El Demonomicón – Cap.07 Ungimiento
Inicia un nuevo tomo del libro y de esta inusual aventura….
Todavía estaba oscuro cuando apagó el reloj despertador, mucho antes de que sonara la alarma, y se levantó de la cama ignorando su infalible erección matutina. Simplemente se colocó un pantalón buzo sobre la ajustada trusa con la que había dormido, una vieja camiseta y sus zapatillas deportivas, para luego salir a correr como hacía todas las madrugadas. El sol salió mientras él recorría la alta colina que le permitía ver una increíble vista panorámica de toda la ciudad; entonces se detuvo teniendo un mal presentimiento y mientras los rayos de luz rompían las nubes grises, sintió que algo siniestro se acercaba.
De regreso a su modesto departamento, se sacó toda la traspirada ropa y se metió en la ducha. El agua tibia relajaba sus músculos y en lo que enjabonaba su atlético cuerpo, su recio miembro masculino volvió a erguirse reclamando atención. El formidable falo se sacudía por sí mismo, a la vez que él experimentaba punzadas dolorosas en sus cargados testículos; pero aun así se rehusó a autocomplacerse y abriendo de golpe el agua fría terminó de bañarse.
Se secó y vistió con la ropa que había dejado preparada del día anterior; un jean oscuro, una camisa blanca manga larga, corbata roja, zapatos cafés en juego con el cinturón y por último un blazer caqui con parches de cuero marrón. Y una vez listo salió rumbo a su trabajo; no sin antes pasar primero por su iglesia en la calle ‘Pencock’.
La luz que se filtraba por los elaborados y hermosos vitrales formaba patrones multicolor en el suelo y sobre él, arrodillado ante el altar, rezando con su cruz de tungsteno negro, la cual colgaba de una cadena del mismo material entre sus puños; cuando escuchó el sonido de pasos y de un bastón reverberan en el alto techo abovedado y por todo el recinto vacío.
– Nunca había “visto” a un joven como tú penar tanto. —Habló el sujeto que se había acercado por su espalda, mismo que se sentó en una de las bancas contiguas– No hay día que no vengas por mi iglesia y te encuentre en oración culposa.
– Eso es porque tengo mucho de lo que arrepentirme, padre. —Fue su respuesta al ponerse en pie, persignarse y de ahí sentarse a la par del sacerdote de sotana negra y collarín blanco.
– ¿Y qué tantos pecados puedes acumular en lo que llevas de vida? —Insistió el cura de avanzada edad y pelo cano, denotando que a diferencia de él su interlocutor era joven y en proporción no podía cargar con tanta culpa.
– No lo sé, padre. Se siente como una eternidad…
– Yo podré estar ciego, pero puedo “ver” bondad en ti. —Y el hombre del clero puso la mano con la que no sostenía su bastón, sobre uno de los macizos muslos del joven.
…
Ya en el campus de la universidad, el profesor Grigori caminaba hacia su despacho tomando su ‘café para llevar’ y recibiendo los saludos de muchos de sus estudiantes; puesto que él es muy respetado y sobre todo es popular entre el alumnado de su facultad y en general, habiendo muchas chicas y chicos que querían meterse en sus pantalones.
Ese día fue como cualquier otro para él; hasta que por la tarde, mientras acomodaba el escritorio y guardaba algunas cosas en su morral, tuvo la misma extraña sensación que en la mañana y en el preciso instante que se giró hacia la puerta de su oficina, oyó el ¡Toc~! ¡Toc~!
– Adelante. —Respondió al tiempo que tomaba su afilado abrecartas.
La puerta se abrió y por ella entró un crío, un puberto de cabello rizado rubio y ojos verdes.
– Disculpe, ¿es este el despacho del profesor Grigori? —Preguntó éste tímidamente, mientras detrás de él había otro chico un poco más alto y corpulento, usando una sudadera gris con la capucha cubriendo su rostro.
