El Demonomicón – Cap.08 Encuentros
Owen está en aprietos, mientras el Ritual de Ungimiento sigue en marcha….
Ya era de noche y bajo esa enorme luna llena ninguna de las personas que pasaba por ahí, podría saber lo que estaba ocurriendo dentro de la iglesia gótica de la calle ‘Pencock’. En su interior se encontraba el sacerdote, el padre Silas, un viejo ciego de cabello cano que ahora estaba en una especie de trance espiritual, recitando sin parar una serie de cánticos; los cuales hacían que el círculo dibujado alrededor del altar brillara con una intensa luz amarilla. Sobre el altar de mármol blanco se hallaba desnudo Eliot, acostado boca abajo y felando ávidamente el nervudo y formidable falo de Araz; quien era el demonólogo que se había ofrecido a ayudarle para bloquear los efectos del hechizo del súcubo. Ninguno de ellos podía salir de ese círculo ritual, lo que era algo muy desafortunado; porque en medio del pasillo de la iglesia, el pequeño Owen de 12 años estaba siendo ultrajado por un payaso demoniaco.
Andromalius, que era el nombre del demonio con aspecto de payaso de pesadillas, usaba su larga y serpenteante lengua para degustar todo el desnudo cuerpecito del niño; ensalivándole la tersa y blanca piel, desde sus tiernas y rosaditas tetillas hasta sus lampiños y pequeños genitales, para luego comenzar a meter la punta de la babosa lengua en su apretado anito. Owen por su parte gimoteaba con la carita colorada y llena de gotitas de sudor, sintiendo como ese carnoso apéndice bucal entraba más y más por su estrecho esfínter, y le invadía todo el corto recto y se adentraba todavía más profundo.
Y en eso, el payaso de sonrisa macabra llevó a su víctima a una de las banquetas de madera y lo acostó boca arriba, sin sacarle la lengua del culito; de hecho, cada vez se la introducía más. El niño gritó, pero en segundos se quedó callado, puesto que en ese momento vio algo que lo dejó helado. El demonio arlequín, con uno de sus musculosos y velludos brazos, se había arrancado el pantalón rojo de payaso, liberando así su dotada virilidad; ya absolutamente erecta y enorme, que los ojitos verdes de Owen casi se salen de sus cuencas.
– Ahora comenzará la verdadera diversión, niñito… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —Se burló Andromalius, en lo que sacaba su lengua de aquel culito infantil; mismo que ya estaba todo humedecido de saliva y sumamente dilatado, casi el triple en diámetro.
– ¡Alto! ¡Detente! ¡¿Qué vas a hacerme?! —Preguntó el crío con cierta desesperación en su voz, pues en el fondo sabía perfectamente lo que le ocurriría.
El payaso tomó con sus manos enguantadas a Owen por los tobillos y lo abrió bien de piernas, todo lo posible; que el niñito se quejó de dolor al no poder abrirse más.
– Espero que Erasmus no se enfade; pero no puedo resistirme a un culito como este. —Habló la vil y viril criatura, mientras con su propia lengua de un metro de largo se lamía y ensalivaba todo su firme y gordo rabo erecto, venoso y palpitante.
Ahí fue que el pequeño pudo ver bien aquellos impresionantes genitales masculinos; los cuales eran monstruosos en tamaño y apariencia. Los huevos eran colosales, todos arrugados y llenos de enmarañados vellos negros. Y la rígida verga era gigante, grande y gruesa, más larga que el antebrazo de Owen, toda surcada por sobresalientes e hinchadas venas moradas, y tapizada de pelos púbicos por toda la base hasta casi la mitad de todo ese macizo miembro de 30cm.
El niño no podía despegar la mirada de la entrepierna del dotado payaso, sintiéndose entre muy impresionado y alarmado; tanto, que los latidos de su corazón eran como tambores dentro de su esternón. El indefenso y aterrado puberto luchó contra el impulso de echarse a llorar, pues no tenía manera de librarse de esa situación. En cambio, Andromalius seguía carcajeándose con su risa malévola, jalando a su pequeña víctima más cerca de su vergota, para que aquel agujerito infantil quedara justo contra su palpitante y amoratado glande.
