estar cuidando el nene del vecino, colega de mi hermano, conocí a otros uniformados que me dieron de todo y con todo.
Los recuerdo con afecto y los añoro. Cada uno tenía una particularidad que lo diferenciaba del resto. Había los que buscaban dar y recibir placer y los que solo buscaban placer egoísta. Todos me hicieron vibrar, sobre todo en mis inicios cuando la proporción de mi cuerpo con el de ellos no tenía comparación. En especial un oficial que tenía un pene bien cabezón y además muy grueso. Me trataba muy bien pero cuando me lo metía me hacía ver las estrellas de todo el universo.
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