EL DIARIO DE PIRUCHA: A los nueve años me culió un cura
“En realidad, los relatos de iniciación temprana de chicos que no son violados sino seducidos o ellos mismos han provocado la situación, me llevó a abrir mi mente y ver claramente qué y cómo ocurrió mi episodio con el cura cuando era estudiante de bá.
(Me parece contextualizar lo ocurrido con el cura y que está en un texto anterior. Veamos de primera mano lo que Pirucha escribe en sus confidencias en el diario).
“En realidad, los relatos de iniciación temprana de chicos que no son violados sino seducidos o ellos mismos han provocado la situación, me llevó a abrir mi mente y ver claramente qué y cómo ocurrió mi episodio con el cura cuando era estudiante de básica y después de la primera comunión me hizo su monaguillo y…su putita…”
El primer día de escuela, mis compañeros fuimos reunidos alrededor de uno de los mayorcitos del curso y nos explicó con lujo de detalles qué eran las relaciones sexuales. Nos habló de lo que se hacía a la mujeres. Como había que sacarle los calzones, donde tenían su vagina y como había que introducir el pene erecto. No ponía mucha atención en ese punto, pero luego empezó a hablar que se podía hacer eso también entre hombres. ¿Cómo ? -preguntó uno. En el baño te explico después… La risotada fue general. Me quedó dando vueltas esa lección que se daría en privado.
De hecho me propuse espiarlos en cada movimiento. Lalo, el de la pregunta era muy ingenuo y el Chino muy avispado.
En el próximo recreo, me quedé cerca de los baños, escondido tras los árboles que estaban en la entrada. No tardó en pasar Lalo hacia los urinarios. Chino lo siguió sin darse cuenta de mi presencia. Hice como que iba también al WC y me encerré en una cabina desde donde podía observar todo.
Lalo se había puesto a orinar en uno del extremo. Chino se acercó por detrás y le empezó a hablar muy suave mientras lo abrazaba y le besaba la nuca. Lalo se dejaba hacer. De pronto, Chino sacó su verga y empezó a puntear el trasero de su compañero. Lalo se puso nervioso y Chino lo tomó de la mano y lo metió en una de las cabinas. Cerraron la puerta. Aproveché ese momento para acercarme y colarme en una cabina contigua. Me subí sobre el sanitario y puse oído a lo que hacían los dos. Chino lo conminaba a que le lamiera la verga, pero Lalo se resistía. Chino insistió con fuerza hasta que su verga estuvo dentro de la boca de Lalo.
Mientras lo mamaba, Chino le empezó a introducir sus dedos ensalivados en el culo. Sus quejidos eran acallados con la verga que le impedían hablar. -Ahora te la voy a meter y ¡no vas a gritar! -le dijo y le bajó los pantalones y calzoncillos. Un grito ahogado por la mano del violador, seguido de sollozos acallados. Un largo silencio. Luego de nuevo gemidos y un jadeo cada vez más intenso…
El recreo llegaba a su fin. El toque de campana terminó abruptamente con el coito forzado. Esperé que se fueran y salí rumbo a la fila de formación. Recibí una reprensión del profesor por llegar tarde, pero lo que había visto me dejaba más que contento y prendido.
En la sala me dediqué a espiar a ambos. Lalo estaba confundido, en cambio Chino como siempre, conversaba, reía… Pero de pronto nuestras miradas se cruzaron… Chino levantó el índice y me miró muy serio…
A la salida, me fui rápidamente a mi casa que quedaba cerca de la escuela. Chino pasaba por mi domicilio en dirección al suyo. Corriendo me alcanzó. Me sujetó del brazo. Traté de soltarme.
¿Qué te pasa? le pregunté.
Y a ti, que me miraste en la sala…
¿Cómo?
No te hagai el leso. Tú viste algo… Cuéntame o te parto la cara…
Ver, no yo no vi nada. Pero estaba en el baño, cuando tú y Lalo…
Ni se te ocurra mencionar eso a nadie o te saco la cresta!
No, no he visto nada…
Esa noche no pude dormir. La escena y la amenaza me hacían excitarme. Me despertaba con la polla dura. ¿Y si, en vez de pegarme, Chino me hiciera lo mismo que le hizo a Lalo?
Otra vez, me parecía que era yo quien penetraba a Lalo y me excitaba…
Sin que nadie supiera cómo, la voz se corrió igual y Lalo empezó a ser requerido por otros que querían probar su culo blanco y respingadito. Incluido yo que sabía como hacerlo. Le prometí que no le dolería y que sería muy cuidadoso. El chico aceptó y esa tarde fue a mi casa.
Mis padres habían salido a una de las innumerables fiestas a las que los invitaban, así que teníamos harto tiempo para nuestro propósito.