Relamiéndose por la anticipación, el aterrador payaso comenzó a hacer fuerza para introducir su virilidad en el culito del pobrecillo de Owen. El miedo lo había inmovilizado del todo y ya no trataba de zafarse y simplemente se dejaba sodomizar por la criatura infernal. Enseguida el niño experimentó un dolor increíblemente intenso en su ano, en lo que aquel grotesco y formidable falo entraba con rudeza por su diminuto y estrecho esfínter infantil. En eso se escuchó un ruido, como de desgarro, seguido de un grito que dejó al crío sin aliento, paralizado, con una lágrima recorriendo su mejilla, a la vez que la enorme verga entraba en él.
El despiadado intruso soltó un gran resoplido de placer al momento en que la mitad de su monstruoso miembro entró en las cálidas entrañas de Owen e inmediatamente después empezó a bombear ese exquisito culo de 12 añitos. El venoso y robusto rabo del payaso ya entraba y salía del niñito en constantes y poderosas embestidas, ensanchándole el anito y recto con cada estocada; cogiéndoselo con una fuerza maliciosa, que toda la larga banca de madera se estremecía. Entonces el pequeño comenzó a llorar sin remedio, gritando mucho y muy alto, que el macho sodomizador volvió a sacar su asquerosa e inhumana lengua, y estirándola cada vez más la llevó a la boca del niño, forzando su paso por aquella boquita abierta, pasando la campanilla de Owen hasta su garganta; lo que lo silenció. Acto seguido, el payaso demonio retomó las viciosas penetraciones a su inocente presa; pero en esta ocasión logró introducirle más de su rabo y con unas cuantas arremetidas más se la clavó por completo, hasta las profundidades del colon, que sus pelos púbicos raspaban aquellas redondas y blancas nalguitas.
A unos pocos pasos de ahí, en el altar de la iglesia, Eliot continuaba mamando a Araz; quien lo estaba disfrutando, no sólo porque gemía de gusto, sino porque finalmente su verga estaba del todo erecta en las fauces del chico. Y vaya que ese miembro masculino sí que era de muy buen tamaño, pues Eliot apenas y podía engullir la mitad hasta más allá de su faringe.
Pero no sólo el hombre gozaba, el crío también lo hacía, y éste se había dado cuenta de que él no chupa y succionaba aquel rabo porque estuviera bajo la influencia lujuriosa del Sello del Súcubo, o porque quisiera apresurar el ritual para poder ayudar a su mejor amigo, sino que genuinamente le gustaba felar ese fuerte falo; el cual sabía exquisito, el mejor que él había probado hasta ahora. Aquellos cuantiosos jugos seminales eran deliciosos, que aún si escurrían hasta las perfectamente afeitas bolas del atlético y guapo profesor, Eliot se las lamía para no desperdiciar ni una gota de ese néctar divino.
– ¡Mmmm…! ¡Slurp~! ¡Slurp~! ¡Vamos profesor, deme su leche…Mmmm…! ¡Slurp~!
– Ooohhh…si sigues así me harás eyacular pronto…Ooohhh…
Y mientras tanto, Owen batallaba para poder respirar con aquella serpenteante lengua en su esófago, al mismo tiempo que se dejaba sin remedio del perverso payaso y su descomunal verga; la cual le abatía el culo con maña y sin descanso, que la fricción de ese macizo miembro masculino contra el apretado interior de su intestino, producían un calor tan intenso que el macho de la sonrisa siniestra comenzó a correrse dentro de él. Chorro tras chorro de semen inundaron las entrañas del niño, quien los podía sentir uno a uno; tantos que el culito de Owen no pudo contenerlos todos y una gran cantidad se escapó por su ahora desgarrado hoyo anal y caían a borbotones sobre la banqueta y de ahí goteaban al piso de la iglesia.
Entonces Andromalius ya satisfecho, retiró su lengua de la garganta del pequeño e igualmente lo liberó de su fibrosa verga, para luego girarse y dirigirse al altar, que era donde estaba su objetivo; pero en eso el niño le habló a sus espaldas:
– ¡Hey, tú! ¡Espera un momento, yo aún no termino contigo! —Le dijo Owen desafiantemente, a pesar de que apenas y se lograba incorporar él solito en la banca.
