El Demonomicón – Cap.01 Invocación
El pequeño Eliot consigue un Grimorio, un antiguo libro de hechizos….
La tarde era calurosa, la más caliente que el joven Eliot había experimentado durante todo ese verano; tanto, que mientras caminaba de regreso a su casa, sentía como la camisa blanca de su uniforme escolar se adhería a su delgado cuerpo y no sólo eso, la frente se le llenaba de incontables gotitas de traspiración y el peso de su mochila parecía acrecentarse con cada paso; que para colmo de males todavía le faltaba bastante camino por recorrer. Sólo que el pobre de Eliot no llegó muy lejos, no sin antes toparse con problemas.
De golpe sintió como algo o alguien lo empujaba por detrás y a su vez lo azotaba contra la pared que estaba del otro lado de la vereda por la que él transitaba. Luego experimentó una fuerte presión en su cuello, justo en el preciso instante en el que comprendió que fue lo que había pasado. Dorian, el bravucón de su escuela y por desgracia también vecino, lo había arrojado contra el muro de ladrillos y ahora lo tenía sometido violentamente con el brazo al cuello, arrebatándole el aliento.
– ¿A dónde crees que vas, ratita de biblioteca? —Le dijo Dorian a su víctima, poniendo el rostro a pocos centímetros del suyo– No puedes irte sin antes pagar el derecho de vía.
– Po…por favor… No te…tengo diner—¡Ugh~!
Eliot trataba de hablar y pedir que lo dejaran en paz; pero le costaba mucho respirar e incluso cada vez le era más difícil, pues su agresor aumentaba la fuerza con la que lo sometía.
– Yo digo que sí tienes. —Otra voz habló, una que provenía de su izquierda. Se trataba de Irvin, el compañero de grado y secuaz de Dorian. Ambos eran chicos mayores, de 17 años.
– ¡Revísale los bolsillos! —Ordenó el bravucón a su amigo.
Irvin de inmediato metió sus manos en los bolsillos del pantalón de Eliot, esculcando con brusquedad, y como no encontró botín alguno, éste pasó a revisarle de igual forma las bolsas traseras; manoseando en el proceso las redondas y firmes nalgas del pequeño Eliot, quien involuntariamente soltó un leve gemido al sentir el tosco cateo de su segundo agresor.
– ¿Has oído eso, Irvin? Parece que al niñito le ha gustado que le tocaras el culo. —Y el malicioso de Dorian se rio en tono burlesco.
– ¡Por favor…no! —Suplicó Eliot, sintiendo como sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas.
Y justo en ese momento, el otro chico extraía victorioso el dinero que había encontrado.
– ¡Claro, si se le nota que es un mariconcito! Sólo mira cómo se te queda viendo.
Entonces Dorian soltó a su presa y se alejó un poco para comprobar si lo que su compinche había dicho era cierto. Él llevaba toda la camisa de su uniforme desabotonada por el calor, descubriendo su torso esculpido; puesto que hacía ejercicio y mantenía un pecho bien torneado y un abdomen con todos los cuadritos marcados. Y por desgracia para Eliot, éste en verdad que no pudo evitar bajar la mirada por unos segundos y espiar el envidiable físico de aquel bravucón; el cual había hecho de su primer año en la secundaria todo un verdadero infierno, ya que Eliot sólo tenía 12 años recién cumplidos.
– Sí que tienes razón, Irvin. —Dijo Dorian, en lo que con su mano ahora estrangulaba al niño y éste tenía ya sus ojos azules llenos de lágrimas por el miedo y la impotencia.
A este punto el pobre de Eliot no podía hablar y aunque hubiera podido no se hubiera atrevido a decir nada para desmentirlos. Él nunca se había sentido atraído por hombres; pero sabía muy bien que de nada serviría decirlo, pues ese par de adolescentes ya estaban encarrilados con la idea. Acto seguido, Dorian con fuerza hizo que el niño girara la cabeza para que pudiera ver directo a su secuaz y continuó:
– ¿E Irvin también te gusta, no es así mariconcito?
