el juego de los perritos(con mi amigo joaschin)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
En esa época, joashin y yo teníamos diez años. Solo recuerdo que, en el barrio, se había puesto de moda jugar a “los perritos pegados”. Ocurría que cuando estábamos reunidos en grupo en el patio de alguna casa, en alguna casa abandonada o en el terreno de los tractores de trailer chatarra y ya casi concluía algún juego o nos empezábamos a aburrir de él, de pronto alguien gritaba: “¡A los perritos pegados!”. Y todos apresuradamente buscábamos pareja. Cada pareja se ponía de espaldas y agachándose pasaba sus manos entre sus piernas para tomar las del compañero. Así, en un precario equilibrio, se simulaba ser una pareja de perros pegados.
Como joashin era mi mejor amigo, él y yo siempre formábamos pareja para el juego. A todos nos divertía mucho, en ese débil equilibrio, tirar cada quien de su compañero tratando de caminar e intentando atropellar y derribar a las demás parejas. El resultado era un tambaleante y errático movimiento hacia adelante, hacia atrás o hacia un lado de cada pareja. Siempre había una pareja que perdía el equilibrio primero. Al darnos cuenta, todo mundo soltaba la carcajada y el juego concluía.
El juego se puso tan de moda que incluso cuando joashin y yo jugábamos solos, de pronto a alguno se le ocurría gritar “¡a los perritos pegados!”. Y nos pegábamos, aunque nunca lo hicimos hasta caernos, no había pareja que intentase derribarnos.
Por supuesto que todos, al menos una vez, habíamos visto pegados a dos perros. Pero no sabíamos cómo ocurría aquello. Solo sabíamos que estaban pegados y nos parecía un misterio, así nos lo parecía, que se pegaran de la cola.
Pero era la edad de las inquietudes, plena pubertad, era la edad de indagarlo todo. Y no faltó quien pasara la información. Tal vez la obtuvo de alguno de los chicos mayores quienes siempre se reunían aparte, tal vez alguien fué el primero en darse cuenta que cuando dos perros se pegaban, uno era “ el perro fulano…” y el otro “la perra de…”. Es decir, no eran dos perros pegados, eran un perro y una perra.
Me acuerdo muy bien que cuando supimos eso y alguien gritó “¡a los perritos pegados!”, como siempre joashin y yo nos apresuramos en hacer pareja. Pero él me dijo: “¡Yo soy el perrito y tú la perrita!”. Yo le dije: “Es lo mismo, de todos modos son dos perros”. Pero él insistió tercamente: “¡No!. ¡Yo soy el perrito”. Se puso muy insistente, y como ya todas la parejas se habían “pegado”, yo cedí: “Está bien, ¡yo soy la perrita!…”.
En ese día, con ese detalle tan sutil, se establecieron de allí en adelante los papeles de joashin y mío en el juego de “los perritos pegados”. De allí en adelante el siempre insistió en ser “el perrito” y yo acepté siempre ser “la perrita”. En particular, cuando jugábamos solos, joashiin me recalcaba mucho en que él era el macho. Ante su insistencia yo me veía obligado a condescender “sí…sí…está bien…yo soy la perrita…”.
Cuando, en el barrio, la euforia de la moda de jugar a “los perritos pegados” ya estaba empezando a declinar, otra vez tal vez alguien pasó la información. Para pegarse, antes el perro “se le subía” a la perra por atrás.
Por supuesto, cuando esporádicamente jugábamos a “los perritos pegados” en grupo, nadie se le subía a nadie. Pero cuando estábamos solos joashin y yo, el insistía en que “el perrito se le sube primero a la perrita”. Para entonces ya nos parecía a ambos muy natural el rol de cada quien y yo no tuve inconveniente en permitirle que se me subiera antes de “pegarnos”. Solamente me sentía un poco raro al ponerme en cuatro patas y sentir que me abrazaba y me pegaba su pubis por detrás. Por eso, en grupo siempre me ponía rápidamente espalda con espalda con él. En el fondo sospechaba que si los demás sabían que joashin me montaba, nos iban a criticar bastante. Seguramente él pensaba lo mismo porque en grupo nunca insistió en subírseme. De cualquier manera, el juego ya estaba pasando de moda e incluso estaba dasapareciendo.
