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Gays, Incestos en Familia

El Joven y el Niño IV

Relatos de un amor prohibido y del inicio sexual de un niño. Besos en el campamento. .
A mitad de mayo había un campamento para niños de 6 a 12 años que era organizado por el concejal del pueblo para el que trabajaba mi tía. Ese año me invitó personalmente a ir (lo cual me hizo sentir muy importante) así que no pudimos negarnos y me inscribí junto a dos compañeros míos. Necesitábamos un adulto que se encargue de los tres y vaya sorpresa, Francisco aceptó la responsabilidad. O… digamos que se ofreció voluntariamente.

El campamento era en un lugar a unos 10 kilómetros de donde vivíamos, y era un camping lindo, con un arroyo en ese entonces todavía limpio, árboles y naturaleza bien cuidada. Las actividades que se hacían eran diversas, como talleres, juegos de todo tipo, fogatas, todo separado en dos categorías, una para más grandes y otra para los chicos, en donde entraba yo.

Al llegar al lugar, Francisco armó las carpas. Mis dos compañeros dormían en una, y Fran y yo compartíamos la otra, cosa que se me hizo perfecta.

Recuerdo que al principio me daba un poco de envidia ver cómo lo miraban a cada rato, sobre todo cuando andaba sin remera. Me susurraban cosas de «musculoso» o «es como el Capitán América» y yo solo asentía con mala cara. Yo también me quedaba embobado, claro, pero sentía que a mí me correspondía ese privilegio, no a ellos. Él era MÍO. MÍO.

—Ey, ¿y a vos qué te pasa? —me dijo una vez que me pescó con el ceño fruncido mirando a los otros.

—Nada… —contesté, cruzándome de brazos.

Fran sonrió, se agachó para quedar a mi altura y me desordenó el pelo.

—Ahh, creo que ya sé que pasa acá. No seas celoso. ¿Quién duerme conmigo en la carpa?

—Yo —respondí bajito, casi orgulloso.

—Entonces ya está.

Al mismo tiempo también me preocupaba por él porque hacía bastante frío en esos días, y aunque de tarde el sol calentaba con fuerza, me preocupaba porque no se enfriara demasiado. Lo de aquella vez que le dio hipotermia seguía en mi mente. Cuando le expresaba mi preocupación por eso, él solo se encogía de hombros mientras los músculos de su brazo se marcaban y me decía cosas sobre que el podía soportar, que el frío era psicológico y blablabla. En fin, no logré que se ponga la remera hasta que anocheció.

Después de eso fue la inauguración, hubo un par de actividades, cenamos y con el tiempo fuimos a dormir, aunque en un principio cuando no estaba todavía vigente el toque de queda mis compañeros fueron conmigo a mi carpa. La carpa estaba medio oscura, iluminada apenas por una linterna colgada de un gancho improvisado. Afuera el bosque sonaba con grillos y hojas, pero adentro se sentía como un pequeño ring, porque andábamos jugando bruto. Mis compañeros y yo decidieron atacar juntos a Fran así que eso hicieron. Mis dos compañeros se lanzaban contra Fran, que estaba en cuclillas, sin remera otra vez y riéndose fuerte cada vez que los apartaba como si fueran plumas.

—¡Vamos, los tres juntos! —gritó uno de ellos, Santi.

Yo me tiré encima de su espalda y sentí el calor de su piel. Entre los tres conseguimos empujarlo contra la lona, que crujió peligrosamente, casi hasta romperse. Él se dejó caer con un “¡ay, me vencieron!” mientras reíamos por nuestra victoria.

Por un momento me sentí campeón, pero enseguida me apretó un nudo en la garganta al ver a mis compañeros tocándole los brazos y el pecho como si presumieran de la victoria. No me gustaba. No quería que pusieran las manos donde yo siempre estaba pendiente.

—Ya está, ya ganamos, ¡basta! —dije medio enojado, y me aparté.

Fran me miró con esa sonrisa suya, la que decía te conozco mejor de lo que creés. No dijo nada, solo me hizo un gesto cómplice con los ojos que me calmó el fastidio.

Un rato después, cuando los otros se fueron a dormir tras escuchar una historia de terror de parte de Fran, se me acercó y me susurró bajito:

—Sos terrible… pero siempre mi favorito.

Me giré hacia él, escondiendo la cara para que no viera la sonrisa que se me escapaba.

—Lo sé.

—Sos insoportablemente celoso, ¿sabías?

—No soy celoso.

—Claro que sí —rió bajito—. Pero me gusta. Me gusta mucho.

Nos miramos mientras la temperatura entre nosotros iba subiendo. Fran me besó con ansias, metiendo su lengua en mi boca (no me gustaba eso pero lo aceptaba), y cuando se apartó, sus manos tibias empezaron a recorer mi cuerpo, quitándome la ropa a pesar del frío de fuera.

Me manoseó entero, sin dejar centímetro de piel sin tocar. Terminó besando mi cuello, dándole pequeñas mordidas que de alguna manera me excitaron a la vez que me masturbaba.

Gemí lleno de placer pero me besó para callarme. Después de un rato comenzó a tocarse él, se lo veía muy excitado.

Me hizo darme la vuelta y se masturbó entre mis nalgas y mis piernas hasta correrse, pero en dos minutos ya la tenía parada otra vez. Le susurré si quería que se la chupe pero dijo que no hacía falta, que no quería levantar sospechas innecesarias por ahí.

Al final, sin ropa los dos nos acostamos uno al lado del otro y terminamos masturbando al otro. Él tardó más que yo en venirse pero en ese tiempo a mi me dió para tener dos orgasmos. Los tenía bastante rápido.

Francisco me abrazó después para calentarme porque se me había enfriado el cuerpo y me dejó acariciar su lindo cuerpo. Me dormí poco después de vestirme.

