EL LARGO CAMINO HASTA LLEGAR A GUSTAVO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Alejandrogustavo.
Hola amigos.
Noches pasadas recordaba momentos muy particulares vividos durante mi extrema juventud y quiero compartirlos con ustedes. Hablo de extrema juventud para no irritar sensibilidades particulares de aquellos que suponen el inicio de la actividad sexual en las personas cuando llegan a la mayoría de edad. Para no confundir más ni irritar a nadie hablaré de mi etapa infanto puberal.
Mis recuerdos se remontan a mis nueve años.
Aclaro que asumo enteramente la responsabilidad de contar mi historia personal. Hechos que han ocurrido, que ya son historia y que por lo tanto no se pueden cambiar, modificar o rechazar porque ya ocurrieron. Además por haber sido el protagonista de los mismos no me interesa cambiarlos, sucedieron así:
En la vida de toda comunidad barrial los chicos tienen etapas que requieren orientación parenteral y si no la reciben crecerán a la buena de Dios. Algunos zafan bien otros no.
En el barrio había grupos de chicos de diferentes edades. Yo, el Omarcito A y el Omarcito G, el Carlitos V y el Juancito V que no eran parientes entre sí, rondábamos los nueve años; el Planeta R, el Tordo, el curita y el cunino andarían por los catorce años. En tanto que el Panchito, el Pocho, el Solarco, el bruja M, el Octavio y el Dani A tenían dieciseis años; los grandes de dieciocho eran el Negro C y el Tuerto Julio, mientras que el Dino el lechero, los Melli, y el Polla tenían un poco más de veinte años.
Teníamos por costumbre en el verano pasar las horas de la siesta en la laguna de los gringos Fernández que estaba muy junto a un canal que le aportaba el agua en el límite de la finca, muy alejado el punto del camino por donde pasaba la gente.
Acostumbrábamos, los de los dos primeros grupos, bañarnos desnudos y a ninguno le llamaba la atención la desnudez del otro. Nos parecía normal. Había veces que jugábamos a la lucha o a la guerra entre nosotros repartiéndonos en dos grupitos.
No recuerdo como comenzó la cosa pero llegó un día en que aparecieron las tocaditas en el culito, tocaditas que a poco se convirtieron en apoyaditas y apoyaditas que devinieron en franeleos lisos y llanos.
Un día ocurrió que por un error de información yo y el Planeta R nos quedamos sin ir a un viaje que se hizo en varios camiones hasta un pueblito distante 60 kmts. del barrio y nos juntamos en la laguna los dos solos.
Como era habitual nos desnudamos y nos tiramos al agua por un largo rato. Transcurrido un tiempo nos salimos y nos tendimos al sol. El Planeta R se comenzó a tocar el sexo y luego a masturbarse. Curioso le miraba el juego. Me llamaba a atención el tamaño que cobró el órgano erecto, llegando a unos diez centímetros su longitud, bastante gordo y con una cabeza, botón decíamos nosotros, prominente, ancha y que destacaba sobremanera como un sombrerito. Igual la cabeza de un perro bull dog.
Seguramente porque yo le miraba el juego que realizaba, el Planeta me hizo tocarle para que notara lo duro que se le ponía.
-Vení. Tocala para que veas lo dura que se me pone la chota.
El contacto me provocó una sensación extraña, casi placentera. No puedo olvidar esa mi primera sensación extraña que me conmocionó. Sobre todo sentir los pocos pelitos que rodeaban la base del miembro.
Como me le quedé mirando me invitó a que siguiera tocando si quería. Lo hice y entonces me dijo que nos metiéramos entre los pastos para que no nos viera nadie. Mientras caminábamos hasta los pastizales llevando nuestras ropas y zapatillas, me acarició la cola y yo no lo rechacé como debiera haber sido. Insistió con el manoseo y hasta metió un dedo entre mis nalgas y lo pasó por la roseta del upite. Eso me gustó.
Una vez llegados al lugar de altos pastos se apoyó en mí, repasando el pito duro entre mis nalgas. No me resistí y tampoco cuando al tendernos en el pasto me puso boca abajo y se montó sobre mí. Primero me pasaba el pito entre las nalgas y eso me gustó. Luego se escupió en la mano y puso el escupitajo en su pito y en mi rayita. Volvió al juego de pasar el pito entre mis nalgas que mojado se volvió más interesante.