Solo Hoashin y yo continuamos jugándolo con frecuencia cuando estábamos a solas. Al principio, cuando se me subía, solo duraba pegado un poco a mi trasero. Después, poco a poco fué alargando el tiempo. Finalmente empecé a notar que algo se le ponía duro, lo sentía en mis nalgas. Me dí cuenta que era su pene, se le paraba.
La segunda o tercera vez que se le paró, después de que se me desmontó y antes de darnos la espalda para “pegarnos”, al enderezarme le ví el bulto en el pantalón, se lo agarré y apretándoselo le dije “¡Mira!…¡se te paró!…la tienes parada…”. Se la estuve apretando un poco y él se dejó que lo hiciera sin saber que decir. A partir de entonces, siempre me volvía para tentarle y apretarle la erección después de que se me desmontaba.
El juego desapareció por completo en los juegos de la chiquillería del barrio, pero joashin y yo ya lo habíamos incorporado definitivamente en nuestras reuniones a solas. En el patio de alguna de nuestras casas, en la casa abandonada, entre los trailers chatarra. Y es que ya se había empezado a transformar en un juego sexual desde que empezó a montarme. Ya era un juego sexual porque él tenía erección al frotarse en mí. De hecho, la mayor parte del tiempo que duraba el juego era en la montada, “pegados” durábamos muy poco.
La metamorfosis total del juego, de diversión a actividad sexual, ocurrió cuando, junto con otros chiquillos, vimos a dos perros cogiendo. El perro estaba montando afanosamente a la perra. Vimos claramente que el perro le estaba picando la cola, eso nos parecía, a la perra con aquella cosa roja que le salía de la funda. Debido a la larga duración del repetitivo jineteo, todos empezamos a distraernos y de pronto uno de los presentes exclamó: “¡Ya están pegados!…¡miren!”. Y efectivamente, los perros estaban pegados y no nos dimos cuenta cómo ocurrió.
Pero cuando joashiny yo jugamos, a solas, a “los perritos pegados”, cuando me empiné para que me montara él se abrió la bragueta, se sacó la picha y me dijo muy serio: “Primero tengo que picarte…”. Y puesto que yo había visto bien claro cómo aquel perro había estado picando a la perra, y como yo había asimilado ya muy bien mi papel de hembra, no tuve niguna objeción en que se me pegara por detrás con su pene de fuera.
Sentí con claridad, a través de mi pantalón corto, los piquetes de su verga erecta. Cuando me desmontó, pronto me dí la vuelta y sentí un vuelco en el estómago. Ya le había visto antes la picha a Hoashin cuando orinábamos juntos. Pero ésta era la primera vez que se la veía parada. Me impresionó mucho, ¡era tan diferente a la mía!. La tenía más larga que la mía aunque era delgada, era algo blanca, del restirado cuerito se le salía casi media cabeza puntiaguda y muy roja, la tenía panda y se le levantaba hacia arriba como buscándole el ombligo. De la impresión, esa vez solo atiné a morderme el labio inferior y respirar trabajosamente. Nos “pegamos” solo por inercia, por la costumbre del juego.
Esa vez ambos nos dimos cuenta que estábamos traspasando una línea divisoria. La línea que divide un juego inocente de un juego erótico, sexual. Tuvimos conciencia de eso. Creo que fué esa vez cuando empezamos a perder la inocencia. Porque la siguiente ocasión ya no nos “pegamos”, estábamos en la cabina de uno de los tractores de trailer chatarra, y después de que estuvo picándome me enderecé y agarrándosela le dije: “…¡mira cómo la tienes!…¡está bien dura!…”. Nos sentamos en el desvencijado asiento y emocionado se la estuve acaricioando y sobando. La tentación y curiosidad que me daba la vista de la punta carmesí asomando de entre el prepucio me hizo que le jalara hacia abajo la piel y …¡se la pelé!… sin darme cuenta que podía haberlo lastimado.
Afortunadamente a Hoashin ya se le pelaba, quizás siempre se le había pelado. A mi, en ese tiempo, aún no se me pelaba, todavía tenía pegada la piel del prepucio al glande. Era la primera vez que veía un glande pelón. Y Helio lo tenía impresionante, tan rojo, tan puntiagudo. Y la verga tan dura, de piel tan clara, panda y tan enhiesta, agresiva. Estaba preciosa. No pude aguantarme y le dije: “…¡Mira, se te pela!…¡la tienes bien bonita!…”. Por si fuera poco, apenas cabía de asombro al verle y tocarle los huevos, los tenía enormes, mucho mas grandes que los míos. No pude evitar pensar que tal vez por eso le salía tanta baba de aquella.
