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Gays, Incestos en Familia, Masturbacion Masculina

El descubrimiento padre e hijo

un padre que descubre a su hijo de 15 años llamado Santiago masturbándose en su habitación con su pene de 22cm.
Martín volvía a casa más temprano de lo habitual. La reunión con el cliente se había cancelado y decidió sorprender a su hijo, Santiago, quizás para invitarlo a comer una pizza. Entró en silencio en la casa, dejando las llaves en el bolso y colgando la chaqueta. Todo estaba tranquilo. Supuso que Santiago estaría en su habitación, probablemente con los auriculares puestos, perdido en alguno de sus videojuegos.

Subió las escalones de dos en dos, con una sonrisa dibujada en la cara. La puerta del cuarto de su hijo estaba entreabierta, un resquicio por el que se filtraba un tenue haz de luz y el sonido de un jadeo ahogado. Martín se detuvo en seco. No era el sonido de un videojuego. Era un sonido más primitivo, más real. Su corazón dio un vuelco. Acercándose con sigilo, asomó el ojo por la rendija de la puerta.

Lo que vio le robó el aliento. Santiago estaba tumbado en su cama, completamente desnudo. Sus piernas largas y delgadas de quinceañero estaban abiertas, y sus pies se apoyaban en el colchón. Su mano se movía con una urgencia febril sobre su pene erecto. Martín no pudo evitar fijarse en su tamaño. Era imponente, desproporcionado para el cuerpo de su hijo, con sus 22 centímetros de longitud y una grosor que llenaba por completo el puño de Santiago. La cabeza del miembro, de un color rojo intenso, brillaba con el fluido preseminal que brotaba de su punta.

Los ojos de Santiago estaban cerrados, la cabeza echada hacia atrás sobre la almohada, la boca ligeramente abierta mientras emitía pequeños gemidos de placer. Su ritmo se aceleraba, su mano se deslizaba más y más deprisa, con una fuerza que parecía a punto de ser descontrolada. Martín se quedó inmóvil, atrapado entre el shock y una fascinación morbosamente creciente. Sabía que debería irse, que debería toser y dar a conocer su presencia, pero no pudo. Estaba hipnotizado.

De repente, el cuerpo de Santiago se arqueó como un arco tensado. Un gemido profundo y gutural escapó de su garganta. El chorro de semen que salió de su pene fue espectacular. Subió alto en el aire antes de caer sobre su propio estómago y pecho, un torrente blanco y espeso que parecía no tener fin. Salieron tres, cuatro, cinco oleadas, bañando su piel joven y tensa hasta que quedó completamente cubierto.

Santiago se quedó inmóvil durante un largo momento, con el pecho subiendo y bajando rápidamente, intentando recuperar el aliento. Martín sintió que se le había cortado la respiración. Su propia erección se endurecía en su pantalón con una insistencia dolorosa. Retrocedió un paso, haciendo un ruido mínimo con el suelo de madera. Los ojos de Santiago se abrieron de par en par, llenos de pánico.

—¿Padre? —susurró, su voz temblorosa y rota.

Martín entró en la habitación, cerrando la puerta suavemente a sus espaldas. No dijo nada. Simplemente se acercó a la cama, con la mirada fija en el torso de su hijo, brillante y pegajoso.

 

El pánico en los ojos de Santiago se transformó rápidamente en confusión al ver que su padre no gritaba ni se enfadaba. Martín se sentó en el borde de la cama, el colchón cediendo bajo su peso. El silencio en la habitación era denso, cargado de electricidad.

—¿P-papá?… ¿Qué haces? —preguntó Santiago, incorporándose y intentando cubrirse con las sábanas, manchadas aún con su propio semen.

Martín le quitó la sábana de las manos con una delicadeza que sorprendió a Santiago. —No te cubras. No hay nada de qué avergonzarse. Lo que hiciste es natural. Es… hermoso.

