El diario de Zac – Entrada 1: Para mi defensa, fue él quien me provocó.
Me levanté y me lo saqué para mostrárselo. Mi pene estaba flácido. El prepucio cubría por completo el glande. Lo sacudí un poco, incluso hice la piel hacia atrás para liberar el glande..
Sabía que tenía un tío. Lo había escuchado como no queriendo en alguna cena de navidad. Es gracioso como en esos momentos uno pasa del tema por completo. Después de todo estaba ocupado con mi DS nuevo. El caso es que, lo único que recordaba, era que estaba peleado con mi padre. Los detalles los ignoraba. Sorpresa me llevé al ver que eran gemelos. Fue extraño ver a un hombre idéntico a mi padre, sin vida, en el féretro.
Así que, habían muerto, tío y tía, dejando en orfandad a un primo que hasta entonces ignoraba tener. El niño, de seis años, respondía al nombre de Ben. Benjamin, en realidad. El tío ya se debía esperar su muerte, que el benjamín es el último hijo que se tiene, así sea el primero.
Desde luego que mandaron a Ben a mi habitación. La otra era ocupada por mi hermana, y no iban a poner a un niño en la habitación de una niña. A mi tanto me daba.
Ben apenas hacía ruido. Se quedaba en su rincón llorando cada que tenía oportunidad. Y como lloraba en silencio, era como si no estuviera ahí. Supongo que por eso pasó. Hasta entonces había tenido cuidado de vestirme en el baño, o en mi habitación si Ben no estaba. Pero ese día estaba tan fastidiado que volví desnudo, solo envuelto en una toalla, y así me encerré en la habitación sin asegurarme de que estuviera a solas.
Tras cerrar la puerta dejé caer la toalla y me puse a buscar ropa. Lo último que me puse fueron los calzoncillos y el pantalón del pijama, por lo que era obvio que me había visto dar vueltas poniéndome desodorante y la crema del acné. No era mi culpa, seis meses atrás la habitación era solo mía.
Al darme cuenta me senté en la cama tan mudo como el niño que me observaba desde su cama al otro lado de la habitación. ¿Qué pasaba por su cabeza? Imposible saberlo. Y yo, ¿qué podía decirle?
—Hola.
Tampoco es que habláramos mucho. De hecho, ni siquiera conocía su voz. De todos modos, como siempre, no dijo nada. Se limitó a seguir observándome con los ojos bien abiertos.
Vi que de pronto bajaba la mirada a mi entrepierna. Tan rápido. En seguida levantaba la mirada, quizá apenado. No sé por qué, pero eso me pareció tierno.
Me levanté y me lo saqué para mostrárselo. Mi pene estaba flácido. El prepucio cubría por completo el glande. Lo sacudí un poco, incluso hice la piel hacia atrás para liberar el glande.
—No es muy grande, ¿verdad? Pero crece.
Ben veía mi pene, luego mi cara, y así alternadamente.
—¿Cómo se ve el tuyo?
Mamá llamó a cenar, así que en seguida devolví el pene a su sitio y ajusté mis pantalones.
El incidente no pasó a más. No le dijo nada a mis padres, y seguía igual de callado que siempre. No sé, había algo en la situación que me resultaba excitante. El saberme observado.
Cuando tenía unos diez solía verme desnudo en el espejo del baño. Me gustaba ver mi pene erecto. No era tan grande en realidad, pero tenía su encanto. Me gustaba la forma en que la piel se hacía más rosada en la punta. Hacía la piel hasta atrás, para liberar el glande, con la excusa de que debía lavarme bien. Eso dijo papá una vez, debía lavarlo bien, y yo obedecía. Aunque entonces no conocía la masturbación; de esa me enteré después.
Fue a partir de ese momento que empecé a prestarle más atención a Ben. Era pequeño, de apariencia enfermiza, seguro que por lo poco que comía. De pelo negro y lacio, como el mío; de piel oliva, muy clara, como la mía; de ojos verdes, como los míos. Era, en cierta forma, como una copia en pequeño de mí. Después de todo nuestros padres eran gemelos.
El caso es que, empecé a imaginarlo desnudo. Suponía que era flaco, con esa panza inflada de lombrices que tenían todos los niños de su edad, y que su pene era tan pequeño como mi dedo meñique. ¿A los siete podía tener una erección? Lo ignoraba.
Ya iba para ocho meses con nosotros cuando papá y mamá tuvieron que salir. Lisa, mi hermana, estaba en casa de una amiga, así que me tocaba quedarme a cuidar a Ben. Dije que eran tres dólares por hora, —cobraba barato, después de todo, tenía trece—, pero solo recibí un zape de mi padre.
Se fueron, sin saber que mi paga estaba hecha. Tenía suficiente margen de maniobra para intentar algo y luego tratar de arreglarlo si no funcionaba. Quería terminar el juego morboso que quedó a medias la última vez.
Ben miraba las caricaturas, en la sala. Así que preparé unas palomitas “especiales” y fui a acompañarlo. Me senté a su lado, demasiado cerca suyo, y lo rodeé con mi brazo antes de que pudiera intentar escapar.