Y para sorpresa del demonio, el niñito se arrodilló en la banqueta, dándole la espalda, y con ambas manos se separó sus pálidas y redondas nalguitas, y de esa forma le exhibió al tosco payaso como su dulce agujerito estaba exageradamente abierto, tanto que se podía ver fácil el interior rojo y como toda la espesa esperma continuaba chorreándole en grumos blanquecinos.
– Así que el niñito putito quiere más… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —Rio el macho– ¡Con gusto te lo daré!
– ¡Sí! ¡Ven y rómpeme el culo otra vez! ¡Te reto!
Y en ese mismo instante, las hábiles felaciones de Eliot dieron fruto. Sin poder controlarse, Araz alcanzó el orgasmo sin darse cuenta y empezó a eyacular en la boca del chico. Uno, dos chorros entraron directo en la garganta de Eliot; quien al darse cuenta tragó y se sacó el falo de la boca. Tres, cuatro disparos en la carita del puberto; así que ágilmente éste se colocó boca arriba en el altar de mármol blanco y esperó el resto de la corrida de aquel hombre. Cinco, seis y siete chorros soltó el profesor Grigori en el pechito de Eliot; en lo que él sujetaba su verga por la maciza base, masturbándose muy rápido impulsado por el inmenso placer que estaba experimentando. Ocho, nueve y diez borbotones espesos de leche viril cayeron ahora en el abdomen de lavadero y la larga verga del chico.
– ¡Vamos! ¡Córrete en la sello! —El chico le indicaba al atractivo macho, para que el semen alcanzara el rojo pentagrama invertido que tenía grabado entre su ombligo y el área púbica.
– ¡Oh…Dios!—Exclamó Araz a la vez que arrojaba cuatro disparos más de esperma en el desnudo y mancebo cuerpo de Eliot.
El chico miró hacia abajo y observó que tenía todo el torso embadurnado de la cremosa y cálida leche de macho del profesor Grigori; pero ningún chorro inseminador había caído dentro del pentagrama tatuado en su vientre.
– ¡¿Ninguno?! ¡¿Cómo puede ser posible que–?!
Pero Eliot no terminó de hablar, pues en ese momento se sorprendió al ver que Araz continuaba jalándose frenéticamente su recia verga, aún después de haber eyaculado ya.
– ¡Oh…aún hay más! ¡Puedo sentirlo! ¡No puedo parar! ¡Me correré otra vez!
E increíblemente ese musculoso y viril semental acabó una segunda vez consecutiva, soltando cinco o seis disparos más de semen y esta vez justo en el blanco.
El círculo de luz amarilla brilló más intensamente, que cubrió por completo a Eliot, Araz y al padre Silas que continuaba en trance junto a ellos. Y después de uno segundos el destello se disipó, apagando todas las velas y sin dejar rastro del círculo ritual en el suelo.
Aquella luz celestial alertó a Andromalius; el cual había vuelto a introducir su enorme y erecta verga en las adoloridas entrañas de Owen, quien voluntariamente se había ofrecido de carnada una vez más para que su amigo ganara tiempo.
– Debo ir por el libro. —Habló el payaso demonio, en lo que sacaba su monstruoso rabo; pero cuando iba por la mitad, el esfínter e interior del niño se contrajeron, impidiéndoselo.
– ¡No! Espera… —Le dijo Owen haciendo fuerza con su anito y todo su culo– Todavía no has terminado conmigo… Lléname de nuevo con tu leche.
– ¡Condenado niñito! Ya sé que es lo que intentas hacer. ¡Tendré que eliminarte primero!
Así fue que el arlequín de los infiernos sujetó al pobre de Owen por el cuellito, estrangulándolo para acabar con su vida. Pero en eso, la puerta doble de la iglesia se abrió de golpe con un gran estruendo, que la cadena y candado salieron volando, y por el umbral entró no otro que el sargento Jamal Brown; el fornido, velludo y moreno detective.
– ¡Manos arriba! —Y Lamonte apuntó su arma contra el payaso– ¡Aléjate del niño! ¡Ahora!
Andromalius apretó con más fuerza, que la carita del puberto estaba morada; por lo que el policía no lo dudó más y disparó varias veces contra el violador demonio.
