El gay del sexshop
Voy por un condón especial y hallo un tipo con ganas.
Una noche había quedado en encontrarme con mi amante en un telo. Ella deseaba probar condones con espuelas grandes, más grandes que los condones normales con espuelas. Yo había investigado un poco (esto fue antes de internet) y hallé un sexshop que vendía condones con un frontal de plástico con grandes protuberancias. Al salir de mi trabajo, fui directamente a esa tienda.
Era una pequeña oficina dentro de un edificio grande y oscuro. Cuando llegué, no vi a nadie y la reja estaba cerrada. Llamé y me abrió un señor de mediana edad, alto, grueso y afeminado, de aspecto aniñado. Le pregunté por los condones extremos y él me señaló varios en un mostrador. Mientras me hablaba de ellos, su mano me rozó el pene. El tipo era más alto que yo, apenas si le llegaba al hombro. Pero su rozadura me enervó y, luego de un momento de recular, me adelanté deliberadamente y pegué mi pelvis a su mano. Él comenzó a manosearme y tras unos instantes me dijo con voz delicada que mejor fuéramos dentro, para que nadie nos viera. Le pregunté si estábamos solos y me respondió que sí.
Tras unos estantes, fuera de la vista de la reja, que el tipo cerró, me abrí la bragueta y él agarró mi pene erecto. Le dije que me la chupara y se inclinó para darme una mamada que me hizo gemir roncamente. Se cansó de estar agachado y se incorporó. Quiso hacerme el habla, pero con hombres no tengo ganas de esas tonterías. Esta vez fui yo quien le agarró el paquete y él sonriendo se bajó la bragueta.
Su pene era grande y grueso, blanco y fofo. Pero cuando me hinqué ante él y lo tomé en mi boca, se puso duro y creció una barbaridad. Con deleite lo chupé y lo lamí, llenándolo de saliva para lubricar mis manoseos. Él gemía como una chica, con voz queda y aguda. Pero esa noche yo tenía una cita y no podía demorarme más.
Me incorporé y le dije que debía irme. Él protestó débilmente, me pidió mi teléfono pero no se lo di. Me preguntó cuándo me vería de nuevo.
-Si quieres mañana vamos a un telo -le dije-. Pero tienes que llevar pantimedias y taquitos.
-Para ti o para mí -me contestó. Yo sentí la arrechura inundarme, pero me contuve. Mi flaca me estaba esperando.
-Para mí -le dije. Él sonrió de nuevo y me fui, con mi condón extremo en la mochila.
Aquella noche estaba tan arrecho que hice sangrar la vagina de mi flaca. A ella no le importó mucho, es más, se reía luego. Pero si bien lo atribuyó al condón extremo, yo sabía que, en el fondo, le había follado con tanta fuerza porque estaba ya imaginando mi cita del día siguiente con el gay del sexshop.
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