– Sí, yo soy el profesor Grigori. ¿Quiénes son ustedes? —Y relajó la mano con la que empuñaba el abrecartas, oculto tras su morral de cuero– Mejor aún, ¿se puede saber qué busca un par de niños como ustedes dos conmigo?
En ese instante Eliot no pudo resistirse y levantó la mirada, apenas un poco, lo suficiente para poder espiar al profesor y lo que vio definitivamente no era lo que él se esperaba.
Él había imaginado al profesor Grigori como un viejo canoso y no como un joven de 33 años; alto, de espalda ancha y por lo ceñido de su camisa y blazer, se notaba que era muy fornido. Además éste tenía el cabello negro con un corte ‘hipster’, bigote y barbita casi en candado, y era sumamente varonil y atractivo.
– Eh…mi nombre es Owen y…este es Eliot… —Contestó el pequeño que veía incrédulo a su amigo y al hombre verse directamente a los ojos y que no pasara nada sobrenatural– Y pues queríamos hablar con usted profesor Grigori sobre demonios.
– Pueden llamarme Araz. —Y él soltó la daga y se volteó para continuar de arreglar y guardar sus cosas– ¿Y qué interés pueden tener unos niños con los demonios?
Los chicos se quedaron viendo atónitos, ninguno de ellos entendía porque el ‘Sello del Súcubo’ no había surtido efecto en ese hombre tan masculino. Eliot podía percibir claramente la exuberante testosterona de Araz y sí se sintió extrañamente atraído hacía él; pero aun así su desenfrenada hambre y sed de virilidad no despertó.
– Creo que será mejor que se siente primero. —Respondió Owen.
Ahí fue el turno de Eliot en hablar con el profesor, algo que resultó sumamente incómodo, ya que en lo que él le trataba de explicar todo lo ocurrido, se sentía como un tonto; pues era obvio que aquel catedrático, por muy demonólogo que fuera, no le creería nada y nadie podría culparlo. ¿Cómo se puede creer que un niño, usando un libro de magia negra, haya invocado a un demonio, al mismísimo Príncipe de la Lujuria y Soberano del Segundo Círculo del Infierno; y que ahora se había trasformado en un súcubo, en una entidad demoniaca con poderes sobrenaturales que se ve obligada a saciarse con vergas y semen de machos?
Por su parte, Araz examinaba en silencio el Demonomicón sobre su escritorio, escuchando la inverosímil historia; mientras pasaba las páginas llenas de símbolos, runas e imágenes con dotados demonios sodomizando brutalmente a mujeres y hombres.
– …Y eso es todo, creo. —Terminó de hablar Eliot, sintiéndose avergonzado y seguro de que el haber ido hasta allí había sido una total pérdida de tiempo.
– Podemos probarlo. —Intervino Owen– Vamos Eliot, ábrete la sudadera y muéstrale la marca en tu vientre. Mejor aún, bájate el cremallera y muéstrale tu enorme ver–
– Eso no será necesario. —Lo interrumpió– Les creo perfectamente.
– ¡¡¿DE VERDAD?!! —Exclamaron los dos chicos al unísono.
El profesor Grigori simplemente se levantó, fue a uno de los abarrotados libreros que tiene y de ahí tomó unos cuantos libros, para luego colocarlos sobre su escritorio; entonces volvió su atención hacia el antiguo grimorio y de entre sus páginas separó una hoja suelta más nueva.
– Y es evidente que todo fue una trampa. —Continuó Araz– Puesto que ésta es la única página que ha sido traducida para que invocaras a Asmodeus y él se encargara del resto del engaño. ¿Con qué propósito? Aún no lo sé, pero pueden estar seguros de que no será nada bueno.
Nuevamente el par de críos intercambiaron miradas de incredulidad y Eliot tuvo el impulso de lanzarse a los fuertes brazos de aquel hombre y besarlo en la boca; aunque no era el mismo frenesí producido por su maldición, era algo más.
