Esto pasó cuando tenía yo 19 años.
En esa época le estaba ayudando a un amigo de nombre Pedro que era fotógrafo, para montar una exposición en la Alianza Francesa de San Angel, donde él tenía muchos amigos que lo frecuentaban en su estudio. Éste estaba cerca del centro de Coyoacán, en la ciudad de México.
Iba yo a diario a visitarlo para formular los títulos de las obras y apoyarle con la difusión en los medios.
Así conocí a un francés que se llamaba Jean Louis y que, como muchos de los inmigrantes europeos, viven en nuestro país enseñando su lengua natal y difundiendo el arte, aunque no siempre sean buenos artistas, sino más bien improvisados. Ese era su caso, no era muy bueno como pintor, pero el hecho de ser francés le abría puertas en muchos grupos y espacios, y más con el apoyo de la Alianza. Pero simpático sí que era.
Tenía unos 27 años, chaparrito, medía como 1.60 de estatura, de cuerpo macizo aunque delgado, de cabello claro, usaba barba y bigote, con unos ojos azules muy bonitos.
Nos vimos varias veces en el estudio de Pedro y lógicamente nos hicimos amigos muy rápido.
Todos los viernes, Pedro organizaba en su estudio una comida en la que se presentaban los franceses y otros artistas; todos contribuían llevando vino, el pan, la ensalada o pagando una parte de la carne que se asaba al carbón. Yo ya formaba parte del grupo y Jean Louis también.
Ese jueves para no variar, la carne asada se acompañó con buenos vinos que llevaron algunos de los invitados, de modo que cuando terminó la comida, Jean Louis y yo estábamos algo mareados y como se dice, encarrerados, así que mi amigo me dijo que me invitaba un trago en un barecito que estaba a unos pasos del estudio de Pedro.
Acepté y fuimos al bar.
Nos instalamos en la barra y platicamos de varias cosas mientras bebíamos brandy. De repente, Jean Louis se quedó callado y luego me preguntó «¿Qué opinas de la homosexualidad?»
Un poco sorprendido, me puse serio y le repregunté «y eso, ¿por qué? «
De algún modo pensé en ese momento que quizá mi comportamiento le parecía poco varonil.
«Porque lo soy» me respondió para mi tranquilidad, y echándome a reír, ya completamente relajado, le dije «ah, no te preocupes… ¡yo también!…»
Él también se rió y pidió otro par de tragos para ambos.
En realidad yo no me consideraba entonces homosexual, porque como he mencionado en otros relatos, desde niño me han gustado mujeres y hombres, pero en ese momento creí que debía mostrarme solidario con mi amigo por esa confesión.
Hay que considerar que en esa época, las preferencias sexuales diversas no tenían ni la apertura ni la tolerancia de la actualidad, así que no siempre se podía ser sincero en estos temas.
Pero continúo.
Bebimos pues los nuevos tragos mucho más relajados que antes, pero noté que el francés me miraba de manera distinta. Sus ojos azules se habían vuelto más cálidos y al mismo tiempo su mirada era más penetrante.
Cuando acabamos esta nueva ronda de copas me preguntó si quería otra y le respondí que ya no. Me sentía algo borracho.
Entonces acompáñame a mi casa, me dijo.
Está bien -respondí sin reflexionarlo mucho- ¿dónde vives?
En Copilco, ¿conoces? -me dijo-
Vamos -acepté-.
Pagó la cuenta y salimos. Tomamos un colectivo que pasaba muy cerca de esa calle. Como en 20 minutos llegamos a Copilco, cerca de Ciudad Universitaria. Vivía en un edificio donde, como muchos migrantes y estudiantes, compartía un departamento con otros compañeros para hacer menos gravoso el pago de la renta. O sea, a lo que actualmente le dicen vivir con roomies.
En el pasillo de entrada estaban sus dos compañeros de habitación, un chavo de aspecto ordinario, como de 25 años que estudiaba en la UNAM y otro negro, como de la misma edad, de origen brasileño que también estaba estudiando ahí.