La criatura con cuerpo de hombre corpulento y maquillaje aterrador de payaso se hizo hacia atrás, recibiendo tres disparos, uno en su hombro derecho, otro en su definido bíceps y otro más en su peludo pecho; pero ninguno pareció inmutarlo, que fúrico se abalanzó contra Jamal.
Ahí fue la oportunidad de Eliot en bajar del altar y alcanzar a su amigo.
– ¡Owen, ¿estás bien?!
– Sí…no te preocupes… —Le contestó recobrando el aliento y poniéndose en pie con su ayuda.
– ¡Ustedes dos, detrás de mí! —Les ordenó Araz, poniéndose frente a los desnudos niños y protegiéndolos con su cuerpo igualmente desnudo y con su semierecta verga colgándole.
Mientras, Lamonte forcejeaba con Andromalius; pero parecía que este último iba a ganar. Cuando de repente un papel alargado blanco con símbolos japoneses se pegó en la frente del payaso, dejándolo paralizado.
– ¿Necesitas ayuda con eso? —Se escuchó otra voz masculina por la puerta y al girarse, todos vieron que se trataba de quien había arrojado el ‘Ofuda’, el talismán shinto.
– Sí. Encárgate tú mejor. —Le contestó Jamal a su compañero Ren Tanaka; quien desenvainó su katana, y con un elegante y veloz movimiento de la espada le cortó la cabeza al demonio.
Y al momento en que la cabeza cercenada cayó al suelo, esta se trasformó en la de un tétrico muñeco de tela, con parte de su relleno salido; sólo que dicho relleno estaba hecho de pequeñas culebras, que serpenteando se dispersaron y desaparecieron del todo.
…
Afuera, los transeúntes seguían ignorando la inusual situación que había ocurrido dentro de la iglesia; ahora ocupada por cuatro hombres y dos jóvenes pubertos. Araz y Eliot se habían vestido ya y trataban de explicarles lo sucedido a los dos detectives, toda la historia desde el inicio. Por suerte, después de haber experimentado de primera mano cosas extrañas similares, a Jamal y Ren no les fue difícil creer el relato del chico, y finalmente pudieron comprender que fue lo que pasó con las 12 víctimas que aún continuaban en coma en el hospital.
Por otra parte, el padre Silas había vuelto en sí, con una vaga noción de lo que había ocurrido esa noche, y ahora ayudaba a Owen a ponerse una túnica de monaguillo prestada; puesto que toda su ropa había quedado hecha añicos por culpa del payaso.
– ¿Seguro que estás bien, hijito? —Le preguntó el hombre del clero al niño.
– Sí, sólo un poco cansado, es todo… Gracias padre.
– Fuiste muy valiente. —Y el maduro abrazó al pequeño; quien después de sorprenderse por la acción, devolvió el abrazo al sacerdote y se sintió reconfortado contra el pecho del padre Silas.
– Sí que lo fuiste. —Los interrumpió Eliot en ese momento– Y es por eso que está decidido que ya es hora de que regreses a casa.
– ¡¿Pero qué dices?! —Comenzó a protestar Owen– ¡Si todavía no hemos logrado–!
– Lo sé, pero ya no quiero ponerte en peligro y además ahora tengo más ayuda.
Y con eso, los otros tres hombres se acercaron para confirmar que ellos se encargarían de arreglar todo este sobrenatural enredo, ocasionado por el Demonomicón.
Así fue como el grupo después de un breve encuentro se separó. Owen, aún algo renuente, pasaría la noche con el padre Silas, para que a la mañana siguiente éste se encargara de ayudarlo a volver a su casa. Araz tomó el libro y se marchó hacía su apartamento con la meta de traducir las partes del grimorio que necesitarían. Y en cuanto a Eliot, él y los dos policías se quedarían juntos a la espera y luego poder continuar con el plan que habían trazado juntos.
Jamal y Ren dijeron que necesitaban un trago; así que los tres fueron a un bar muy cerca de ahí. La taberna era pequeña y no estaba muy concurrida, únicamente había tres universitarios, un viejo ebrio de mal aspecto y el urso barman que los recibió muy mal encarado:
– No se permiten menores. —Les espetó en lo que secaba un vaso de vidrio con un trapo de muy dudosa higiene.
– Somos policías y el niño viene con nosotros. —Respondió Lamonte; a lo que el tabernero arqueó su tupida ceja en señal de desconfianza.