A la mañana siguiente me desperté bien temprano a pesar del cansancio y sacudí a mi novio hasta despertarlo bien. Lo puse de malhumor pero se le pasó después de comer como una tonelada de alimentos. Típico de él.

Como era temprano y todavía no había nada para hacer, Fran dejó a mis compañeros aún dormidos a cargo de una señora que conocía y nos fuimos los dos a seguir un caminito casi invisible en paralelo al arroyo.

El agua corría clara, fría como hielo, y el murmullo entre las piedras hacía que pareciera un secreto escondido en el bosque. Caminamos un buen rato, cruzando un par de alambrados (teoricamente prohibido y mal porque salimos de la propiedad segura) por el camino hasta descubrir un puente colgante, oculto entre la arboleda. No se veía desde el campamento y casi nadie lo usaba. Es más, era muy raro, no sé cual sería su función, Fran tampoco le encontró mucho sentido y no sabía de su existencia. Para mí fue como encontrar un tesoro.

—¡Mirá eso! —exclamé, corriendo a tocar las maderas.

Fran me alcanzó y apoyó una mano en mi hombro.

—Mmm, interesante —dijo con una sonrisa cómplice.

El puente parecía estar en buenas condiciones y no había nadie cerca así que jugamos a cruzarlo, a sacudirlo para asustarnos, a espiar desde arriba cómo brillaba el agua entre las rocas y tirar cosas al agua. Yo casi me caí de bruces en un momento, pero Fran me sostuvo de la mano justo a tiempo.

Nos fuimos enseguida antes de que alguien empiece a preguntar por nosotros.

Durante las actividades en grupo me esforzaba en todo, porque quería que Fran se sintiera orgulloso de mí. Ya fuera corriendo en las carreras de sacos o ayudando a armar una fogata, lo miraba de reojo para ver si estaba atento. Y cuando me sonreía desde lejos, se me inflaba el pecho como un globo.

Con los chicos de mi edad me llevaba bien, pero a veces me pinchaba el corazón cuando ellos lo buscaban demasiado, pidiéndole ayuda o riéndose con él y él les seguía la corriente. Para él eso era normal, siempre se le dieron los niños y todo eso, además que ser así iba con su carácter. Yo me hacía el duro, pero por dentro quería gritarles: “¡ese es MI Fran!”.

Después del almuerzo me aburrí viendo como Fran se ejercitaba un rato, pero después me propuso volver al puente y acepté de inmediato. Justo era el horario de la siesta y no había actividades así que nos escabullimos fácil fuera del predio.

Caminé detrás de Fran hasta llegar al puente, y tras observar alrededor buscando gente, me miró con una sonrisa muy amplia. Demasiado amplia.

—¿Y si hacemos algo divertido?

—¿Como qué?

Sacó algo de su bolsillo: vi que era un pote con algo que era crema o lubricante, ya no lo recuerdo. Comprendí al instante hacia donde iba la cosa.

—¿Me vas a?…

Me interrumpió antes de que terminara.

—¡Sí! ¿Que te parece tener sexo acá?

—¿No nos van a ver?

—Claro que no preciosura.

—¿Pero no va a ser incómodo?

—Yo me encargo de eso. Dale, quitate la ropa.

Empecé a desnudarme todavía reticente, con miedo a que nos descubrieran. Me quedé sin ropa aunque con los zapatos puestos por comodidad.

Fran en cambio se sacó la remera pero solo se bajó los pantalones.

Me acerqué a el y empecé a masturbarlo hasta que el precum empezó a correr por todo su miembro. Ya después de eso me recostó contra un pilar del puentecito y empezó a lubricar mi culo con lo que había traído. Estuvo así cinco minutos, abriéndome, metiendo dedos, y aunque fue medio doloroso por lo apresurado que estaba, pronto me sentí listo para el siguiente paso.

Él introdujo su pene con cuidado dentro mío y para mi sorpresa entró bastante rápido y sin tanto lamento, capaz no la tenía tan dura o algo así.

A mitad de camino volvió a sacármela y se sentó en un tronco liso que daba para servir de asiento y ahí me hizo sentarme sobre él, dándole la espalda.

En esa posición volvió a introducir su miembro dentro mío con cuidado, pero de forma rápida. Sentí un pequeño ardor a medida que mi interior se abría para darle paso y gemí pero de incomodidad. Fran solo besó mi cabello y siguió.

Agarró mis piernas y las levantó casi hasta la par de mi cabeza y me dio con todo. Me dejé llevar y para mi sorpresa no se sentía mal para lo duro y potente que iba. Levanté mi rostro para mirarlo y me besó aunque por la posición, al darle yo la espalda, fue medio incómodo y raro.

Siguió dándome hasta que en serio empezó a doler por la fricción y el cansancio y se lo hizo saber.

Se detuvo un ratito pero dejando todo su miembro dentro mío.

—Voy a alzarte —me dijo repentinamente.

Un gemido escapó de mis labios cuando sus brazos, fuertes como columnas, me elevaron del suelo como si fuera pluma, sujetando con fuerza mis nalgas y piernas, cuidando de que su pene no se deslizara de dentro mío. Mi espalda se encontró con su torso cálido, un apoyo firme en medio del vacío. Sentí la seguridad de su abrazo mientras me envolvía, y la entrega total de mi cuerpo a su fuerza. Allí, suspendido en el aire, con la espalda bien pegada contra su pecho por miedo a caerme o algo, solo era consciente de cada latido suyo que resonaba en mí y de la profundidad con la que me poseía, llenándome por completo, moviéndose con urgencia para acabar. Era una intimidad absoluta, un secreto compartido a plena luz del día. Maldito exhibicionista.