– No lo dudes. —Contestó en su lugar Irvin riéndose, quien no traía la camisa puesta y sólo llevaba una camiseta blanca de tirantes, marcada en su también fibrado torso– ¡Mírame bien!
Ahora ese otro bravucón levantaba sus brazos para flexionar sus bíceps y presumírselos al niño que ellos tenían en medio de ambos.
– Po…por… ¡Por favor, déjenme ir! —Logró gritar Eliot casi en llanto por la desesperación.
– ¡Cállate y míralo bien! —Le espetó Dorian, obligándolo con la mano sobre su barbilla para que viera como Irvin resaltaba los músculos y venas de sus macizos brazos.
Y en eso se le ocurrió algo al despiadado de Dorian.
– Irvin, ¿por qué no le muestras bien los pelos de tus sobacos? Apuesto a que al mariconcito también le gustan. —Y se rio con malicia– Yo creo que este niñito ni tiene pelos propios.
Así que el otro adolescente, que siempre obedecía a su cabecilla sin cuestionarlo, también se rio y al mismo tiempo puso los brazos tras de la nuca para así exponer sus abundantes y sudados vellos axilares. En ese instante Eliot supo que las cosas irían para peor y suplicaba en silencio que alguien más pasara por esa desolada calle junto al parque; pero para su mala fortuna no fue así y su tortura prosiguió sin interrupciones.
Irvin se había acercado más y Dorian, sujetando a Eliot por el cuello, obligó a que éste tuviera su cara de lleno en la axila del otro chico mayor. Ahora el indefenso niño tenía su nariz y boca rozando aquellos traspirados y mal olientes pelos pelirrojos.
– ¿Te gustan mis pelos? ¿A que sí? —Le preguntó Irvin en tono burlesco y sin importarle que su víctima no le respondiera.
– ¡Vamos, dales una buena chupada! ¡Chúpala te digo! —Ordenó Dorian a Eliot, empujándole más la cabeza y haciendo que su inocente rostro se restregara completamente contra aquella sudada axila adolescente.
Al desamparado de Eliot no le quedó más remedio que acatar aquella nefasta orden. Él sabía que, si se oponía sería provocarlos aún más, por lo que sin otra alternativa abrió su boquita y pasó con asco su lengua por aquellos rizados y mojados vellos. Dorian continuaba lanzándole órdenes con voz amenazante, al punto que el niño contra su voluntad ya estaba dándole tremendas chupadas y succionadas a las dos axilas de Irvin; quien que se dejaba sin decir nada, sorprendido de que él se estuviera prestando para algo como eso.
Después de varios minutos así, Dorian liberó a su víctima. Eliot pudo retirarse un poco de aquel par de bravucones, sólo para dar arcadas y sentirse nauseabundo.
– Creo que le han gustado…Je, Je, Je… —Habló Irvin con una media risa, al tiempo que bajaba sus brazos y cubría sus sobacos ahora todos ensalivados.
– Sí, seguramente quiere seguir chupando pelos. —Y Dorian guardó silencio unos segundos, como si estuviera elucubrando algo– ¡Así que también que pruebe de estos!
Y para sorpresa de los otros dos, Dorian desabrochó su pantalón del uniforme y lo bajó junto con su trusa, sólo lo suficiente como para exhibir su abundante y tupido pelo púbico negro.
– Vamos mariconcito, ¡ahora ven y chupa estos también! —Volvió a ordenar el intimidante muchacho– Irvin, agárralo y ponlo de rodillas, ¡Anda, ¿qué esperas?!
Su compañero titubeó por unos segundos, para luego hacer exactamente lo que le habían mandado. Sujetó por detrás a Eliot de los brazos, pues en ese instante el niño había intentado zafarse; pero obviamente en vano, ya que tanto Irvin como Dorian eran jóvenes más altos y fornidos que él. Así que Eliot, de un sólo tirón, se encontraba ya hincado en el duro suelo de cemento, con el espeso y oscuro matojo de vellos de Dorian frente de su cara.