Nos fuimos al baño y nos desnudamos. Acaricié a Lalo y le di un beso en la boca. Luego le llevé su mano a mi verga, mientras le acariciaba la suya. Solo, se bajó a darme una mamada. Lo hacía muy bien. Estuve a punto de correrme, pero me contuve. Lo hice apoyarse contra la tina y le ensalivé el hoyito con mi lengua. Le introduje uno, dos dedos y un tercero. Cuando estuvo a punto, puse la cabeza de mi verga en su abertura. Con facilidad ingresó, pero a mitad de camino, sintió dolor. Me detuve. La saqué y ensalivé mi miembro y lo puse de nuevo esta vez entró hasta el final. Empecé el mete saca, entre gemidos y suspiros de Lalo, quien después me confesó que el abuso de Chino se repetía cada dos o tres días, en la escuela, en el río, en el parque o en su propia casa…
Eso me recordó como había llegado a enterarme de lo que era culiar entre chicos y cómo aprendí lo rico que es dar y recibir…
A los nueve años hice la primera comunión. Y también los primeros pasos en la sexualidad, homosexual, en este caso. Éramos un grupo de una decena de chiquillos que asistieron a la catequización anterior a esa actividad muy apreciada por todos y la comunidad.
Antes de recibir la hostia había que confesarse.
Mi primera aprensión. ¿Cómo confesaba los episodios de continuas masturbaciones que incluían tocaciones en el ano y muchas veces introducción de objetos de los que recibía mucho placer? Definitivamente, en mi culito residía una fuente inagotable de sensaciones placenteras que se iniciaron con supositorios,lavativas y enemas que me daba mi madre para combatir el estreñimiento.
-Padre, confieso que tengo malos pensamientos…
-Jesús todo lo perdona si te arrepientes, hijo.
-Es que también hago cosas malas…
-Como te dije debes confesar tus pecados y arrepentirte… Cuéntame, ¿qué cosas malas haces?
-Es que me masturbo…(tuve que aprender a decirlo así, porque para los críos era correrse la paja)
-¿Con qué frecuencia lo haces?
-Todos los días… y también en las noches…
-Continúa, hijo. Y después solté todo lo que hacía y que no era solo manipularse el pene, sino con mucho más frecuencia, tocaciones e introducciones anales de toda clase de objetos que servían para darme un placer que se iba transformando en deseos de ser penetrado…
-A ver. ¿Alguién más te ha tocado el ano?
-No, padre. Solo mi mamá cuando me pone lavados.
-Y tú. ¿Has tocado a alguien el trasero?
-No, padre yo solo me lo hago.
-Cuéntame, ¿Por qué haces eso? ¿Sabes que no está bien?
-Sí, padrecito. Sé que está mal y siempre digo que no lo volveré a hacer nunca más?
-Pero vuelves a hacerlo. Explícame por qué lo haces? Quiero entender para ayudarte a corregir tu conducta.
-Es que…
-¿Te gusta? Y te gusta mucho tener algo en tu trasero.
-Sí, padrecito.
-¿Has tenido deseos o sueños de que alguien te haga eso?
-Sí, padre, sueño que me llevan de la mano al baño, me bajan los pantalones y me abren las nalgas…
-Sigue, sigue, no te detengas.
-Y luego siento que me ponen un pene duro y me lo meten muy fuerte…
-¿Y tú sientes algo?
-Sí, mucho dolor.
-Eso, no más.
-No, siento que me gusta que me lo metan y lo saquen rápido.
-Y qué pasa después.
-Me despierto y me tengo que masturbar.
La penitencia fue muchas oraciones que debía cumplir cada vez que tuviera esos deseos o sueños.
Fuimos seleccionados tres chicos del grupo para ser monaguillos y ayudar en la misa. La elección recayó en mí se debió a la fluidez de mi lectura oral. Fui el elegido por el cura más joven de los tres sacerdotes y empecé a acompañarlo en sus salidas a los sectores rurales.
-¡Ven acá! – me dice el cura, mientras me toma de la mano y me lleva al segundo piso. Abre la puerta. Me empuja suave, pero firmemente, dentro de la austera habitación. Luego se asegura de que nadie nos ha visto y cierra con la aldaba. Hay también una tranca, pero durante el día solo usa la aldaba.
Me conduce hasta su cama y me invita a sentarme en sus rodillas. No es la primera vez. En realidad, eso había empezado como una suerte de caricias paternales sin otro propósito. Pero ahora ya estaba enterado de lo que el cura pretendía y que yo tanto deseaba.
Secretamente, espero que en esta oportunidad haya un avance en este excitante juego.
-Tienes unas piernas muy lindas. Mientras me acaricia. Siento sus manos que recorren suavemente mi piel y siento como se me eriza y se desencadenan sensaciones excitantes.
-Y tus cachetitos, gorditos. Su mano grande y áspera de labriego pasa por mis nalgas muy cerca de mi rajita. Me estremezco.
-¿Tienes frío? Me abraza y siento por primera vez la punzante presencia de su verga, su descomunal verga.
-No. Le digo. Me sigue acariciando las nalgas, cambiando de lado. Alabando lo suave y rellenito que es mi traserito. Ya he comentado con Pascual, el otro acólito, lo que hace el padre Sergio conmigo.