– Y ya que nos cree. —Se aventuró Eliot– ¿Cómo es que el hechizo del súcubo no tiene efecto en usted? No es por mi autocontrol, de eso estoy seguro; pues minutos antes de entrar aquí me fue difícil pasar por todos los universitarios varones, podía sentir la testosterona en el sudor de sus axilas y el intenso aroma de sus entrepiernas llamarme.
– Eso es algo que no sé. —Le respondió Araz viéndole directo a la cara; lo que hizo que el corazón de Eliot diera un vuelco y su atracción por el guapo catedrático aumentara.
– Bueno, pero ahora lo importante. —Habló Owen notando la reacción de su amigo– ¿Nos podrá ayudar? ¿Hay manera de resolver todo esto?
Finalmente el demonólogo ofreció su colaboración, indicándoles que sí había manera de revertir el daño, lo que dibujó una sonrisa en los dos chicos; pero para eso se requeriría traducir más páginas del grimorio, lo que significaba que él necesitaría tiempo y revisar varios tomos y una serie de manuscritos en su departamento.
– Y en cuanto al problema de la maldición del súcubo, creo que hay una forma de bloquearla.
– ¿Bloquearla? ¿No hay manera de eliminarla del todo? —Le preguntó Eliot algo desilusionado.
– Me temo que no. No mientras Asmodeus esté en este plano; pero descuida. —Y Araz puso su mano sobre uno de los hombros del chico, lo que le produjo electricidad a este último– Sé de un método que te permitirá controlarlo.
Y él agarró uno de los libros que había llevado a su escritorio antes. En la dura carátula sólo aparecía el título en letras doradas: <Los Guardianes>.
– ¡Los Hijos de Elohim! —Dijo Eliot al leer la portada de aquel viejo libro.
– ¿Los hijos de qué? —Inquirió Owen, recordando que él podría ser bueno para la informática; pero su amigo era un lector asiduo y fanático de la historia y culturas antiguas.
– ¿Has oído hablar de ellos? —Le preguntó Araz al Eliot, entre sorprendido e impresionado por el puberto de 12 años que tenía a la par.
El crío de cabello castaño claro y ojos azules sólo movió la cabeza en señal de afirmación y con una de sus manos abrió el libro para examinarlo.
– ¡Hola! ¡Yuju! ¡Aquí estoy! —Owen trató de llamar la atención de los otros dos, sintiéndose que era el único que no entendía nada– Alguien me puede explicar de qué hablan.
Entonces Araz gentilmente tomó el libro de las manos de Eliot y le respondió al otro:
– De acuerdo a los escritos de Enoc, los Hijos de Elohim son ángeles castigados por Yahvé, por haberse enamorado y copulado con las mujeres de la Tierra, y por haber enseñado a los hombres la creación de armas y el arte de la guerra, entre otros conocimientos, trayendo consigo desequilibrio en el mundo.
– ¡Wow…! —Exclamó el pequeño Owen.
– Se supone que son una legión de 200 ángeles caídos. —Agregó Eliot– Y son liderados por el más poderoso entre ellos, Shemhazai.
El profesor otra vez quedó impresionado con Eliot; al parecer no sólo era un puberto bonito, sino que también muy listo, mucho más que otros de su edad, pensó.
– ¿Pero y eso qué tiene que ver con tu maldición?
– Que aquí se describe el método para bloquear el Sello del Súcubo. —Contestó Araz– Es el “Ritual de Ungimiento” y para ello necesitaremos la ayuda del padre Silas.
El profesor Grigori guardó el Demonomicón en su morral junto con otros libros y guió a los chicos hacia el parqueo de su facultad.
– ¿Cuál es su auto? —Quiso saber Owen en lo que trataba de adivinar por su cuenta cuál era.
– De hecho iremos en eso. —Y el catedrático hipster señaló una motocicleta roja, sonriéndose por la reacción del aquel par.