Yo no sabía nada de penetraciones y creo que él tampoco por lo que nos sorprendió a ambos cuando el gordo y cabezón pito del Planeta se hundió en mi ano en su totalidad…
Primero me sorprendí, después sentí dolor y luego me asusté y comencé a llorar.
-Ay, me duele, tonto, no. no…- Trataba de zafar de esa posición en la que me sentía tan indefenso, vulnerable y sometido que todo esfuerzo que hacía me perjudicaba. Separé las piernas para apoyarme mejor y sacármelo de encima y sólo logré que él se afirmara más- Ayy, mamita mía, ay
En cambio el Planeta cobró conciencia de lo logrado y me apretó fuerte para luego entrar a menearse. El dolor se acentuó y al momento desapareció permitiéndome sentir lo que ocurría entre mis nalgas. Cuanto tiempo permanecimos así, unidos físicamente, no lo sé. Sí recuerdo que el Planeta me dijo que lo que habíamos hecho era un secreto de los dos y que no había que contárselo a nadie.
Pasó un tiempo antes de repetir la experiencia. Algo que yo deseaba pero no me animaba a pedírselo al Planeta.
Ocurrió un día en que en la casa de él no hubo nadie y me llamó. Nos metimos en un cuartito que tenían a los fondos de la casa y allí tratamos de hacerlo pero no conseguíamos que el pito entrara como la vez anterior. Parecía que al estar prevenido yo fruncía demasiado y no permitía la penetración. Se me ocurrió pujar con mi culito cuando él intentó nuevamente y esta vez entró en su totalidad. Dolió, no tanto como la primera vez pero se sintió. Recuerdo que me había tendido sobre unas bolsas de afrechillón y allí me poseyó largamente.
Debo decir que me gustaba sentir el contacto de la piel tibia sobre mis nalgas y más el placentero dolorcito que me provocaba el pito de mi amigo con su ir y venir en mi recto. Desde ese día lo hicimos cada vez que pudimos. Con el paso del tiempo fue más fácil la penetración que cada vez buscábamos con más asiduidad.
Fue un secreto de los dos hasta que nos descubrió el Panchito una siesta en la laguna.
El Panchito era un muchachón más grande que el Planeta R. No era mal amigo pero era evidente que él sabía más que nosotros dos juntos al estar siempre con los más grandes.
Para hacer lo nuestro nos separábamos del grupo tratando de que el resto no se diera cuenta y nos íbamos entre los altos pastos donde teníamos un refugio. Para el Planeta y yo el acto terminaba cuando se nos ocurría debido a que él todavía no eyaculaba y por eso solíamos estar durante largo tiempo unidos físicamente. El Planeta estaba montado sobre mí y se meneaba rítmicamente. Nos sorprendimos cuando vimos que parado junto a nosotros estaba el Panchito que era más grande que nosotros. Nos había seguido y dijo:
-Ah, ¿están culeando?…
-Sí. No digas nada, loco –Pidió el Planeta
-Si me dejás culear a mí, no digo nada
-Bueno. Está bien –Dijo el Planeta y se bajó de mí
Enseguida ocupó su lugar el Panchito. Se quitó el pantalón y el calzoncillo. Noté la diferencia cuando estuvo encima mío. Era mucha la diferencia de peso, el roce de sus vellos y el tamaño de la pichula que no sin dolor entró en mi agujerito dilatado.
La manera de hacerlo era diferente, con más fuerza en el empuje y llegando más profundo en mi interior provocando una sensación de evacuar de manera urgente. Las nuevas sensaciones me asustaron y comencé a llorar. El Panchito me sacudía con fuerza entrando hasta donde el Planeta no había llegado. De pronto empujó todo su miembro en mi interior y comenzó a sacudirse y a gemir. Sentí que en mi culito el pene se inflaba y latía con fuerza hasta que el Panchito se quedó quieto sobre mí por un rato. Le pedí
-Sacamela Panchito que me hago caca
Lo hizo y yo pude levantarme. Antes de correr entre los pastos lo vi tenderse de espaldas con la pichula larga y con muchos pelos brillosa y babeante todavía erecta. Al acuclillarme para evacuar, mi culito sonaba estruendosamente volcando heces y semen sobre el pasto por primera vez.
Los escuché hablar a los dos
-Uh, ¿Se la metiste toda Panchito?
-Hasta el tronco de los huevos, se lo partí al ocote
-Le dieron ganas de cagar con vos ¿Por qué?
-Es que le acabé adentro, boludo. Le eché un polvo y lo llené de leche ¿Vos le acabas adentro también?
-No. A mi no me salta todavía
-¿Quién más le da chota?