-Tienes que quedarte quietecito. Te va a hacer cosas muy ricas. No tienes que contarle a tu mamá.
-¿Qué cosas? Preguntó extrañado.
-Lo que los hombres le hacen a las mujeres.
-¿Qué? Pero yo soy hombre.
-Te va a hacer el amor.
Las caricias suaves y tiernas eran parte de ese juego. De modo que estaba esperando ese momento.
-Tienes que confiar en él. Sabe hacerlo muy rico.
-¿Te lo ha hecho a ti?
-¡Si, muchas veces!
-¿Duele mucho?
-Sí, un poco. Pero él sabe hacerlo sin que te duela. Tienes que quedarte quieto y ayudarlo…
En ese momento, siento un movimiento extraño. Mientras me acaricia el trasero en forma insistente y descaradamente. ¿Será que ahora me hará el amor? Veo que su otra mano está debajo de la sotana. Un movimiento frenético. Me toma con firmeza y me sienta encima a horcajadas en sus piernas. Siento las embestidas de un ariete en mi culo. Tímidamente, me empiezo a mover. Estoy excitado. Me está haciendo el amor, pienso. Pero ¿por qué estamos vestidos? ¿Será así?
Un placer extraño, oleadas de calor y de frío alternadas recorren mi cuerpo. El cura me da una última embestida y me aprieta contra su pecho. Fue como sentir una cañería que explota…
Me baja apresuradamente y se dirige al WC.
Me quedo con los ojos muy abiertos. ¿Me habrá hecho el amor? ¡Qué extraño es el amor entre hombres! El corazón me salta y lo siento como si lo tuviera en el culo. Extraño.
Aparece el cura. Se ha lavado la cara y mojado el cabello. Se dirige a una alacena y saca una bolsa con higos y nueces.
-Lleva esto. Acto seguido me deja en la puerta y antes de cerrarla, me dice:
-Ni una palabra de esto a nadie.
-No. Le digo. Bajo las escaleras y salgo del edificio. Mientras voy por la plaza, miro hacia la ventana. El cura me está observando.
Apresuré el paso. Me sentía desnudo. Una escena se empezó a presentar insistentemente como una pesadilla…estaba desnudo y boca abajo en la cama rústica del cura. Me abre las nalgas y siento su lengua recorrer mi hoyito que palpita y se abre para dar paso a la punta dura de su órgano… De pronto, es más dura y más grande y siento su paso con un dolor agudo que me parte y me fuerza a gemir. La mano del cura me tapa la boca y el dolor se hace cada vez más intenso mientras esa monstruosa criatura se interna más profundo en mi cavidad anal…
Ya no hay lugar para que siga más adentro. Siento que estoy totalmente invadido por el pene del cura. Se ha quedado quieto un rato. El dolor se hace más y más tenue. De pronto, el cura empieza a sacar su pene y siento alivio, pero vuelve a meterlo hasta el final… Esta vez mi culo está abierto y complaciente a los embates que recibo con un placer que ya había sentido al penetrarme con objetos, pero esta vez era increíble como cada centímetro de mi culo respondía a la fricción con contracciones en que se abría y se cerraba como una boca que chupa, mama, muerde…
Los movimientos de la penetración son cada vez más rápidos y ahora se acompañan con quejidos del cura. De pronto me siento invadido por algo caliente en mi interior, son disparos de semen. Finalmente, exhausto, el cura se tiende en mi espalda y me aprieta.
Su verga ha empezado a bajar y luego sale de mi culo junto con un hilillo de semen caliente y algo de sangre. He sido desvirgado. Tomé esa querida verga y la acaricié. Luego sentí el deseo irrefrenable de besarla. Acerqué los labios y la lamí. Sentí el gusto extraño del semen y mi sangre. Me la introduje en la boca y la mamé. Sentí como se ponía dura de nuevo y seguí con mi mamada hasta que el cura me apartó y me puso boca abajo. Sentí su lengua que precedió a la nueva penetración. Esta vez sin nada de dolor. Unicamente el placer de dar el culo y recibir la herramienta del fraile hasta sentir su vello púbico pegado a mis nalgas y refregándose en mi ardiente entrada.
Esa noche reviví ese episodio y todas las noches siguientes durante una semana. Despertaba del sueño y para volver a dormir debía masturbarme con los dedos introducidos en el poto.
Una mañana de domingo después de la misa se me ocurrió algo que me abrió los ojos respecto del por qué el cura sabía que yo no abriría la boca ni lo acusaría, sino que me sometería gustoso a sus acciones…
Había sido mi confesor.
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Sus sugerencias, opiniones o confesiones déjenlas acá o escríbanme, siempre contesto.
sigue contando mas….. 🙂 😉 🙂 😉
Me encantó tu historia es verdaderamente exitante para los que tenemos un fetiche por los curas me encanta el estilo que tienes
Gracias por sus comentarios, tendré en cuenta lo de la manera de contar, besitos