En adelante, cuando jugábamos a “los perritos pegados” ya no nos “pegábamos”, solo me ponía en cuatro, él se me montaba, me picaba un rato y luego nos sentábamos para yo acariciársela y pelársela otro rato. Seguíamos llamándole “los perritos pegados” al jugueteo, aunque para entonces el nombre ya casi nada tenía que ver con lo que hacíamos.
Ya rebasada la divisoria entre el juego inocente y el juego erótico, tiempo después empezó a intentar llegar más lejos. Era verano y al regresar de la escuela a medio día, yo me quitaba el uniforme y me vestía un short y camiseta. A menudo no usaba calzoncillo. hacía lo mismo en su casa. De modo que cuando iniciábamos el juego, el empinarme se me subían las mangas del short y a seguido metía por allí su verga bien parada y me picaba las nalgas y la cola. Cuando lo hizo por primera vez me sorprendió y me sobresaltó el contacto de la lisa y tersa piel del miembro y de la punta de la cabeza que asomaba. Pero después me turbé mucho cuando sentí que me mojaba las nalgas y cola con la baba que le salía de la punta. Yo sabía que eran sus mecos, aunque en esa edad ni él ni yo podíamos producir todavía espermatozoides. Nuestros sexos aún no eran maduros. Me sentía algo incómodo con su mojadera y porque él afanosamente me buscaba el ano y necesariamente llegaba a darme algunos piquetes en el culo y me lo mojaba con su líquido viscoso. Pronto me dí cuenta que H quería cogerme. Ambos lo sabíamos pero no nos decíamos nada al respecto. Ese era un terreno que ambos estábamos empezando a experimentar y no sabíamos como enfrentarnos a él.
Y aceptando tácitamente que lo siguiera intentando cada vez que nos poníamos a juguetear, yo supe que tarde o temprano Helio me la iba a meter, supe que tarde o temprano me iba a coger. Me sentía bastante confuso, sentía mucha aprehensión, me asustaba la idea de que eso llegara a ocurrir. Y el pánico me dominaba cuando llegaba a darme algún certero piquete y sentía que me abría el ano. En ese momento yo de inmediato movía mis nalgas para librarme de su piquete aunque no podía evitar que me dejara bien lubricado el agujero.
Cuando me desmontaba, al mismo tiempo que me giraba para verle la verga bien parada, brillosa y babeante, me llevaba los dedos a mi cola para tentar la mojada de las nalgas, la rajada y mi agujerito. Retiraba la mano y veía mis dedos embijados formando hilillos de baba, los olía y percibía el olor de sus mecos y su verga, para después empezar a pelársela y puñeteársela. Para entonces, después de que se me bajaba, de manera automática se sentaba al lado con las piernas abiertas y su larga picha al aire bien parada esperando que yo se la pelara y le hiciera la puñeta. A mi me gustaba hacerle la puñeta.
El día de la consumación de nuestra unión sexual llegó inesperadamente. La familia de Helio tuvo que salir de viaje de improviso. El era el mayor y para que no perdiera la escuela y para reducir gastos de viaje, decidieron que se quedara. La mamá de Helio fué a pedirle a la mía que le hiciera el favor de darle de comer al día siguiente. También le pidió que me permitiera ir a dormir con él esa noche para hacernos compañía y no se quedara solo. Ellas sabían que eramos muy amigos. Mi mamá aceptó con gusto.
Cuando regresé de la escuela ese día y me enteré, de inmediato me dí cuenta que me había llegado la hora. Esa noche me la iban a meter. En la cama y a solas, Helio no iba a dejar escapar la oportunidad, ya no necesitaba haber el pretexto del jueguito. Helio se dió cuenta de lo mismo, sabía que yo no podría resistirme y que tenía que aprovechar esa noche para tener la primera relación sexual de su vida, de coger por vez primera.