—¿Que ves? —pregunté en tono bobo. En realidad sabía qué veía. Al tal Diego, primo de la Dora.
Me aseguré de poner las palomitas en una bolsa de papel, en lugar del clásico tazón. Claro, para eso tuve que esperar a que se enfriaran. Y obviamente puse la bolsa sobre su regazo. Cada que metía la mano para buscar palomitas me aseguraba de presionar sobre su pene, para que se le parara. ¿Ben qué podía hacer? Lo tenía preso con mi brazo en un abrazo que lo pegaba a mí. Con ese mismo brazo tomaba palomitas que luego me llevaba a la boca, acción en que lo atraía aún más a mí. Seguro que notaba el calor que me invadía el cuerpo.
Y no sé, quería creer que le gustaba. No se quejaba, eso era verdad. Además, no sé si se daba cuenta o no de mis intenciones, pero en un punto volteó y se me quedó viendo. Para ese entonces él ya no agarraba palomitas. Realmente me exitó sentir su mirada, sobre todo cuando lo estimulaba a través de las palomitas. Yo también me le quedé viendo. Cada vez demoraba más tomando las palomitas, y entonces le veía al tiempo que mordía mi labio inferior. Y Ben, por su parte, me veía con un semblante entre asustado y confundido que en verdad me ponía muy caliente.
No pude resistirlo más. Tomé la bolsa de palomitas y la hice a un lado, luego fui directo a estimularlo con mi mano. Como lo había planeado, ya estaba duro.
Seguí acariciando sobre sus pantaloncillos rojos. Sabía que debajo de ellos usaba un pequeño calzoncillo de cars. Hacía una semana había robado unos de su cajón, y me había encerrado en el baño para ponérmelos. Me quedaban tan apretados que tuve que sacar mi pene erécto por la abertura de enfrente. Tal vez era la presión de la tela, que no podía estirarse más, pero me pareció que mi pene se veía enorme. Desde luego, tuve que masturbarme salvajemente, hasta que el calzoncillo quedó inservible.
Me encantaba la forma en que abría los ojos, aún más que al principio. Está vez abiertamente asustado. Pero seguro que también confundido; porque estaba convencido de que le gustaba, y que eso debía confundirle.
Pensé en inclinarme y besarlo, meter mi lengua hasta su garganta y chupar su lengua como si fuera un caramelo. Pero no lo hice. Quería seguir viendo sus ojos.
Bajé del sillón y me arrodillé frente a él. Ben me siguió con la mirada en todo el proceso.
Tomé sus pantaloncillos y sus calzoncillos y se los bajé de un tirón hasta los tobillos. Ben estaba descalzo, así que pude ver como retorcía sus deditos, lo que me pareció tierno.
Quise decir algo, pero no se me ocurría nada. Concluí que decir cualquier cosa habría roto la atmósfera, así que permanecí tan callado como él.
Su pene no era enorme, pero tampoco era todo lo pequeño que había imaginado. Le sonreí, pero Ben no me devolvió la sonrisa.
Quise inclinarme y chupar su pene, meter mi lengua en su prepucio y lamer el glande, repasarlo de arriba a abajo, como a un helado en verano, y saborear su orina, porque el olor de sus calzoncillos lo delataba, no se la sacudía después de ir. Pero no. Quería seguir viendo su rostro, sus ojos, su mirada.
Lo tomé con mis manos y acaricié sus piernas, desde las rodillas hasta la cintura. Ahora sí que lo sentí estremecerse.
Le abrí las piernas, para entonces pantaloncillos y calzoncillos estaban lejos, por iniciativa él los había pateado.
Con la mano izquierda, dedos índice y corazón, me puse a masajearle la zona entre su ano y sus testículos. Por experiencia propia sabía que eso te ponía duro. Me ocurrió algunas veces con las bancas del gimnasio. Como casi no tenía trasero, esa zona pegaba por completo en la madera; y yo terminaba tan duro que tenía que correr al baño a masturbarme para bajar la erección. Una vez, en pleno juego —íbamos perdiendo—, estuvo moviéndome de atrás a adelante, presionando esa zona, hasta que eyaculé en mis calzoncillos. La gente a mi alrededor no se dio cuenta.
Seguí así, y vaya si funcionó. Su pequeño pene se estremecía cada que Ben hacía fuerza para cerrar el ano. En un momento, la cabeza de su pene, que hasta entonces había estado cubierta por el prepucio, comenzó a asomarse. Una pequeña golosina rosada.
Seguí estimulando con los dedos; luego, con la mano derecha, me ocupé en masturbarlo; solo hicieron falta los dedos índice y pulgar. Ben seguía observándome, aunque ahora entrecerraba los ojos cada que sentía placer. El niño estaba tan excitado que su pequeño pene ya había liberado por completo el glande.
En un momento cerró los ojos y se dejó llevar por el placer. Lo intuía cada que se retorcía y cada que habría la boca como para decir “a”. Aunque hasta entonces no había emitido ni un gemido.
