El hombre y su ano. Un vicio nuevo.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Vizconde.
Soy un hombre maduro, elegante, culto, formal y educado. Vivo una vida relajada y tranquila en un bello país, con una economía desahogada que me permite dedicar todo mi tiempo a mí mismo y a mi amada esposa, con la que estoy felizmente casado. También me permite dedicar mucho tiempo, mente y pensamientos a mi principal pasión oculta, el sexo.
El sexo en todas sus manifestaciones, posibilidades y combinaciones, excluidas la violencia sexual, la pederastia y la zoofilia (aunque esta última la respeto en otros siempre que no haya violencia con los animales). A pesar de todas estas limitaciones, el universo sexual es aún ilimitado.
No sé si soy hetero, homo, bi, sadomaso, BDSM, fetichista, etc. Diríamos que no soy nada de todo eso pero lo soy todo. Así que lo dejamos en que soy, simplemente, “sexual”.
No obstante lo dicho, siento un gran vacío interior con respecto al sexo, un vacío constante localizado en el orificio de mi ano y lo que viene después hacia dentro, un vacío que me reclama insistentemente su llenado con una buena polla, bien dura y que empuje sin miramientos. Solo en los momentos que yo llamo “de culo lleno”, que son los menos, me siento plenamente feliz y dichoso.
Cuando el vacío se prolonga en el tiempo mi ano toma vida propia y comienza la danza de reclamo de una buena polla. Inicia un movimiento, adentro y afuera, un rítmico baile de pedida, sacando y metiendo su flor, como si quisiera absorber algo. Es una llamada de necesidad imperiosa de ser enculado que siempre llega acompañada de una excitación tremenda y lujuriosas visiones de enormes pollas arrimando su punta sobre él, empujando lentamente primero y abriéndolo para después, y ya sin miramientos, entrar enteras y golpear y golpear hasta soltar su jugo caliente que alimenta y engrasa las procelosas profundidades de mi cuerpo.
Cuando mi ano inicia su baile no sé que darle, no tengo nada a mano, ni una mísera y triste polla. Si pudiera me metería la misma mía, ¡uhm, que placer solo de pensarlo!, pero no alcanzo a eso, y tengo que darle todo un arsenal de vibradores, más o menos gordos y automatizados, para calmar su hambre profunda.
En esos momentos, cualquier polla vale, cualquier chaval joven, cualquier señor maduro que me cruzo por la calle, serviría para calmar mi ansia de polla por unos minutos. Les abordaría, les metería a un portal con un puñado de dólares en el bolsillo, me volvería de cara a la pared y les suplicaría empujando su polla con mi trasero, que me clavasen la verga hasta la garganta, que me enculasen con fuerza hasta que mi ano se rompiera y sangrara, y que me inundasen de semen las profundidades anales y la entrepierna. Pero no me atrevo, soy un señor respetable, formal y educado, culto y elegante.
Para esos días de excitación feroz, impelido por la necesidad y ante la desagradable perspectiva de cometer una imprudencia o una estupidez con cualquiera y ganarme una bofetada, ideé un sucedáneo de enculada, que, si bien no es un pollón vicioso en mi ano, me da placeres insospechados. Me explico.
Tengo un vibrador de un material tipo cristal, de profundidad media, de grosor medio, que va engordando a medida que penetra y luego se hace más delgado para evitar que se escape del ano. Es de esos que acaba en una superficie amplia plana que sirve para apoyarlo en una mesa y sentarse encima, penetrándose uno mismo hasta que se lo clava entero. Uno de mis favoritos.
Pues bien, esos días de insufrible calentura anal, de cosquilleo en la punta del pene, me meto el vibrador en el ano sentándome sobre él hasta que entra entero y se queda bien pegado al culo. Ni que decir tiene que mi polla se pone muy dura y que tengo que controlar mi excitación para no masturbarme allí mismo. Después me visto elegantemente, con un slip bien ceñido que impida que se salga del ano el vibrador, y me marcho a la calle a pasear.