El niño quiso protestar y gritar; pero Irvin ya lo tenía bien sometido, que pronto sintió el poderío con el que su segundo opresor comenzaba a estrangularlo por no obedecer rápido. Así que una vez más Eliot con lágrimas de rabia en los ojos, abrió la boca y dejó entrar los rizados pelos púbicos de aquel adolescente, y sin más inició la faena de succionarles una y otra vez, hasta que su captor le dejara detenerse.
– ¡Eso es! ¡Ensalívamelos muy bien! Así me gusta, mariconcito. —Habló Dorian, con toda la satisfacción de un típico bravucón que se aprovecha de un inocente e indefenso niño.
– ¡Vaya que si te los chupa a gusto! —Le dijo Irvin a su amigo con cierta incredulidad, observando como a sus pies, y en medio de él y Dorian, estaba Eliot degustando vellos púbicos.
– Sí, los come tan bien que creo que ya está listo para chupar algo más…
Entonces Dorian bajó más su pantalón e interiores, sacando su erecto miembro viril de un brinco. El niño sintió como aquel duro falo le golpeó la barbilla al liberarse y como en segundos ya lo tenía justo delante de su sorprendido rostro.
Está de más decir que esa era la primera verga distinta a la suya, que Eliot veía de cerca y ni que decir de tenerlo a un palmo de la cara. Y no sólo él estaba asombrado, Irvin también se quedó atónito al ver aquello; que su primera reacción fue voltear a todos lados por sobre los hombros y confirmar que seguían solos en aquella callecita trasera.
– ¡Esto si ya no! ¡Por favor, déjenme ir…! —Suplicó el asustado de Eliot.
– ¡Déjate de lloriqueos maricón y ponte a chuparme la verga! —Le espetó Dorian.
– Oye… ¿No es como mucho ya? —Habló tímidamente Irvin, queriendo intervenir al ver como su compañero sujetaba por la cabeza al pálido niño y con fuerza hacía que éste se introdujera en la boquita la mitad de su firme y largo miembro masculino.
– No te preocupes. —Contestó Dorian, al tiempo que continuaba obligando a Eliot para que le comiera la verga– Tú también tendrás tu turno para que el putito te la mame así de rico.
El agraviado niño intentaba liberarse. Trataba de empujar a su captor con sus manitos sobre los muslos de Dorian; pero éste lo retenía con firmeza con ambas manos por detrás de la cabeza y con su pelvis le empujaba e introducía más su curvo rabo dentro de la boca. Cuando el pobre de Eliot sintió esa larga verga pasar más allá de su campanilla, pensó que vomitaría, aunque por suerte eso no pasó; pero si tuvo tremendas arcadas y las lágrimas le recorrían las mejillas coloradas, y una vez más sintió que no podía respirar.
Hasta que al fin el indefenso de Eliot tuvo suerte y escuchó otra voz masculina a lo lejos:
– ¡¡HEY!! ¡¿Qué están haciendo ahí?! —Era la voz del guardia que se encargaba de vigilar el parque contiguo a la callecita donde ellos tres estaban.
Al instante el par de adolescentes bravucones salieron corriendo de la escena, que a Dorian ni le dio tiempo de guardar su impúdica erección. Por su parte, Eliot tuvo oportunidad suficiente para levantarse y limpiar con el dorso de su brazo los restos de saliva y jugos seminales de su boca, todo antes de que el mulato guardia se acercara a él.
– ¿Estás bien, niño? ¿Qué ha pasado? —Preguntó el uniformado, que no había logrado ver bien lo que pasó; pero aun así Eliot se sentía tan avergonzado que sólo supo huir de ahí.
Su mochila se tambaleaba con cada zancada que daba. Sintió como de nuevo sus azules ojos se nublaban por el llanto; a la misma vez que gotas de lluvia empezaban a caer de un ahora cielo color gris, abovedado completamente por nubes tormentosas.