Terminé agarrándome a su cuello para tener más equilibrio mientras Francisco me susurraba cosas al oído.

—Sos mi novio nenito. Y te voy a dejar toda mi leche dentro como merecés.

Levantó más mis piernas y siguió bien duro más de un minuto, pero como su pene se salió de mi culito, prefirió sentarse otra vez para seguir. Retomó su embate pronto, dando todo de sí, mientras yo daba gemiditos entre una mezcla rara de miedo a que nos descubran, placer y dolor.

—Te amo —susurró mirando novio a mi oído antes enterrarme su verga con tanta fuerza hasta el punto de que se me salió un grito de auténtico dolor de la garganta. Sentí pronto su semen inundando mi cavidad anal en grandes cantidades mientras él gemía en mi oído. Al final me pasó los brazos por el torso y quedamos abrazados unos segundos antes de empezar a limpiar el lío y vestirnos.

Nos limpiamos como pudimos pero él me hizo dejar todo su líquido ahí adentro de mi culito y como a mí me dolía ahí abajo, Fran me llevó en sus brazos todo el camino. Me encantó, pero al llegar a la carpa ya toda mi ropa interior y la parte trasera de mi pantalón estaban mojados por el semen así que me tuve que cambiar de ropa.

Esa noche hubo una fogata grande con cuentos, juegos (que no eran para moverse tanto así que pude participar) y comida así que regresamos bien cansados a la carpa. A las once, y el campamento dormía en silencio. Solo se escuchaba el viento moviendo las ramas y el murmullo lejano del arroyo. En la carpa, la linterna ya estaba apagada y yo estaba pegado a Fran, con la cabeza apoyada en su brazo fuerte.

—¿Te divertiste hoy? —me preguntó en un susurro.

—Mucho… —respondí, cerrando los ojos.

Su voz sonaba tranquila, como si no existiera nada más que ese rincón nuestro. Y cuando empezó a acariciarme despacio, lo sentí natural, como parte de la calma que él me daba. Era tierno, cuidadoso, como si quisiera que me quedara con la idea de que todo estaba bien. Y yo, de verdad, lo creía. No eran caricias sexuales, sino solo un joven acariciando a un niño al que quería mucho. Disfruté del contacto de sus manos contra mi piel o mi cabello y le dije lo mucho que lo amaba. No necesité respuesta para saber que era recíproco.

No había miedo ni dudas, solo calor y seguridad. Sentía que no podía haber nada malo en algo que nacía de nosotros dos, tan lejos de todo, tan cerca de esa confianza que parecía infinita.

Cuando por fin me dormí, lo último que recuerdo fue su mano sobre mi espalda y esa certeza enorme de que estaba en el lugar correcto, con la persona correcta.

Me levanté a la mañana siguiente todavía cansado así que Fran me dejo acostado un rato mientras me hacía masajes en la espalda. Terminó levantándome a fuerza de cosquillas y fui a desayunar y seguir las actividades del día mientras él empacaba nuestras cosas y desarmaba las carpas porque el evento terminaba al mediodía.

Más tarde, después que ya había terminado todo y esperábamos que nos vinieran a buscar, Fran decidió meterse al arroyo, pero yo me quedé sentado en la orilla, solo metiendo mis pies en el agua. El agua era demasiado fría para mí, en cambio él estaba muy acostumbrado. Lo miraba moverse en el agua, con esas gotas que resbalaban por su piel y esos músculos que amaba, y sentía que todos los que lo veían desde lejos se llevaban algo que era mío. Vi que dos chicas de unos 14 años vinieron y se pusieron a mirarlo y me molesté porque eran muy obvias.

—Te están mirando —le dije, medio fastidiado cuando se acercó a tirarme agua para molestarme.

Él salió riéndose, se sacudió el agua y me guiñó un ojo.

—Que miren todo lo que quieran. El que se viene conmigo sos vos.

Esa frase me dejó flotando de felicidad todo el regreso a casa.

#

Un domingo fui con Fran a la cancha. Desde aquella vez en donde alguien se me acercó con malas intenciones era mucho más agresivo cuando se trataba de mí, y eso me encantaba. Verlo gritar era algo que casi que me excitaba. Bueno, de hecho lo hacía.

Esa vez fuimos con Hugo, así que decidí darle la mano a él al caminar. Fran solo me miró raro pero me dejó en paz así que feliz de la vida fui de la mano de Hugo.

Al llegar, estaban los mismos de siempre: una mezcla variopinta de como tres docenas de jóvenes de entre 14 y 20 años, aunque la mayoría era de la edad de Fran y eran sus amigos o compañeros.

A varios ya los conocía bien así que los saludé con entusiamo y después me fui con Sebas y un par de niños y niñas que también estaban por ahí para jugar con ellos.

Los chicos grandes ya no bromeaban a mi costa o de él. Fran repartía puñetazos si surgía el tema así que se mantenían calladitos CASI siempre.

En este punto tengo que detenerme y explicar algo. Aunque antes mencioné que no sabía que tanto sabían los amigos de Fran sobre nosotros, ahora lo sé porque se lo pregunté directamente para sacarme la duda: en total unas 6 personas sabían lo que pasaba entre nosotros. Eran Maxi, Hugo, dos amigos más de Fran (uno se llamaba Ángel y el otro no recuerdo) que eran buena onda pero algo intensos y dos buenas amigas suyas con quien yo tenía poco trato. Si David sabía serían 7 pero ni él ni yo estamos seguros de si sabía o no.

Todos ellos tenían prohibido hablar del tema sea con otros o conmigo aunque Maxi y Hugo podían saltarse lo de no hablar conmigo.

Pasa que en algún momento pasó que:

1. A Fran o a alguno de sus amigos se le escapó algo al respecto, no como confirmación real de lo que teníamos, pero bastó para que esos estúpidos empezaran a romper las pelotas como vírgenes que eran, aunque siendo solo chismeríos sin base real.

