EL JOVEN MENDIGO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Una fría tarde de invierno en la que llovía torrencialmente, me había quedado en casa de un amigo a pasar el rato y esperar que aminorara la tormenta, luego de clases.
A eso de la ocho de la noche me dirigí a casa y mientras caminaba tranquilo observé que en la siguiente cuadra, había un chico en situación de calle pidiendo dinero.
Cuando me acerqué metí la mano en mi bolsillo y saqué todo el dinero que tenía, no lo conté, solo lo puse en la mano del indigente y pretendía seguir mi camino.
Pero el joven me sostuvo la mano y me miró muy sorprendido y contento.
Al darme las gracias, yo le vi el rostro y me sorprendí porque tenía moretones y la cara bastante hinchada.
No pude ser indiferente, sentí mucha pena por él, porque solo era un pobre chico, un ser humano, y no merecía pasar por la desgracia de la pobreza y menos aún el maltrato físico por vaya uno a saber a manos de quién.
Me quedé quieto y en silencio unos minutos, hasta que una idea de lo más complicada vino a mi mente.
Le pregunté si quería venir a mi casa a comer algo y quizás a darse un baño caliente, mis padres aún no llegarían de sus respectivos trabajos y en casa estaríamos solos.
Él joven se entusiasmó con la idea y no lo dudo, se puso de pie con dificultad, estaba adolorido, y me dijo que no me preocupara por nada, que él nunca me haría nada malo.
Nadie lleva a un completo desconocido a su casa.
Yo lo sabía, pero no me importó.
Su nombre era Javier, tenía 17 años y en su familia solo había violencia y hambre.
Me contó que su padrastro lo golpeó cuando estaba ebrio y lo corrió de casa por no conseguir lo suficiente pidiendo en la calle, que lo mejor era delinquir.
Pero él no iba a hacerlo, jamás.
Yo, por aquel entonces tenía 14 años, era delgado y bajo de estatura, blanco y de cabello y ojos negros.
Era un niño y sentía la necesidad de ayudar a Javier.
En casa, el joven indigente se asombró por lo inmensa que era y lo ordenada y limpia que estaba.
Lo llevé a mi cuarto y le dije que se diera una ducha en el baño de mi cuarto hasta que pudiera prepararle algo de comer.
También le ofrecí ropa nueva porque la suya estaba muy sucia.
Él estaba feliz y eso me alegraba mucho.
Pero empezaron a ocurrir los sucesos que cambiarían mi vida en adelante.
Luego de ducharse y cambiarse de ropa, comimos, y le dije que se quedaría a dormir en mi cuarto, debajo de mi cama, que mis padres no se enterarían y que mañana podría irse.
En la noche hablamos de su vida y le conté parte de la mía.
Él me dijo que tenía que agradecerme por todo lo que le di y que no me preocupara por nada.
Yo estaba sentado en mi cama y él sentado en el suelo, todas las luces apagadas y no pude verlo venir.
Sus manos me acariciaron las piernas y se dirigieron a mi paquete.
Sentí vergüenza y miedo, no entendía que pasaba, pero algo en mí no quería que parara, solo me quede en silencio.
Pude ver mi pene crecer e hincharse de una manera que nunca lo había hecho, y él lo agarraba suavemente con sus manos y lo besaba con dulzura.
Su lengua recorría todo el miembro, lamia mis bolas y recorría con sus labios el tronco que parecía duro como un fierro.
Nunca había sentido nada igual y una terrible electricidad recorría por todo el cuerpo hasta bajar a mi pene y de pronto sentí una ganas inmensas de orinar, corrí al baño pensando que no llegaría y comenzó a salir como un chorro fuerte, pero no era un chorro, no era orina, fueron unas gotas blanquecinas.
Y no lo entendía, y me asusté tanto que comencé a llorar de vergüenza y sin saber qué hacer.
Javier se río y comprendió mi inocencia, entonces me lo explicó.
Y me dio su mejor ejemplo, ahí en el baño, saco su pene, enorme, más grande y grueso que el mío, con muchos vellos alrededor, y del cual colgaban unas colosales bolas.
Me dijo que estaba repleto de semen, lo que había salido de mí.
Comenzó a enseñarme como era la masturbación.
Se froto, se lo humedeció, y rápidamente entro en calor, el prepucio se deslizó dejando al descubierto un glande rosado y húmedo.
Se frotaba, se movía, gemía mientras yo lo observaba, hasta que expulso todo el esperma, un líquido espeso y abundante que salpico por todos lados.
Entendí cómo funcionaba el cuerpo de los hombres esa noche y comprendí que me gustaba.
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