La súbita tormenta de verano había atrapado a Eliot, al punto que, con apenas unos pocos metros ya estaba calado de agua hasta los pies; por lo que tuvo que refugiarse en el local más cercano. Uno que extrañamente nunca había visto antes y eso que él siempre tomaba ese camino a casa. La tienda tenía un gran letrero sobre la vitrina junto a la puerta, uno que leía: <Tienda de Antigüedades Erasmus>. Al pequeño Eliot no le quedó de otra más que entrar.
La tienda estaba desierta, ni siquiera había alguien detrás del mostrador de la caja. Eliot trató de escurrirse y así no mojar mucho; él es de esa clase de niño bueno que siempre cumple las reglas y piensa en los demás. Cuando pasó de la entrada y caminó por las altas y abarrotadas estanterías, vio todo tipo de objetos antiguos, artefactos inusuales y varias cosas muy raras, de esas que sólo había visto antes en su colección de enciclopedias. Su curiosidad lo llevó hasta el fondo de la tienda, a una sección muy mal iluminada y hasta cubierta de polvo.
El niño se giró buscando al dependiente, sentía que no debía estar ahí, y como todavía no había señal de nadie pensó en volver a llamar; pero en eso algo peculiar captó su atención. Entre toda la gran cantidad de libros, frascos, cofrecitos, collares y otras baratijas, vio una estatuilla negra de un sátiro. Parecía estar hecha de ébano sólido; pero lo inusual no era eso o que tuviera esa forma de fauno, mitad hombre y mitad cabra, sino que de su entrepierna salía protuberante un descomunal falo en erección, casi tan grande como su musculoso torso.
Eliot no se pudo resistir, aquello era muy curioso, él nunca había visto algo como eso; que, con una mano titubeante, la estiró para tomar ese objeto. Y en el momento en que el niño tomó la estatuilla por ese grueso apéndice, detrás de su hombro derecho escuchó a alguien carraspear:
– ¡Ejem! Parece ser que eso ha captado tu atención. —Era el encargado que al fin había aparecido y justo para encontrar al alarmado de Eliot en esa comprometedora situación.
– ¡No! No es eso… —Contestó el sobresaltado niño, que de inmediato soltó la estatuilla y la dejó donde la había encontrado– Eh… Sólo estaba viendo, nada más.
– Comprendo. —Continuó con calma aquel hombre; quien vestía con ropa elegante, pero algo anticuada pensó Eliot. Además, era muy alto y tenía el cabello y la barba grises; aunque se le veía de espalda ancha y complexión recia. Eliot no sabía si era joven o viejo– Entonces, quizás esto te pueda interesar más…
Y al terminar de hablar, el extraño dependiente tomó algo del estante superior frente a ellos y se lo entregó al pequeño cliente. Eliot tuvo que sostenerlo con ambas manos, puesto que se trataba de un libro muy grande y pesado. Estaba forrado con cuero marrón, ya bastante desgastado por el tiempo, y de igual manera todos los adornos tallados y crestas, que antes debieron brillar como el oro, ahora se veían opacos y sin vida.
– ¿Qué es? —Preguntó Eliot, mientras pasaba las yemas de sus dedos por la intricada carátula, absorto por la compleja escritura y runas que tenía en ella.
– Eso chiquillo, es un grimorio. —Y al ver la expresión del chico agregó– Digamos que es un libro de hechizos. Este en particular es llamado ‘Demonomicón’.
Eliot lo miró con una evidente incredulidad y colocó el compendio sobre el anaquel que tenía por delante, junto a la estatuilla fálica, demostrando que no estaba interesado. Él podría tener sólo 12 años, pero no era ningún ingenuo, todo lo contrario, era muy listo y estudiado, más que todos los demás niños de su edad e incluso que chicos mayores; esa era la razón por la que siempre lo molestaban y se metían con él.
– “Un libro de hechizos”, ¿en serio? —Le dijo al vendedor en tono sarcástico.
– Ciertamente. Para realizar magia negra e invocar demonios… —Y en ese preciso instante resonó un estrepitoso trueno, que hizo que todas las luces de la tienda parpadearan.