Entonces Tanaka sacó de la chamarra su identificación policial y le sonrió al grandulón de espesa barba y abundante pelo en pecho, lo que le daba un aspecto de oso grizzli.
– Dos cervezas y una soda, por favor. —Y el oficial guardó de vuelta su placa.
El viejo al otro lado de la barra los veía como si quisiera matarlos; que probablemente se trataba de un racista, que la idea de beber cerca de un negro y un asiático no le agradaba.
Y ya con las bebidas en mano, el trio optó por irse a una de las butacas que estaban junto a la ventana; pasando por el grupo de universitarios que jugaban en la mesa de billar, bebiendo cervezas y riéndose de forma escandalosa, ajenos a los asuntos de otros.
Ahí Eliot aprovechó a preguntarles cómo fue que lo encontraron y fue Ren quien le contestó; indicándole que fue gracias a un reporte local de un motoquero, que desnudo y erecto había destruido la puerta de un baño púbico y había entrado a la estación de combustible buscando desesperado a un niño, repitiendo como un loco que necesitaba seguir follándoselo. Con eso el chico se avergonzó un poco, pues se sentía culpable de lo que había estado obligado a hacer; pero gracias al ungimiento con el semen de Araz, ya no sentía los impulsos de convertirse en un insaciable súcubo. Y de hecho, el ritual también sirvió para disipar la descontrolada lujuria que Jamal sentía por Eliot, que al igual que el motociclista, él había estado obsesionado con el crío de 12 años; pero ahora Lamonte se sentía como antes, como un heterosexual normal.
Entonces se escuchó el repiqueteo de la campanilla que suena cuando la puerta se abre, y un nuevo cliente entró en el oscuro bar. El sujeto caminó lentamente pero a paso firme, hasta que llegó a las butacas que ocupaban los policías y el puberto.
– Buenas noches, caballeros. —Y se removió el sombrero para mostrar su ondulado cabello plateado y larga barba del mismo color, así como un rostro varonil y sus hermosos ojos grises.
– ¡¡TÚ!! —Dijeron los tres casi al mismo tiempo e intentando levantarse; pero una fuerza invisible los retuvo en sus asientos.
– Así es. —Y dirigiéndose exclusivamente a Eliot– Y como con el chiquillo no me he presentado como es debido, permíteme. Desiderius Erasmus van Rotterdam a tu servicio.
– ¡Tú eres el culpable de todo esto! ¡Tú me engañaste al darme el libro!
– Y es precisamente eso a lo que vengo esta noche. A recuperarlo. —Y luego cambió el tono afable, con el que siempre habla, a una voz más agresiva– ¡Entrégame el Demonomicón, niño!
– No lo tengo…
– ¡Tú eres el malnacido que soltó a ese sátiro en mi casa! Yo mismo te mata–
– ¡Silencio! —Y con un movimiento de una de sus manos de guantes de cuero negro, Erasmus cerró la boca de Jamal y de Ren– ¡Ustedes dos son muy molestos!
– No pienso entregarte el libro. —Continuó el chico– Nosotros nos encargaremos de Asmodeo.
– ¡No te atrevas a usar el nombre de mi amo a la ligera! —Y de ahí recobró la compostura y se colocó de nuevo el sombrero– Será mejor que me sigas, hay alguien que quiero que veas.
En ese instante Eliot pudo moverse, así que se levantó; mientras los otros dos seguían inmóviles y sin poder separar los labios.
– Y en cuanto a ustedes, que siempre desbaratan mis preciadas antigüedades. —Habló Erasmus dirigiéndose a Jamal y Ren– Tendré que usar otro método para lidiar con los dos de una vez por todas.
Y con un chasquido todo el bar se oscureció por unos segundos, para luego volver a iluminarse con las tenues lámparas y revelar que el barman junto con los otros cuatro clientes estaban de pie, mirando directo a la butaca donde se hallaban los policías, observándolos con sus ojos completamente en blanco y una runa negra tatuada en la frente.
– La “Marca de Caín” me parece lo más apropiado. —Prosiguió el alto y elegante sujeto, y de nuevo volteándose hacia Eliot dijo– Y tu chiquillo vendrás conmigo.