2. Lo cercanos que éramos, tomarse de la mano, etc, causó que empezaran a hablar de más en vista de que eran una bola de masculinidades frágiles.

Dios, no podían ver a un niño dándole la mano a otro chico, eran insoportables, hubieran hablado aún si Fran y yo no tuviéramos tenido nada raro entre nosotros, capaz solo eran morbosos que imaginaban demasiado. Sí nos hinchaban siempre llamándome «jefe» o que yo era el «nene pegote de Fran» porque Fran siempre me obedecía o yo lo buscaba, pero eso era lindo y hasta tierno así que Fran lo toleraba. Además, yo era su dueño y el mi chico sumiso jsjs.

Sin importar que pasó ahí, lo que importa es que Fran los calló a golpes cuando decía cosas feas y que para esa altura, habían dejado de molestar casi por completo (énfasis en el «casi»).

Ese día, uno de los chicos volvió a molestar con el tema caliente por una falta falsa en su opinión y se acercó a mi chico cuando este salió del partido a descansar un ratito. Yo estaba cerca porque estábamos jugando a las escondidas y estaba oculto en esa zona.

—¿Cuándo le vas a enseñar a tu primo a andar en caballo? ¿O ya le enseñaste a montar en otra cosa? —dijo refiriéndose a mí tras varias provocaciones que no escuché bien.

—¡CALLATE IDIOTA! —dijo Fran mientras se le echaba encima. Levantó su brazo y le asustó tal puñetazo que le rompió la nariz al instante y lo lanzó para atrás, cayendo al suelo. Francisco golpeaba fuerte, tan fuerte que un puñetazo así no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Cuando un tipo pesado, musculoso, acostumbrado a pelear, cargar cosas muy pesadas y con una fuerza natural demoledora te golpea, es para salir corriendo de ahí.

El chico golpeado, al caer lanzó un auténtico grito de dolor que resonó por toda la cancha, pausando el partido al instante mientras todos veían como la sangre empapaba su rostro herido. Tuvo suerte de que no golpeara su garganta porque eso podría haber sido mucho peor. Francisco se acercó a levantarlo del suelo para volver a pegarle mientras le gritaba que era un hijo de puta pero llegaron los otros a separarlo para que la cosa no empeorara.

Quise acercarme por si alguien le hacía algo a mi nv, pero como menos mal estaba Hugo, él fue calmando las cosas y le sermoneó a Fran. Atendieron al chico herido, que tuvo que irse al hospital y el resto reanudó el partido como si nada.

Francisco siguió en lo que llegué a llamar «modo ira»: hombros tensos, ojos encendidos, respiración fuerte. Esa parte de su temperamento que se le escapaba en ocasiones era única, la contraparte total del chico lindo y sumiso que me cantaba al oído o acunaba tras mis pesadillas.

Fran odiaba ponerse agresivo, pero cuando la ira se le subía a la cabeza no podía con ella. En medio de esos golpes que dio sentí que estaba viendo a un caballero de mis cuentos, un héroe que sacaba la espada para protegerme. Pero cuando ya más calmado me dedicó uha mirqda, Fran no tenía cara de héroe, sino de alguien derrotado.

Al final cuando vi que todo estuvo en orden fui a continuar mi juego, pero tras algunas rondas más nos cansamos y yo me senté bajo un árbol mientras Sebas iba al baño. Mientras estaba ahí se me acercó Ángel, un gringo rubio de la edad de Hugo que me caía bien, un gran amigo de Fran. Era un chico pesado pero buena onda, era bien alto y medio delgado, además que tenia pecas que le quedaban super bien.

—Hola Eze —dijo mientras sacudía la mano que le tendí para saludarlo.

Se sentó a mi lado y me hizo un par de observaciones sobre el partido, pero yo estaba bien interesado en como Maxi regateaba intentando meter un gol. Fran era más de defender, en cambio.

—Eze…

—¿Sí?

—¿En serio… en serio Fran te da bien duro?

No entendí esa pregunta, me la formuló mal de entrada porque seguro estaba nervioso, así que pensé que se refería a si Fran me pegaba o algo así.

—No, es mentira, Fran nunca me pega. Yo le pego —dije, pero sin tanto orgullo de confesar lo último.

—¿Ah sí? Seguro que se lo merece. Pegale mucho, que se lo gana por molestoso —dijo entre risas.

No insistió más con lo otro en vista de mi inocencia. Igual se suponía que estaba prohibido hablar conmigo de esos temas, pero la curiosidad siempre gana supongo.

Al volver a casa en el camino intenté tomar la mano de Fran pero vi que todavía tenía sangre seca en la mano. Al ver que miraba eso, me dedicó una sonrisa cansada y la escondió en su bolsillo.

—Perdón —me dijo bajito.

—¿Por qué?

—No me gusta perder el control. Pero siempre termino así.

Hugo, que estaba dos pasos detrás nuestro, empezó a interrogar a Fran sobre su episodio de violencia y todo eso, a darle consejos. Mi nv solo escuchaba en silencio y asentía.

En años anteriores había estado metido en demasiadas peleas por lo fácil que era provocarlo y casi lo expulsaron del colegio lpor eso sí que ahora que se suponía que se controlaba mejor, demostrar lo contrario lo abatía.

En casa cuando me metí a la ducha con él de colado, le tomé la mano derecha, la que tenía sangre. Él me miró pero no opuso resistencia así que llevé su mano a mi cara y le di un besito a esa misma mano que me tocaba, me cocinaba y me alzaba. Ese gesto pareció alegrarlo y se inclinó para besarme suavecito. Dejó que le pusiera jabón en todo el cuerpo y después hizo lo mismo conmigo, al salir fuera de la ducha terminé sentado en el inodoro chupando su verga porque me ofrecí a hacerlo y aceptó mi oferta sin chistar. Fue algo rápido, pero íntimo, una forma de conectarnos y de que el se descargara. Tragué su semen sin reproche cuando se vino y después fuimos a su habitación.