El niño se sobresaltó un poco, pero luego se dijo a sí mismo que era una casualidad, nada más. Mientras que el empleado le sonrió con cierta picardía y prosiguió:
– Si te parece que son sandeces, puedes llevártelo. —Y en el momento que Eliot abría la boca para replicar que no tenía dinero, él agregó– Sin costo alguno, por supuesto.
– ¿Gratis? ¿Pero…por qué? —El sagaz niño seguía con reservas.
– Es mi tienda y puedo hacer lo que desee. Además, claramente se ve que eres un chiquillo muy listo, puedes verlo simplemente como una “investigación” de tu parte.
Él definitivamente siempre había sido un niño curioso y de gustos muy particulares. Era campeón del equipo de ajedrez de la escuela, un lector asiduo sobre civilizaciones antiguas e incluso todo un apasionado de la astronomía. Y era de esos que, si no sabía algo debía investigarlo y conocer sobre ello; por lo que esa propuesta fue realmente tentadora.
– ¡Está bien, aceptó! Y ya no se puede retractar.
El misterioso sujeto rio ante el repentino entusiasmo de su pequeño cliente.
– Haz tomado la decisión correcta, chiquillo. ¡Y mira! Justo ha dejado de llover.
– Es verdad, que extraño. —Dijo Eliot al ver por la vitrina hacia la calle ahora soleada.
– Simples chubascos de verano. —Y el hombre rio una vez más y se dirigió al mostrador.
Eliot entonces guardó el pesado Demonomicón en su mochila y se dirigió a la salida, abrió la puerta de vidrio y dejó que los intensos rayos de sol bañaran su mojado cuerpecito. El cielo estaba igual de azul que antes y no se divisaba ni una tan sola nube, además el pavimento estaba completamente seco. Quiso girarse para volver a ver al misterioso vendedor y preguntarle algo; pero se lo pensó mejor y simplemente se marchó raudo rumbo a su casa.
…
Iba tan deprisa por la anticipación de examinar su nuevo objeto de investigación, que corrió por sobre el césped y subió al pórtico saltándose los tres escalones. La casa donde Eliot y su padre viven es una modesta vivienda en los suburbios. Es de una sola planta, pero tiene un amplio patio trasero, rodeado por una alta cerca blanca, y en el medio hay un frondoso roble; en el cual su papá le construyó una bonita casita del árbol y en una de sus ramas cuelga un columpio. Y en lo que apenas estuvo dentro, Eliot sacó el libro, soltó la mochila en el piso de la entrada y después se sentó en uno de los sillones de la sala para al fin poder ojear bien su nueva y misteriosa adquisición.
Todas las viejas hojas estaban llenas de runas y símbolos raros, con una escritura que Eliot no podía leer, ni siquiera tenía idea de que lengua podría tratarse. Pero lo que más le sorprendió y llamó su atención, fueron las imágenes que había en ciertas páginas. Eran ilustraciones antiguas, como medievales, pero muy explícitas. Había mujeres y muchos hombres desnudos, con todas sus partes bien detalladas; aunque la mayoría de los dibujos era de demonios, todos musculosos y con enormes rabos, en situaciones sexuales con mujeres e incluso con hombres, y en otras en las que el inocente de Eliot no terminaba de entender.
Cuando de repente entró en la sala su padre, en jeans y sin camisa. Enzo es un hombre de un poco más de 40 años de edad, muy alto y fornido; ya que de más joven había sido militar y actualmente era un laborioso contratista. Eliot siempre ha admirado muchísimo a su papá; pues éste es muy masculino y viril, el típico prototipo de macho pelo en pecho. A decir verdad, él tiene todo el fibroso cuerpo cubierto de vellos y una espesa barba marrón como su cabello.
– ¡Hola, hijo! No te escuché llegar. —Le habló Enzo a su pequeño, mientras se limpiaba el torso y sobacos traspirados con la camiseta sucia que llevaba en una de sus manos.
Al oír la ruda y profunda voz de su padre, Eliot cerró de golpe el libro, como quien esconde una revista pornográfica y no quiere que lo descubran en el acto indebido.