Con un movimiento de su gabardina, él y el chico desaparecieron, al mismo tiempo que los detectives recuperaban la movilidad; sólo para ver como los cinco hombres hipnotizados como zombis se abalanzaban sobre ellos.
Rápidamente se desató una lucha cuerpo a cuerpo entre Jamal y Ren contra los marcados por Erasmus, cinco contra dos; donde tres terminaron dominando a Lamonte y el resto a su compañero. Aquellos hombres de mirada perdida prosiguieron con su asalto y comenzaron a desvestir a los policías, prácticamente arrancándoles las ropas; que se podían oír los rasgones de tela y las cremalleras al romperse, así como botones brincar por los aires.
Entre los atacantes que sometían a Jamal estaba el corpulento y peludo tabernero; el viejo que resultó ser muy fuerte, pues toda su vida había sido minero; y uno de los universitarios, un chico alto y delgado con rastas castañas, barbita de chivo y muchos piercings en su rostro e incluso en los pezones. Y los otros dos que doblegaban a Ren eran también universitarios, ambos musculosos, al ser jugadores de futbol americano; uno velludo y pelirrojo, y el otro de piel bronceada y rasgos hawaianos, teniendo los tatuajes para probarlo.
Ahora el agente Tanaka se encontraba hincado en el piso totalmente desnudo y era sujetado con los brazos hacia la espalda por el fornido atleta hawaiano; en lo que el otro joven, el pelirrojo de corte militar, sacó su circuncidada verga rosada y obligó al asiático a mamársela. Ren daba arcadas, no sólo porque aquel miembro masculino era de buen tamaño, sino porque su dueño se lo embutía en la boca hasta los pelos púbicos, bien adentro de la faringe.
Al mismo tiempo, al otro lado del bar, Jamal seguía forcejeando; pero el urso barman y el muchacho de las rastas lo tenían sometido boca arriba sobre la mesa de billar, mientras el viejo le separaba las gruesas piernas y embocaba el gran glande de su rabo, ya de fuera, venoso y cubierto de vellos canos. El maduro minero soltó un gemido de gusto cuando logró meter toda la punta de su falo dentro del culo peludo y virgen del negro.
– ¡¡AGH!! ¡Desgraciado, detente! ¡Agh~! —Le pedía Lamonte; aunque en vano, ya que esos hombres estaban bajo el trance de Caín y su lujuria– ¡Suéltenme, con un demonio! ¡Agh~!
Y Tanaka también continuaba en aprietos, pues el pelirrojo le follaba la boca y garganta sin miramientos; y el otro futbolista por detrás ayudaba empujándole la cabeza, para que así el policía asiático se atorara más con aquella carne viril. Hasta que se escucharon los jadeos del universitario y seguido Ren tragaba uno a uno los disparos de su carga seminal, tan cuantiosa que por la presión se le salían por la nariz. Que cuando lo soltaron y pudo tomar aire, el pobre tosía semen al suelo; pero ese descanso no duró mucho. Luego, los jóvenes atletas pusieron de perrito al hombre y al mismo tiempo que el hawaiano empezaba a penetrar con su morcilloza verga aquel apretado culo, su compañero de equipo le ponía todo su ancho trasero en la cara a Ren, obligando a éste a comerle el ano cubierto de pelos rizados y cobrizos.
Por su parte, Jamal ya había sido desvirgado completamente por el nervudo rabo del viejo; quien ya lo cogía con una fuerza y energía sorprendente, que el moreno detective traspiraba a chorros y apretaba los dientes para no gritar. Lamonte no podía moverse, el oso barbón le mantenía clavado los bíceps a la mesa de billar; en lo que el muchacho de las rastas le lamía el sudor del sobaco que este tenía al alcance y después el calenturiento chico se dedicó a chuparle las tetillas oscuras a Jamal; lo que lo hizo gemir un poco, a la vez que su enorme verga negra se endurecía y erguía con cada clavada del maduro minero dentro de su culo masculino.
Aprovechando esa oportunidad, el universitario se metió en sus hambrientas fauces todo lo que pudo de aquella tremenda vergota negra, mamándosela con una destreza innata; lo que hacía que el detective gimiera mucho más que antes:
– ¡Agh! ¡Oh…rayos! ¡Agh…! ¡Ooohhh…! —Eran los sonidos que Lamonte producía, entre el placer de las felaciones de ese chico delgado y con piercings en la lengua y labios, como por el delicioso dolor de las metidas fálicas del minero en su estrecho recto.