He aprendido a andar de manera que con cada paso que doy con una pierna, el vibrador penetra unos milímetros en el ano y con cada paso que doy con la otra, el vibrador sale esos mismos milímetros hacia afuera, eso me produce un placer profundo y constante, es como una follada, pequeña pero permanente. Está claro que tengo que andar muy despacio, y que gracias al slip ceñido puedo disimular lo suficiente el crecido “paquete” de mi entrepierna.
Elijo lugares públicos donde haya jóvenes en grupos o jugando al baloncesto, o parejas, y me siento en un banco de madera, o de piedra, y les observo. El simple hecho de sentarme sobre la superficie del banco hace que el vibrador se me clave en lo profundo del ano y empuje el esfínter hacia dentro, y esto me produce un gusto mayúsculo, como esas pollas de mi imaginación cuando llegan al fondo. Ahogo entonces un gemido de placer y me quedo quieto unos segundos, antes de poder recuperar la conciencia.
Entonces me pongo a mirar a los jóvenes, su cuerpo, sus culos, los bultos de sus pollas, sus músculos, miro a las jovencitas que pasan ante mí con esas minifaldas tremendas que enseñan sin pudor muslos escultóricos, miro sus pechos bamboleantes y sudorosos, miro a las señoras maduras que con los años han ganado en conocimiento de lo que es una polla de hombre y saben mamarla y trabajarla como nadie, aunque ya sus muslos no sean tan perfectos. Con cada visión erótica de lo que me rodea me voy moviendo en el banco, por supuesto disimulando, a veces hacia adelante y hacia atrás, a veces a izquierda y derecha, a veces me quedo quieto para disimular, pero luego me recoloco de sitio, o me levanto y me vuelvo a sentar para sentir de nuevo el pollazo mayúsculo interno que me hace temblar de placer.
No os podéis imaginar el gusto que me da el vibrador en el ano y el agradecimiento de éste por el trato VIP que le doy. Entonces me levanto del banco y me acerco al quiosco a comprar una revista cualquiera. Cuando hago eso significa que me voy a correr. Mientras miro de reojo a mis musas jóvenes y me imagino que me arrodillo ante ellos para comerles a todos la polla, uno a uno hasta la corrida, acelero el baile sobre el banco simulando que algo que encuentro en la revista me pone nervioso. El vibrador sigue golpeándome el ano rítmicamente matándome de placer durante unos minutos. Es el momento del control porque me voy a correr, estoy a punto de correrme y mi ano es una máquina de dar gusto con el pedazo de polla de cristal dentro, que nunca se cansa. Me pongo la revista sobre las piernas, meto una mano por debajo de ella, me toco con dos dedos la punta caliente, gorda y morada de mi polla y le arranco un orgasmo explosivo que me recorre de pies a cabeza mientras mi pantalón empieza a mojarse por fuera con un gran lamparón de semen. Veo fuegos artificiales, oleadas de placer me recorren entero, casi me derrumbo sobre el banco. El arte de este vicio nuevo es saber mantenerse casi inmóvil e inexpresivo mientras el orgasmo te recorre y te hace perder la conciencia. Es una cuestión de mucho entrenamiento casero, difícil, pero se puede.
Poco a poco, cuando los últimos aletazos del placer me están abandonando perezosos, me levanto tapando mis genitales con la revista y echo a andar despacio para mi casa, a cambiarme de ropa. Al pasar, oigo a una de las señoras allí sentadas decirle a la amiga: “mira ese señor, tan formal y elegante, pasa muchas tardes en este parque viendo pasar a la gente, pero se le ve nervioso, no para quieto en el banco” a lo que la amiga responde: “Eso es principio de parkinson”. ¿Parkinson?, pienso para mis adentros. Me gustaría taparte esa bocaza con mis calzoncillos mojados, para que veas tu parkinson, vieja bruja. Pero no lo haré, no lo haré porque soy un señor maduro, culto, elegante, formal y educado.
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