Ahora que Fran ya estaba de mejor humor lo puse a jugar conmigo un buen rato y después lo acosté en la cama para poder tocar su abdomen como tanto me gustaba. Él no ofreció resistencia y solo se dejó llevar. Mi premio llegó esa noche, cuando me susurró al oído ya con las luces apagadas que era el mejor amigo de todos los que había tenido. Que sin decir una palabra, había reparado un pedazo de su alma al besar su mano ensangrentada y le había recordado que valía la pena lo que hacía. Que no era un monstruo, sino mi caballero con armadura, mi héroe y mi protector. Un matador de dragones.

#

En junio las ferias teñían el pueblo de bullicio. Era la temporada más activa, esa en la que hasta el más ermitaño salía de su cueva porque había olor a comidas típicas recién hechas, música de altoparlantes desentonados y mesas largas cubiertas de manteles floreados. Había una que era la principal, la que organizaba la municipalidad, a la cual acudian centenares de personas. Mi tía, como siempre, vio en aquello una oportunidad de dinero. Se inscribió en el puesto de ventas de comidas típicas y arrastró a todos a trabajar los días previos: desgranar choclos, freír, envolver, amasar. Su avaricia era un látigo invisible que nos mantenía en movimiento. Por suerte, cuando llegó el gran día, ella ya no necesitaba de nosotros porque el puesto era comunitario: varias mujeres habían juntado fuerzas, cada una con su especialidad. Así que el día de la feria nos soltó, libres de tareas.

Y libres nos dispersamos. David desapareció con su grupo de amigos, Hugo se escabulló con una chica por la que juraba que era “solo amiga” pero cuya complicidad hablaba otro idioma, y Francisco se quedó conmigo por obvias razones. ¿Con quién me quedaría o sino?

Eran las seis de la tarde cuando empezó la feria en serio. El aire estaba frío, de ese que se mete por las mangas y obliga a buscar calor en algo dulce o en una taza de mate cocido. Fran me fue llevando de puesto en puesto: me compró pastelitos, una bebida caliente, una bolsita de golosinas, cosas saladas. Me hacía probar un poco de todo como si quisiera que yo cargara en el estómago la memoria entera de la feria. El aprovechaba y terminaba comiéndose la mitad de todo, por supuesto. Y cuando vio los juegos infantiles, me empujó con una sonrisa: carrusel de caballitos, trampolines, globolocos que se escapaban hacia el cielo como si fueran estrellas improvisadas. Me cansé de tanto jugar y comer despuésde un buen rato de diversió, así que mi nv me cargó sobre sus hombros para seguir paseando por los pasillos abarrotados de gente. Desde ahí arriba, el pueblo parecía una maqueta iluminada con lucecitas amarillas. Me sentía poderoso.

Pero había un juego distinto, uno que no era para niños. Entre risas y picardías, un grupo de jóvenes estudiantes organizaba su propia atracción: “la cárcel de la feria”. Funcionaba así: si alguien te gustaba, ibas y lo “fichabas” con los organizadores, y ellos se encargaban de atraparlo en plena multitud para encerrarlo en un corralito improvisado con sogas y sillas. Para salir, había dos caminos: pagar una suma de dinero o dar un beso. Esa era la broma. Esa era la trampa. O servía para besar a tu crush, o servía para que los organizadores ganaran dinero.

Y claro, cuando empezó a correr el juego, ya había ojos puestos en Fran. Alto, fuerte, guapo, con esa sonrisa medio distraída que no pasaba desapercibida. Él se dio cuenta enseguida, como si oliera el peligro antes de que llegara. Apenas se dio cuenta que iba a haber la actividad esa, se puso en marcha. No quiso arriesgarme a presenciar nada, así que le pidió a Maxi que me cuidara un rato. Maxi había hecho un trato silencioso con los organizadores —viejos compañeros de su colegio anterior—, así que a él lo dejaban en paz. Seguro que fue a cambio de sexo con alguna de las líderes de entre sus excompañeras o algo así. Maxi vino hacia mí, y tomó su rol con seriedad, como si de verdad fuera un guardián asignado.

Me apartó de Fran justo a tiempo, cuando un buen grupo de jóvenes lo rodearon con intenciones de llevarlo a otra parte. No le di tanta vueltas al asunto, yo ni estaba enterado del jueguito ese.

Lo que tampoco sabía era que mi primo-novio no iba a pagar. Eso lo sabía cualquiera, era un tacaño de primera y ya había gastado una buena suma de dinero en mí esa noche. Y efectivamente, cuando lo atraparon, la salida fue un beso. Lo sé porque el mismo me lo dijo años después. No quiero ni imaginar con quién. Lo único que sentí en ese momento fue la mano firme de Maxi, llevándome hacia otro lado, y su voz tranquila diciéndome que fuéramos a buscar a Sebas, que estaba dándole golpes al volante en los autitos chocadores.

Entre los gritos metálicos de los choques y la música estridente que llegaba desde la plaza central, el mundo de Fran se me volvió por un momento invisible, como recordando el hecho de que él tenía una vida más allá de mí, una sexualidad y una identidad paralela. Pero en mi mente, no dejo de imaginarlo como lo hubiera hecho mi yo de 8 años de haber sabido lo que pasaba: rodeado, desbordado, resistiéndose solo un instante antes de ceder con esa intensidad que lo caracterizaba. Un caballero atrapado en una trampa de feria.

Y un príncipe que no sabía lo que pasaba.