-Nadie. Yo no más y, bueno, ahora vos.
-¿O sea que es la primer leche que se come por el culo?
-Sí
El Planeta quería seguir pero me dolía mucho el upite y nos metimos al agua que me alivió un poco.
La experiencia nueva significó un cambio ya que el Panchito no se lo calló y se lo contó al Polla y al Dino, dos de los más grandes, que me llevaron con ellos a ver como se ordeñaban las vacas. Toda una excusa para comprobar si era verdad lo dicho por el Panchito.
Lo comprobaron los dos.
Tanto que el Polla me hizo que le chupara la pichula que era más grande que la del Panchito y también se lo hice al Dino. El Polla fue casi directo. Cuando estábamos con las vacas en el corral se abrió la bragueta y sacó el pene para ponerse a orinar haciendo lo posible para que se lo mirara. Lo hice sin pudor y él me preguntó
-¿Has visto una igual?
-Oh que grandota – Dije al ver que se le ponía dura
-Vení, tocala. Mirá como está.
Tocarla fue solo el comienzo. Primero fue al Polla y después al Dino. Me llevaron hasta una parte alejada y cubierta a miradas indiscretas. Se bajaron los pantalones y me maravillé de lo que vi. Una pelambrera abundante y dos sexos enormes para lo que hasta allí había visto.
Primero los acaricié a los dos y cuando vieron que venía fácil, me pidieron besitos y pasaditas de lengua a los dos hasta que me dijeron
-Chupala, un poquito.
-Ahora a mi.
Fueron mis dos primeras mamadas y las dos primeras cogidas con pijas más grandes y peludas. La del Polla era más bien oscura y la de el Dino blanca y de venas hinchadas. Aunque tenían las pijas más grandes no me hicieron doler tanto sino que desde ese momento me gustó más.
Iniciado así fui descubriendo que me gustaba hacerlo y que con los más grandes era mucho más interesante, por todo lo nuevo que conocía. Lo hacían diferente, tenían pelos y les salía leche. Además no tenían la torpeza de los inexpertos sino la suavidad y las caricias dadas por quien de verdad goza. Tanto el Dino como el Polla tenían novia pero en aquellos tiempos no era tan fácil tener relaciones con ellas
Mi vida cambió y vivía esperando la oportunidad de que alguien me buscara para tener sexo, hacerlo con cualquiera de los muchachos grandes era mi deseo de cada día. Obvio que me gustaba mucho más con los muchachones grandes. Cada vez que podía me salía de mi casa para andar por ahí y los buscaba. No me costaba mucho conseguir con quien tener sexo. Los Melli eran especiales, sobre todo cuando me tocaba con los dos juntos. Pero todo cambia en la vida. Muy cerca de los diez años los mayores tomaron nuevos rumbos, los intermedios entraron al secundario y los más chicos no sabían nada.
En el barrio había un club que los fines de semana realizaba bailes populares y una noche que en mi casa no hubo nadie me quedé en la puerta mirando lo que pasaba.
Indecisos para entrar los hombres esperaban que entraran muchas mujeres. Algunos también se marcharon a otros bailes. Muy cerca de las once de la noche en la puerta quedaba yo y Manuel, un hombre que tenía un taller mecánico a quien habían dejado plantado. La mujer que esperaba no llegó y los amigos tampoco. Parece ser que la cita era en otro lugar.
En la vereda del frente al club había gruesos eucaliptos, que bordeaban un extenso paredón que cerraba una bodega, y que dejaban en sombras ese sector. Para no quedar tan en evidencia el hombre se paró tras uno de los árboles a esperar. Yo lo conocía y él a mí por lo que me paré cerca suyo y nos pusimos a charlar.
En un determinado momento se corrió hasta el árbol siguiente para orinar y yo lo seguí. Al ver que yo le miraba no se inmuto y por el contrario retiró la mano para dejar su sexo libre mientras orinaba. Se notaba que la cuestión era mucho más grande que lo conocido por mí hasta ese momento. Cuando dejó de orinar estiro el pene y lo sacudió varias veces. Como yo insistía en mirarlo me dijo
-¿Qué mirás? ¿Te gusta la chota? – Miró que no hubiese nadie y se la dejó colgando fuera del pantalón. Volvió a preguntar – ¿Te gusta la chota?