El agente Brown no pudo más y se corrió en la boca y garganta del rastafari, quien se lo comió todo con gusto; al mismo tiempo que el viejo resoplaba y él también acababa, llenando de semen espeso el colon del moreno policía.
A unos cuantos pasos de ahí, el oficial Tanaka comenzaba a disfrutar también de aquella brutal dominación, que su verga ya estaba durísima y con una mano se la jalaba rápido; sintiendo el musculoso rabo del hawaiano bien ensartado en su culo, embistiéndolo a un ritmo delirante; a la vez que él metía su lengua todo lo posible dentro del cálido y sabroso ano del futbolista pelirrojo. En eso Ren vio de reojo como los otros tres hombres giraban a su amigo, colocando a ese musculoso negro de pelo en pecho boca abajo en la mesa, con las piernas tocando el piso, lo que dejaba su trasero a la altura de la entrepierna del tabernero. Y este otro macho tenía un falo formidable y lo estaba por introducir de golpe en Lamonte.
El alarido de Jamal retumbó por todo el bar; puesto que su culo a pesar de ya haber sido abierto por el viejo, el trozote fálico de ese urso barman era de respetar. Pero de todas formas el detective no pudo continuar gritando, ya que el joven de las rastas y piercings se había arrodillado arriba de la mesa de billar y frente al negro le metió su largo y curvo falo. Asombrosamente Lamonte lo recibió con sumisión, mamándolo como podía, a la vez que soportaba las estocadas de ya todo el miembro masculino del dotado y tosco tabernero.
Ver aquella escena, más todo lo que sentía en su culo y saboreaba en su lengua y boca, fue demasiado para Ren; quien empezó a eyacular, dejando un charquito de esperma en el piso. Acción que causó que sus entrañas se contrajeran mucho y así estranguló la verga del atlético hawaiano; mismo que alcanzando su orgasmo, terminó botando toda la leche viril de sus huevos lampiños en el interior del sumiso de Tanaka.
Y a la par, el otro grupo no paraba. Los cuatro sudaban y jadeaban como machos en celo. El rastafari gemía a todo pulmón, hasta que acabó en la boca y cara de Jamal; el cual se relamía y pedía más esperma tibia, a la vez que sentía como el maduro minero le estrujaba los pezones para darle más placer. Por su parte, el barbón del barman metía y sacaba más de tu mazo viril con fuerza y endereza, llegando tan profundo en el interior de Lamonte, que le ordeñó la próstata de una forma espectacular; haciendo que la vergota venosa del moreno arrojara ella sola más carga seminal de sus enormes bolas al suelo. Y el rudo tabernero también se corrió, llenando con más leche de semental el culo del macho negro.
…
Cuando Eliot pudo reaccionar, se percató de que ya no estaba en la taberna, sino dentro de la misteriosa tienda de antigüedades que días atrás había visitado para resguardarse de la lluvia.
El chico estaba algo desorientado, en lo que oyó la voz de Erasmus detrás de él:
– Vamos, chiquillo. No podemos hacer esperar a mi otro invitado.
Eliot no tuvo más alternativa que seguir a su captor a través de una puerta trasera, que conectaba a una escalera de piedra en caracol; misma que descendía hasta un amplio sótano. Ahí el crío se llevó una sorpresa. Colgando de las muñecas por unas gruesas cadenas, había un fornido y velludo hombre, uno de barba y cabello castaño, y con los ojos azules como los suyos.
– ¡¿Papá…?!
—Continuará…
Cada vez se pone mas interesante, pobre Eliot, que sera lo que querrá su padre?
Me has enganchado pero bien, y me gusta que ahora sepamos mas cosas del «pallaso sonrisa».
Estare esperando la continuacion con muchas ganas.
Gracias; ya nos estamos acercando al desenlace de la historia…
Salu2!! 😉
Me vuelve loco tu saga! Necesito seguir leyendo! Que morbo me da!
Me alegra te guste. Eres de los pocos seguidores de esta saga; porque no es muy leída en comparación con otros relatos más simples.
Salu2!! 😉