Cuando Fran volvió unos 20 minutos más tarde, su mirada ya no era la misma. Tenía ese brillo extraño en los ojos, como cuando peleaba y le hervía la sangre, solo que ahora no había sangre: había irritación contenida.

Seguro que lo habían retenido más de una vez como solían hacer con chicos guapos como él o con chicas adineradas, que lo habían provocado hasta el límite. Quizás hasta le sacaron algo de dinero en una de esas… lo cierto es que la feria, para él, se había vuelto un lugar hostil.

Sebas mientras tanto quiso quedarse en los autitos chocadores, feliz con su madre cerca, y eso nos dejó a nosotros tres —Fran, Maxi y yo— caminando otra vez entre el gentío. La feria estaba en su punto más alto: luces de colores reflejadas en los charcos del suelo, música folclórica mezclada con gritos de vendedores, humo de carne asada flotando por el aire frío. Ya estaba evolucionando hacia un ambiente más adulto y menos amigable con los niños.

Al principio Fran iba con Maxi, hablando en ese idioma que me sonaba a clave secreta, ese que utilizaban para sus secretos cuando estaba cerca. Yo no me enojaba; confiaba en ellos y hasta me gustaba verlos cuchichear como si fueran parte de algo que yo no entendía del todo. De otras personas me molestaba, de ellos no. Eran mis mejores amigos.

Igual seguro que hablaban de lo que acababa de pasar.

Después de un rato Fran se rezagó al saludar a un conocido. Maxi quedó a mi lado, y como para compensar, me compró un vasito de ensalada de frutas y también compró uno para Fran. Comí todo, feliz por su regalo, hasta que definitivamente no me entraba nada más en el estómago.

Y entonces pasó: sin pensarlo demasiado, al retomar nuestro caminar, tomé la mano de Maxi. No había nada raro en ese gesto, al menos para mí. Solo era compañía, calor en medio del frío. El contacto con su piel me daba seguridad, y destilaba calor único y agradable.

Fui así, agarrado de la mano de Maxi, por varios minutos, charlando con él sobre un perrito que había visto. Fran caminaba todavía un poco más atrás, con las manos en los bolsillos y esa expresión seria que no usaba contigo, sino con los demás.

En una de las paradas, una mujer mayor se acercó y dijo:

—Qué niño tan bonito, parece un modelo.

Sonreí sin entender mucho, soltando la mano de Maxi, pero Fran apretó la mandíbula. No dijo nada, pero se adelantó, me tomó del hombro con un movimiento suave pero firme, y le contestó a la mujer:

—Es mi primo.

La mujer solo rió y siguió su camino, pero Maxi lo miró con cara de ¿qué te pasa?.

Ya alejados del lugar, Fran le soltó a Maxi un:

—No tenías que andar de la mano de él todo el tiempo.

—¿Por qué? —pregunté metiéndome en la conversación.

—Porque yo también estoy acá.

Maxi levantó las cejas y se defendió:

—Solo lo estaba cuidando, Fran. ¿Cuál es tu problema?

—Que no necesitás cuidarlo tanto, yo puedo hacerlo.

El aire se cortó en seco.

Maxi respondió pero no subió la voz:

—Fran, calmate. Estás confundiendo las cosas, no hay nada raro.

Fran lo miraba como si quisiera atravesarlo, con los puños cerrados a un costado. No dijo nada más. Solo me agarró de la mano, fuerte, como marcando un límite invisible.

—¿Qué te pasa? —le pregunté, desconcertado. Eso no era normal.

Murmuró algo que apenas entendí: que todos eran un peligro, que nadie era de fiar. Sonaba más a una súplica que a una advertencia.

—Maxi es mi amigo —le dije y me paré en seco, enojado.

Fran se detuvo, me miró, y solo pudo susurrar:

—Perdón.

Después de eso, no volvió a alzar la voz. Pero tampoco volvió a sonreír. Caminamos en silencio el resto de la noche, con las luces de la feria brillando alrededor como si fueran de otro mundo. A su lado, sentía que su melancolía me envolvía igual que el frío: inevitable, silenciosa, pegada a la piel.

Por suerte, no tardamos en volver a casa.

Una vez en su habitación, ya después de que yo me duché, cerró la puerta con llave y me alzó en sus brazos de forma bastante bruta. Empezó a besarme con fuerza, como desahogándose, haciendo que sus labios volvieran a ser míos. Yo le seguí el ritmo, aceptando las mordidas a mis labios sin chistar, asombrado por su voracidad. ¿Qué le había pasado?

Cuando me dejó en el suelo, se sentó en la cama, casi sin fuerzas.

—No me gusta cuando otros te agarran de la mano así. Vos sos mi novio, ¿entendés? —dijo sobre lo que había pasado con Maxi.

Solo lo miré, confundido, pero él agregó un beso rápido en tu mejilla y un:

—No te enojes, ¿sí? Solo… me da miedo perderte. Bueno. Estoy cansado. Me voy a bañar y después a dormir, ¿sí?

—Ok —dije, meditando en sus palabras.

Lo esperé con paciencia hasta que volvió, y le pedí que se acostara para poder tocarlo como me gustaba. Fran se tiró en la cama haciéndola crujir peligrosamente y se quedó quieto, casi sin respirar y ya en ropa interior a pesar del frío.

Me subí de un salto sobre él y lo manoseé a mi gusto, tocando cada unión entre sus músculos, cada abdominal, tocando sus trapecios, inclusos brazos, y hasta le pasé la lengua por los pezones. Mi nv solo respiraba en paz con los ojos cerrados. Se dejaba usar, aceptando ser mi chico sumiso.

Después de como 10 minutos de eso me acosté a su lado ya con intenciones de dormir junto a él, pero Fran se incorporó y se arrodilló al borde de la cama. Agarró mi cuerpo, me reubicó a su gusto y me bajó el pantalón para luego empezar a darme sexo oral.