Yo asentí, entonces él me llamó a su lado
-Besale la cabecita –Pidió
Lo hice
-Ahá. Así que te gusta de verdad. Tenés suerte hermano. La mina no viene y yo hace como diez días que no la pongo ¿Querés venir conmigo? En mi casa vamos a estar tranquilos para que la puedas mamar bien y si la querés por el culito te la doy. ¿Vamos?
-Bueno
Nos fuimos a su casa que no estaba muy lejos del club caminando por las partes más oscuras. Llegamos a su casa que estaba a los fondos del taller. Vivía solo.
Era un hombre de unos 35 años. Bastante alto, delgado, de pelo negro como la noche pero de piel muy blanca. En el dormitorio de la casa se desnudó después de mí y pude ver su cuerpo lleno de pelos y su sexo enorme como no había visto antes. Tanto el pito como las bolas colgaban largo.
-Vení. Acá tenés un pedacito para chupar. Hacele cariñitos para que se ponga durito y te lo pueda plantar después en el upite. ¿Seguro que la comés por el potito, pichón?
-Sí, pero despacito…
-No te hagas problema. Tenemos tiempo para culear. ¿Sabés cómo te voy a planchar la escarapela? Vení, chupá. Acá tenés para entretenerte. Si te gusta servite
Creció el animal de una manera desmesurada. Me intimidó un poco porque no consideraba que hubiese cosas así, de ese tamaño pero también me excitaba sobre manera la posibilidad de probar semejante pedazo.
Después de que se lo chupé durante un largo rato me preguntó si lo quería por el poto. Le dije que sí y poniendo una almohada en el medio de la cama, debajo de mí, me acostó de espaldas, levantó mis piernas y las apoyó sobre su pecho, dejando mi culito expedito para la unión.
Los primeros intentos fallaban porque resbalaba. La ancha cabezota no cabía
-Hace fuercita como para tirarte un pedito, papá…
Lo hice y la cabeza entró y me abrió tanto el agujerito que me pareció escuchar un ruidito como si se desgarrara.
Sentí miedo porque el dolor era mucho. Yo trataba de escaparme pero fue imposible por la posición en que estaba. Una vez que entró bastante del enorme pene en mi potito, comenzó a decirme cosas que me relajaron y hasta me excitaron. También me acariciaba
-¡Que culito hermoso, chiquitín! Así, despacito. Muy suave para que puedas gozar este bichito que te estoy metiendo en el upite… ¡Qué bien se lo come cielito! No frunzas el potito para que no te duela… Eso, chiquito. Tragalo todo mi amor.
Poco a poco me penetró con una parte importante de su miembro y si bien me dolió mucho, logró meterlo en más de la mitad de su longitud. Lo recuerdo vívidamente. Era un cilindro grueso de venas hinchadas y una cabeza grande. Largo como de 20 cm o más y con dos huevos que parecían bolas de billar y que colgaban largos, muy peludos.
Lo hacía suavemente y a pesar de su suavidad me sentía abierto y como si me vaciara cuando retiraba el enorme pedazo para luego volverlo a meter. Sin sacarme el miembro de mí interior, cambiaba de posturas y si en un momento estaba debajo de él, al siguiente estaba sentado sobre y con la sensación de tener toda la humanidad en mi recto.
Cuando, después de mucho rato, decidió acabar me asusté. Creí que el hombre se moría. Su cuerpo se estremecía con violencia y en mi recto lo sentía latir y latir. No dejaba de estremecerse y gemir. Luego supe por qué.
Sobre esas características, de la enorme verga, el hombre tenía otra. Eyaculaba una cantidad impresionante de semen, espeso como engrudo y un tanto dulzón me supo cuando lo probé esa misma noche.
Cuando se retiró de mi cuerpo corrí al baño. Movido por la cantidad de semen que me diera evacué mi vida. Sentí mi culito muy abierto y como si estuviera salido de mí. Me ardía. Como tuve miedo le dije lo que sentía y él me tendió boca abajo para mirarme. Con cuidado me miró y me dijo que no me preocupara, que en un rato se cerraría, que había tenido adentro un buen pedazo de chota y por eso quedó abiertito.
Yo comencé a vestirme para irme y él me preguntó.
-¿Qué hacés? ¿No te gustó?
-Sí. Me gustó. Me voy a casa.
-No, esperá un poquito, yo siempre lo hago dos veces ¿Querés?
-Es que me duele el potito, usted tiene muy grandote el pito don Manuel.
-Haceme acabar con la boca ¿Te animás a mamarla? Te doy la lechita en la boca… Si te portás bien vas a poder venir cuando quieras. Dale. Haceme acabar con la boquita.