A Eliot ese alto y sexy hombre le resultaba cada vez más atractivo, viendo como éste se ponía unos guantes de cuero negro, abiertos en los dedos, y le entregaba el casco a su amigo.
– Sólo tengo uno, pero en tu condición sobrenatural creo que no tendrás problemas. —Y le guiñó uno de sus oscuros y penetrantes ojos a Eliot.
Así fue como los tres se montaron en aquella flamante motocicleta; Owen adelante, entre los macizos muslos de Araz y sintiendo su gran bulto en las nalguitas, mientras Eliot iba atrás, abrazado a la cintura del fornido hombre y sintiendo aquel abdomen plano y sólido.
Con un sonoro ruido de motor en marcha el nuevo trio se marchó a toda velocidad; sólo que alguien los había estado observando desde la elevada azotea de ese antiguo edificio de piedra, un misterioso sujeto de sombrero y gabardina.
– Vaya, vaya. Como que el chiquillo siempre termina conociendo a individuos muy interesantes. ¡Andromalius, es hora de que recuperes lo que es mío!
Y una extraña figura se materializó de la nada, hincándose ante los pies de Erasmus.
– Como ordene. —Y de la misma forma que apareció, se desvaneció dejando atrás el eco de una aterradora risa.
…
Una vez en la iglesia y después de que el profesor Grigori convenciera al padre Silas en ayudarles, los cuatro se encontraban dentro del recinto vacío haciendo todos los preparativos para el Ritual de Ungimiento. Owen cerró la puerta doble de la entra principal, asegurándola con cadena y candado; mientras el sacerdote despejaba el altar de mármol blanco y le daba varias velas a Eliot, para que este las encendiera y colocara en el piso alrededor del gran bloque rectangular de mármol; en lo que Araz dibujaba alrededor un intrincado círculo con runas y símbolos como los del grimorio.
Y cuando todo estuvo listo, Eliot se desnudó por completo y se recostó boca arriba sobre el altar, el cual no es muy alto, por lo que él quedó a la altura de la cintura de Araz; quien se había colocado de pie frente a las piernas abiertas del chico.
– ¿Y ahora qué? —Habló Eliot sintiéndose ligeramente sugestionado por la situación; misma que empeoraba, pues él podía sentir la testosterona del clérigo al estar éste parado al otro extremo, por su cabeza, y para colmo de males en ese momento el joven y sexy profesor se descubrió todo el torso, confirmando que tenía un físico bien desarrollado y esculpido.
– Ahora padre Silas, por favor comience. —Dijo él dirigiéndose al sacerdote, el cual empezó a recitar en voz baja una serie de cánticos incomprensibles para Eliot– Y tú nene, quédate donde estás. Yo me encargaré de hacer el resto.
Y diciendo eso último, Araz levantó una jarra dorada y comenzó a verter aceite consagrado sobre todo el pálido pechito torneado de Eliot y luego por su esculpido abdomen.
– ¿Qué hace? —Le preguntó mientras sentía aquella sustancia viscosa y cálida en su piel, viendo desconcertado como el hombre usaba la otra mano para regárselo mejor; que cuando llegó a su área pudenda, el crío tuvo que luchar contra el impulso de tener una erección.
Además el calor en su interior aumentaba y sus ojos empezaban a tornarse del todo negros.
– Trata de reprimirlo. —Le dijo el profesor Grigori al darse cuenta y justo terminando de ungir a Eliot, desde el cuello hasta sus lampiños genitales de gran tamaño.
– Lo intentaré. —Respondió el chico casi que rechinando los dientes.
Pero lo que ocurrió después incrementó la lujuria desenfrenada de Eliot; ya que Araz se había bajado el jean junto con su trusa y con una de sus manos iniciaba la tarea de manosear su fornido miembro masculino y con la otra se estrujaba sus formidables bolas.
– ¡¿Qué estás haciendo?!