Gemí de puro placer al sentir su lengua estimulando mi penecito mientras yo tocaba su hermoso cabello, llevándome cada vez más cerca del orgasmo.

Tras satisfacerme, me estrechó entre sus brazos como si no quisiera soltarme, y ahí me dormí, protegido en sus brazos.

#

La mañana del domingo estaba tranquila en la casa y en la sala, una amiga de mi tía me había recibido con los brazos abiertos, sonriendo con esa simpatía exagerada que algunos adultos usan con los chicos.

—¡Pero qué grande estás! —dijo al inclinarse para darme un beso en la mejilla y un abrazo rápido—. Qué lindo te ves, parecés un modelito.

Me reí apenas, incómodo pero educado, mientras jugueteaba con mis manos. Ella seguía hablándome, haciéndome preguntas sobre la escuela, si ayudaba en la casa, si tenía muchos amigos. Yo respondía con esa mezcla de timidez y cortesía que me salía natural.

De repente, sentí una presencia fuerte detrás de mí. Levanté la vista: Francisco había entrado en la sala. No saludó, ni interrumpió, simplemente se quedó ahí, apoyado en el marco de la puerta, observando. Sus ojos marrones estaban clavados en la mujer y, aunque su sonrisa habitual no estaba, su cuerpo entero irradiaba tensión.

—De verdad que sos un niño hermoso —continuaba la señora, sin notar el cambio en el aire—. Tan blanquito… mirá esa cara, seguro todas las compañeritas se mueren por vos.

No tuve tiempo de contestar. En un movimiento brusco, Fran se acercó y me tomó del hombro.

—Vení, vamos —dijo, firme, sin espacio para discutir.

Lo miré sorprendido.

—Ahora —remarcó, y con una presión suave pero decidida me apartó de la mujer.

Ella abrió los ojos, confundida, mientras Fran me llevaba casi a empujones hacia la puerta que daba al patio. Antes de salir, giró la cabeza y le lanzó una mirada dura, fría, como si la señora hubiera cometido un delito imperdonable. Ella se quedó callada, con la sonrisa congelada.

En cuanto cruzamos la puerta, lo miré con un puchero.

—¿Qué te pasa? —le pregunté.

Fran respiró hondo, como conteniendo algo que quería decir en voz alta. Me sostuvo de los hombros y bajó la mirada hasta encontrarse con la mía.

—No me gusta cómo te mira —murmuró con un tono bajo y grave—. No me gusta cómo habla de vos. Salen con esas porquerías que dicen.

—Pero si solo decía cosas… —intenté defenderla aunque solo para llevarle la contraria.

Negó con la cabeza y se pasó una mano por el cabello rizado, fastidiado.

—Todos creen que pueden decir lo que quieran de vos porque sos un nene. Pero no. No. Vos sos mío. —Se corrigió rápido, bajando la voz todavía más—. Sos mi tesoro.

No supe qué responder. Solo me quedé quieto, mirándolo con mezcla de sorpresa y ternura, pensando que capaz tenía razón. Esa señora era algo rara. Entonces me tomó de la mano con fuerza, como para sellar lo que acababa de decir, y me guió hacia el patio.

Él seguía con el ceño fruncido, todavía alterado, pero yo sentía otra cosa: una calidez extraña. Ese celo suyo que lo hacía perder la compostura me recordaba que, de algún modo, yo ocupaba un lugar especial e irremplazable en su corazón.

Lo que Fran hizo no fue por nada. A él le molestaba que me alabaran por ser «blanquito». Explico: en la comunidad había una tendencia rara a idolatrar a los niños de piel blanca, debido a un racismo y autodesprecio que tenían por su propio color de piel (la mayoría de la gente era morenita). Simplemente eran el centro de todo, eran considerados hermosos, y en cambio a los que tenían piel más oscura como Maxi y Fran los dejaban de lado aunque cuando crecían obviamente la cosa cambiaba si eran guapos. Fran de chico sufrió algo de discriminación por ser más moreno que Hugo por ejemplo así que ese tema lo tenía bastante traumado. Eso y el hecho de que al ser los niños blancos idealizados por los adultos, eso llevaba a ser potenciales víctimas de adultos por encajar en un estándar de belleza MUY retorcido. Es muy turbio si uno lo piensa bien.

En fin, Fran evitaba que me digan cosas así ya sea para protegerme de gente que él pensaba que me dañaría o por simplemente no soportar que alabaran a alguien por su color de piel.

Unos 20 minutos después vi que llegó la camioneta de Maxi y mi nv vino hacia mí ya más sonriente y relajado.

—¿Querés ir a la casa de Maxi?

—Mmm, sí.

—Vamos. Pero Sebas no va a estar.

—¿Por qué? ¿Y para qué vamos a ir?

—Sebas viajó con sus papás a hacer compras allá en tu ciudad y Maxi quiere que llevemos mandarinas y limones de la huerta.

—Ahh.

—¿Venís? Ya mamá sabe y puedo llevarte para que me ayudes.

—Bueno. Vamos.

Me subí al auto con ambos jóvenes y fuimos hasta la casa de Maxi, donde fuimos hacia el fondo de la propiedad donde tenían árboles frutales de cítricos y cosas así. Era época de cítricos así que podíamos llevarnos lo que sea de tanto que había. El plan era llenar bolsas con laa frutas y ponerlas en la camioneta de Maxi, quien nos volvería a llevar a casa con ellas.

Empezamos a recolectar mandarinas y limones por igual. Maxi y Fran tiraban abajo las frutas mientras yo las recogía del suelo y las ponía en las bolsas. El estúpido de Fran un par de veces me tiró frutas podridas solo para hacerme gritar del enojo, cosa que le encantaba hacer cada tanto.