Me sorprendió su resistencia, por menos de eso yo ya me habría venido. Sin embargo, todo llega. Suspiró con fuerza y emitió un pequeño quejido. Y naturalmente, cerró las piernas e intentó apartarme.
Otra vez le sonreí. Esta vez Ben hizo algo parecido a una sonrisa.
Lo tomé de las axilas, lo saqué del sillón y lo recosté en el piso. Él no pudo oponerse, yo era más grande y fuerte. Además, por cómo me veía, con sus ojos llenos de lujuria, estaba seguro de que no quería oponerse.
Me quité los pantalones del pijama y el boxer, para estar tan desnudo de cintura para abajo, como Ben. Me aseguré de que viera mi pene erecto y húmedo. Me acerqué para que pudiera verlo mejor. Desde abajo Ben debía verlo enorme. Intentó agarrarlo, pero le aparté la mano. Luego me arrodillé sobre él.
Ben se apolló en los codos para alzarse y ver mi pene sobre el suyo. Su pequeño pene flácido empezó a abultarse otra vez.
Lo empujé con la mano hasta devolverlo al suelo. No quería que viera; no nuestros penes; si quería ver algo, eso era mi rostro.
Tomé mi pene y me puse a frotarlo sobre su pequeño pene. Ben respiraba con dificultad, y esta vez si que gemía, como yo. Tal vez me imitaba, o tal vez esto lo disfrutaba aún más. Cada que la cabeza de mi pene recorría completo su pequeño pene, de arriba a abajo, de abajo a arriba, el placer recorría todo mi cuerpo. Yo solo podía ver el rostro de Ben, quien me observaba con los ojos entrecerrados y la boca abierta, en una expresión que solo podía ser placer.
En un momento Ben no pudo más y se retorció, para dejar salir abundante orina. Pensar que lo había llevado al límite de su placer, y sentir su orina caliente en mi camiseta, me hizo eyacular. El líquido blanquecino, medio transparente, cubrió el pequeño pene erecto de Ben; algunas gotas saltaron hasta su estómago.
Verlo así, aun agitado, me hizo enloquecer. Me eché sobre él para sentir su cuerpo, tan frágil y pequeño, húmedo de pis y semen. Frotaba mi pene, hipersensible, en sus pequeñas piernas y su sexo flácido. Solo podía retorcerme de placer. Ben también se retorció, cuando sintió el semen que salía disparado de mi pene.
Me quedé así un rato, sobre él, con mi boca junto a su oído, con mis labios rosando su oreja. Quería que escuchara mi respiración agitada, que entendiera cómo me había hecho sentir.
Me sostuve sobre los codos, con mis manos sosteniendo su cabeza, con mis dedos entre su cabello húmedo de sudor. Él me veía, asustado pero complacido. Mordí mi labio inferior. En verdad me excitaba ver su pequeña nariz sin forma, su cara roja, el pelo húmedo que se le pegaba a la frente, sus ojos medio bizcos, quizá por el placer, sus labios naturalmente rosas, tan finos y delgados. Era como si me estuviese abrazando a mi mismo.
No pude resistirlo más. Esta vez sí que lo besé. Ben cerró la boca, pero usé mi lengua para abrírsela. Tan pronto la sintió dentro, la recibió. Se dejó besar tanto como quise. Sentí su aliento, una mezcla de palomitas de maíz y leche con chocolate. En un momento él empezó a besarme también. Movía la cabeza a un lado y a otro, dejándose llevar, y movía su lengua dentro de mi boca, haciendo sus propias búsquedas.
Su pequeño pene se puso duro de nuevo. Así que empecé a moverme. Me aseguré que mi pene frotara el suyo. Me prendía escuchar sus gemídos ahogados por mi lengua y mi boca. En un momento arqueó su espalda, víctima de otro orgasmo. Intentó apartarme, pero no podía conmigo. Seguí frotando hasta que sentí el calor de su orina. Solo entonces estallé.
Supongo que grité o algo, no estoy seguro.
Bajé de Ben y me recosté a su lado. Mi erección bajaba al tiempo que recobraba el aliento. La tele seguía dando a Diego, un capítulo diferente.
—Tenemos que limpiarte.
Me encargué del estropicio en la sala y llevé la ropa sucia a la lavadora. Le di un baño a Ben —y a mí de paso— y lo vestí, sin perder ocasión de tocarlo a modo de juego cómplice. Eso le hacía reír. Aunque ambos estábamos tan satisfechos que ya era todo por ese día. Le dije que no debía contarle nada a nadie, en especial a la trabajadora social, sino mamá y papá se enojarían y se lo llevarían a vivir lejos, con una familia extraña que no le querría y lo trataría mal; y ya veía que se estaba muy feliz en casa.
Ben prometió que no diría. Momento en que al fin pude escuchar en serio su aflautada voz infantil, más allá de sus gemidos. Y claro que no diría nada, si lo había disfrutado.
UUff… que rico relato, menudo calentón me has provocado.
Excelente relato… como sigue?
como continua?