– ¡Ah! Hola, papi. Sí, recién regresé. Es que me atrasé un poco por… Por la lluvia.
– ¿Lluvia? No me di cuenta. —Se extrañó Enzo– ¡Oye sí, estás todo mojado hijo!
– Sí, mejor me voy a cambiar. —Contestó Eliot guardando el libro y seguido se dirigió a su habitación; pero su padre lo tomó por el bracito para detenerlo.
– ¿Está todo bien, campeón? —Inquirió el rudo hombre, con preocupación y cierta ternura paternal; puesto que como todo buen papá sospechaba que a su hijo lo molestaban.
– Todo bien, papi. No te preocupes, es sólo que tengo mucha tarea.
– ¿Seguro? Sabes que me puedes contar lo que sea. Yo estoy aquí para cuidarte.
– En verdad papá, no pasa nada. —Le mintió con una sonrisa, pues desde la muerte de su madre hace varios años atrás, Eliot siempre ha querido facilitar la vida a su papá; por lo que contarle sus problemas con los bravucones no ayudaría en nada.
Enzo soltó a su delgado hijo, lo vio recoger sus cosas y marcharse. Ciertamente su único hijo no se parece a él, excepto en los ojos azules y la tez blanca. Para él era claro que su primogénito todavía era un niño y que no había comenzado a desarrollarse; pero aun así, Enzo a esa edad ya era un chico fuerte y atlético, a diferencia de su querido Eliot que prefería leer y estudiar siempre encerrado. Y a pesar de que ambos se quieren muchísimo, no son muy unidos porque no tienen muchas cosas en común de que conversar; por lo que suelen estar cada quien en sus cosas. Su hijo se dedica a ser buen alumno y ayudar con los quehaceres de la casa, mientras que él sale a sudar trabajando para proveerle una buena vida a su pequeño.
Por su parte, Eliot ya se había quitado el uniforme mojado, quedando únicamente con su ajustada trusita tipo slip. Se sentó frente a su escritorio y volvió a abrir el cada vez más interesante libro. Estaba absorto viendo aquellas sugerentes imágenes en medio de todos esos otros elementos lóbregos y demoniacos, cuando volvió a escuchar la grave voz de su padre detrás de la puerta de su cuarto:
– ¡Hijo, hoy voy a salir con una amiga! ¡No me esperes para cenar!
El niño ya estaba acostumbrado a eso. Su padre es viudo hace más de siete años y desde entonces éste nunca ha estado solo, siempre tiene alguna mujer que lo entretiene por un par de meses; pero ninguna ha logrado casarlo. Enzo es un hombre muy atractivo y varonil, todo un casanova, que su hijo siempre lo ha considerado todo un semental.
– ¡Está bien, papi! —Le respondió cerrando el Demonomicón por si su padre entraba.
– ¡Hay todavía pizza en la nevera! ¡Te portas bien! —Y finalmente se fue.
En el momento en que Eliot oyó el ruido del motor del auto de su padre al arrancar, continuó con tranquilidad la exploración del grimorio.
El curioso niño ahora podía hojear detenidamente página por página, haciendo énfasis en las inusuales figuras; hasta que casi al medio encontró una vieja hoja suelta. Ésta no parecía estar arrancada, además el tamaño evidentemente no era el mismo que el resto del compendio, y luego Eliot se percató de que podía leer lo que estaba escrito. Tenía que tratarse de una traducción renglón por renglón de la página que tenía enfrente; donde la ilustración mostraba a un musculoso y velludo demonio, sentado en un trono hecho de cráneos humanos, con una gran y gruesa verga flácida, tan enorme que le colgaba pesada en medio de las fornidas piernas como si se tratara de una tercera, y el horrendo demonio tenía tres cabezas, dos eran de un toro y un carnero, y una más humanizada que llevaba puesta una corona.