Me quedé y comenzó un jueguito de caricias y besitos. Ese hombre me enseñó cómo se amaba un cuerpo. Hizo que con mi boca y lengua recorriera los más recónditos lugares. Hasta los más oscuros y ocultos de su cuerpo. Di mi primer beso negro y vi el primer culito de hombre virgen. Cerradito como si fuese una bolsita de papel cuya boca está comprimida. Tenía profusión de pelos en la línea que separa los glúteos que llegaban y se unian con los que rodeaban la bolsa que contenía dos enormes huevos que no se contrajeron como he visto en otros hombres y golpeaban cuando se meneaba durante la penetración. Los primeros que a duras penas estuvieron en mi boca, de a uno por vez. Ese cuerpo tenía un olor muy particular y distinto a otros. Entre suave, dulzón y ácido. Mamar ese pene fue hermoso. No me lo metía él en la boca sino que dejaba que yo lo saboreara a mi manera. Tener esa enorme cabeza entre mis labios fue la gloria. Todo duró hasta que comenzó a eyacular en mi boca. Tragué mucho y mucho más bañó mi cara y cuerpo.
Fui a lavarme al baño y cuando volví el hombre estaba dormido. Era impresionante para mí, mirar su cuerpo desnudo y sobre todo su sexo que aunque dormido se veía enorme.
Cuando salí del taller era ya como las dos de la mañana. Para ir a mi casa debía pasar por el club donde el baile seguía a todo ritmo. En la puerta estaba el Polla hablando con el policía que hacía el adicional en el baile. El policía era tío del Polla
-¿Qué andás haciendo a esta hora? – Me preguntó el Polla.
-Vengo de mi tía… ¿Y vos?
-Vine a ver qué encuentro aquí
Después le dijo algo al tío que se sonrió y asintió. Me llevó con él a la vereda del frente porque venía la recorrida policial y nos ocultamos tras los eucaliptos. Mientras estuvimos ocultos entre los árboles acarició mi cola y me hizo tocarle el pito por sobre el pantalón.
-Enseguida termina el baile y si querés vamos a la casa de mi tío que está solo. ¿Querés venir a culiar con nosotros? Te vamos a culear los dos. Mi tío la tiene grandota y te va a gustar cuando te la de por el potito. Le sale mucha leche y a él le gusta meterla por el culo. ¿Querés venir?
-No sé.
-Vení. En la casa no hay nadie y podemos jugar un rato. Como mi tío está separado de mí tía te va a decir que vengas seguido. A él le gusta ponerla por el culo y que se la chupen. Dale. Decí que sí y nos vamos a esperarlo en la casa… Sentí ya dicen que el baile termina.
Dije que sí y con la llave que le dio el tío nos fuimos a esperarlo en su casa. El tío del Polla vivía en la misma cuadra que yo. En la vereda del frente.
En la calle no se veía nadie cuando entramos. Apenas unos minutos después llegó el tío del Polla, a quien llamaré Gustavo.
Enseguida que llegó se desnudó el policía que tenía un sexo increíble de gordo y largo. Diría que igual que el de don Manuel en largo pero un poquito más gordo. Lo primero que hizo fue darse una ducha porque dijo que trabajó todo el día y había transpirado mucho. Antes de entrar a la ducha nos dijo al Polla y a mí:
-Pónganse en bolas que ya vuelvo. Polla si querés hacer que la mame, dale nomás. La colita dejala para mi…
-Eh, Gus, no es virgen…
-Cuando le entre la mía será como si lo fuera.
Al mirarlo ir hacia la ducha vi que tenía una cola pequeñita y muy peluda. Todo él era muy peludo. Por su estatura intimidaba mas, cuando lo conocí bien, vi que era un dulce. Cuando volvió de la ducha se tendió en la cama y me llamó
-Ahora ocupate de este bichito, nene. Mimalo bien que él después te hará ver las estrellas. ¿Lo vas a comer todo?
-Sí
-¿Todo por el upite?
-Si
-Mi amor. Te vas a empachar de chota esta noche.
Con este hombre y con don Manuel viví el mejor tiempo de mi niñez. Ninguno supo del otro aunque lo que aprendía con Gustavo lo practicaba con Manuel y a la inversa.
Los dos hombres rehicieron sus vidas de pareja pero ninguno me abandonó totalmente. Dos veces por semana con cada uno de ellos mantuve las sesiones de sexo a full. Los recuerdo con un afecto particular. Como lo mejor que la vida me dio.
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