Yo anduve muy preocupado toda la tarde, solo platiqué con Helio un rato, hablamos de la novedad de que estaba solo y de que dormiríamos juntos. Era un viernes. Ya de noche me bañé. A propósito hice mucho tiempo. Me bañé a coinciencia, me lavé bien y profundamente el culo. Pero principalmente me tardé mucho porque quería hacer tiempo. Quería retardar lo más posible el encuentro, tenía miedo y sabía que era inevitable lo que iba a ocurrir cuando estuviera a solas con Helio. Mi mamá me apuraba a cada rato.
Por fin se me acabaron los pretextos y me fuí a la casa de Helio. El ya estaba ansioso esperándome. Se había bañado muy temprano en la tarde. Estaba en calzoncillo. Aunque estaba un poco nervioso por estar solo, era la primera vez que se quedaba solo en casa, le dió mucho gusto al verme llegar. Nos pusimos a platicar y a entretenernos con un fajo de estampas que teníamos y el álbum de moda.
No duramos mucho con las estampas. Como a las once de la noche nos acostamos, ni en su casa ni en la mía teníamos televisor. En ese tiempo era un lujo inalcanzable para nuestras familias. Así que nos fuimos a la cama, él decidió que nos acostásemos en la cama de sus hermanas porque era grande, matrimonial, mientras que la de él era un catre individual. El ya estaba en calzoncillos, yo me quité el short y ya también en calzones me acosté.
Ya no hablamos, no dijimos nada. En cuanto estuvimos acostados, sobre la sábana pues hacía calor, Helio se lanzó al ataque. Se me arrimó y empezó a agarrarme las nalgas sobre mi trusa, luego empezó a bajármela. Yo solamente me quedé quieto y lo dejé hacer. Cuando se me repegaba podía sentir cómo iba apareciendo rápidamente su erección. Pronto me bajó los calzones y se bajó y quitó los de él. Yo estaba boca arriba y sentí que me picaba la pierna con su verga que ya tenía bien parada. Me hizo ir dando vuelta hasta que quedé de espaldas a él y tomándome de la cintura empezó a dar piquetes entre las nalgas. Pronto me mojó toda la rajada y por supuesto también el ano.
Luego se me fué encima y me hizo quedar completamente boca abajo. Se levantó sobre sus manos y metiendo las rodillas entre mis corvas me abrió las piernas completamente. Descendió sobre mí y metiendo una mano entre nuestros cuerpos se agarró la verga y guió la punta moviéndola a lo largo de la rajada de mis nalgas para localizar la entrada. En cuanto sintió el agujero de mi culo con su punta presionó con sus caderas, la punta me abrió el ano y se atoró allí por si sola. Ya bien colocado pasó ambas manos bajo mis axilas y vueltas hacia arriba me tomó fuertemente de los hombros. Y empezó a empujar.
Dí un pujido cuando la cabeza me abrió todo el culo que me ardió mucho a pesar de que la verga no era gruesa. Pero también sentí claramente que al momento de entrar, la cabeza se le peló completamente. No la tenía pelada cuando empezó a picarme ni cuando me la había colocado en el ano. Seguramente a él también le dolió cuando mi culo virgen se la peló toda restirándole con fuerza su cuerito y se confundió un poco. Pero enseguida se repuso, la calentura pudo más que la pequeña molestia de tener tan pelada la verga y tan restirado el prepucio. Volvió a empujar, aunque ahora con más cuidado, y debido a la lubricación inicial y a que seguía expulsando mucha baba por la punta, la verga se fué hundiendo lenta pero inexorablemente.
Me la empezó a meter. Sentí claramente cómo iba resbalando la piel de su verga con mi restirado esfínter y cómo iba resbalando y abriéndose paso la puntiaguda cabeza dentro de mi intestino, sentí cómo iba avanzando dentro de mi vientre, cada vez más y más dentro de mí. Helio me la estaba metiendo, me estaba metiendo la verga. Sentí que ya me llegaba hasta el ombligo cuando me dí cuenta que sus ingles se empotraban entre mis nalgas, e incluso sentí cuando sus huevotes se pegaban a mi perineo, casi sobre mis pequeños huevitos.
Y así con fuerza, bien abrazado a mí, me la dejó bien metida. Yo la sentía bien metida dentro de mí, totalmente parada, durísima. La cabeza profundamente enterrada en mis entrañas. Aunque estábamos a oscuras, yo tenía los ojos pelones y la boca abierta al darme cuenta de que me estaban cogiendo. ¡Helio me estaba cogiendo!. Los dos estábamos jadeando, hacía calor y ambos estábamos chorreando de sudor.