– Es parte del ritual. Debo masturbarme y esparcir mi esperma sobre la marca del súcubo para poder bloquearla. Por eso necesito que seas fuerte y logres controlarte.
Eso iba a ser realmente difícil para el pobre de Eliot; quien ya tenía todo su rabo erecto y apoyado casi contra su pecho, batallando internamente contra el impulso de brincar de ese altar y saciarse de aquel guapo hombre; cuyo atractivo, musculatura marcada y enorme virilidad lo provocaban segundo a segundo.
El padre Silas parecía estar en trance, ajeno a lo que pasaba y sin dejar de recitar aquellos cánticos; pero no Owen, él veía aquella escena desde la primera fila, sentado en una de las largas bancas de madera, y sintiéndose caliente, sudoroso y extrañamente estimulado. Y de repente el niño escuchó algo muy inusual. Lo que parecía ser una extraña música, una tonada tenebrosa que tendría que provenir de esos antiguos organillos musicales, de esos que se accionaban al girar una manivela.
– ¿Oyen eso? —Les preguntó Owen al resto, al mismo tiempo que él se volteaba para atrás.
Lo que el niñito vio lo sorprendió mucho, puesto que había alguien de pie al inicio del pasillo en medio de las banquetas. Pero eso no podía ser, él se había asegurado muy bien de cerrar todo. Entonces Owen caminó un poco y vio que la figura que había estado inmersa en sombras, ahora se asomaba bajo el foco de una de las columnas y revelaba su aspecto. Aquel individuo estaba disfrazado de payaso; pero no de uno cualquiera.
Éste usaba únicamente un flojo pantalón carmesí, guantes blancos y del mismo color una gorguera, o cuello de arlequín, con dobladillos y pompones rojos; pero aparte de eso el resto de su torso estaba desnudo, exhibiendo sus anchos pectorales peludos, unos hombros y brazos musculosos, y un estómago plano en donde una hilera de vellos negros subían hasta unirse con los de pecho. Su cabeza estaba rapada y pintada de blanco hueso, casi espectral, así como también su grueso cuello y rostro; y este último tenía un aspecto aterrador, con los ojos completamente negros y un maquillaje desalineado, en el que se dibujaba una desfigurada y macabra sonrisa de dientes amarillos.
Owen por supuesto gritó del susto; lo que alertó a Eliot y Araz de la presencia del intruso.
– ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué quieres?! —Preguntó el niño dando lentos pasos hacia atrás, como si el extraño fuera una fiera y él no quisiera alarmarla con movimientos bruscos.
– Vengo por el Demonomicón. —Respondió el payaso con una voz de ultratumba.
– ¡¿Y ahora qué pasa?! ¡Owen aléjate de él! —Habló Eliot, al tiempo que se incorporaba sobre el altar y hacia el ademán de bajarse.
– ¡¡NO!! ¡No puedes moverte una vez que el ritual ha comenzado! —Le dijo Araz, haciendo que el chico regresara a la posición en la que estaba– ¡Maldición! No contaba con que algo como esto pudiera ocurrir; pero no podemos romper el círculo ahora.
– Está bien, entiendo. —Dijo Owen al escuchar al profesor Grigori– Yo me encargaré de…eso.
– ¡¿Y qué piensas hacer?! —Le preguntó Eliot a su amigo, sintiendo preocupación y pánico.
– Tranquilo, ya me las ingeniaré. —Y le sonrió y ahora decidido caminó de frente para encarar al extraño y aterrador payaso.
A pesar del miedo que sentía, Owen se armó de valor y alcanzó al intruso a medio camino, quedando en la mitad del pasillo.
– Lo siento, ahora estamos algo ocupados. —Le dijo el niño usando el humor para enmascarar el quiebre de su voz, y de ahí levantó sus bracitos como si tratara de obstruirle el paso al alto y corpulento payaso– No…no te dejaré pasar. Será mejor que regreses más tarde…
– ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Estás asustado. —Se burló el espantoso payaso– Me encantan los niñitos lindos y asustadizos como tú.