Eliot tragó en seco, sintiéndose muy traspirado por el calor de esa tarde; aunque por su ventana se divisaba que ya estaba atardeciendo y la noche traería el fresco; por lo que quizás él estaba sudando mucho y se sentía caliente por el efecto de lo sugerente que le resultaba todo ese extraño libro. Entonces leyó el encabezado de la hoja suelta: <Ataduras de Asmodeus> y abajo que decía que era un hechizo para invocar a dicho demonio, mismo que podría otorgarle al invocador poderes. Esa última parte llamó mucho su atención. Él ya estaba harto de ser tan débil y patético cuando se trataba de tener que enfrentar a sus bravucones, que pensó que nada perdía con probar y realizar el ritual que se detallaba en esas instrucciones.
El ingenioso niño tomó varias hojas de papel en blanco de su cuaderno de dibujo y las colocó en el piso traslapadas, de forma que podía tener un lienzo más amplio. Así inició la tarea de copiar el complejo círculo mágico que había en el Demonomicón, lleno de intricadas líneas, símbolos y runas; suerte que Eliot era muy hábil y no le fue tan difícil.
Al cabo de una hora terminó y luego colocó en los bordes del círculo cuatro velas rojas que tenía de la navidad pasada, una en cada punto cardinal, y ya estaba todo listo; sólo le faltaba recitar el largo encantamiento, que pudo pronunciar gracias a que en la hoja suelta éste estaba escrito de forma fonéticamente y así Eliot supo cómo recitar cada palabra, una por vez:
…AÈSMA DAÉVA, ÛNKALA NÖHR, MEDDAY ULMÛD!
Y terminando de articular la última sílaba del conjuro, el niño esperó ansioso a que ocurriera algo sorprendente; pero por supuesto no pasó nada. Aguardó en silencio unos segundos más, pero nuevamente nada. En ese momento se sintió muy tonto. ¿Cómo alguien listo como él, aficionado de las ciencias, se había dejado ilusionar por patrañas mágicas?
Cuando de súbito la habitación se oscureció por completo, todas las velas se apagaron a la vez y una sensación helada le recorrió por toda la columna vertebral hasta sus respingadas nalgas. Eliot se quedó paralizado, de pie donde estaba; pero al ver que no sucedía más nada, se dio cuenta de que había sido simplemente el viento por la ventana abierta y al ver a través de ella confirmó que ya se había puesto el sol. Eso había sido todo.
El desilusionado niño cerró el libro de golpe y se volteó para ir a la cocina por algo de comer. Y en eso la escuchó, una extraña voz provenir justo detrás de él:
– ¿Dime qué deseas…?
—Continuará…
Espero pronto poder leer la continuación de estaba historia que promete.
Y yo espero verte por los comentarios de la siguiente parte 😉
Salu2!!
Me encantó! Un regalito original, diferente y que va a mezclar sexo, morbo, perversión y fantasía. Tiene una trama interesante! Ojalá no demores en la siguiente parte. Saludos!!
Gracias mi buen amigo y fiel fan…jejeje 😛
Pues espero poder sacar los capítulos de esta saga con el mismo ritmo que publiqué LA ISLA, más o menos uno por semana 😉
Salu2!!
wow me gusto mucho ya espero el siguiente relato que de seguro sera bueno saludos amigo… 🙂 😉 🙂 😉 🙂
Gracias!
Yo también espero que el siguiente capítulo sea bueno…jejeje 😛
Salu2 amigo 😉
Wao, una historia diferente, un tema que pocos se arriesgan, me encanto, espero la continuación de la historia. Felicitaciones por atreverte a escribir algo distinto al común denominador de temas.
Trato, pero no siempre resultan ser exitosos.
Me fue bien con «LA ISLA», al menos al inicio; pero «Destello en el cielo» y su abdución alienígena digamos que no. Y con el especial de «Halloween», con su payaso/monstruo tipo película de terror, digamos que mitad y mitad. Así que no te creas tengo muchas expectativas con este. Creo que por acá una paja con un simple relato de incesto o nenes sin mayor contexto, basta a veces 😛
Salu2!!
Disfruté bastante está primera parte, la temática es genial y envolvente Asmoday seguro te está inspirando bien para llevarla por buen puerto.
Me alegra que la hayas disfrutado.
Salu2!!