Me presentó con ellos, platicamos un poco y luego entramos al departamento.
Era algo que yo en realidad no me esperaba. El haberlo acompañado era resultado de la amistad y los tragos, pero no había un plan respecto a qué pasaría cuando llegáramos a su casa.
Sin embargo así se fueron dando las cosas.
Me preguntó si quería otro trago y acepté. Sirvió un par de vasos con brandy.
Entramos a su recámara, cerró la puerta, puso el seguro y se me acercó sonriendo, mientras se quitaba la camisa.
Súbitamente me alarmé. No sabía qué podía pasar, en realidad no nos conocíamos, salvo por las veces en el estudio de Pedro y la plática de esa tarde. Estuve a punto de empujarlo y salir corriendo.
Pero no me dio tiempo de nada. Me abrazó tiernamente y buscó mis labios.
Cerré los ojos y le correspondí, besándolo primero sólo con los labios y enseguida con la boca abierta, juntando nuestras lenguas.
De inmediato los besos hicieron que mi verga empezara a pararse.
Jean Louis me estrechaba con todo el cuerpo, juntando su pelvis contra la mía, así que sintió mi erección a través de nuestros pantalones y ya no se contuvo más.
Me soltó para poder quitarse los jeans apresuradamente y yo lo imité. Decidí dejar que las cosas pasaran.
Mirándonos todo el tiempo, me quité la camisa y enseguida el pantalón.
Mi amigo no llevaba calzón, estaba completamente encuerado frente a mí, y yo lo observaba con lujuria mientras a mi vez terminaba de encuerarme.
Mi verga dura quedó al descubierto frente a él, que la tenía a medio parar, me pareció de tamaño descomunal. Lo que vimos mutuamente nos agradó y volvimos a abrazarnos para volvernos a besar.
Sin soltarnos nos subimos a la cama. Mis manos sobaban su torso, sus nalgas, y desde luego, buscaron su verga y huevos para darse gusto palapándolos. Él hacía lo mismo conmigo sin dejar de besarme.
Llevó los labios a mis tetas y las chupó como si fuera un crío al tiempo que me manoseaba las nalgas, la entrepierna, y agarraba mi verga.
Me acomodó boca arriba y lentamente empezó a bajar hasta mi sexo.
Abrí las piernas y él sin dudarlo se metió mi verga en la boca. Empezó a mamármela riquísimo. Cerré los ojos para disfrutarlo más.
Antes de esa ocasión, salvo las primeras de mi prima cuando eramos niños, las mamadas que me habían dado habían sido apresuradas, de intercambio, porque era «si me la chupas yo también a tí», de aprendices. Además las de mi prima, aunque ricas, no se siente igual porque era yo un niño, como ya he narrado en otros relatos.
Jean Louis chupaba mi sexo con ganas, con deseo (como yo lo había hecho desde siempre con mis hermano, primos y amigos), pelándomela con los labios y lengüeteandome la cabeza. Alternaba la boca con la mano para darme gusto, meneándome el pellejo hacia arriba y hacia abajo.
¡Yo lo estaba gozando de a madres!
Entonces se separó un poco para incorporarse. Abrí los ojos y lo contemplé. Ya tenía la verga bien dura. ¡En la madre, era enorme! Yo había llegado a ver en fotos de revistas pornográficas vergas así, pero nunca una en vivo. Medía 20 centímetros y era más gorda que la mía.
Me encantó verla así, dura, gruesa, venuda, derecha, con los huevotes redondos cubiertos de vello claro.
Era mi turno.
Me acercó la verga a la boca y de inmediato empecé a mamársela, correspondiendo a lo bien que acababa de hacérmelo. Se la pelé con la boca bajándole el pellejo y con la lengua le lamía la cabeza rosa oscuro, chupándola como paleta. Con mi mano le movía el pellejo sin sacármela de la boca mientras chupaba y chupaba.