Y luego de decir eso, el extraño tomó por el cuello a Owen y sin el mayor esfuerzo lo suspendió en el aire, para que la carita de su presa quedara a la altura de la suya; mientras con el otro fornido y velludo brazo le rasgaba la ropa con suma facilidad, dejando desnudo al niño; quien ahora tenía muchas dificultades para respirar. El pequeño trataba desesperado de liberar el puño del payaso de su cuello con sus dos manitos; pero era en vano, y en eso vio algo aún más escalofriante. La criatura en forma de payaso abrió la boca y dejó salir la lengua más larga que Owen haya visto jamás. Aquel apéndice bucal era inhumanamente largo, casi reptiliano, ondulando y enroscándose en el aire como si se tratara de una serpiente roja de un metro, completamente cubierta de una viscosa baba.
– ¡Owen! —Gritó Eliot al ver a su amigo en problemas.
– ¡No te muevas! —Volvió a enfatizarse Araz– Una vez dentro del círculo no podemos salir hasta completar el ritual.
– ¡Entonces apresúrate! ¡¿Qué esperas?! ¡Báñame en semen de una vez!
Pero para empeorar todavía más las cosas, el falo del profesor Grigori no estaba erecto, este junto a sus pesadas bolas colgaban flácidos entre sus recios muslos.
– No podemos perder más tiempo. —Prosiguió el chico– Ahora “yo” me encargaré de esto.
Así fue como Eliot se giró sobre el altar y su rostro quedó directo al alcance de la entrepierna de Araz y sin esperar a que éste reaccionara, el chico se metió a la boca aquel carnoso rabo. Y en lo que Eliot empezaba hábilmente a felar el falo de aquel hombre; el payaso usaba su larga y serpenteante lengua para degustar toda la tersa y blanca piel del niño, ensalivándolo todo, desde sus tiernas y rosaditas tetillas hasta sus lampiños y pequeños genitales, para luego comenzar a meter la punta de la lengua en el apretado anito. Owen gimoteaba con la carita colorada y llena de gotitas de sudor, sintiendo como ese carnoso apéndice bucal entraba más y más por su estrecho esfínter, y le invadía el recto y más adentro.
Y en eso, el endemoniado payaso llevó a su víctima a una de las banquetas y lo acostó boca arriba, sin sacarle la lengua del culito; de hecho, cada vez se la introducía más. El niño soltó un grito, pero en segundos se quedó callado, pues vio algo que lo dejó estupefacto. El demonio arlequín se había arrancado el pantalón de payaso y había expuesto su dotada virilidad; ya absolutamente erecta y enorme, que los ojitos verdes de Owen casi se salen de sus cuencas.
– Ahora comenzará la verdadera diversión, niñito… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja…!
—Continuará…
Excelenteb como siempre.
Me dejaste al borde del asiento. XD
Pobre Owen.
Muchas gracias por el cumplido 😀
Jejeje… Se sacrificó por su amigo <3
Me encanta esta saga, y veo que has echo un guiño a otro de tus relatos.
Siguelo
Gracias y me alegra que alguien se haya dado cuenta jejeje… 😛
Así es, el Payaso Sonrisas ha vuelo y ahora se sabrá que es él realmente 😉
Salu2!!
Me vuelven loco tus relatos!!
Gracias mi buen elbotija10, sé que tú eres un lector fiel a mis historias.
Muchos Salu2!! 😉
El lunes espero subir el Cap.8, espéralo… 😛
Buenísimo, sobre todo logras despertar la curiosidad de saber que mas va a pasar, bueno incluir al payaso. Felicitaciones. Muy bueno
Muchas gracias!
Y sí, tenía ganas de traer de vuelta al Payaso Sonrisas (Andromalius) y esta Saga era la oportunidad perfecta jejeje 😛
Salu2!!