Su mirada recorrió el cuerpo de Santiago, detenándose en el pene flácido que aún yacía sobre su muslo, y luego en los charcos de semen sobre su abdomen. Con una lentitud calculada, Martín levantó su mano y sumergió un dedo en un charco cálido sobre el estómago de su hijo. Santiago se estremeció al contacto. Martín llevó el dedo a sus labios y probó el líquido, sin apartar los ojos de Santiago.

—Sabe a ti —dijo Martín, su voz un ronco susurro.

Antes de que Santiago pudiera procesar lo que estaba pasando, Martín se inclinó. Santiago pensó que iba a besarlo, pero su padre bajó aún más. Con la punta de la lengua, Martín lamió una larga franja de semen desde el ombligo de Santiago hasta su pecho. Un gemido involuntario escapó de los labios de Santiago. Era una sensación completamente nueva, húmeda, caliente, prohibida.

Martín no se detuvo. Con una devoción casi reverencial, comenzó a limpiar todo el semen del torso de su hijo con su boca. Lamía, succionaba y tragaba cada gota, mientras Santiago, paralizado por una mezcla de miedo y un placer abrumador, se limitaba a gemir y a arquear la espalda. Cuando el torso de Santiago estuvo completamente limpio, la mirada de Martín se desplazó hacia abajo, hacia la fuente de todo.

—Tu vez —dijo Martín, y su voz sonaba como una orden y una promesa a la vez.

Se inclinó y, sin previo aviso, se llevó el pene de Santiago a la boca. Santiago gritó. El calor, la humedad, la sensación de la lengua de su padre rodeándolo fue demasiado para procesar. Martín lo hizo con una pericia que Santiago no podía imaginar. Su cabeza se movía arriba y abajo, su lengua trabajaba el glande, su mano masajeaba sus testículos. Santiago sintió cómo su pene, que acababa de eyacular, se endurecía de nuevo con una ferocidad dolorosa. Puso sus manos en la cabeza de su padre, no para empujarlo, sino para atraerlo más hacia él. El mundo se redujo a la boca de su padre y al placer que le estaba regalando. Santiago no duró mucho. La excitación era demasiado nueva, demasiado intensa. Con otro grito ahogado, volvió a eyacular, esta vez directamente en la boca de su padre. Martín se lo tragó todo, sin derramar una sola gota, lamiéndolo después hasta que se quedó completamente limpio. Se incorporó, sus labios brillantes y húmedos, y miró a su hijo, que yacía en la cama, con los ojos vidriosos y el cuerpo temblando.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Martín, su voz suave.

Santiago no pudo hablar. Solo asintió, una sonrisa tonta y satisfecha en su rostro.

Martín se levantó y se quitó la camisa, revelando su torso musculoso. Luego se deshizo del cinturón y bajó los pantalones y los boxers de un solo tirón. El pene de Martín se liberó, erecto y poderoso. Parecía incluso más grande que el de Santiago, con sus 23 centímetros. Santiago lo miró con una mezcla de admiración y temor.

—Ahora es mi turno, Santi —dijo Martín, subiendo a la cama y colocándose entre las piernas de su hijo—. Pero esto va a ser diferente. Esto va a doler un poco al principio, pero luego te prometo que te gustará.

Santiago, embriagado por el placer y el amor que sentía por su padre, solo pudo asentir. Martín cogió una de las almohas y se la colocó bajo las caderas a Santiago. Luego, con movimientos lentos, separó las piernas de su hijo, exponiendo su entrada. Martín escupió en su mano y se lubricó su pene, antes de pasar su dedo húmedo por el ano ajustado de Santiago. Santiago se tensó.

—Relájate, mi niño —susurró Martín—. Confía en mí.

Se colocó la punta de su pene en la entrada de Santiago y comenzó a empujar con una lentitud exquisita. Santiago sintió una sensación de quemazón, de estiramiento, de una plenitud abrumadora. Gritó, pero no era un grito de dolor, sino de pura rendición. Martín siguió empujando, centímetro a centímetro, hasta que estuvo completamente dentro de él. Se quedó quieto

 

49 Lecturas/7 diciembre, 2025/0 Comentarios/por Facundo72838
Etiquetas: ano, desnudo, hijo, joven, metro, padre, pene, semen
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