Yo estaba admirado y complacido de conocer una verga de ese tamaño y era toda para mí.
Entonces el francés me recostó, se acercó de nuevo y me levantó un poco la cadera. Sin titubear, empezó a lamerme el culo. ¡¡Guau!! nunca me habían dado esa caricia. Sentí riquísimo desde que puso su lengua en mi ojete.
Lo lamió y lo chupó al tiempo que dejaba su saliva en mi culo hasta que consideró que estaba yo listo.
No iba a oponerme, estaba disfrutando un chingo. Sin que me lo pidiera, abrí las patas y las levanté para colocarlas en sus hombros y él se acomodó entre mí. Puso la cabeza de su verga en mi culo húmedo y lentamente empezó a empujar.
En otras condiciones yo hubiera salido gritando ante esa vergota, pero estaba excitadísimo, dilatado por el morbo del momento y los tragos de brandy, y con ganas de sentirla adentro. Abrí un poco más las piernas y me moví a su encuentro.
La cabeza entró. ¡¡Qué ricura!! paa mi sorpresa, me la estaba clavando casi sin dolor. Nos movimos en sincronía, despacito, y de pronto, ya estaba completamente adentro.
Siempre atento conmigo, Jean Louis esperó un momento a que me acostumbrara y luego empezó a moverse lentamente.
Se estaba cogiendo mi culo bien sabroso, haciéndome sentir todo el tamaño de su enorme verga francesa. Me la metía hasta que sus huevos tocaban mis nalgas y luego hacia afuera hasta dejarme sólo la cabeza clavada.
¡Era riquísimo!
Luego empezó a bombearme más rápido. Yo gemía de gusto y él empezó a jadear. Sus manos sujetaban mis nalgas, las mías sostenían mis piernas al aire mientras él movía su cadera adelante y atrás cogiéndome con gusto.
No sé cuánto tiempo pasó haciéndome su puto, pero de repente, con un gemido fuerte, se pegó a mí como si quisiera no salirse nunca y sentí cómo me mojaba el interior del culo con su leche.
HIzo todavía unos movimientos cortos de su cadera, como exprimiendo la verga dentro de mí y luego otros lentos más largos hasta quedar con todo su cuerpo agotado sobre mí.
Bajé las piernas y Jean Paul me la sacó. Su verga mojada empezaba a perder dureza. Se recostó a mi lado y me abrazó.
Sus manos recorrían mi pecho, tetas, vientre y verga.
Me estuvo acariciendo un rato así y luego se concentró de nuevo en mi verga. La manoseó bien, apretándola con toda la mano, subiendo y bajando el cuero moreno, hasta que de plano me empezó a chaquetear. Seguramente la mía, de 14 centímetros, le parecía una verga muy pequeña comparada con la suya, pero aún así lo hacía con gusto, rítmicamente.
Entonces comenzó a moverme el pellejo a una velocidad cada vez mayor, rapidísimo, como urgido por hacerme venir y efectivamente, sitiendo cada vez más sabroso, llegué a mi orgasmo aventando los mocos hacia todos lados, pero mayormente sobre mi pecho.
Lentamente Jean Louis se detuvo. Tenía la mano mojada con mi leche espesa. Mirándome a los ojos, llevó su mano a la boca y sorbió mis mecos.
¡Era un regalo extra que jamás me habían dado!
El pito se me endureció de nuevo al ver aquello.
Sin embargo, ese era momento final. Sin dejar de sonreir, se acomodó junto a mí, me abrazó otra vez y poco a poco, nos quedamos dormidos.
Después de una hora más o menos, desperté. Mu amigo se había vestido y preparaba café.
Me vestí y me senté en la cama.
Me ofreció café y el brandy que no nos bebimos y había quedado servido, pero no los acepté. Agradecí su hospitalidad y le dije que debía irme.
Me acompañó a tomar el colectivo. Desde la ventanilla lo miré sonriendo y él a mí mientras el pesero se ponía en movimiento.
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