Cuando terminamos, nos sentamos a comer una mandarina tras otra como recompensa.

En medio de nuestro banquete personalizado, Maxi se alejó a cargar las bolsas en la camioneta y quedé a solas con mi nv.

Mientras arrojaba algunas semillas al suelo, me miró con un brillo extraño en los ojos, como con atrevimiento y diversión, acercándose a mi rostro para observarme.

—Te ves bien así todo manchado.

Me limpié bien de los restos de jugo mientras le dedicaba una mirada de hartazgo. Era un rompepelotas.

—Olés a mandarina —le dije.

—Vos también —respondió para después darme un besito en la mejilla.

Siguió manteniéndome la mirada como con ganas de juguetear conmigo, hasta que me dio algo de vergüenza y bajé el rostro para mirar el suelo.

Francisco rio totalmente divertido y agarró mi mentón para dirigir mi mirada hacia sus ojos con su mano llena de olor a mandarina.

—Dame un beso.

—¿En la boca?

—Sí.

—¿Pero y si nos ven?

—No te preocupes, no va a pasar nada.

Me levanté un poquito para ponerme a la par de sus labios y lo besé rápido.

Volví a besarlo, esta vez un poco más largo y con más pasión.

Cuando nos separamos, seguía bien sonriente. De la nada me sujetó y rodeó con sus brazos para estrechamente contra él y se puso a darme besitos en el cabello, en mi frente, en mi cuello y mejillas. No paraba y ya me empezaron a dar cosquillas así que empecé a reír a carcajadas mientras intentaba soltarme.

En eso vi a algo por el rabillo del ojo: era Maxi.

—¡Fran, Maxi está mirando! —dije asustado mientras me revolvía intentando soltarme.

—Ey, calmate. Maxi no le va a decir a nadie.

Me di la vuelta para mirar al intruso. Maxi estaba recostado sobre el tronco de uno de los árboles, mirándonos con esos ojos verdes suyos. Su expresión era totalmente inexpresiva y parecía no haberse dado cuenta de lo que hacíamos.

—Pero…

—Ya besame y callate —repuso mi flamante novio.

Volvimos a besarnos y esta vez el ritmo se intensificó, con Fran mordiendo mi cuello y yo sus labios, saboreándonos uno al otro, demostrando nuestro amor sin que nos importara nadie.

Esta ronda fue mucho más intensa y caliente así que pronto ambos estuvimos excitados, cada uno con su propia erección.

Coloqué una de mis manos sobre el bulto que se había formado en el pantalón de Fran y eso lo hizo gemir en pleno beso.

—Mmm, que rico bebé. Estoy tan caliente que te cogería bien durito ahora mismo como merecés.

—Pero Maxi nos va a ver.

—Uff, mejor todavía corazón. Te cojo delante de él y le demuestro quién es tu dueño.

—Yo soy tu dueño.

—Bueno. Vos sos mi dueño entonces.

Obviamente Fran no me iba a coger frente a nadie a pesar de sus morbos así que solo seguimos dándonos besos.

Maxi solo seguía mirando, sin moverse o decir nada.

Ya después nos fuimos moderando y terminamos con el besuqueo así que nos dirigimos hacia la casa ajena para pasar al baño.

Al pasar frente a Maxi, noté un bulto en su entrepierna, fruto de mirarnos tanto. Estoy seguro que la tenía más grande que Fran. Siguió sin decir nada, pero Fran le dirigió una mirada cargada de deseo y pasión, como recordando cosas que habían vivido y solo ellos entendían. Maxi permaneció impeturbable.

¿Estaba celoso? ¿Yo le daba celos? ¿O Francisco era quien se los daba? Jamás lo sabré, para estas cosas Maxi no hablaba, al menos no conmigo.

Siempre me voy a quedar pensando en que habría pasado si Fran me detonaba ahí frente a Maxi. O si lo invitaba a unirse.

Apenas llegamos a casa y dejamos las frutas en su lugar, Fran no se resistió la tentación de encerrarme en la pieza y ponerse dedear mi culo.

Lo dejé disfrutar de lo suyo, metiendo dedos y chupando mi ano (aunque esto siempre me daba cosquillas) hasta que pronto tuvo ya tres dedos dentro mío. Yo también andaba bien excitado así que era todo placer por el momento.

Cuando Fran introdujo su miembro dentro mío, lo hizo de una forma desesperada, y empezó a bombear dentro mío sin tregua, mientras me decía al oído lo mucho que lo excitaba y que le gustaba darme verga.

Me quedé quieto en 4, aguantando sus movimientos sin quejarme, solo dejando escapar algún gemido cada tanto como pidiéndole que bajara un cambio.

Obviamente siguió al mismo ritmo así que sentí como se me revolvían por dentro las tripas mientras seguía dandome duro. Al menos la cosa andaba siendo tolerable.

Ya después de varios minutos de actividad sexual desenfrenada, ya me había cansado así que me tiré de lleno en la cama boca abajo. Fran continuó en lo suyo, pero ahora con su peso presionando más sobre mí. ¿Ya mencioné que me encantaba sentir su peso sobre mí? Era un balance perfecto entre ser aplastado y ser cuidado. Al final en esa posición Fran terminó dentro mío mientras un gruñido animal salía de su boca. Yo también gemí al sentir como me metía su cosa totalmente al fondo mientras me llenaba de leche.

Ya después de limpiarnos, continuamos con nuestro día como si nada, bueno, al menos él. Yo, como casi siempre, caminaba un poco raro

 

74 Lecturas/16 octubre, 2025/0 Comentarios/por Eze019
Etiquetas: amiga, amigos, anal, colegio, hijo, madre, mayor, sexo
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