Por supuesto que ni él ni yo sabíamos coger, no sabíamos qué hacer después de que me la metió. Solo nos quedamos quietos, él reteniéndome bien pepenado y yo dejándome que me tuviera así. Ambos asimilando la sensación de lo que estábamos haciendo. Helio por supuesto que estaba en la gloria, por primera vez estaba cogiendo con su verga, por primera vez estaba sabiendo lo que era meterla. Yo, después del primer estupor y después de pasar el dolor cuando entró la cabeza, empecé a saborear la sensación de tener la verga de Helio bien metida. Empecé a disfrutar el tener metida bien parada aquella verga que tanto me gustaba y que antes había pelado tantas veces.
Solo esporádicamente Helio, como por instinto, se ponía a sacar y meter el falo con pequeños movimientos de cadera mientras, también instintivamente, yo levantaba rítmicamente mis nalgas a su encuentro. Luego volvía a meterla hasta la empuñadura y se quedaba quieto. Eso nos parecía que era coger.
Después de mucho rato, Helio me la sacó. No eyaculó, aún no tenía edad para eso. Simplemente se fatigó un poco con la posición y la continuada presión que ejercía contra mis nalgas. Por supuesto que cuando nos desprendimos, tenía la verga bien parada y así le duró un buen rato, después del cual solo se le bajó un poco.
Y un rato después se me volvió a subir. Esta vez yo solito me acomodé boca abajo, abrí las piernas y levanté mis nalguitas para recibirlo. Me la volvió a meter profundamente y bien parada. Casi no me dolió cuando me metió la cabeza, que ésta vez ya estaba bien pelada. Otro buen rato de cogida. Y nuevamente el desprendimiento con la verga bien parada al salir.
Me cogió como cuatro o cinco veces. No supe a que horas nos quedamos dormidos, lo último que recuerdo es que estábamos bien clavados. Pero amanecimos despegados. Ya despiertos me volvió a coger. Me dijo: “ Voltéate, te quiero cochar otra vez…”. Yo me volví boca abajo y le dije: “ Cóchame…”.
Y me cochó otras dos veces. Cuando descansamos la segunda vez me puse a agarrarle la verga que estaba a medio parar. La tenía totalmente pelona, el cuerito bien arremangado, la cabeza bien roja, irritada, lo mismo que buena parte del prepucio. Se quejó de inmediato cuando se la toqué. “¡Aguas, me arde un chingo!”, me dijo. Yo recién había tomado un espejito que estaba en la pared y me había revisado el ano. Lo tenía bien colorado, hinchado y también me ardía. Así que le dije; “¿Ah, sí?…¡pues ahora aguántese!…para que vea lo que se siente…¡así me ardió mi colita cuando me metió esta cosa!…¡ahora aguántese, cogelón!…”. (No pretendo que este último diálogo sea un recuerdo fiel, han pasado muchos años, pero es una representación de lo que dije en aquella ocasión).
Se la estuve pelando un rato pero con mucho cuidado, pues no quería lastimarlo, en verdad que se le veía bien irritada. También le estuve acariciando sus enormes huevotes. Ya no cochamos, se había hecho tarde y mi mamá no tardaría en ir a buscarnos para que fuéramos a desayunar. Nos levantamos y nos vestimos.
Durante algún tiempo, muy de vez en cuando, tuvimos la oportunidad de coger. Pero no pudimos estar nuevamente una noche completa, ni siquiera un buen rato. Solo teníamos tiempo para que Helio me la metiera y me cochara un momento. Siempre corríamos el riesgo de que nos descubrieran. Luego, los azares de la vida nos separaron y no volvimos a enconrarnos hasta varios años después, ya desarrollados. Y entonces, solamente en una ocasión, tuvimos una relación sexual completa. Esta vez joashin ya tenía su sexo bien desarrollado, ya no la tenía delgada, la tenía como todo un hombre. Me desfloró y se vino eyaculándome los espermatozoides de sus poderosos testículos.
F I N.
cambie el nombre pero realmente es jos alferdo joashin hernandez.el face es jose alferdo
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